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ELIGIO AYALA (+)

  MIGRACIONES (Obra de ELIGIO AYALA)


MIGRACIONES (Obra de ELIGIO AYALA)

MIGRACIONES

ELIGIO AYALA

Prólogo:  RAMIRO DOMÍNGUEZ

Colección Ciencias Sociales

© Editorial EL LECTOR

Director Editorial: PABLO BURIÁN

Tapa: LUIS ALBERTO BOH

Hecho el depósito que marca la Ley 1328/98

El Lector I: 25 de Mayo y Antequera. Tel. 491 966

El Lector II: San Martín c/ Austria. Tel. 610 639 - 614258/9

www.ellector.com.py

comercial@ellector.com.py  

Esta edición consta de 1.000 ejemplares

Asunción – Paraguay (123 páginas)

 

 

PROLOGO

No se ha dado aún la palabra definitiva sobre la generación de los años '20, época en que se consolidan los primeros esbozos de un estado de derecho en Paraguay, y al influjo de un liberalismo económica que abrió el mercado a la libre competencia y al incremento del dinero circulante se establece sobre todo en la capital una pequeña burguesía que incorpora los gustos y parámetros de la "civilización", según la famosa antinomia propuesta por D. F. Sarmiento.

Caso paradigmático de ese tiempo liminar es Eligio Ayala, que como otros egresados de la Universidad Nacional fueron a Europa a completar sus estudios y oxigenar el intelecto en un contexto diametralmente distinto al pueblerino y aletargado de su entorno natal. Su corta vida, comprometida desde su mocedad en los avatares políticos que sacudían el país, marcó sin embargo la impronta de una personalidad brillante y polémica, y con razón se ha dicho que sin sus medidas económicas el Paraguay no hubiera acertado en los tiempos difíciles de la Guerra del Chaco a enfrentar el desafío de un adversario que le triplicaba en número y equipamiento bélico. En efecto, con los gobiernos de Eligio y Eusebio Ayala el país había accedido en un salto de atleta a la modernidad.

El ensayo que ahora nuevamente recupera El Lector para la bibliografía nacional, fue datado durante la larga pasantía europea del autor en Berna y 1915, años de la Primera Guerra Europea y de tan profundas secuelas en la reformulación del mapa político del continente, con la aceleración del problema social, la crisis del liberalismo clásico y la mecha socialista que desde la Comuna de París seguía caldeando los crispados espíritus. Aunque en su Advertencia rememora que aquel ensayo "Lo escribía sin bandera política plantada a la puerta", a poco de leerlo resalta su esquema de cartilla programática de un intelectual templado en la arena política, y a quien el Estado en su dimensión hegeliana aparece como la forma por excelencia de afirmarse una nación en la historia.

En efecto, ¿cuál sería el "lector implícito" de su ensayo? Aparte el aparato argumental, que nos trae un poco el sabor de las "disertaciones" académicas muy al gusto de la época, y sus tiradas en alemán u otras lenguas europeas a las que tuvo acceso, el texto parece descartar de intento la pretensión de llegar a sus connacionales: "me arrepentiré sinceramente de este trabajo mío si alguna aprobación le fuere dispensada en el Paraguay". Y más arriba declara: "He escrito este ensayo para ordenar, sistematizar y desenvolver las reflexiones que me había sugerido uno de los más importantes problemas sociales del Paraguay". Sería, pues, como un memorándum de autoconsumo y, acaso, para orientar su lectura "ad extra" del tiempo histórico que le tocaba vivir. Pero no descarta una destinación fuera de gabinete: "...publico este ensayo para que él pueda nutrirse, crecer y robustecerse con el alimento de la crítica sana".

Aunque se abordan en él los temas recurrentes del problema en Paraguay, -el latifundio, la mala moneda, las revoluciones-, la argumentación va, más bien por la vertiente teórica: la crítica a las tesis de Oppenheimer sobre el liberalismo social y su peculiar manera de juzgar el monopolio de la propiedad y el latifundio como la causa de los desajustes que por entonces hacían crisis en Europa. A lo que E. Ayala contrapone los supuestos factores positivos del latifundio como agente de concentración de la mano de obra y acelerador del progreso y la industrialización. Después de abundar en razones sobre la confusión entre causa y efectos del latifundio, particularmente sobre documentación europea, concluye no sin razón que "no es la carencia de la pequeña propiedad rural la causa del éxodo". "A veces es el éxodo rural mismo la causa de la concentración de la propiedad inmueble, de la absorción de la pequeña propiedad por la grande". Constatación que aún hoy cobra vigencia en América Latina y el Paraguay, por la endeblez o inadecuación de las políticas de reforma agraria, que abandonan al migrante rural a su suerte en parcelas de monte a desbrozar, sin asistencia técnica ni crediticia, y menos asegurando un mercado accesible y compensatorio a sus productos.

Al distinguir en Paraguay los grandes latifundios "de posesión muerta", que sólo son destinados a lucrar con su plusvalía, rescata el valor de los latifundios de explotación -los "hatos" o estancias, los yerbales, los quebrachales- que a su ver estarían dinamizando la precaria economía rural, aún inmersa en etapas predinerarias; por lo que el campesino de los minifundios accedía de buen grado a abandonar su chacra por la promesa de salario mensual adelantada por la gran empresa rural. Todavía por entonces no había cundido el desánimo en el "mensú" que habría de sangrar buena parte de su salario en amortizar las deudas que los almacenes de la empresa -vid.: La Industrial Paraguaya, Carlos Casado Ltda. o Mate Laranjeira-cobraban por sus adelantos en provisiones y a precios exorbitantes, por lo que empieza el éxodo de la peonada rural y las exacciones que serían tema de denuncia en R. Barrett y en la narrativa de Roa Bastos.

Más actual parece la crítica del autor a la política criolla. Aquí la ironía se instala en el texto como constante, presentando estereotipos y cuadros de costumbre que no parecen haber perdido su vigencia: "En el Paraguay, el poder político, el Poder Ejecutivo, la administración, los puestos públicos y sus sueldos, son el fin predilecto de los partidos". "Se ingresa en la política, en los partidos políticos, para adquirir puestos públicos, para distinguirse, divertirse y ganar plata". "De ahí el oneroso y estéril estatismo, el parasitismo peor que una plaga en el Paraguay. Primer zarpazo a la economía nacional".

Esto trae a cuento lo adelantado en el Capítulo I: "la libertad en el Estado y contra el Estado se incorporó en nuestras instituciones". "Todos los principios del liberalismo económico triunfante en aquella época, fueron incorporados en la formulación teórica de nuestra organización económica. .. Pero faltaban las bases materiales... no todos se convirtieron en fuerzas vivas directoras de la actividad social: "no fincaran en la conciencia pública". Aquí el escalpelo crítico del autor parece herir más a fondo las pústulas de una realidad social que se vestían de modernidad en un esquema mimético, pero sin haber alcanzado los estadios de una aprehensión colectiva y consciente de un Estado de derecho.

Después de ironizar sobre los relumbrones de una burguesía ociosa que se entretiene en la capital tratando de vivir "a la europea" en atuendos y mobiliario, Ayala cierra su opúsculo concluyendo que "el factor político fue el más poderoso, el inicial, en las primeras etapas de nuestra evolución social". "Pero se inicia la reacción económica... El resurgimiento económico llegará a sanear la perversión política".

Por donde ya se insinúa su esquema programático de gobierno, que tanto habría de incidir en la plasmación del Paraguay moderno.

