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RUBÉN BAREIRO SAGUIER (+)

  OJO POR DIENTE, 2011 - Cuentos de RUBÉN BAREIRO SAGUIER


OJO POR DIENTE, 2011 - Cuentos de RUBÉN BAREIRO SAGUIER

OJO POR DIENTE

RUBÉN BAREIRO SAGUIER

BIBLIOTECA DE OBRAS SELECTAS DE

AUTORES PARAGUAYOS Nº 2

 

EDITORIAL SERVILIBRO

25 de Mayo Esq. México

Telefax: (595-21) 444 770

E-mail: servilibro@gmail.com

www.servilibro.com.py

Plaza Uruguaya -Asunción -Paraguay

Dirección editorial: Vidalia Sánchez

Presentación: Carlos Villagra Marsal

Selección y prólogo: Osvaldo González Real

Tapa: Carolina Falcone

© SERVILIBRO

Esta edición consta de 14.000 Ejemplares

Asunción, Octubre 2011

Hecho el depósito que marca la ley N° 1328/98

 

 

 

 

PRÓLOGO

 

         El poeta y narrador villetano Rubén Bareiro Saguier, es uno de los mejores representantes de la cuentística paraguaya. Con su libro Ojo por Diente recibió, en 1971 uno de los premios más importantes del continente: el Premio Casa de las Américas. A raíz de este galardón, -en una de sus visitas a nuestro país- fue apresado por la policía de Stroessner y condenado a prisión. La razón esgrimida por los personeros del dictador era la siguiente: "la obra, de corte marxista, fue otorgada por el gobierno de Fidel Castro".

         La verdadera razón, era otra: varios cuentos eran una acerba crítica a los desmanes y crueldades de la tiranía estatal y una denuncia a las torturas y violaciones de los derechos humanos de los presos políticos. Por causa de la censura policíaca, la obra no pudo llegar "oficialmente" a los lectores paraguayos hasta después de mucho tiempo. Se la leía clandestinamente, lo cual aumentaba su valor testimonial y su popularidad.

         El hecho de que el autor haya estado exiliado en Francia, imprime a los cuentos un aura de nostalgia, ya que la visión de la patria lejana es dada "desde la otra orilla", es decir desde la libertad.

         En el relato Solo un momentito, un muchacho revolucionario va a ser fusilado por su propio pariente (quien pelea en la facción contraria) y es consolado, jocosamente, por su compadre antes de morir con la frase, que da nombre al relato. En ciertos textos, asistimos a la defensa de la memoria del pueblo, que debe conservar intactos los recuerdos.

         La violencia instalada por la Revolución del 47 marca, con el odio y el fanatismo partidario, el destino de las víctimas de la Guerra Civil. Los personajes de Pacto de Sangre, por otra parte, superan las diferencias (víctima-verdugo) y eligen la libertad. Uno de los protagonistas de estas historias (Diente por diente) se vuelve loco por presión de las circunstancias atroces que le toca vivir. La angustia experimentada por los prisioneros que serán llevados a la sala de torturas, para la confesión, es descrita, detalladamente, por Bareiro Saguier a través de una prosa -por momentos poética- que nos enfrenta con las lacras de nuestra sociedad: la corrupción, la hipocresía, el sadismo y la ferocidad de los sicarios del régimen más la desarticulación y aniquilación de las familias que están condenadas a partir al exilio.

         El sabor del terruño: la tierra roja de su Guarnipitán natal, empapa con su savia primigenia, la obra entera del escritor para recordarnos que nos debemos a nuestras raíces ancestrales y a nuestro destino como nación libre y soberana.

 

 

 

 

Buenos Aires, de julio de 1970.

 

Mi querido Rubén

 

         Recibí ayer tu carta del 4, y te la contesto de inmediato juntamente con la que recibí con tus originales, fechada el 2 de junio. Te pongo lo de la fecha del 2 (por lo antigua), para que no imagines que demoré de gusto la respuesta.

         Voy a tratar de responder a las dos, lo más sintéticamente posible, pues estoy enredado en la maraña por unos embrollos que me tienen loco, y ya te contaré en detalle cuando nos veamos, púes, según me anuncias en tu última, tienes decidido venirte para estos pagos alrededor del 20. Me alegra mucho, por un lado, que vengas, y por otro me inquietan bastante los motivos que le fuerzan a largarte de todos modos. Quiero que me sientas más que nunca a tu lado, hermano, en estas penosas circunstancias que las vivo y padezco como mías, pues he sufrido en carne propia la lenta extinción de mamá en el 53, y a los 17 años de distancia, aún me eriza la piel esta especie de segundo y último desgarramiento placentario a distancia. ¡Maldita vida esta que nos deja vivir sino a costa de tantas muertes propias y ajenas!

         Paso revista a las distintas cuestiones contenidas en tus cartas. Lo hago, naturalmente en prioridad con Tus cuentos (¡Muy lindo el título!)

         Los leí de un tirón y encontré que, salvo dos o tres, en los cuales la carga localista, para decirlo de algún modo, no es del todo transpuesta a tu íntimo modo de transfigurar simbólicamente los contenidos temáticos, los demás son excelentes. Prefiero, sin lugar a dudas, como los mejores Salmón y dorado. Ronda nocturna (con ese extraño y muy logrado contrapunto a dos voces, a dos tiempos, que inscriben un subtexto mítico de gran intensidad en esa sucesión de hechos muy reales y típicos). También esa especie de diálogo de muertos de Ojo por ojo, punteado de aciertos verbales y con una atmósfera que se va enrareciendo hacia abajo, hasta el fondo de la tierra, en una espiral casi metafísica con su mecha final de "pelos crecidos, uñas largas y moradas, ese metro y medio de la tierra, de fuego rojo". La historia de Ojo por ojo y el duelo de las "pintadas ", también resulta muy eficaz y está hecho con mano y "ojo" muy seguros. Lo mismo se diría de Solo un momentito que recuerda cierto trémolo rulfiano, sobre todo el de ¡Diles que no me maten! (no hablo de influencia, ni siquiera de reminiscencias temáticas; hablo solo del sabor y de esa intensidad susurrada que el amigo Juan maneja como solo él sabe hacerlo, y te lo digo no como objeción sino como elogio). El último Pacto de Sangre, se me ocurre que es también otro de los más logrados. Evidentemente, tu cuerda de la nostalgia y del eterno regreso itinerante (que dio su combustión a Biografía, su quemazón interna más significativa) también queman esa historia de lejanías y traiciones y el personaje de Proní se nos queda en la retina, en la pantalla reticular de eso que Burroughs llamó un film biológico. Es también evidente, Rubén, que vos y yo rengueamos de la misma pata bajo el peso de esa piedra negra del "destierro" que tratamos de remontar como el Sísifo de Camus hasta la cima de un vacío existencial que no se puede llenar con nada, pero donde ulula el viento lúgubre de serenata a la "amada muerta" (…).

