LA MUERTE DE ARTEMIO CRUZ, DE CARLOS FUENTES
Por CÁTALO BOGADO
catalobogado@gmail.com
El pasado 15 de mayo partió a la eternidad una de las figuras más destacadas de la narrativa latinoamericana del siglo XX. Carlos Fuentes nació en Panamá el 11 de noviembre en 1928, de padres mexicanos en misión diplomática.
Fuentes, a pesar de haberse pronunciado en más de una ocasión durante la dictadura stroniana por la causa de los compatriotas exiliados, nunca tuvo en nuestro medio el merecido reconocimiento de parte de los críticos y de los lectores y, pese a su fulgurante trayectoria, sus numerosas obras aún hoy no tienen en nuestro país un activo exegeta.
Fuentes, influenciado por Octavio Paz y Alfonso Reyes, quienes sirvieron de levaduras para sus producciones, según él, empezó a publicar sus numerosas obras a muy temprana edad. De estas, una, por su contenido humano, mexicano y latinoamericano, hoy vamos comentar muy brevemente, a manera de homenaje, en este suplemento.
Nos referimos a La muerte de Artemio Cruz —publicada en 1962—, una novela universalmente considerada como su obra más completa, más perfecta, más personal, más lograda; en la que la fuerza narrativa de Fuentes, nutrida por su apasionada imaginación verbal y su selección literaria, cuaja en un estilo personalísimo y se muestra en su forma más clara y maestra.
En la novela —a veces Artemio Cruz, a veces Carlos Fuentes, y viceversa— deslizan sus pensamientos, recuerdos y emociones como a través de un caleidoscopio enloquecido para pintar las luchas políticas y religiosas y el desarrollo trepidante de las últimas décadas del México posrevolucionario.
El personaje agonizante —Artemio— es un millonario, rescoldo de la revolución mexicana, de origen bastardo, soldado, cazafortunas, acaparador de tierras repartidas por la reforma agraria, diputado, gestor, empresario de sociedades sucias que presta su nombre como fachada para los intereses de los yanquis en México; es, sin duda, el símbolo del patriarca, de los “único líder” corruptores de las revoluciones que se pudrieron en toda Latinoamérica.
En uno de los duros capítulos de La muerte de Artemio Cruz encontramos unos párrafos que pueden perfectamente aplicarse si estuviera agonizando —como Artemio Cruz— el “único líder” nuestro, mejor dicho, de aquellos compatriotas que “eran felices en aquellas épocas y no lo sabían”. En la página 225, Fuentes le dice a Artemio Cruz lo que heredará a su pueblo:
“…legarás las muertes inútiles, los nombres muertos, los nombres de cuantos cayeron muertos para que el nombre de ti viviera; los nombres de los hombres despojados para que el nombre de ti poseyera; los nombres de los hombres olvidados para que el nombre de ti jamás fuese olvidado: legarás tus periódicos, los codazos y la adulación, la conciencia adormecida por los discursos falsos de hombres mediocres; legarás las hipotecas, legarás una clase descastada, un poder sin grandeza, una estulticia consagrada, una ambición enana, un compromiso bufón, una retórica podrida, una cobardía institucional, un egoísmo ramplón; les legarás sus líderes ladrones, sus sindicatos sometidos, sus nuevos latifundistas, sus inversiones americanas, sus obreros encarcelados, sus acaparadores y su gran prensa, sus braceros, sus agentes secretos, sus depósitos en el extranjero, sus agiotistas engominados, sus diputados serviles, sus ministros lambiscones, sus fraccionamientos elegantes, sus aniversarios y sus conmemoraciones, sus indios iletrados, sus pulgas y sus tortillas agusanadas, sus trabajadores cesantes, sus montes rapados…”.
Carlos Fuentes fue un intelectual decididamente comprometido con la suerte de la gente de su país y de su continente. Andaba por el mundo como azuzado por invisibles tábanos de la justicia, perfumado de lavanda y pólvora, envidiado y admirado, discutidor y discutido. Como novelista, su nombre queda como el de uno de los creadores de la prosa hispanoamericana contemporánea.
Nota: Carlos fuentes falleció a los 83 años de edad debido a una hemorragia masiva producto de una úlcera gástrica. El 16 de mayo, sus restos fueron homenajeados en el Palacio de Bellas Artes y posteriormente fueron cremados para ser depositados en el Cementerio de Montparnasse, en París, donde descansan los restos de sus hijos Carlos y Natasha.
Fuente: Suplemento Cultural de ABC Color