Los anacronismos y flancos flojos del ensayo, parecen sucumbir ante la fuerza con que ataca el autor los puntos críticos de una sociedad campesina, que comenzaba a transitar con pautas urbanas, y a desperezarse de la larga noche impuesta por caudillos de una etapa heroica y serril.

Como agenda personal -y colectiva- de su visión temprana de estadista, cierra el ensayo proponiendo: "Nuestros mejores esfuerzos, y nuestras mejores aptitudes, pues, debemos abocar a la solución acertada y pronta de la cuestión agraria".

Cometido que, lamentablemente, y por su muerte prematura, no se llegó a cumplir, y queda como admonición rondando nuestros planes y proyectos. RAMIRO DOMINGUEZ

Asunción, 27-4-96

 

ADVERTENCIA

1

Otros escriben y que ellos escriban para enseñar. Yo escribo para aprender.

He escrito este ensayo para ordenar, sistematizar y desenvolver las reflexiones que me había sugerido uno de los más importantes problemas sociales del Paraguay.

El es un ensayo modesto y de buena fe. Más no hay que decir de él. No presumo de escribir para los sabios, no abrigo la intención de aleccionar a nadie. Lo he escrito en la creencia de que mis lectores todos son colaboradores míos y atraídos por la esperanza de que lo leerán con atención inteligente y me ayudarán generosamente a corregirme de mis errores. Si todos buscamos la verdad, no sé por qué seremos enemigos y no confederados.

Estoy persuadido de que erraré. No soy, en efecto, más que un modesto principiante en lucubraciones de esta laya. Lejos de pretender enseñar, pues, agradeceré a quienes este trabajo sirva de pretexto para enseñarme.

No me han impulsado tampoco al escribirlo ningún resentimiento, ninguna emulación, ninguna vanidad. Yo no tengo ni humillaciones que vengar ni rencores que satisfacer, ni ambiciosas ilusiones que realizar.

Tampoco he pensado en compradores, en recompensas y en aplausos. Si yo esperase algún encomio por este ensayo, daría prueba de que ignoro total y absolutamente la psicología de los paraguayos. Me atrevo a decir más: me arrepentiré sinceramente de este trabajo mío si alguna aprobación le fuere dispensada en el Paraguay. Ella demostraría que no estoy ni por cima ni por bajo de lo vulgar, de lo ordinario, de los prejuicios corrientes, que carezco todavía de carácter propio.

II

El mismo móvil que me había inducido a escribir este ensayo, me ha impulsado a publicarlo.

El que se esconde de la opinión pública y se aísla, se prefiere a sí mismo. Y el que se prefiere a sí mismo se cree superior a todos, presume de que ya no necesita aprender y nada aprende ni aprenderá, jamás.

Yo no pretendo escribir dogmas indiscutibles. No soy tan incauto para condenar a arresto el desenvolvimiento de mis aptitudes intelectuales por la fanática aceptación de un principio, de un credo o de un sistema.

Yo carezco de esa ciencia semicoagulada, escrita para la enseñanza y para los exámenes, que es siempre popular y bien acogida porque halaga la pereza de unos y encarece los prejuicios de otros.

Los que escriben esta ciencia quieren ser creídos, no discutidos y comprendidos.

Y publico este ensayo para que él pueda nutrirse, crecer y robustecerse con el alimento de la crítica sana.

Yo creo también que en todo caso, "es preferible ser necio con todos que cuerdo a solas",

III

No publico estas reflexiones sin mi nombre propio. Mi pobre nombre está desnudo de toda reputación y de todo prestigio intelectual. El es punto menos que ignorado y no puede interesar a nadie. Soy un mocito vagabundo sin tradición y sin historia a quien un tiempo abrazaba la ambición fibrosa de hacer algo bueno por su patria. Nada más el que carece de un nombre que pueda dar fama a sus obras debe procurar que sus obras den fama a su nombre.

Además para juzgar las ideas, no es preciso saber con qué apelativos fue bautizado el que las ha concebido y emitido. "Todos los hombres son respetables. Son las ideas las que hay que combatir" (Gabriel Alomar).

El seudónimo equivale a enmascarar para arengar al público, escribió Schopenhauer.

Yo creo, al contrario, que la firma propia vale tanto como enmascarar la obra para pasarla a los lectores. Cuando a los intelectuales paraguayos se les expone alguna idea -un gran atrevimiento- no consideran si ella es errónea o acertada. Todo cuanto tiene importancia para ellos, es conocer el autor de cuanto se dice. Conocido el autor prescinden de estudiar su obra porque enseguida la simpatía o antipatía personal se convierte en unidad de medida del valor de su trabajo. Cada uno se disfraza con sus pequeños prejuicios para juzgar. Y entonces el mérito de lo escrito no depende de la obra sino del obrero. El seudónimo es el sacrificio de sí mismo a favor de la obra. La firma propia es el sacrificio de la obra a su nombre. Así es en el Paraguay a mi juicio.

Y sobre todo a mí me ha producido siempre repulsión natural y sinceramente, el hacer flamear la bandera del propio yo por delante de todo cuanto se hace, se dice o escribe.

IV

Escribí este trabajo hace muchos años, en una tranquila y bella ciudad europea: en Berna, en el mes de junio de 1915.

Lo escribía sin bandera política plantada a la puerta, sin sectarismo, sin pasión, fuera de los prejuicios políticos partidistas. Las reflexiones condensadas en él, están basadas en mi corta experiencia política hasta el año 1911.

Los que quieran juzgarlo imparcialmente, habrán de respetar esta circunstancia.

Y no habrán de olvidar tampoco lo que ya he dicho al principio: Yo escribo para aprender; que otros escriban para enseñar.

V

Ahora punto. "Der Autor hat den Mund zu halten, wenn sein Werk den Mund anf tut" (Nietzsche).

(El autor debe callarse la boca, cuando su obra abre la suya (Traducción del autor.)

 

CAPITULO 1

LAS MIGRACIONES EN EL PARAGUAY

El régimen económico a donde llegaron los países europeos, después de larga y accidentada evolución fue el punto de partida de la vida económica del Paraguay.

Sin lucha de clases, sin violentos choques de intereses, sin necesidad de vencer la resistencia de añejas y retardatarias tradiciones, se adaptó al ambiente de la época, desplegó su actividad económica en pleno liberalismo. Cuando hubo concluido la guerra definió la forma de su gobierno, y formuló definitivamente los principios constituyentes de su libertad política y económica. Desde entonces no existe en el Paraguay ninguna vinculación del suelo, ni mayorazgos, ni fideicomisos, ninguna de las instituciones medioevales que aseguran su indivisión en la sucesión de generaciones.

No existe tampoco la servidumbre rural, que convierte en accesorios del suelo a los que le cultivan y bonifican.

La libertad en el Estado y contra el Estado, se incorporó en nuestras instituciones. Se adoptó el principio de libertad de la propiedad inmueble: todos pueden ser propietarios y dejar de serlo, comprar, vender, dividir, usarla o no usarla... sin intervención policial.

Se adoptó la libertad del trabajo: la libertad de contratar, de elegir las profesiones, y la de trasladarse de un lugar a otro.

Se reconoció la libertad del capital: la libertad de los préstamos de dinero, la del crédito...

Se reconoció la libertad de empresa: la libertad de asociarse, la de asociar capitales y actividades personales.

Se declaró la libertad del mercado: la libre concurrencia; la libertad de fijar los precios, la de la oferta y la demanda, la de importar y exportar.

