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LISANDRO CARDOZO (+)

  JARABE DE SAPO - Cuento de LISANDRO CARDOZO


JARABE DE SAPO - Cuento de LISANDRO CARDOZO

JARABE DE SAPO

Cuento de LISANDRO CARDOZO


Sara Morínigo estaba sentada en la sala de su depar­tamento tomando café con unas tostadas. Su caniche saltaba de un sofá a otro y ladraba endemoniada mi­rando por la ventana al gran manto negro del vecino. Era viernes y ella salió temprano de su trabajo, que era una oficina de inmobiliaria en la que lidiaba diaria­mente con todo tipo de personas para poder sobrevivir, vendiendo bienes raíces. Sara tiene treinta años, soltera, muy bien parecida, elegante y por decirlo, distinguida, aunque prematuramente aparecieron las patas de gallo, que trata de corregir matinalmente con unas cremas, que a las modelos que las promocionan las dejan es­pléndidas.

Sabía que esa noche no pasaría por ahí su novio, pues su madre anunció que vendría a visitarla y a quedarse dos o tres días, lo necesario para un pequeño tratamien­to en que le harían una punción lumbar para confirmar o descartar un cáncer. Ella no quería evidenciar que su novio era algo más que simple novio, y que algunas no­ches se quedaba a dormir con ella.

Llegó su madre en un taxi, desde la Terminal, bajó su pequeña maleta en la que traía lo estrictamente ne­cesario. Tras hablar un rato, ambas mujeres fueron a la cocina a ayudarse para preparar una sencilla cena que consistió en un bife con huevo y arroz blanco, que era la perdición de Sara. Vieron el noticiero, comentaron sobre los accidentes cotidianos de motociclistas, vio­laciones, desalojos, y sobre la lucha de los campesinos sin tierra, vecinos de ña Tila en San Pedro. Dijo que si podía averiguaría algo sobre don Quintero, esposo de una vecina, quien le encargó que se comunique con su abogada, una doctora de apellido Speranza.

Se acostaron temprano en la misma cama y ña Tila se durmió enseguida porque estaba exhausta por su estado de salud y el viaje. Sara se entretuvo comunicándose con su novio y algunas amigas por messenger y revi­sando su facebook. Alzó la foto de su madre de visita, para que la vean algunos parientes. Comentó su estado y enseguida recibió algunas respuestas.

A la mañana temprano, Sara acompañó a su madre al laboratorio de análisis donde le harían la punción. Se tomó el día para estar con ella y apoyarla en todo lo ne­cesario. Roberto, el novio de Sara, vino hacia la media mañana y se encontraron en la sala de espera y tomaron tereré mientras aguardaban. Él ya conocía el caso de su suegra, pues era algo parecido a lo que le había pasado a su madre y a una tía. Se mostró algo preocupado, pero no manifestó nada y trató de que Sara no detecte nada en su semblante, y se puso a contarle algunas anécdotas gastadas de oficina y otras nimiedades con tal de entre­tenerla.

Luego de una hora, ya los tres, fueron a almorzar a un bar de la zona. El resultado de la punción estaría en cinco días, le dijo la secretaria que cobró la millonaria suma por el trabajo, cosa que descalabró los fondos que tenía ahorrados doña Tila. Ella debía quedarse en el de­partamento de su hija, en reposo todo ese día y parte del otro, en el que ya debía abordar de nuevo el bus que la llevaría a su valle. Estaba débil, pues le habían aplicado unas inyecciones para realizar la microcirugía, en lo que consistió la punción.

Cómo te sentís últimamente, le preguntó Roberto a doña Tila. Y no muy bien, Roberto, dijo ella. Hay días en que me siento muy débil, dolorida, toda hinchada. ¿Y tu medicación? ¿La hacés normalmente? Sí, religiosa­mente, según me indicó el doctor. Con decirte que has­ta el jarabe de sapo que prepara una médica de Coronel Oviedo, que se dice es muy lindo para curar el cáncer, tomo de mañana y de tarde. Es muy desagradable, te puedo asegurar, pero lo tomo porque el papá de Sara es el que me controla para que haga bien mi medicación. Rio Tila, tristemente. ¡¿Ahh, jarabe de sapo decís?! Sí, la médica que prepara, se dice, que tiene un criadero de sapos especialmente para preparar el remedio. No se saben los detalles de su preparación, pero dicen que lo único que les saca a los sapos son sus tripas y al resto lo hierve toda la noche con otros yuyos. No es rico, Roberto, pero bueno, todo sea para que me alivie por lo menos. Muy bien y ojalá sea así y seguro que va salir bien esto, doña Tila. Ya escuché hablar de ese jarabe y se dice que es muy bueno, y que ya le curó a mucha gente.

Doña Tila descansó toda la tarde y estuvo un poco inquieta por el dolor, al pasarse los efectos de la anes­tesia. Sara le aplicó hielo en la zona lumbar y eso le mejoró la sensación de dolor, pues contrarrestó la infla­mación y enrojecimiento. En fin, esa noche cenaron los tres, bife con huevo y arroz blanco, con abundante que­so paraguay que ella misma había traído. Al otro día ya se sintió mejor y dijo que quería volver a su casa, ver que no le falte nada a su marido y volvería un día antes de retirar los resultados e ir a la consulta con el oncólogo.

