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JOSÉ LUIS APPLEYARD

  SOLAMENTE LOS AÑOS, 1983 - Poesías de JOSÉ-LUIS APPLEYARD


SOLAMENTE LOS AÑOS, 1983 - Poesías de JOSÉ-LUIS APPLEYARD

SOLAMENTE LOS AÑOS

Poesías de JOSÉ-LUIS APPLEYARD

Colección Poesía, 30

© de esta edición Alcándara Editora

Edición al cuidado del autor, C.V.M. y M.A.F.

Diseño gráfico: Miguel Ángel Fernández

Viñeta: Carlos Colombino . Tiraje: 750 ejemplares

Se acabó de imprimir el 15 de diciembre de 1983

en los talleres gráficos de Editora Litocolor

Asunción del Paraguay (75 páginas)

 

 

 

 

 

I

ME HAN DADO LA PALABRA

 

 

         ME BASTA UN ESCRITORIO

 

Me basta un escritorio para escribir palabras;

me bastan las palabras para seguir viviendo;

me basta la visita cotidiana del tiempo

y me bastan la noche, la soledad, yo mismo

para ser lo que soy, lo que yo no comprendo.

 

Pesan en mi balanza los pecados del mundo,

pesa mi decisión de ser siempre imperfecto,

pesa mi voluntad de hartarme con el verbo

en cotidiano encuentro que es de mi ser el centro.

 

Y por eso no temo,

he llegado a ese adusto misterio del no miedo,

he llegado hasta el límite final de mi silencio

y hoy me basta el amor, el callado y no ciego.

 

No puedo pedir más al mundo que yo tengo,

yo no puedo forzar las paredes del tiempo;

yo no puedo callar porque me han dado el verbo,

la palabra, la forma de decir cuánto siento.

 

Yo no puedo callar, mis labios son el medio

que emite la palabra, la ajena, la que es mía.

 

Yo no puedo callar porque el silencio es forma

de hablar con la mirada, con la dación, el gesto,

y llegar hasta ti diciéndome: esto es nuestro.

 

 

         EN MAYO YO HE NACIDO

 

A los cincuenta y seis años la vida

se me ha vuelto aventura prodigiosa.

Subir a una atalaya y desde arriba

contemplar la comedia deliciosa

de quienes quieren -eternos filisteos-

ser más por lo que tienen, que es la nada,

y se vuelven burbujas iriscentes

de un volcán que no fue, siendo encontrada

vanidad que ruidosamente acaba

fraguando, gris, el trueno de sus voces

en la inútil ceniza de la lava.

 

Mangrullo, alcor, lugar desde el que veo

mi propia solitud, mi sueño herido,

mi transitar de voces cuyos ecos

atesoran lo poco que he vivido.

La edad es la espiral de los recuerdos,

consigna irreversible que me lleva

al cofre que no fue, duro baúl mundo

torcido en su vejez como la esteva

de un arado combado por el tiempo,

transido por los años y los meses,

saliva de la tierra en la que mora

la dulce lenidad de tantas mieses.

 

Y estoy en el alcor que dan los años,

tan ciego y tan vidente como entonces,

cuando mi voz, desperdiciando vientos

cantaba en el insomnio de los bronces.

 

Tal vez quiera callar, tal vez la altura

se me llene de vértigo, de voces,

de campanadas locas de horizontes

huyentes hacia el fin, siempre veloces,

inatajables, desbocadas, plenas

de la febril primicia del intento

de decirles-decirme que la vida

es el juego terrible de un momento.

 

La altura da avidez de sensaciones

al tiempo que limita nuestras miras,

la altura de la edad es el comienzo

de ver la vacuidad de nuestras iras

y el descenso imposible dicta normas,

la propia gravedad se desvanece,

la altura de los años no permite

destejer esa túnica que crece

y comprime el futuro, lo hace estrecho

en un aire que presto se enrarece.

 

A los cincuenta y seis años la vida

-espiral ascendente- me depara

la aventura de un mundo sin mentiras

que me lleva a beber, lúcida y rara,

el agua que busqué desde la infancia

en incontables fuentes y hoy es pozo

profundo de mí mismo, el agua limpia,

lustral generadora de mi gozo.

 

 

         LA VOZ ME HA SIDO DADA

 

La voz me ha sido dada

para hablar, para serme

profeta en la llanura

inmensa de un desierto.

Para gritar, insomne,

la angustia que nos roba

hasta el minuto simple

que lo queremos nuestro.

La voz que en mi garganta

estrangulan los garfios

del fútil prejuicio,

del temor, del desprecio,

de la fácil fortuna

que se prende en la escala

repugnante del sexo.

Del sexo, sí señor,

de aquello que era santo

y en labios agrietados

de lascivia y lujuria

se ha tornado en exceso.

 

Camino, trajinando

tal vez mi último tramo,

cansado por los años,

abrumado y confeso

de todos mis pecados,

y me han robado el báculo,

y sin bastón transito

hastiado de presentes,

agobiado de escarnios,

y de morir obseso.

 

La vida ¿qué me ha dado?

La vida que me rige

me ha demostrado el fútil

imperio de la nada.

He pretendido, idiota,

sublimarme en la voz

escalonando versos.

Y ¿después? La fatiga,

la rutina consciente

de transitar un mundo

que cada vez es menos

la imagen que tenía

de verlo un universo.