Todos los principios del liberalismo económico triunfante en aquella época, fueron incorporados en la formulación teórica de nuestra organización económica. Pero faltaban las tareas materiales y las condiciones legales de su realización práctica. No todos llegaron a filtrarse y desleírse en el organismo económico nacional, no todos se convirtieron en fuerzas vivas directoras de la actividad social: "no fincaron en la conciencia pública".

Por eso, apenas iniciado nuestro desarrollo económico, se percibieron las manifestaciones objetivas de sus abusos, de sus extravíos.

Algunas de estas libertades se neutralizaron en sí mismas, llegaron a extremos que derogan la libertad porque carecían de adecuadas condiciones reglamentarias, otras fueron torcidas, o abolidas por otras libertades, por los intereses egoístas, porque no existían todavía las orientaciones determinadas por el carácter moral, por una definida disección ética en las costumbres. Es fácil comprobar hoy esta aserción.

El organismo económico del Paraguay está pletórico, robusto, rebosante de energías no desatadas todavía, y sin embargo revela ya algunos síntomas de morbosidad prematura, padece de perturbaciones económicas propias de las maduras civilizaciones.

Las explotaciones agrarias son la actividad productiva fundamental en el Paraguay; ellas debían de ser naturalmente la ocupación predominante de la población. Y sin embargo, el éxodo rural extenúa ya en forma alarmante nuestra actividad económica.

El desarrollo industrial en sus primeras etapas, produjo en los países viejos bruscas y funestas redistribuciones de la población, aceleró la urbanización y la contracción de la población rural, y masas enormes del proletariado, sin ocupaciones en las languidecientes explotaciones agrícolas, desbordantes en los centros urbanos, emigraron a los mercados extranjeros del trabajo.

En el Paraguay no existe todavía ninguna actividad industrial, no existe otra industria que el politicismo: ni grandes fábricas, ni grandes usinas, ni grandes centros urbanos. Y sin embargo la emigración, como incesante hemorragia, debilita, deprime, nuestra incipiente producción económica; nuestra campaña se despuebla y la economía nacional exangüe, languidece y se paraliza.

En el Paraguay, como en Europa, en estados de evolución económica completamente diferentes, en ambientes de diferente complejidad industrial y social, se observan el mismo mal, los mismos fenómenos, la misma nociva dirección en el movimiento de la población. Carecemos de una avanzada Pero hay etapas de la evolución social en que el equilibrio se rompe, en que las migraciones en vez de armonizar las actividades sociales, las perturban, las entorpecen y paralizan.

Las emigraciones determinadas por la contracción económica del país, por la falta de capital y de trabajo, por una propaganda perniciosa, son una pérdida de energías productivas.

Las bruscas y caóticas concentraciones de la población, también pueden ser funestas. Si ellas preceden a la organización económica y a la obtención de los medios económicos necesarios para asegurar la cultura y el bienestar físico y moral de los inmígrados, producen la superpoblación relativa que estimula la criminalidad, los vicios, la degeneración social, el deterioro de la población.

Las migraciones han producido este patológico desequilibrio social en el Paraguay. Las emigraciones sustraen energías valiosas de producción, obreros y consumidores, disminuyen la capacidad adquisitiva de nuestro mercado, extenúan las fuerzas productivas, e imposibilitan la iniciación de la actividad industrial. Y una de las más imperiosas y urgentes necesidades económicas del Paraguay, es la intensificación de la producción agraria.

Es difícil estimular cuantitativamente la despoblación rural en el Paraguay. No creemos que nuestra estadística permita reducirla a cifras todavía. Tampoco existen caracteres definidos y estables de la patología social. El progreso, el bienestar social carecen de caracteres externos inequívocos porque ellos son principalmente estados psicológicos, subjetivos. Con todo, cabe afirmar que muchos fenómenos sociales, denuncian que la despoblación de la campaña es un agente poderoso y morboso de un hondo malestar económico.

El número de jornaleros paraguayas en los "obrajes", los yerbales y quebrachales y otros establecimientos industriales en el extranjero, y el bien perceptible enrarecimiento de los obreros en las labores agrícolas demuestran que ella ha adquirido proporciones anómalas.

El desarrollo de nuestra agricultura ha sido entorpecido por la llamada "crisis de la mano de obra".

Los cultivadores agrícolas, los "peones", hartos de profesión tan "baja" y "envilecida", dan manotadas a las puertas de sus pobres hogares y se marchan camino de la ciudad y del extranjero.

Obreros jóvenes, intrépidos, industriosos, valientes, la porción más vigorosa y sana de la población rural, brazos lozanos y robustos, han desertado de nuestras fértiles tierras labrantías y han ido a marchitar en países extraños las mejores esperanzas de nuestra prosperidad económica.

Las migraciones plantean en el Paraguay no solamente un problema económico, sino un grave problema social. Parece llegado el momento de recordar la sentencia de aquel pensador griego: "No es buen pastor aquel que mira mermar su rebaño, ni es buen gobernante aquel que contempla disminuir su pueblo".

El mal ahonda y se propaga en todas direcciones.

Para afrontarlo, combatirlo y vencerlo, no con fórmulas emolientes y retoques parciales, con ensayos legislativos desmadejados, fragmentarios y superficiales, sino con reformas fundamentales y radicales, es preciso investigar sus causas reales, positivas, concretas, locales, acá en el Paraguay. La migración a la ciudad y la emigración al extranjero, tienen una fuente común: ambas son corrientes de la población rural, ambas provienen de la campaña.

El éxodo rural, la despoblación de la campaña, es el fenómeno genérico, fundamental, original.

Para descubrir las causas de este fenómeno, no bastarán las de su origen. Dos categorías de causas mueven las migraciones: unas que empujan, impelen a la población de la campaña, otras que la atraen, la arrancan de ella. Hay causas de impulsión y de atracción, causas eficientes y finales, cabría decir, del éxodo rural.

El motor que impulsa las migraciones puede ser común a todas, las fuerzas, las sugestiones, los alicientes, los prejuicios, que las atraen a las ciudades y al extranjero, pueden ser completamente diferentes.

Otra distinción muy importante conviene tener en cuenta en la investigación de las causas de la emigración.

Dos grupos de emigrantes netamente diferenciados, se destacan en la emigración paraguaya. El uno se compone de los obreros jóvenes, célibes, que se apartan de sus familias y van a ser jornaleros en las explotaciones industriales extranjeras, no lejos de nuestras fronteras.

El otro, de las familias que se desvinculan completamente de la tierra natal para formar en otra extraña un hogar nuevo y permanente. A mi juicio son pocas las familias que han abandonado definitivamente el Paraguay.

La emigración de familias se produce esporádicamente, en largos intervalos de tiempo. Por su escasa magnitud y frecuencia, no pueden haber afectado profundamente nuestro bienestar económico. Su influencia es casi insensible en la economía nacional.

Pero existe, además las migraciones de las familias de un lugar a otro, dentro del territorio nacional. Estas migraciones han entorpecido continua y largamente nuestro desenvolvimiento económico.

Las migraciones de familias y de obreros dentro del país, y las emigraciones de jornaleros, son las que extenúan nuestro vigor económico. Ellas deben ser el objeto directo de nuestra investigación.

 

CAPITULO V

LA MALA MONEDA

Entre las causas de la despoblación rural, con más frecuencia y con más autoridad invocadas en el Paraguay, puntea la mala moneda.

