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RUBÉN BAREIRO SAGUIER (+)

  LA MAGIA DE LA PALABRA (EL AMOR DE MIS AMORES de RAQUEL SAGUIER) - Texto de RUBEN BAREIRO SAGUIER


LA MAGIA DE LA PALABRA (EL AMOR DE MIS AMORES de RAQUEL SAGUIER) - Texto de RUBEN BAREIRO SAGUIER

LA MAGIA DE LA PALABRA

(EL AMOR DE MIS AMORES de RAQUEL SAGUIER)

Texto de RUBEN BAREIRO SAGUIER



La noche anochece dos veces, la sombra es misteriosa y espesa en el pecho... la niña frunce el sueño y sueña con insomnio vivo, sueña con los trapecistas que hacen volteretas apostando a la vida, cara o cruz de una inmaterial moneda de confuso miedo.

La niña juega con angustia a la cruz del silencio espeso que habita la noche, o a la del chirrido que hace la llave en la cerradura de la puerta cancel. Pero no es el miedo lo que la arropa. Es el hato de palabras que resonarán en sus oídos cuando los pasos transiten el zaguán y lleguen al dormitorio. Esas palabras agrias que suben de tono, que no entiende, mejor, no quiere entender, y esconde su cabeza, tapona sus oídos con la almohada, que apenas reduce el sonido de la discusión, pero no borra el ácido, áspero, avinagrado ronroneo que la almohada no acalla.

La niña que Raquel "perdió en el circo" es el inicio de una intensa y alucinante trayectoria por el camino de la palabra. Cuando nace la niña, la autora dice -en alguna remota declaración- que en ese momento comprendió que sus manos iban a ser la puerta de sus voces.

Y así fue. Así es. Esta su sexta novela despliega en forma deslumbrante -sombría por momentos- el alambicado estilo de su insólita escritura. Las imágenes inusitadas, imprevistas y eficaces han ido afirmando, afinando y enriqueciendo su voz.

Porque, como ella dice, aquella niña fue creciendo con ella, a su lado y en su pecho. Pongo en relación directa a "LA NIÑA QUE PERDÍ EN EL CIRCO" con "EL AMOR DE MIS AMORES", porque la autora misma lo afirma y se constata con la lectura de esta obra, en cuyos capítulos iniciales se ve el despliegue que va de una infancia perturbada por las inquietudes de sus noches desgarradas, en las que el sueño está zurcido con hilos de pesadumbre y atado con alambres de vigilias.

Intuitivamente, Raquel comienza esta novela avanzando, en las primeras páginas, el final. Hermana los dos extremos con unas palabras reveladoras, de las que unen: "Se hubiera dicho que el dolor siempre formó parte de mí. Convivió conmigo siempre. Ya empezó a manifestarse cuando yo todavía estaba lejos y nadie ni siquiera sospechaba que alguna vez llegaría, con el mismo cargamento bíblico de un nombre que hasta hoy conservo, y la misma adultez de un farol, con una mínima porción de luz entre una ancha proliferación de sombras".

La relación entre las dos evocadas novelas es evidente. Las mismas están unidas por múltiples lazos de convergencia, de continuidad, y es raíz desgarradora del dolor. La cita no es hecha por casualidad. El fragmento pone en evidencia la belleza elaborada como al azar, de la prosa que asume hasta el "cargamento bíblico" de su nombre, Raquel, el de la esposa de Jacob, la que vivió situaciones terribles -y felices-, en parte análogas a las de su homónima.

Se me impone dar un fugaz escarceo de nuestra brillante escritora, de su ensamblamiento hecho con espontánea y feliz trayectoria, en la que dice mucho. Lo cual no facilita la tarea del azorado comentador. Raquel dice todo y lo demás... dejando en el aire al pretendido crítico o simple comentarista, porque detrás del discurso existe siempre una alusión imprevista.

Raquel no rebusca palabras para concretar su escritura; las expresiones, los vocablos, las metáforas osadas, las aliteraciones, las alegorías, las prosopopeyas, los tropos, le salen espontáneamente; todas las figuras retóricas, muy personales, acuden como conejitos salidos del sombrero de un ilusionista. "Veredas que yo veía pasar todos los días, hamacando sus saludos desde los sillones de mimbre ... Veredas de arroz con leche me quiero casar". El pequeño fragmento ejemplifica la a-lógica expresión con que la autora matiza traviesamente su escritura.

No resisto dejar de transcribir otro pasaje, que es una verdadera jitan-jáfora surrealista, vanguardista: "A pesar de las continuas acechanzas de la niña que todavía me cabezudeaba a flor de piel... que llueva, que llueva, la vieja está en la cueva, los pajaritos cantan, las nubes se levantan... ".

 "EL AMOR DE MIS AMORES" no es una novela convencional, tanto por los motivos metafóricamente señalados, como por la estructura de la obra.