 

La calle es el camino,

la esquina la aventura

de no encontrar a nadie,

la casa es sólo un modo

de morir en silencio.

El resto es la rutina

con relojes y cuentas,

es vivir la zozobra

de la propia palabra

de la cual, siempre preso,

me señala la forma

de evitar que mi paso

se convierta en la cifra

-números todos dados-

en la cual ya ni el nombre

puede ser el regreso.

 

La voz me ha sido dada,

y qué profunda y grande

responsabilidad

surge del simple hecho.

La voz me ha sido dada,

igual que a los profetas,

y torno, nuevamente,

hacia el inicio cierto,

rescato la palabra,

la unjo y la valoro,

y mi garganta seca

se pregunta sin voz:

¿alguna vez, quizá,

ese sonido trunco

se habrá de redimir

cuando pueda ser verbo?

 

 

 

         ME HAN DADO LA PALABRA

 

Me han dado la palabra

para decir mis versos,

para enhebrar recuerdos,

para ser lo que he sido,

para encontrar, de pronto,

en mi casa un ovillo

de golpes encontrados

que fueron mi universo.

Y en esta casa mía

saturada de libros,

de sueltas sensaciones,

de amores no vividos,

en esta pieza mía

-periódicos dispersos-

la palabra ha venido

sencilla, virgen, dura,

para dictarme el tono

que ha latido en los versos.

 

 

 

         NO ES PRIMAVERA AGOSTO

 

Agosto es sólo un mes, es una cifra

convencional de un mudo calendario,

agosto tiene días y sus números

son treinta y una cuentas de rosario.

Rezo en agosto, lo desgrano en flores

de un lapacho impaciente, y alertantes

las hojas que ya son tronco y sonrisa

me develan regresos inquietantes.

 

No es primavera agosto, pero cae,

aturdido de sol y viento norte,

y ,se forma, amarilla entre sus flores,

en vórtices de polen, su cohorte

de alérgicas miriadas de pezones

ofertantes de leche enrarecida,

portadora, en agosto, de los gérmenes

ocultos y vibrantes de la vida.

 

Agosto es precursor de los latidos

subterráneos, lascivos, ofertantes

que anuncian un setiembre, treinta días,

de amor de mariposas, las que antes,

gusanos de la luz, entristecidos,

buscaban alas, trompas y destinos

en el aire y el cielo, viento y agua,

cepa dorada de excitante vino.

 

Agosto augusto ya ha llegado y rota

su cornucopia pródiga y mezquina,

proviene de algún trópico y reabre

herido el corazón con acre espina.

Agosto de mi luz y mis silencios,

mes devorante que al saciarse hiere

mi precaria unidad, mi compañía

que al son del viento norte mata y muere.

 

Agosto, mes, instante, nubes, cielos,

agosto de mi pena y de mi canto,

en el aire tu sol marchita y cubre

la ilimitud perfecta del quebranto.

 

Yo he cantado a diciembre -ya lo he dicho-

y en abril he logrado lo que en mayo

nació con fuerza, con dolor, con vida,

imagen de mi yo, sólo un ensayo

que julio desbrozó, lo hizo consciente,

cauce profundo cuanto más angosto

de una furia de amor, de una distancia

que no quiso ser verbo, siendo agosto.

 

 

 

II

SOLAMENTE LOS AÑOS

 

 

         ESTE CAMINO TRAJINADO SIEMPRE

 

He nacido en mi casa

¡y cuánto anacronismo

reside ya en el hecho

de formular la idea!

Yo no tuve hospitales,

yo no tuve la asepcia

del sanatorio oculto

bajo el rótulo ambiguo

de ser "maternidad".

Nací, como los hombres,

de un útero materno

y luego en una casa,

hogar, no kindergarten,

caminé, previo el rito

de hacer pis en gateos.

Y mi mundo primero

transcurrió en las baldosas

de un corredor que hacía

las virtudes de Anteo.

Un techo, el alto cielo

limitado tan sólo

por dulces cielorrasos;

una pieza, la mía,

y una cuna que nunca

fue túnica de Neso.

Mis pies entonces eran

los culantrillos rotos,

los verdes albadones

que hurgaban los canteros.

Descubridor de hormigas,

obseso de sus pasos,

tal vez, hicieron ellas

la función de maestros.

 

Es difícil decirlo,

nunca supe el momento

en que el verano tuvo

la versión de mi ceño.

Acaso fue un pesebre

o el juguete encontrado

cuya muerte anunciaba

la voz del Año Nuevo.

 

Una vez, de ese entonces,

alguien se fue y no vino,

y al tocar sus mejillas

comprendí que era ciego.

Y yo enterré mis ojos

en el jardín del patio,

y no fueron semillas,

sino arena en mi ruego.

 

Palpé, palpé las rosas

y ellas sólo dijeron

hablando en sus espinas

que ser huérfano es cierto.

Columpios de la tarde,

hamacas prodigiosas,

naranjos perfumados

en su función de viejos.

Y en el nuevo horizonte

de un zaguán manihaciendo

la naciente aventura

de volverme un objeto.

 

¡Señor! Así mi infancia,

pajagüecito trunco,

pedazo de otro alguien,

que se me fue, viniendo.

Las abejas más rubias

me dieron miel, su cera

enlutó mis oídos.

