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ELOY FARIÑA NÚÑEZ (+)

  CANTO SECULAR - Poesía de ELOY FARIÑA NÚÑEZ


CANTO SECULAR - Poesía de ELOY FARIÑA NÚÑEZ

CANTO SECULAR 

Poesía de ELOY FARIÑA NÚÑEZ

 

Oh, gran Tupã que, bajo el cielo de Atica,

Fuiste el divino Pan, el Nous inmenso

Y plural que lo sintetiza todo

Y que ninguna fórmula se vierte;

Que viste el nacimiento del planeta,

Y la labor demiúrgica del agua,

Y la tarea cósmica del fuego,

Por la necesidad ambas regidas

Y por la ley poética inspiradas;

Que sabes los orígenes y alcances

De las fecundidades permanentes

Y de las rotaciones de las cosas;

Almo, infinito, múltiple, inefable

Tupã, padre del Sol y de la Luna,

Protector de los bosques,

Protector de los ríos,

Autor de los eclipses,

Autor de los cometas,

Enemigo de Póra,

Negación del Pombéro,

A quien loan los monos en el alba,

Por quien chistan agüeros las lechuzas,

Contradictor de Aña, genio maligno,

Propicio rige el centenario Carmen,

Desde el obscuro e inexcrutable fondo

De la teogonía de la raza.

 

Serenamente conmemore el himno

Hecho para cantar las libertades

Antiguas, el augusto centenario

Del nacimiento de una patria nueva.

Y es justo que los versos sean libres

Y que los pensamientos sean nobles.

 

¡Paraguay, Asunción! Murmura el labio,

Y la visión del paraíso bíblico

Hace entornar los párpados y puebla

La retina de pompas tropicales:

Una de tierra de sol y de silencio,

De plátanos, naranjos y perfumes,

Donde el invierno es primavera riente,

Y sin cesar florecen las potencias

Húmedas y vitales de Demeter,

En desbordante plenitud de vida

Y en henchimiento pródigo de savia.

O una selva total, densa y sonora,

Con gratos claros para los ensueños

Y para los vaivenes de la hamaca.

O un naranjal sin término que inunda

De blancura la cámara suntuosa

De la noche del trópico, en que brillan

Con resplandor intenso de estrellas,

Como en la protonoche.

O un pájaro polícromo y parlante,

De cola abierta en forma de abanico,

De pico rojo, de penacho de oro

Y con pintas azules en el pecho.

O una escena geórgica arrancada

Del opulento texto virgiliano.

O un cuadro colonial de suaves sombras,

Con su plaza, su iglesia, su Cabildo,

Sus carretas inmóviles, sus mozas

Con cántaros, y, en fin, toda la vida

De las generaciones precedentes.

¡Asunción, la muy noble y muy ilustre,

La ciudad comunera de las Indias,

Madre de la segunda Buenos Aires

Y cuna de la libertad de América!

Prolongación americana un tiempo

De las villas forales de Castilla.

En las que floreció la democracia

De que se enorgullece nuestro siglo.

En pleno absolutismo de Fernandos,

En tus calles libróse la primera

Batalla por la libertad; el grande

Y trunco movimiento comunero

Te tuvo por teatro; el verbo libre

De Mómpox anticipó la voz vibrante

Del cálido Moreno; el sol de Mayo

Salió por Antequera.

¡Arrodillaos, opresores todos!

¡Compatriotas, entonad el himno!

 

Desde el remoto fondo de la historia,

A las evocaciones de tu nombre,

Álzanse tus figuras culminantes

Para solemnizarte y bendecirte:

Allá don Juan de Ayolas

Pasa como un hidalgo aventurero

En busca de episodios singulares

En que reverdecer la nombradía.

Allá Irala, el nacido para el mando;

Alvar Núñez, Garay, don Juan de Vera

Y Aragón y Hernandarias; y caciques.