         Lo que anticipo sobre tus originales tómalo a beneficio de inventario. Haz de cuenta que estoy reaccionando a una lectura muy veloz, ávida y parcial. Cuando vengas, ya tendré una opinión más clara. Y discutiremos el asunto. Mi posible ida a Asunción está en principio, condicionada a la tuya. Sin vos allá el atractivo del viaje disminuye para mí en más de un 50%.

         Un abrazo fratello.

         Augusto Roa Bastos

 

 

 

 

BROWNING 45

 

         Cómo no, Evaristo -la voz del hombre gordo sonó suave, casi servil.

         La silueta dura del mozo se recortaba contra la amanecida lechosa del cielo, que el agua duplicaba y quebraba de ola en ola. El muelle Lucero estaba prácticamente desierto; el Doctor era tempranero y nunca la lancha le había ganado. El mozo mantenía la mano firmemente metida en el bolsillo derecho. Su voz había sido más temblona de lo que hubiera deseado, cuando dijo:

         - Doctor, quiero hablarle...

         "Mierda, la chinita le contó todo".

         - Diga, Evaristo -insistió el Doctor, con voz más segura, mirando hacia los pocos pasajeros sentados en la penumbra de la lancha; oyó indistintamente las conversaciones. "Empezá a cebar el motor...", "Mi vaca mermó mucho...", "...ha de ser la seca...", "...la pobre tiene la tuber...", "...todo subió, hasta la maíz...", "...qué terrible es la consunción...", "...una diarrea que no le para ni con jugo de...".

         - Mejor allá -el mozo mostraba el costado del muelle.

         Oyeron las primeras toses herrumbradas del motor mientras caminaban por la planchada. Se cruzaron con una sombra delgada que subía con un mazo al hombro.

         - Buen día.

         - Hola, Juan.

         - Buen día, don Lucero.

         El Doctor miró las estrellas que se despedazaban con los golpes de las olas; los ladridos del agua asediaban la arena de la costa. La figura de ambos hombres iba destacándose sobre el amanecer, cerca de los yuyos, cerca del aromital que embalsamaba la luz rosada, creciendo y creciendo desde el este sobre la corriente del río. El mozo guardaba la mano derecha enfundada en el bolsillo: hablaba con tono suave, entrecortado, mas la voz se había afirmado. Pero lo que más se oía era la verborrea meliflua del hombre gordo: oleadas y oleadas de palabras; la marea que sube, que va envolviendo.

         - Pero no, Evaristo... usted sabe... el sentido de las palabras es engañoso, y yo, comprendo, su señorita novia pudo haber entendido mal mis paternales solicitaciones. No, eso no... en ningún momento... ni siquiera lo he pensado... Claro que es una chica muy linda, pero, imagínese... a mi edad, y a esa muchacha que puede ser mi nieta, ya no digo mi hija... Eso es mentira, la gente exagera, es fantasiosa... Ese chico no se me parece para nada, es un enclenque; no me hacen ningún favor al atribuirme... usted ve la fuerza de mi semilla; fíjese en la planta de mis hijos: la figura apolínea del militar y la apostura reflexiva del seminarista, y su inteligencia... para no hablar sino de los mayores. Pero si yo he protegido toda la vida a la familia de la Eudosia, ¿Quién le ha sacado a su padre de la cárcel? Y su causa sí que era jodida. ¿Y quién les da trabajo de lavandera a su madre y a las muchachas? ¿Quién les recibe en su casa como criadas? Es en el seno cristiano de mi hogar, de mi familia... Pero no, Evaristo, esa es otra mentira, mi hijo Abdulio es un santo, está dedicado al servicio de Nuestro Señor y la hermana de Eudosia es mucho más vieja que él.

Bueno, el militar sí es un gaucho; pero también, con el porte de macho que tiene. Pero no se mete con las muchachitas de por aquí; usted sabe, es adulado por las niñas de nuestra mejor sociedad capitalina. El gran Jefe lo quiere mucho y -esto entre nosotros- lo lleva en su compañía para sus farras; esto lo supe por ahí, él es muy callado. Bueno... se dice... se dice... pero no es seguro; hay tanta gente parecida sin necesidad de que sean padre e hijo... todo el chisme sale de que su madre fue un tiempo sirvienta en mi casa. No... usted no puede creer todo eso. Claro, darle unos consejos, ya que su padre es un borrachín que anda tirado de boliche en boliche... Sí, pero afectuosamente, nada más, como lo haría un padre con su hija... sin mala intención... ha confundido el afecto paterno -y lo entiendo, nunca lo tuvo- con la otra cosa. Fíjese, a mi edad... y con mi posición social y mi condición de jefe de una familia honesta y cristiana, asentada sobre sólidas bases morales. No es para alabarme, Evaristo, pero en la Capital todo el mundo, ni qué decir mis colegas del Tribunal, respetan y admiran a este humilde servidor que tiene el gusto de dirigirle la palabra. Por algo el Partido hace tanto tiempo que me ha dado y me renueva la confianza en este pueblo... Dígame, Evaristo, ¿quién creó la sala de lotería familiar y el servicio diario de la quiniela?, ¿quién hizo arreglar la cancha de carreras?, ¿quién consiguió la libre práctica de ese sano deporte de las riñas de gallos? Antes no se jugaba en este pueblo sino truco, macá, chiquichuela o tuka'ë koreko. ¿Quién, dígame Evaristo, quién consiguió que se inaugure el teléfono aquí? Éstas son obras de progreso. No importa si después tuvieron que llevar la instalación a otro lado; es necesario que haya progreso en todas partes, no podemos ser egoístas; ¿no le parece? Oficialmente tenemos teléfono en el pueblo, y eso es lo importante: el Superior Gobierno cumple. No le quiero cansar con mis cosas, pero usted ha de recordar que la Corporación de Alcoholes puso una Agencia en el pueblo, gracias a mis gestiones, y hasta me confió la gerencia; mediante eso, tenemos caña buena y a precio conveniente. Usted se ha de acordar que regalé tres bancos a la escuela y que hice reparar la iglesia cuando mi caballo le ganó al parejero de los Espínola. No... eso no es cierto, eso inventaron ellos, de puro pichados; mi parejero ganó en buena ley, si hasta el Pa'í Laya estuvo de acuerdo que le sacó una oreja al alazán de los Espínola. El Pa'í quedó muy contento con los santos nuevos, bien pintados, bien vestidos, lindos... si parecen gente, sólo falta que hablen... ¡Qué mentira! ¿Quién va a querer esas imágenes viejas, apelechadas, llenas de termitas? Ni los gringos son capaces de dar un centavo por esas porquerías. El Pa'í Laya habrá hecho fuego con esa madera podrida. Eso es pura maldad. El Padre es macanudo, un santo, eso es lo que es. Su prima, que se desvive por cuidarle, me cuenta: todo el día reza, ¡hasta en latín! Y de noche la despierta de repente para rezar un rosario juntos. Un santo y un sabio. ¡Claro! ¡Cómo no va a estar de acuerdo con el Superior Gobierno que representa la legalidad, la paz, el progreso, el bienestar para todos los ciudadanos que quieren colaborar y no joder de balde! En el Derecho Canónico está establecido eso, y él no puede ir contra su doctrina. Además, el Gobierno le ayuda en su sagrada misión: la de un sueldito, le facilita transportes, le libera de derechos aduaneros... Esto es normal, somos un país católico, apostólico, romano... Por lo que veo, Evaristo, usted anda mucho con esa gentuza amargada de la oposición, que durante años y años no construyó nada, y ahora quiere destruir todo, y no hace otra cosa que hablar mal del prójimo y decir mentiras sobre el Superior Gobierno y sus obras. Esa es mala junta, le prevengo. Y con un padre como el que usted tiene, honesto y antiguo servidor de nuestro Partido... Usted anda por la mala senda...

