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MANUEL DOMÍNGUEZ (+)

  LA TRAICIÓN A LA PATRIA Y OTROS ENSAYOS, 1959 - Obra de MANUEL DOMÍNGUEZ


LA TRAICIÓN A LA PATRIA Y OTROS ENSAYOS, 1959 - Obra de MANUEL DOMÍNGUEZ

LA TRAICIÓN A LA PATRIA Y OTROS ENSAYOS

Por MANUEL DOMÍNGUEZ

Dirección de Publicaciones de las FF.AA. de la Nación

Asunción – Paraguay

1959 (295 páginas)

 

 

 

 

 

ÍNDICE

 

Nota Preliminar         

Manuel Domínguez, por Leopoldo Ramos Giménez

4 Problemas Nacionales

La Traición a la Patria (Tesis-1899)

Apéndice. Un Caso Curioso en la historia Política Paraguaya: Defensa del Ministro de Relaciones Exteriores José Segundo Decoud, acusado ante el Parlamento por Traición a la Patria (1899)      

El Gobierno de la Ley

El Ejército Paraguayo

El Patriota y el Traidor

El Paraguay y Artigas

El Paraguay y la Supuesta Traición de Alberdi

La Lengua, la Higiene y la Medicina Guaraní

El Mito y los Ríos

La Visión de lo Invisible

Las Lindes en la Provincia Gigante

 

 

DEL GRAN POETA ESPAÑOL SALVADOR RUEDA

CARTA AL DOCTOR VIRIATO DÍAZ PÉREZ

 

            "yo leí lo que usted me mandó, lo leí varias veces y hablé a usted de todos, menos de Manuel Domínguez. ¡Qué podré decir de este maestro de la prosa castellana y de la historia! Es el escritor más conciso que tiene hoy nuestra lengua: lo es más que Tácito, y más intenso. Así como un cuadro antiguo, en un retrato, la luz da sólo en los puntos característicos y culminantes del rostro, así Domínguez dice las palabras donde da la luz, solo las que esculpen y retratan la idea, renunciando a todo el resto del ramaje filológico de la dicción. Es Domínguez un burilador sobrio, hondo, y lleva la ventaja a otros también sobrios, de ser luminoso y sanguíneo; su pincelada es un rasgo de carmín pasional y vibrante. No podía yo imaginarme que tuvieran ustedes en esa República gloriosa, un narrador de la epopeya de la raza, como ese Domínguez soberano. Pídale usted que me quiera como yo le quiero!".

 

            SALVADOR RUEDA

 

 

MANUEL DOMINGUEZ

           

Por LEOPOLDO RAMOS GIMENEZ

(En homenaje a la memoria del Maestro, en el mismo año de su desaparición 

Octubre de 1935).

 

            La condición que distingue al escritor. La "Justa idea" en un diálogo de Platón. El estilo o "la voz intelectual" que dice Emerson. Pascal define al hombre por la dignidad del pensamiento. El filósofo, el escritor y el patriota: el laurel de los que mandan y el laurel de los que piensan. ¿Hubo patria que no tuviese injusticia para sus hijos predilectos? La guerra del Chaco y la ley de las fuerzas morales. Los hechos y lo que "los genios repiten desde Bacón". La guerra entra en los ánimos como una horma que los ensancha, según Ortega y Gasset. La visión del Maestro. Él siglo de oro de la República.

 

            Manuel Domínguez es de los pocos hombres cuya mente se identificó con la vida de la Nación. Ninguno como él ejerció en estos últimos tiempos tan bienhechora influencia sobre nuestra cultura y dirección tan decisiva sobre lo que atañe a nuestra personalidad histórica internacional. Desde luego, no se hará ya, en él tiempo, una reseña del desarrollo intelectual del país sin llegar a Domínguez o partir de él. No se planteará una nueva discusión en el problema de las fronteras sin recogerse sabiduría de la preciosa fuente de sus libros. Porque él es uno de aquellos hombres que se hallan al principio de las cosas, como decían los griegos y que nosotros llamamos iniciadores (Avellaneda). Con el tiempo habrá de decirse de él, esto que él mismo repetía, y que un historiador del Río de la Plata dijo del sabio español: "No se remonta corriente alguna para hacer una investigación en el pasado, sin encontrar inmediatamente el nombre de Azara". No ha de remontarse hasta un punto cualquiera que señale un capítulo sobresaliente de nuestra historia, sin que el nombre de Domínguez venga a sellarnos la certeza del derrotero, la eficacia de un documento para la claridad de una comprobación.

            En cuanto a Domínguez puramente literario, sabemos que él ha hecho cátedra de la importancia del método en la ordenación de las ideas y del cuidado del estilo cómo condición, uno y otro, que ha de distinguir al escritor. Su influencia en ese sentido ha sido más que provechosa. Su actividad literaria marcó en nuestro medio algo así como la pauta saludable que libertaba a los incautos de la frondosidad de las palabras y de la vacuidad de los conceptos. Todos volvíamos a él, después del vuelo gongoriano en la primera ansiedad de nuestro espíritu. Y lo contemplábamos y lo leíamos con provecho singular. Y al amarle -porque los maestros son siempre amados- se armonizó nuestro ideal al suyo: al bien, a la justicia y a la belleza. Y he aquí que nos viene a la mente uno de los diálogos de Platón en que se busca cuál ha de ser el soberano bien de la vida. En esa busca Sócrates y Protarco mezclan las proporciones del placer y la sabiduría para producir "un hombre que tenga una justa idea de la naturaleza, de la justicia en sí misma con el talento de expresar su pensamiento según su inteligencia, y que en todos los casos posea las mismas ventajas". Es de reconocer y admirar que Domínguez vivió siempre fiel a los preceptos éticos, y que la justa idea fue su preocupación central. Está preocupación dio a todos sus trabajos el matiz de lo acabado, la fuerza convincente de lo nítido.

            Escribe Emerson: "El estilo de un hombre es su voz intelectual, y no depende de él sino en parte. El estilo tiene su tono y su manera, que toma siempre, hasta cuando menos lo piensa, el hombre. Este puede imitar la voz de los otros, puede ajustar el estilo a las circunstancias y a las pasiones,          pero el estilo tiene su naturaleza que le es propia". Tal acontecía con Domínguez, ya cuando escribía, ya dictando en la cátedra, ya en sus conferencias, ya en su charla amena e instructiva. El estilo aparecía atrayente y espontáneo. De esta suerte, siempre fue fácil ver en Domínguez, aún acercándosele por primera vez, el intelectual auténtico. No hablaba ni escribía sino con su estilo personalísimo, que era su voz intelectual, conforme a la definición de Emerson.

            Filósofo, estudiaba al hombre dentro de la naturaleza, asociándolo siempre al ritmo del universo. Profundizaba a veces, en la melancolía del destino humano de que habló Renán, pero volvía a la la serenidad de lo eterno, complaciéndose en la interpretación de las leyes que hacen partícipes de la gloria de la vida al gusano y al hombre, a los seres y a las cosas. Puede decirse que él vivió dentro del pensamiento de Pascal cuando éste recuerda que el hombre es débil, y que no es preciso que el universo entero se apresté pasa aniquilarle; un vapor, una gota de agua bastan para matarle. "Pero aún cuando el universo lo destruya, agrega Pascal,  el hombre sería todavía más que lo que le mata porqué sabe que muere y a pesar de toda la superioridad que el universo tiene sobre él, el universo nada sabe. Así pues toda nuestra dignidad consiste en el pensamiento. Por esto tenemos precisión de realzarle".

            La dignidad del pensamiento y el empeño en realzarlo han puesto a Domínguez por encima de todos los sucesos que pudieran afectarle, manteniéndolo alzado por sobre las miserias y sobre los dolores íntimos que laceran la existencia del patriota. Nunca indiferente a nada pero siempre por encima de todo, su estoicismo no venía de Séneca, sino que iba hacia él, pues Domínguez gustaba glosar a los filósofos de la antigüedad mirándolos a través de las comprobaciones de la vida, ya que el mundo no era otro sino el que le ofrecía su propia sensibilidad.

            El escritor, el filósofo y el patriota, eran uno mismo a través del estilo y, dentro de la dignidad del pensamiento. La misma moral augusta para amar la belleza, predicar la justicia y sobreponerse a la indiferencia ambiente, a la ingratitud que nunca falta en torno de los apóstoles. A este propósito recordamos haber escrito sobre él, haría un lustro lo que sigue, con sincero arrebato de periodista:

            MAESTRO: ¡QUIEN NO SABE DE TU VIDA! Tú que llevas como dones los méritos de la altura, siempre te hemos visto caminar a la par de los que van por la senda polvorienta.   

            ¿Pero, hubo Maestro acaso en la vida que no viviese como tú? ¿Hubo Patria que no tuviese injusticia para sus hijos, predilectos? No siempre el laurel de los que mandan fue el laurel de los que piensan.

 

PERO HABLEMOS DE TI, DE NUESTRA HISTORIA CONTEMPORANEA

 

            ¡Cuánta magnífica labor en tu existencia! Un cuarto de siglo tuyo es como la floración de bellas generaciones que iban surgiendo arrulladas por la música inimitable de tus palabras, y guiadas por el portento de luz de tu cerebro. Maestro: Estas premiado. Sabes que van a la fuente de tu arte todos los sedientos. Sabes que van hacia ti como si ellos fueran a su propio corazón.

            Ahora que se citan las sombras sobre el horizonte patrio, como nubes de presagio siniestro para los destinos de la Nación, ¡como sufrirá tu alma ciudadana!.

            Tú habías dado al mundo en síntesis preciosa "El Alma de la Raza", y esa alma, motivo singular de tus estudios y astro permanente de tus sueños, ha de seguir siendo hoy la última esperanza, como que esa alma radica en el pueblo, frente a esta vergonzosa derrota de valores en las llamadas clases dirigentes.

            Mientras tu erudición sin ejemplo, tu poderío de estilista máximo, tu romanticismo único en la era de los cartagineses, se daban todo entero a la causa de la Patria, y mientras asegurabas con títulos sobre títulos la sagrada heredad, ante los graves jueces de la historia...

            ...Otros, desde las alturas, ungidos por el desdén de la opinión, pero mandatarios siempre, permitían en silencio que el invasor clavara fortines en el suelo de la patria!

            Tú, Maestro, nos reintegrabas por el derecho el patrimonio histórico, y ...otros hacían caso omiso de ese patrimonio y al entregarlo al invasor sin tasa y sin medida, se reían de la justa inquietud del alma nacional.

            ¡No sólo se reían! Habían ya tenido el coraje estupendo de engañar al país, y en ser en esta patria humillada por Bolivia, los salvadores de la dignidad boliviana, y los encubridores de los pasos del invasor!

            Y ahí están, Maestro, los invasores. Vinieron pisando desde hace veinte años sobre tierra nuestra, sobre la conciencia de nuestros mandatarios, sobre los títulos expuestos y esparcidos a la luz del siglo por tu empeño. Todo lo pisaron. Para que eso sucediera bastó que el derrotismo ingénito, el derrotismo auténtico, igual al porteñismo del 60, se adueñara del poder, para que a través de veinte años se negara nuestra tradición y se desconocieran nuestros derechos!

            Pero, Maestro, tu obra está limpia y pura. Única obra pura que quedará de este cuarto de signo escandaloso. Ella ha de ser, todavía, la bandera santa que ha de convocar a los héroes para la nueva hora de la historia.

            El alma de la raza ha de alzarse a tu conjuro, y ante esa alma no habrá hojarascas de ignominia que perduren ni siervos de invasores que nos convenzan.

            Publicamos este articulo en "Patria Nueva" en Abril de 1929. Don Eugenio Garay, el Comandante que luego escribió un capítulo de nuestra epopeya en el Chaco, lo reprodujo en esa fecha en "La Unión", que entonces dirigía. Manuel Domínguez nos abrazó llorando. Porque así era él, patriota hasta las lágrimas, así como era fulminante, hasta sarcasmo contra el patrioterismo de cartón.

 

            La guerra del Chaco arrojó sobre la tierra calcinada por la desgracia, la carne despedazada de nuestro pueblo. Éramos agredidos, y los agresores debían ser castigados a costa de legiones dispuestas a morir. Otra cosa no es la guerra. Todavía el ideal humano no se estatuye de forma que el provocador sea castigado por la justicia internacional, antes que al precio de la sangre de la víctima. Domínguez asistió a la guerra, colocándose en su tiempo y en su pueblo, como actor decisivo. Actuó con toda la potencia de su mente para enunciar, con fe de Apóstol, que en las guerras triunfan las fuerzas morales. Y con su espíritu de buzo extrajo, de las profundidades de la historia, la clave del triunfo del Paraguay sobre su enemigo cuatro veces materialmente superior en todo orden: geográfico, económico, demográfico y militar. El factor étnico, el idealismo histórico que animó a nuestro pueblo desde sus orígenes, el destino político asignado a los pueblos por el mandato del medio físico, todo lo vimos a través de las palabras del Maestro como una demostración luminosa del metal con que se fundía el crisol de nuestras glorias. Pero... nuestras huestes debían llegar al Parapití, línea histórica que proclamó Domínguez. La línea aparecía perdida sin definirse en el horizonte. Toda una monstruosa ferretería bélica, tanques, cañones, ametralladoras, lanzallamas, en apoyo de la planta del enemigo, cubrían cientos de kilómetros, pareciendo alejar para siempre del Paraguay las adyacencias territoriales del río límite. Domínguez predijo entonces la derrota del invasor a despecho de toda su mecánica organizada para la matanza. Y, procediendo como siempre a reforzar su tesis con la elocuencia de los hechos, atento quizás a que todos los genios desde Bacón repiten que no hay más conocimientos reales que los que descansan sobre hechos observados, presentó la historia en cuadro matemático, para deducir, por cifras comparadas, que el soldado paraguayo nunca peleó igual a igual, caso único en el libro de la humanidad, que no era la primera vez que se disponía a medirse en la proporción de uno contra cuatro.

            Nuestras fuerzas llegaban después hasta las márgenes del Parapití, y el Abogado supremo de la causa histórica y jurídica de la Nación veía confirmarse en el brazo de nuestros soldados. La ley de las fuerzas morales que también constituyen una razón de equilibrio en la mecánica de los acontecimientos.

            Y el filósofo, el escritor y el patriota -que sentimos alejarse para siempre de nuestro contacto el 29 de Octubre de 1935- no descansó después del protocolo de junio. Su ánimo entró de lleno a presentir las grandes transformaciones sociales que suceden a las guerras. Diríase él, con Schiller: "Mas la guerra también es gloriosa, la impulsora del humano destino", sin que ello importe otra cosa quo nos sea la aceptación del hecho consumado. "La guerra entra en los ánimos como una horma que los ensancha, dice Ortega y Gasset. Agregaría Domínguez que el pueblo que vuelve a la conciencia de su poder, de su capacidad anímica, creadora, después de haberse sometido a una prueba, la más tremenda, como lo es la guerra, no hará otra cosa sino marcar el punto de partida de un periodo de renacimiento en el cual se contemple el siglo de oro de la República.         Cierto es que él fue con la visión de la usurpación inveterada que practican  tantos culpables en los sitiales de la República. Pero también es cierto que el filósofo y el patriota bajó a la tumba con la idea de que las generaciones presentes no encomendaran a otras, del futuro, el cumplimiento imperioso del testamento de la guerra.      

            Es, Maestro, nuestra palabra sobre la losa que cubre la gloria de tus despojos.      

 

 

 

APENDICE

 

            (Defensa asumida por el autor, del Dr. José S. Decoud, acusado por Juan Silvano Godoy de traición a la Patria, ante el Parlamento paraguayo. Se advierten en esta obra el tono polémico y las artes dialécticas tan características de Domínguez).         

            Nota del Editor

 

 

 

LA TRAICIÓN A LA PATRIA

 

TRATADA EN LA CÁMARA DE DIPUTADOS

 

INFORME DE LA COMISION ESPECIAL SOBRE LA DENUNCIA DECOUD-GODOY

 

RÉPLICAS DEL DOCTOR DOMÍNGUEZ

A LOS

SEÑORES DR. AUDIBERT, CABALLERO, SOLER, INSAURRALDE, Y DR. BÁEZ

 

INFORME DE LA COMISION

SOBRE

LA DENUNCIA DEL SEÑOR JUAN S. GODOY

 

            Sr. Domínguez - (Leyendo) - El señor Juan Silvano Godoy denunció a esta Cámara un delito que él llama de ALTA TRAICION, cometido por algunos paraguayos que sustentando ideas ANEXIONISTAS pensaron unir el Paraguay con la República Argentina.

            A la nota denuncia acompaña un folleto titulado MISION A RIO DE JANEIRO, que es un a modo de relato que el mismo señor Godoy elevó a S. E. el Presidente de la República, de lo relativo a cierta gestión que S. E. le encomendó en Río de Janeiro.

            En ese folleto refiere el denunciante que en esta ciudad un señor C.... le puso al corriente de "un complot urdido contra la soberanía e independencia del Paraguay" (págs. 75 y 76). El señor Godoy prometió a dicho revelador de secretos, ocultar su nombre (pág. 88), pero inserta en el folleto la fotografía de dos cartas que aparecen con el nombre del señor José S. Decoud. Una de estas cartas no dice bien ni mal, no tiene fecha y se publica truncada. Los párrafos suprimidos no permiten sospechar siquiera su verdadero objeto.

            La otra tiene la fecha de 1891 y en ella se lee ésta frase "Se trata de iniciar una campaña para procurar la unión del Paraguay a la República Argentina". Esa campaña consistirá "en una propaganda seria y razonada" (entre las páginas 92 y 93). Ambas fotografías llevan a titulo de destinatario el nombre del doctor Adolfo Decoud, hermano del denunciado.

            La denuncia es, a lo que se ve, un tanto original. El autor habla de un complot que está poniendo en inminente peligro la independencia del Paraguay; sin embargo confiesa que él (el complot) estuvo en su apogeo en 1892. Menciona doce cartas que debía devolvérselas al misterioso señor C.... "tan pronto obtuviera de ellas una fotografía" (pág. 88), pero el señor Godoy declara que las retiene por "si el Señor Presidente quisiera examinarlas" (pág. 92). El denunciante obtuvo las últimas noticias en Julio de 1896 (pág. 25) y al cabo de un año las revela, como fuera de desear: dice sencillamente que "un respetable caballero argentino fue visto y comisionado por varios compatriotas que alimentan esas ideas (anexionistas) a tener una conferencia". Aquí como en el caso del señor C..... el señor Godoy denuncia a unas sombras que se mueven en las tinieblas; nos dice que esos delincuentes son paraguayos, pero no tiene la bondad de expresarnos sus nombres. Sea el folleto como sea, resulta claro:

            Que el señor Juan Silvano Godoy denuncia a ésta Cámara haberse cometido un delito, muy grave, seguramente, desde que él le bautiza con el nombre de ALTA TRAICION, el cual delito consistió en la concepción de un pensamiento vertido en una carta íntima.