Obispos, capitanes, jesuitas,

Y cuantos en tu suelo combatieron,

Con la espada, la flecha, o con el dogma,

Por un guerrero fin o por un místico

Anhelo de fraternidad humana.

Comentan con eglógico murmullo

Tu displicente y lánguido hamaqueo,

El Paraguay sagrado que en la noche

Celebra desposorios con la selva,

Bajo un perenne manto de azahares,

Al vasto son de musicales órganos,

Cual si las cosas todas palpitasen.

De afinidad secreta por el río,

O fuesen el temblor viril del bosque;

Y el Paraná soberbio que circula

Entre bancos de arena y verdes islas.

Su corriente, que se oye en nuestra lengua

Autóctona con sugestiones dóricas,

Con un rielar sereno de piraguas

Define tu inmovilidad serena

Y tu belleza mórbida insinúa.

Y dice de tus montes infinitos,

De tus villas durmientes y calladas,

De jangadas errantes y apacibles,

De caimanes que al sol se extienden, muelles,

De tigres que rugientes buscan presa,

De avestruces que vagan por los valles,

De palmeras gallardas y rotundas,

De yerbales extensos y frondosos,

De cocoteros con flabeles verdes,

De naranjales y victorias regias,

Arcádicas visiones, orientales

Fantasías y fábulas hindúes.

 

El sol, el sol trópico, te dora

Con su tórrido incendio en el estío,

En tanto que escondida en verde sauce

Entona la cigarra su sonata,

Evocadora de sandías dulces

Y de diálogos de Platón el Atico.

En los tibios ocasos del otoño,

El declinante sol tiñe tu cielo

Con todos los colores espectrales,

Y en las primaverales alboradas,

El sol naciente se deshace en lluvia

De oro sobre las frondas de la selva.

Canta el zorzal su diario advenimiento

En torno a un "leit motín" alegre y raudo;

Pregonan su apogeo las cantáridas;

Plañe su puesta la solar "viejita".

Siguen su curso cíclico en el éter

Limpio los girasoles heliocéntricos.

Y en las tardes radiantes, cuando rasga

La pánica quietud, la sempiterna

Nota de la cigarra o bien del grito

Pastoril del bucólico labriego,

Se ve su rayo alimentar los gérmenes,

Hinchar las grandes curvas de la vida,

Dorar el grano, sazonar el fruto

Y dar su gracia bienhechora a todo.

O, semejante a colosal naranja,

Finge sobre la franja del follaje,

Un esplendente y vago plenilunio

De deslumbrante claridad de aurora.

 

La luna de los trópicos poetiza

El nocturno esplendor de tu belleza,

Con su albor de metal que forma lagos

De claridad en el sombrío bosque,

Y reviste de escamas relucientes

El palpitante lomo de tus ríos.

El principio fecundo

De la maternidad suena en su nombre

Guaraní, con evocaciones húmedas

Y lento murmurar de aguas serenas.

Por ella se conserva y perpetúa,

En curso de progenies sucesivas

Y en serie de eslabones infinitos,

la especie humana, demasiado humana.

Ella rige la gestación obscura

De todas las potencias de la noche,

Encaminadas todas a la aurora

Y convergentes todas a la vida.

Ella preside con su luz fecunda

La blanca florescencia del naranajo.

Ella completa la solar tarea

Y colabora en las astrales obras.

Su rojo disco de esplendor siniestro,

En medio del silencio circunstante,

Sugiere una impresión de astrología

Caldea. A su claros tejen su danza

Los lúbricos enanos aborígenes

En un verde rincón de la floresta.

Luna fecundadora, bella, suave,

Proteica, pura, maternal y antigua.

 

El lucero, el magnífico lucero,

Brilla en tu cielo con la lumbre intensa

De una luna menor parpadearte

De claridades rojas y azuladas.

Toda la gloria nueva de la aurora

O el albor matinal del universo,

Parece que surgiera o palpitase

En la deslumbradora luz que vierte.

