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VIRIATO DÍAZ-PÉREZ (+)

  GRABADOS RUPESTRES PREHISTÓRICOS DESCUBIERTOS EN EL PARAGUAY (VIRIATO DÍAZ-PÉREZ)


GRABADOS RUPESTRES PREHISTÓRICOS DESCUBIERTOS EN EL PARAGUAY (VIRIATO DÍAZ-PÉREZ)

GRABADOS RUPESTRES PREHISTÓRICOS DESCUBIERTOS EN EL PARAGUAY

 

CARTA Y FOTOGRAFÍA DEL DOCTOR CARLOS TEICHMANN.

CONTESTACIÓN Y DIBUJOS DEL DOCTOR VIRIATO DÍAZ-PÉREZ, DIRECTOR DEL MUSEO NACIONAL.

 

CARTA DIRIGIDA POR EL DOCTOR CARLOS TEICHMANN

AL DOCTOR VIRIATO DÍAZ-PÉREZ, DIRECTOR DEL MUSEO NACIONAL DEL PARAGUAY

 

 

Asunción, 2 de abril de 1943.

Señor Profesor Doctor Don Viriato Díaz-Pérez,
Director del Museo Nacional.

E. S. D.

Mi muy estimado doctor:

Tengo, por cierto, el gran placer de dirigirme a usted, llevado por el deseo de someter a su estudio y criterio, valiosos e interesantes a la vez, un hallazgo de grabados rupestres en tierra paraguaya. Durante un reciente viaje de estudio por la zona norteña oriental del país, encontré en un lugar bastante desierto, denominado Barrero Guaá, a una legua y media de Gamarra-cué, paraje en las cabeceras del arroyo Tagatiyá, una roca solitaria, de apariencia arenisca, que ofrecía, a simple vista, varios grabados rupestres, aparentemente ejecutados con hacha de piedra y ya casi invisibles, algunos de ellos a consecuencia de la acción del tiempo. He fotografiado una parte de dicho peñasco sin efectuar retoques ni en el objeto ni en el negativo de la fotografía, de la que, con la presente, me complazco en remitirle a usted una copia.

Quisiera mencionar además, lo que usted probablemente no desconocerá, que los conocidos etnógrafos y etnólogos doctores Max Schmidt y Theodor Koch-Grünberg, hallaron grabados de caracteres similares, el primero en el Morro de Triumpho (Matto Grosso) y el último a orillas del río Caiary-Uapes, tributario del Río Negro, Amazonas, según consta en las obras de los citados investigadores, habiendo publicado el doctor Max Schmidt, en la Revista de la Sociedad Científica del Paraguay, tomo V, número 1, un estudio al respecto, y el doctor Koch-Grünberg mencionando dichos grabados en su obra Dos Años entre los Indios del Norte del Brasil, publicaciones que le remito a usted con estas líneas.

Ahora bien; no habiendo, pues, por mis mediocres alcances, podido esclarecer el origen etnológico, ni mucho menos el significado de los grabados rupestres precitados y siendo de mi conocimiento que el estudio de signos humanos es precisamente una especialidad a la que usted siempre se ha dedicado con preferencia, me permito solicitar de usted el obsequio de manifestarme, siempre que le sea posible, su opinión autorizada al respecto. Y pidiéndole, mi estimado doctor, me disculpe bondadosamente la molestia que con ella le causo, quizás inoportuna, y superflua, me es un placer presentarle mis saludos con la estima que siempre le he profesado.

S.S.S.
Carlos Teichmann

 

 

 

GRABADOS RUPESTRES hallados y fotografiados por el doctor Carlos Teichmann

en un lugar denominado Barrero Guaá, cerca de Gamarra-cué,

paraje situado en las cabeceras del arroyo Tagatiyá.

Departamento de Concepción, Paraguay.

Estos grabados se hallan en un área solitaria y apartada.



 

CARTA-CONTESTACIÓN DEL DOCTOR VIRIATO DÍAZ-PÉREZ,

DIRECTOR DEL MUSEO NACIONAL DEL PARAGUAY,

AL DOCTOR CARLOS TEICHMANN

 

Asunción, 8 de abril de 1943.

Señor Profesor Doctor Carlos Teichmann.

Estimado amigo y colega:

Su hallazgo de grabados rupestres en tierra paraguaya es de sumo interés para la ciencia, a la que presta usted importante servicio con su contribución y fotografía que seguramente despertarán la curiosidad de los especialistas.

Con generoso optimismo respecto a mis conocimientos, me interroga usted acerca «del significado» y del «origen etnológico» de los grabados en cuestión. Le diré que si pudiera responderle debidamente, adquiriríamos ambos -usted descubridor y yo intérprete- notoriedad envidiable. Porque, como la totalidad de los llamados grabados rupestres, éstos del Paraguay, son por hoy enigmáticos, lo que no les quita, sino por lo contrario les añade, interés. Estos signos resultan un misterio más y bien lleno de sugerencias, en la investigación del pasado humano en épocas remotas.

De los signos hallados por usted en Barrero Guaá, lo primero que debe decirse es que por su estructura, grafismo y ubicación son característicos de este género de inscripciones PREHISTÓRICAS, sobre las que tan poco es lo que se sabe. Cuando publiqué en Madrid mi esquemática contribución «Escrituras Indescifrables» (Alrededor del Mundo, abril 1905), si mencioné este género de signos, dado lo admitido de su impenetrabilidad y su dudoso carácter de escritura. Pero lo que nosotros ignoramos hoy, puede ser conocido mañana y hay que SALVAR estas misteriosas supervivencias de un pasado remotísimo, que pueden contribuir a esclarecer los nebulosos orígenes de la cultura humana.

 

 

 

Entre los grabados rupestres, algunos son similares en Europa y América,

encontrándose en inscripciones de ambos continentes.