Y, entonces, sordo y ciego,

comprendí que la vida

era un simple regreso.

 

Y vino la cigarra

y horadó mis oídos

y perforó con cantos

la angustia de mis miedos.

Liberado y latente,

poseedor del sonido,

pude escuchar mi voz

hambrienta y conociente

de saber que un zaguán

comienza en el olvido.

Desde el zaguán me evoco,

y mi mudez de niño

asume en la palabra

la voz que había tenido.

Las manos que eran verbo

adquieren la firmeza

que traducen mis pasos.

Como he roto el silencio

puedo ver la tiniebla

y mis párpados tiemblan,

la luz es un comienzo.

Puerta cancel, vidriera,

cristal con iníciales,

la acción de las palmeras,

entrevista entre vientos.

Me yergo, me consigo,

de bronce y picaporte

depende que yo siga,

depende que yo brote.

Pero la vida es neutra

y no permite saltos.

La puerta está cerrada

y agobia el viento Norte.

 

 

 

         OTÓRGAME EL SILENCIO

 

Señor, me has dado el peso de otra Navidad.

Es una carga dura,

es una noche triste

la del pesebre en sombras,

la del Niño de barro,

la de saber que vienes

-sin venir- hasta el soplo

de la vela distante,

de las luces que tiemblan

desuniendo distancias

y haciendo que en las manos

se traicione la paz.

Aparta de mis labios

el cáliz con tu vino,

que no muerdan mis dientes

ese trozo de pan.

Es diciembre y te añoro,

quiero estar en tus labios,

pero ya, simplemente,

sin saber de tu sal.

Las ausencias me habitan,

esos nuevos silencios

las flores que, de coco,

me dicen: Navidad.

Aplastado, me evoco,

me conjuro, me niego

a ser el niño ciego

que evita la ciudad.

El niño que yo era

y que no está en el Niño.

Ni los ángeles rubios

que me hicieran llorar.

El peso de tu ausencia,

la oquedad del pesebre,

las luces que interrumpen

tu paso y tu verdad.

Dame fuerza y asciende

desde el niño que fuera

y otórgame el silencio

de fundirme en tu Paz.

 

 

 

         SOLAMENTE LOS AÑOS

 

Solamente los años nos permiten

conocer lo que acaso fue secreto,

los años nos invaden y nos dicen

qué poco resta, que transido hueco

aparece después de las murallas.

Lo que queda otra vez es campo abierto,

una carne, sonrisa declinante,

alguna trayectoria, la tristeza

de comprobar - no ya Tomás - las llagas

de un rostro que no fue, de una vileza

que engalanadas formas de un domingo

la hicieron como es, sólo una mueca.

 

 

 

         CREYENTE DE LOS MITOS

 

Creyente de los mitos,

¿verdad que eran sinceros?

Bajo un cielo de fríos

¡vibrabas, Prometeo!

Y el resto era de tiempos,

de ignorar nuestro origen,

de ser buenos,

mientras manaba el agua del deseo

construyendo los muros que no existen,

y haciendo paridad de nuestros dedos.

Ya estamos en la noche,

ya el alarido múltiple no advierte

que es imposible razonar,

que es fuente

nuestra palabra, al decirnos nuestro.

La aljaba ya sin flechas,

trepidante

la voz ya sin sonidos

y en la grave

plenitud de sabernos sólo nuestros,

la campanada igual

de ser distantes.

El mito de querer, de amar, de nuevo

ser el origen de la voz distante,

de desunir barreras en el alba,

de ser mi labio el tuyo -delirante-.

Creyente de los mitos de la tierra,

rostro que fue sintiéndose presente,

agua del sol, la mano persuasiva,

para aquietar mi corazón salvaje.

Los mitos sin tu nombre desfallecen,

mueren de amor, naciendo en cada instante

y molusco fluvial, por siempre mío,

ser huella de un verano declinante.

 

 

 

III

LA BARBA Y LA SONRISA

 

         ABRAMOS LA TRANQUERA

 

Bifurcantes caminos que nos llevan

a ese mismo principio que anhelamos.

Viandante, tú en lo propio y caminando

hacia la anchura impúdica del viento,

jugamos al camino?

¿,y jugamos a quién llega primero?

 

La infancia nos redime porque sabe

que el tiempo de jugar es todo tiempo,

aquél de nuestra de vida o nuestra noche,

aquél de la carrera y del deseo.

¿Quieres jugar, acaso, hacia el regreso?

Dame tu mano, la del duro hachero

y afronta el campo donde las tranqueras

han sido derruidas por tractores.

Dame tu mano,

come el pan que es del que quiere

ser todo menos compañero.

Dame tu cama, tu rancho, tu morada,

dame tu rascacielos,

dame el escueto silencio de ofenderte, camarada.

Porque la cama es pan, el pan es odio.

El comer y el beber se te parecen.

 

Sin compañeros ya, sin camaradas,

voy hacia el sol, hacia la luna,

voy,

voy a una voz muy ronca

que quisiera

-hamaca de mi ser y de mi sueño-

convertirse en pared y en hamaquera.

 

Silencio ya.

No busco los recuerdos.

Callan mis pies al ritmo de sus pasos.

Vuelvo a mi casa, transito sus senderos

y el Viento Sur me mata con su abrazo.

 

Espero, finjo, soy la voz del todo.

En mi mano se muere un calendario.

