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JUAN ANDRÉS CARDOZO

  DE PIE FRENTE AL DOLOR - Poemario de JUAN ANDRÉS CARDOZO - Año 1966


DE PIE FRENTE AL DOLOR - Poemario de JUAN ANDRÉS CARDOZO - Año 1966

DE PIE FRENTE AL DOLOR

Poemario de JUAN ANDRÉS CARDOZO

Colección EL UMBRAL

dirigida por FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH

Nº. 1

Queda hecho el depósito que marca la ley 94

Ilustró OLGA BLINDER

asedio literatura y arte

Acabóse de imprimir en los Talleres Gráficos ASUNCIÓN,

el 23 de Agosto de 1966.

Asunción – Paraguay (49 páginas)

 

 

Sea cual fuere la idea que nos hagamos de la poesía en el tiempo presente, no podemos desligarnos del hecho de que ella es hoy menos un canto que una provocación. Y es así cómo, por sobre su ancilar condición de arte, lo que la poesía se ha propuesto -a partir del simbolismo- es descubrirnos al hombre esencial, ese huésped secreto y silencioso que habita en cada tino de los seres humanos, y que es aquel que no muere cuando morimos. Detrás de la multiplicidad ocasional y transeúnte de nuestros rostros interiores -el hombre es siempre él y su multitud- el secreto huésped (que es, en realidad, el verdadero dueño de la morada) espera sicut erat in principio el develamiento, súbito como el rayo, para manifestarse desde nosotros con la transparente "libertad de los hijos de Dios".

Y es ésta la provocación de la poesía al hombre cotidiano: tina provocación para la unidad del ser. No para que el hombre trascienda en algo -que es eso más bien un alienarse, el enajenamiento que es nuestro mal-, sino para que alcance su propia, intransferible inmanencia personal con la existencia. Que luego viene el irradiar.

Por debajo de la uniformidad ecuménica vivimos una época de dispersión, en la era del hombre disperso en la que éste es apenas máscara de sí mismo o noria acongojada. No es verdad, no, que el hombre sea hoy lo que se llama una persona. Es otra cosa. Preso en la maraña de los artículos de las constituciones, las inflaciones monetarias, las campañas electorales, los impuestos y los estampidos de los "Atlas", ¿qué puede hacer el triste prójimo más que ensoberbecerse o, sencillamente, olvidarse y dormir en sus adentros, huyendo de sí mismo como huye el ciervo acosado del ojo cazador? Y, sin embargo, es necesario rehacer al hombre: realizarlo, despojándolo de sus adyacencias infecundas. Tarea que se hace de dos maneras: o por lo angélico (con la poesía) o por lo demoníaco (con la política totalitaria). Y estos son los dos caminos de la libertad del hombre, idénticos, a su vez, a los de su verdad: o la palabra o la cárcel, que en ambas la libertad se revela humanada.

Juan Andrés Cardozo es una joven vocación que comienza con estos poemas a abrir los ojos a esta problemática del hombre en nuestro tiempo. Pero sus poemas no deben ser apreciados propiamente aún en cuanto realizaciones estéticas, sino en cuanto ellos revelan una actitud. Una actitud de enfrentamiento con la realidad desde sí mismo. Su libro indica un punto de partida: no es aún una meta. Y en él parece cumplirse -como en toda joven vocación poética-, por refracción, el sentido esencial de la poesía: el de preparar el camino de la liberación en la verdad. Pero si en cuanto expresiones estéticas sus poemas presentan todavía las inevitables vacilaciones del ojo que se encuentra de súbito en medio de las tinieblas, ¿qué le vamos a hacer, qué va a hacer él propiamente, si los hombres apenas somos escolares de la eternidad que nos ejercitamos con temporalidades angustiosas?

FRANCISCO PEREZ-MARICEVICH

 

 

Y, desgraciadamente,

el dolor crece en el mundo a cada rato . . .

CESAR VALLEJO

 

LA PUERTA DEL SILENCIO

Hay palabras que deben enterrarse,

para siempre,

en un mundo de silencio,

pero desde el fondo del abismo,

nace en austral potencia

un grito de rebelión.

 

La angustia es una sabana inmensa;

es un fango que traga.

Su red traicionera

nos atrapa.

 

Soy habitante de su cárcel.

 

Y entonces

viene la palabra prohibida,

enferma,

pero llega.

 

Sin embargo,

mientras existan escombros

de un dolor humano;

mientras sauces lloren

la presencia del viento,

mis manos

golpearán

la puerta del silencio.

 

POEMA

Tengo aplastado el corazón

un dolor gigante se apoya sobre él

y siento que mi vida

es una llaga

abriéndose a la caída vertical

de mi palabra

-vaso derramándose en la arena-.

 

Trato de aplacar la tristeza que se viene

de mi celda primitiva

donde me arrojó la tarde

en que la flor era una hostia enaltecida

y la esperanza un árbol

anhelando llegue otoño.

 

EL OTRO

Un animal vive conmigo

desde hace tiempo.

 

Me acompaña siempre

como mis prendas de vestir.

 

Un día canséme de él,

y quise asesinarlo.

Lo apuñalé

una

y otras veces

mas no murió.

 

Siguió andando a mi lado.

No pude desasirme de él.

 

Cuando mis esfuerzos

por agostar su vida

resultaron estériles,

traté de educarlo.

 

Todos los días

nos sentábamos juntos:

le envenenaba con libros;

caminábamos por las calles

habitadas de lobos.

Pensábamos.

