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HERIB (padre) CAMPOS CERVERA (+)

  A LAS NIÑAS SOLTERAS - Artículo de HÉRIB CAMPOS CERVERA (PADRE)


A LAS NIÑAS SOLTERAS - Artículo de HÉRIB CAMPOS CERVERA (PADRE)

A LAS NIÑAS SOLTERAS

(ARTÍCULO QUE CONSERVABA INÉDITO PARA COSETE)

Obras de HÉRIB CAMPOS CERVERA (PADRE)

 

Amigas mías, encantadoras jóvenes para quienes escribo; a vosotras que llenáis de felicidad nuestros corazones elevándolos a las sublimes y elevadas cumbres del ideal; a vosotras mujeres de dulce voz y blandos senos, os dedico estas líneas con la misma sinceridad del creyente que eleva a Dios su plegaria de místicos ensueños.

Yo quiero que gocéis el ideal y que conozcáis la sublime desesperación del imposible, yo quiero que sintáis en el alma la fiebre que os produce el dolor y os escribo este artículo con mi corazón de poeta y al crearlo para que se lea está dedicado de antemano para los espíritus que sueñan: escribo para las mujeres que tienen alma; no lo hubiera hecho ni mancharía papel para las que tienen la triste noticia de que son diferentes a nosotros.

¡Veo... oh, con triste dolor, que muchas niòas se quejan de encontrarse solteras!

¡Es que no saben lo que es el matrimonio; no saben que la realidad funde y volatiliza el ideal!

Las inocentes niñas no han explorado el tenebroso mundo de los hombres; ellas no conocen la baja lascivia de la bestia, la dolorosa soledad de lo conocido. El hombre es un ser incompleto, un alma envilecida por los vicios, un cuerpo envenenado por su libertad, un corazón manchado por su contacto con la sociedad humana.

Pero la mujer, suave como el cutis de las rosas, pura como el agua que surten las montañas de piedras diáfanas como las mañanas de un invierno de sol, llega a la edad de los sueños poblados de leyendas, tejidos de crepúsculos, embalsamados de perfumes y entra en los quince años en que sus ojos se cargan de inteligencia, sus labios parpadean, sus senos se galvanizan de una corriente de dulces murmullos ondulados.

Al sentirse mujer, roto el botón de rosa de clausura, la niña que había vivido la rígida prisión de la colegiala, busca con una nostalgia dolorosa un compañero de diferente sexo que la comprenda y le adivine los más ocultos secretos de su alma, un hombre que no destruya nunca ?os encantos de su belleza ni las inocencias de su espíritu.

¿Pero dónde está ese hombre?

Ella no lo conoce: ella lo busca en sus vigilias y en sus sueños.

El hombre no aparece y el dolor agita con su punzante dicha, la falta de ese hombre.

Ese hombre a quien ella ama, está en su fantasía; está en el lejano confín de una tierra ignorada.

Aquí, dentro de la sociedad que nos rodea, está la bestia, el bruto, el erótico sátiro que se estremece buscando la carne que lo llama.

¿No es preferible que esa niña permanezca siempre soltera llamando con los ojos del alma al hermoso mancebo de boca sonriente, finos bigotes, de limpio cutis y alma grande, que cabalga allá en las regiones lejanas, buscando a su vez a la blanca amazona que no encuentra?

Pues yo, si fuera niña, preferiría vivir en ese éxtasis que entregar mi cuerpo a un extraño.

Un hombre que no sea el que se buscaba con los ojos del alma, es un extraño que apaga la luz que ardía manteniendo en un sueño ondulado y vaporoso el ideal que nos alimenta de la verdadera sustancia del placer.

La niña que se casa, cesa de soñar.

Desde ese día que pierde el pudor de la virgen una penumbra de azabache le cierra los caminos que su alma diáfana recorría; desde la noche que se entrega, su corazón deja de palpitar y su espíritu se estrella contra la dolorosa soledad de lo desconocido.

¡Oh, si yo no hubiera conocido -dice- su corazón apagado!

¡Oh, yo ya no soy como antes -exclama- sobrecogida de espanto!

El hombre, la bestia humana, apagó de un soplo la llama ardiente de la pasión, que centelleaba luminosa, allá en el fondo de su alma vacilante.

¡Qué triste desengaño desde la noche de bodas!

¡Qué dolor se filtra en aquel cuerpo que antes se mecía en lo infinito de lo desconocido!

Decidme, niñas que amáis el ideal, sino es preferible vivir siempre solteras, a casarse, para sufrir después del matrimonio, las inclemencias de la realidad.

Es más suave ese dolor de la incertidumbre, a esa paz de la nada, a esa paz que le corta al viajero sus alas para retroceder o avanzar hacia las cumbres. Mientras el cuerpo está virgen, el alma vive viajando como esos planetas misteriosos que recorren años y años y millones de leguas los espacios infinitos sin detenerse jamás a girar en un solo plano.

¡Casarse!

¡Casarse es desaparecer!

¡Casarse es perder las alas que nos sirven de remos para volar por los espacios!

Nosotros los hombres somos brutos y ásperos, somos sanguinarios y crueles. Amamos el dinero y buscamos lejos del hogar la manera de derrochar el tiempo; nosotros nos entregamos al juego y el odio nos tiene siempre a un paso de la cárcel.

¿Cuál es aquel que sea digno de Julieta? Romeo, me dirás.