En él estaban con sus nombres propios

aquéllos que se fueron,

devorando uno a uno los granos del rosario.

 

Guárdame con tu tropa, compañero,

recíbeme, sin irme, hasta tu lado,

prepárame la muerte y el caballo

que yo habré de montarlo simplemente

y al llegar hasta el linde y con mis manos

abriré ese camino, esa frontera

que me lleve a luchar, a ser el mismo

y, moribundo ya,

habré de abrir, de abrir, de abrir

definitivamente la tranquera.

 

 

         TRISTE FRACCIÓN DE LA DEMORA

 

Donde la siempre sombra puede espinar mis sienes,

en el mismo lugar de la sonrisa,

de los labios que un tiempo no habitara,

en unte punto en donde todo tiempo

es un remedo de acuciarte historia,

en este umbral, en fin, en esta linde

de nuevo estamos yo y lo que deseo.

Pueden los meses patinar los años

con su paso fugaz,

con sus secretos,

pueden también los días alargarse de sombras y de sueños,

puede el minuto, triste fracción de la demora,

teñir los siglos que llevamos dentro.

Puede también la vida, ya sin cifras,

abordar hasta el abismo el manso ruego

y pueden desde donde el canto sopla con el viento

que frena el muerto invierno,

surgir las voces de un postrer intento.

 

La madrugada existe,

la mañana es un turbio pacer de los luceros.

Me voy, no existo.

Mi brújula es un dédalo que encuentra el norte en ti,

cuando no quiero.

 

 

 

         LA BARBA Y LA SONRISA

 

Barbado como yo, del mismo rostro,

espejo engañador de mi quimera,

he de morir para que vivas –otro-

en la precoz, llegada primavera.

Cristales rotos, manos transitadas,

tu rostro, ya no el mío, palpitante,

tu voz y la palabra en mis oídos

diciéndome tu forma en el instante.

Anacronismo puro, sugerencia,

la caricia escondida y en los ojos l

a voz eternamente regresante

que me viste y desnuda, a sus antojos,

¡Oh qué impasible así vuelve mi sino

a entregarme lo ajeno que era mío!

Madrugada de amor en plena noche

con avidez de boca y de rocío.

La edad me pesa como un cielo plúmbeo,

los años desentierran su verano

y en un espejo gris vuelve tu forma

para jurar tu santo nombre en vano.

Como un calor transido de deseo,

como un contacto helado, como un sueño,

como un sonido vegetal y humano,

como una voz que descifró mi ceño,

como tú, como siempre, como eras

mi antiguo ser de barba y de sonrisa,

Narciso en el morir y redivivo

junco de luz preñado por la brisa.

No vuelvas, no me dejes, no regreses,

apártate sin irte, sé mi olvido,

encallece el recuerdo, no transites

sino mi corazón estremecido.

Quisiera sonreír, quisiera abrirme

nuevas sendas cansadas de mi paso,

quisiera no saber lo que he sabido:

un rostro que soy tú, siendo mi ocaso.

 

 

 

         DOLIENTE IMPERATIVO

 

Sé lo que yo no fui,

sé mi desvelo,

sé mis noches de estéril suplicante,

desparrama las ramas, sé mi olvido

entre las sombras duras del instante.

Regresa hacia ti mismo, sé mi imagen,

olvídate de ti, siendo constante,

sé tronco sin raíz,

sé flor sin fruto,

sé tú, siendo yo mismo al alcanzarte.

 

Defiéndete de ti, de tu soberbia,

repliégate hasta el fondo,

sé distante,

y desde allí regresa

y hazte siempre,

renuncia a la esperanza, y descreído,

vuela en tu laberinto

y hacia el fondo de tu propia verdad

sé palpitante

cadáver de paloma,

trigo, fuerza,

muerte fecunda tuya y tolerante.

 

Transmútate en el viento

y sé vigilia,

sé tú por dos, por todos,

sé flagrante mariposa de amor

que se enamora

en la llama que, ardiente, nos deshace.

 

Cuelga el cairel, espiga el tiempo frío,

acurrúcate, noche,

pare el día

y yérguete cual eres

y destina

al exilio el dolor de consolarte.

Noche y mi nube triste,

lluvia y el viento frío,

y en tu rostro

ese morir viviendo que es el modo

de saberte sin ser, siendo el amante

de todo lo que fue,

de lo que ha sido,

de ese preñado huevo que me incita

a morir, no de ti, sino del aire

que está siendo mi vida declinante.

 

Obedece a las sombras,

encuadra los recuerdos,

deshace tu memoria,

constríñanse tus dedos

y tú -mi-todo-yo

serás aquello que yo lo hubiera sido

por dejarte.

 

El silencio transita,

y tú no hablas,

la noche es alba

y en la madrugada

la sonrisa que muere

porque vuelva a ser

otra vez hoy, en la mañana

el todo del que soy sólo una parte.

 

 

 

         INCURSIÓN

 

Se me han roto papeles, se llevaron mis libros,

entraron en mi acasa creyéndome despierto,

despojaron mis cuadros, ajaron mi sonrisa,

dejaron mi mirada perdida en el desierto.

Mis cosas, mi tesoro, mis letras, mis efigies,

la taza en que bebía los lentos desayunos,

mis zapatos gastados, mis camisas, mis miedos,

todo se lo llevaron.