            Conviene saber que el denunciante tuvo conocimiento del hecho desde mediados del año 96 y era tan patriótico su celo, que se apresuró a comunicar su descubrimiento a la Cámara, a fines del 97!!

            El peligro que amenazaba al país era cercano, inminente, como que hace siete años, en 1891, alguien escribió el desatinó de que convendría "iniciar una campaña para procurar la unión del Paraguay a la República Argentina" con la circunstancia agravante de que esa campaña consistiría "en una propaganda seria y razonada".

            Verdad que la idea no se reveló en actos, verdad que tampoco la propaganda anunciada se puso por obra. Pero todo no importa cosa mayor.

            Sabe la Cámara y sabe el público que esas fotografías del señor Godoy (pues yo sé que no son otra cosa) fueron declaradas apócrifas por el señor José S. Decoud. No se averigua sin embargo si el señor Decoud tuvo o no razón: hipotéticamente concedo que esas cartas fotografiadas sean auténticas.

            Pero planteada la cuestión en este terreno, caben algunos ligerísimos reparos. Voy a exponerlos a la H. Cámara. Lo primero que se ha de preguntar es si es procedente admitir como base de denuncia cartas íntimas CUYO ORIGEN NO PUEDE SER OTRO QUE LA SUSTRACCION.

            Me parece y no sin razón que así lo que expresan esas fotografías como el hecho de haber sido controvertida la autenticidad de sus originales, proclama a voces que la mano de un sustractor violó el sagrado de la correspondencia privada.

            Y es el caso que la Constitución ha querido garantizar la inviolabilidad de la correspondencia privada (art. 21). "El que se apodere de cartas o papeles de otro o revele los secretos que contengan", es un delincuente (Código Penal, art. 301). "Las cartas de particulares sustraídas del correo o de cualquier portador o tenedor no se admiten en juicio" (Código de Procedimientos Penales, art. 324). "Las no sustraídas solo pueden figurar en el proceso por consentimiento de su autor o por mandato judicial", así lo requieren "la moral, la justicia y las conveniencias sociales", dice Obarrio (Proyecto de C. de Procedimientos Penales). Hasta en asuntos puramente civiles, trasciende la prescripción constitucional: "las cartas misivas dirigidas a terceros, aunque en ellas se mencione alguna obligación, no se admiten para su reconocimiento" (Código Civil, art. 1035). Es elemental que quien se apodere de cartas ajenas por medios ilícitos, comete un delito, y "nadie puede constituirse un derecho con un delito" (Escrih).

            Y adviértase que no razono mal en cuanto a las cartas de autos. Hay una disyuntiva de hierro: o LAS CARTAS SON FALSIFICADAS O SON AUTENTICAS. Si son falsificadas no hay sustracción, ni concurre delito en el denunciado. El delincuente sería en este caso quien trató de embaucar a la Cámara, al Presidente de la República y al público. Pero yo supongo que son auténticas, por hipótesis doy fe al denunciante, concedo, por un momento que el señor Decoud sea el autor y por ende el propietario de esas cartas, pero el señor Decoud niega que le pertenezcan, luego (dentro de la última suposición) las cartas fueron sustraídas o a lo menos publicadas sin su consentimiento.

            Rechazan los tribunales la correspondencia privada sustraída como elemento de juicio en tratándose de crímenes ordinarios. Con mayoría de razón no se la ha de admitir en tratándose del delito de traición (Lieber, Las pruebas privilegiadas no se admiten en contra del reo, pero si se las admiten en favor de ciertos procesados. Lo que no procede en los tribunales ha de ser improcedente en la Cámara de Diputados e improcedente en todas partes).

            El derecho moderno en su profundo respeto por la personalidad humana, proscribe ciertos procedimientos inquisitoriales que recuerdan la barbarie antigua.

            En el descuido de la correspondencia privada puede deslizarse una frase de sentido ambiguo, un pensamiento mal concebido y peor expresado, una idea concebida hoy para olvidarla mañana, y en las palabras escritas sin reflexión vertidas en la confianza íntima, con frecuencia trazadas en un minuto o bajo el imperio de una pasión instantánea, puede quedar aprisionada la inocencia. La inquisición y los malvados de toda laya prendían en esas redes a sus víctimas. Por eso la ley las reprueba, por eso la civilización las condena.

            Se ve que si las cartas no fueran falsificadas, pediría se desestimase la denuncia.

            Pero avanzo y admito por un momento que proceda la denuncia. Según esta nueva hipótesis, no hay de por medio sustracción, ni falta de consentimiento, ni el art. 21 de la Constitución, ni Código Penal o de Procedimientos.

            En este nuevo terreno busca al delincuente, al acusado de Alta Traición, y no le encuentro, aunque en ello puse empeño. El traidor no está sino en la imaginación del denunciante.

            De los artículos 13 y 119 de la Constitución se desprende que puede haber traidores en tiempo de guerra y traidores en tiempo de paz. Los primeros son los que se unen al enemigo o le prestan auxilio y protección (119). Los segundos son los dictadores y sus cómplices (13).

            El único delito que tuvo a bien definir la Convención, es la traición, definición a que concurrió el denunciante, si no me equivoco, y que no puede ser ampliada por el Congreso desde que la dio precisa, clara, terminante, inmutable como una fórmula algebraica quien tuvo más alta autoridad que él.

            Esa definición falta en la mayor parte de las Constituciones Americanas; solo la contienen las del Paraguay, República Argentina y Estados Unidos y es una garantía, quizá la más segura, de la libertad, en tiempo de la efervescencia de los partidos.

            Los tiranos definían el delito de traición a su modo y lo aplicaban a su sabor. La historia de la palabra traición en el Paraguay es una historia escrita con sangre.

            Pusieron especial empeño los tiranos en señalar con el dictado de traidores a cuantos manifestaron un asomo de independencia o no tuvieron el pésimo gusto de soportar su despotismo.

            Esa arma favorita del doctor Francia, la Convención la quebró. Cambió el criterio que calificaba la traición, de forma que los tiranos aparezcan en la historia, según esta manera de ver, como los traidores por excelencia, y los que ellos tenían por tales como las víctimas de su traición.

            La ley penal no podía salirse de esa definición y se limitó a enumerar los casos en que se incurre en dicho delito tomando las armas contra la nación o prestando auxilio al enemigo.

            Por donde se ve que el hecho de pensar en la descabellada idea de fundir dos Repúblicas en una, mediante "una propaganda seria y razonada", no puede constituir traición alta, ni baja, ni mediana y que el denunciante, revelándose contra la definición de la Convención y contra el sentido común actual, lejos de enorgullecerse como paraguayo de una de las más bellas garantías de la libertad y de una de las más fundamentales conquistas del derecho, entiende al revés las palabras de la Constitución, olvida que el Paraguay no sé halla en estado de guerra y conspira contra la definición que él mismo autoriza con su voto en la Convención.

            Extraña denuncia es esta que comienza por lastimar el decoro de la Representación Nacional, levantando ante ella el velo de la vida privada y acaba por reñir con la Constitución sentando la funestísima teoría de los tíranos!

            Esa denuncia hubiera honrado a la dictadura. Ella deshonra a esta Cámara, por el hecho de penetrar en ella.

            Si no hubiera falsificación de por medio y procediera la denuncia, se nota que también pediría su rechazo.

            Tal vez pudiera creerse que la frase fotografiada constituye otro delito. Sin vacilar respondo que una frase escrita hace siete años, sin que la idea allí expresada hubiese tenido manifestación externa, (aún admitiendo por un instante que la idea fuera criminal) no cae bajo la acción de las leyes. Si la idea se tradujera en actos, si de hecho se conspirara contra la independencia del Paraguay, sería otra cosa.

            El Art. 1° de la Constitución dice que el Paraguay será siempre libre e independiente, y leyes existentes preveen tales casos y los castigan con rigor.

            La propaganda tendiente a subvertir el orden puede que constituya delito, según su forma. Dicho está que, el señor Godoy no denunció ninguna propaganda. Es una frase escrita hace siete años, sepultada en los papeles de un particular, la que él ha desenterrado, lanzado a publicidad y delatado a esta Cámara.

            No puede creerse que existan paraguayos que sustenten la peregrina idea de atentar contra la independencia de su patria, y, caso de existir, opino que es la mayor de las locuras suponer que los cimientos de nuestra nacionalidad puedan ser removidos por los sueños de imaginaciones extraviadas.

            Los que se atrevieran a propagarlos, no causarían otros males que los que pueden inferirse a sí mismos, ofreciéndose al desprecio público, el más terrible y el más justiciero de los castigos.

            No los hubo ni los habrá por cierto. La voz que nos propusiera un cambio de bandera, sería ahogada por 500.000 paraguayos, dispuestos a sostenerla por el modo heroico que la sostuvieran en las horas solemnes de nuestra historia.

 

 

RÉPLICA AL DR. AUDIBERT

 

            SR. DOMINGUEZ - Señor Presidente. La publicación del discurso del orador que se manifestó en sentido contrario al dictamen de la comisión en la sesión anterior, publicación hecha por el diario EL PUEBLO, proporciona a la comisión la oportunidad de hacer una cumplida refutación.

            No me propongo pronunciar discursos.

            En forma de conversación voy a tomar en cuenta todos y cada uno de los argumentos del doctor Audibert.

            No necesito leer desde el principio, porque es notorio que las dos primeras columnas las dedica su autor a la exposición de los hechos. Solo debo de observar que en esa exposición se adulteran los hechos.

            Es necesario establecerlos tales cuales se han presentado a esta H. Cámara de Diputados.

            Lo que en realidad de verdad acontece es que el señor Godoy denuncia a esta Cámara un hecho (que no importa por el momento calificar), presentando como comprobantes de él estas dos cartas.

            La cuestión se encuentra perfectamente fijada: el señor Godoy denuncia un pretendido delito, que no es del caso discutir; un delito cualquiera, cuyas pruebas son estas dos cartas que ha presentado a la Cámara.

            Perfectamente. Si yo tuviera que manifestar mi convicción íntima, diría que esta carta (enseñando una) es del señor Decoud, (me parece que la letra es de él) ; y diría que esta carta es falsificada (mostrando otra). Pero esta es una convicción particular que a nadie puede aprovechar.

            Leo la primera carta, la que tengo por auténtica, y no veo allí delito ni cosa que se le parezca. Dice el firmante a su hermano el doctor Adolfo: "Deseo mucho que conferencies con el general Roca y trates de investigar lo que piensa sobre nosotros. Asegúrale que por tu intermedio le comunicaré algunas vistas sobre nuestras relaciones diplomáticas. Dile que nos tiene por completo olvidados".

            REVELACION DE SECRETOS DE ESTADO, dice el doctor Audibert. Contesto: VISTAS DIPLOMÁTICAS, pueden ser vistas comerciales, pueden referirse a cualquier género de manifestaciones inocentes.

            "Dile que nos tiene por completo olvidados". No veo aquí delito. El imaginarlo en esa frase inocente, es ridículo. Pero aquí viene lo curioso.

            Según me informaron, el señor don José S. Decoud se dirigió por esta carta a su hermano Adolfo, y en ella hace referencia a otra que éste escribió al general Caballero, de quien no recibió contestación. En esa carta dice don Segundo Decoud a su hermano: "No te preocupes si el GENERAL te contesta o no...". Me aseguran, y es verosímil, que se trata del general Caballero, (la carta está truncada, se suprimen algunos párrafos); y al final dice: "pues ya sabes que en él es disculpable esta falta". Esta frase no puede aludir al general Roca. En el general Caballero es quizá disculpable ESA FALTA, mientras no lo sería en el general Roca.

            Por otra parte, el señor José S. Decoud conoce íntimamente al general Caballero y así la frase "creo que NO HA VARIADO NADA respecto a vos" con que sigue la anterior cuadra al general Caballero que está aquí y de quien puede responder don Segundo Decoud que está aquí también; pero no puede tener sentido, aplicada al general Roca, quien estaría en Buenos Aires, ciudad en donde se hallaba el destinatario.

            Pero sea de ello lo que quiera, no hay huella de ningún delito en esta carta, fuera de la perversa intención de quien insidiosamente ha suprimido algunos párrafos, truncándola, para darle un sentido que no tiene.

            Como cuerpo de delito, queda la segunda carta atribuida a don José Segundo Decoud y que yo tengo por falsificada. Pero supongo que sea auténtica. Tampoco se ve en ella ni la apariencia de un delito. "Se trata (dice) de iniciar una campaña para unir al Paraguay con la República Argentina par medio de la anexión...". Bien. Esta frase la comenta el doctor Audibert en los términos que a él le convienen, pero calla de propósito lo que sirve para caracterizarla, calla lo siguiente: "la idea se pondrá por obra mediante una propaganda SERIA Y RAZONADA". Pregunto yo: ¿Puede propagarse un delito por medio de una PROPAGANDA SERIA Y RAZONADA...?".

            Lo que resulta claro por consiguiente, es que el señor Godoy denuncia una frase escrita en 1891, es decir, hace siete años, y esa frase es ésta: "se trata de iniciar una campaña para conseguir la unión del Paraguay a la República Argentina por medio de la anexión", y "la idea se pondrá por obra mediante una propaganda seria y razonada".

            Esta última frase que el señor diputado calla, yo la expreso porque sirve o debe servirnos de guía para averiguar si se trata de un delito o de una tentativa de delito.

            Entiendo por tentativa lo que entiende nuestro Código Penal: "la ejecución de actos que tienen por objeto inmediato la consumación de un delito". No hay que confundir la tentativa con los actos preparatorios. La tentativa se castiga pero los actos preparatorios no se castigan jamás.

            Esa frase consignada en la carta atribuida a don José Segundo Decoud no tiene por objeto inmediato ni remoto la ejecución de un delito, y no hay por consiguiente tentativa. El orador, sin embargo, habla de TENTATIVA, sin detenerse a probar su existencia.

            Leo un párrafo del discurso: "La doctrina utilitaria de Benthau y los Hobbes, ha debilitado el alma de la Nación y la Ley no tiene su acento ni en el recinto mismo de las leyes".

            "La mejor prueba de esta dolorosa verdad, es el dictamen de la comisión de investigaciones en mayoría y la actitud del presidente de la República en el asunto...".

            Estoy conforme con el orador respecto a que la doctrina utilitaria gana terreno entre nosotros: pero, la MEJOR PRUEBA de que gana terreno, es que nuestra sociedad ha comenzado a conocer lo que no conocía anteriormente: el CHANTAJE. El que tiene la palabra en este momento ha sido amenazado también por el CHANTAJE con la publicación de sus cartas; pero él, como cierto alto personaje, tuvo la energía suficiente para despreciar esas amenazas.

            El párrafo siguiente se reduce a decir: "Que la Policía de la Nación no averiguó el hecho ni la persona de los presuntos delincuentes".

            Lo que se trata de saber es si hay o no delincuentes. Todas esas frases huelgan, por consiguiente.

            Sigo: "El Paraguay que ha sufrido la dictadura de Francia, la opresión de Carlos Antonio López y la tiranía de Francisco Solano; que ha soportado la incuria y la rapacidad de los mandatarios desde 1871 hasta el presente; hoy que vive por la libertad y los grandes sentimientos redentores de la humanidad; hoy el pensamiento de la anexión es el crimen de la más alta traición que puede concebirse, y la tentativa de su realización debe castigarse con la más severa pena que nuestras leyes permitan".

            Lo que vamos a discutir es si el simple pensamiento de la anexión puede constituir delito o no.

            Los párrafos citados huelgan también:

            Sigue el señor Diputado: "Mas a nosotros no nos incumbe determinar el castigo ordinario contra los que tratan de suprimir la Constitución y las Leyes, la Bandera y el Himno patrio, la Paz y la Justicia de la República que expresa el escudo nacional".

            Todo eso no es argumento ni cosa que se le parezca. Aquí no hay ESCUDO que valga. El HIMNO nada tiene que ver con la cuestión. Ni la inscripción del ESCUDO.

            "Nuestra misión es política y se reduce a esta interrogación: ¿El Ministro de Relaciones don José Segundo Decoud, puede conservar el puesto que ocupa, siendo un conspirador contra la independencia nacional?

            "He aquí la grave cuestión.

            "Pero como la comisión de investigación ha opinado que la anexión del Paraguay a otro Estado no es crimen de traición ni otro delito ordinario ni delito político que autorice la acusación de esta Cámara, voy a examinar la cuestión ante el Derecho, las Leyes y la Historia Patria".

            Aquí comienzan a asomar los argumentos de derecho. Tomen nota.

            El argumento NUMERO UNO del orador es el siguiente "Un título y seis leyes de Partidas se ocuparon de explicar y condenar la traición, y catorce especies distinguieron aquellas antiguas y sabias leyes".

            Y copia las disposiciones de las Partidas.

            A este argumento, que es el primero de derecho que presenta el señor diputado, contesto:

            El Paraguay en 1811 conquistó su emancipación política, y en 1870, con la sanción de su Constitución, su emancipación jurídica. Desde ese momento quedó trazada una línea divisoria honda entra la legislación española y la nuestra, por todas las leyes que el Congreso dictare debían de inspirarse, no en el espíritu de la legislación antigua, y sí en el espíritu de la Constitución que, como se sabe, confiesa su abolengo en la Constitución norteamericana y ésta, a su vez, en la de Inglaterra.

            Voy a demostrar no sólo que las Partidas difieren de nuestra legislación actual, sino que se encuentran en oposición con ella.

            Sabido es que las leyes de Partidas distinguían el delito de traición en crimen de lesa magestad divina y de lesa magestad humana.

            Cuando el ofendido era Dios, el delito era de lesa magestad divina y cuando era el rey, de lesa magestad humana.

            De acuerdo con esta división, acontecía en España lo siguiente: El hereje era un traidor, cometía el delito de lesa magestad divina. ¿Existen herejes en nuestra Constitución? No existen porque nosotros reconocemos la libertad de cultos!

            El que robaba un candelabro de una iglesia era un traidor en España. ¿Por nuestra legislación qué será?. El que roba un candelabro será un ladrón, será un ratero, COMO EL QUE ROBA CARTAS.