Los doce que reproducimos se encuentran,

entre otros lugares -INCLUSO EL PARAGUAY- en los siguientes:

I. Pontevedra (España).- II. Villa de Moura (Brasil).-

III. Cachoeira (Brasil).- IV. Río Negro (Brasil), y Fuencaliente (España).-

V, VI y VII. Río Negro (Brasil). Fuencaliente (España). Corrales (Colombia).-

VIII. Fuencaliente.- IX y X. Colombia. Ceará (Brasil); diversos lugares en Europa, etc.-

XI. Serra da Escama (Brasil).- XII. West Kilpatrick (Escocia); otros lugares.

EXISTE SEMEJANZA ENTRE ALGUNOS DE ESTOS SIGNOS

Y OTROS HALLADOS EN EL PARAGUAY.

 

EXISTEN en el Paraguay otros especímenes de estas supervivencias, que reclaman el estudio científico y que están casi ignorados; otros EXISTIERON, puesto que se han perdido, tal la célebre LOZA de JARIGUAA, que se destrozó... Usted ha hecho muy bien en exhumar los signos de Barrero Guaá y el fotografiarlos.

Ahora bien, en mi deseo de complacer a usted le diré algo (y algo solamente tiene que ser, ya que tan poco existe sobre el particular) referente a estos grabados rupestres, en general; y usted comprobará, en lo que COINCIDEN con los hallados por usted, la importancia que tienen.

a) No hay que confundir, como se hace generalmente, las expresiones «grabados», «pictografías» y «pinturas» rupestres. Las célebres «pinturas» de la Cueva de Altamira, por ejemplo, nada tienen de común con los signos rupestres; no obstante, se confunden las denominaciones. Los del Paraguay son, netamente, grabados o signos rupestres.

b) Por extraordinario que ello pueda parecer, dichos signos poseen todos ellos cierta SIMILITUD en el trazado y en la grafía. Se ha querido ver en esta circunstancia, en forma simplista, mera coincidencia. No satisface esta teoría. Hay signos cuya complicación no puede ser fortuita; no se explicaría  su repetición en lugares y pueblos apartadísimos. Más bien revelan DESIGNIO REPRESENTATIVO DETERMINADO.

c) Dichos signos aparecen siempre en cavernas, o cuevas; o bien en abrigos o defensas naturales formados por aglomeraciones de peñas.

d) Suelen coincidir estas cavernas o abrigos con lugares dotados de alguna peculiaridad geográfica; o bien topográfica. Algunos están emplazados en lugares inaccesibles o desérticos en la actualidad.

e) NO SON PATRIMONIO DE UN CONTINENTE. Por no citar sino aquellos de que, por el momento, poseo reproducciones, le diré que aparecen en Europa; en España (Cuevas de la Granja, Jaén; Pontevedra; Fuencaliente, etc.). Existen en Escocia, Irlanda, Isla de Man, Dinamarca, etc. Aparecen en Francia. Los hay en toda América, en especial en Brasil, Colombia, Argentina. En Oceanía (Isla de Pascua, etc.). Con su misterio esculpido sobre las rocas se extienden diseminados a través de las más apartadas regiones de la Tierra. ENTRE ALGUNAS DE LAS CUALES RESULTA INEXPLICABLE HAYAN EXISTIDO CONEXIONES.

f) En las pictografías o pinturas rupestres se han encontrado semejanza con las de los pueblos salvajes ACTUALES; no parece que existen estas semejanzas tratándose de los signos o grabados de que hablamos.

g) HAY QUE ADMITIR QUE LA ANTIGÜEDAD DE LAS RAZAS QUE PRODUJERON ESTOS GRABADOS ES REMOTÍSIMA. ¡Atrevámonos a suponer que debió ser anterior a lo que conocemos como prehistórico!

h) Dichos signos guardan cierta relación entre sí -los de unas regiones con los de otras-; pero no con las grafías de los pueblos más o menos históricos (permítame la expresión) que con el transcurso de los siglos resultaron cercanos.

i) Los grabados en cuestión agrupados GROSSO MODO podrían clasificarse a primera vista en: esquemas de la figura humana; de animales; de utensilios; signos de carácter astronómico; religioso; mágico; conmemorativo; indicativos de enterramiento; de itinerario; indicativos de posible significación geográfica; albores de SISTEMAS de escritura; numeración; mnemotecnia, etc.

j) Si los grabados o signos rupestres fuesen anteriores a las «pinturas» (¿y por qué no suponerlo?) y aún siendo coetáneos de ellas, siempre resultaría que fueron ejecutados por hombres que, en Europa, por ejemplo -de donde tenemos más datos- convivían con el bisonte, el rinoceronte, el mamut, el elefante primitivo, etc. ¿Cuántos siglos de antigüedad necesitaríamos conceder a estos hombres?

Podríamos adentrarnos ahora en el terreno de las hipótesis. Pero no es la ocasión. Interrumpo estas líneas sin insistir, al puntualizar sobre el tema, para no sobrepasar abusivamente la extensión que la epístola admite en contestaciones como la presente. La materia se presta a sugerencias interesantes que deben ser tratadas con rigor científico.

Le saluda con toda consideración su amigo y colega.

Viriato DÍAZ-PÉREZ

El País- 27 abril, 1943.




 

HALLAZGO DE NUEVOS GRABADOS PREHISTÓRICOS EN EL PARAGUAY

 

(LOS ENIGMÁTICOS SIGNOS EN FORMA DE «COPA» O «CAZOLETA»)

 

CARTA Y FOTOGRAFÍA DEL DOCTOR CARLOS TEICHMANN.- CONTESTACIÓN Y DIBUJOS DEL DOCTOR VIRIATO DÍAZ-PÉREZ, DIRECTOR DEL MUSEO NACIONAL.