Los episodios no se suceden cronológicamente, sino de acuerdo con un código "caprichoso", que anticipa hechos a través de escenas que luego, al final, ocupan su sitio en el tiempo de su acontecer, cobrando así su sentido pleno, sugerido con antelación, como en crucigrama. Según ella misma dice, "el azar es el encargado de reunir eternidades ", este aparente aspecto descuidado es, al fin de cuentas, una manera de avanzar -o retrasar-hechos que uno los va buscando para completar el sentido de lo narrado, con lo cual se plantea un doble incentivo.

El romance de la novela comenzó, como ocurre muy a menudo, en una o varias de las salidas atropelladas del colegio. Ocasión que permitía a los jóvenes galanes extasiarse en la contemplación de las niñas bullangueras. En una de esas, un joven le llamó la atención, "observándolo a mis anchas y a mis largas ... sus ojos tan azules, tan de cielo, me fascinaron..., entonces creí que el cielo había accedido a cortarse en pedacitos para poder ingresar en ellos... tenía una manera casi táctil de mirarme", con una acotación que tiene todo el sabor grácil que la caracteriza: "en la misma actitud del que al mirar me come pero no convida". Cuando se entabla la relación, "siempre era yo la imagen que hablaba, y él siempre la imagen que me miraba hablar".

Siguiendo el desarrollo de la relación, que la autora continúa con sus cambios imprevistos, para atrás o para adelante, podemos enterarnos del noviazgo, del casamiento, y la llegada de los tres vástagos, hasta el momento en que estos crecen y empiezan a hacer su vida.

Raquel constató que las voces que había marginado por sus deberes hogareños, "las llevaba tatuadas en la médula espinal de las entrañas", Y munida de un lápiz, la ansiedad y un papel, escribió sin pausa, prosiguió con la labor que comenzó con "La niña... ". Es conmovedora la manera de contar la avidez del que escribe "a mano" -conmovedora para mí, que también soy un "trabajador manual", de pluma y papel-. La autora se extasía relatando el contacto erótico de la tinta al ser absorbida por la trama blanca que la acoge.

Hay dos momentos intensos y capitales en la narración, que merecen un comentario. El primero se refiere a "la gran afición por el tango", que ella descubre en una ocasión en que él la invita a bailar. "Tan caballeroso el hombre, tan circunspecto, pero con el tango se descontrolaba, era un hombre de coraje, era uno como no hay dos, les salía sobrando a todos". Una larga e intensa reflexión cuenta la escena en la que él la arrastra, "ya no sentía las piernas ", dejándose conducir en medio de las "figuras" de la danza, y los huecos de su propio cuerpo se iban llenando y vaciando con las volteretas y los pasos a un lado, al otro, por delante, por detrás"... "Y, cosa todavía más notable: estando así en sus brazos, por primera vez me embarga la ilusión de que la eternidad puede escucharse... Aunque todo esté hecho de sinrazones, esta noche yo me escucho eternizar sobre ti arrojada". La descripción es fuerte y destaca la figura del compañero; ese momento intenso les acerca a la "eternidad", que ella experimenta y expresa con firmeza.

En la otra ocasión el caballero demuestra su gallardía montado en su alazán participando en unas pruebas ecuestres. Él hacía danzar al animal al ritmo de los instrumentos musicales -violines, timbales, flauta, clarinete, saxo, trompetas- que iban invitando a los participantes -caballero y caballo- a realizar una especie de ballet. Con sus botas lustrosas, su estampa erguida, "toda su atención concentrada en la estampida final de la rienda suelta, del galopar sin restricciones, de la larga polvareda que también los iría siguiendo, hasta toparse otra vez con aquellas palabras de él que Picazo escuchaba muy pegadas a sus orejas: Volaremos juntos, hermano... ".

Recuerdo la descripción de la autora, que relata magníficamente la acción. Yo la reconozco y aunque nunca participé en una prueba ecuestre, sé lo que es volar con el galope desenfrenado de un equino. Las dos últimas escenas, además de ser brillantes y poner en evidencia la galanura del personaje, contrastan brutal-mente con la historia paralela que, en alguna página, comienza: "Empezó por perder el equilibrio y a desplazarse tanteando los objetos, hasta que de tanto apoyarse en las paredes era igual que si fuera caminando con las manos".

Esta situación, que comienza anticipadamente en la obra y se va entretejiendo de manera magistral con el derrotero que comenté, esta parte hay que leerla en la escritura de Raquel misma, que vivió desgarrada y solidaria al lado de su marido los ocho años que duró... "y hasta ahora". No me siento con el derecho de hacer comentario alguno sobre esta parte de una gran novela, que afirma la pluma de Raquel Saguier, llegando lejos en la magia de la escritura.

RUBÉN BAREIRO SAGUIER


 

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Fuente:  EL AMOR DE MIS AMORES

Novela de RAQUEL SAGUIER

Editorial Servilibro, Dirección editorial: Vidalia Sánchez,

Diseño de tapa: Celeste Prieto,

Asunción-Paraguay,. Julio 2007. 189 páginas

 

 

 

 

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