            Por las leyes de Partidas era traidor el que atentaba contra el pudor de la reina o la hija del rey. Por nuestra legislación, el que atenta contra el pudor de una mujer, sea reina o no, será un violador, un estuprador, pero no un traidor.

            El monedero falso era calificado de traidor. No lo es, aunque sea otra cosa, por nuestra legislación.

            Todo esto demuestra que no sólo las leyes de Partidas difieren de nuestra legislación, sino que se encuentran en abierta oposición con ella.

            Cabe otra observación

            Las leyes de Partidas, que invoca el doctor Audibert, nunca estuvieron en vigencia en España. Tenían un carácter supletorio y ocupaban el último, el postrer lugar en la legislación española.

            Entre nosotros existe cierta prelación en las leyes. La ley fundamental, la que se encuentra por encima de todas, es la Constitución ¿Por qué? Porque la Constitución contiene la palabra de la Convención, y la Convención se encuentra por encima de toda autoridad como que representa directamente al pueblo. En segundo término, después de la Constitución, vienen los tratados con las potencias extranjeras, si mal no recuerdo. En tercer término, las leyes dictadas por el Congreso. En cuarto término, la jurisprudencia sentada por los Tribunales; y en quinto, creo, los principios generales de derecho.

            También existía una prelación semejante en España. La primera ley que debía consultarse para decidir los juicios, era la Recopilación, esa sabia colección de leyes, que una tarde fue nuevamente impresa con el nombre de NOVISIMA RECOPILACION. En los casos no previstos por la NOVISIMA RECOPILACION, se acudía al FUERO REAL; en lo no previstos ni por aquélla ni por éste, se acudía a las leyes de Partidas. De manera que puede decirse que las leyes de Partidas tenían un carácter supletorio, con la circunstancia especialísima de que ocupaban el último lugar en la legislación española.

            De consiguiente, si el doctor Audibert hubiera invocado la NOVISIMA RECOPILACION en su apoyo, (aunque también se encuentra en oposición con nuestra ley constitucional, sobre todo, en los casos de traición) podría haber tenido algún asomo de razón. Pero el orador se ha fundado en las Leyes de Partidas!!!

            Por otro lado, las mismas citas del doctor Audibert, me bastarían para confundirle.

            El doctor Audibert comienza por decirnos: LAS PARTIDAS DISTINGUIERON CATORCE ESPECIES DE TRAICION. Nuestra Constitución distingue dos y nada más que dos casos de traición.

            ¿Estoy equivocado?...

            Si a mí no se me cree, oigamos a los comentaristas de la Constitución norteamericana que tratan de la traición; y, entre paréntesis, debo observar que en todo este larguísimo discurso que voy refutando, el doctor Audibert, siendo profesor de Derecho Constitucional, no ha citado en apoyo de su doctrina una sola autoridad en materia de ciencia política. ¡¡¡ Ha citado esas pobres leyes de Partidas que jamás estuvieron en vigencia en España!!!

            El caso es éste:

            El doctor Audibert cita las Partidas, y nos dice que ellas distinguieron catorce especies de traición; nuestra Constitución distingue sólo dos casos de traición en el artículo 119, y esto no lo digo yo: lo dice una autoridad que creo vale más que todos nosotros de por acá (Risas).

            El doctor Nicolás Calvo dice: "Instruida por la historia y el conocimiento de la humanidad, la Convención Norteamericana ha juzgado necesario oponer a las interpretaciones arbitrarias"....

            (Prodúcese un cuchicheo en las bancas).

            Estoy leyendo, Señor Presidente, (dirigiéndose a la presidencia). Necesito que me atiendan. Quiero llevar el convencimiento...

            SEÑOR PRESIDENTÉ - Estoy atendiendo al señor Diputado.

            "Instruida, digo, por la historia y por el conocimiento de la humanidad, la Convención Norteamericana ha juzgado necesario oponer a las interpretaciones arbitrarias una barrera insuperable.

            "El crimen de alta traición fue limitado a DOS CASOS, (aquí está la frase): a tomar las armas contra la Nación o a unirse a sus enemigos dándoles ayuda y protección.

            Resulta claro, muy claro! que las 14 ESPECIES de traición de las Leyes de Partidas, vienen tan al caso en orden al punto que se discute, como pueden venir, por ejemplo, las leyes del Japón.

            Creo que tengo contestado el primer argumento que ha salido a mi encuentro.

            Voy a cazar algún otro.

            Qué hallazgo! Encuentra otro argumento ¡EL DICCIONARIO DE LA ACADEMIA! Argumento NUMERO DOS. Hay que llevar bien la cuenta.

            El doctor Audibert se funda en el diccionario de la Academia para probar que la frase TRAICION A LA PATRIA debe tomarse en un sentido lato, y no en el sentido riguroso y preciso que señala nuestra Constitución.

            Contesto, señor presidente: Muchas veces ocurre que el diccionario de la lengua dice una cosa y la ley otra.

            Entre esas dos autoridades: la Academia que no tiene fuerza coercitiva, y la ley de que el Juez es esclavo, ¿a quién se debe obedecer? Al diccionario o a la ley?

            El diccionario va por un lado y la ley por otro.

            El Juez - (y creo que nosotros somos jueces en este instante) - es esclavo de la ley, no es esclavo del diccionario. Esto es en tesis general.

            Lo que acabo de decir ocurre frecuentemente, y voy a evidenciarlo con un ejemplo.

            Abrase cualquier diccionario, de cualquiera lengua, francés, inglés, castellano, ruso, (aunque yo no he leído ningún diccionario ruso (Risas) y véase la que significa la palabra COSA. Nos dirá siempre que por COSA se entiende todo objeto material, todo objeto físico y metafísico, todo objeto corporal e incorporal.

            Según esa definición de las academias, la idea es una cosa, si bien no tiene forma ni cuerpo: el sentimiento es una COSA. Todo es cosa.

            Abrase nuestro Código Civil y léase lo que significa COSA.

            Comienza el libro III por definir la palabra COSA diciendo que es "todo objeto material (nada más que material) susceptible de tener valor".

            El Juez que tenga que aplicar el Código Civil, ¿a cuál debe seguir? ¿Al diccionario o a la ley?

            A la ley, ¿no es verdad?, porque la ley tiene fuerza coercitiva.

            Las academias se limitan a dar definiciones amplias, definiciones elásticas de las palabras; pero esa elasticidad no conviene a las leyes; las definiciones legales deben ser por el contrario rigurosamente precisas, entre otras razones, para desconcertar a los sofistas.

            De manera que lo del diccionario corre pareja y vale tanto en nuestro caso como lo de las leyes de Partidas.

            Voy a cazar algún otro argumento.

            Enseguida el doctor Audibert cita las palabras del doctor Pacheco.

            Recuérdese el camino recorrido por el orador y adviértase la SOLIDEZ de su argumentación.

            Primero, las Partidas!

            Segundo, el Diccionario de la Academia!!

            Tercero, una cita - las palabras del doctor Pacheco!!! Debo observar que este Señor (el doctor Pacheco) es un humildísimo comentador del Código Penal Español, del cual difiere el nuestro en más de un punto y precisamente en la manera de considerar los casos de traición, se le opone.

            Y así debía de ser, claro está. Lo que nuestra Constitución dice de la traición, no lo dice ninguna Constitución de Europa y mucho menos la de España. Y el Código Penal de cada país no puede oponerse a la Constitución respectiva, en el cual debe informarse.

            Ejemplos al caso:

            Según una ley del año 1821, el que trata de cambiar en España la religión católica, es TRAIDOR.

            Difiere completamente la legislación penal española de la legislación penal paraguaya. En algunos artículos pueden confundirse como se confunden en verdad; en la manera de distinguir y clasificar los delitos de traición no pueden ser más distintas.

            Lo que voy a decir de la diferencia entre la legislación penal paraguaya y la penal francesa, cabe entre aquella y la de España. El código francés dice que el que se arma contra la comunidad, es decir, el que hace revolución, es TRAIDOR. Nuestro Código Penal dice que quien hace una revolución es un revolucionario o un rebelde, un sedicioso, un amotinado o autor de una asonada, cualquier cosa, menos traidor.

            Esta sencillísima observación basta para probar que las palabras del comentador de una legislación penal extranjera a nadie aprovechan. El Dr. Pacheco comenta el Código Penal de España (y de paso cabe señalar que precisamente se muestra demasiado español en su humildísimo trabajo). En el Paraguay sólo interesa saber lo que disponen las leyes paraguayas. Luego, las citas de autos vienen tan al caso como las Partidas y como el Diccionario de la Academia.

            Sigo leyendo.

            Un descubrimiento, señor presidente! Leo: "Etimológicamente TRAIDOR viene del latín TRADITIO, TRADITOR, nombre derivado del verbo TRADERE, entregar". (El gasto de la erudición lo hace Escrich). Y con esto hemos llegado al 4º argumento, si no me equivoco en la suma.

            Téngase muy en cuenta que el 4° argumento se apoya en la etimología. Según la etimología latina TRAICION vale tal o cual cosa; luego es una sinrazón que nuestra Constitución defina y entienda la TRAICION de otro modo. Así razona el orador a quien estoy refutando. Esta es toda su fuerza dialéctica.

            Pregunto yo ¿es eso razonar?

            Pero sea lo que fuere, contesto: tradere significa entregar; está muy bien; sólo que no veo la consecuencia.

            Si esa voz significara entregar la patria... tal vez... mejor dicho... tampoco no se deduce nada. Se puede entregar cualquier cosa sin ser traidor.

            Y, por el contrario, se puede cometer el delito de traición... sin pensar en entregar la patria. Un soldado que por cobardía abandona las filas y se pasa al enemigo, sin ánimo de combatir contra la patria, es traidor. La etimología de una palabra no es regla segura para penetrar su sentido.

            Voy a poner un ejemplo: La palabra TRAGEDIA significa en griego, CANTO DEL MACHO CABRIO, y ¿qué tiene que ver el macho cabrío? (Riéndose) con la tragedia moderna! Con la tragedia antigua tenía alguna relación, ninguna con la moderna.

            Otro ejemplo:

            Según un diccionario de sinónimos, la palabra PERILLAN al principio significaba hombre pundonoroso, porque había un tal PERO ILLAN (Pedro Julián), español, de mucho pundonor.

            Ahora PERILLAN se llama al PICARO, Aquí también fracasa la etimología como fracasa en el caso que quiere hacer valer el Dr. Audibert. Contra la definición de la ley no hay etimología ni diccionarios que valgan.

            Consiguientemente, el argumento NUMERO CUATRO corre pareja con los tres anteriores.

            Adelante. Voy leyendo.

            Veo que el Dr. Audibert va a comentar el art. 119 de nuestra Constitución. Leo sus palabras. "El art. 119 de la Constitución expresa que la traición contra la Nación consistirá únicamente en tomar las armas contra ella o en unirse a sus enemigos prestándoles ayuda o socorro". Añade el orador: "pero esta DECLARACION ha sido REGLAMENTADA por el Congreso".

            Aquí, Señor Presidente, debo de observar que el art. 119 no "Declara" nada y SE DEFINE. "Declaración y definición" son cosas muy distintas. Aquella puede ser muy vaga. Está en Derecho es siempre muy precisa.

            Insisto en esto porque conviene para la tesis que estoy sosteniendo las palabras del art. 119 valen más, muchísimo más, ciertamente, que una simple declaración.

            Charles Read ha escrito: "Allí donde falta la definición de la traición, no solamente la libertad no existe, pero ni siquiera su sombra".

            Pemeroy, en su libro titulado Derecho Constitucional; dice: "Fue hecha la "definición" (La consignada en la Constitución Norteamericana) para destruir toda oportunidad de que los poderes Legislativo y Judicial se arrogaran atribuciones extensivas sobre la interpretación del delito de traición. E incorporándose la definición en la Ley Orgánica, el presente y el porvenir quedan asegurados y las libertades populares preservadas contra uno de los más terribles instrumentos de opresión que jamás hayan sido empuñados por gobernantes enloquecidos por el temor y embriagados por los excesos del poder".

            Lieber a su vez refiriéndose a lo mismo, escribe: "Es una gloria para los Estados Unidos el haber "definido" claramente el crimen de traición y restringido, dentro de estrechos límites en su Constitución.

            "El Federalista" dice: "...los falsos pretextos de traición han sido la máquina de guerra de que las fracciones se han servido para exterminarse unas a otras" y por eso en carece la Definición que da la Constitución Norteamericana.

            Pues bien: Esa Definición de la carta de los Estados Unidos, a que se refieren las autoridades citadas, es palabra por palabra, la misma que consagra nuestra Constitución.

            (Ocupa la presidencia el Vice Presidente señor Sosa).

            Luego, el doctor Audibert en este punto ha errado una vez más: no se trata de simples declaraciones y sí de una verdadera DEFINICION.

            "Pero esta declaración, dice, ha sido "reglamentada" por el Congreso". Me permito observar que esto no es cierto: El Congreso ha delegado en el P. E. la facultad de reglamentar las leyes. Por otro lado, una definición no se reglamenta. ¿Cómo se va a reglamentar una definición?.

            Lo que ha ocurrido es que el Congreso ha LEGISLADO sobre la traición; y es de notarse que el Congreso ha entendido el art. 119 de la Constitución en el único sentido en que debe de entenderse, esto es, que los casos de traición suponen siempre el estado de guerra.

            Queda invalidado el comentario del doctor Audibert.

            Continuó: "La anexión del Paraguay a otro Estado, dice, está así claramente prevista en el art. 356 del Código Penal". Supone el doctor Audibert lo siguiente: que el denunciado ha tratado de PROVOCAR la guerra, y es sabido que provocar la guerra contra la nación es crimen de traición.

            El orador no tiene derecho a hacer suposiciones para tener el gusto de aplicar una ley penal. No sé que ninguna sentencia se pueda fundar en suposiciones.

            Ciertamente un artículo del Código Penal dice: "El que indujere a una nación extranjera a declarar la guerra al Paraguay, será considerado como traidor y castigado con la pena de muerte".

            Pero de esta pretendida carta de don José Segundo Decoud, no se deduce que el denunciado trate de "provocar" guerras.

            ¿Dónde está la frase que diga que la República Argentina u otro Estado vecino se armará contra el Paraguay para anexarle? ¿Dónde está siquiera la tentativa de delito?

            Conviene recordar que, según la carta, "se trata de iniciar una campaña para unir el Paraguay a la República Argentina por medio de la anexión, mediante una propaganda seria y razonada". Creo que la guerra no es medio de propaganda, aparte de ser muy poco razonable (riéndose).

            Después hace el orador una especie de consideración general, dice: "La anexión es en el autor de ella, como en el doctor Iturburu, una convicción arraigada. El Paraguay no se salvará de otro modo".

            A mi me merece mucha fe la palabra del diputado Dr. Audibért, pero no me conformo con simples afirmaciones; estas no constituyen pruebas.

            Continúa el doctor Audibert en esta forma:

            "La resistencia a la idea de la anexión va debilitándose.

            "En 1892 producía la indignación pública.

            "En 1897 ha causado una indiferencia alarmante".

            Es que el doctor Audibert olvida una cosa y es que el folleto que motiva la denuncia del señor Juan Silvano Godoy ha caído en el más completo vacío. Ninguna persona sensata le ha dado crédito.

            En 1892 no sucedió así. Entonces se creyó en lo que decia el doctor Aceval, porque éste merece crédito.

            Y el que tiene en estos momentos la palabra fue a despacharse también a su gusto en la plaza pública con un discurso morrocotudo, (riéndose) contra los pretendidos malos paraguayos.

            Ahí el doctor Audibert tiene explicado el por qué este folleto no ha producido ninguna alarma.

            En este folleto (enseñándolo) nadie cree en esta carta, (indicando el facsímil de la misma que consta en el folleto) todos la tienen por falsificada.

            No creo que el patriotismo paraguayo esté debilitado.

            El sentimiento de la nacionalidad entre nosotros se encuentra altamente desarrollado.

            Recuerdo con este motivo las palabras del inolvidable, "Alón", el malogrado José de la Cruz Ayala, contra quien sus enemigos políticos esgrimieron también el arma que empuñaron los tiranos, le calificaron de anexionista, y "Alón" contesto que si existía alguna cosa imposible era la anexión del Paraguay a una nación extranjera, porque no habría un solo paraguayo que llegado el momento de la anexión, no tomara las armas para defender a su patria. Y creo que tenía razón. Nada ha cambiado.

            Quizá no existe otro país americano en que el sentimiento de la nacionalidad se halle tan arraigado como en el Paraguay.

            ¿La causa? Tal vez la encuentren los que estudian la psicología de los pueblos en la historia de nuestras grandes desgracias nacionales.

            El Paraguay es el pueblo mártir de la América y (el sufrimiento común, más que el gozo, dice un escritor, desarrolla el sentimiento nacional). Nada enlaza tanto como una desgracia común. El dolor humano tiene el poder de enlazar los corazones. Pero no quiero apartarme de la cuestión.

            Continúo leyendo: "No hay meetings ni protestas contra los traidores, en esta ocasión".

            Sigo la lectura: "Un conato de anexión no es ya crimen, delito ni falta política".

            Contesto: Aquí no hay tentativa, ni conato ni actos preparatorios de anexión. Repito que nadie cree en lo que dice este folleto.

            Existe una prensa liberal, existe el diario "La Democracia", órgano de publicidad caracterizado en donde escribe un compatriota independiente; y "La Democracia", antes que concederle crédito, ha combatido las mistificaciones del folleto.

            El doctor Audibert no tiene derecho a dudar de la independencia y virtudes cívicas del doctor Báez, redactor de "La Democracia".

            Siguen, en el discurso que refuto, algunas flores de retórica, pero yo quisiera menos retóricas y más razonamientos.

            Continúo leyendo y encuentro otra invocación al escudo, al "honor, la paz y la justicia de la República", pero cositas así no son argumentos. Tomarlas en cuenta es perder el tiempo lastimosamente.

            Sigo y vuelvo a encontrarme con otra cita del Diccionario de la Academia.

            Lo del Diccionario queda contestado.

            Voy leyendo. Dice el doctor Audibert:

            "El Art. 119 de la Constitución tiene por objeto quitarle el carácter de traición a la Patria al hecho de los que vinieron combatiendo al tirano López en la guerra cruenta de un lustro".

            Yo ruego que me atiendan, señor presidente.

            Vuelvo a leer este curioso párrafo porque quiero hacer resaltar el absurdo que en él se consigna:

            "El art. 119 de la Constitución tiene por objeto quitarle el carácter de traición a la Patria al hecho de los que vinieron combatiendo al tirano López en la guerra cruenta de un lustro".