 

CARTA DIRIGIDA POR EL DOCTOR CARLOS TEICHMANN

AL DOCTOR VIRIATO DÍAZ-PÉREZ, DIRECTOR DEL MUSEO NACIONAL DEL PARAGUAY

 

Asunción, 20 de septiembre de 1944.

Señor Profesor Doctor Viriato Díaz-Pérez,
Director del Museo Nacional, Asunción.

Mi muy estimado doctor y amigo:

Tengo nuevamente el placer de dirigirme a usted, recordándole la correspondencia epistolar que habíamos tenido a principios del año próximo pasado referente a los grabados rupestres prehistóricos o protohistóricos, que he hallado en el lugar desierto denominado Barrero Guaá departamento de Concepción, Paraguay. Sometido dicho hallazgo a la opinión del Museo de la Universidad de La Plata y al Museo Nacional de Historia Natural de Nueva York, se nos había comunicado que dichos grabados o pictografías, encontrados también en otras partes de Sudamérica, constituían aún un misterio, cuyo esclarecimiento sería digno de todo estudio ulterior; coincidiendo esta opinión con la que usted ya me había manifestado en una extensa exposición, publicada en el diario EL PAÍS de Asunción el 27 de abril de 1943.

Ahora bien: En mi segundo viaje a la zona de Barrero Guaá, cerca de las cabeceras del arroyo Tagatiyá, departamento de Concepción, con la intención de ampliar mis anteriores investigaciones, he hallado otros grabados, pero, a mi juicio, de grafía distinta a la de los encontrados anteriormente. En varias rocas de cuarcita, sobre «lienzos» VERTICALES, alisados y cubiertos de óxido de hierro hay grabados formados de puntos algo ahuecados de tres a cuatro centímetros de diámetro cada uno, colocados con cierta simetría y formando algunos hasta líneas PERPENDICULARES. Entre ellos se hallan interpuestos grabados de los que ya le había informado, es decir de grafía circular y semicircular.

He hallado, en el mismo terreno, muchos de dichos «lienzos» en las grutas y pasillos formados por enormes rocas caídas unas sobre otras; pero los grabados ya estaban, por los efectos de la erosión, casi invisibles. En las paredes de algunas rocas he encontrado una especie de nichos con aberturas rectangulares, los que valdrían la pena estudiar detenidamente para establecer si son naturales o trabajados por mano humana. Utensilios no he hallado a simple vista, y el suelo rocoso junto a los grabados no permitía excavaciones de prueba.

Con estos antecedentes, me permito remitirle a usted también una copia de la fotografía que he tomado de los nuevos grabados, sin retocar el objeto fotografiado ni el negativo de la fotografía.

Le agradecería, mi muy estimado doctor y amigo, ya que tanto se ha dedicado usted al estudio de esta materia y mostrado verdadero interés por los mencionados hallazgos, si me diera su parecer respecto a la grafía de esos nuevos grabados, y quizás algunas indicaciones que podrían facilitar la prosecución de tales investigaciones.

Saludo a usted con mi mayor consideración y particular estima.

Carlos TEICHMANN

 

 

 

GRABADOS RUPESTRES,

 

 

circulares y de puntos, hallados y fotografiados

por el doctor Carlos Teichmann

en un lugar desierto denominado Barrero Guaá,

cerca de las cabeceras del arroyo Tagatiyá,

departamento de Concepción, Paraguay.


 

 

 

CARTA-CONTESTACIÓN DEL DOCTOR VIRIATO DÍAZ-PÉREZ,

DIRECTOR DEL MUSEO NACIONAL DEL PARAGUAY, AL DOCTOR CARLOS TEICHMANN

 

 

Asunción, 15 de octubre de 1944.

Señor profesor doctor Carlos Teichmann.

Estimado amigo y colega:

En mi comunicación anterior a la que motiva estas líneas, donde daba cuenta de su descubrimiento de Grabados Rupestres prehistóricos en Barrero Guaá (departamento de Concepción) y a la que respondí en EL PAÍS de 27 de abril de 1943, no me detuve en recalcar el hecho de que se trataba de la primera contribución sobre el tema aparecida en el Paraguay. Lo hago ahora, y añado que si aquel su primer hallazgo tenía suma importancia, que fue reconocida en el extranjero (Museo de La Plata y Museo Nacional de Historia Natural de Nueva York), este segundo descubrimiento, referente a los nuevos grabados hallados por usted igualmente en Barrero Guaá, cabeceras del Tagatiyá, la tiene aún mayor. Si al tratar de los signos rupestres anteriores, decíamos que eran los primeros hechos conocer (sic) en el Paraguay,  al referirnos a los últimos hemos de decir que, probablemente, se trata de los PRIMEROS DE SU GÉNERO de que se habla en el Continente. Desearíamos equivocarnos. Si alguna vez en verdad han sido reproducidos signos similares en yacimientos americanos (entremezclados con otros de índole diversa), no conocemos monografía alguna especial que se haya detenido a indicar la extraordinaria importancia de los grabados en cuestión.

Esta importancia es tal que, en las presentes líneas sólo se da cuenta de las inmediatas sugerencias que evoca el hallazgo, reservando para después de un examen las conclusiones que reclaman.

Los grabados hallados por usted, en las cabeceras del Tagatiyá, «rupestres», si hemos de valernos de una denominación general, son de excepcional interés, especialísimo. Pertenecen a los denominados por los arqueólogos franceses CUPULES, BASSINS o ECUELLES; son los denominados por los sabios ingleses marcas en forma de CUPS (copas); son los que los arqueólogos españoles llaman «cazoletas». Y, fantásticamente y osadamente han sido descritos como signos oghámicos u ógmicos por algunos investigadores aunque sin apoyo realmente científico, a nuestro parecer.