La llevaron a la Terminal esa tardecita y esperaron hasta que llegó la hora de abordar el colectivo. Comie­ron chipa, tomaron tereré, Roberto compró una revista, que hojeó rápidamente y le dio a su suegra para que se entretenga en el viaje. Ella rechazó amablemente el ofrecimiento, pues dijo que iba a dormir todo el viaje. Sara guardó la revista en su cartera, retocó su maquilla­je mirándose al espejo y de paso observó a su madre que estaba a su lado y vio que súbitamente se ponía pálida.

Se dio vuelta para verla mejor. ¿Te pasa algo mamá?, le preguntó al ver que le temblaba un poco la mano al tratar de llevar a la boca un trozo de la chipa. Doña Tila minimizó el hecho, pero unos minutos después ya no pudo disimular su malestar. Se levantaron los tres al ver que el bus entraba en la dársena. Otras personas también se movilizaron para abordar. La señora se afe­rró con fuerza a los brazos de Sara y Roberto, quienes al ver la mueca de dolor que hizo con la boca la tomaron de la cintura. Ella está mal, le dijo Roberto a su novia, así no va a poder viajar mi amor. Tenemos que llevarla a algún sanatorio porque evidentemente se siente mal Robert. Acá cerca hay uno, sobre la misma avenida. Voy a buscar el auto y nos vamos urgente.

Consultó doña Tila en la parte de urgencias de la clí­nica y le recetaron un ansiolítico y un analgésico fuerte. Volvieron al departamento y la observaron toda la no­che, ambos. Hicieron una cena liviana, le dieron un té de tilo y su analgésico que debía tomar cada seis horas. Decidieron que ella se quedaría hasta el día de consulta con el oncólogo. Sara pidió permiso en su trabajo, Ro­berto se acomodó en el sofá y vivieron en familia por esos días. El viernes, temprano retiraron los resultados y después fueron a la clínica. Ni abrieron el sobre porque consideraron que el médico lo haría en su momento.

La paciente pasó al consultorio y el médico cerró la puerta tras ella. Tomó el sobre y lo abrió, miró dete­nidamente lo que decía, casi todo en clave, y mantu­vo su rostro inexpresivo, que la mujer observaba con atención y gesto sumiso. Qué dice doctor, preguntó, doña Tila. Sacó sus anteojos el médico y dijo que al parecer todo estaba bien. Eso qué significa doctor, que no tengo cáncer. Según los resultados que estoy viendo no hay rastro de nada señora. Pero qué raro esto, dijo el doctor, rascándose la cabeza y volvió a leer el informe. Consultó su computadora, hizo una llamada y habló un lenguaje técnico médico que ella no entendió nada. Puso el informe de laboratorio en el sobre y lo cerró cuidadosamente. Al cabo de casi una hora salió la mujer seguida por el Dr. Ortellado. Sara y Roberto se acer­caron a una señal del doctor: Vamos a necesitar una segunda opinión o tal vez repetir la punción. Qué pasó doctor, preguntó Sara. Me sorprenden los resultados, porque al parecer no hay nada malo, por suerte. Pero según los síntomas, evidentemente ella tiene leucemia, señorita. Quiero verla de nuevo en ocho días, a menos que se presente alguna complicación.

Ña Tila se quedó sola en el departamento, aunque monitoreada permanentemente por su hija, y para ma­tar el tiempo se dedicó a los quehaceres, lavando ropa, cocinando y limpiando. También cumplió con su rito de sentarse a ver sus novelas y los noticieros. Tuvo tiempo también para averiguar sobre su vecino don Quintero, llamando a la doctora Speranza, encargada del expediente del líder campesino. Se enteró por ella, que el mismo —componente del grupo de carperos que invadió Campos Morombí donde murieron diecisiete personas entre policías y campesinos—, saldría en li­bertad cuando prestara declaración.

Seguían los malestares de la señora, que calmaba con los analgésicos y los medicamentos específicos para su mal. Para tener una mejor expectativa de vida, ella de­bía hacerse un trasplante de médula, y para ello su hija estaba dispuesta a donarle.

Tres días después desmejoró visiblemente, y vencida por el cansancio ni pudo llamar a su hija. Se acostó a descansar en el sofá y se durmió profundamente. Cuan­do llegó Sara la encontró inconsciente y llamó a Ro­berto para que venga a llevarlas a algún lugar. No tenía idea dónde podían atenderla en ese estado. La llevaron a una clínica donde la reanimaron y después la pasaron directamente a terapia intensiva. Le hicieron los análisis de urgencia y encontraron que en su sangre los glóbulos rojos estaban casi ausentes. Ordenaron transfusión de litros y litros de sangre a ver si no recuperaba su estabi­lidad hemodinámica. Vino con urgencia el Dr. Ortella­do, se informó del estado de la paciente y se puso a dis­posición. Revisó de nuevo los resultados de la punción que le hicieron y comparó con otro informe que él había recibido esa mañana del laboratorio.

Miró a Sara y Roberto: “Evidentemente acá hubo una confusión imperdonable”.

 

 

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SEP DIGITAL - NÚMERO 4 - AÑO 1 - JUNIO 2014

SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY/ PORTALGUARANI.COM

Asunción - Paraguay

 

 

 

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