            De manera que, según esta extraña teoría, si en el art. 119 de la Constitución la Convención Paraguaya del año 1870 tuvo a bien definir la traición, fue por evitar que los paraguayos que vinieron con la triple alianza aparecieran como traidores.

            ¿Puede darse un argumento de menos valer y de menos consistencia? La Constitución consigna en uno de sus artículos que ninguna ley debe tener efecto retroactivo, y según esto los que formaron parte de la Legión paraguaya no podían aparecer como traidores por ninguna manera. Si ese artículo de la Constitución tuviera el solo objeto que le señala el orador, estaría demás.

            Lo que ha pasado en el caso del art. 119, es que en el Paraguay, como en la República Argentina, los tiranos habían abusado de la palabra "traición" aplicándola como se les antojaba y se quiso poner término a ese abuso.

            A todo abuso quiso poner término la Convención al adoptar la definición de la Constitución norteamericana.

            Cuando considero que algunos representantes se declaran contra esa definición, siempre digo: - ¡insensatos! ¿no veis que estáis conspirando contra vuestra propia libertad!-.

            En un escrito que he presentado a mis profesores, decía (lee y cita las palabras del doctor Alberdi)

            - Estas son las palabras del doctor Audibert (Risas), digo, del doctor Alberdi (UN QUID PRO QUO).

            Sr. Audibert: Equivoca con frecuencia el señor Diputado.

            Sr. Domínguez: Queda comentado el art. 119 y explicada la razón histórica que la dictó.

            El doctor Audibert, consiguientemente, no tiene razón cuando dice que el art. 119 de la Constitución tuvo por objeto impedir que los que formaron la Legión Paraguaya fueran calificados de traidores.

            Vuelvo al discurso del orador.

            Veo que entra en consideraciones extrañas a la cuestión. El doctor Audibert investiga a su manera las causas que pudieron haber motivado esta carta. Las SUPONE, a su sabor, olvidando que las suposiciones arbitrarias, no son argumentos de derecho.

            Tropiezo con una cita del Digesto Wilson, cita que por ningún lado relaciona con lo que se discute y que en todo caso no puede invalidar la autoridad de la Constitución que prima sobre todas las leyes.

            Leo una vez más el discurso. Al fin aparece otro argumento original en que el orador acude al art. 324 del Código de Procedimientos Penales:

            Aislemos este argumento y veamos lo que piensa quien lo presenta.

            El doctor Audibert sostiene que esta carta no ha sido sustraída, ni se la obtuvo por otros medios ilícitos. Yo me propongo probar que esta carta se ha obtenido por medios ilícitos, concediendo, por supuesto, que sea auténtica, (lo que es mucho conceder). La cuestión está bien planteada.

            Repito que concedo que esta carta sea del doctor Audibert...

            SR. AUDIBERT: No! Haga el favor de rectificar (risas).

            SR. DOMINGUEZ: (Riéndose)... Del señor Decoud: Esta carta quiero que sea del señor Decoud.

            Pero el señor Decoud ha negado que sea de él y esa negativa consta en un documento que se publicó por la prensa.

            Luego, la carta, siendo del Sr. Decoud por hipótesis, se publicó sin su consentimiento. Aquí no hay vueltas que dar. La conclusión es rigurosamente lógica. Pero si algunos de los oradores de la Cámara quisiera invalidar este raciocinio, antes de pasar adelante le cedo la palabra...

            Repito para que me comprendan y refuten, si pueden (riéndose).

            ESTA CARTA, por hipótesis es del señor Decoud. Pero el señor Decoud niega que le pertenezca (porque no le conviene se sepa que él es el autor). Esa negativa consta en un diario y es del dominio público. Luego la carta se publicó sin su consentimiento. ¿Nadie observa?.. Se callan... Continúo. Veo que voy razonando bien.

            Antes de pasar adelante, conviene saberse que las cartas pertenecen al autor, no al destinatario. Yo dirijo cartas al Dr. Audibert, por ejemplo: esas cartas me pertenecen a mí que soy su autor, no a él. Hay ejemplos de que herederos de autores famosos han tenido que reclamar la propiedad literaria de cartas escritas por esos autores, fundados en lo que acabo de expresar.

            SR. AUDIBERT: Es muy diferente.

            SR. DOMINGUEZ: Es muy igual.

            Pues si es notorio que esta carta se publicó sin consentimiento de su autor, ¿cómo la adquirió el señor Godoy?

            Aquí debo de suponer dos cosas: o LA CARTA FUE SUSTRAIDA, es decir, HAY UN LADRON DE CARTAS en este ovillejo, o SOLO POR CASUALIDAD CAYO EN PODER DEL SR. GODOY.   

            Son las dos únicas hipótesis que cabe imaginarse.

            Supongo el primer caso: Admito que la carta fue sustraída... por el misterioso señor C... o por cualquiera. Entonces hay que tener en cuenta el art. 324 del Código de Procedimientos, que dice: "Las cartas particulares sustraídas del correo o de cualquier otro tenedor o portador, no pueden servir de base de denuncia". Quiero que esto se entienda bien.

            Voy a poner un ejemplo. Se comete un asesinato sin que se sepa quién es el autor: el nombre del criminal queda en el misterio. Consta sin embargo el nombre del asesino y el hecho mismo en una carta particular.

            Esta es la única prueba del crimen. Bien. Guiado por cualquier sentimiento (venganza, odio, interés de que el crimen no quede impune, etc.) sustraigo esa carta y con ella me presentó al Juez del Crimen como denunciante diciendo:

            "FULANO DE TAL es el criminal. Así reza esta carta. Le denuncio. Quiero que la carta figure en el proceso. La sustraje del CORREO o DE CUALQUIER PORTADOR O TENEDOR".

            Pues la tal denuncia no se tomará en cuenta. La carta no puede figurar en el proceso. Si no hay otra prueba, el crimen quedará impune. Así lo quiere no quien habla sino LA LEY y no es del caso discutir sus fundamentos que por lo demás, son racionales. Así lo dispone el art. 324 del Código de Procedimientos Penales.

            Luego queda demostrado que si la carta de autos hubiese sido sustraída, la denuncia hecha por el señor Godoy no procedería.

            Las cartas sustraídas, por indignas, no penetran en los tribunales ordinarios y por indignas y por miserables no deben penetrar en el seno de la representación nacional!

            Ruego a mis honorables colegas que piensen en las consecuencias que pueden sugerirse del sistema que se quiere adoptar. Aceptado el precedente, mañana puede acontecer que otra mano despiadada viniese a levantar ante vosotros el velo que cubre la vida privada. ¡Y cuántas veces pudiera suceder que al levantarse ese velo ante la representación nacional se rasgara hasta el honor de la familia! Yo creo que la Cámara, aparte de razones legales, debe de tener su decoro, como lo tiene cada uno de sus miembros.

            La primera hipótesis queda discutida.

            Voy a la segunda.

            Admito que la carta cayó POR CASUALIDAD en poder del señor Godoy; pero es el caso que el señor Godoy la ha publicado.

            ¿Ha cometido o no un delito este señor? Ha violado el secreto de la correspondencia privada. Es un delincuente. Y es regla elemental de derecho que "NADIE PUEDE CONSTITUIRSE UN DERECHO CON UN DELITO". Según la segunda hipótesis, resulta que el señor Godoy es un delincuente. Su delito no puede constituir un principio de prueba. Eso no lo digo yo. Lo dice (por citar a cualquiera) lo dice Escrich, nombre muy popular entre los eruditos a vapor.

            Está visto que en las dos hipótesis es improcedente la denuncia.

            El doctor Audibert sostiene que esta carta no ha sido sustraída, fundado en que ni el señor José S. Decoud, ni el destinatario doctor Adolfo Decoud, hizo saber a los tribunales que le hubiese sido sustraída. Con cuanto he dicho queda contestado esto. El señor Decoud no podía ir a los tribunales a denunciar la sustracción de su carta, porque el señor Decoud ha negado públicamente que le perteneciera. Si lo hiciera, se contradeciría.

            También podría decirse (y se ha dicho en este Cámara) que la carta no es privada.

            Confieso que si no lo fuera yo no sabría lo que pudiera ser.

            Supongo que el doctor Audibert sea Ministro y que escriba una carta a su hermano. Esa carta la escribe él, no como funcionario público y sí como hermano; comienza por decirle: QUERIDO HERMANO O QUERIDO FULANO (José Domingo se llama). En esa carta le tutea y le envía recuerdos de la familia, ¿qué carta será aquella?. CARTA PARTICULAR, no cabe dudar, CARTA PARTICULAR PRIVADA, aunque le hable en ella de las satélites de Júpiter.

            El doctor Audibert, mi supuesto Ministro, me escribe otra carta y me la dirige por la prensa, sobre una cuestión personal, pidiéndome satisfacción sobre palabras mías, sobre lo que quiera, siempre que sea relativa a un asunto que ha pasado entre él y yo; ¿qué carácter tendrá esa carta? El no la escribe en su carácter oficial. La carta sería PARTICULAR, ¿cómo dudarlo? PARTICULAR PÚBLICA porque cae bajo el dominio público.

            Pero mi supuesto Ministro, el doctor Audibert, en el ejercicio de sus funciones, en nombre de la autoridad que inviste, en nombre del P. E. se dirige a un cónsul como autoridad. La carta o nota es entonces OFICIAL.

            Esta carta (mostrándola) no es oficial, porque en ella, no habla el señor Decoud en nombre del P. E., Tampoco es particular pública, porque el supuesto autor, el único que tiene derecho a disponer de ella, no la publicó; quien la publicó ha sido un violador de secretos ajenos. No es oficial, ni es pública: luego es carta particular privada. ¿Puede ser alguna otra cosa?

            Si yo me equivoco, si yo yerro, ruego que me saquen de mi error. Sería hasta un acto de caridad.

            Cedo la palabra... ¿Nadie me impugna?...

            Tengo derecho de afirmar que mi manera de razonar es rigurosamente lógica.

            Resumo:

            Por lo mismo que la carta es privada; por lo mismo que ella es de don José Segundo Decoud (por suposición); por lo mismo que fue sustraída, o porque, en el caso peor, a lo menos se publicó sin consentimiento del autor, resulta que la denuncia falla por su base. No se puede pasar por encima del art. 324 del Código de Procedimientos. Las leyes no se dictan para saltar sobre ellas.

            Paso a otra cosa.

            Concedo, por un momento, que exista delito, que se trate del crimen de alta traición a la Patria. Quizá se diga entonces: "El crimen es horrendo, y por lo mismo, que se trata de un crimen tan negro, no debe observarse el procedimiento ordinario".

            Sería extraña esta salida, mas es lo único que restaría añadir.

            Pero a quien me dijera eso me permitiría leerle lo que dice Lieber al tratar del delito de traición en una obra de derecho que merece ser más popular de lo que es. Dice Lieber: "La acusación debe ser clara". No deben admitirse pruebas que se rechazan en los juicios de crímenes ordinarios".

            Con ocasión de esto, no está demás un poco de historia. En España acontecía lo siguiente: contra el acusado del delito de traición se presentaban pruebas privilegiadas. Una persona que no podía ser testigo en una causa criminal ordinaria, podía serlo en una causa por traición.

            Es decir, que el presunto traidor quedaba en un terreno desventajoso con respecto a los otros criminales.

            Así, por ejemplo, el lenón y el usurero que según la legislación antigua eran infames, no podían ser testigos en un delito ordinario; pero podían serlos en un delito de traición.

            Había pruebas privilegiadas contra el acusado de traición y sobre este particular dice un autor que ellas "hicieron gemir a la inocencia por varios siglos"

            En Inglaterra no sucedió así.

            Los ingleses ofrecieron garantías excepcionales al acusado de traición.

            En España el acusado quedaba imposibilitado de probar su inocencia. En Inglaterra se le concedía medios de defensa no acordados a los criminales ordinarios. Se le facilitaba la prueba de su inocencia.

            Muchas de esas garantías todavía se conservan en la Constitución inglesa. En Inglaterra, hoy mismo, el que comete un delito ordinario, un asesinato, por ejemplo, tiene el derecho de recusar a veinte jurados. El acusado del delito de traición puede recusar a treinta y cinco jurados. ¡Garantía excepcional!

            El criminal ordinario tiene el derecho de hacerse defender por un abogado. El acusado del delito de traición tiene el derecho de hacerse defender por dos abogados. ¡Garantía excepcional!

            Antes de cierto período no se notifica al criminal ordinario la causa. Ella debe comunicarse con diez días de anticipación a los acusados de traición para que tengan a la vista la lista de los jurados y jueces que deben entender en el juicio. ¡Garantía excepcional! Los delitos ordinarios se prescriben en Inglaterra en diferentes tiempos según la pena que merezcan.

            Todos los crímenes de traición se prescriben a los tres años, a excepción del que se comete contra el Rey. Es otra ventaja de que goza el acusado de traición, sobre el criminal ordinario.

            Así respondo de antemano a quien dijera que en el delito de traición no ha de respetarse el procedimiento ordinario. Se ve que, antes bien, podría sostenerse lo contrario: que cabria y sería un tanto racional el reclamar un procedimiento excepcional en favor del acusado de traición, fundado en el derecho tradicional inglés en que, indirectamente, se informó nuestra Constitución.

            Cuanto voy diciendo no es retórica, pero es argumento. Voy contra objeción ya prevista en el dictamen de la comisión.

            Quizá se diga que si el hecho de escribir tal o cual frase, en carta íntima, expresando una idea que se ha de poner por obra "mediante una propaganda seria y razonada", no constituye crimen de traición, puede que constituya otro delito.

            Eso cabria objetarse, en buena lógica.

            Respondo y comienzo con un ejemplo para ser claro. Supongo que mañana el diputado doctor Audibert vierta un pensamiento, no en una carta íntima, sino en las columnas de "La Democracia". Supongo que diga: "Opino que el Paraguay debe anexarse a un pueblo vecino".

            Su modo de pensar es muy diferente. Pero en hipótesis cabe todo.

            El doctor Audibert, decía, sostiene desde las columnas de "La Democracia" que el Paraguay debe anegarse a la República Argentina o a la Oriental o a otro pueblo.

            "Las glorias de los dos pueblos se fundirán en una, y se formará una nación poderosa", y que razone a su manera el doctor Audibert iniciando "una propaganda seria y razonada".

            Yo le contestaría lo que dijo Alón: "Si algo imposible hay, es la anexión del Paraguay a una nación extranjera", porque en realidad de verdad si alguna cosa amamos con predilección los paraguayos, es la patria.

            Nuestro país peca por CHAUVINISME, por un localismo exagerado.

            No queremos, no podemos renunciar a las glorias que nuestros padres conquistaron.

            Pero sea de esto lo que fuere, yo` no podría, en justicia, calificar de criminal al doctor Audibert ni a nadie que se hallara en el caso propuesto.

            Puede que fuera un utopista.

            Puede que fuera un filósofo. Quizá un loco, todo lo que se quisiera, menos un delincuente.

            Salvo, se comprende, que pasara más allá de la propaganda RAZONADA y tratara el doctor Audibert de subvertir el orden constituido.

            Pero nadie le formará proceso mientras se mantenga en la región serena de los principios.

            En el terreno de lo abstracto es lícito sustentar todas las ideas. Las OPINIONES no caen bajo la acción de la ley, mientras no se traduzcan en HECHOS.

            Esto ha dicho la comisión y esto nadie ha rebatido.

            En plena Sorbona Ernesto Renán ha expresado el pensamiento de que era posible la unión de todos los estados europeos por medio de la confederación. Y ciertamente nadie pensó en formarle causa. Pero si aquel escritor hubiera tratado de subvertir el orden y cambiar DE HECHO las cosas actuales de Europa, pudiera haber sido procesado. Hoy no se forman, no pueden formarse procesos de doctrina abstracta.

            En este siglo de luz hasta el error tiene derecho.

            Muy al contrario sucedía en el siglo XVI, aunque fuera, en el terreno de lo abstracto. Quien ponía en duda un dogma de la religión era quemado. Hoy nadie tiene la obligación de no errar.

            Para concluir resumo.

            La denuncia del Sr. Godoy no debe tomarse en cuenta:

            1º.- Porque se funda en cartas obtenidas por medio ilícito;

            2º.- Porque, aun cuando así no fuese, no hay delito de traición a la patria;

            3º.- Porque tampoco hay otra clase de delito.

            Insisto, en consecuencia, en que la Cámara desestime la denuncia.

 

 

 

CONTESTACIÓN A LA RÉPLICA DEL

DOCTOR AUDIBERT

 

            SR. DOMINGUEZ - Pido la palabra.

            Dos palabras, nada más.

            Seré conciso porque voy a limitarme a una repetición.

            TESIS: Voy a probar que esta carta no puede figurar en ningún proceso. (Me obligan a proceder como en una demostración de matemáticas).        

            Concedo que la carta sea del señor Decoud. Pero éste niega ser su autor. Luego se publicó sin su consentimiento. Este argumento es de hierro. Puede sobre él meditar el doctor Audibert durante tres días. No contestará. No lo hará! NO!

            Entonces ¿cómo se publicó la carta?

            O porque el señor C. u otro la robó. O porque cayó en poder del señor Godoy por casualidad. Estamos en lo mismo. Supongo lo primero: la carta fue robada. Y en este caso ¿cómo pasar por encima del art. 324 del Código de Procedimientos Penales? Las cartas privadas no se admiten en juicio!

            Supongo lo otro: en vez del robo, LA CASUALIDAD. El señor Godoy al publicar esa carta ha cometido un delito. Es un revelador de secretos ajenos. Es un delincuente.

            SR. AUDIBERT - Pero permítame. ¿Se llama secreto la inteligencia entre los criminales?....

            SR. DOMINGUEZ - Permítame, doctor.

            Quien publica carta privada de otro, revela secretos ajenos.

            El señor Decoud, supuesto autor de esta carta, niega su autenticidad. Luego tiene interés en que su contenido no se publique, en que se guarde el secreto. Insisto en que el Sr. Godoy ha revelado un secreto ajeno: es un delincuente!!

            SR. AUDIBERT - (No se le oye).

            SR. DOMINGUEZ - Nadie puede constituirse un derecho con un delito!

            Otro argumento de hierro. Vuelva a meditar sobre él el doctor Audibert tres días y ocho y veinte.

            ¿A quién pertenecen las cartas...? Parece que hay algunos que no lo saben.

            Las cartas pertenecen a quien las escribe.

            El doctor Audibert, en nuestro caso, ha dicho que la propiedad literaria es del señor Decoud; pero si la propiedad literaria de estas cartas es del señor Decoud, lo será porque las cartas son de él!