Sin Atilas, sin hunos,

arrasaron la casa, comieron los retratos,

se sentaron en sillas de esterillas murientes,

supieron de mi pan, del agua de mis cielos,

de la dulce humedad de mis labios silentes.

Todo se lo llevaron,

se llevaron mi sombra,

hurtaron en resquicios,

lamieron los sobrantes

y me dejaron solo

-hechizo que me asombra-

sin hincar diente alguno,

sin herirme sus garras.

 

 

 

         JUGAR AL AVENUEVA

 

¿Podrías tú, conmigo,

jugar al avenueva

mientras nutren el agua

con segundos de años?

 

Y dime, ¿cuántos años?

¿cuánta cantera informe

necesitó esta calle,

la calle de este barrio

y este inmundo no ser?

 

Tú no tienes idea, jugando al avenueva,

de las cifras que invierten los hombres al vivir.

 

Una casa -dos plantas-,

dos puertas junto al muro,

la mayor, que se fue.

 

Bajo a la balaustrada,

tres retratos de un tiempo,

una canilla-grifo,

una perra, ¿y después?

 

Me miran mis estatuas con su lógica absurda

de ser materia y tiempo y nunca comprender.

 

Antes, allí había un árbol,

duro y curvo guayabo.

Lo talaron un día.

No preguntes por qué.

 

La mesa está vacía,

la botella de vino

naturalmente muere

en un cuadro burgués.

 

Oigo pisadas, ladra la perra vigilante

y se alejan los pasos. El sapo del jardín

ha cazado un insecto y los grillos aplauden

con sus élitros rotos. Aroma de jazmín.

 

 

No pienses más, no existes,

el pensador lo dijo.

No pienses, te equivocas.

No invoques a Rodin.

 

Y ya no habrá más juegos.

El avenueva ha muerto.

El agua se ha acabado

cansada de beber.

 

 

 

         ES QUE MAÑANA ES HOY

 

Puedo llorar contigo de cerebros,

de genios que quedaron en la nada,

de florones de acanto que envolvieron

un triste capitel resuelto en lava.

 

Me miras tú, triunfante de otros ecos,

ecos de voz consciente, de palabras,

ecos de juventud, ecos deshechos

de un entusiasmo que murió en su larva.

 

Me quedo con un pan, un "buen provecho",

un llegar hasta un rancho, una mirada,

un saber -sin saberlo- que lo hicieron:

lo natural, lo puro, desde el alba.

 

Pero ese conocer es el que temo,

ese conocimiento que no acaba,

es la verdad, ese dolor enfermo

de saberlo sin ser ni la esperanza.

 

Computadoras hay, habrá un extremo.

Habrá un hondo sentir que se nos abra

hacia el ser que no somos, que no fueron.

Es que mañana es hoy, de madrugada.

 

 

 

         LA PREGUNTA ES DIFICIL

 

Si puedes, tú,

vivir sin heladera,

si puedes ser tú, hombre,

sin mujeres,

si puedes prescindir

del alimento,

de la televisión,

de radio, del momento.

Pero larga y estéril letanía

siguiera con los sí

condicionales,

y sin embargo insisto

y te pregunto

si yo quisiera hoy

¿a quién quisiera?

La pregunta es difícil porque entraña

alguna vocación,

algún pedazo

de mi propio sentir,

algún harapo

de ser como yo soy,

pero mintiendo.

¿Entiendes mi verdad,

manto sagrado,

recamado en los oros del silencio?

Mi verdad que la digo

y que me nombra

como un ser con la espina

que está ardiendo.

Yo ya no soy lo que ya fui,

una espina

libera mis palabras y las trata

como a una ropa vieja que resume

agua y jabón,

sin manos, uñas bastas.

 

Pero te quiero a ti,

no sé quién eres,

debo querer,

debo saber el verbo

de ser lo que no fui

y lo que quiero.

 

 

 

         IMPRECACIÓN

 

Vengo sin ver.

He estado en los canales

de la putrefacción de la palabra.

He escuchado el destino

de los labios

que ignoran el presente

y sólo ladran.

Ver esos mismos rostros,

la mirada de reptiles ahitos

de su miedo,

verlos hablar,

artífices del odio,

repitiendo la fórmula y misterio

de ser la suma de lo no querido,

de ser autómatas de su propia muerte.

Cuánta premura repugnante llevan,

cuánta codicia,

cuánto desacierto

exprime su avaricia

y se transforman

en una larva

de constante asedio

y quieren más

y el tiempo les permita

serlos chacales

de su propio tedio.

Ratas de un albañal,

figuras pútreas

de una dolencia

que no tiene fin,

son los que gemirán

cuando el sol descubra

su ignorancia bestial.

 

 

 

IV

MI VOZ PARA LOS MÍOS

 

 

         OBSÉQUIANOS TU VOZ

 

         para Gloria Gavilán Cálcena de Bordenave,

         maestra y señora de la palabra

 

         para Kuke, la amiga de siempre,

         con invariable afecto

 

Olvídate del aire sereno de Salinas,

unge tu voz y elévala hasta el cielo,

encuentra en la palabra el verbo cierto

y bríndale en sus alas la ligera elegancia

magnífica de serlo.

 

Tu voz grave, que envidia el terciopelo,

tu voz de musgo y miel,

tu voz que es vida,

tu voz, metal herido y resurrecto,

tu voz, creación, desdén, amor y fuego.

