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ANA IRIS CHAVES DE FERREIRO (+)

  ETERNO IMÁN - Cuento de ANA IRIS CHAVES DE FERREIRO


ETERNO IMÁN - Cuento de ANA IRIS CHAVES DE FERREIRO

ETERNO IMÁN

Cuento de ANA IRIS CHAVES DE FERREIRO

 

     Nidia era una bonita quinceañera. Hija única, tenía todas las desventajas de las mismas. Pero ello lo ignoraba. Así como ignoraba muchas otras cosas que en su ambiente no hacía falta conocer. Pero sabía que era bonita y que sus padres podían comprarle cuanto dictara su capricho. Como el coche. Ese pequeño que su padre le obsequió al cumplir sus 15 años.

     En él iba aquel mediodía para ir a almorzar con una amiga, cuando al llegar a la calle 14 de mayo se paró el cochecito, así, de pronto. Tocó ella este botón, apretó esta palanca, dio vueltas a la llave y nada. Ni para atrás ni para adelante. parado. Reacio a sus pocos conocimientos mecánicos. ¿Qué hacer? Pues echar una ojeada en torno podía ser que aún a esa hora y bajo ese sol candente, tuviera la suerte de encontrar ayuda.

     Ya venía hacia ella un joven que había estado esperando su ómnibus en la esquina. Lucía una camisa a rayas, de esas fabricadas en serie pantalón de hilo gris, mocasines negros, En la mano, un pequeño receptor a transistores. Su rostro serio denotaba nobleza y carácter. Nidia lo vio acercarse con gran alegría. Parecía ser el salvador ideal.

     -¿Puedo ayudarla, señorita? -se ofreció, encandilado por los bellos ojos de la joven.

     -No marcha mi coche... no sé qué pudo pasarle... es nuevito.

     -Si usted me permite, voy a revisarlo. Tal vez le falte nafta.

     -Ay papi lo mata a Santiago si es por la nafta.

     -¿Quién es Santiago? -preguntó Enrique, indignado ya por el tonito de ella.

     -Y el chofer. El tiene la orden terminante de fijarse que a mí coche no le falta nada.

     -Pero también pudo fijarse usted...

     -¿Y usted cree que yo tengo tiempo para esas cosas?

     -¿Tantotiene que hacer para no poder ocuparse de su propio auto?

     -¿No ve mi peinado? No me diga que no se nota que me pasé dos horas y media en la peluquería.

     Sí, se había fijado en su elaborado peinado, impropio para sus años. Y hasta pensó que era una lástima que ella jugara a hacerse la señorita. Habiendo decaído su entusiasmo, en lugar de contestar su pregunta, le dijo que se bajara del coche para revisarlo. Se metió en el cochecito, hizo sus averiguaciones, e inmediatamente notó que el tanque de reserva estaba lleno. Intacto. Se lo iba a decir, feliz con el descubrimiento, cuando la voz trivial de ella se dejó oír:

     -Ay, apúrese que voy a quemarme viva.

     -¿No le gusta quemarse? -preguntó él desde adentro.

     -Desde luego que no. Son tan vulgares las morenas.

     -Gracias...

     -Ay, ni noté que usted es moreno. Pero a los hombres les queda bien. Además, dije «morenas» -quiso arreglarlo pero su suerte estaba echada.

     -Bueno, se quedó sin nafta -mintió él.

     -Ese imbécil de Santiago...

     -Es fama que estos andan con un jarro de combustible. Ahí pasa un chico, se le puede mandar hasta la estación de servicio a buscar.

     -¿Hablarle yo a ese chico? ¡Usted está loco! -dijo con gesto despectivo.

     -¿Por qué no querría hablarle?

     -Yo estoy acostumbrada a hablar sólo con los de mi clase...