            SR. AUDIBERT - Pero lo que he sostenido.... ¿Me permite, señor Diputado?

            SR. DOMINGUEZ - (Continuando). Hasta en el lenguaje corriente, se dice....

            SR. AUDIBERT - Pero conteste si esas cartas son literarias.

            SR. DOMINGUEZ - Por esa pregunta acuso al doctor Audibert del delito de traición contra el buen sentido, de un atentado de lesa-literatura.

            Todo escrito, bueno o malo es literario. Para escribir cualquier documento se requiere siempre algún conocimiento literario....

            SR. AUDIBERT - Para escribir una carta así ¿qué conocimiento se requiere?.     

            SR. DOMINGUEZ - Hasta una obra científica se clasifica entre las obras literarias....

            SR. AUDIBERT - Pero esa carta no es obra científica, ni literaria (1).

            SR. DOMINGUEZ - Pero, señor. Toda casta es del género epistolar y el género epistolar es del orden literario, cualquiera sea su objeto. Aquí tiene la contestación.

            SR. AUDIBERT - Oh! Pero esa carta no es literaria.

            SR. DOMINGUEZ - Bien o mal escrita, en rigor, lo es. Hasta en el lenguaje usual, decía, se expresa quién es el dueño. Si yo he escrito una carta al doctor Audibert, diré EL TIENE MI CARTA. ES MI CARTA LA QUE EL POSEE. Las cartas no pertenecen al destinatario. Son del autor.

            SR. AUDIBERT - Está bien: si público y vendo la edición por especular, por la belleza de su forma o por las idea que encierra, puede Ud. reclamarme los perjuicios; pero puedo publicarlas como propias, mientras se conserven en mi poder; puedo, darlas a publicidad sin ánimo de hacer comercio; sin perjudicar la propiedad literaria del autor.

SR. DOMINGUEZ - Ha dicho también el señor Diputado que estas cartas no son privadas. No creía que volvería a decirlo.

            En estas cartas el señor Decoud (por hipótesis él es el autor) se dirige a su hermano Adolfo; le trata de "QUERIDO HERMANO"; le tutea; le habla de cuestiones de familia. La carta es particular privada. No importa lo demás.

            El señor Decoud no se dirige a su hermano en nombre de la autoridad que inviste, en cumplimiento de sus funciones diplomáticas; luego la carta es privada.

            Ahora voy a otra cosa.

            El doctor Audibert ha confundido la tentativa con los actos preparatorios. Para evitar esta confusión, me limito a recordar nuevamente lo que la ley entiende por tentativa:

            "Es la ejecución de actos que tienen por objeto la consumación de un delito".

            Los actos preparatorios nada tienen que ver con la tentativa. La tentativa se castiga en los casos del delito de traición; los actos preparatorios no se castigan nunca".

            Yo compro un revólver o una escopeta de una armería. Puede que yo haya resuelto matar a una persona. El acto en tal caso es preparatorio. Pero la escopeta (dejemos el revólver) así sirve para cometer crímenes como, para cazar pájaros; de aquí que el hecho de comprarla no puede castigarse, salvo que avanzando el proceso de la idea criminal, llegue a los dominios de la tentativa: entonces ésta puede ser punible.

            Paso a lo otro. He supuesto que el doctor Audibert vertiera en un diario la idea de la anexión del Paraguay a una nación vecina.

            Decía que en tal caso le combatiría y diría de él que es un utopista, o cualquier otra cosa, pero no diría de él que es un criminal. La simple idea no se procesa. Proudhome  sostuvo una cosa bien extraña: que la propiedad es un robo. Lo sostuvo en un libro que se ha hecho famoso. Pero Proudhome no salió de la esfera de los principios, no atentó de HECHO contra la propiedad y nadie le acusó ante los tribunales.

            Todo, absolutamente todo, cae bajo el dominio del análisis.

            Se niega la existencia de Dios. Se niegan los dogmas religiosos y ¿no se tendrá derecho a negar la existencia de los Estados? ¿No se podrán negar los dogmas políticos?....

            Sigo al doctor Audibert.

            Este concluye por estar conforme conmigo en que el caso en que nos ocupamos no constituye delito de traición.

            En su anterior exposición sostuvo, que la idea de la anexión es delito de traición según las leyes de Partidas y el Diccionario de la Academia; pero como ni el Diccionario de la Academia ni Las Leyes de Partidas tienen vela en este entierro, ha cambiado de opinión.

            El doctor Audibert ha disertado sobre la ruina de los caracteres. Esto no es argumento de derecho y me dispenso de contestarle lo que no se discute.

            Ha dicho que él no ganaría nada con venir a sostener aquí la culpabilidad del señor Ministro de Relaciones Exteriores.

            El que tiene en este momento la palabra declara también que con su actitud nada tiene que ganar y declara igualmente que no viene a defender a ningún ministro y sí, a sostener la Constitución y las Leyes.

            Y nada más ha dicho.

            Señor Presidente: Insisto en que se deseche la denuncia presentada por el señor Godoy.

 

 

(1) Conforme a la pseudo-teoría del doctor Audibert, ha de ser divertida la definición que éste da de lo que Las Leyes entienden por PROPIEDAD LITERARIA.

 

 

 

RÉPLICA AL SEÑOR CABALLERO

 

            SR. DOMINGUEZ: Pido la palabra.

            Veo con pena que el señor diputado Caballero no ha comprendido la frase MAL DESEMPEÑO DE SUS FUNCIONES que emplea el Art. 50 de la Constitución.

            Lo que el señor diputado Caballero debía haber tomado en cuenta es si un ministro, escribiendo una carta privada (porque éste es siempre el fondo de la cuestión) desempeña bien o mal sus funciones públicas.

            Claro es que un ministro de Estado que no concurra a su oficina, o concurre allí en completo estado de embriaguez, no cumplirá bien con sus deberes públicos. Eso es cosa muy diferente. El tal ministro puede ser acusado, por la Cámara de Diputados, según la frase de la Constitución, POR MAL DESEMPEÑO DE SUS FUNCIONES.

            Pero vamos a otra hipótesis: el señor Caballero, siendo ministro o siendo cualquier otra cosa, escribe una carta privada. El que tiene la palabra, u otro, sostiene que en ella hay un pensamiento criminal. ¿Ha desempeñado mi supuesto ministro, por esto, bien o mal sus funciones oficiales?

            Qué tiene que ver una carta íntima, privada, familiar, digamos así, con las funciones oficiales, siempre que el ministro siga cumpliendo con sus deberes públicos?.

            He contestado al señor Caballero.

            Otro argumento no ha aducido.

            Me alegro que vaya tomando un nuevo giro la cuestión.

           

 

 

RÉPLICA AL SEÑOR SOLER

 

            SR. DOMINGUEZ: Voy a contestar al señor diputado Soler, felicitándome una vez más del ASPECTO que va tomando la cosa. Ahora se va al grano. Ya no hay discursitos patrioteros.

            Veo que el señor diputado Soler no ha leído la carta acusada. Esto no es de extrañarse. Sabía de antemano que muchos no conocían el asunto...

            SR. SOLER. - Como Ud. ya la ha leído demasiado, le parece que yo no la he leído.

            SR. DOMINGUEZ. - En esta carta, señor presidente, no se habla de ningún COMITE como, por error, lo afirma el señor diputado.

            Puede leerla el señor Soler.

            SR. SOLER. - Léala, señor diputado: léala.

            SR. DOMINGUEZ. - En ella su pretendido autor emite una idea, y dice que esa idea "se pondrá por obra mediante una propaganda seria y razonada", frase que el Dr. Audibert encontró a bien callarla.

            SR. AUDIBERT. - Porque no he querido citar lo que no era necesario.

            SR. DOMINGUEZ. - Al decir el señor diputado Soler que en esto hay conspiración contra la independencia de la República, supone lo que gusta, pero no lo que existe.

            ¿En qué cabeza puede caber que una frase escrita en los términos tantas veces citados sea prueba de conspiración? Conspiración "seria y razonada" sería esa, según el tenor de esta carta.

            Se varía el sentido de la palabra conspiración, intencionalmente, o no se la entiende. Curiosa ha de ser la definición que de esa palabra dé el señor Soler.

            El doctor Audibert sostenía la otra vez que se trataba de una tentativa: le probé que no lo era y no me respondió. Ahora la cosa se ha transformado en conspiración.

            Le dije que ni siquiera era acto preparatorio, y me fundaba en la definición de la palabra tentativa.

            Ahora, por arte del señor diputado Soler, se ha cambiado la cosa en algo más bonito: EN CONSPIRACION.

            Que lo pruebe, de lo contrario no nos podemos entender.

            Calculadamente, y para evidenciar la manera de discutir de ciertos oradores de esta Cámara, he consentido en las interrupciones.

            Al señor diputado Caballero le he refutado.

            El señor diputado Soler ha empleado como argumentos: las palabras conspiración y comité, palabras que no se encuentran en la carta.

            Lo que hay aquí, señor presidente, es una conspiración contra el sentido común.

            Balmes en su tratado de Lógica, al tomar en cuenta uno de los tantos y deplorables discursitos al uso, dice: "Basta ir analizando las palabras, el sentido en que se las emplea y el sentido real y verdadero que tienen, para reducirlas a pedazos".

            Parodiando la cita, digo: basta fijarnos en el sentido que a ciertas voces dan algunos de los señores diputados para llegar al resultado indicado.

            SR. SOLER. - Concluyó, señor diputado?

            Pido la palabra.

            SR. PRESIDENTE. - ¿Ha concluido, señor diputado Domínguez?.

            SR. DOMINGUEZ. - Sí, señor.

            SR. PRESIDENTE. - Tiene la palabra el señor diputado Soler.

            SR. SOLER. - El señor diputado Domínguez acaba de decir que el que tiene la palabra no ha leído la carta, y que no se trata sino de la manifestación simple de una idea: que en ella no se habla de un comité, que no se habla de organizaciones de comités.

            Voy a demostrar al señor diputado Domínguez quien a fuerza de leer la carta la ha aprendido de memoria que no la ha leído bien.

            Dice así: "Se trata de iniciar una campaña para procurar la unión del Paraguay a la República Argentina por medió de la anexión". (Esto es una simple idea; pero sigamos adelante). "Necesario sería que te pusieras en comunicación con el doctor Urdapilleta y con el doctor Iturburu, invitándolos a asociarse a esta idea. Si ellos estuviesen dispuestos, podría formarse un centro organizado de paraguayos que en combinación con otros que se estableciesen en varias partes y aquí, podría desde ya dar comienzo a los trabajos"... (1)

            ¿Quién varía el significado de las palabras?

            SR. DOMINGUEZ: - Voy a contestarle.

            SR. SOLER. - Diga el señor diputado si he leído o no la carta.

            SR. DOMINGUEZ. - ¿Me permite, señor Diputado?

            SR. SOLER. - Sí, señor; para que vaya replicando, leeré a pedacitos.

            SR. DOMINGUEZ. - Las frases leídas por el señor Soler, me dan completa razón.

            El señor diputado Soler había dicho que se trataba del un COMITE YA FORMADO, y según el texto de las cartas solamente se pensaba, en un CENTRO POR FORMARSE. Entre comité formado y un conato de centro hay mucha diferencia.

            SR. SOLER: - Para el caso es igual.

            SR. DOMINGUEZ. - Lo es para los que no conocen la diferencia que existe entre comité y centro y entre una cosa HECHA Y OTRA POR HACERSE. El comité casi siempre es revolucionario. El centro tiene un fin inocente, o en todo caso legal. ¡Pero ni siquiera él centro se formó!

            SR. SOLER: - ¿Concluyó, señor diputado?.

            SR. DOMINGUEZ: - Sí, señor diputado.

            SR. SOLER. - De manera que ahora resulta que únicamente después de organizado el comité de la República Argentina dejaría de ser una simple idea.

            SR. DOMINGUEZ. - Mientras no se organice (el centro, no el comité) existe como idea, pero no de hecho.

            SR. PRESIDENTE.- (Agitando la campanilla). Señor diputado Domínguez: el señor diputado Soler tiene la palabra.

            SR. SOLER. - Mientras no se produzca la anexión, no existe sino la idea; pero no por eso dejará de ser punible esa idea. Veámoslo con un ejemplo:

            Si a un ministro o a cualquier otro se le ocurre dirigir una carta al jefe de un cuartel diciéndole: pongámonos de acuerdo con el jefe del otro cuerpo por medio de una propaganda seria y razonada, y vamos a dar un golpe de Estado al gobierno. Cómo!.

            ¿Esto no es más qué una idea?

            SR. DOMINGUÉZ. - Voy a contestarle.

            El señor Soler confunde casos muy distintos. El propuesto por el señor diputado no dejaría de ser un principio de conspiración: no dice relación con la idea de formar un centro.

            SR. SOLER. - ¿Cómo no?

            SR. DOMINGUEZ... con el caso que se discute.

            Un ejemplo: una persona está guardando una fortaleza. Por medio de cartas se dirige al jefe de las fuerzas enemigas diciéndole que a tal hora pondrá a su disposición la fortaleza. Es otro caso, muy distinto, aquí habría verdadera tentativa de traición.

            SR. SOLER - Eso es traición de hecho; la traición estaría consumada.

            SR. DOMINGUEZ - Sería tentativa de traición; no sería traición consumada. En el ejemplo primitivo del señor Soler, habría principio de conspiración, y emplear allí la frase propaganda seria y razonada es absurdo.

            En mi ejemplo, la tentativa de traición se castigaría.

            SR. SOLER- No, eso ya no sería mera tentativa; puede considerarse como un hecho realizado.

            SR. DOMINGUEZ - Está equivocado el señor Diputado. La fortaleza no ha sido entregada. Pero en todo caso no guardaría relación con la formación de un centro.

            SR. PRESIDENTE - Permítanme los señores Diputados. Voy a hacer dar lectura al reglamento en la parte pertinente a las discusiones.

            SR. SOLER - Pero es que el señor Diputado Domínguez quiere discutir en esa forma.

            SR PRESIDENTE - Bien. El señor Diputado Domínguez tiene la palabra.          

            SR. SOLER - Está bien, no me opongo.

            SR. DOMINGUEZ - Con mi ejemplo y con el suyo le he convencido al señor Diputado...

            SR. SOLER - No! Jamás!     

            SR. DOMINGUEZ - Estos caballeros demuestran estar convencidos (indicando a los señores Taboada, Moreno, Amarilla, etc.).

            Mi ejemplo prueba la diferencia que existe entre la tentativa de traición, el principio de conspiración y el caso de debate.

            Ningún delito, ningún crimen puede ponerse en práctica mediante una propaganda seria y razonada. Admitirlo, es suponer un absurdo increíble. Eso cae de su peso. Si esto no lo quieren comprender.... no sé qué pensar.

            Le digo a un amigo que está en París: sería necesario formar allí un centro (no comité revolucionario, entiéndase bien).

            SR. SOLER - Es delito.

            SR. DOMINGUEZ - Está bueno eso! Se apresura a decir que es delito sin saber el objeto de mi propuesto centro! (Por lo bajo) Puede ser hasta un centro de propaganda comercial!

            Forme Ud., decía, a mi amigo de París, un centro que obrará por medios razonables y serios. Unos de esos medios será la propaganda por la prensa. Su objeto es formar un solo Estado de varios. ¿Habrá en esto tentativa de delito, o siquiera principio de conspiración?.

            O no me entiendo, o, francamente, tendría....

            SR. AUDIBERT - Que volver a la escuela.

            SR. DOMINGUEZ - O que volver el doctor Audibert allí para aprender qué toda carta pertenece a su dueño y que el género epistolar es del orden literario.

            SR. AUDIBERT - Por supuesto!

            SR. DOMINGUEZ - Una manera de pensar no es delito. Pero huelga cuanto se está diciendo. Sin embargo de lo absurdo que es considerar el caso como delito, yo lo he concedido, colocándome en el peor terreno. Y he rogado que en este supuesto se discutiera si procede o no la denuncia.

            Tienen miedo al art. 324 del Código de Procedimientos!!

 

 

(1) A lo que se ve para el orador CENTRO Y COMITÉ eran palabras sinónimas...!!!

 

 

 

 

RÉPLICA AL SEÑOR INSAURRALDE

 

            SR. DOMINGUEZ - Comenzaré por lo último: por el caso que tanto ruido ha hecho en el mundo, el de Dreyfus, ahorrando las palabras.

            Conviene advertir que el ejemplo propuesto no se parece a lo denunciado por el señor Godoy: se trata en él de un militar. Dreyfus era militar. (El señor Decoud creo que no lo es). Los códigos militares son rigurosísimos. Aparte de que no se sabe bien si Dreyfus es culpable.         

            SR. INSAURRALDE - No he querido equiparar los hechos procesales, sino simplemente me refería a la presentación de documentos privados.

            SR. DOMINGUEZ - Respondo: los códigos militares son rigurosísimos y tienen procedimientos especiales. Aquí no tenemos siquiera código de procedimientos militares.

            Por otro lado, se trata de un hecho que aconteció en una nación extranjera, y tengo especial gusto en comunicar al señor Diputado Insaurralde que las leyes sobre traición en Francia son muy distintas de las leyes sobre traición en el Paraguay.

            El Paraguay, sin embargo de su insignificancia económica, política, geográfica y todo lo que se quiera, está muy por encima de la grande y poderosa República Francesa en su manera de considerar la traición.

            La Nación Francesa sigue inspirándose a este respecto en la antigua legislación. No ha adelantado en cuanto al modo de definir los casos de traición.

            Voy a probarlo (porque aquí es necesario probarlo todo). En Francia (y esto no lo digo yo, pero lo dice Pomeroy, por si alguno no lo creé; ¡hay tantos incrédulos en está Cámara!); En Francia, decía, se consideran cómo crímenes de traición todos los que nosotros llamamos crímenes y delitos contra la seguridad exterior e interior del Estado.

            Por modo que la sedición, el motín, la asonada, la rebelión (crímenes y delitos contra la seguridad interior del Estado - tome nota el señor Insaurralde), los delitos contra el derecho de gentes y los cometidos contra la independencia del Estado (crímenes contra la seguridad exterior del Estado), se consideran en Francia como casos de traición.

            Todo esto es muy cierto. Repito que no lo digo yo -lo dice alguien que no puede, que no tiene razón para mentir.

            Por donde se ve qué recordar el caso de Dreyfus es recordar, en primer lugar, un caso sujeto a las leyes militares, distintas de las ordinarias, sobre todo en Europa, y en segundo lugar, un caso sujeto a una legislación extranjera completamente opuesta a la nuestra. El ejemplo fracasa, fracasa por completo, en consecuencia.