 

A veces,

una nube de tristeza

nos envolvía.

Cuando sentía hambre

devoraba mi carne.

 

Cuando se enamoraba

mordía mi corazón

con cristales rotos.

 

Así, de vereda en vereda,

asidos eternamente,

nos vamos desangrando.

 

EL AMO NEGRO

Existe una marea impetuosa

que me empuja

hacia lugares donde mi alma

tórnase una caja vacía.

 

Temeroso

voy transitando

con mis maltratados huesos.

 

Voy al encuentro

de cosas conocidas,

íntimos,

pero que va enmoheciendo,

como la humedad a los zapatos desusados,

mi afiebrado rostro.

 

Cuando mis pasos

vuelven,

liberados;

cuando mi sangre

trajina militarmente,

una promesa se hace eco:

 

Ahorcaré al viento que me empuja,

que dirige mis ansias.

 

Pasan las horas,

los días van huyendo del calendario,

y surge nuevamente

una cabeza negra, inmensa.

 

Empieza la lucha.

Nos derribamos retorciéndonos el cuello,

pero quedo vencido.

 

No hay hombres que puedan con él.

 

Sólo la muerte.

 

Por eso

cuando llega

también se muere de tristeza.

 

LIBERTAD

Dinamita que debieras volar murallas;

enigma siempre royendo carne;

por tí

la sombra es hogar.

 

El cielo,

techo abierto a la mirada

donde vuelan alas pensativas;

ideales cubiertos de tierra;

hombres envueltos de palabras,

huérfanos,

en la lucha contra la muerte,

de tu nombre.

 

El barro

en incesantes llamas desatadas

quema tu vida libertad!

 

No eres más que cenizas

recorriendo las almas.

 

¡Lágrimas humedeciendo el mundo!

 

¡Cuántas vidas apuñalaste!

 

Sin embargo,

tú a nadie dejaste sin vida.

Ellos te dejaron sin sangre.

¿Quienes?

                  Los eternos . . .

 

(Pero aún la oscuridad

está herida de luz

y hay corazones apuntando,

como bayonetas,

hacia el vórtice.)

 

CON LAS MANOS ABIERTAS

Con las manos abiertas

nos vamos,

todos,

hacia el vientre de la tierra.

 

Con las manos abiertas

nos vamos,

todos,

despidiendo a los que un día

apretábamos contra el corazón.

 

No obstante,

con las manos cerradas

venimos

rompiendo paredes de carnes

y abrazando el mundo.

 

Con los brazos al viento,

con el grito flotante,

comenzamos en la arena de llantos:

 

Sudores de yodo bañando nuestras frentes.

Las voces cosiendo las edades.

Y la sangre pintando las aceras.

 

¡Oh querer imposible

éste de retener

tantos sacrificios

arrastrados por raudales del destino!

 

El dolor

ventanas abiertas en los ojos

erguido vive

cubriendonos como la noche.

 

Así, en marejada sin fin,

nos vamos

asustados,

terriblemente asustados,

con las manos vacías.

 

ESPERANZA

Fuego

que ilumina mi túnel herido,

desbrozando

malezas olvidados al tiempo.

 

De pié

con el grito en el aire,

deshojar quiero

las hojas mustias

que cuelgan todavía

del árbol calcinado de mi pueblo

de quebracho y maizales.

 

Flomígero poncho

arropando mi flaqueza.

En tí nace una patria

de palmeras

que resisten la soberbia del sol!

 

Como una oración anciana

me acompañas

para quebrar,

cuando despliego mi bandera entristecida,

el cerco del silencio.

 

¡Hachero

que adormece los bosques

para levantar los vigas del amor!

 

De la entraña de mi madre arcilla

te llevo en la mirada

confiado de que tu hoguera

derrotará

al hierro que oprime

el temblor de los sueños.

 

DE PIE FRENTE AL DOLOR

Yerto sobre e! rocío del dolor

extiendo la voz que emerge

de la tumba donde le acostó el silencio.

 

Ya no es hora de conformarse

con la campana que murió en la plaza.

 

Ni con los caminos amarillos y delgados

donde las pisadas dejaron su beso viajero!

 

¡Mi corazón es una estrella apagada

que quiere arrancar fuego al sol!

 

Quiero mojar la arena de la siesta

que abre surcos en las plantas

de los hombres cautivos de la tierra.

 

¡Quiero limar los cerros de sus manos

y arrancar de sus ojos la resignación!

 

Si las paredes acribilladas de pobreza

pudieran acercar su voz a los oídos sordos,

a las miradas de puñales indiferentes,

y lanzar al viento su queja amarga:

 

¡Cuántos días el pan ha estado ausente!

 

¡Cuántos cuerpos, en edades desiguales,

enlazó el invierno

y el pecado fue un bocado de la noche!

Ya basta . . !

 

No quiero seguir tocando la cuerda,

el hilo de sangre que teje la sombra

del universo; de Latinoamérica.

 

Sólo de pie frente al dolor

quiero levantar un muro de esperanza,

un muro de hierro que detenga

la tristeza que viene arrollando

-roca desprendida de los Andes-

la alegría que ha nacido a deshora.

 

Y creer que el viento de la noche

se ha llevado

el miedo que dormía en la llanura.

 

DE PIE FRENTE AL DOLOR de JUAN ANDRÉS CARDOZO, título primero de la Colección "EL UMBRAL", consta de 52 páginas y quinientos ejemplares, impresos en papel obra 1 de 100 grms.

 

 

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