 

Tu voz es la palabra que nos dice

el alma que palpita en cada verso.

Pero es tu voz callada,

tu voz que se ha enclaustrado en el silencio,

tu voz que ha recogido la energía

de saberla guardar como un secreto.

 

Y han pasado los días y los años,

tu maestrazgo se ha vuelto un claro eco

que en la voz de tus voces sigue siendo

la palabra transida de milenios.

 

Vuelva tu voz a interpretar la vida

como tu propia vida que es poema,

como tu propio transitar humano,

señero y singular en su maestría.

 

Termine tu silencio y en las voces

que beben en la tuya, sensitiva,

podamos escuchar de los poetas

la voz eternamente rediviva.

 

Ha pasado ya el tiempo de la espera,

la vida ya ha marcado su sendero

y hoy, de nuevo, es octubre y primavera,

y hoy queremos, señora, si te place,

que nos brindes tu voz, la verdadera.

 

 

 

         para Niccolo

 

Y me has hecho llorar con tus poemas

en ese hueco-escarnio en que yo vivo,

en ese nido de papel y letras

con las cuatro paredes por recibo.

Solo, así, con alfombras de diarios

sin que nadie se entere del secreto

tu voz y tus poemas me han herido

y abonado la esencia de mi afecto.

 

Yo no puedo decirlo, en esta casa,

cuando la noche cuelga su misterio,

yo no puedo decirlo y sé que sabes

descifrar la mudez de mi silencio.

 

Cuando quiero rendirme, cuando ansío

la pálida bandera de mi entrega

me llegan tus palabras y me amplían,

palomas de horizonte, mis fronteras.

 

¿Dónde estuvo tu voz cuando mi oído

fijó redes en busca de lo cierto?

¿Dónde estuvo tu voz en mis ayeres?

¿Dónde estuvo el sonido?

 

La mágica, agresiva epifanía

llega hasta mí,

no dogma sino viento,

oxigeno de luz que a mis palabras

les devuelve su esencia, que es el tiempo.

 

Y hoy es de noche, casi madrugada,

tus dos poemas están sobre la mesa.

Y he llorado con ellos porque tienen

el alarido insomne del poeta.

 

 

 

         para Pablo Alberto, ahijado mío

 

Esta noche, mi ahijado,

por el hecho de ser yo tu padrino,

podría llenarte, niño, de pesebres,

del incienso, del oro y de la mirra.

Pero sólo te brindo mis palabras

-el oro de mi voz no cotizable-

y te digo que esperes.

 

Tienes hoy las columnas de tus padres:

él, austero, tenaz, casi infrenable

en su ambición dé darte lo que quieras.

Ella, sana, serena y joven,

mirando hacia un futuro impenetrable.

 

No me quieras, mi ahijado, con presentes.

Nunca he sido Rey Mago de Diciembre,

quiéreme por ser tú la mano nueva,

el tierno junco que habrá de ser mi báculo

cuando mi voz dibuje interrogantes

en todos los senderos de la tarde.

 

Esta noche sostuve con mi diestra

el cirio escueto que la luz describe,

y he jurado ante Dios, con mi voz propia,

porque a la tuya silenció tu llanto,

que tengo Fe por ti, por ti he jurado

entre el agua y la sal de tu bautismo.

En la iglesia los ángeles callaban

y el Sagrario sangraba en su agonía.

Ungido estás, la voz de tu padrino

hoy se ha velado para ser más clara

cuando tenga que hablarte, cuando escuches

el único presente de mi mismo.

 

 

 

CICLO

 

         a los poetas del Manuel Ortiz Guerrero

 

Los nombres no navegan, se van yendo

llevados por el agua que no cesa,

se van, pierden su forma, se diluyen,

se transmutan en hojas, en malezas.

Desde la orilla ya, somos testigos

incapaces de dar su testimonio,

barro prensil y lodo, tierra ahogada,

vegetal que revive en sus retoños.

Y en ese revivir no resurrecto

al fango vamos, que del fango somos.

Y aparezca el nenúfar y el desierto

germine su verdad con nuestro abono.

Nada más, porque el ciclo se ha cumplido,

la antorcha es un recuerdo y en las manos

ajenas a nosotros vibra el fuego,

aquél que hizo cenizas lo que amamos.

 

 

 

 

V

NO EL TIEMPO DE COHELET

 

 

         PRIMERA INSTANCIA

 

Y me dijo Cohelet, el hijo de David,

que el tiempo era la forma de vivir cada instante,

que el tiempo nos decía,

inapelable y simple,

la máxima constante de ajustarnos a él.

Así el Eclesiastés fijaba los momentos,

fijaba las etapas de la vida.

 

Un tiempo, siempre, un tiempo calendario

de amar y de no amar, un tiempo duro,

etapa irrenunciable de la vida,

un tiempo para todo, un tiempo en que la presa

era el hombre cargado de problemas,

un tiempo de vivir, un tiempo de morir.

Y, sin embargo, sabes que no es cierto:

la edad es sólo un muro hecho de adobes,

y cuando puedes, el final se advierte

por la continuación brutal del ciclo andado.

 

Sentados en columpios nos movemos

desde el vivir absurdo hasta la muerte,

y el ritmo-movimiento nos impide

ver el final, el horizonte, el cielo.

El hijo de David se ha equivocado.