            Puede que las leyes francesas admitan que las cartas privadas figuren como base de denuncia, digo, las cartas privadas sustraídas, pero si nuestro código no lo quiere ¿qué hemos de hacerle?

            Nosotros, si no estoy equivocado, tenemos que respetar, no las leyes francesas, sino las leyes paraguayas.

            Y ahora, voy a lo otro.

            Me permito sencillamente recordar, señor Presidente, mi manera de argumentar, porque sigue resistiendo a todas las embestidas.

            Una de estas cartas que sirve de base a la denuncia es auténtica: la carta en que dice el señor Decoud, al hablar del general Roca, que le transmitirá algunas vistas diplomáticas.

            El mismo señor Diputado Soler me ha dicho que estaba conforme conmigo en que la otra carta, la truncada, se refiere al general Caballero y no al general Roca.

            SR. SOLER - ¿En qué, señor?

            SR. DOMINGUEZ - En la manera de considerar la carta truncada; la palabra citada del último párrafo se refiere al general Caballero, ¿no es así? Resulta clara la mistificación.

            SR. SOLER - Todo lo que quiera.

            SR. DOMINGUEZ - Perfectamente. De manera que no queda como cuerpo de delito sino esta otra carta (enseñándola). Yo no soy calígrafo, pero veo la diferencia de letra entre ésta y la otra.    

            SR. SOLER - Eso no quiere decir nada.

            SR. DOMINGUEZ - Quiere decir mucho. En estas épocas se falsifican hasta los huevos de gallina; con mayoría de razón se puede falsificar cartas. Pero discuto de buena fe y confieso que esta conjetura no vale como razonamiento de derecho.

            Vuelvo a mi argumento de hierro. Concedo que la otra sea del señor Decoud, porque así lo quiere el doctor Audibert.

            SR. AUDIBERT - No, señor! Es cuestión de apreciación...

            SR. DOMINGUEZ - ...porque lo quiere el denunciante, entonces, o porque así lo quiero yo, en todo caso. Pero el señor Decoud NIEGA QUE SEA DE EL. (Y aquí viene la consecuencia que desespera a los oradores redomados).

            Luego ¿Cómo se publicó la carta?

            Se la publicó sin su consentimiento. Creo que hoy estamos en lo mismo, ¿no es verdad? Contesten!.... ¿Se callan?...

            SR. SOLER - Si, señor.

            SR. AUDIBERT - ¿Cuál es la ley que prohíbe esa publicación?.

            SR. DOMINGUEZ - ¿Cuál es la ley?

            El Código Penal trata de la violación de secretos, si el doctor Audibert no lo lleva a mal.

            SR. AUDIBERT - La Constitución del Estado dice que...

            SR. DOMINGUEZ - Dice lo que dice. He respondido a su pregunta. Conste.

            ¡Cuidado con tergiversar la cuestión!

            SR. PRESIDENTE - Ruego a los señores Diputados, que guarden el orden.

            SR. DOMINGUEZ - Continúo: No se niega, es imposible negar que esta carta se publicó sin autorización del señor Decoud.

            En consecuencia, vuelvo a preguntar ¿cómo se la publicó sin su consentimiento?

            El señor Insaurralde ha invocado a la razón. Yo también la invoco y pregunto: ¿Cómo se publicó esta carta? Me dirijo a la conciencia de cada uno de los que me oyen: ¿Cómo se publicó esta carta?.

            SR. INSAURRALDE - Se puede instaurar un procesó por separado e investigar el caso.

            SR. DOMINGUEZ - Seamos racionales. Puesto que no quieren decirlo, lo diré yo

            ¡ROBANDOLA O FALSIFICANDOLA!

            Sea lo primero: La carta fue robada.

            El art. 324 del Código de Procedimientos es terminante "Las cartas robadas no pueden servir de base de proceso", ¿Qué dice a esto el señor Insaurralde?...

            (Se produce un vocerío de la barra).

            SR. PRESIDENTE - (Dirigiéndose al oficial de servicio) Que guarde el orden en la barra el señor Comisario.

            SR. DOMINGUEZ - Creo que no me oyen, señor Presidente, y quiero continuar.

            SR. PRESIDENTE - (Agitando siempre la campanilla); Tiene la palabra el señor Diputado; puede continuar.

            SR. DOMINGUEZ - Pero hay mucho barullo y no se me oye.

            SR. PRESIDENTE - He mandado al señor Comisario que restablezca el orden en la barra. Si los señores Diputados quieren esperar que se restablezca el orden...

            SR. AUDIBERT - Qué se prendan las luces si hemos de continuar.

            (Después de un momento. se restablece el orden en la barra).

            SR. DOMINGUEZ - Estábamos en que la carta fue robada ¿no es verdad?         

            ¿Cómo pasar por sobre el art. 324 del Código de Procedimientos?, ¡Saltando! Pero nuestro deber es caminar y no saltar.

            Seria muy triste que el delito quedara impune (suponiendo que exista delito); pero sería también triste que se saltara sobre la ley! Es lamentable que el delito quede sin castigo, pero más lo es que se viole la ley! Por castigar un delito que solo está en la imaginación, se cometerá un delito de verdad.

            He tratado de investigar la razón de art. 324 del Código de Procedimientos. ¿Por qué ha de quedar impune un crimen cuyo autor se puede descubrir en una carta sustraída? "Doctores tiene la santa madre Iglesia que os lo sabrán responder".

            Obarrio (uno de los doctores) explica el POR QUE. Lo funda en razones de equidad, de justicia y de consideraciones sociales.

            Seguramente no anda descaminado, pero aunque lo estuviera, poco importa. La ley existe, terminante, categórica y clara. Estamos en el deber de respetarla, aunque fuera descabellada y absurda.

            Y la ley no es absurda. Si fuera lícito el admitir carta privadas y sustraídas, por añadidura, como base de denuncia ante la Cámara, se sorprenderían los secretos que a nadie interesan, se traerían aquí a lavar trapos sucios, por manos despiadadas y villanas, con el fin ruin de acusar a un enemigo. Yo creo que la misión de la Cámara es más noble, elevada y grande.

            Las cartas privadas sustraídas no se admiten en los tribunales, no se admiten en el Parlamento inglés, en el Parlamento norteamericano. Todos estos ejemplos debemos tener en cuenta.

            Ahí está el art. 324 del Código de Procedimientos Penales; entiéndanse con él, no conmigo.

            Las cartas sustraídas no penetran en los tribunales, también se les han de cerrar las puertas de la Cámara de Diputados. ¿Qué es, lo que contestan a esto?... Imposible.... ¡No discuten! Adelante.

            Supongo que las cartas cayeron por casualidad en manos del señor Godoy.

            Sé que me repito; pero sé también que estas razones repetidas desesperan a ciertos oradores de esta Cámara. Comenzaré por una historia que todavía no la he contado.

            Señor Presidente: No se conoce la historia de este folleto. No voy a entrar en pormenores. Si no fuera la actitud que observo en algunos diputados, callaría los datos que pienso suministrar a la Cámara.

            Este folleto: se ha enviado a la Asunción, antes de darse a publicidad, con una carta dirigida a un alto personaje a quien dijo su autor: "Si Ud. quiere, el folleto se publica, y si no quiere, se entierra".

            SR. SOSA - ¡Qué patriotismo!

            SR. DOMINGUEZ - Así es la verdad, señor Sosa!

            De manera que si aquel personaje hubiera querido que el folleto se enterrará, el patriotismo del denunciante quedaba un tanto postergado, el peligro de la anexión no existía, no había denuncia, traidores, ni delitos, ni cartas. ¿Con qué objeto se hizo aquello?. No entro a averiguarlo aunque se vislumbra. Si me piden explicaciones, tendré ocasión de darlas, clarito, desde las columnas de la prensa para que todos me oigan, y aprovecharé la oportunidad de levantar los cargos que me han hecho.

            El personaje en cuestión despreció la amenaza, despreció la carta, despreció a su autor y contestó: "Haga lo que le parezca". En la barra se encuentra presente el que condujo la carta con el folleto, y recibió esa contestación. Le autorizo a que me desmienta!!!

            SR. AUDIBERT - ¿Me permite dos palabras, señor Diputado?.

            SR. DOMINGUEZ - No se apure, doctor. Ya voy a terminar. ¿Por qué el denunciante quería que se le dijera que no publicara ese folleto? Lo callo en esta Cámara, pero conste que el denunciante quería hacer valer un secreto ajeno, fundado en que su publicación no convendría a don José S. Decoud. Amenazaba con la publicación de cartas truncadas, con la ejecución de un delito, con una revelación de secretos.

            Después de lo dicho. ¿duda alguno que quien publicó esta carta ajena es un revelador de secretos?

            El folleto se escribió por odio al denunciado, y por otras causas, menos por patriotismo.

            Pero sea lo que fuese, en todo caso hay revelación de secretos PARA EL MISMO DENUNCIANTE....

            ¿No lo habrá para nosotros? Las cartas no son del señor Godoy, son del señor Decoud (según lo convenido), sólo de él!

            En su desesperación el doctor Audibert ha dicho que una carta no es del género literario...         

            SR. AUDIBERT - He dicho que esas cartas no eran literarias.

            SR. DOMINGUEZ - Descubrimiento que hay que comunicar a la Academia de Letras, porque hasta ahora se creía lo contrario.

            SR. AUDIBERT - ¿Que esas cartas son literarias?

            SR. DOMINGUEZ - Yo digo que el género epistolar es del orden literario. Así me lo enseñaron, cuando niño, en las escuelas. Eso lo sabe cualquiera, desde aquí estoy viendo a un estudiante del 3er. año del Colegio Nacional sonreír del bonito descubrimiento del Sr. Diputado.

            Al autor de la carta pertenece su propiedad por entero, no sólo la literaria; de manera que él y no otro tiene derecho de publicarla... - ¿Se callan?... Cuando una persona suele pedir autorización a su dueño, aunque no haya secretos de por medio.

            Si el destinatario no tiene derecho de publicar las cartas que se le dirigen, menos ha de tenerlo un tercero. ¡Guardan silencio!

            A mí también me amenazaron con la publicación de mis cartas y tuve la gentileza de firmar un papel autorizando al autor de esa amenaza a que hiciera lo que quisiese, desdeñando así esa ruin arma de los villanos.

            Sin esa autorización, quien la publicara, cometería un delito.

            Cuanto voy diciendo es lo que resulta para nosotros; según lo convenido, no reza con el denunciado, porque éste ha comenzado por decir que la carta no es de él.

            Para nosotros que hipotéticamente damos la razón al señor Godoy, la carta ha sido publicada sin consentimiento del autor, y "nadie puede convertir un delito en un derecho".

            El doctor Audibert ya ha meditado bastante sobre esto, sin hallar hasta ahora una contestación. Hágalo a su vez el señor Insaurralde. Veremos si sale del círculo en que lo ha encerrado. Le doy veinte días de plazo.

            Conclusión. en las dos hipótesis, la denuncia no procede. En esto me fundaba para pedir, como vuelvo a hacerlo su rechazo.

            He terminado.

 

 

 

RÉPLICA AL DOCTOR BÁEZ

 

            SR. DOMINGUEZ - Señor Presidente, voy a responder a una argumentación del señor Diputado Báez; con esto huelga todo lo demás del discurso que ha pronunciado.

            La argumentación, la única, del señor Diputado doctor Báez se reduce a lo siguiente: que cartas sustraídas del correo o de cualquier portador o tenedor particular, no pueden figurar como pruebas en juicio, pero pueden servir de base de denuncia.

            No sé de dónde ha sacado el señor Diputado esta manera de entender la ley. El art. 324 del Código Penal dice lo siguiente: "Las cartas de particulares sustraídas del correo o de cualquier portador o tenedor particular no serán admitidas en juicio".

            Se entiende por juicio la serie de actuaciones judiciales que comienza con la denuncia y acaba con la sentencia. De consiguiente, según los términos de la ley, las cartas sustraídas no se admiten en ningún período del juicio, ni al principio ni al medio ni al final.

            Así, lo que ha dicho el señor Diputado doctor Báez no tiene razón de ser, y mi argumento, Aquiles, como lo califica el orador, queda siempre en pié.

            Es la única razón que ha presentado: la combato en la forma indicada y concluyo.

 

 

EL EJÉRCITO PARAGUAYO

(Al Estado Mayor General)

 

RÉPLICA AL ESCRITOR ARGENTINO MANUEL GALVEZ

 

            Y veamos ahora por qué el Paraguay se vio en el caso de librar batallas y combates tan desiguales. Lo que vamos a decir servirá de contestación a la extraña tesis del doctor Manuel Galvez, escritor argentino que se deja leer por la lisura de su dicción y su imparcialidad relativa, la cual tesis consiste en que los ejércitos Aliados eran inferiores en número al del Paraguay (1). Ello sería cierto muy a los principios, antes de la traición de Estigarribia y cuando Robles invadía Corrientes; propiamente antes de empezar la guerra, pero desde que se empeñaron los encuentros en nuestro territorio, fuimos, al revés de lo que cree el doctor Gálvez, inferiores en desproporción sucesiva, cada vez más increíble, inverosímil. Vienen datos inapelables.

            En noviembre de 1865, antes de las grandes batallas contra 40.000 enemigos, el Mariscal apenas contaba ya con 30.000 hombres (2) de los 80.000 que armó (3) descontando 50.000 (4), suma infausta en que entraban los entregados por Estigarribia y los que murieron de enfermedades a causa de la falta de sal y del cambio brusco de la alimentación vegetariana a la carnívora (5). Otra causa de mortandad al iniciarse la guerra, fue que el ejército bebía las aguas del río Paraguay envenenadas por las rojas del Bermejo (Steward). Los mismos médicos ingleses no se dieron cuenta exacta de esta causa sino después que la disentería diezmaba las tropas. Un estrago! Y entonces, cuenta y sin réplica posible: López con 30.000 y los Aliados con 40.000, según testimonios fehacientes, a fines de 1865.

            Corren ocho meses. Estamos en Julio de 1866, después del asalto de Estero Bellaco (2 de Mayo) y de la batalla de Tuyutí (24 id.) en que nuestras pérdidas fueron crueles. El Ejército paraguayo que había sido remontado constaba de 20.000 hombres (Von Versen). El Aliado subía a 45.000; (Thompson), más del doble del nuestro. El número del enemigo iba creciendo, y el nuestro disminuyendo.

            En Enero de 1868, Caxias tenía 50.000 y López solo 15.000 "pero cuanto mayor era el número de los enemigos tanto más se reían los paraguayos" (Thompson). Aníbal o Napoleón se hubieran desconcertado ante la desigualdad numérica, pero no se desconcertaron ni el Mariscal ni sus leones. Mariscal y Ejército SONREIAN A LA MUERTE COMO A UNA MUJER.

            En San Fernando, Abril del mismo año, el ejército paraguayo estaba reducido a 8.000 (Centurión y Thompson) después del asalto de Humaitá, de la capitulación de Martínez y de los combates fantásticos del Chaco. El Ejército Alíado, reponiendo sus pérdidas con refuerzos continuos, incesantes, mantenía su total, de 45.000 a 50.000. ¡Seis veces más y la legión de los Judas infaltables! No tembló el corazón del Mariscal. APLICO LA LEY A LOS TRAIDORES... y firme, con firmeza única. Adelante, Mariscal sublime.

            En Piquysyry (Setiembre), López un poco reforzado con la guarnición de la capital, compuesta de muchachos en su mayoría, tenía 12.000 (Centurión), frente a 40.000 enemigos veteranos (32.000 brasileros y 8.000 argentinos) en que no se incluye la marinería de que hemos prescindido en nuestras cuentas. López, una roca, no se inmutó y tuvo ocasión de derrotar con 4.600 soldados a 25.000 aliados. Maravilla guerrera, sin segundo, única desde que el mundo es mundo.

            En Mayo de 1869, en Azcurra, el héroe milagrero volvió a reunir 12.000 armando a ancianos, heridos, inválidos y niños (Centurión), espectro del gran ejército, a los cinco años. Los aliados eran más de 30.000.

            Y a no engañar. Es la cuenta exacta. El escritor antes citado, doctor Gálvez, entiende que el Mariscal levantó sucesivamente cinco ejércitos o cuatro más después del primero de los 65 o 70 mil que él dice (6), pero suponiendo que cada uno de estos cuatro nuevos ejércitos, distintos del primero y distintos entre sí, fuese nada más que de 20.000, se tendría, con el primero, un total de 145 o 150.000 hombres, cosa imposible!

            Imposible porque el máximun de todo reclutamiento es el 10% de la población y el Paraguay apenas tenía unos 800.000 habitantes, más o menos. Solo con una población de 1.500.000 López hubiera podido contar con ese total de 150.000.

            ¡No! La explicación de nuestra resistencia, ilustre doctor Gálvez, está:

            1º- En que centenares y centenares de los soldados entregados por Estigarribia, de los vencidos en Yatai, de los CAPITULADOS por el Coronel Martínez, de a poco o de a mucho, pronto o tarde, cuando no eran degollados, se escapaban de las filas enemigas y se reincorporaban al ejército nacional, impulsados por su fidelidad a la causa de la patria. Los heridos de Itá Ybaté, los convalecientes de Ytororó y Abay, que pudieron caminar, reaparecieran en Cerro León y en Azcurra. Esto no se ha visto, que sepamos, nunca. Y así sucedió desde el comienzo de la guerra. No es novela: después de Riachuelo "los paraguayos que estaban en el Chaco atravesaban el río a pesar de que la mayor parte de ellos habían pasado tres días sin comer" (Thompson). Es dudoso que los más celebrados nadadores actuales, debilitados por el hambre, repitan esta hazaña.

            2º- En que miles de los heridos se curaban por su sorprenderte resistencia fisiológica, virtud de la raza no contaminada por la avariósis, regalo de los aliados (7). Después del 24 de Mayo, un herido paraguayo que había estado en un estero diez días sin comer, fue recogido por los enemigos y se curó! (Pallejas). A veces la verdad es inverosímil.

            3°- En que los inválidos y los heridos siempre "continuaban peleando", asombro de Thompson y Von Versen, cosa que jamás se vio en el plebeyo ejército aliado. Después del asalto del Banco (10 de Abril) de los 800 paraguayos NO QUEDO UNO SANO y "los que podían moverse se retiraban a sus canoas... Los que tenían heridas las piernas se sentaban y remaban y LOS QUE HABIAN PERDIDO UN BRAZO REMABAN CON EL OTRO" (Thompson), otra cosa que probablemente no se ha visto ni leído nunca ni en historias ni en novelas. Si alguien sabe de un caso igual, avise.