     Enrique palideció bajo el golpe. ¡Si supiera esta chiquilina estúpida a quién había estado tomando por uno de su clase! ¡Si supiera que cuanto vestía él en ese momento era todo cuanto poseía! Pagado a crédito, con dinero que, en parte, le daban los ricos necios como ella que en lugar de estudiar durante el año iban a los cines y sólo se acordaban de los libroscuando se aplazaban. Para entonces estaba él, robando horas a su descanso para darles clases suplementarias y conseguir así lo necesario para ir tirando mientras seguía sus estudios de medicina. ¿La radio? Era un pésimo chiste de uno de esos niños bien quien, al ir a pagarle, se la entregó con estas palabras: «Mire, perdona, su plata me la gasté; aquí tiene la radio en pago, pero a mi papá no puedo volver a pedirle». Tomó la radio, claro, su valor tenía, pero este invierno se pasó sin la campera que pensaba adquirir, al recordarlo todavía le dolía el frío pasado. Pensó que la obra de Dios tenía infinitas facetas; esta chica tan hermosa, tan feliz y tan necia. Miró sus ojos. Lástima que fueran tan endiabladamente bellos... Claros, rientes. Y con toda su alma deseó hacerla llorar. ¡Cuánto más hermosa sería llorando!

     -¿Y qué hacemos? -interrogó ella en ese momento.

     -...Y si usted me considera de su clase, voy yo a buscar la nafta.

     -Ay, pero qué se va a molestar...

     -Voy. Pero óigame. Tendrá que esperarme fuera del coche porque con este calorse recaliente tanto esto, que es peligroso. Uno nunca sabe. Mejor es quemarse un poco y no exponerse. Yo vuelvo en seguida.

     -Bueno, se lo agradezco.

     Se fue, con los labios apretados. ¡Ese chico no era de su clase! La niña necesitaba a uno de su clase incluso para acarrearle nafta. ¡Fabuloso! ¡Y él estaba en pie desde las cuatro de la mañana porque debía estudiar antes de presentarse a su empleo y ahora iba al Hospital, a practicar, con dos pasteles en el estómago por todo almuerzo! Y aún le faltaba, para terminar la jornada, enseñar a tres palurdos que lo exasperaban. Pero estaba de suerte: lo encontraron digno de ir a buscar nafta. Al final se consoló un poco pensando que Santiago debía pasarlo peor.

     Quedóen una esquina. Dejó pasar dos vehículos que pudieron transportarlo, rumiando si valía o no la pena cargar con la tal nafta, cuando una voz que salía de un ómnibus lo decidió:

     -¡Escobar! ¡Escobar, subite!

     Subió, se trataba de un compañero que le dijo riendo:

     -¡Pero qué ocurre, vos transistorizado! ¡Hay que ver!

     -Ya te cuento, ya te cuento. Y al pasar por donde la había dejado la vio, estólidamente parada bajo el sol ardiente. Le pareció que ya iba tomando el tenue color del langostino del «vulgar» tono moreno. ¡Que se embrome!, pensó, pero en lo hondo lamentó que tuviera los ojos tan bellos.

     -Y, che, contame lo de tu radio -pidió el amigo.

     -Es para Prieto. Únicamente si se la cedo me presta su Anatomía Práctica y su calavera, y como la radio me sirve poco, se la llevo...

     Durante la tarde, en medio del trajín de una labor que le apasionaba, la olvidó. Dio sus clases particulares y, agotado, cerca de las 23, se tumbó en su cama... y fue entonces cuando la recuperó. Vio otra vez sus refulgentes ojos azules, rientes hasta cuando ella decía «Papi lo va a matar a Santiago». ¿Hasta cuándo habrían permanecido riendo esa siesta de fuego? ¿Cómo serían, serios? ¡Qué bellos lucirían cargados de lágrimas!

     A él no le gustaban las personas que reían mucho. Tenía un sentido dramático de la vida. Y con razón, por supuesto. El había sido uno de los tantos niños traídos del interior por una encargada engañosa. De niño sólo recibió mal trato, mala alimentación, mala ropa y ningún estudio. Cuando osó protestar le dijeron: «¿Y qué querés! ¿Que mantengamos a tu madre y a vos? ¡Estás loco! Ella se lleva todo, si la querés tenés que aguantar»

     Pero después de ver que dos visitas de su madre resultaron infructuosas porque el cuenta variaba así para ella: «¡no podemos darle nada, el chico nos cuesta demasiado!», resolvió escaparse. Encontró un lugar donde también trabajaba mucho pero le dejaban tiempo libre para estudiar. Y estudió con febril dedicación, sabiendo que ese camino era el único lícito para mejorar su suerte y la de su madre.