Al verlo, el corazón salta de gozo,

Y el espíritu sueña en los fulgores

De un alba de mil años, no llegada.

Que se espera y que acaso nunca surja.

Hay un alto misterio cosmogónico

Y un enigma astrológico secreto

En la brillante estrella que precede

Al sol y tanto bienestar infunde.

Es el símil ritual de los amantes

Y sideral reloj de los labriegos.

A su luz palidecen las estrellas

Y comienzan sus cánticos los pájaros

Dijérase que fuera un luminoso

Pastor que, en los ocasos y las albas,

Apacentara zodiacales greyes.

Y cuando asoma, ya la luz triunfante,

Sobre la masa obscura de los montes

Como guía de cósmicos senderos,

Adquieren hermosura y certidumbre

Los mitos seculares que recuerda.

 

La selva, la sagrada y vasta selva,

Tus pompas tropicales magnifica,

Con el verdor eterno de sus frondas,

Con sus flores, sus aves y sus sones,

A las que sirven de sedante acústica

Las paralelas y vecinas aguas.

Bajo el sol calcinante que la incendia,

Agítase sonora en los crepúsculos

Con pausado aleteo, o bien se puebla

De mansas olas de rumores vagos.

Cuando el viento sacúdela en la noche

Y con lento cantar le arrulla el río,

Tiembla como una lira y se estremece

Musicalmente, bajo el rayo suave

De la luna, que asoma entre las copas

De la distante quinta de naranjos.

Entonces es augusta y está llena

De pensamientos vagos y solemnes

Y de palabras seculares como

Una divinidad antigua. Asume

El perfil de una cosa extraordinaria,

De corazón sonoro y de alma obscura.

Y sus ramas son brazos descarnados,

Y sus copas, cabezas pensativas,

Y su palpitación, el pulso mismo

De una enorme potencia subterránea.

Habitan su espesura impenetrable

Las criaturas rubias y peludas

De la mitología guaranítica.

En sus desiertas soledades corren,

Entre tupida densidad de helechos

Y breves bosquecillos de bambúes,

Calladas fuentes de raudal tranquilo.

Serpea en su interior algún sendero

Cubierto de hojas y de flores secas.

 

Rayos de sol se filtran por los raros

Intersticios del lóbrego follaje.

Interrumpen a trechos la maraña

Amenos claros por los cuales vése

Un cacho azul del cielo espolvoreado

De millares de insectos tropicales

Y de multicolores mariposas.

Allá un lapacho colosal erige

Su manto mayestático y florido;

Aquí sugiere un tronco milenario

Nocturna ronda de silvestres genios.

A lo lejos se escucha el suave arrullo

De una torcaz en celo; cerca, el dulce

Gorjeo del zorzal, órgano alado

De la polifonía de la selva.

Arriba, tejen ondulante urdimbre

Mil plantas trepadoras y adventicias;

Abajo, se apeñuscan los arbustos

Anhelantes de luz como las almas.

Soledades de la nativa selva,

Arbóreo laberinto lleno de hondo

Misterio vegetal y humano; gratas

Excursiones por su interior sombrío,

Lleno de vaguedades y susurros;

Selva cantora, musical y lírica,

Hada benigna de propicios dones,

Nodriza pía, cariñosa y buena,

Que no te tale nunca el hacha urbana,

Que nadie desencante a la Durmiente

Bella que en tu oriental seno reposa

Mil lunas ha; que siempre repercutan

En el ámbito claro de la noche

 

Y en la caja sonora de los ríos,

Tu concierto melódico de liras

Y tu escala infinita de murmullos,

Y que se alce un altar en tu espesura

A Jasy Jatere, Pombéro o Póra.

Los verdes naranjales te perfuman

Con el nupcial aliento de sus flores,

Que liban los inquietos colibríes

Y llevan en su sien las desposadas

En señal de blancura y como augurio

De la fecundidad de sus ensueños.