¿Y dónde está ese Romeo que ha de cantarle siempre a su tierna paloma, las trovas que entonaba al pie de sus balcones cuando de novio rondaba sus jardines?

Romeo no existe ya porque el mundo de los hombres le fue quitando el delicado de su primer mañana. El Romeo de, ayer es la bestia de hoy.

    

Pero tú, Julieta encantadora, existes siempre, encerrada en la concha de oro de tu camarín de raso; tú eres la misma a través de las edades, porque tu alma no se filtró de los venenos que a nosotros nos alimentan.

¡Oh, tú eres la misma Julieta de Romeo, aquella de blancos senos, de hermosa cabellera y de inocente calma! En tus ojos brilla una luz celestial... y en el carmín de tus labios, la miel de las abejas del Himeto.

La niña, mientras está soltera, vive viajando eternamente; el día que se casa, llega al confín de su camino, para descubrir con un dolor frío y seco, que ni puede volver ni ya nunca avanzar.

La mañana con sus auroras y sus rocíos, se trueca en noche sin estrellas. Ya otro día sus sueños no corren venturosos y sus noches de vigilia estarán opacas con la luz mortecina de los leños que yacen amortajados por la ceniza que los cubre.

Niñas de corazón sencillo y puro: no entreguéis vuestro precioso cuerpo a la bestia que no sabe embalsamarlo con el blanco perfume de los nardos y de los jazmines; no lleguéis al término del viaje donde una parca enlutada os cortará las alas que os mecían por los aires mientras buscábais el imposible de ojos grandes y luminosos, con el alma gemela a la vuestra y con la voz sonora que se oye en vuestros oídos con la música del pájaro que habla y la fuente que canta.

De paso que leéis este artículo en prosa que os dedico, acompañadme a sentir las seis estrofas que he dedicado a mi adorada Cosete.

¡Con qué amor las he escrito!

¡Con el mismo amor quiero que las guardéis como un recuerdo! Es la dolorosa plegaria del que desea exponer sus sentimientos. ¿Quién que haya leído a Víctor Hugo no sabe quién es Cosete?

Haceos cuenta que ella existe, aunque viva pura y bella sólo en la imaginación del artista.

Mi Cosete es un sueño que me despierta todas las noches con su sonrisa de ángel y cuando quiero darla el abrazo de amor, se me disipa como la neblina al salir el sol que la disuelve.

¡Qué buena que es que nunca me disgusta sino cuando no sueño con ella! La dulce mentira es el más inocente de los pecados para el que se miente a sí mismo creando, para deleite de su espíritu, una Cosete ideal que no existe... ¡y existe a la vez!, porque la amo y me inspira.

A veces me hace sufrir el dolor sublime del amor más platónico que pueda concebirse y para consuelo de mi alma, la identifico con la rubia de marfil, tan inteligente, tan única para comprenderme, a pesar de mi silencio. Y aquí van los versos:

 

Lejos están las estrellas

Y uno no las ve,

El pensamiento va más lejos todavía

Y sus ojos no ven.

 

Yo no veo a mi amada

Como distingo a la lejana estrella,

Mas sin verla, la veo,

¡Y hasta la veo en sueños!

 

En vaporosa nube de recuerdos,

Duerme conmigo,

Yo le cuento mil cosas ignoradas...

¡Y se lo sé contar!

 

¡Cuántas veces despierto a medianoche

Y la busco a mi lado!

Ella no está en materia:

¡Ella es un espíritu que sueña

Tropezando con los míos!

 

Y mis sueños... como voces de un arpa

Que se oye rumorosa...

Desgránanse en las nieblas de la noche

y se pierden después.

 

Buscando el lejano camino

por donde prestos fueron,

ya contento medito

en marcharme de aquí.

 

…………….. .

…………….. .

 

Es la tierra amargo tesorero

de mil negros dolores,

¡oh, quien me diera valor para matarme

y dejar de sufrir!

 

 

COSETE

 

Yo tengo un salón largo

De cuadros adornado

Con muchos libros viejos

De rojo encuadernados

Y en uno que otro cuadro

De linda figura

Con blanca vestidura,

La diosa, la que sueña,

¡Mi Cosete adorada!

Aquella niña hermosa

Tan dulce, tan amada,

Tan feliz, tan dichosa,

Porque yo cuando leo

Los versos que le he escrito.

¡En sus pupilas veo

La luz del infinito!

Yo canto los cantos más armoniosos

Y le cuento las cosas más ignoradas,

Ella escucha y me mira con esos ojos...

Verdes y humedecidos de enamorada.

Y ella es chiquita... y está vibrando

¡Como un foco de luces que va a extinguirse!

Yo le toco las manos... y está temblando

 Como si ella de susto fuera a morirse!

 

Asunción, enero 5 de 1911

 

 

ENLACE INTERNO AL DOCUMENTO FUENTE

 

(Hacer click sobre la imagen)

 

HÉRIB CAMPOS CERVERA (p.) - NOVECENTISTA OLVIDADO

PROSA Y POESIA

LUIS MARÍA MARTÍNEZ (COMPILADOR)

ASESORES INVESTIGATIVOS: NABEL FELIPE ESTRUC y RAÚL AMARAL

CRITERIO EDICIONES

Asunción – Paraguay, 2006 (292 páginas)






Leyenda:
Solo en exposición en museos y galerías
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Catalogado en artes visuales o exposiciones realizadas
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