Estos grabados, como usted habrá comprobado, son incisiones de vario tamaño, en forma de copas, o cazoletas, o puntos más o menos grandes rebajados en la piedra en forma de pequeñas oquedades redondeadas con relativo esmero, dispuestas en un cierto orden en línea, en grupos, en alineaciones relativamente regulares o bien en desorden. Aparecen en rocas o en muros de piedra y revelan por diversas   -85-   circunstancias pertenecer a una antigüedad remotísima. Sir Rivett-Carnac sugiere que son representaciones ideográficas de una etapa de la humanidad anterior a la de los metales.

 

 


I. Signos hallados en Escocia, según Simpson.-

II. Signos hallados en Galicia, según A. M. B. Meakin.-

III. Signos encontrados en Extremadura, España, por Roso de Luna.-

IV. Signos hallados en los túmulos de Renongart, Francia.-

V. Signos hallados en Chandeswar, India, según Rivett-Carnac.-

VI. Signos grabados en una barra; de la civilización egea, según Glotz.

 

Se encuentran estos signos en rocas aisladas constituyendo ellos el único grabado. O bien acompañan a antiquísimas pictografías rupestres como si fueran complemento, aclaración o explicación de ellas. En los dibujos eneolíticos de Peña Tu (Asturias)  o en la barra con jeroglíficos egeos que describe Gustavo Glotz (LA CIVILIZACIÓN EGEA, Barcelona, 1926) acompañan a las pictografías. En los descritos por Obermaier, de Galicia, aparecen mezclados con figuras rupestres comunes. En ocasiones están dispuestos en alineaciones o grupos en los que cada cazoleta está separada o aislada; y en otras, están entrelazadas o comunicándose unas con otras por medio de líneas, como los nudos hechos en una cuerda o a modo de los quipos peruanos, o de ciertas escrituras antiquísimas chinas. Así se encuentran en la reproducción de la obra de A. M. B. Meakin: GALIZIA, THE SWITZERLAND OF SPAIN. También van combinados con rayas, como los de Extremadura, de que habla Roso de Luna, para quien tienen aspecto de inscripción de tipo oghámico.

Figuran estos signos bien en rocas aisladas, bien en rocas reunidas y aglomeradas. Algunos aseguran que estos signos en forma de copa o cazoleta se encuentran en estatuas o ídolos prehistóricos, tales como los llamados «Toros de Guisando» en España.

Aunque no con la abundancia relativa de los caracteres rupestres, estos signos en forma de copa, aparecen tanto en el viejo como en el nuevo continente, en África, en Asia, en Oceanía.

Ahora bien: ¿qué son dichos signos?, ¿a qué época, a qué raza pertenecen? ¿Se puede afirmar algo sobre ellos en concreto? Lo científico es confesar que no sabemos qué representan, ni cuál es su origen.

Sobre ellos se han emitido diversas hipótesis, algunas más o menos sensatas, otras descabelladas.

 

 

 

Rocas con marcas o signos en forma de «copa» o «cazoleta».

 

Nada menos que el gran Humboldt, tan comprensivo por lo general, incurrió en la ligereza de atribuirles a pasatiempos de «cazadores ociosos». Pierart, refiriéndose a las inscripciones halladas, en las cercanías de París (Saint Maur des Fosses) asegura que las cúpulas allí encontradas estaban destinadas a recibir substancias grasas, que con un pabilo, pudieran servir a modo de lámparas votivas. Alejandro Bertrand, mencionado en la docta obra del brasileño Gustavo Barroso (AQUEM DA ATLANTIDA.  Sao Paulo. 1931), sostiene (LA RELIGION DES GALLOIS) que en estas cazoletas se depositaban ofrendas de óleos o cereales a los dioses prehistóricos. Es evidente que estas dos hipótesis resultaban inadmisibles con sólo recordar que las oquedades en cuestión se encuentran en numerosas ocasiones en piedras y muros VERTICALES, donde ningún líquido ni sólido podría ser colocado.

Para el sabio Riviere las cazoletas son signos que tuvieron un sentido que nos es desconocido.

El gran polígrafo Roso de Luna, compañero que fue y «dos veces compatriota» (según él decía, del que esto escribe), estudió estos signos en su obra LA CIENCIA LITERARIA DE LOS MAYAS, ensayando vincularlos a otros de carácter numeral, contenidos en los códices mexicanos Anahuac (Boletín de la Academia de la Historia, 1911 y volumen del editor Pueyo. Madrid). Las conclusiones, a que llega son de interpretación numérica interesantísima. Se apoya para su trabajo en otros anteriores del sabio orientalista egiptólogo español Manuel Treviño, que estudió, con el que esto escribe, la importante colección de los llamados «cuadrados mágicos» conservados en el Museo Arqueológico de Madrid, en trabajo importantísimo aparecido en la revista española SOPHIA (Madrid 1908). Según estos investigadores, signos similares a los en cuestión, vale decir, en forma de copa o cazoleta, tendrían conexión con otros de tipo oghámico y maya. Según Treviño estarían relacionados con ideogramas simbólicos chinos.

Mas quien estudió directamente el problema que suscita estos signos fue el arqueólogo inglés sir J. H. Rivett-Carnac en su trabajo «CUP-MARKS, AS AN ARCHAIC FORM OF INSCRIPTION» (1903), publicado en el Journal of the Royal Asiatic Society, según se verá.

La escritora A. M. B. Meakin en su notable volumen GALIZIA, THE SWITZERLAND OF SPAIN (London 1909) al insertar los curiosos dibujos hallados en Pontevedra, da cuenta de diversas hipótesis emitidas al respecto. Entre ellas figura la que les atribuye valor ya cartográfico, ya astronómico, ya enumerativo tribal, ya ideológico, etc.