Por mala moneda se entiende la moneda que no ejercita todas las funciones de la moneda, la moneda de papel inconvertible. En forma más popular y gráfica, podría expresarla con la palabra "emisión".

La "mala moneda" es considerada como causa eficiente de la población rural. Ella expulsa, se dice a la gente trabajadora, como la buena moneda expulsa la mala, conforme a la Ley de Gresham; ella despuebla el Paraguay, diezma nuestra población más que la peste, y sirve de barrera al inmigrante. El primer pecado de este juicio, es su vaguedad, su vaporosidad. Con la palabra "mala moneda" se expresa un régimen monetario, un recurso financiero, pero no sus influencias específicas, concretas, particulares. Con ese impreciso fenómeno, se puede explicar el fenómeno también impreciso de "perturbaciones económicas". En una generalización difusa, ellos concuerdan. Pero pretender explicar el hecho específico de la despoblación rural, con la elástica expresión de "mala moneda", es pedir más de la cuenta. Esa pretensión revela deficiente análisis, ausencia de una sagaz penetración en el complejo tejido de las causas determinantes de la emigración.

"Mala moneda", "emisiones" existieron también en América, y sin embargo, no expulsaron a la gente trabajadora. Nadie emigró de América espantado por la "mala moneda".

La "mala moneda" no diezmó tampoco su población, ni sirvió de barrera al inmigrante europeo. Al contrario, precisamente en las épocas en que las "emisiones" encendían la pasión de la especulación, la inmigración americana subía, aumentaba, era una marea humana, poderosa, pujante, incontrastable.

En América, existió la "mala moneda", y sin embargo, América fue durante siglos la tierra de promisión para el inmigrante europeo; en América encontró su prosperidad una gran parte del proletariado de las viejas civilizaciones.

Por otra parte, si la "mala moneda" tuviera la diabólica eficiencia que se le atribuye, no se comprendería por qué produciría sus efectos respecto de unos y no respecto de otros. Sería difícil concebir por qué con la misma "mala moneda" muchos han hecho fortuna, "América", en el Paraguay. Los modestos horticultores extranjeros, que han pasado de la humilde cabaña, a la categoría de poderosos comerciantes con el empleo de la "mala moneda", hasta ellos podrían objetar con ventajas las académicas disertaciones sobre la "mala moneda" como factor del éxodo rural.

La "mala moneda" pues, así vagamente considerada, es un factor tan poderoso, tan omnipotente que explica todo, la emigración y la inmigración, el progreso y el regreso. Y parece explicar todo porque es incapaz de explicar nada.

La razón es muy simple: la expresión "mala moneda" envuelve una amalgama artificial de influencias contradictorias, que el análisis superficial no percibe. Las palabras son cortas, pero el sentido de ellas es amplio.

Es conveniente pues desenvolverlas, examinar las influencias particulares que ellas significan.

Las influencias principales de la mala moneda, pueden ser reducidas a dos: su influencia sobre el salario, y sobre la medición de los valores.

La "moneda de papel" influye sobre el salario real. Los paraguayos, se dice, emigran porque en el extranjero se le paga con moneda sana; "los obreros huyen del salario a papel inconvertible y acuden en tropel a donde el salario es a oro". El salario a oro tiene un valor real más elevado, mayor poder adquisitivo, que el salario a papel.

El fondo de esta aserción es que el emigrante va a donde el salario real es más elevado, aunque no sea en tropel; que el cambio del monto del salario es la causa reguladora de las migraciones.

Este prejuicio no es joven, tiene siglos de edad. Adam Smith creía ya en su juventud que la elevación y la baja del salario determinan siempre el movimiento de la población. David Ricardo atribuyó una poderosa influencia en el movimiento de la población al nivel del salario en su célebre "ley de bronce".

Según la teoría de Ricardo el trabajo es una mercancía cuyo precio natural es determinado por su costo. Y el costo del trabajo son los gastos indispensables para la conservación de la vida del trabajador. El precio natural del trabajo en el mercado puede ser alterado por la oferta y la demanda. Sí la demanda de trabajo es mayor que la oferta del mismo, el salario se eleva. Esta elevación influye en la distribución de la población. Si los obreros tienen la liberad de elegir el lugar del trabajo, evidentemente acudirán a donde el salario es mayor. Además, según la doctrina de Malthus las mejores condiciones de existencia, contribuyen a acrecentar la población. Y con el aumento de la población, escribió Ricardo, la oferta del trabajo es mayor y el salario vuelve a descender. Si el salario desciende bajo su nivel natural, volverá a producirse otra redistribución de la población. Ella se descentralizará, se dispersará, emigrará del centro en que se aglomeró, se producirá una trasvasación entre los diferentes mercados del trabajo hasta restablecerse el nivel natural del salario. Y en todo caso, si la población ha aumentado demasiado, la escasez de los medios de vida, la miseria, engendrarán los vicios, la criminalidad la mayor mortalidad y ésta disminuirá la oferta de trabajo, conforme a la misma doctrina de Malthus. El salario natural pues es constante, inalterable, constituye una ley inflexible, de bronce, según la doctrina de Ricardo. Entonces se creía en efecto que existe un capital fijo destinado al pago del salario (Wage Fund Theory (Teoría del salario)).

La influencia de esta teoría del salario supervive hasta hoy en muchos autorizados economistas.

Varios economistas han pretendido explicar el fenómeno de la urbanización en Alemania por ejemplo, a principios de su evolución industrial, por la elevación del salario en los centros industriales. A esta misma elevación del salario en los países nuevos se ha atribuido por muchos economistas, la gran inmigración en ellos.

Esas creencias trasañejadas han sido derogadas por estudios más serios, científicos y concretos del fenómeno de las migraciones.

En el período inicial de la evolución industrial, el salario se elevó en los centros urbanos europeos sobre el nivel de los salarios rurales y determinó cierta concentración de la población. Pero este fenómeno fue muy transitorio. En seguida la mayor oferta del trabajo rebajó el salario en las ciudades, y la mayor demanda, lo elevó en la campaña. El éxodo rural en efecto disminuye el número de obreros en las explotaciones agrarias. Al contrario la concentración de la población en los centros urbanos, lo aumenta. El salario se convirtió de causa en efecto de las migraciones casi en seguida. Sin embargo, casi nadie volvió a la campaña. El retorno de los industriales a los trabajos agrícolas, se opera con lentitud infinita, muy trabajosamente hasta ahora en todos los países. Este hecho prueba que la causa de atracción de las migraciones en las ciudades y en el extranjero no fue la elevación del salario solamente, ni ha sido siempre el salario.

Ha habido además migraciones en que el salario no ha influido absolutamente y que por el contrario han determinado la alteración del nivel normal del mismo. Así en las determinadas por el maquinismo agrícola en Inglaterra, por ejemplo.

Hubo una época en que los emigrantes a América eran considerados como mercancías cuyo transporte enriquecían a las empresas marítimas; en que eran expoliados, engañados, robados, y en que morían de hambre en los puertos de New York. Y, sin embargo, la marea de la emigración a América subía y se dilatada sin cesar.

El Dr. Percival denunció las miserias, las crueldades, las angustias de la vida obrera en los sombríos, húmedos, tristes y apestados calabozos de las fábricas de Manchester. Y sin embargo, los cultivadores agrícolas, abandonaban sus hogares, sus tierras, sus familias y acudían a Manchester.

Algunas de las grandes migraciones a Londres coincidieron con hondas crisis del salario: con la baja del salario en la metrópoli, y el aumento del mismo en la campaña.