     Había transcurrido mucho tiempo, estaba en 6º grado, cuando alcanzó a comprar una camisa y un pantalón decentes y un corte de género para su madre. Entonces fue a su valle. Llegó hasta el rancho en que naciera. Encontró que la madreselva había tomado toda la casa. El floripón ya no estaba. Entró mirándolo todo ávidamente... Aquella maceta era nueva. ¡Qué enorme estaba el croto! Y en eso una voz le dijo: «¿Qué quiere?». No conocía esa voz. Ahuyentó los recuerdos, levantó los ojos y encontró que tampoco conocía a la dueña de la voz». «¿Está doña Basilia?», preguntó. «¿Doña Basilia?». «Sí, ella vivía aquí». «Habrá sido hace mucho, porque desde que yo me casé, hace tres años, vivo acá. Pero a lo mejor la vecina sabe». Sí, la vecina sabía. Doña Basilia había muerto hacía más de cuatro años. ¡No podía ser! Pero era. Amigas de su madre lo confirmaron. No encontró ninguna cruz ante la cual hincarse. Nadie recordaba, apenas cuatro años después, si había sido enterrada al lado de ña Natalia o más allá de don Antonio. El único consuelo fue saber que descansaba en camposanto.

     En el ómnibus que lo traía de vuelta, notó de pronto que aún conservaba en la mano la tela para su madre. Sonriendo amargamente, tiró el paquete por la ventanilla.

     Pensó que era imposible que su madre no hubiera tratado de encontrarlo y, ya en la capital, fue a su casa de su primera encargada. La mujer lo recibió de mala manera y le dijo irritada: «no hay nada para vos». «Mi mamá murió», le dijo él, «y quiero saber ahora si nunca volvió desde que yo me fui».

     «Pobrecita», se condolió ella. «Ahora que me acuerdo, sí volvió». «¿Por qué no me contó las veces que vine antes?». «Porque te dejó una carta, y se me perdió, y me dio vergüenza...» La impotencia por su sino, la rebelión ante el Destino le duro años. Podía decirse que le seguía durando. Desde entonces supo que el trabajo y el estudio eran los únicos paliativos para el dolor, la injusticia, la soledad.

     Todo esto lo fue rememorando aquella noche. ¿Por qué? Porque unos ojos se empeñaban en resplandecer ante él y su dueña no merecía poseerlos. No merecía que se pensara en ella. No merecía que él se desvelara. ¡No merecía nada! Pero esa noche se demoró en dormir y por mucho tiempo después se acostumbró a pensar en ella cuando ya había terminado sus faenas.

     Los años fueron gastando tercamente sus días. Se recibió de médico con medalla de oro. Sus colegas le dieron afectuosas palmadas, sus profesores lo felicitaron, algunos lo abrazaron, pero ninguna mujer se alegró con él. Seguía su soledad.

     En una fiesta realizada para festejar la obtención colectiva del título, tropezó, de pronto, con ella. Estaba aún más hermosa que en sus recuerdos... y repentinamente supo por qué ninguna mujer había entrado en su vida.

     -Buenas noches, señorita -le dijo.

     -Buenas noches. ¿Nos conocemos acaso?. -su voz había mejorado notablemente.

     -Una vez me comisionó usted para ir a buscar nafta y nunca llegué a destino.

     -¡Usted! ¡Pero claro! Me dejo plantada con ese calor insoportable y para más, ni falta hacía la nafta.

     -Todo por no quebrantar sus principios. Créame. Aunque las apariencias engañen, yono soy de su clase, no tenía derecho a dirigirle la palabra.

     -¿Conocías al doctor Escobar, Nidia? Buenas noches, doctor -un joven se había acercado a ellos con dos vasos de refrescos en las manos. Era un estudiante de 4º año, Enrique lo veía siempre.

     -Lo conozco, sí.

     -¿Sabía que Nidia es mi Novia, doctor?

     -No, no lo sabía. Lo felicito.

     Y, otra vez, a mansalva, la soledad, el dolor, la indignación e impotencia...