         La luz empezaba a dibujar mejor los objetos, dándoles un matiz ligeramente cobrizo. La tierra nacía una vez más de las espumas rosadas del río, con su carga de yuyos, de vacas, de palabras, de maleza. El Doctor prestó atención a los mazazos que Juan Lucero daba sobre los postes de su muelle y el ronquido cada vez más insistente del motor de la embarcación. "Parece que se está convenciendo el arriero... ¡Carajo, todavía me va a hacer perder la lancha!". Ahora veía mejor los rasgos adolescentes del rostro moreno, sus labios que apenas se movían, de vez en cuando, con un monosílabo o algunas palabras entrecortadas. Vio que la mano se aflojaba en el bolsillo del mozo. Volvió a la carga.

         - Mi querido Evaristo, me parece que tu padre no arregló su asunto con el Banco. Eh..., yo le dije bien. Decile que venga a verme; el nuevo Gerente General es muy amigo... y me debe algunos servicios, por las últimas elecciones especialmente. No... no..., claro, el asunto es otro; esto sólo te decía de paso, como que ahora tengo este placer de conversar contigo. ¿Sabes?, ando tan ocupado que me es difícil ver hasta a los amigos... Claro, yo comprendo tu reacción; es lo que corresponde a un verdadero macho, a un hombre con los cojones bien plantados ¡Claro!, ¡claro! Pero en este caso hay un lamentable error. Estoy seguro que Eudosia estará dispuesta a corregir su juicio algo... diría apresurado. Ella se ha criado prácticamente en nuestra casa, protegida por los buenos consejos de mi señora esposa, tan llenos de sabiduría, de moral cristiana. Pero fíjate, si Eudosia hizo la primera comunión con mis hijas, con Silvia y Antoñita. No sé si te acordás, parecían tres ángeles, todas de blanco. Mi señora le dio para su vestido el tul de un mosquitero que todavía estaba en buen estado. Y después de recibir el Santo Sacramento estuvo con nosotros a tomar chocolate con mis hijas y sus amiguitas. ¡Cómo ella pudo haber pensado, mi Dios! Hasta soy capaz de arrepentirme de los pecados que no he cometido. ¡Qué diría ese santo apóstol, el Pa'i Laya si supiera, él que conoce mis faltas y también mis humildes virtudes! Solamente mi confesor sabe todo lo que hago por este pueblo, sin pregonarlo, claro. "El bien sin mirar a quien", como dice acertadamente el refrán, que es la sabiduría popular. Evaristo, vos sos joven, escuchá los consejos que te da este viejo, que es un poco tu padre, casi el padre de este nuestro hermoso pueblo. Yo tengo mis años bien vividos y no sería para mí una catástrofe desaparecer; ya he hecho mi vida, he servido a mis semejantes y, por qué no decirlo, me he divertido bastante; no me puedo quejar. Vos sos joven y tenés muchos años por delante, un porvenir brillante. Imagínate lo que sería ese futuro prometedor si, digo así, por casualidad te desgraciás y sin querer me pasa algo a mí, por causa de una imprudencia tuya. El Código Penal de la República, en su Artículo 167 prevé de 6 a 10 años de cárcel para el homicidio simple, a lo cual hay que agregar, según reza el inciso 3° del Artículo 216, otro tanto por la premeditación y alevosía, que vendría a ser el caso, sin olvidar otras agravantes como -modestia aparte- mi prestigio personal y la situación especial de mi hijo el teniente para hacer cumplir la justicia con todo rigor. En síntesis, la broma te puede costar un mínimo de 25 años en el corralón, sin apelación ni recurso. ¡Medio siglo pudriéndote entre rejas! Y todo por nada, por una mala interpretación, un error. Toda tu vida arruinada, y la de Eudosia también porque nadie se va a querer casar con la novia de un asesino. Es horrible, Evaristo, fracaso y sufrimiento donde podría haber progreso y triunfo. En el entretanto, a mí no me pasará gran cosa. Dios Nuestro Señor me habrá llamado a su juicio eterno y sabrá perdonar mis pecaditos y valorar mis virtudes cristianas. La verdad siempre triunfa; el bien es como el sol que aparece por el este cuando se acaba la noche. Evaristo, vos te vas a casar con la Eudosia y serán muy felices; yo seré testigo, si ustedes me conceden ese honor. Voy a hablar a mi compadre Nachí sobre la música para la farra y pueden contar con unos litros de nuestra buena caña. ¿Qué te parece? Esa será la mejor prueba de que todo esto no es sino una equivocación.

         Evaristo sacó la mano del bolsillo; su rostro había perdido la expresión dura; el bulto en el bolsillo tiraba levemente hacia el lado derecho. El Doctor sintió que se le aflojaba la tensión de todo el cuerpo; mojó la lengua en la boca reseca y lanzó un imperceptible suspiro. Dio unos golpecitos en el hombro izquierdo del mozo con su mano gorda y peluda, y adoptó un tono bonachón, sonriente.