En casi todos los países europeos, muchos cultivadores permanecen en la campaña con menor salario que el que podrían obtener en los centros industriales y los más permanecen en éstos a pesar del mayor salario que podrían obtener en la campaña. Y no son pocos los que prefieren vivir en las ciudades hasta sin salarios, miserablemente.

La elevación del salario no ha detenido el éxodo rural y al contrarío la deserción de la campaña ha sido menor en períodos en que el salario decrecía y mayor cuando él aumentaba. El salario y la despoblación rural pues han variado en proporción directa, en el pasado.

En el período de 1861-71, la población rural llegó a su apogeo en Inglaterra, y precisamente en el mismo período el salario agrícola aumentaba.

El mismo fenómeno descubre el estudio de tos datos estadísticos del periodo de 1891-1901. En Irlanda, el salario aumentó invariablemente desde el año 1851 hasta el año 1908 lo prueban estos datos estadísticos de Hirst (Progress of Nations – 1912)

 

 

 

No es verdad tampoco que los paraguayos emigran atraídos por el mayor salario.

La superioridad del salario en los establecimientos industriales de los países vecinos es aparente, nominal. Las multas, la defectuosa forma del pago del salario, como el trueque, el pago en especie, los elevados precios de todos los artículos de consumo, reducen el salario nominal, a un salario relativamente insignificante. Por otra parte, no es concebible que por tres o cuatro pesos más, el paraguayo abandone su patria, su hogar, su familia, sus más caras afecciones para peregrinar al través de los desiertos extranjeros, y someterse a los más inhumanos tratamientos, a servicios brutales, a privaciones de las más elementales satisfacciones de la vida. No se conciben tales sacrificios por maravedís más o menos.

Otras fuerzas los mueven, hay otros incentivos, otros factores más poderosos que el salario, "el salario a oro" y a palos de los obreros.

En resolución: rara vez el monto del salario ha ejercido influencia predominante sobre las migraciones. Al contrario, las migaciones han alterado casi siempre el nivel del salario. El salario en vez de ser causa de las migraciones, ha sido efecto de ellas.

Yerran pues, los que atribuyen las emigraciones paraguayas principalmente al desnivel del salario. Y mayor es el error en que incurren los que imputan a la "mala moneda" el descenso del valor real del salario.

El salario real puede disminuir por causas independientes de la "mala moneda".

El movimiento del salario es determinado por las oscilaciones del estado económico, por las coyunturas grandes, pequeñas o transitorias, por el cambio de los precios.

Una parte de los cambios del salario obedece a las fuerzas invencibles del destino (G. Von Schmöller.).

La "mala moneda", "las emisiones" cambian la medida de todos los valores, "el que ayer debía dos amanece debiendo cuatro", se arguye.

Es verdad que ha habido y habrá grandes oscilaciones de valores en el Paraguay. Pero ellas no han provenido solamente de las "emisiones". La teoría monetaria de la cantidad a pesar de su antigüedad y popularidad no encierra toda la verdad.

"La especulación, el error, la ignorancia, producen el movimiento de los precios, y los falsos valores que engendran los abusos, la usura, el ansia de lucro, las expoliaciones, las defraudaciones".

El tambaleo de los precios puede también resultar de muchas otras causas, tales como la especulación, una inundación, una sequía, cualquier accidente natural que rompa bruscamente el equilibrio entre la oferta y la demanda.

Y se sabe que las bruscas oscilaciones de los precios suscitan la desconfianza, el temor, la duda, producen la inseguridad que embarazan la expansión de los negocios, estorban el desarrollo económico, deprimen la vida rural.

Estas desfavorables condiciones de la vida pueden determinar la emigración.

Pero la influencia de la "mala moneda" es indirecta, mediata, reflejada en esta determinación.

Ella sincroniza con otros muchos factores de las perturbaciones económicas en el Paraguay.

Es por consiguiente exagerada y falsa la impulsión directa, inmediata, la poderosa fuerza centrífuga prestada a la "mala moneda" como factor de la despoblación rural. La influencia de la "mala moneda" sobre las migraciones está lejos de ser la fuerza que "expulsa a la gente trabajadora" como la buena moneda expulsa la mala. Esto es una exageración aventurada, caprichosa. No compadece con la realidad.

En la investigación de los efectos de la "mala moneda" no hay que prescindir tampoco de sus funciones buenas, beneficiosas. La "mala moneda" no es la fábrica privilegiada de todos los males económicos y de males solamente.

La moneda de papel inconvertible desempeña en el Paraguay, en muchas transacciones, todas las funciones de la buena moneda.

Para el hortelano, por ejemplo, que va al mercado, vende verduras y compra carne y naranjas, la moneda de papel es una moneda verdadera. Y así se explica que muchos de los pequeños cultivadores agrícolas, que tienen mercado seguro y próximo, medios de explotación; que son previsores y laboriosos, hayan prosperado, a pesar del régimen de la "mala moneda". Es preciso pues reducir la influencia de "la mala moneda" a sus justos límites. Ella es una de las causas del malestar económico, pero solamente una de ellas, y no es el hijo mayor en la familia.

Muchas de las perturbaciones económicas del Paraguay existen también en otros países de moneda sana. Hay también emigración, y despoblación rural en Inglaterra, a pesar de que el régimen monetario inglés es a oro.

Y porque la "mala moneda" no es la causa inmediata de la despoblación rural, no se detendrá tampoco la despoblación rural con sanear la moneda solamente.

 

 

CAPITULO VI

LAS REVOLUCIONES

Se ha considerado también las revoluciones como causas de las emigraciones en el Paraguay. Las revoluciones expulsan a una parte de la población fuera del territorio se ha dicho porque dislocan las condiciones de la vida normal. Siembran el terror en el alma de los cultivadores, la inseguridad, la inquietud, el descontento. Constituyen para ellos una amenaza de su libertad personal, y de la privación de sus bienes, una presión a la que tratan de sustraerse con transponer las fronteras.

Sin embargo, no rara vez, las revoluciones en el Paraguay han abierto la senda de retorno a la patria, han determinado la inmigración de paraguayos en el Paraguay. La triste amargura de la nostalgia, el recuerdo de las afecciones, del hogar propio, la privación de ventajas materiales sobre todo han inducido a los refugiados políticos en el extranjero, muchas veces a recurrir a las revoluciones para reincorporarse en el país.

Las revoluciones pues conducen a las fronteras por las persecuciones, directas o indirectas, por el miedo, por la desesperación, y las revoluciones conducen a la patria ya por la afección, ya por la idolatría de los puestos administrativos.

Las revoluciones son causa de las emigraciones y son efecto de las mismas. Y este círculo vicioso, y esta paradoja demuestran que ellas no son las causas íntimas, determinantes de las emigraciones. Una causa no puede ser efecto de sí misma, efecto y causa al mismo tiempo.

Si las revoluciones fueran las causas de las emigraciones, éstas no existirían en los períodos de pacificación, de tranquilidad general, y serían mayores en los turbulentos y revolucionarios. El efecto ha de ser proporcional a la causa. Las revoluciones son convulsiones políticas efímeras que nunca han durado más que un par de meses en el Paraguay. Con la cesación de las causas, cesarían los efectos, las emigraciones no tendrían razón de existencia. Y sin embargo, la emigración es el fenómeno manifestado desde hace muchos años, con incesante continuidad en el Paraguay. Y ella ha sido mayor en las épocas de paz. Nunca en efecto, la emigración fue tan numerosa, alcanzó un flujo tan grande como después de la Revolución de 1904.

