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JOSÉ ANTONIO BILBAO (+)

  CANDIL DE SEBO 1978-1980 - Poesías de JOSÉ ANTONIO BILBAO


CANDIL DE SEBO 1978-1980 - Poesías de JOSÉ ANTONIO BILBAO

CANDIL DE SEBO

1978-1980

Poesías de JOSÉ ANTONIO BILBAO

Ilustró la tapa: SOLEDAD GÓMEZ SANJURJO

Asunción – Paraguay

1981 (102 páginas)




PORTADA


         El soneto es un desafío y José Antonio Bilbao lo acepta y vence. Sus bellos sonetos acabados, sintéticos, extraordinarios los más como "Regreso al campo"; "Meditación Crepuscular"; "Página gris"; "La noche"; "Verano"; "Invierno"; "Pandorga"; "El viejo peón"; "Cántaro", encierran sentimientos y paisajes.

         Es un cantor pánico. Logra asir los soplos que le inspira el campo y lo canta como ningún poeta con la pasión con que otros lo han hecho al amor, al tiempo. Y retomando estos grandes temas José Antonio Bilbao escribe con amor a la tierra, amor quintaesenciado por la nostalgia. Canta al país de la infancia, al paraíso perdido y eso es para él la verdadera llanura amanecida, el caballo ("Breve elegía para el caballo muerto"), el tropero y sobre todo sus atardeceres, sus moradores. El escenario donde siempre un niño se contempla en el espejo del cielo, Así el II soneto de "Página gris" es la legitimación literaria de una observación, de un detalle, de un instante. Una chispa de los leños transformada en belleza. Es el paisaje que Güiraldes hubiera querido escribir en poemas. Hace trascender todo lo objetivo que le rodea. Si todo artista muestra aspectos inéditos de la realidad, Bilbao, como ninguno, salva a la naturaleza de América dándole rango de arte.


         ÉSTER DE IZAGUIRRE



I

MEMORACIÓN DEL REGRESO



         CANDIL DE SEBO


Está a mi izquierda. Tiembla levemente.

Arde como yo. Como yo se quema,

mientras el aire pasa suavemente

rizando el pasto con su vara extrema.


Porque el vuelo del ángel es paciente

me nace entre los dedos el poema

y aunque su luz, lejana, baja ardiente,

la rústica del sebo es mi diadema.


Me envuelve el campo encanecido y bello

con su embozo de tierra alucinada.

Un misterio el candil guarda en su cuello,


pues si graba en mi pluma de oro viejo

un rojo colibrí de ala quemada,

un niño está grabado en el espejo.

 

 

         REGRESO AL CAMPO


Después de haber andado y recorrido

caminos que me vieron asombrado,

he vuelto con tu nombre repetido

en cada sitio donde estuve anclado.


Un clavel para tí traigo escondido

que quiero resplandezca en tu costado

y aunque tiembla en mi pulso acelerado

no me quema su fuego conocido.


Vengo de nuevo a recobrar lo mío,

lo que nunca perdí ni fue olvidado,

pues llama fue, como también fue río.


Y si tomo el rabel, juglar me siento,

juglar a mis recuerdos arrimado,

aire de tiempo que recobra acento.


         II


A tu sombra volví, noche crecida,

con luna sobre cielo repujado.

Volví para buscar y amar lo amado

y aprisionarlo que jamás se olvida.


Y renazco en tu seno despejado

y siento que mi sangre enriquecida

galopa en un corcel enlucerado

sobre una pampa que se extiende ardida.


Veo presente la gallarda estampa

del anciano peón, puro gracejo,

que aprieta entre sus manos una guampa.


Veo el fogón, la llama que serpea,

la ronda de ese mate ya azulejo,

veo todo lo amado aunque no vea.



         III


Da gusto estar entre el fogón y el leño

viviendo la quietud, la dulce calma,

sin disfraz ni careta, puro ensueño

que no tiene ceniza porque es alma.


Sentirse igual, ser uno, ser el dueño

de una tropilla que el amor encalma;

no sentirse extranjero ni arribeño,

saber dos rumbos que una estrella empalma.


Sentirse en soledad no estando solo,

mirarse retratado en un espejo

que tiene nacimiento en otro polo.


Gozar el propio cielo sin cantarlo;

hallar en la hermosura el catalejo

para mirar lo bello sin mirarlo.



         PRESENCIA


Cuando todo el misterio se ilumina

en la callada vertical de lunas,

cuando el temblor agita las lagunas,

me sitúo ante tí desde una esquina.


Voy contando en la sombra medianera

las colinas salientes de la noche

y las vértebras del pino en la madera

que a un silencio de insomnio pone el broche.


