Portal Guaraní - 540 PÁGINAS ESENCIALES - Por BLAS BRÍTEZ

Meses después del golpe de Estado de Stroessner en mayo de 1954, Alberto Barrett y dos de sus hermanos, Fabio y Fernando, se mudan a malvivir en Asunción. El artista ofrece sus dibujos en la Plaza Uruguaya. A veces, hay venta, a veces no. Uno vive en Estrella 430. Dos, Fernando y Alberto, viven en el corredor de un taller en Pinozá, casi a la intemperie. Comen cada 48 horas. Suelen reírse a carcajadas después de hacerlo. La felicidad es un plato de comida. A los nietos de Rafael Barrett (1876-1910) les encanta el soyo. Miran las listas de precios, aunque no tengan dinero. Buscan la palabrita que los hace reír: soyo.

Luego de comer, caminan por la ciudad silenciosa en pleno mediodía. Es la Asunción sitiada por los esbirros de Stroessner, a quien Alberto conoció cuando fue a cobrar un cheque en el Banco del Paraguay, antes de que la familia Barrett fuera perseguida por la recién instaurada dictadura, como antes había sido perseguida (y exiliada) por la de Higinio Morínigo. Stroessner estaba en la fila bancaria, dos lugares frente a él. Tenía un portafolio marrón. Era el encargado de retirar el dinero para el Regimiento de Artillería Nº 1 de Paraguarí. El bolso se desplegaba en tres y se convertía, de repente, en "un abultado saco de plata".

Al conseguir trabajo como letristas de carteles en 1955, Alberto y Fernando se ponen manos a la obra: reparan y repintan un letrero de "Pantalones El Dorado", una tienda de mediados del siglo pasado sobre la calle Colón. Entre crisis de asma y gripes, se enteran de que un compañero de la Federación Juvenil Comunista ha caído preso. Alberto no tardará en caer también. Es la Asunción de Stroessner. Lo será por los próximos treinta y cinco años.

La semana pasada se presentó en Asunción Autobiografía clandestina, de Alberto Barrett. Para quienes conocen su agitada historia de militante comunista, es un libro largamente esperado. Con 83 años, es el retratista de quienes la dictadura persiguió, torturó y asesinó. La contratapa del libro, editado por Arandurã, reproduce decenas de esos retratos. Vive en Buenos Aires, en donde el Operativo Cóndor lo secuestró en 1978.

Alberto no tendrá la pluma incisiva, lacerante de su abuelo Rafael, pero estas memorias no son un mero popurrí de anécdotas, sino la inteligente reconstrucción de un país y un tiempo, vistos y vividos por él; la narración personal de la batalla política que se libró entre los años 40 y 80 contra el totalitarismo. Como dibujante y pintor que es, Alberto Barrett imprime en su libro colores, olores, sabores, sobre todo en los pasajes dedicados a su infancia y su juventud; así como el miedo, el asco, la sorpresa por la endeblez y la fortaleza de la condición humana, son sensaciones diestramente provocadas por los propios escabrosos pasajes de su vida adulta (por momentos peliculesca), pero también por su pericia narrativa.

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