El tiempo es un minuto que devora

el tiempo del no ser, de la sonrisa,

de la mano en los labios, del encuentro.

El tiempo que no fue y que dura tanto

como el eterno instante de los besos.

 

 

 

         SEGUNDA INSTANCIA

 

Recuerdo, por ejemplo, que la tarde

era un momento azul, iluminado.

Yo, sin ser niño, la admiraba mudo

y me dejaba ir en el crepúsculo.

Cuando la noche, densa, me cubría

y el sonar de los grillos me llenaba,

buscaba en las estrellas el momento

de diferir, por siempre, la mañana.

Y luego el sueño me vestía los ojos

de topacios de luz y enredaderas

y entraba en otro tiempo,

el más vedado,

el tiempo de no ser, el tiempo frío

de escalar las montañas de mi mismo:

el tiempo, Eclesiastés, de tu quimera.

Y cuando el sol doraba mi sonrisa

-rejas de un ventanal duro e insomne-

despertaba al ayer y recordaba

mi propia soledad,

el olor tenue

de una cocina rústica con leche y con café,

con una vida, con voces y ruidos,

con las risas de alguna tía madrina

cuyas manos

modelaban mi forma de ser hombre.

 

 

         TERCERA INSTANCIA

 

Tardes las de mis siestas presurosas,

lagartijas en todos mis senderos

y un yasy yateré, siempre mi amigo,

rompiendo bastoncitos de oro y tierra.

Los pájaros cantaban, simplemente,

y los berros hurtaban los arroyos.

Todo era así de elemental y puro.

Los pies, el agua y el primer secreto

que ocultaban las piedras verdecidas

por la ignota presencia de los musgos.

Tener que regresar. La ley infame.

De nuevo, Eclesiastés, fijas tu tiempo.

Y en la casa esperaba la merienda;

café con leche, boquerones turbios

de miel, de campo, de cañaverales,

dándonos el sabor oscuro y puro

que impregnaba alacenas y manteles.

Luego, la noche cerraba las cortinas,

la luz del querosén era la forma

de decirnos al niño y al hermano

que el tiempo –Eclesiastés-

era ese tiempo

de dormir fatigados y distantes.

 

 

 

         CUARTA INSTANCIA

 

Y viene el caminar por otros mundos,

por patios de colegios, por las aulas

con pizarrones verdes y una tiza

de latines y sombra de ecuaciones

Los nuevos rostros señalaban flechas

de naciente amistad, de nombres nuevos,

horizontes abiertos a la nada

de nuestra voz, cambiante ya en sus ecos,

que daban coordenadas diferentes

a nuestra edad, senderos y horizontes.

 

Entonces fue el momento

en que entendí, por fin, el alfabeto

y supe que las letras no hacían la palabra;

entonces entendí que en mi memoria

el verbo era decir, pero escribiendo.

¡Oh que dulzura inmensa me transmite

el recuerdo de ser mago inocente

y enhebrar en las "sílabas contadas"

la labor de Berceo, el Arcipreste,

don Juan Manuel y el canciller Ayala

jugando con Alberti y García Lorca,

subiendo hasta las ramas con Boscán

para entregarme, pleno, a Garcilaso!

Góngora, mi señor; Lope de Vega

y el secreto del tiempo en un pequeño

verso brutal, no Calderón ni Tirso,

sino tú mi San Juan, mi fraile inmenso.

Transito en esta instancia los caminos

de Neruda, mi dios crepusculario,

y el abrojo del tiempo se me hizo

constante compañero inevitable

en Hérib y sus Campos de Cervera.

Una tan fuerte carga de emociones

quiso aplastarme y me aplastó, confieso,

y mi voz se perdió, se hizo silencio

porque estaba ya en tiempo de la espera.

 

Aquí, mi corazón se ramifica,

adolescente envuelto de palabras.

Aquí me hace desde el mismo vientre

el verso que buscaba y era mío,

como ese tiempo, Eclesiastés, que tuvo

esa virtud de enmudecer mis ojos,

de abrirme la compuerta que fijaba

un tiempo de silencio preterido.

 

 

 

         QUINTA INSTANCIA

 

Era la juventud, era el momento,

era el instante pleno de la vida,

mi voz fijaba sombras que no había

ante el sol estupendo que alumbraba

los cálices de amor, la cornucopia

ardiente y tentadora del deseo.

Como un Adán crispado por la Eva

mordí el fruto doliente del olvido

y tú, Cohelet, no puedes desmentirme.

No fue un tiempo de amar, sólo el intento

de abandonarme al tiempo esperanzado

y aferrarme con furia a mi palabra

para decir que la esperanza es miedo,

que Narciso es un dios descolocado,

sin espejos, sin agua y sin rocío.

 

No hay un tiempo de amar,

amar es tiempo,

amar es ser, amar es el recuerdo

de un futuro perenne que me llena

jugando con no ser nunca presente.

Y surge la esperanza engañadora,

cascabel coruscante, vil señuelo,

eterna forma del eterno cambio,

dulce en invitación y amargo cetro

si es que llegamos a ensuciar las sienes

con el dolido yugo del deseo.

 

Bástenme la experiencia y la constante

búsqueda sin igual del labio puro

y bástenme la piel y su contacto

y básteme el sudor envuelto en ruego.

Ya lo sé, Eclesiastés, pero tú callas.