     Dos meses después se enteró que el compromiso estaba roto.      Tres meses más y la festejaba un abogado. Seis meses después estaba comprometida con el abogado. Un año,  y había roto también con el. Después supo que su tercer noviazgo había quedado, también, trunco. Enrique pensaba que los sentimientos nada significaban para ella. Con su belleza como señuelo, jugaba con el corazón de los hombres. Pero con todo, en lo íntimo, reconocía que él se sentiría feliz si ella se dignaba jugar con su enamorado corazón.

     Aquella tarde lo llamó uno de sus profesores, el más ilustre, quizá. «Venga rápido a mi clínica, es urgente», le dijo. Cuando llegó, lo encontró esperándolo, muy preocupado.

     -La hija de un amigo muy querido ha sufrido un accidente automovilístico. Hay que operarla inmediatamente, existe el peligro de que pierda el uso de sus piernas. Yo no me atrevo, se lo confieso; les expliqué a sus padresy están de acuerdo conmigo en que usted es el indicado para operarla.

     -¿Quién es la joven?

     -Es la única hija de Matteri, el millonario. Hombre al que admiro por sus buenas obras. A la chica la traje yo al mundo.

     Pero el mundo se había acabado para Enrique Escobar, ¡se trataba de Nidia!

     -Perdone, profesor, yo no puedo operarla.

     -Si no lo hago yo, solamente en usted confío. Este accidente me ha afectado profundamente, no estoy en condiciones. Le estoy pidiendo no solamente un favor sino que salve usted una vida. Le ruego que no se demore más. Los minutos vuelan.

     Como un sonámbulo se encontró en la sala de operaciones, listo para intervenir.

     Cuando practicó la primera, profunda incisión, le asaltó un pensamiento atroz: si en vez de seguir esa línea se desviara ligeramente a la derecha, la paciente moriría. Nadie nunca sabría nada y terminaría para él ese perpetuo suplicio de saberla inalcanzable. De amarla sin esperanza. De conocer sus reiterados noviazgos. ¡El podría vengar a aquellos a quienes ella destrozara el corazón! Sintió el sudor corriendo por su cuerpo. Levantó la vista y notó que todo los ojos estaban fijos en él, asombrados al verlo detenerse. Lo embargó una tremenda vergüenza, y rápidamente continuó operando. El juramento hipocrático había triunfado una vez más. El médico se había impuesto al hombre y el milagro quedaba hecho: se escamoteaba a la muerte una joven vida.

     La operación duró dos horas al cabo de las cuales él se encontró rendido de cansancio, pero feliz contento consigo

mismo. El resultado final se demoraría en conocerse y, mientras, todo marchaba bien.

     Cuando Nidia estuvo mejorada le explicaron sus padres que debía la vida al doctor Escobar. Protestó porque lo habían llamado pero tuvo que aceptar los hechos y, lo que fue peor para ella, darle las gracias. Le llevó días resolverse y, nobleza obliga, lo hizo.

     -Gracias, doctor, me dicen que le debo la vida.

     -La vida se la debemos solo a Dios.

     -Parece que yo andaba un poco abandonada de Él cuando me pusieron en sus manos.

     -Cualquier otro cirujano hubiera hecho lo mismo.

     -Es usted modesto.

     -Desde luego. No soy de su clase.

     -Por favor, doctor, no interprete mal mis palabras. En aquel entonces yo tenía quince años y a esa edad todas las mujeres creemos que el mundo es nuestro escenario y los demás mortales, espectadores obligados a aplaudirnos. Fue así, nada más, no me crea mala.

     -¿Tiene importancia, acaso, lo que yo crea? Pero no se fatigue usted. Ya hablaremos.

     La quemante pregunta de si volvería Nidia a caminar estaba en todos los labios aunque nadie se resolviera a hacerla. Ella hacía bromas sobre sus piernas pero Escobar descubrió que, últimamente, mientras los labios reían, sus ojos quedaban serios, muy serios.

     El tiempo iba pasando. Escobar sabía que el tiempo era su peor enemigo. Llegaría el momento en que la terrible pregunta sería hecha y entonces él ya nada tendría que hacer junto a su cabecera. Una vez sacado el yeso, él sabía que Nidia caminaría. Lo sabía.