H. P. Blavatsky en su fundamental obra THE SECRET DOCTRINE (primera edición española; volumen II, página 316) menciona estos signos en forma de copa acerca de los cuales dice lo que sigue: «El distinguido arqueólogo sir Rivett Carnac, de Allahabad, muestra admiración al ver que las descripciones hechas por sir J. Simpson, de señales o marcas a semejanza de una copa que se ven en piedras y rocas en Inglaterra, Escocia y otros países occidentales se parecen extraordinariamente a las marcas en piedras colocadas para "impedir" que entren los animales que circundan los cementerios de Nagpur, "la ciudad de las Serpientes", en la India. Las marcas en formas de copas, observadas, por sir J. Simpson, y las "oquedades socavadas en la superficie de las rocas y monumentos", encontrados por sir Rivett Carnac, de tamaños diferentes, variando desde seis pulgadas a una y media de diámetro, y de una a una y media de profundidad, DISPUESTAS GENERALMENTE EN LÍNEAS PERPENDICULARES, que presentan muchos trueques en el número, tamaño, y disposición de  copas, son sencillamente REGISTROS ESCRITOS de las razas más antiguas. El que examine con atención los dibujos que forman tales marcas en la obra ARCHAEOLOGICAL NOTES ON ANCIENT SCULPTURING ON ROCKS, IN KUMAON, INDIA, encontrará en ellas la forma más primitiva de marcar o registrar. Una cosa por el estilo, fue la que adoptaron los inventores americanos para la escritura telegráfica (sistema Morse) que hace recordar la antiquísima escritura Ogham, combinación de trazos largos y cortos. Suecia, Noruega, Escandinavia están llenas de tales anales ESCRITOS, en los cuales, a las marcas en forma de copa, acompañan trazos largos y cortos semejantes a los caracteres rúnicos».

Podríamos añadir nosotros que las marcas escandinavas recuerdan las españolas descritas por Rosa de Luna (figura número IIIde nuestras reproducciones).

Para terminar estas líneas, diremos que, en lo sucesivo, al tratar de las enigmáticas CUP-MARKS de los arqueólogos ingleses o signos en forma de copa o CAZOLETA, de los arqueólogos españoles,  habrá de incluirse entre sus más interesantes especímenes el descubierto por usted en Barrero Guaá, cabeceras del Tagatiyá, departamento de Concepción.

No permiten las condiciones de una noticia periodística extenderse más sobre el tema.

LA ROCA GRABADA DE BARRERO GUAÁ DESCUBIERTA POR USTED ES DE UN INMENSO VALOR ARQUEOLÓGICO. Pero no debemos emitir, por el momento, hipótesis ni sugerencias sobre ella. Algunas que no osamos exteriorizar podrían ser de enorme importancia científica. Las instituciones culturales oficiales, apoyadas debidamente, deberían interesarse en esta investigación.

Saludo a usted, distinguido profesor Teichmann, como afectísimo, amigo y colega.

Viriato DÍAZ-PÉREZ

El País- 28 octubre, 1944.




 

 

EL «OJO DEL MAR» DE PYPUCÚ

 

(UN MISTERIO GEOLÓGICO EN EL DEPARTAMENTO DE CONCEPCIÓN)

 

Por el doctor CARLOS TEICHMANN

 

La zona norteña del Paraguay, en la soledad de sus serranías y selvas, en la profundidad de su subsuelo, oculta aún muchísimos misterios, cuyo esclarecimiento debiera ser el noble afán del explorador y hombre de ciencia. Allí por donde se precipitan ruidosamente el Apa y el Aquidabán, y serpentean los numerosos y revoltosos arroyuelos, por donde cerros encrespados de árboles y matas forman filas a través de campos suavemente ondulados, ha puesto la naturaleza, como desafiando el poder mental del hombre, impresionantes signos de interrogación. Y no tan sólo la naturaleza, sino también los habitantes primitivos de nuestro continente nos han dejado testimonios de su prehistórica vida. Tuve ya la oportunidad de comunicar por intermedio de El País (27-4-43; 28-10-44) la existencia de varios grabados rupestres prehistóricos (o protohistóricos), que hallé en aquella región. Acerca de dichos signos emitieron opinión el director del Museo Nacional, doctor Viriato Díaz-Pérez, el Museo de La Plata y el Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. Estos dictámenes, que también fueron publicados en El País dejaron constancia del misterio que aún rodea a esas manifestaciones gráficas del hombre americano.

Pero no sólo en el ámbito arqueológico, sino también y eso con más urgencia, en el geológico y mineralógico, reclama la zona norteña del Paraguay un vasto y detenido estudio. La necesidad de tal investigación se desprende suficientemente de algunos hallazgos mineralógicos y paleontológicos que se han hecho en esa región, pero que carecen aún del veredicto científico.

Con el único fin de demostrar la conveniencia de una exploración prolija del departamento de Concepción, quisiera, con esta publicación, llamar la atención sobre la existencia de un fenómeno geológico, que por su ubicación, tamaño y otras características extraordinarias ha exaltado la imaginación y fantasía de los pocos que lo han visto, y no es de dudar de que también despertará el interés de los doctos en geología.

Se trata de un enorme pozo, de cuya existencia se tenían en Asunción tan sólo algunas vagas referencias, informaciones que fueron objeto de conversaciones que mantuve con el doctor don Ricardo Boettner, catedrático de Química y Mineralogía en nuestra Universidad. Hallándose dedicado este profesor a un interesantísimo estudio geológico del suelo paraguayo, investigación que, como ya se puede apreciar, llegará a sorprendentes conclusiones, la confirmación de la existencia de ese hoyo edáfico no dejaría de aportar a sus teorías valiosos elementos de juicio. El doctor Ricardo Boettner, dicho sea de paso, se ha adjudicado un verdadero triunfo en el terreno de la paleontología al descubrir recientemente, entre Itacurubí de la Cordillera y Valenzuela, por primera vez en el Paraguay, un ejemplar extraordinario de Homalonutus, trilobites de especie aún desconocida. Representa éste un crustáceo fosilizado de la era primaria y cuya edad se calcula en unos quinientos millones de años. La importancia de este hallazgo ya ha sido reconocida debidamente en el extranjero.