         - Evaristo, permitime todavía darte algunos consejos paternales, de amigo que te aprecia; no te olvidés: el diablo sabe por diablo, pero más sabe por viejo. Me preocupa que andes armado. Eso puede ser muy mal interpretado por las autoridades, sobre todo con los amigotes que tenés. Yo soy amplio y comprensivo, pero sabés bien que el Comisario Saldívar es muy estricto, especialmente con los que atentan contra el Partido y el Gobierno. Seguro que no tenés permiso de portación de arma. ¿Ves?, es peligrosísimo; si te pillan vas a la cárcel por delito de rebelión y asonada, y ahí no hay Hábeas Corpus, ni siquiera amigos influyentes; ni yo podría sacarte. Estás frito si saben. A ver, qué es... ¡una Browning 45!, ¡bárbaro!, eso está rigurosamente prohibido; sólo el Ejército puede usar esa clase de arma. Seguro que la compraste a algún desertor o a un antiguo guerrillero; en este caso es todavía peor, te van a juzgar militarmente por crímenes de guerra y complicidad con los enemigos de la patria... ¿Vos sabés lo que peligrás? El Código Penal Militar, por cualquier chuchería nomás estipula: ¡pena de muerte! No, no estoy jodiendo, es gravísimo con los milicos. Vos te imaginás lo que es una Browning 45, ¡un arma terrible, casi el símbolo de la subversión contra las legítimas instituciones! Lo peor es que la gente que subía a la lancha pudo haberse dado cuenta... y el Comisario tiene espías por todas partes. Yo no quiero que te pase nada, ni tampoco que hagas locuras. Dame, te la voy a guardar, bien disimulada aquí en mi portafolio. Si te preguntan, por casualidad, decí que la pistola es mía y que te la estaba mostrando; nadie va a sospechar de mí; es natural que yo ande armado, con las importantes funciones políticas que desempeño...

         El río había perdido sus estrellas y ahora estaba ambarino, del mismo color que la naciente. La lancha roncaba insistentemente; el patrón gritaba palabras inentendibles en medio del ronroneo del motor. El viejo Lucero empezaba a soltar las amarras.

         - Pronto Doctor que va a perder la lancha -Evaristo le tendía la diestra.

         El Doctor se volvió hacia el muelle con la diestra apretando la del mozo; con la otra hizo un gesto imperativo hacia el muelle.

         - Lucero, Inocente, esperen que yo viajo... -su voz de mando dominó el ruido del motor.

         El viejo Lucero volvió a sujetar el cabo y el patrón dijo unas palabrotas sin animarse a alzar mucho la voz. El Doctor se tocó las papadas, satisfecho; dio una última palmadita al mozo y le dijo con tono seguro, sobrador:

         - Te prometo ocuparme de la deuda que tienen en el Banco; hoy mismo iré. Y del arma no te preocupés...

         La lancha se ladeó cuando el doctor pisó la barandilla para entrar. Lucero arrojó el cabo y la embarcación se alejó lentamente, roncando y temblando. El Doctor apretó el portafolio; junto a los manoseados expedientes sintió la dureza fría de la pistola.

         El mozo le sirvió su acostumbrado vinito, el trozo de costilla asada con mucha gordura, el café y los escarbadientes. El Doctor se rascaba las muelas con el palito, se chupaba los dientes, hacía ruido con la boca mientras leía el diario. Algunos de los clientes habituales del Bar Victoria, marineros, estibadores, le saludaban al pasar. El mozo le interrumpía de vez en cuando para comentarle la tabla de posiciones de la 1ª. División, la transferencia de tal jugador o la actividad de la Seccional partidaria de su barrio. "Un hombre culto debe estar siempre bien informado, al día, y para la vida profesional es muy importante. ¡Carajo!, siguen estas guerras de porquería; estos gringos no se cansan de matarse... a ver... el Ministro lo recibió a este badulaque; seguro que fue a arreglar algún negocio que tienen juntos... Dos Hábeas Corpus concedidos, 17 denegados; ¡mierda, la Corte trabaja!... Sentencia confirmada en la Cámara de Apelaciones, ya me lo esperaba; que se joda por no darme el caso; yo hubiera podido arreglarle la cosa sin necesidad de pleito; le dije bien que mi hijo el teniente... bueno, bien merecido tiene, por pelotudo... Hoy no necesito ir temprano al Tribunal; la audiencia es a las once y estoy seguro que mi contraparte no se presenta. Antes tengo tiempo de ir al Banco...".

         - Casimiro, apuntá... y no hagás fuego...

         - Sí Doctor, hasta mañana Doctor...

         - Hasta mañana Casimiro, y no te preocupés por el tipo ese de la Seccional; yo le voy a hablar al Subjefe y no te va a jorobar más... quedáte tranquilo...

         - Gracias Doctor...

         - Doctor, el señor Gerente le espera -el ordenanza hizo una pequeña reverencia mientras le mantenía abierta la puerta del despacho.

         El hombre gordo se movió lentamente, hamacando -derecha, izquierda, derecha, izquierda- el pesado cuerpo, dirigiendo una mirada, desde arriba, a los que aguardaban con cara de aburridos en la antesala.

         - ¡Doctor, qué alegría verlo por aquí! -"Procurador mafioso, se las da de Doctor; pero es mejor andar bien con él, es de resbaladizo".

         - ¡Mi querido amigo, la alegría es mía, y sobre todo al verlo en este importante cargo que usted honrará con sus luces y su honestidad conocidas-. "Maniobrero, llegaste; pero no estarías aquí si no te hubiera dado una mano oportunamente... con lo que eras..."

         - Muchas gracias, Doctor; ya me ve, aquí me encuentro después del triunfo aplastante que obtuvimos en su bella ciudad... Aquí me tiene al servicio del país, de nuestro partido y de los amigos... ¿Qué le trae por aquí, mi querido Doctor? Usted sabe que no tiene sino que ordenar...

         El hombre de pómulos salientes, de cabellos lisos y lustrosos se llevó la mano derecho al escaso bigote que ensuciaba su labio superior y empujándose con la izquierda, se echó hacia atrás, con aire satisfecho, en su acolchado sillón giratorio. El Doctor vio su sonrisa reluciente, el brillo de los pequeños ojos ávidos, entre las dos banderitas de ñandutí -una nacional, otra del partido- que ornaban su lujoso escritorio de madera oscura, y se reflejaban en el vidrio protector. Por encima de la cabeza renegrida vio un retrato engalanado, con dedicatoria de puño y letra. Poso el portafolios sobre la mesa y con voz estudiadamente lenta, dijo:

         - Y usted verá..., siempre andamos tratando de ayudar a los nuestros... Hoy vengo a hablarle del caso de mi amigo Sotero Rodas, creo que usted lo conoció al hijo, Evaristo Rodas, cuando estuvo por nuestro pueblo... Es buena gente... Bueno, Sotero obtuvo un préstamo en condiciones muy precarias durante la Gerencia de su antecesor que, usted sabe, se las daba de legalista, y en el fondo no era sino un antipático, un argel de primera. Por algo el Jefe lo llamó a usted, y en buena hora, a desempeñar este alto cargo -el Doctor levantó la vista hacia el retrato y empezó a abrir el portafolios-. Aquí tengo justamente los datos; tiene un vencimiento atrasado y no se encuentra en condiciones de devolver en estos momentos...

         Por la boca abierta de la cartera se deslizó la pistola sobre el cristal del escritorio, con un pesado ruido. En la cara del Gerente se apagó la sonrisa y apareció un gesto de desconcierto. "Qué carajo se traerá éste... es capaz de cualquier cosa...! El Doctor re-introdujo el arma, con un gesto natural.