     Por eso tembló aquella tarde cuando luego de cumplir con sus tareas profesionales, oyó decir a Nidia, dirigiéndose a su madre:

     Cuando la señora se retiró, Escobar sintió que la antigua y siempre nueva soledad lo atraparía otra vez. Sabía que ella le preguntaría «¿volveré a caminar?» y cuando él le respondiera «sí» ya no se justificaría casi su permanencia junto a esta mujer a la que amaba con desesperación. La miró angustiosamente, deseando que la pregunta no saliera de sus labios.

     -Quería preguntarle algo, doctor, porque de otra manera creo que moriré sin saberlo.

     -¡Vaya! Pues mi respuesta es «sí» -dijo armándose de valor para que su tortura terminara lo antes posible.

     -¿Cómo sabe que puede gustarme esa respuesta?

     -¿Acaso no desea saber si caminará?

     -No, eso no me preocupa estando en sus manos.

     -Qué iba a preguntarme, entonces?

     Nidia lo miró intensamente y despacio, como si temiera tener que repetirlo, le preguntó:

     Enrique sintió desgarrarse su nube, el sol que apareció lo deslumbró y dio un paso hacia ella, todavía incrédulo. Nidia le tendió los brazos. Se arrodilló a su lado y la besó con pasión. Fue notando que su angustia desaparecería, que su permanente desazón caía hecha pedazos. Mientras todavía la besaba, un pensamiento lo asaltó, ¿cómo estarían sus ojos? ¿Serios? ¿Rientes? ¿Qué mutación habrían sufrido ante este inesperado encuentro con el amor? Quiso saberlo, quiso verlos. Lentamente dejó sus labios y levantó la cabeza. Miró a Nidia, pero no pudo ver sus ojos. Porque Nidia lloraba dulcemente.

 

 

ANA IRIS CHAVES DE FERREIRO (1922-1993): Esta autora fue capaz de suministrar cierto aire de frescura a la tendencia idealizante, realista y sentimental, de la narrativa paraguaya en su novela CRÓNICA DE UNA FAMILIA (1966). Desde su ambiente familiar se introdujo en el mundo de la literatura y en los círculos culturales, y fue obteniendo premios en concursos de cuentos, de teatro y de novela.. Durante su vida se sintió protagonista de la literatura escrita por mujeres en Paraguay. Aunque negó fomentar cualquier política feminista activa, sus narraciones suelen centrarse en el estado de la mujer en el Paraguay, aunque en el fondo de ellas subyace la ideología conservadora. En suma, Ana Iris Chaves ha participado de forma decisiva en el trabajo de la incorporación masiva de la mujer al mundo de la literatura.

Sus obras se sitúan dentro la vertiente narrativa tradicional costumbrista. Son de lectura fácil, breves y amenas, con un estilo que busca la acción, y con una gran perfección técnica en la narración en tercera persona y el monólogo. Sin embargo, la novela Crónica de una familia tiene la apariencia de una sucesión de cuentos unidos por un hilo temático común, una historia familiar. Su narrativa corta suele tener un carácter moralizador, y en ella desarrolla temáticas variadas como la infidelidad matrimonial, siendo la mujer la persona envuelta en el adulterio, o el dominio del hombre por medio de la astucia y la llamada «intuición femenina». Estas mujeres, en lugar de salir triunfantes, terminan siendo víctimas de su propia infidelidad; de su propia respuesta práctica a un matrimonio infeliz, por ejemplo, pero cuando triunfan han dado cuenta de su habilidad y de su inteligencia. En los cuentos, Ana Iris Chaves suele emplear la ironía y el humor como procedimientos para ridiculizar un microcosmos que por extensión simboliza al resto de la célula matrimonial como institución social. En todas sus obras hay una separación entre el mundo exterior y el ambiente cerrado en que viven los personajes, sobre todo los femeninos, y el espacio enclaustrador no solamente da una sensación de aislamiento e individuación, sino que también refleja el mundo sofocante y limitado de una sociedad en decadencia.