Pues bien: animado por esas conversaciones que tuve con el doctor Ricardo Boettner, resolví ir en busca de aquel misterioso pozo y establecer lo que de cierto había en torno a él.

Al desembarcar en Puerto Fonciere, obtuve por de pronto la seguridad de que dicho pozo existía realmente. Lo que ahora me faltaba, era establecer sus características, tomar fotografías de sus contornos, efectuar algunas mediciones y traer, para su análisis, pruebas de las piedras y aguas que encontrara en él.

Como deber de gratitud, debo mencionar aquí la amplia ayuda que me prestaron, para la feliz y pronta realización de mi propósito, el administrador general de la Fonciere, señor Paul H. Cox, el inspector general señor Pablo Kulka y el mayordomo general señor José Zavala, ya que el trayecto hasta llegar al citado hoyo había de ser largo y penoso.

A medida que avanzaba en mi viaje, iba recopilando las múltiples leyendas y opiniones que alrededor de dicho pozo había bordado la mente sencilla y romántica de nuestro hombre de campo, no obstante que los más de mis complacientes informantes nunca lo habían visto. No faltaban tampoco esos cuentos que suelen comenzar tan amenamente con este sospechoso prólogo: «Hay un viejo que dice que cuando era muchacho un viejo le contó que otro más viejo al morir le dijo que su abuelito, etc., etc.». Y érase que uno de esa serie ascendiente de viejos había bajado de una soga a ese pozo, y bajando y bajando llegó repentinamente a una abertura, pasó por ella y se encontró en una estancia. Allí todo era raro y desconocido para él, otros los árboles, otros los pastos, y hasta el estilo arquitectónico de los ranchos era diferente; pero cuando notó que los peones eran de otra raza y no hablaban en guaraní, se asustó, se metió de nuevo en el pozo, y bajando o sea trepando volvió a salir en la República del Paraguay. Es de suponer, pues, que este simpático viejo, habrá salido al otro lado del mundo para encontrarse con nuestros amarillentos antípodas y que al regresar nos trajo, como pieza probatoria de su excursión, nada menos que este magnífico cuento chino.

En cambio, lo que más revela el poder imaginativo de nuestro hombre de campo, es la creencia de que dicho pozo sea un «ojo del mar». El océano habría perforado un agujero a través del continente que está flotando sobre él, para observar lo que nosotros hacemos o no hacemos aquí en el Paraguay. Y como para abonar las razones de esa suposición, se me aseguraba que el agua de ese pozo es cristalina, azul y transparente, como si fuera la córnea del ojo; que todo lo que cae en esa agua, sean hojas, ramas, o cualquier otro objeto, desaparece en ella; que el nivel del agua nunca cambia; haya inundaciones o sequía; que la tierra y arena de su barranca se mueve al pisarla; que no se ha podido medir su fondo, a pesar de haberse atado piedras pesadas a varios lazos unidos; y que todo animal sea equino, vacuno o silvestre, se resiste a entrar en la isla que circunda dicho hoyo.

Ahora bien; copiosamente pertrechado de cuentos y relatos e informes, no faltando las bienintencionadas advertencias y recomendaciones para poder guardarme de los tantos peligros con que me encontraría junto al pozo, sin excluir las maldades de los ypora, llegué al fin, al enigmático «ojo del mar».

Y he aquí la realidad:

A unas tres leguas de Toldo-cué, establecimiento de La Fonciere, y a casi cuatro del Río Apa, en pleno campo abierto y ondulado, en una lomada de algunos metros de altura, rodeado de una islita de escasa vegetación (yatebó y samu hú), se halla un pozo, denominado «La Salamanca», casi redondo, cuyo diámetro ha de variar entre sesenta y ochenta metros, según pude estimar con el telémetro de mi aparato fotográfico. Esta enorme cavidad contiene -confirmándose ya uno de los informes que me habían dado- agua cristalina que refleja un hermoso color azul de una nitidez como no la he observado aún en el Paraguay. Igualmente hallé confirmado el dato de que no encontraría cosa alguna flotando en su superficie, pues en verdad, no observé ni una sola hoja que fuera una mancha en el espejo límpido de esa agua, y eso que el día anterior había soplado un viento tormentoso que tuvo que haber arrancado algún follaje de los árboles que adornan el barranco. Sin embargo, una rama seca que arrojé al agua permaneció a flote unas dos horas hasta que me retiré del pozo, no pudiendo comprobar si se habría hundido posteriormente.

 

 


Esquema horizontal (aproximadamente) de «La Salamanca»,

pozo situado en el paraje de Pypucú, estancia de Toldo-Cué,

establecimiento de La Fonciere, departamento de Concepción.

El diámetro varía entre 60 y 80 metros

desconociéndose aún su profundidad.

Este pozo se halla en un campo abierto,

dentro de una isla de escasa vegetación.

 

El barranco es completamente a pico en todo el derredor de la cavidad y tiene unos diez metros de altura sobre el nivel del agua, consistiendo su parte superior de tierra arenosa cubierta de poca vegetación, y su parte inferior, a flor del agua, de un paredón perpendicular de piedra. Estos paredones  en la parte meridional del pozo, forman entre sí rectángulos.

Asimismo aquel otro detalle que se me había proporcionado, de que en algunas partes se mueve el suelo al pisarlo, era cierto, pues la bajada hasta llegar a los paredones, apoyándome en piedras de arena blanda que se desmoronaba, fue realmente, aún estando atado de un lazo, una empresa bastante arriesgada, sobre todo si no se posee ni la técnica ni el cuerpo de alpinista. No es de extrañar, pues, que sólo muy contadas personas se hayan aventurado hasta ahora a descender por esa pendiente. Sería ciertamente, difícil en este apartado lugar salvar a una persona que cayese al agua de ese hoyo.