         - Hace justamente dos meses que venció y ha recibido una última advertencia de la Sección Jurídica del Banco. Me gustaría saber qué se puede hacer por este correligionario honesto y trabajador...

         - Pero Doctor, basta que usted me lo diga... quédese tranquilo, me ocuparé ahora mismo del caso.

         Levantó el tubo del teléfono y oprimió uno de los numerosos botones del tablero incorporado al pie del aparato. Su voz adquirió un aire engolado.

         - Habla el Gerente General, páseme con el Jefe de la Sección Jurídica... sí... hola, doctor Ortega, si... mire... envíeme inmediatamente el expediente del señor Sotero Rodas... sí... préstamo rural... sí... Nada más...

         El Doctor tamborileaba satisfecho sobre el bulto de su cartera, de nuevo cerrada, silbando por lo bajo. El Gerente le dirigió una mira inquisitiva.

         - Ya ve, Doctor, desde este momento el asunto está en mis manos. Usted puede irse tranquilo que todo se arreglará... puede comunicárselo al amigo Rodas... -hizo un gesto de impaciencia- Y aparte de eso, Doctor, ¿qué hay por nuestra querida ciudad? ¿Los demás amigos?

         - Todos bien, lo recuerdan siempre; esperamos verlo pronto por allá: usted es nuestro representante... Ah, y muchas gracias en nombre del correligionario Rodas...

         - No faltaba más, Doctor, es lo menos que...

         Ya estaban dándose un apretón acompañado de palmaditas, cerca de la puerta.

         - Hasta pronto, señor Gerente...

         - Hasta pronto, Doctor... Saludos a los amigos...

         Antes de entrar en el Tribunal, el Doctor se llegó hasta el Polo Norte, a tomar una cerveza y a saludar a los colegas. Allí le esperaba un cliente que le entregó los documentos necesarios para iniciar el pleito, pero no la suma que le había pedido.

         - No sé cómo disculparme, Doctor, no pude traerle todo el dinero... mi señora pues está enferma y mi mamá... Usted ha de comprender, Doctor; apenas esto conseguí para los sellados, como Usted me dijo...

         "¡Qué mierda, otro que me falla; se creen que yo trabajo gratis...!". El Doctor estuvo pensativo en su mesa antes de dirigirse al gris y pesado edificio de enfrente. Gran animación reinaba en los corredores; los abogados y procuradores charlaban de los incidentes profesionales o del último chisme político. El Doctor fue saludado a diestra y siniestra hasta llegar a la Secretaría del Despacho en que su audiencia debía tener lugar. Como suponía, su contraparte no se presentó. Hoy tenía poco que hacer; dos o tres firmas de comunicación automática, revisión de otros tantos legajos y se acabó. Su compadre el escribano Diomedes le esperaba para tomar el tereré. Hablaron un buen rato; el Doctor miró su reloj y se levantó de golpe.

         - ¿A dónde vas? ¿No venís a comer con nosotros?

         - No, gracias Diomedes; tengo que arreglar un asunto importante. Ah, ¿sabés?, hoy casi me balean. Sí..., sin importancia; después te cuento...

         El Doctor metió los billetes en el bolsillo y salió de la casa de empeño. Sentía el portafolios más liviano bajo el brazo derecho; el mismo había perdido su forma abultada, como si acabara de parir. Miró su reloj. "Mierda, es hora de comer... a ver... a ver... un buen restaurant... tengo que brindar a la salud de los novios...". Sintió que la saliva se le juntaba en el buche de pelícano y apuró el pesado ritmo de las piernas gordas. El sol, muy alto en el cielo abierto, hacía un agujero redondo de sombra bajo sus pies, que se iba desplazando en la vereda caldeada.

 

 

 

 

SALMÓN Y DORADO

 

         La vieja hizo una antesala larga de color salmón. El ordenanza la veía -sentada en el borde delantero de la silla- entre el primer gol del "Sportivo" y los botellazos que el "refere" recibió en el segundo tiempo; entre la puñalada asestada a la señorita Juana Mendieta, pupila del quilombo regenteado por doña... y el casamiento del señor doctor Subsecretario... con la distinguida dama de nuestra sociedad... En el momento de pasar a los "avisos económicos" se fijó en sus cabellos amarillentos, en su boca desdentada, en sus zapatos rotos, y se aprestó, bostezando, a anotar el motivo de la visita.

         - Nombre- edad- profesión- estado civil- motivo- pero el señor Ministro no la va a recibir sin recomendación. ¿Quién le conoce a su hijo?

         El ordenanza no vio el polvo de arroz sobre su nariz ni el prendedor verde "para impresionar al señor Ministro".

         - Lo mismo nomás yo le quiero hablar. Mi hijo es bueno. No es un maleante... no es cierto... no es cierto.

         Al lloriquear, la nariz se le enlodaba con el polvo de arroz. El salmón seguía centelleando en las paredes, pero la viejecita en su vida había visto ese pez, nunca lo había probado; no le preocupaban los muros de la espera, sólo su hijo.

         - Aunque sea el Jefe de la Sección Política...

         - No, no está nomás también. Él mismo dirige, con mi Coronel Salcedo, la operación -el tono del muchacho era el de quien conoce los secretos de estado.

         - E’aqué... -exclamó la vieja e introdujo la mano derecha entre los dos senos.

         El ordenanza lo vio y dejó de bostezar. "O lo uno o lo otro... Pero esta vieja... qué pico.., peor que tortilla amanecida ha de tener...". Los ojos del muchacho brillaron codiciosamente. Ella terminó de rascarse el pecho y siguió insistiendo.

         - Aunque sea el Subjefe... no importa... Ya recorrí el Hospital Central, el Dispensario, la Unidad, la Delegación, el Conservatorio, la Comandancia, el Frigorífico Nacional... -enumeraba plañideramente-. Usted solamente es mi salvación -agregó luego del rosario recitado casi sin respiro,

         - No hay caso... -respondió el muchacho, bostezando de nuevo-. Está demasiado ocupado.

         - Alguien ha de haber pues. ¡Cómo lo que me van a dejar así! -porfió la vieja, y se acordó del dorado que tanto le gustaba a su hijo. Solía prepararlo frito las veces que él volvía de la pesca con alguna pieza-. Usted también ha de tener una madre...

         El muchacho pensó en la tía, en el compañero de la tía, y reaccionó con una sonrisa cuando la vieja, luego de rascarse por segunda vez el pecho, sacaba un paquetito verduzco de billetes arrugados.

         - Y... todos somos iguales -dijo pausadamente- aunque su caso es jodido. Pero los pobres somos iguales, para lastar nomás estamos.