Me hablas del Sol que nunca alumbra un nuevo

paisaje, ni un amor, ni una caricia

y a pesar de lo dicho no mencionas

que la edad del amor es diferente

y en la simple presión de cada mano,

en el labio creador de todo beso

hay un sabor distinto en cada caso

y el Sol alumbra en cada mediodía

diez mil formas distintas del silencio.

 

 

 

         SEXTA INSTANCIA

 

La madurez del hombre no se advierte

en la historiada arruga de sus dedos

ni en la nieve incipiente que pudiera

dar mayor gravedad a sus intentos.

La madurez del hombre como el otoño llega

imperceptible, acaso,

en una siesta, en un no ya querer

ajena mano,

en un sueño inocente y recurrente

de olvidarse del ciclo y en invierno

saber la realidad salaz del frío

sin piernas dulces que en función de abrigo

preñaron el momento y el recuerdo.

Los ojos buscan la mudez del tiempo

mudable e inmutable por su esencia;

las manos buscan y se tornan sábanas

que ocultan el cadáver de uno mismo.

El viejo dormitorio sigue igual:

los roperos, llamados guardarropas

contienen nuestros trajes inocentes

y ahorcados de sus perchas como reses.

 

El tiempo, Eclesiastés, deja sus huellas,

paraliza un entorno de presente

pero el hombre que soy no se doblega

y se yergue y discute y es el mismo

aquél que en la estación sombría

no suplicó e impuso su docencia.

Los años no son todo, amigo mío,

son cifras de una edad, no un calendario,

son los pasos que damos, sin destino,

que nos llevan de nuevo a la aventura

de mirar otros ojos y otros labios

con la pura mirada del relente.

Son pasos que nos llevan a otros brazos

que ya estériles bajaron su bandera

y en esos brazos encontramos, simple,

el calor que nos calla y nos desea.

Cohelet:

no tiemblo desde el tiempo

de tu presunta, vana, profecía.

La madurez nos brinda el juego limpio

de repetir lo nuestro y cotidiano

sin que un tiempo se atreva a darnos normas,

se atreva a confundirlo que ya somos,

sin que un tiempo de vida ni de muerte,

pero tiempo, eso sí, de conocernos

y de hallar nuevamente en otras páginas

el momento de ser, de ser-en-mi,

de romper para siempre el falso axioma

de que el tiempo de amar muere en distancia.

 

 

 

         SÉPTIMA INSTANCIA

 

Me pregunto, Cohelet, este mi tiempo,

el tiempo que me encubre las mañanas,

mi tiempo de vivir, mi tiempo mío,

¿está también encasillado siempre

en tu código duro de ceñirnos

a un momento crucial de cada vida?

El medio siglo me ofreció el consejo

-ajeno al que tú has dado,compañero-

y me dijo que soy como "el de siempre"

y decir siempre es vieja brujería

que empalidece tu severa frase

de dar a cada etapa un tiempo cierto.

 

Yo recuerdo, en función de mi futuro;

yo soporto, cariátide, mi tiempo

y sé que el paso de los treinta años

abruma mi cabeza, pero ésta

se yergue y avizora amaneceres,

puesta en su sitio, descansando siempre

en la dura columna de mi cuello.

Vuelvo a domar el tiempo a latigazos,

oscuras cicatrices de mi cuerpo

señalan la palabra retenida,

no dicha cuando dijo que era miedo.

 

Desde el presente tiempo en que yo vivo,

abrumado, cargado de ceguera,

hasta el tiempo feliz que me ilusiona,

se advierte la distancia y un deseo:

sin ti, ya, Eclesiastés, yo me construyo

el futuro de un tiempo que no sea

el tiempo que yo vivo y que se abre

al tiempo que es el tuyo, el de mi hermano:

el tiempo no de cárcel ni de muerte,

el tiempo de vivir decentemente

con una luz nutrida para siempre

con el aceite eterno de lo humano.

 

 

 

         COLOFÓN

 

Escúchame, Cohelet, el hijo de David,

o Salomón el Sabio o quien pudiere ser

el autor de los tiempos y tristezas:

tú, pesimista y rico de verdades,

tú, autor de la palabra llamada Eclesiastés,

no puedo comprenderte.

El tiempo de morir está en mi vida

y el tiempo de vivir hace ya tiempo

que tiene los caireles de tu muerte.

 

 

 

 

I N D I C E

 

I        ME HAN DADO LA PALABRA

Me basta un escritorio

En mayo yo he nacido

La voz me ha sido dada

Me han dado la palabra

No es primavera agosto

 

II       SOLAMENTE LOS AÑOS

Este camino trajinado siempre

Otórgame el silencio

Solamente los años

Creyente de los mitos

 

III      LA BARBA Y LA SONRISA

Abramos la tranquera

Triste fracción de la demora

La barba y la sonrisa

Doliente imperativo

Incursión

Jugar al avenueva

Es que mañana es hoy

La pregunta es difícil

Imprecación

 

IV MI VOZ PARA LOS MIOS

Obséquianos tu voz

Y me has hecho llorar

Esta noche

Ciclo

 

V   NO EL TIEMPO DE COHELET

Primera instancia

Segunda instancia

Tercera instancia

Cuarta instancia

Quinta instancia

Sexta instancia

Séptima instancia

Colofón

 

 

 

 

 

 

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