Al llegar a la altura de los paredones, procedí a medir la profundidad del pozo junto al borde ya que por falta de una embarcación o jangada no era posible sondarla en su mismo centro. Hice correr a lo largo del paredón una piedra pesada atada de un hilo fino, hallando fondo a unos veinticuatro metros bajo el nivel del agua, es decir, a unos treinta y cuatro desde el borde del barranco. No quiero asegurar que la piedra haya tocado el mismo fondo del pozo, pues pudo haberse atrancado simplemente en una comba del paredón. Lo que ahora sería de sumo interés, es conocer la profundidad en su mismo centro, la que podría resultar sorprendente.

La otra observación que se me había transmitido, de que no penetran animales en la isleta que rodea el pozo, tiene visos de verdad, pues no hallé rastros algunos de ellos. Es de presumir que los animales, advertidos por su instinto, presienten los peligros que para ellos entraña ese hoyo, impresionados sobre todo por la infirmeza del suelo en su derrededor.

Respecto al nivel del agua, según datos fidedignos, éste no varía mayormente, apenas unos centímetros, sea en época de sequía o de lluvias. Habría, pues, que averiguar, si esa enorme cantidad de agua que contiene el pozo es estancada o si tiene conexión con corrientes subterráneas.

En fin, resumiendo todo lo visto: ¿qué representa esta extraordinaria abertura del suelo? -¿cuál es su origen?- ¿fue una vez el cráter de un volcán? ¿o el orificio cavado por un meteorito? ¿una rotura a causa de fuertes dislocaciones de la tierra? ¿la obra erosiva de un glaciar quizás?

Pues bien; dejemos la solución de todos estos problemas a cargo de los especialistas nacionales. Lo que queda por desear es que este «ojo del mar», situado dentro de una configuración geológica arcaica sumamente interesante, se convierta pronto en un «ojo de la ciencia» que permita al hombre escudriñar a través de miles de millones de años la historia del suelo paraguayo y, por ende, del planeta que habitamos.

Yo de mi parte aporto a ello -y me conformo- sólo estos datos generales y algunas muestras de rocas que para su debido análisis acabo de entregar a mis amigos los mineralogistas y químicos. (Por las garrapatas que también llevé como recuerdo de ese pozo, no hubo interés, ya que dichos animalitos lastimosamente, no se han fosilizado todavía).

Me despedí, al fin, de la Salamanca, no sin percatarme antes, durante un rato de impasible contemplación, del influjo enigmático que esa enorme abertura es capaz de ejercer sobre un hombre sensitivo sea éste pintor o poeta, o sea también, como mi abnegado acompañante, tan sólo un sencillo y humilde hijo del campo, cuyo único alfabeto, para concebir las grandes cosas de este mundo, eran las voces y los colores de la naturaleza. Y, verdaderamente, la Salamanca, de Pypucú sumergida en el silencio profundo de su soledad abriendo la gigantesca garganta como si quisiera expeler el misterio que en sus entrañas encierra, produce en el curioso que por su borde se asoma, atraído por el brillo cristalino de sus aguas, una sensación de vértigo y aun de temor.

Y así fue que rumbeando taciturnos por los tranquilos campos de Toldo-cué, al llegar a un portón mi joven baquiano rompe el prolongado silencio con esta dubitativa confesión: «Le tengo miedo a la Salamanca». Y yo le comprendí.

La Tribuna- 22 septiembre, 1946.

 

 

CARTA DEL DIRECTOR DEL MUSEO DE LA PLATA,

AVALANDO LA OPINIÓN DEL DOCTOR DÍAZ-PÉREZ

 

Señor Director General de la Biblioteca Nacional, Profesor Doctor don VIRIATO DÍAZ-PÉREZ.
ASUNCIÓN. (República del Paraguay).

La Plata, 9 de junio de 1943.

Tengo el agrado de dirigirme a usted transcribiéndole a continuación, a sus efectos, el informe producido por el señor jefe del Departamento de Arqueología y Etnografía, profesor doctor don Fernando Márquez Miranda, en la consulta a que se refiere la atenta nota de usted de fecha 29 de mayo del año en curso; informe que textualmente dice así:

 