Y me pongo a cargar sobre mis hombros

las azules candelas estrelleras

perdidas en la piedra y los escombros


de aquella vieja casa, solariega,

donde un niño soñaba con praderas

que un puño de cristal a veces ciega.



          II


Y me siento de nuevo retratado

en un distante tiempo no perdido,

cuando el vivir, con fe, no estaba herido,

cuando el soñar no estaba limitado.


Allí yo supe que el amor ganado

subía por un árbol ya florido,

que era río creciente y encendido

que al correr me dejaba iluminado.


Descubrí, por mí mismo, los senderos

en la gloria del bosque y sus reparos

y en los delgados aires volanderos.


Mi tiempo era el de potros azulados

flagelando silencios nada raros.

Mis potros, qué lejanos, pero amados.



         INCOGNITA


No sé que tiene esta embrujada noche:

un duende, un corazón, una guitarra,

algo que el pecho hiere y no es un broche,

algo que está en la mano y no se agarra.


En esta soledad no rueda un coche,

ni fugaz se desliza una gabarra.

El silencio es avaro y no hay derroche

de una estival sangría en la cigarra.


Todo está mudo. Hasta yo enmudezco.

He amordazado a mi zorzal oculto.

Me miro y yo no soy. No me parezco


al viajero montado sobre el río,

caballero de un alma y su tumulto.

Salgo a la noche; quiero ser rocío.



         BREVE ELEGIA PARA EL CABALLO MUERTO


Qué ventoleras tu recuerdo agita

sobre la cruz de la pradera abierta

y tu monte de crines resucita

en viejos pastos una infancia muerta.


Qué bien te veo contra el alba oyera

juntando vientos en el alto cielo. 

Tu estampa era una rúbrica llanera

extendida en gramillas, puesta al vuelo.


Ahora brizna ya, todo tú, pastura,

añoro tu elegante bailoteo

y me duele una antigua quemadura


porque una tarde de pelaje oscuro

cambiaste tu querencia y pastoreo

por pastizal de estrellas ya maduro.



        




II

BAJO EL TOLDO DEL CIELO


 

         FOGON


La curva de la luz tiene yacija

en una manta de claveles rojos

y una raya amarilla queda fija

sobre las púas de un mechón de abrojos.


Una segura paz llena los ojos

que buscan en el cielo una rendija,

mientras la tarde que se va de hinojos

deja en la piedra su postrer vedija.


Caliente está el fogón; el mate a punto.

La palabra en la boca sale mansa

como cansada tropa que repunto.


Y en la dulce penumbra, casi a solas,

cada tropero en un rincón descansa

como reposa el mar si está sin olas.



         VERANO


La luz incendia la llanura verde;

le clava, sobre el lomo, su flechazo.

Y el viento Norte, que resopla y muerde,

pone su marca, tarja su mazazo.


En el aire está el fuego y el solazo

daña la flor que se levanta inerme,

quema el codo de sombra, quema el brazo

del riachuelo que sueña mientras duerme.


Qué ardiente corazón escuda el monte;

qué doblada se rinde la palmera;

qué azul va amurallando el horizonte.


Y cuando todo el verano se decanta

en el silencio que se adensa afuera,

un hornero en su rancho canta y canta.



         OTOÑO


Dorado otoño, claro otoño mío,

a una curva del tiempo he arribado

y en tu cobrizo espejo, retratado,

apunta el rostro silencioso y frío.


Hay algo en mí, un algo descarnado,

tal vez el viento, o quizá el rocío,

o una ojera de cielo amoratado

endurecida sobre oscuro río.


Dorado Otoño, claro otoño mío,

esta tarde me trae tus congojas,

tu mano que ya tiembla y tiene frío.


Yo me coloco un poncho y me recluyo

mientras dentro de mí bajan las hojas

como un callado amor que no rehúyo.



         INVIERNO


Madura el viento en la palmera abierta,

tendida hacia el confín que el monte aprieta,

mientras leve cortina vuelve inquieta

la faz de la llanada ya desierta.


Hay un duro silencio y es tan cierta

la finitud del tiempo que se aquieta,

que esta tarde plomiza, sin careta,

no devuelve a la luz su cara muerta.


Tiembla la flor sobre su vara fría;

el ala se ha cerrado y no transita

por un aire de gris melancolía.


Honda tristeza el corazón invade;

cuánto dolor acude hacia una cita

que no se busca, pero no se evade.



         LLUVIA


Por fin se escucha su cantata fina,

su dulce repicar sobre el tejado,

su esquila que la tarde repentina

lanzó a los aires como rezo alado.


Viene llena de gracia y esperada,

viene vestida como un ángel blanco,

trae el pan y la flor y su llegada

se hace ritmo y tambor en el barranco.