No son además las luchas violentas, armadas, las que más quebrantan el bienestar del labriego paraguayo, sino el odio, las pasiones enconadas, las rivalidades rencorosas, el deseo de la venganza, inflamados, excitados por las mismas revoluciones. De estos sentimientos irritados, resultan las persecuciones, las hostilidades, los peligros que le amedrentan, les ahuyentan, les arrojan fuera del país.

Las revoluciones son como un aparato de concentración de otras causas generales preexistentes; manifiestan los acontecimientos ya determinados por causas mediatas y más permanentes del malestar social, y a veces son los únicos recursos contra ese malestar. Por eso el triunfo de una es el principio de otra. Y esa causa es la política morbosa, la política relajada con su aparato de fuerza: la administración pública, y sus instrumentos de agitación: los partidos.

Las revoluciones, y las emigraciones pues son efectos, son derivados comunes de uno de los más poderosos agentes morbosos de nuestra patología social: la política pervertida.

Las revoluciones son el resultado de la depravación política. Cuando las impulsan el furor por usufructuar los puestos de la administración pública, cuando el sentimiento del derecho, y la libertad. Casi siempre son un recurso contra la opresión política, una rebeldía activa, una reacción de las libertades personales coartadas. Estas revoluciones acusan energías vivas, el vigor de un organismo social no fatigado, no deteriorado por el morbo político.

En ninguna parte, en ninguna época de la historia humana, las revoluciones han extinguido el amor a la patria. Ningún pueblo ha dejado de existir porque ha defendido sus libertades, sino porque no las ha defendido, o no ha sabido defenderlas. Un pueblo que se agita y desprecia la vida por enfrentar los extravíos políticos, los abusos del despotismo, que opone el derecho de la fuerza, y la fuerza a la violencia para restablecer el imperio de la ley, no emigra. Los pueblos viriles han preferido las luchas, hasta las querellas sangrientas a la inmovilidad de la esclavitud.

Las persecuciones políticas, la privación o cohibición de la libertad, los excesos de una política inmoral y servil, no incitan a los pueblos a abandonar su patria. Las tormentas de las revoluciones excitan el patriotismo, intensifican el amor a la patria, forman las almas abnegadas, viriles, patrióticas, que son la garantía de la existencia nacional libre.

Si ligadas a las necesidades económicas han empujado a veces parte de la población fuera de la patria, el hogar amenazado, una desgracia nacional, han tenido siempre la virtud de reincorporarlos en ella.

A principios del siglo XIX el socialismo adolescente, vindicativo, turbulento y agresivo, lanzó violentas acusaciones contra la organización social, demostró las injusticias, las irritantes desigualdades sociales, y coloreó la sociedad futura con todas las pompas de la fantasía triunfante. Y sin embargo, el proletariado prefirió quedarse en su patria a la sonada felicidad de Ycarie.

A pesar de la rudeza del método de asimilación alemán, Alsacia jamás quedó desierta; a pesar de las vejaciones de la más cruel y bárbara autocracia, Polonia jamás se despobló, y a pesar del régimen de asesinato colectivo impuesto por los turcos contra los descontentos en Macedonia, la resignada y heroica población de Macedonia quedó en Macedonia.

Las rebeldías, las sublevaciones, las luchas, tal vez impelen mecánicamente una parte del pueblo fuera del país. Pero los desterrados han de regresar a él, si otras causas no hacen más atractivas su permanencia en el extranjero. Los expelidos por la revolución han de volver por la revolución, si el delirio político se empeña en cerrarles las puertas de sus hogares. Que el móvil de las revoluciones paraguayas sea político o económico, el hecho mismo de la revolución denuncia el interés de permanecer en el país. Si no existiera ese interés, la gente se marcharía afuera tranquilamente, sin exponer su libertad personal, sus bienes y su vida en aventuras guerreras. Las revoluciones no son la causa de la emigración, sino el pretexto.

 

 

CONCLUSIÓN

La estimación de la identidad relativa de las diversas causas de un fenómeno, depende de muy variadas circunstancias. Ellas no están en la completa constitución social como encasilladas conforme a un sistema. En un conjunto de causas, hay causas que son efectos a la vez de otras más generales y amplias. Estas relaciones no son tampoco constantes, varían en las diferentes localidades, y según las mutaciones de la organización social.

El factor político fue el más poderoso, el inicial, en las primeras etapas de nuestra evolución social. El determinó las modalidades de nuestra actividad económica. Su gran influencia prevalece hasta ahora. Pero se inicia la reacción económica contra ella. El resurgimiento económico llegará a sanear la perversión política.

Entre las causas examinadas de las migraciones, las económicas son las más inmediatas y amplias. Y estas causas económicas reciben a la vez el impulso inicial, de la constitución agraria. La distribución agraria es el resorte más potente y actual de las migraciones paraguayas. La grave cuestión social de las migraciones se reduce en última instancia a la cuestión agraria.

Para sanear nuestro desarreglo económico, es evidente que será preferible atacar su causa primaria en vez de dispensar las reformas entre las causas particulares más sensibles y directas.

Abolida la primera, la causa mediata y honda, cesarán las causas pequeñas, superficiales que son radiaciones de ella.

Las causas particulares pueden también recobrar sobre la fundamental. Ellas en efecto constituyen las condiciones, el ambiente en que la principal se ejercita. Pero esta reacción es mucho más lenta, y exige la aplicación de una gran suma de fuerzas.

Nuestros prejuicios políticos podrían ser paulatinamente corregidos con un sistema adecuado de educación por ejemplo. Un sistema racional de la educación agrícola, una organización práctica adecuada del crédito, de las asociaciones cooperativas, de los medios de transporte, una oportuna legislación obrera e impositiva, que eleven las condiciones de vida de la población rural, podrían también, en un largo período de tiempo, reconstruir la constitución agraria, remoldear la repartición del suelo.

Sin embargo, la acción de las reformas que sigan esta senda, sería embarazosa, pesada, lenta, sujeta a interrupciones frecuentes.

Una radical y acertada legislación agraria, una certera solución del problema agrario por el contrario, reanimará inmediatamente la economía rural, reactivará toda la economía nacional. El florecimiento económico creará otros ideales de vida, nuevos estímulos de la actividad, y hará derivar de los esfuerzos, de la política, de caza de puestos administrativos, a explotaciones productivas. El estimulante económico extenuará una gran parte de nuestros prejuicios políticos atávicos.

Confirman esta aserción hechos conocidos, realizados en el Paraguay. En las épocas de las grandes especulaciones por ejemplo, que respondían a las emisiones de papel moneda, la ambición política se debilita enseguida. Todos se ocupan en especular, en improvisar ganancias; jugaban unos contra otros, la concurrencia del interés económico dejaba al margen las ambiciones políticas.

En los períodos de decadencia económica, los políticos sacrificaban sus medios económicos en favor del prestigio que presta la posesión de un puesto administrativo. En los períodos de ebullición especulativa, de efervescencia económica, preferían un par de lotes de tierras en Tacumbú, al cargo de diputado. Nuestros mejores esfuerzos, y nuestras mejores aptitudes, pues, debemos afocar a la solución acertada y pronta de la cuestión agraria.

 

ANEXO I

EXTRACTO DE LA MEMORIA DEL MINISTERIO DE HACIENDA CORRESPONDIENTE AL AÑO FISCAL DE 1921

V

LA ECONOMÍA NACIONAL

LA POBLACIÓN. El sujeto de la actividad económica es la población. El agente creador de la riqueza, la fuerza dinámica de la producción es el trabajo, el trabajador, el obrero, que emanan de la población.