Ha publicado dos novelas: CRÓNICA DE UNA FAMILIA(1966) y ANDRESA ESCOBAR (1975).La primera es una saga realista en la que se cuenta la vida de tres generaciones de una familia en que se ha mezclado la sangre de los vencedores y vencidos de la Guerra de la Triple Alianza, mientras que la segunda es unahistoria de una mujer envuelta en las pasiones de la tierra en que vive. Como sus cuentos, es una prosa testimonial en la que se mezcla la narración que caracteriza el costumbrismo paraguayo criollista con el drama romántico de la novela decimonónica latinoamericana. En CRÓNICA DE UNA FAMILIA, la relación entre el hijo del patrón, Juan José, y la campesina Antonia, posee las características de las novelas románticas casi anteriores en un siglo como MARÍA de Jorge Isaacs, por la situación de amor imposible entre dos personas de castas sociales distintas. El padre de Juan José obliga a Antonia a casarse con otro campesino, para que se aleje de las pretensiones de su hijo. Por otra parte, Crónica De Una Familia posee un talante y una temática histórica en su fondo, con una exaltación clara del nacionalismo decimonónico paraguayo, y el recuerdo de la frase pronunciada por el mariscal López en el momento de su muerte, ¡Muero con mi patria!, permanece en la memoria de los personajes de las tres generaciones de la novela. La localización espacial física de la obra en los tres escenarios de Brasil, Argentina y Paraguay muestra el proceso de simbiosis en las fronteras de estos tres países después del fin de la guerra.

ANDRESA ESCOBAR es una historia romántica que anticipa resolutoriamente sus cuentos publicados posteriormente. La protagonista es una mujer humilde que es víctima del ambiente social. En los años ochenta ha publicado sus únicos tres libros de cuentos: FÁBULAS MODERNAS(1983), RETRATO DE NUESTRO AMOR (1984) y CRISANTEMOS COLOR NARANJA (1989).

El cuento que presentamos, titulado “ETERNO IMÁN”, pertenece a RETRATO DE NUESTRO AMOR. Es uno de los primeros relatos femeninos que omite referencias situacionales localistas, lo que da cuenta del tránsito de la autora desde el nativismo hacia una apertura más universal. Se trata de una historia sentimental, neorromántica, pero con algunas referencias críticas al modelo de educación tradicional de las clases altas paraguayas. La autora traza al comienzo una descripción escueta, pero concreta, de su personaje. Éste, Nidia, es el prototipo del producto de una educación consentidora y paternalista. Hija única y de familia de consolidada posición social, llega a admitir en el desenlace, después de su experiencia vital, que a los quince años creía ser el centro del mundo y que el resto de seres humanos eran objetos a su disposición. La autora opta por un desenlace donde la regeneración de las personalidades facilita el «final feliz».

El cuento es el resumen de una vida que culmina con la declaración de amor de la pareja protagonista. Dividido en dos partes, la autora focaliza el relato alrededor del personaje masculino, pero Nidia es la protagonista de la primera parte. Lo destacable es la disyuntiva que se plantea entre el hombre y la mujer: mientras ella es firme en sus actos, consecuencia de la claridad de sus deseos, el hombre se muestra perplejo. La mujer sabe poco de la vida (como llega a comprender después) y su educación le mentaliza a relacionarse solamente con personas de su misma posición. El hombre sólo puede someterse a la libre decisión de la muchacha, aunque se haya convertido en un médico diestro y de prestigio. Como reza el título, la atracción pasiva que siente es profunda y sincera, lo que contrasta con la fuerza centrípeta  de la psicología femenina. El protagonista revela sus dudas, temores y problemas en monólogos interiores que sintetizan la visión que el hombre tiene de un tipo concreto de mujer, y que demuestran que la autora escribe desde un punto de vista masculino. Sin embargo, el verdadero protagonista es el personaje femenino, quien logra dominar de forma espectral al hombre, de quien llega a manipular sus decisiones con el poder de la persuasión

Fuente NARRADORAS PARAGUAYAS (ANTOLOGÍA)- JOSÉ VICENTE PEIRÓ, GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ- [recopiladores]. Edición digital: Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2000. N. sobre edición original: Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay), Expolibro, 1999.

 

 

 

 

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