Se la llamaba como a novia buena,

se le pedía un beso de su boca,

su aroma saturado de verbena.


Se la buscaba y llega, mansa y clara;

está rezando sobre piedra y roca,

está mojando sementera y vara.



         LA CARRETA


Viene colmada de chirridos viejos,

sacudida por huellas y trajines.

Viene de lejos, viene de tan lejos,

que es patria y tierra, vientos y confines.


A veces pasa sola, sin cortejos.

Los cuatro bueyes y los dos mastines.

Y con ella se acoplan los fortines

perdidos ya en los aires, azulejos.


Pasa con su lamento. Pasa, lenta.

Sobre su antigua soledad de monte

lleva a cuestas madera cenicienta.


Y tan transida está, que ya le cansa

la luz, el cielo claro y su horizonte.

Le cansa ya el morir sin esperanza.



         CANTARO


Está sacado de la tierra roja

para encerrar una inquietud de fuente

y es por eso raíz, luz de panoja

y soledad de pedregal yacente.


Por manos de mujer la gleba afloja

su urdimbre milenaria, sorprendente,

y se deja amoldar para ser foja

de un viejo rito de carbón ardiente.


Y siendo lodo, sale modelado

en vientre suave y terso. Convertido

en entraña será siempre saciado


y en la esquina de un rancho solariego

conservará del manantial florido

su fresco corazón de lluvia y riego.


 

         EL RIACHO


Viaja casi de incógnito. Despacio

arrastra su caudal, cansado y verde,

su solitaria finitud de espacio,

su laxitud que entre el juncal se pierde.


Tiene un rumor que apenas lo delata,

que lo transcribe al pasto silencioso,

que lo vuelve más claro y lo rescata

de esa quietud que lo mantiene ocioso.


Sobre su dorso que se afirma terso

tiembla la flor del camalote anclado

que le ofrece su gracia como un verso


y si una garza que su nieve espeja

huye y se eleva como un copo alado

le resta el yacaré que no se aleja.



         LA CIGARRA


Canta, canta, tanto canta que deja

achicharrado el palmeral umbrío,

incendia el pasto y acuchilla el río

por donde va la tarde que se aleja.


Y en la delgada punta del estío

cuya trama el ocaso desmadeja,

su cantata se vuelve desvarío

para aplazar la muerte de una queja.


Pero no sabe que su acento agudo

es la bocina del verano ardiente

en un vivir de piel, siempre desnudo,


y un galopar de sangre coronada

que se afinca en el pecho, fuertemente,

para trocarse en rosa atormentada.



         EL YACARÉ


Está varado en un juncal florido

y apenas es visible su cabeza

con esos ojos de mirar perdido

en la jugosa piel de la maleza.


Acecha sin cesar. Un leño hundido

en una aguaza de color cereza.

Mimetizado cazador tendido

para una larga siesta de pereza.


Siente el menor ruido, siente todo

lo que estremece el agua de su cala,

su refugio de sombra, pasto y lodo.


Avanzando, despacio, se delata

y con la boca -su tremenda pala-

transforma el agua verde en escarlata.



         BAJO EL TOLDO DEL CIELO


Bajo el toldo del cielo yo he cantado

sin grillos en la voz y sin cadenas.

Un juglar me sentí mirando almenas

en un lejano azul desdibujado.


La limpia cal del día reencontrado

me retuvo entre aromas de azucenas

y sus frutas maduras y morenas

dióme el ocaso por mi bien, hallado.


Un memorial de vientos fui escribiendo

en la piel del camino y de la fronda

y en la seca maciega, casi ardiendo,


y al volver paso a paso a mi recuerdo,

medido en mi estatura por la sombra,

puse el candil a Dios por si me pierdo.




INDICE


PORTADA 

CANDIL DE SEBO

REGRESO AL CAMPO

II

III

PRESENCIA

II

LOS POTROS AZULEJOS

MEDITACION CREPUSCULAR

II

ENCUENTRO

PAGINA GRIS

II

SOLEDAD

PANDORGA

II

INCOGNITA

BREVE ELEGIA PARA EL CABALLO MUERTO

EL GRILLO        

FOGON

VERANO

OTOÑO

INVIERNO

ROCIO

QUIEN VA         

CRUZ DE PALO

ESTAMPA

II

EL VIEJO PEON

SEQUIA

VIENTO NORTE

LLUVIA

LA CARRETA

CANTARO

EL PICAFLOR

GUYRA TATA

EL HORNERO   

ESPANTAPAJAROS

LA NOCHE

EL LUCERO

LA LAGUNA     

EL RIACHO

LA CIGARRA

EL YACARE

BAJO EL TOLDO DEL CIELO

 






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