Una población numerosa, sana e inteligente, estimula la actividad económica, anima los negocios, aumenta la riqueza, suscita las invenciones, las reformas progresivas, las iniciativas creadoras, asegura la autonomía de la fortuna.

La población del Paraguay fue diezmada en la Guerra. La actual es pequeñísima con relación a su territorio. Según cálculos de la Dirección de Estadística, el Paraguay cuenta con apenas setecientos mil habitantes.

Y esta escasez de la población, es el factor más poderoso de la pereza y languidez que acusa el desenvolvimiento económico nacional.

El crecimiento vegetativo de esta población, ha sido neutralizado por las emigraciones determinadas cuando por las persecuciones políticas, el temor a las revoluciones y al servicio militar forzoso y cuando por el incentivo de obtener mejores ganancias, en moneda de mayor valor que la nuestra, en las empresas extranjeras, no lejos de nuestras fronteras.

La defectuosa distribución del suelo ha contribuido no poco al éxodo rural. El cultivador paraguayo carecía de tierra propia, de un hogar estable. Cuando se produjo aquel gran entusiasmo por la ganadería y se alambraban los campos y se los compraba para formar nuevas estancias, los pequeños agricultores fueron desahuciados de sus posesiones.

Un vecindario numeroso es incompatible con una estancia bien administrada. Y entonces la masa flotante de los desahuciados por los grandes propietarios y los alambrados, cedieron a mejores atractivos y fueron camino del extranjero con el rencor y acaso la nostalgia en sus corazones.

Así la porción más vigorosa y fuente de nuestra población, los brazos más robustos, la mejor esperanza de nuestra expansión agrícola, abandonó el suelo paraguayo.

Tardíamente, con la Ley del Homestead se intentó atajar esta hemorragia. La aplicación de esta ley ha dado resultados poco satisfactorios. Claro está, ella por sí sola, no puede abolir los complejos y múltiples factores del éxodo rural, no puede hacer atractivo al suelo paraguayo para los que le habrían dejado decepcionados.

Esta ley además tiene en sí misma el germen de su ineficacia. Ella no exige la selección de los propietarios, ni prevé los elementos de la selección. La pequeña propiedad vincula al pequeño cultivador en el suelo, solamente si él es apto para la labor agrícola. El que carece de vocación, de voluntad y aptitudes para bonificar la tierra y vivir de sus productos, no quedará en ella. Será inútil repartir propiedades inmuebles a los incapaces de vivir de su trabajo, en la campaña, y a los que carecen de resolución, de inclinación y de gusto para quedarse en el campo. El informe de la Dirección de Tierras que puede leerse a continuación, contiene los datos numéricos de los resultados de la ley.

RESULTADO DE LA APLICACIÓN DE LA LEY DEL HOMESTEAD. Como toda nueva ley requiere primeramente un período de ensayo para poder anotar los inconvenientes o deficiencias que pueda ofrecer en la práctica a fin de subsanarlos, en lo que fuese posible con algunas disposiciones reglamentarias, se ha creído conveniente seguir corno norma en el comienzo de su aplicación, un procedimiento metódico y moderado. En las colonias creadas desde la vigencia de la ley, se han reservado algunas secciones de lotes, que serán concedidos de conformidad a las prescripciones de la misma. A los pobladores de la colonia "14 de Mayo" se han extendido los títulos de propiedad de sus respectivos lotes, bajo las condiciones de esta ley, y de acuerdo con la autorización especial de la ley N° 355; igual disposición se encuentra en trámite para el otorgamiento de títulos a favor de los pobladores de la colonia "Mauricio José de Troche".

La inmigración ha contribuido con muy poco a aumentar el número de habitantes útiles de nuestro país. Gran parte de los esfuerzos hechos para atraerla se ha neutralizado a sí misma. Un autor de gran nombradía en el Río de la Plata, popularizó la creencia de que "gobernar es poblar (Alberdi)". Se creía ingenuamente que bastaría atraer aluviones de masas obreras para fecundar las tierras de cultivo y para que ellas fructifiquen. Durante mucho tiempo se nos ha ocultado la capciosidad de esta fórmula popular.

No basta poblar para producir, para impulsar el robustecimiento económico de un país. Una población harapienta, fanática e ignorante, no es capaz de consumir siquiera; estorba, en vez de estimular el desarrollo económico. Un proletariado demagógico, poseído por creencias absurdas, turbulento y vindicativo, constituye un peligro para las instituciones que garantizan el gobierno libre. Estos son residuos, clases parasitarias, cuya eliminación favorece el progreso del país, en vez de retardarlo.

Si el número de habitantes fuera el elemento principal de la civilización, China sería superior a Francia, y las Islas Británicas serían peores que Rusia. En ciertos períodos de la historia, como aquel en que la teoría de Malthus enseñoreaba la opinión general europea, se creía encerrar la verdad en la proposición contraria de que "gobernar es despoblar". Esto prueba que la mera dilatación de la población no es una ley absoluta del progreso; que esta ley es hipotética, condicional, histórica.

El aumento cuantitativo del número de habitantes ni es síntoma ni causa por sí solo, del desate de todas las potencialidades económicas de una nación. Es preciso que la población tenga cierto valor cualitativo, aptitudes para el trabajo, hábitos de orden y legalidad, fuerzas y voluntad para producir, algunos medios económicos y cierta cultura.

Y la población cualitativamente seleccionada misma, no es una fuerza que necesariamente condiciona el progreso.

La aglomeración precipitada de habitantes, antes de crearse las condiciones materiales de su conservación y de su cultura, produce la superpoblación relativa, que engendra el vicio, la corrupción, alienta las agitaciones demagógicas y la criminalidad y lesiona el vigor de la raza.

Nuestro país se dejó subyugar por el curanderismo político y, convencido de que efectivamente todo está en poblar para progresar, hizo esfuerzos costosos para atraer la inmigración. Repartió tierras, pagó pasajes, hizo costosas propagandas, pero no se preocupó de condicionar la inmigración, de seleccionar a los inmigrantes, de atraer solamente a los adaptables a nuestro clima, a nuestra situación económica, a nuestras condiciones sociales.

Y por esto se produjo esa trágica paradoja: que en el intento de fomentar la inmigración, pagamos muy caro la acción de descrédito contra nuestro país.

Los inmigrantes llegados al Paraguay no encontraban trabajo propio de sus aptitudes, ni las condiciones sociales buscadas, ni la anhelada prosperidad fácil. Y regresaban a sus tierras, chasqueados, desilusionados, y maldecían del Paraguay en todas partes con el resentimiento común de los fracasados.

Cada inmigrante decepcionado es una condenación del Paraguay. Y ha de fracasar necesariamente el que, mal informado de nuestras condiciones de vida, no ha advertido de nuestras limitadas posibilidades actuales, se forja sueños irrealizables.

No es el número de habitantes, sino las cualidades morales e intelectuales de los mismos, el factor dinámico de las civilizaciones. Diez agricultores laboriosos, resueltos a vincular su suerte futura en la de nuestro país, valen más para nosotros que veinte y cuarenta obreros manufactureros por ejemplo, que no encontrarán trabajo en nuestra capital, y no harán más que engrosar las filas de empleados improductivos, de los agitadores peligrosos, y crear el proletariado económico que es la desgracia de muchos países cultos y que felizmente, no se ha formado todavía entre nosotros.