            ¡No, doctor Gálvez! Lo que hay es que el ejército paraguayo, en cierto modo, se rehacía a sí mismo como el ojo de la SALAMANDRA MACULATA; se rehacía con heridos que se curaban, con los inválidos que seguían combatiendo, con los prisioneros que se escapaban de las filas de los aliados y, amantes leales de su bandera, volvían a ocupar su sitió de honor en las Termópilas. El siguiente párrafo, mensaje de Carlos A. López (1854), calcaba ya la lealtad sin paralelo de nuestros soldados, su rasgo típico, su fidelidad a toda prueba. Sondea el alma de la raza: "El gobierno no merecería la estimación y confianza que siempre le han mostrado sus conciudadanos si deja pasar esta ocasión solemne de tributar ante la Representación Nacional un homenaje de reconocimiento y gratitud al General, a los Jefes, Oficiales y tropas que a fuerza de aplicación, constancia, abnegación y paciencia, han logrado dotar a la república con un ejército, instruido, disciplinado, obediente, fiel, capaz de arrostrar con éxitos los azares muy peligrosos de la guerra. ES UN EJEMPLO MEMORABLE EN LA HISTORIA MILITAR DE LAS NACIONES QUE EN SIETE AÑOS QUE HAN ESTADO ACAMPADOS SOBRE LA FRONTERA DE LA REPUBLICA (en Paso de Patria), QUINCE MIL PARAGUAYOS, NO HA HABIDO MAS QUE DOS DESERTORES AL EXTERIOR Y CUATRO O CINCO AL INTERIOR". No sabemos que haya sucedido igual en ningún otro país, en ningún tiempo. ¡Ni en Esparta! Con gente así se podía ir hasta los confines del mundo, perforando las filas de la humanidad cobarde y traidora. Este grito del padre Maíz es el grito de la raza: FUI LA FIDELIDAD EN EL INFORTUNIO DE MI PATRIA, CAI CON LOS ULTIMOS EN EL ULTIMO COMBATE, en Cerro Corá, del sol en su agonía. Y queda probado, gloria conste, que desde antes de la guerra estaba ya labrada la punta acerada del diamante. ¡Testimonio del más sabio estadista americano de su siglo!

            Pero la explicación que hemos dado, a su vez, debe ser explicada. Vamos a las causas de las causas ya enunciadas, a la fibra de la raza. Procediendo a lo Bookle o Ihering, a lo Taine o Ratzel, encontraremos esas causas en:

            el MEDIO, la RAZA, el MOMENTO y el CAUDILLO.

            Resumiendo datos de ocho o diez trabajos anteriores (8), vamos a escape, casi a manera de simple sumario, En lo que sigue comprendemos lo que en gran parte se nomina hoy GEOGRAFIA HUMANA o sea el medio que dice Taine.

            SUELO: Altura sobre el nivel del mar (de 80 a 500 metros) una de las más favorables para el desarrollo integral de la economía humana -hierro, manganeso y arsénico esparcidos en el suelo y sueltos en el agua, en proporciones singulares. Suelo metálico que nutre organismo metálico, zona de truenos y relámpagos, como no hay en otras partes con la siguiente producción de ozono, oxígeno concentrado que purifica la atmósfera y vitaliza el cuerpo. El pluviómetro marca 1.500 a 1.800 milímetros por año y el drosómetro el 10% de esa cantidad. Otro dato interesante: a diferencia de casi todas las regiones del globo, el 70% de superficie está revestido de selvas y en ellas y en el azul de su cielo descansan retinal fantasía. Esa flora inmensa alimenta fácilmente, poderosamente a la planta humana. Con sus grandes ríos y el encaje de sus arroyos, es el país mejor regado del universo. Se cree, que sus aguas del Alto Paraná contienen RADIUM o mejor dicho, que ese mineral prodigioso se encuentra en el barro de sus lechos. Temperatura media: oscila entre 22 grados 02 y 4 grados, 1 (anisits) calor que casi nunca produce insolación. Es que el aire seco facilitando la transpiración equilibra el calor interior como el exterior, aire de transparencia única, (Dr. Bertoni), en continuo movimiento (Wisner), al cual se adapta la pupila perspicaz, espejo de su sol radiante. "En relación con otros países, es raro el uso del anteojo en el Paraguay" - observación de un oftalmólogo. La raza sumergida durante siglos en ese fluido seco y tenue tiene que ser más rápida y flexible que quien vive baja la presión de una atmósfera húmeda, inclemente. Por cada movimiento del soldado extranjero da tres el paraguayo" - afirmación de un militar. Ello se nota, también en nuestros footbolistas; aunque poco entrenados, "a su rapidez se deben sus victorias" -impresión de un inglés- Todo el mundo sabe que con frecuencia el paraguayo se bate cuerpo a cuerpo con el tigre y le mata a puñaladas. Es tan elástico como ese rey de nuestras selvas.

            La mortalidad media que es de 22 por mil en otras poblaciones era ya de 15 antes de la guerra en el Paraguay (Wisner). En una palabra, el país más sano, paraíso del mundo (Azara), (Hosking). Los extranjeros que han sentido sus encantos no lo olvidan. Sus selvas hechiceras se apoderan del hombre con caricias de mujer. ADMIRABLE SUELO, ELEMENTO ESTATICO, PARA UNA NACION ADMIRABLE.

            Y vamos a la -

            RAZA: Casi enteramente blanca, la raza de la aurora, eje de la historia; que dice Gobineaú. Frente con fortaleza de acero, la única capaz de soportar los trabajos de los yerbales; sobria, cualidad que le permite remar días y días, o combatir sin comer y sin dormir con tal de tomar la infusión de la yerba mate, su alimento de ahorro; inteligente y sagaz, condición de éxito en la guerra, dictamen de Tucídides. Alma ancestral de más de 32 Mayorazgos (Techo), sin igual en el nuevo mundo; "estirpe la más esclarecida de Europa" - se lee en un documento. Al Paraguay vinieron - rimó Centenera

           

            Mayorazgos e hijos de señores.

            De Santiago y San Juan Comendadores.

 

            A Rodrigo Soriano le llamó la atención que "los paraguayos caminaran, altivos, con gestos de príncipes". Ya lo creo. ¡Es que lo son! Descendientes del Príncipe Doria en la Asunción y San Pedro, de los Cabañas de Ampuero en Caapucú, de los Hurtado de Mendoza y de los de Castro Jerez, gentil-hombres del Emperador Carlos V; Rojas de Aranda, parientes del célebre Conde; Jovellanos, colaterales de Gaspar Melchor de Jovellanos; Alfaros que confiesan su abolengo en el afamado Visitador; en Villarrica, descendientes de un Virrey del Perú (la familia Papalucá, línea maternal); los Vera y Aragón en Villeta, Ortiz de Zárate y Vergara en todas partes, y tantos y tantos en cada pueblito de la campaña. ¡Hay cada blasón democratizado! Como en la cadencia de Antonio Machado, el Paraguay puede cantar:

            De mi alta aristocracia dudar jamás se pudo.

            No se ganan, se heredan, elegancia y blasón...

 

            Y los que no eran Grandes de España, por su sangre, lo eran por su alma, los corazones más fuertes de su siglo. Los Chaves, los Garay, los Irala, caminaban 5.000 leguas a pié, con anhelo delirante en pos de sus quimeras y fundaban ciudades desde Santa Cruz de la Sierra hasta Buenos Aires y desde Concepción del Bermejo hasta Ciudad Real, cerca de la estupenda catarata. Alma ancestral, repetimos, que como se probó en la guerra, soporta dolores terribles sin quejarse, sin gemir, hombres de honor y de hierro, rápidos en la acción como las centellas de su patria; muy capaces de atropellar encorazados en canoas, abordajes que parecen cosas de fábula, pero que fueron muy reales y asombraron al mundo, capaces de hacer frente "individualmente a batallones enteros" (Thompson), escena impresionante que se vio en Lomas Valentinas. Tenemos por cierto que en Buenos Aires el contingente paraguayo fue quien contribuyó a la derrota de la tropa inglesa, la más sólida de Europa. No sabemos ni de cuerdos ni de locos, decíamos en otra ocasión, que hubiesen realizado sus prodigios de energía. Y ellos nos transfundieron su sangre con el expansivo fuego de su corazón indómito. ¡Los muertos nos gobiernan! Usando la frase de Le Bon: En Corrales, en Sauce, en Itá Yvaté, tanto como los vivos peleaba por el Paraguay el infinito ejército invisible de los muertos. En fin, raza pura, decía Pallejas (9), el resumen de sus antepasados, de su orgullo, de su suelo, de sus corrientes electro-magnéticas, de su aire, de su cielo. ADMIRABLE RAZA, ELEMENTO DINAMICO, PARA UNA NACION ADMIRABLE (10).

            Y porque raza y suelo determinan la historia, fijemos la atención en los datos siguientes que imprimieron caracteres singulares en la raza de gigantes.

            EDUCACION GUERRERA, TRABAJO OBLIGATORIO, INSTRUCCION PUBLICA, RECUERDOS GLORIOSOS. EL MOMENTO Y EL CAUDILLO: Ejército en campaña era la colonia, rodeada de enemigos. ¡Tres siglos de guerra en continuo Servicio militar impuesto por necesidades. Trabajo obligatorio que antes de la guerra alzó al Paraguay al máximun de producción con el mínimun de consumo. Cada paraguayo con hogar y con ganados en terreno propio. "El pueblo más virtuoso del mundo" (Centurión), consecuencia imperativa de aquel trabajo obligatorio. Wisner, estadística en mano; probó que en los 800.000 más o menos de habitantes, solo había 67 delincuentes por año, cosa sorprendente, sin símil en la historia.

            Dadme un hombre que trabaja 8 horas diarias y respondo de su moralidad, ya dijo Michelet. Instrucción primaria sin paralelo en tiempo de López, caso de Bélgica ahora, casi ni un analfabeto; el maestro de escuela dio a Alemania la victoria, pronunció Pasteur. Proletariado intelectual; el pordiosero de levita, ausente. Unidad étnica con fisonomía propia, nación, antes que otros agregados latino-americanos y que al verse amenazada se levantaría como un solo hombre. Recuerdos gloriosos, otro caso único en la historia del Nuevo Mundo: en los siglos XVII y XVIII, dos formidables revoluciones comuneras desafiando el poder de jesuitas y de reyes: ADMIRABLE HISTORIA, VELOCIDAD ADQUIRIDA, PARA UNA NACION ADMIRABLE.

            Y en síntesis. Suelo, causa externa; raza, causa interna; historia, efecto de estas dos causas, crearon el prodigio de la Esparta Americana; Nación noble y homogénea, sin nada de parecido con las otras plebeyas democracias sudamericanas, compuestas en gran parte de negros, indios o mulatos; Nación que al sentirse amenazada de muerte con el Tratado Secreto, crimen de Caín, se encendió en ira santa y entonces sus hijos, místicos de la Patria, corrieron a las fronteras a dar sus clásicas batallas. VENCER O MORIR fue el juramento que se cumplió con fidelidad memorable. ¡Nación emancipada de la idea de la muerte! El que no la teme es grande como el mundo, grita como la heroína en MANCHADO QUE LIMPIA.

            Añádase el prestigio de Mariscal, hoy casi imposible de intuir porque al eco de ese prestigio ya suena lejos, moribundo. Hay cosas que mueren para siempre; magnetismo personal, fascinación, "la impresión que el héroe causaba en torno suyo", encantos que no entran en tablas logarítmicas, pero están en el dominio del corazón humano. En fin, un caudillo de ojos soñadores, personificación cautivante del Edén en que nació, de su raza y de la historia de su raza; "la indefinible idea de autoridad y patria que en la imaginación dejaba y que solo nos ha llegado al través del infortunio y del tiempo" que todo lo destruye en su mortífera carrera, pero no ha podido destruir enteramente todavía ciertas pasiones miserables; el metal de su palabra poderosa empapada en sentimiento, voluntad formidable que "electrizó a su pueblo y lo arrojó como un huracán desbocado sobre la pista de su ensueño". LA PRESENCIA DEL MARISCAL, SU SOLA PRESENCIA, MULTIPLICABA NUESTROS CUADROS, decía un veterano. Y así el medio, la raza, el momento y el caudillo, explican el milagro, único en la historia americana y en la historia universal.

            Pero, ya lo sabemos.., La explicación antecedente no ha de satisfacer a todos. Para cierta gente es invisible el contorno de un héroe, incomprensible el sacrificio sublime. El arco iris no existe para el ciego de nacimiento, la luz no se hizo para el topo ni la música divina para el tímpano del sordo.

 

 

 

(1) El Ejército del Mariscal y el Ejército Aliado.

(2) En esa fecha "el total de las fuerzas que pudo reunir López fue 30.000 hombres". (Thompson).

Cuando iban a empezar las operaciones "el efectivo del Ejército Paraguayo no excedía de 30.000", (Von Versen). Inglés y alemán son consonantes.

(3) Estos discordantes; Wisner dice 70,000; Von Versen 64.000; Centurión de 65.000 a 70.000; General Da Cunha Mattos, anotador de Von Versen, 79.000; General Caballero y Thompson, 80.000; Mastermann, 100.000. Este, más o menos, se acerca un poco a la verdad, sumando con los 80.000 los 10 a 12.000 muchachos reclutados desde fines de 1868, pero conste que de los 80.000 solo restaron 30.000.

(4) "En el Paraguay habían muerto desde el principio del reclutamiento como 30.000 hombres, haciendo un total de 40.000 (con los que murieron en Corrientes y 10.000 rendidos en Uruguayana) cuando la guerra apenas empezaba, (Thompson).

(5) "Durante la guerra... su falta (de sal) ha costado al Paraguay millares de vida; millares han perecido igualmente por la falta de alimentos vegetales que habían sido la base de su alimentación hasta que entraron al Ejército" (Thompson).

(6) Palabras del Dr. Gálvez en su precitada monografía: "Después que las enfermedades y la traición de Estigarribia hubieron destruido el primer ejército de 65.000 hombres, el Mariscal con los restos de este ejército y los hombres que adiestraba en la Asunción y en otros lugares, formó un segundo de 30.000 que pereció heroicamente en el Estero Bellaco, en Tuyutí y en Sauce. Aniquilado este segundo ejército, creó un tercero, el que nos venció en Curupayty. Y todavía realizó el milagro de formar otros dos ejércitos que le siguieron en sus últimas campañas...". El error en la cuenta del distinguido escritor está, como va a verse, en que hace extinguir cada ejército para que surja uno nuevo y en no sospechar que no se trataba sino de remontas, comparativamente insignificantes con los inagotables refuerzos de los aliados, remontas que tenían otro origen que el insinuado por él. El texto cancela el error.

(7) Otro regalito es el Anquilostoma, según el estudio de un médico.

(8) Causa del Heroísmo Nacional, en el "Alma de la Raza"; Heroísmo y Tiranía, Carta al General Garmendia, en id.; La Constitución del Paraguay: La Nación; El Paraguay, conferencia en el Instituto Popular de la Prensa, Buenos Aires; Las Escuelas en el Paraguay, conferencia en el Gimnasio Paraguayo; Lo que fuimos y lo que seremos (inédito); Problemas Nacionales (id); El Patriota y el Traidor; La Inteligencia y la Talla.

(9) Antes de la guerra, no hubo en el Paraguay ni una sola casa de prostitución. Era un absurdo inconcebible.

(10) El doctor Manuel Gálvez dice: "Si el ejército paraguayo era superior al nuestro por el número (bonita superioridad numérica, v. gr., 1 contra 9 en Mbutuy, o 1 contra 5 en Itá Yvaté)... lo era también por la raza... Agréguese su patriotismo ardiente... y se comprenderá por qué superaba a nuestro pueblo". (El Ejército del Mariscal y el nuestro).

 

 

 

 

EL PATRIOTA Y EL TRAIDOR

 

NADIE ES HÉROE CONTRA SU PATRIA.

VÍCTOR HUGO

 

            A. J. Natalicio González

            y Leopoldo Ramos Giménez

 

            Es interesante la psicología comparada del patriota y del antipatriota, después llamado legionario. Entre ellos mediaba un abismo.

            El patriota era el paraguayo con todas las ideas y los sentimientos de su raza. En él vivía la tradición y palpitaba el orgullo de sus antepasados. Había ido al extranjero, pocas veces o ninguna. Su horizonte era limitado. El Paraguay era su mundo. En él estaban todas las predisposiciones ancestrales que determinan el espíritu nacional. Alma fuerte y honrada, prefería perecer antes que renunciar a la patria en que vivía. Pruebas:

            El Paraguay era inconquistable, decía el acta que ratifica nuestra independencia, audacia de expresión en que debe verse la resolución irrevocable de ser nación a toda costa. Pena de muerte contra el traidor, escribía en la Constitución del 44. Su primer periódico se llamó "El Paraguayo Independiente" y su primer número comenzaba con el conocido lema de "Independencia o Muerte", reto a Rosas, y todo ello reflejaba un estado intenso del espíritu patriótico. Era la voz del ejército invisible de los muertos hablando de la patria en el corazón de los vivos.

            Y el antipatriota o porteñista era el contrabandista en los últimos tiempos del coloniaje, casi siempre de origen santafesino o bonaerense; estaba enteramente ausente en él la idea de la patria. Perjudicado por el aislamiento del Paraguay en sus correrías de contrabandista, veía las cosas de este país con los ojos del mercader medio extranjero. Le parecía ridículo sacrificar positivos intereses comerciales a una patria que no podía entrar en su cabeza. Casi siempre en Buenos Aires o en Santa Fé, sordo a la voz de la raza, ignoraba nuestras virtudes, nuestros recursos, no sentía nuestro orgullo. La patria de que oía hablar le parecía locura auténtica. ¡Hay un abismo insalvable entre la fe creadora de cielos y de patrias y la indiferencia estéril como la higuera maldita!.

            Y en el caso se trataba de algo peor que la indiferencia. El porteñista odiaba profundamente al Paraguay. Véase cómo o por qué:

            Creía que los dictadores crearon a la patria paraguaya para su uso y abuso, por egoísmo, y porque esos dictadores le perseguían, por antipatriota, confundía en un mismo odio violento a esa patria y a sus supuestos creadores. El Paraguay y el doctor Francia, el Paraguay y los López, eran idéntica cosa en su concepto de plebeyo formado con sus rencores taciturnos. De allí que, en ocasiones, a los patriotas nominase López-guayos, concepto que delata el fondo de su alma.