Señor Director: Respondiendo al pedido de informes relativos al hallazgo y publicación hecho por el catedrático doctor Carlos Teichmann, de unas rocas grabadas, en un lugar denominado Barrero Guaá, cerca de Gamarra Cué, paraje situado en las cabeceras del Arroyo Tagatiyá, departamento de Concepción, Paraguay, expreso lo siguiente: a) Estoy de acuerdo con lo expresado por el doctor Viriato Díaz-Pérez, director del Museo Nacional del Paraguay, en su carta en respuesta al doctor Teichmann (diario EL PAÍS, de Asunción, 27 de abril de 1943) respecto a que el área de repartición de estos elementos es sumamente amplia, excediendo a nuestro Continente. Sin salirnos de él, sin embargo, la literatura antropológica sobre el  particular es amplísima, y sería de interés etnológico poder fijar en un mapa de repartición su dispersión definitiva. b) Las expresiones «grabados rupestres» y «pinturas rupestres» no responden a las mismas cosas. «Rupestre» es todo lo encontrado en grutas o cavernas, ya sea material trabajado por el hombre, restos o vestigios de su cultura material puramente utilitaria, ya objetos que trascienden esa esfera y presentan muestras de decoración artística. «Grabados» o «pinturas» se refiere a su técnica de realización, de manera que «pinturas rupestres» serán las realizadas dentro de una caverna -como por ejemplo las muy célebres de Altamira (España)-; para las pinturas aborígenes halladas al aire libre, sobre lienzos de pared rocosa o sobre grandes piedras sobre el suelo, suele emplearse el nombre de «pictografías» (que a veces algunos autores extienden a los demás elementos pintados). c) En lo que no estoy de acuerdo es en el carácter netamente prehistórico atribuido a esos restos. Creo que, aunque en Europa el arte rupestre se manifiesta desde los períodos solutrense y magdalenense (para decaer en una estilización geometrizante en el aziliense), es decir en plena Prehistoria, en América, en cambio, gran parte de este arte primitivo (aunque en algunos pocos casos quizá sea prehistórico), debe ser fijado cronológicamente como «protohistórico», esto es de época más reciente. Esta cuestión de la cronología no puede resolverse por reglas generales a priori; debe estudiarse en cada caso particular. Lo contrario lleva de inmediato a postular, exagerando, antigüedades excesivas que un  desapasionado estudio de los hechos acaba de invalidar. d) Por último, me permito recomendar al autor de la consulta, doctor Viriato Díaz-Pérez, director general de la Biblioteca Nacional y Museo de Bellas Artes e Histórico, la lectura de dos trabajos sobre el particular: 1) ERIC BOMAN, Antiquités de la République Argentine et du désert d’Atacama, París, 2 tomos, 1908; 2) FERNANDO MÁRQUEZ MIRANDA, El sentimiento religioso en el arte prehistórico, La Plata, 1930. En la parte pertinente de la primera obra encontrará la discusión relativa a si estos elementos constituyen o no una escritura y a si pueden ser descifrados. En la otra publicación hallará una síntesis relativa a las manifestaciones del arte paleolítico europeo y su interpretación. Interesando a este Departamento la publicación y la foto acompañada, pido al señor Director me permita conservarlas. En cambio, acompaño un ejemplar de mi trabajo citado, con destino a la Biblioteca Nacional de Asunción, que ruego al señor Director haga llegar a su destino conjuntamente con el informe precedente, si lo cree pertinente. Es cuanto creo deber informar al señor Director, a quien saludo con mi consideración más distinguida.

MUSEO, junio 7 de 1943.

(Firmado): Fernando Márquez Miranda

 

 

Acompaño con ésta el ejemplar del trabajo a que se refiere el doctor Fernando Márquez Miranda en su informe, y aprovecho la oportunidad para saludar al señor Director general con las expresiones de mi consideración más distinguida.

(Firmado Director.- Firmado Secretario)



 

 ECOS DEL HALLAZGO DE GRABADOS RUPESTRES PREHISTÓRICOS EN PARAGUAY

 

OPINIÓN EMITIDA POR EL MUSEO AMERICANO DE HISTORIA NATURAL DE NUEVA YORK

 

Asunción, 30 de noviembre de 1943.
Señor Director de EL PAÍS, don Néstor Romero Valdevinos.
Asunción.

Señor Director:

Habiendo usted bondadosamente dado publicidad, en el asunto del hallazgo de grabados rupestres o pictografías en el Paraguay, a las opiniones emitidas por el doctor don Viriato Díaz-Pérez, director del Museo Nacional del Paraguay, y por el Museo de la Universidad de La Plata, me permito transcribirle a usted otro valioso dictamen que, esta vez, emana del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York.

El mencionado informe, traducido al castellano, reza así:

 

The American Museum of Natural History.
Nueva York, 2 de octubre de 1943.
Señor Doctor Carlos Teichmann, Asunción, Paraguay.

Estimado Doctor Teichmann:

Muchísimas gracias por las fotografías y el informe referentes a pictografías halladas en el Paraguay. En efecto, bien poco es lo que se sabe en cuanto a las pictografías que se encuentran en Sudamérica, de manera que cualquier dato que usted pueda suministrarnos, sería de interés. Mientras   -105-   no se hayan sometido a un estudio general, no será posible establecer el significado y el alcance científico de dichas pictografías. La continuación de su investigación, sobre todo de localizar, fotografiar y describir los diferentes grabados, será un trabajo interesante.

Le recomendamos a usted haga pequeñas excavaciones de prueba alrededor de rocas tales como la que usted ha fotografiado, para ver si se hallan algunos artefactos dejados por los seres humanos que grabaron esas pictografías. Al hacer dichas excavaciones de prueba, hay que dedicar especial cuidado en separar el material según las capas en que se va encontrando.

En caso de no existir definiciones naturales del suelo, le recomendamos fijar horizontes arbitrarios de 20 a 50 centímetros, y las diferencias del material revelarán si hubo o no alteraciones en la cultura del lugar.

Le rogamos a usted no vacile en escribirnos, si desea formularnos cualquier otra pregunta al respecto, o si necesita nuestra ayuda en una u otra forma.

Saludo a usted muy sinceramente.

Junius Bird

 

 

Ahora bien, señor Director: el resultado a que llega el preciado dictamen de este célebre instituto científico estadounidense, concuerda con las opiniones que, a raíz del hallazgo de los grabados en Barrero Guaá, departamento de Concepción, han emitido el Museo de La Plata y el Museo de Asunción. El director de este último, doctor don Viriato Díaz-Pérez, en su erudita exposición publicada en EL  PAÍS, ya se había referido al profundo misterio que aún rodea a esa especie de signos humanos, los que, con enigmática concordancia gráfica, se hallan diseminados por todos los cuadrantes de la Tierra.

Aprovecho esta oportunidad para saludar al señor Director con mi particular estima.

Carlos Teichmann

El País- 4-XII-1943.

 

 

 

Fuente del documento (Enlace interno):

 

 

ESTUDIOS Y RESEÑAS

/ VIRIATO DÍAZ-PÉREZ ;

Introito, presentación texto aparecido en Helios,

de Madrid, noviembre de 1904

 

Edición digital: 

ESTUDIOS Y RESEÑAS

Alicante : BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES, 2003

 

N. sobre edición original: 

Edición digital basada en la de Palma de Mallorca, Luis Ripoll, 1991.






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