Juzgo sinceramente que los inmigrantes incapaces de costear siquiera su pasaje hasta nuestros puertos, son gentes que no merecen nuestra protección, porque seguramente no pueden ser útiles colaboradores de nuestro resurgimiento económico.

No hace mucho tiempo se ha iniciado la selección de los inmigrantes. Los llegados durante el año 1921, son los mejores, porque son poseedores de instrumentos de trabajo, de pequeños capitales, y porque han venido en grupos de personas afines, coherentes, capaces de cooperar entre sí. Además los grupos de inmigrantes soportan mejor la soledad de nuestra campaña que los individuos aislados.

El informe de la Dirección de Tierras, que se transcribe a continuación, expresa el número, la nacionalidad y la colocación de los inmigrantes llegados. Servicio inmigratorio. Han llegado durante el año 1921 los siguientes inmigrantes, que clasificados por nacionalidades son: Paraguayos (repatriados) 6, argentinos 9, italianos 7, españoles 5, franceses 6, inglés 1, alemanes 369, austriacos 2, alsaciano l, belgas 6, suizos 130, norteamericanos 5, finlandeses 4, dinamarqueses 1, checoslovaco 1, escocés 1 y rusos 7. Total: 557.

Profesiones: Según las profesiones son: Agricultores 255, albañil 1, agrimensores 2, ajustador 1, arquitectos 3, aviador 1, carnicero 1, carpinteros 9, cervecero 1, cobrero 1, comerciantes 19, cocineros 13, costureras 11, dependientes 8, dentista 1, electricista 3, enfermero 1, encuadernador 1, estudiantes 65, fotógrafo 1, farmacéutico 1, fabricante de carros 1, fundidores 4, foquistas 1, herreros 3, ingenieros 8, jardineros 4, jornaleros 2, lavandera 1, maestras de escuelas 3, marinero 1, médico l, mecánicos 20, misioneros 2, modistas 25, montador 1, músico 1, obreros 7, panadero 1, planchadoras 3, parteras 2, peluqueros 2, quesero 1, relojero 1, talabarteros 2, tapicero 1, tenedor de libros l, torneros 3, sastre 1, zapateros 2 y menos sin profesión 55. Colocaciones: Han sido trasladados por cuenta del Gobierno, en los siguientes puntos, que eligieron para su radicación en el país: Asunción 83, Altos 3, Areguá 2, Concepción 2, Encarnación 3, Guarambaré 1, Horqueta 6, Ybytimí 1, Iturbe 6, Ypané 31, Yuty 1, Fuerte Olimpo 2, Luque 1, Patiño 5, Pilar 1, Puerto Pinasco 2, Rosario Loma 1, San Bernardino 336, San Lorenzo 1, Sapucai 1, Tablada Nueva 7, Villarrica 10, Villa del Rosario 1, Yegros 16, Colonia Antequera 13, Colonia Elisa 1, Colonia Cambyretá 6 Colonia Independencia 229, Col. José Berges 6, Colonia Hohenau 60 y Colonia Monte Sociedad 18.

RESUMEN<

TOTAL DE INMIGRANTES

Año 1917 : 326

Año 1918 : 270

Año 1919 : 349

Año 1920 : 330

Año 1921 : 557

Total : 1.832

FUENTE:   Memoria del Ministerio de Hacienda. Correspondiente al año fiscal de 1921; Imprenta Nacional, 1922. pp. 21-24.

 

 

ANEXO IV

PERFIL BIOGRÁFICO DE ELIGIO AYALA

(Publicado para "La Tribuna" por PASTOR URBIETA ROJAS)

SOCIOLOGOS Y ESTADISTAS

Cuando el doctor ELIGIO AYALA escribió sus MIGRACIONES, durante su estada en Suiza, en 1915, no se imaginaría que adelantaba sus puntos de vista en una especialización que hoy es materia de preferente estudio en una de las ramas de la Sociología moderna. Esta faceta de Eligio Ayala, valdría la pena estudiarla entre los que se dedican a las ciencias sociales, para ubicar a nuestro ilustre compatriota entre los "pioneros" de esta nueva y apasionante materia de altos estudios en América. (No olvidemos que Eligio Ayala dejó también numerosos trabajos inéditos, y que en sus mensajes al Parlamento, hay material abundante no solamente sobre temas sociológicos, sino además relacionados con la Economía y las Finanzas, el desarrollo cultural, la defensa de nuestro territorio, etc. Con sus Migraciones únicamente - trabajo escrito cincuenta y tantos años atrás- no se puede, aunque muchas de sus apreciaciones siguen siendo de actualidad, completar un juicio sobre la capacidad intelectual del que gobernando dentro del libre juego de las normas democráticas, demostró sus excepcionales condiciones de estadista).

Para el espíritu analítico y realizador de Eligio Ayala, no bastaba dar las causas de nuestra despoblación y subdesarrollo, había que concretar soluciones, como lo hizo cuando llegó al gobierno. Su mérito crece en función de la labor personal, pues los técnicos no abundaban, y los recursos financieros del Paraguay, eran estrictamente locales. Para equilibrar el Presupuesto nacional, buscó y obtuvo el ordenamiento de la Finanza Pública, sin descuidar el estímulo de la privada; proyecto leyes administrativas de racional aplicación, e impulsó la mayor producción de nuestros renglones exportables. Realizó lo que entonces de podía llamar "el milagro paraguayo", sin muchos automóviles todavía, pero con el crédito público saneado, confianza en los funcionarios estatales, régimen aduanero moderno, puerto nuevo, marina reforzada con dos cañoneros flamantes, nuevas armas adquiridas sin ruido, militares instruidos en el exterior, misiones técnicas europeas atraídas al Paraguay, etc.; preparativo silencioso para la estructura básica de la defensa del Chaco.

Como estratega político, en lo internacional, basta este dato: la prensa opositora, dio la impresión de que el Paraguay estaba entregado. Nuestro enemigo de entonces, guiado por un paranoico belicista, se entusiasmó con la conquista aparentemente fácil. Y ocurrió lo que en la tríplice: el plan de una breve excursión militar, se trocó en una marcha fúnebre; equivocación de los que desconocen la reacción psicológica de un pueblo como el paraguayo que, ante la agresión exterior, se une y agiganta.

Digamos igualmente que la obra económica-financiera de Eligio Ayala, comenzó en un clima que puso a prueba su capacidad de gobernante pues se salía de un período de anarquía y guerra civil. Y como muestra, otro golpe de visión: lo trajo del exilio a Manuel Domínguez, a fin de crear conciencia con la contribución de su talento, que irradiaba simpatía, y formar el espíritu público para defender ese emporio de trabajo que es hoy el Chaco paraguayo.

 

CONTENIDO

-PRÓLOGO

-ADVERTENCIA

I.- LAS MIGRACIONES EN EL PARAGUAY

II.- EL LATIFUNDIO

III. CRÍTICA DE LA DOCTRINA DEL LIBERALISMO SOCIAL SOBRE EL LATIFUNDIO

IV.- EL LATIFUNDIO EN EL PARAGUAY

V.- LA MALA MONEDA

VI.- LAS REVOLUCIONES

VII.- CAUSAS ECONÓMICAS DE LAS MIGRACIONES

VIII.- LA POLÍTICA

IX.- PERIODICIDAD DE LA AGRICULTURA

X.- LA MIGRACIÓN A LA CAPITAL

- CONCLUSIÓN

- ANEXOS

 

 

  

 

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