         - ¡Mi hijo... mi hijo! -mascullaba la vieja, sin saber si se refería al ordenanza o al muchacho extraviado en la selva. Sin saber si le hubiera gustado el salmón que jugueteaba alegremente en las paredes del cuarto.

         El ordenanza salió lentamente; se oyó el chirrido de cajones que se abren, de papeles manoseados. El salmón seguía nadando en los muros, pasando a través de la vieja. El muchacho volvió; arrastrando los pies. Traía el legajo en la mano.

         - Alto Paraná, ¿es eso?

         - He'é -dijo la viejecita, y el polvo de arroz de su nariz se infló y se desinfló con un suspiro. "Para eso me puse el prendedor y me empolvé; por lo que me vio el Ministro". -Teófilo Sandoval, ¿pakó?

         - Teófilo Miguel -corrigió la vieja-. Nació el día del Santo Arcángel -agregó con vehemencia, y miró el salmón, aunque nada sabía, ni siquiera que era un color.

         - Martínez..., Chaparro..., Benítez..., Osuna..., González..., no hay luego ni abecedario -se quejó el muchacho y siguió masticando los apellidos mientras su índice derecho seguía el paso torpe de sus ojos.

         - No hay -respondió su voz segura a la cara ansiosa de la vieja, luego del trabajoso deletreo.

         - ¿No hay? -como un eco lastimero de la voz masculina.

         - ¡Ihs, qué notable!

         El muchacho recomenzó con las listas, mojando el dedo en la lengua para pasar las páginas. La vieja seguía ansiosa el índice del ordenanza.

         - ¿Crisanto Sandoval? -¡No! -exclamaron ambos a la vez.

         "A él le gusta tanto el dorado frito. Una vez trajo uno como de cinco kilos".

         El ordenanza seguía deletreando dificultosamente.

         - ¡Pucha!, ¡por qué lo que no ponen por abecedario! Así ni el más sabiondo...

         Terminó las listas y levantó la cabeza. Su vista se cruzó con la mirada triste de la vieja.

         - No, che sy -le dijo, usando por primera vez el apelativo de madre; su voz había cambiado a un tono casi húmedo-. Su hijo no está entre las víctimas ni en el parte de los montoneros caídos en poder de las fuerzas. -Hizo un gesto con las dos manos vacías, con el busto y se quedó mirándola.

         - ¡Y cómo no me escribió!, aunque sea un propio... si pasó otra vez el río... o está todavía... -se había olvidado del ordenanza-... a lo mejor en algún pueblo o qué... Y bueno -dijo reaccionando-, Dios se lo pague, mi hijo.

         - Taluego señora -bostezó de nuevo el muchacho.

 

         La vieja masticaba con dificultad. Con los pocos dientes, la encía, la lengua, el paladar conseguía formar una bola blanduzca, impregnada de saliva; recién entonces tragaba, sin ganas. Su comadre le había insistido en que comiera aunque sea un pedazo del pakú frito. "Si por lo menos estuviera Te'ó; esto le gusta casi como el dorado". "Pakú solamente tengo", le había dicho su comadre gorda, dueña de un puestecito de comida en el mercado, como si quisiera decirle: "yo tampoco conozco el salmón".

         - ...él me dijo dónde estaba mi zarcillo con crisólita que se me perdió. Sabe todo luego. Andá sí que a verlo, comadre-. La mujer empujó el opulento seno con un movimiento brusco del hombro izquierdo. -A mi sobrina le curó del pasmo que le tumbaba como una escupida. Es muy valé... -insistía, moviendo los gruesos brazos morenos.

         - Se está bien aquí... -dijo la vieja, empujando el plato con la comida casi intacta.

El techito de zinc concentraba el calor del mediodía, así como el brasero y el resol que, desde los cuatro costados, apretaba. El polvo de arroz había desaparecido con el sudor y sólo quedaban algunas gotitas blancuzcas marcadas sobre la nariz. La cabellera renegrida de la comadre enviaba reflejos azulados que le obligaba a entrecerrar los ojos.

         - La gente dice que es luisón, de pura envidia nomás... Es el único hijo que te queda... -agregó la comadre, luego de una pausa.

         - He'é, y cada vez se parece más a mi finado, que Dios le tenga... -terminó la vieja con un murmullo.

         Ella fue la última en pasar, luego que la fila de llagas, tumores, supuraciones, temblores hubiera llevado consigo el sol de la tarde.

         - Yo sé para qué Ud. viene. Cuénteme su mal, señora.

         La voz del Médico Popyté resonó con seguridad metálica detrás de la mesita cubierta con un pedazo de cretona floreada, detrás de la vela de sebo, detrás de ese rostro delgado con los huesos marcados bajo la piel obscura. Los espejitos colgados caprichosamente reflejaban el resplandor de las tres velas, una sobre la mesa, dos sobre el armarito hecho con cajones de kerosén. "Standard Oíl Of California", en letras verdes desteñidas como los yuyos y las botellitas que contenía desordenadamente.

         - Ya sé que nunca usted comió salmón, señora, pero eso mismo puede ayudarnos.

         La vieja contemplaba absorta esos labios finos que apenas se movían para decirle cosas incomprensibles. La mirada firme, brillante del hombre le traspasaba, y sus cabellos blanquísimos sobre el rostro moreno le conferían una especie de aura. ¿Qué significaba Standard Oíl...?, ¿y salmón? De golpe vio el ave negra sobre el armario.

         - ¡Basta, basta, señora! Su caso es difícil pero no imposible -interrumpió Médico Popyté luego de un rato que la vieja hubiera comenzado a contarle-. Ya he reparado en la sensibilidad y la compenetración. Es un caso muy interesante...

         "Qué bien habla, igual que el maestro Cáceres, ¡pero es más sustancioso! Tiene razón comadre".

         - Yo no le puedo decir exactamente el lugar, porque la geografía es una dimensión que escapa al campo del espíritu...

         El cuervo volaba entre nubes brillantes como espejos. La voz adormecía de tan melodiosa. "Y qué bien pronuncia. Standard Oíl... salmón... dimensión... Chepí Rolón sí que era buen amigo de Te'ó",

         - Usted es la única que puede obtener la respuesta, porque el cordón umbilical no se corta con el frío metal que separa al niño de su origen.

         El cuervo seguía volando... "of California... cordón umbilical... parece música... no se entiende muy bien... cómo brillan sus ojos...".

         - ...la memoria fetal no se extingue nunca y perdura sobre todo a través de los sentidos. Esto produce una forma de comunicación, se transmite, los efluvios. La vista no, porque la oscuridad reina en la cavidad materna. Pero sí las otras sensaciones: el tacto, el gusto, el olfato, el oído. Usted puede... la única que puede... va a sentir... usted puede...

         La vieja volaba junto con el cuervo... "standard... salmón... dorado...".