            El error, en que todavía caen algunos, era grosero. ¿Cómo un hombre ni dos o tres pueden crear una nación? El sentimiento en que se funda es de una larga evolución, viene de oscuras lejanías, de los confines de la historia; es flor, en fin de un proceso de siglos.

            Adóptese la definición que se quiera: "Unidad étnica con fisonomía propia";  "familia dilatada", "rico legado de recuerdos", siempre saldrá que la patria es l resultado de la geografía, la raza y la historia. La idea nacional, aunque vaga y confusa, estaba ya en la mente de los paraguayos que en 1645 se sublevaron contra el jesuita, aliado del poder real, y era más clara y precisa en 1724 cuando, nuestros Comuneros en sus actas memorables, marchando contra los ejércitos del Rey, invocaban a la patria. Y esa idea que ya era sentimiento irresistible derrotó a Belgrano antes de toda dictadura. Y desde este punto de vista superior no fueron los dictadores quienes crearon a la Nación Paraguaya y sí ésta a aquéllos, para defenderse contra vecinos y traidores peligrosos (1). Donde se ve que el enunciado del teorema ha de ser al revés. En un tirano no veo un hombre sino una época, decía el doctor Tejedor, con asombro de los tontos que simplificaban un fenómeno social complejo encarnando en Rosas todo el mal. El tirano no es un aerolito caído del cielo, escribía Taine, y es instrumento de los mismos a quienes parece oprimir, inculcaba Cousin -punto de vista que siempre escapó a los unitarios. A veces la multitud está enferma, convierte a la patria en un infierno, y entonces al tirano, su intérprete, aconseja crímenes como Lady Macbeth -caso de la multitud argentina, bajo Rosas. Procesar a Rosas sería procesar al pueblo, su cómplice, pronunciaba Frías. Y la multitud del Paraguay estaba sana, pero tenía que matar el porteñismo, extirpar este cáncer roedor del organismo nacional, y además defenderse contra los vecinos, y respondiendo a esta necesidad hizo surgir a Francia y los dos López. ¿Por qué ahora ya no son posibles esos dictadores? Ha cambiado el conjunto de causas, el múltiple y confuso engranaje de necesidad geográficas e históricas que los creó.

            Y el porteñista no veía ni quería ver nada de esto. Nadie le apeaba de la idea infantil de que Francia y los López eran culpables de que hubiese la Patria Paraguaya. Lo que veía era la natural aversión del Paraguay a su importante persona y por ello jamás intentó un movimiento revolucionario con recursos propios, y esa convicción de su impotencia le ponía furioso y en su furia hacía lo que los 30.000 emigrados de Francia: vengarse desacreditando al Gobierno del Paraguay y al Paraguay mismo, creando y propagando la fama de las supuestas tiranías, sin fijarse en que Buenos Aires, bajo Rosas, soportaba peores tiranías; ni en que a veces sus padres le estaban desmintiendo con ser fieles servidores del doctor Francia. Pero sobre todo, buscaba aliarse aunque sea con el demonio para venir contra su patria, primero con Belgrano; después con Ramírez y Dorrego, más tarde con Rosas y enseguida con Mitre. El motor de su voluntad era siempre el odio y su medio la traición. El legionarismo, transformación del porteñismo, se alistó en el ejército enemigo pretextando que la guerra no era a la patria, pero cuando publicado el tratado pérfido se descubrió la patraña, ninguno tiró las armas ante el propósito cierto de descuartizar al Paraguay. ¿No habían propuesto a Rosas la conquista de nuestra patria en 1851, cuando todavía no había Mariscal, tirano ni guerra? (2).

            El legionario, perdió a Robles y a Estigarribia, delató nuestra posición de Curuzú, guió al enemigo, anulando nuestra ventaja, el conocimiento del terreno. Sus bocas eran inmundas, decía el Mariscal, vale decir, la boca del miserable. Y ese legionario ¿cómo iba a comprender al patriota? Sea el siguiente rasgo típico donde se ve que los enemigos nobles estaban más cerca del patriota que el legionario irreductible e implacable. ¡El miserable!.

            Cuando en la creencia de que terminaba la guerra, capituló Angostura, el Teniente Fariña, prisionero, quedó triste y se aislaba, inconsolable, y entonces enemigos generosos le rodearon y se empeñaron en consolar al valiente diciéndole que, al fin, terminaban las calamidades de la terrible lucha. Pero el héroe con lágrimas en los ojos contestaba: Sí.. . ¿Y la Patria? ¡Mi pobre Paraguay..!

            Su acento de tristeza infinita conmovió a argentinos y brasileños, menos a algunos legionarios que estaban allí, los cuales se burlaron del sollozo del héroe. Los que nos llamaban López-guayos, en su dicción villanesca, y pidieron a Rosas la conquista de la Provincia del Paraguay y delataban nuestros planes militares pasándose al enemigo, caso de Corrales, y eran tan miserables que degollaban a nuestros heridos en las Cordilleras, no podían sentir lo que sintió el corazón del Teniente Fariña, oprimido por un torno ante la patria moribunda. Ya se sabe que reían nuestras derrotas y lloraban nuestras victorias... ¡Villanos miserables!

            Y como se mofaron del dolor del patriota, continuaron después de la guerra mofándose de cuanto era nuestro legítimo orgullo. Hostiles a nuestras glorias, ya que no pudieron matar a la patria, borrándola del mapa, se ensañaron en nuestra magnífica defensa, la desfiguraron con chismes, buscando secar la fuente pura del sentimiento nacional, que es manera, y muy infernal, de matar naciones. Invirtieron los valores históricos, trocaron los factores alevosamente sobre las ruinas de la patria. Nuestros héroes eran despreciados y grandes hombres los Pigmeos a quienes sirvieron de baqueanos. Mordieron la memoria del gran Mariscal, quien en vida no les hubiera concedido ni el honor de un escupitajo, y endiosaron a Mitre, quien, a pesar de su pequeñez, los despreciaba también (3). ¡Otra vez mil veces miserables!

            Era de ritual en su jerga insípida de plebeyos, maldecir de los tiranos a cuento de todo y sin venir a cuento, de esos tiranos infinitamente más honrados que todos los legionarios. Porteñistas que se humillaron a Rosas como perros y le pidieron la conquista del Paraguay, firmaron los tratados que mutilaban nuestro territorio (4) defendido con tanta entereza por los malditos tiranos. Y algunos de ellos eran tan desinteresados que en tiempo de Carlos Antonio López, en odio a la tiranía, se quedaron con un millón de pesos oro pertenecientes al Paraguay. ¿Por qué no había de estafarse al gobierno de los López-guayos?

            Y de tal manera dislocaron las cosas en una sociedad desorganizada por la guerra, que después nos ha costado Dios y ayuda volverlas a su sitio. ¡O'Leary vino obligado a sudar tinta veintiocho años!

            Y lo peor -lo mejor- es que los legionarios, éstos miserables perros de Rosas, contagiaron sus odios feroces a algunos que repetían sus letanías viscosas contra los tiranos. Entre esos contagiados no faltan Píndaros con vejiga, escapados de Tontópolis, perseguidos por la pifia matadora.

            Pero a estos pobres diablos y a aquellos malvados de remate, los sepultó la energía suave, silenciosa y formidable de la raza.

            Y el patriota, el hombre de fe, creyente en la religión del patriotismo, quedó triunfante, dueño del terreno, con su bella patria, aunque mutilada, y el legionario protervo desapareció de nuestra historia, cubierto con el velo del parricida o, si se quiere, está a donde le llevó su maldad de medio siglo.

            Se ven los dos destinos, el del patriota y el del legionario en la prosodia de Fariña Núñez

            ¡Y vives todavía! Tú no has muerto,

            Tú no puedes morir como el villano

            Que tinto en sangre y de baldón cubierto

            Luchó sin altivez contra el hermano.

 

            No puede darse destino peor que el de rodar a través de los siglos, con el rótulo infamante de traidor sobre la frente. El sollozo del héroe, poema que en Angostura resumía el sentimiento de la patria, mató a ese villano, a ese miserable remordimiento de la raza.

            No es desdichado el perseguido sino el perseguidor, gritaba un Santo: San Gerónimo.

           

 

(1) "Jamás prevalece uno contra todos", decía Carlos Antonio López, en el "Paraguayo Independiente'", Nº 101, refutando la tesis Somellera, de que la Independencia del Paraguay se debía exclusivamente al doctor Francia.

            "El Presidente de la República -decía otra vez- en su marcha política y al sostener con firmeza la Independencia del Paraguas no hace más que seguir el impulso y la decisión del pueblo paraguayo". Id., Nº 77. Es lo que decimos en el texto: El jefe de Estado en tales casos representa un estado del espíritu público, es el intérprete del sentimiento colectivo. "Si el gobierno de la República renunciara a la Independencia, se pondría en lucha con el sentimiento nacional" - insistía López. Id. Nº 86.

(2) En 1851, cuando todavía no había tirano, guerra ni Mariscal, Carlos Loizaga y Fernando Iturburu, en nombre de un Comité compuesto de los mismos y de Manuel Pedro de Peua, Serapio Machaín, Luciano Recalde y Salvador Jovellanos, presentaron a Rosas un plan de invasión al Paraguay:

            De aceptar Rosas dicho plan, "todos los paraguayos somos ya de V.E.". Los del plan pedían marchar con el ejército Argentino "en cualquier carácter", el de baqueamos, V. gr.

            Rosas conseguiría con ese importante contingente "la reincorporación del Paraguay a la República Argentina, bajo el paternal Gobierno de V.E." (Exposición... 17 Sbre. 1851. Saldías, Hist. de la Confederación Argentina. O'Leary reprodujo en hoja suelta esa exposición infamante).

(3) Yo no sé, decía Mitre, si estos legionarios son muy perversos o muy tontos. No saben que vamos a destruir su hermosa patria.

(4) "...Loizaga no hizo sino aceptar el borrador que le propuso Cotegipe... no hizo sino asentir a todo lo que quería el brasilero". Este "se apropió un tercio del territorio del vencido". La deuda de guerra quedó sobre el Paraguay "como la espada de Damocles". "Era tan grande lo obtenido que Cotegipe se asustó...". Ernesto Quesada, La Política Argentino-Paraguaya.

(5) Washburn, Historia del Paraguay. Vol. II, pág. 100. Buenos Aires, 1897. Ese ladrón se llamaba Pedro Nolásco Decoud.

 

 

 

EL PARAGUAY Y LA SUPUESTA

TRAICIÓN DE ALBERDI

 

 

(DIÁLOGO ENTRE MITRISTAS Y ALBERDISTAS)

 

            (A mi amigo el Sr. Arsenio López Decoud)

 

            Mitristas: Ni duda cabe: Alberdi fue traidor a la patria porque durante la famosa guerra defendió la causa del enemigo, el Paraguay.

            El texto es acervo, sin vueltas, terminante: la traición a la patria consiste en prestar al enemigo auxilio y protección. Y Alberdi, con su propaganda, protegió, auxilió al Paraguay contra la Triple Alianza en que era parte la República Argentina, su patria. ¡Borren esa mancha indeleble!

            Alberdistas: ¡Calumnias de los mitristas! Ejercer la critica no es, en el sentido constitucional, prestar protección y auxilio a nadie.

            La traición ha de ser acto y en la aceptación jurídica no lo es el razonar de Alberdi. Da pena recordar cosas que nadie ignora: Al raciocinio sutil, como la luz, no alcanza el código. El delito de la idea pasó de moda. El escritor puede, sin perpetrar delito, discurrir sobre la guerra actual y censurarla y atacar sus causas y sus móviles. Alberdi no empuñó bayonetas contra su patria.

            Mitristas: La propaganda incendiaria de Alberdi perjudicaba a su patria y protegía, auxiliaba, amparaba al Paraguay. No empuñó bayonetas, pero tomó la pluma terrible...

            Alberdistas: Pluma terrible y formidable de más eficacia que el fusil. Es arma la pluma que esgrimida con talento saca más sangre que un puñal y hace gritar más que una garganta -decía Fernández Flores. Auxilia, protege y a veces asesina, degüella créditos que dijo Alberdi, pero salvo la injuria y la calumnia, hacer lógica no es perpetrar delito. El análisis es disolvente, pero escapa al orden jurídico. Axioma moderno hasta el error tiene derecho. El crítico, sin delinquir, puede encontrar bella y heroica la causa del enemigo o, si es poeta y le viene en gana, cantarla como Byron rimó la gloria de Marceau. Py y Margall defendió con el raciocinio a Cuba contra España y Herbert Spencer al Transwal contra Inglaterra como Alberdi y Guido Spano, ordenando ideas, defendieron al Paraguay con la Triple. ¿O estamos obligados a encontrar justas todas las matanzas patrióticas organizadas contra el prójimo? Si Alberdi fue traidor lo fueron también Py y Margall y Herbert Spencer. No estaría en mala compañía ciertamente.

            Mitristas: No hay inconveniente en que los tres fuesen traidores. Nadie es héroe contra su patria...

            Alberdistas: Frase que, plagio aparte, se inventó para los Coriolanos que en combinación con el enemigo llevan a su país el azote de la guerra, y Alberdi, escritor, no soldado, no quería llevarla y sí evitarla a su patria, la Argentina. Ustedes argumentan con el libro viejo de Las Partidas, con la mentalidad del siglo XV. Y no se dan cuenta de que con graduar de traidor a Alberdi, liquidan el libre examen, amortizan el derecho de la crítica, confiscan la divina libertad del pensamiento. Labios argentinos repitieron: la idea no se mata a puñaladas. Mediten el concepto incisivo y lapidario. ¡No se procesa la opinión! ¡El silogismo no es delito!

            Mitristas: Alberdi odiaba a Buenos Aires y hemos publicado sus cartas a Gregorio Benítez, agente del tirano López. La conciencia pública...

            Alberdistas: La de ustedes, implacables, y la de ciertos otros, condenan a Alberdi con dogmatismo talmúdico. El adío a Buenos Aires es incierto y las cartas a Benítez son su más hermoso descargo, pues en ellas rechazaba hasta la posibilidad remota de honores y pensiones por parte del Paraguay y de López, el tirano. Yo sé por qué Alberdi les irrita. Les inquieta la verdad emitida con la virtud del ritmo interior, oculta en su dicción, la ordenación soberana de la idea. ¿Por qué no desatan la trama del argumento envolvente? ¿Por qué no rompen los hilos finos de esa malla incandescente? El diamante se raya con el diamante y ustedes deben atacar con el raciocinio, ese raciocinio de Alberdi, disolvente como el ácido, en vez de inventar delitos que no existen. El delito radical de Alberdi esta en haber denunciado la perfidia oculta en el tratado secreto del 1º de Mayo, perfidia negra que de clima en clima fue volando en alas de su pluma. Ustedes no pudieron invalidar su raciocinio y trataron de abatirle, Mitristas le asaltan muerto, mitristas le insultaron vivo. Torrentes y lavas de injurias cayeron sobre él, pero torrentes y lavas han pasado y pasarán sobre su nombre como la lluvia sobre el mármol para blanquearle. Alberdi era patriota con alto, hermoso y puro patriotismo, sentimiento que algunos confunden con sus rencores taciturnos.

            Mitristas: Alberdi era incorrecto. No tenía imaginación. No sabía escribir.

            Alberdistas: Sabía hacerlo mejor que todos ustedes porque era alma fuerte y grande y un pensamiento vivo y firme lleva consigo necesariamente su expresión. En definitiva, solo hay dos clases de escritores, los que cansan y los que no cansan, y Alberdi era de la estirpe de los últimos. Hay ritmo interior, virtud o fuerza oculta, dije, en su dicción cortante y luminosa. Su cristalina sencillez donde radica la belleza, no tiene igual en el Río de la Plata. Cierta gente a quien hoy nadie lee, se reía del estilo desnudo de Alberdi y éste vive por su estilo.

            Mitristas: Hemos probado que las Bases eran plagio o remedo....

            Alberdistas: Nada probaron ustedes. Alberdi nos enseñó en esas Bases en dónde conviene buscar el secreto de nuestra grandeza. Gervinus las leyó y se asombró de que la América Latina produjese un Alberdi. Gervinus, el discípulo de Lostzer, a lo que se ve, no era mitrista.

            Mitristas: Total, Alberdi no era hombre de acción No ganó batallas. ¡No hizo historia!

            Alberdistas: ¡Qué no hizo historia! ¡Que no ganó batallas! Con encender ideas hizo más que cierto caudillo de quien los poetas decían que era militar y los militares que era poeta. Goethe dijo: Obrar es tan fácil y pensar es tan difícil. Y vale la pena de glosar la frase. Sobran y sobraban generales capaces de librar batallas de Pavón y de Cepeda, pero no había dos cerebros capaces de coordinar los pensamientos de las Bases. La gloria de Alberdi está en haber pensado más hondamente que sus contemporáneos, en la intrepidez serenamente formidable de su análisis. Y a propósito: el pensador hace, a la larga, más historia que quienes descargan espadazos, del modo que voy a decir. Desde Augusto Comte se repite que los muertos gobiernan a los vivos y a cada rato se habla del poder de las ideas, pero pocos saben ver o entrever su fuerza expansiva y explosiva. Las buenas, las verdaderas, las heroicas, son las poderosas y fecundas, las que corren senda memorable. Se desvían, trazan curvas, se detienen inertes un momento, y vuelta a proseguir su eterna, infinita trayectoria, sin que haya Tabla logarítmica que calcule su continua explosión en actos y catástrofes. ¡Emoción o idea; germen de todas las cosas humanas! Concebir es ya en cierto modo ejecutar. Los que saben mirar este lado trascendente, ven que Jesús hizo historia más que nadie, y pueden sospechar que la muerte de Carlos de Portugal se contenía en la oración sublime de Junqueiro. En este sentido superior, Alberdi con haber sido el pensador que más ideas buenas, verdaderas y fecundas arrojó a la conciencia americana, hizo y seguirá haciendo más que San Martín y Bolívar. Y en todo caso, es mejor no hacer historia que hacerla mal.

            Mitristas: La historia le asignará el lugar justo. Convenimos en que no podemos ser jueces porque fuimos partes.

            Alberdistas: La historia somos ya nosotros a quienes nos atormenta como un remordimiento el rumor de sus ideas voladoras.

            Y el crimen de traición, la sangre indeleble de Macbeth, está en otra parte que en el mármol cándido, trasunto de su ancianidad meditabunda, pensativa.

 

            Asunción, Agosto de 1910.

 

 

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