RECONSTRUIR LA POLÍTICA O ASISTIR A SU INVALIDEZ
Por JUAN ANDRÉS CARDOZO
El pensamiento político hoy vuelve a re-pensar la política. Y en una situación desventajosa: sin bisagra en los medios de comunicación masiva.
La política se define como el juego de los oponentes. En lucha por el poder legítimo, las confrontaciones son cívicas. Esto ocurre cuando la política es igual a la democracia. La una no existe sin la otra. Pero la confrontación excede, ahora y antes, a la política. En nuestra historia hubo épocas de intromisiones externas que desplazaron a los políticos. Injerencias que demoraron el advenimiento y la práctica de la democracia. Los actores prominentes fueron de las fuerzas armadas, apoyados y sostenidos por oligarquías y caudillismos populistas.
Antes de la transición, conceptualmente vivimos tiempos pre-políticos. Quienes pensaron sobre nuestra realidad social, y evidenciaron la ausencia y el escozor de la política, conocieron casi unilateralmente el árido extrañamiento del exilio. Los que participaron del poder, pronto fueron desterrados.
EL VACIAMIENTO DE LOS PRINCIPIOS
Los gobiernos que vinieron hasta hoy enfrentan la dificultad de corresponder a esas tres categorías. La representatividad se desvaneció en la autorrepresentación. Y tal vez por ignorancia de lo que significa la política -en tanto a su igual connotación con la democracia-, o por la supervivencia de la reducción del poder a la egolatría, la ambición, la corrupción...
La legitimidad no es la simple adecuación a la ley o a su "espíritu", aunque en un Estado de Derecho la legalidad le es irrebasable. Pero, en lo esencial, implica la conformidad del pueblo. Más aún, la base indispensable e insustituible de toda representación. La legitimidad es, en última instancia, el origen de la política. Funda la política por su conexión a sus fines: el estar-bien de los ciudadanos, la vigencia de la libertad, el respeto a la igualdad, la subordinación de los representantes a los intereses generales, la participación de la voluntad popular en las decisiones que atañen a la república (la cosa de todos), entre otros.
Pero la idea de la república constituye, más que nunca en nuestro tiempo, el "diferendo" con la legitimidad. Y, por, lo tanto, con la política. El problema es el ejercicio del poder: de su gestión depende la realización concreta de lo legítimo; la legitimidad en marcha, en calidad de constatación de que se sirve eficientemente al bienestar general. Este es el principio de la legitimidad de gestión.
La gobernabilidad, por su parte, tiene dos niveles interactivos: el de superestructura y el de la estructura. En el superior, los órganos del Estado son interdependientes por él estatuto de coordinación, y autónomos por la diferencia y especificidad de sus funciones. La política opera aquí como teoría y práctica. Sus actores necesariamente deben saber y actuar de acuerdo con sus responsabilidades y limitaciones. Y como un todo sistémico, en carácter de gobierno. Lamentablemente, la gobernabilidad es un déficit formal de nuestra democracia.
Y en lo más grave, es la deuda política descalificante en lo estructural. Al desentenderse la gobernabilidad de las necesidades y de las expectativas de la mayoría social, se ha desarticulado como espacio público al servicio de la ciudadanía. Un Gobierno que no se sostiene en la satisfacción, evolución y prosperidad de la sociedad en su conjunto, conspira contra la política. Y deviene en odioso traidor de la democracia.
INVALIDACIÓN DE LA POLÍTICA
Las desacreditaciones de éstas categorías en nuestro proceso tienen sus consecuencias. Deshonran los principios de representación, de legitimidad y de gobernabilidad. Y con ello llevan al estado desvanecente a la política. Como todo desvanecimiento es un tiempo de inhabilitación, incapacidad y de invalidez.
No es casual, entonces, el repliegue de algunos sectores políticos para conceder sitios a actores que proceden de esferas diferentes. Tampoco esta experimentación es particularmente nuestra. La tecnopolítica invadió de tecnócratas ámbitos muy importantes del poder. Y viene subordinando el gobierno al mercado y a las finanzas. Se relega a la sociedad.
Sin embargo, las oleadas no cesan. Al descerebrarse la política de su conciencia social y ética, se debilita. Tambalea, cae. Desde abajo sirve a otros intereses. A veces, como su servicio ya no crea -no por oposición al sistema- confianza en los que detentan el poder real, se la destituye. Sustituye. Sus actores son complementarios a otros gestores que acaso los desprecian.
El pensamiento político hoy vuelve a re-pensar la política. Y en una situación desventajosa: sin bisagra en los medios de comunicación masiva. Así que está obligado a actuar sin mediaciones. Mejor. Sus alteridades son los diálogos directos. Y horizontales. Reconstruir la política conmina a la vinculación con la gente, a la formación de dirigencia menesterosa de conocimientos esclarecedores de la realidad y la verdad. Y con la juventud sensible aún frente a las miserias humanas y capaz de asumir un compromiso con la emancipación.
Reconstruir la política presupone, por ende, luchar contra los oponentes que oprimen -en la "democracia"- a los que, siendo humanos, merecen vivir libres de todo tipo de ataduras y humillaciones.
Fuente: Correo Semanal del diario ÚLTIMA HORA
Publicado en fecha: Sábado, 06 de Abril del 2013
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