         - ...usted puede... usted siente... siente... toca algo... toca...

         Movió lentamente la mano, sintió algo blanduzco sobre la yema de los dedos. "...dorado... dorado destripado... blanduzco... frío... tengo que fritarlo luego...".

         - ...usted siente... siente bien... huele... huele... huele... Hinchó las ventanillas de la nariz ya sin polvo de arroz. Un olor dulce, "...como cuando...". El cuervo bajaba lentamente.

         - ...usted siente, a través del viento, oye perfectamente... oye...

         Ladeó un poco la cabeza "...se diría seda rasgada... o la carne que se corta... o la gelatina del ojo... o la lengua... cada vez se parece más a mi finado...".

 

 

 

 

ANIVERSARIO

 

         Hace unos días no tenía ninguna noticia de ese hombre fuerte, moreno, que ocupa la cabecera de enfrente; este hombre que, sin embargo, se parece en muchas cosas a la imagen que yo solía ver diariamente en los espejos de hace 20 ó 30 años. Porque desde entonces he cambiado bastante; aunque no he engordado -el mucho camino, seguramente-, la piel ha empezado a arrugárseme por todas partes (cuello gusano, cara de leche), la polvareda de los caminos, la suciedad de los pueblos se me ha subido a la cabeza, se me ha metido en el bigote, y la voz se me volvió un poco más ronca, por la caña que va rascando el pecho, a lo mejor. Mi guitarra también se puso un poco más vieja, más color de mano andariega o jugo de naco, de tanto sobarla y toquetearla y sacarle música y ordenarle alegría y hacerla llorar; no hay noche que la pobre no vomite el alma. Pero esto sólo pasa en la cáscara, porque cuando me pongo a cantar -y mi guitarra conmigo-, la gente dice todavía: "canta lindo el mozo", y las primas y las bordonas suenan como campanas, salen del fondo de la caja y hacen llorar a las muchachas en las serenatas. Juntos andamos de valle en valle, de pueblo en pueblo, de fiesta patronal en fiesta patronal, porque el almanaque Bristol -que me lo sé de memoria- trae más de un santo por día y cada lugar es devoto de alguno. Un pueblo sin patrono no es posible, y el único que conocí, Isla Po'í en el sur, se fue muriendo desde que los dueños llevaron el San Blas patrono y los otros no se decidieron a reemplazarlo. Así, con mi guitarra cantando de noche en noche y de pueblo en pueblo. Pero a éste hacía mucho tiempo que no llegaba, años sin parar, desde la última vez en que estuve para los festejos de la Santa Patrona del Rosario y que canté varias noches seguidas en la plazoleta del mercado. No me acordaba muy bien del pueblo; aquí llegué otra vez porque estaba en mi camino, porque sí, como el viento que arriba y se va y se arrima de nuevo, aunque empiezo a creer que por algo más. Así que llegué y me fui al mercado a desayunar; la gente me rodeó; algunos decían reconocerme, sobre todo la vieja chicharronera del puestito en que me había instalado. Los curiosos me miraban, se fijaban en mi guitarra, y parece que corrió la voz.

         - Usted es José Domingo... -dijo por encima de mi cabeza inclinada sobre el plato. Levanté la vista hacia la voz y casi se me cae la cuchara de la mano; un bicho comenzó a pasearme por el espinazo.

         - Servidor...

         Ahí me acordé que un embarcadizo me había dicho, hacía tiempo, pero tantas veces me habían arrimado cosas que no había hecho. Sin embargo, aquí no había mula; esos ojos, la boca, casi con el mismo bigote, la inclinación de la cabeza; si no fuera por el color más subido y el tamaño robusto, diría que era yo mismo.

         - Yo soy el hijo de Damiana... -dijo la voz insegura.

         Me levanté despacito, apoyándome en la mesa de tabla, en los caballetes se hubiera podido sentir el ritmo de mi corazón tamborero, creo que la silla cayó hacia atrás cuando nos abrazamos. La vieja chicharronera lloraba, la gente hablaba en voz baja, muchos tenían la mirada vidriosa. Que Damiana había muerto, de aquí a cinco años atrás; que se había acordado siempre de José Domingo, el cantador; que la hermana se había quedado sola en el puesto del mercado; que estaba seguro que su padre vendría alguna vez; que nada especial, que tenía un negocio y no funcionaba mal; que debía irme a la casa, a vivir con él; bueno aunque sea unos días, y después ya veremos. Pero antes saqué la guitarra de su funda y estuve cantando algunas canciones en recordación de aquella muchacha morena, mi compañera durante la fiesta de la Virgen del Rosario, en un Guarnipitán igual al que había visto esta mañana al entrar con el alba en las calles llenas de rocío, pero 25 ó 30 años más joven, el pueblo y yo.

         Bueno, y aquí estamos en la casa de mi hijo José Rosario, festejando su cumpleaños; hoy cierra los treinta y hay que celebrar como corresponde, los años y este encuentro. Es una farra de ley. Comenzamos a chupar por la mañana, mientras el asado chorreaba sobre el gran fuego del patio. En la larga mesa que se armó en la sala de recibo -hoy la casa no funciona- están sentados los amigos de mi hijo y los mejores clientes, algunos de ellos notables del pueblo; el Oficial 1° Chaparro, enclenque y bizco -me parece que recibe una coima para proteger la casa-; las pupilas, no todas, sólo las más presentables y las que saben usar correctamente los cubiertos. A las putas vejanconas, a las gordas y a las desdentadas, se las ve pasar de tanto en tanto por la puerta que da al patio arrojando un haz de penumbra, de curiosidad. En una cabecera, el patrón, José Rosario; en la de enfrente yo, su padre, José Domingo, los dos tan chochos y tan contentos de encontrarnos así, frente a frente y tan cerquita, y hace una semana no nos conocíamos ni de vista. Qué le parece, como decía mi compadre Melitón, si hasta se me antoja que es un sueño; este muchachón autoritario y tierno que se instala de golpe en mi vida, como queriendo hacer echar raíces a una hoja; esta gente de quien no tenía la menor noticia, que ahora me trata de señor, con José Domingo, que se hace señas de silencio cuando voy a cantar y cuchichea "el artista, hay que respetar al artista"; estas muchachas de pelos diferentes y cambiantes, las empleadas de mi hijo; esa larga mesa en que los tragos y los brindis van montando. Hace cuatro días no hubiera ni soñado que todo esto iba a sucederme en este pueblo, perdido en la polvareda de mis recuerdos. Una de tantas semillas arrojadas en el camino que había prendido, así nomás, en el lugar menos pensado. Uno se cree libre, libre viento, y de repente se da cuenta que no sólo hay un montón de cuerdas, canciones, recuerdos que lo estuvieron atando siempre, sino también algo más serio: esto, mi hijo que vino sin querer pero al que se quiere enseguida, que se mete bajo la piel, como el calor que siempre estuvo allí, aunque más no fuera sino como una falta, o el músculo que nunca se usó, pero que quieto y escondido también estaba allí. Ahora levanta la copa dirigiéndose a mí, de tanto en tanto brinda conmigo, como esperando algo o buscando una complicidad, posiblemente la llave que ha de terminar de abrir la cerradura que comenzó a aflojarse en estos días de conversaciones torrenciales y desordenadas como aguaceros esparcidos. Mamá esto, mamita aquello; qué admiración y está bien que la recuerde con cariño. Me parece que buscaba alguna reacción de mi parte; yo escuchándole, casi callado, moviendo la cabeza. Es que no me acuerdo muy bien; eso sí, era muy linda aquella morena que rebosaba sal; pero menos de una semana juntos, cuando mi guitarra se callaba y el baile se acababa en la polvorosa plazoleta del mercado. "Por don José Domingo, gran músico y cantor", ruidos y vasos que me miran. "Por el patrón, don José Rosario", los ruidos crecen, mi hijo abre grande los dientes blancos, uno de oro al costado, los ojos muy brillantes. "Por Nancy, la chica más...", las risas tapan las últimas palabras y el Oficial 1° hipa ruidosamente; la Nancy tiene la cara muy colorada y pega un salto cuando su vecino le pincha debajo de la mesa. Mamita me ayudaba, para conseguir las chicas, por ejemplo, a Nancy, que es buena muchacha, ella la encontró en el mercado buscando colocación en casa de familia. Y bueno, ahora tiene un oficio como cualquier otro, gana bien y se la cuida; yo no permito a cualquier borracho que venga a hacer quilombo: ésta es casa de respeto. Mi hijo me está mirando ojo de cristal brilla rojizo. Ya está, levanto mi copa repleta, mi hijo me mira, ojos me miran, se hace un silencio, crece crece, me ahoga, no puedo más, hablo al fin: "Por mi hijo José Rosario y sus treinta. Por doña Damiana, su madre y...". Ya está, vuelta de llave; abierto el silencio espeso, nadie dice mu, manos en alto, copas alzadas. Esto estaba esperando; se levanta, me agradece con los ojos, con la sonrisa: "Yo no sé discursear, pero quiero recordar hoy, en esta ocasión especialísima, en presencia de mi padre querido, a una gran mujer, una verdadera mujer, que con su trabajo y su alegría supo mantener un hogar honesto, digno y cristiano...", varios ojos miran el nicho con la Santa Virgen sobre la cabeza de mi hijo. De golpe me acuerdo mejor de la muchacha cariñosa que las palabras de ese muchachón me están devolviendo; ojos relucientes, fuego para el baile, para el amor. "...era además una artista, seguramente que por eso se eligieron; nadie en el pueblo, nadie en todo el departamento, en mil leguas a la redonda, tiene la mano tan rica, ningún cristiano es capaz de hacer el chicharrón como ella hacía...", mi hijo comienza a lagrimear. "Sí, sí, si, claro... doña Damiana... sí, sí... la señora Damiana...", murmuran las cabezas que suben y bajan; la Nancy gimotea, moquea un poco y pide un pañuelo al gordo que está a su derecha; el Oficial 1° Chaparro sigue hipando; varios pañuelos aparecen, otros llevan disimuladamente el dorso de la mano a los ojos, "...un hasta verte Cristo mío por eso santa...", la voz se le apaga en el nudo de la garganta. Bebo hasta el fondo del gran vaso oscuro; siento la sal de una gota que bajando por la mejilla llega a mis labios y se me mezcla con el gusto del vino.

 

 

 

ÍNDICE

 

Presentación

Biografía

Prólogo

Carta de Roa Bastos

Sólo un momentito      

Ojo por diente    

Diente por diente

Ronda nocturna

Browning 45       

Viento Norte       

Ojo por ojo

Salmón y Dorado         

Aniversario

La operación       

Pacto de Sangre  

 

RUBÉN BAREIRO SAGUIER : Nació en Villeta de Guarnipitán, Paraguay, en el año 1930. Es uno de los miembros destacados de la generación del 50.

Abogado de la Universidad Nacional de Asunción, 1953. Licenciado en Letras, Universidad Nacional de Asunción, 1957. Doctor de Estado en Letras y Ciencias Humanas, Universidad Paul Valery, Montpelier III, 1991.

Fundó el Ateneo Viriato Díaz Pérez y dictó la Cátedra de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Filosofía. Fundador y director de la Revista Alcor.

Poeta, ensayista, periodista, narrador, docente, crítico literario, líder intelectual, fundador de Academias Literarias, todas actividades desarrolladas con gran entusiasmo y en las que se ha destacado por su talento, su dedicación, su amplia cultura, por lo cual obtuvo muchos premios y distinciones.

El premio Casa de las Américas le valió el destierro de su país, se exilió en Francia, país en el cual fue docente y luego Embajador de Paraguay.

Gracias a su trabajo, la palabra guaraní toma su lugar en los medios académicos más prestigiosos y se afirma con fuerza como un instrumento imprescindible para un nuevo proyecto de sociedad en el Paraguay.

Luego de la caída de la dictadura, regresa a Paraguay y toma asiento en la Asamblea Constituyente de 1992 donde plantea la cuestión de la oficialización de la lengua guaraní como un asunto político fundamental.

Distinciones: Primer Premio - Concurso Ateneo Paraguayo, Asunción, 1952. Primer Premio - Concurso de Cuentos - Revista Panorama. Asunción, 1954. Mención Especial - Concurso de Poesía Latinoamericana - Revista Imagen. Caracas, 1970.

Primer Premio - Concurso Internacional de Cuentos - Casa de las Américas. La Habana, 1971. Declarado Maestro de Arte - Literatura - Congreso de la Nación - Asunción, septiembre 2005. Premio Nacional de Literatura - Asunción, 2005.

Condecoraciones: Comendador de la Legión de Honor. Francia, 1997. Gran Cruz de la Orden Nacional del Mérito. Paraguay, 1998. Comendador de las Palmas Académicas, Francia, 1999. Gran Oficial de la Orden Nacional de Mérito. Francia, 2003. Orden Nacional del Mérito, Grado Don José Falcón, Ministerio de Relaciones Exteriores, Asunción, 2005.

Obra: Biografía de Ausente, Pacte du sang, A la víbora de la mar, Literatura guaraní del Paraguay, Antología personal de Augusto Roa, Estancias/Estancias/ Querencias, Antología poética, Augusto Roa Bastos, caída y resurrección de un Pueblo, Prison, Anthologie de la poésie paraguayenne du XX siécle, en colaboración con Carlos Villagra Marsal, De nuestras lengua y otros discursos, De la literature paraguayenne: un processus Colonial entre otras

 

 

 

 

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