Símbolo arbóreo de la zona tórrida,

El naranjo florece eternamente,

Creando en torno suyo, contra el tiempo,

La primavera, universal sonrisa.

Todo es en él estético y fructífero:

Desde la copa redondeada en cúpula,

Asilo de los loros y tucanes,

Y que en la siesta da templada sombra

Para extender la hamaca entre dos troncos,

Hasta el gayo azahar de dulce néctar.

Bajo el peso de sus dorados frutos,

Dobléganse sus ramas hasta el suelo

Con un cansancio pródigo de madre

Con mucha prole, pues así lo llama

La maravilla guaraní que dice:

"A la madre se abraza y se da besos

A la hija", cuya teta de oro y nieve

Amamanta las bocas y los picos,

Con el neutral y plácido abandono

De las ubres de la Naturaleza.

 

Naranjos seculares y copudos,

Plantados por remotos ascendientes,

Que ocupáis un lugar inolvidable

En la teatina casa solariega

Y en la bellas memorias de la infancia;

Naranjos familiares recorridos

De tronco a punta por los miembros todos

De la familia patriarcal dispersa;

Que fuisteis los testigos de las horas

De nuestros padres y que tenéis alma,

¡Cuán mezclados estáis en nuestra vida,

Y con qué sentimiento se presencia

El declinar de alguno de vosotros!

Parece que decís al abatiros,

Con la yacente voz de vuestras frondas:

Del árbol muerto todos hacen ramas.

Crece con lozanía en tus regiones

La planta de la yerba, cuyas hojas

Proporcionan el mate, el té nativo,

Gloria de las mañanas y las siestas.

Nada más agradable que mecerse

En la hamaca, a la sombra del naranjo,

En las tórridas horas del estío,

Y tomar perezosamente mate,

Rebosante de espuma y de fragancia,

Cebado por las manos de una joven.

Y es también delicioso y peregrino

Chupar tímidamente la bombilla

Después del turno de la bien amada,

Hurtando un beso inmaterial y trunco

A los labios ausentes cuyo aliento

Se absorbe juntamente con el líquido.

 

Arómante también y te hermosean

Los limeros que son como gemelos

De los naranjos, con su verde pompa

Y con su flor al azahar análoga.

Como corre en los labios populares,

La lima es semejante en su dulzura

Y amargura final al agridulce

Y efímero placer de los sentidos,

La lima de saliente ombligo agrega

Curiosa nota al tropical paisaje,

Y, en el ambiguo nombre guaranítico,

Evoca tensas y vitales curvas.

El eminente cocotero yergue

Sobre la horizontalidad del agro,

Su ondulante penacho que, a lo lejos,

Y en medio de las sombras del crepúsculo,

Se torna en vagas aspas de molino,

En soñolienta rotación de noria.

Quitasol gigantesco de los prados,

Sugiere panoramas tropicales:

Horas de fuego, cristalinas aguas,

Fuertes amores y vivir idílico.

Como consciente de su altura y fuerza,

Álzase inaccesible y solitario,

Dominando el contorno de los valles

Con la quietud impávida del fuerte

Y dando frutos de oro en su aislamiento

Que arroja al suelo en desgranar de cuentas.

Cuando platea su pompón la luna

Y con susurro leve se abanica,

Su vertical perfil, en la apacible

Y obscura idealidad de la distancia,

Destácase espectral y adquiere el tinte

De una monumental figura ascética.

 

Celebran los prolíficos bananos

La humedad opulenta de tu suelo,

Con sus áureos racimos y sus hojas

Que, en el ambiente de las noches cálidas,

Simulan negligentes ademanes

O ilusorios y lánguidos llamados.

En los verdes retoños que rodean

Sus tallos ya seniles e impotentes,

Muestran la solidaridad profunda

Del reino vegetal. Cantan la gloria

De la unidad trascendental y vasta

Del universo arbóreo, también hecha

De continuos renacimientos. Buscan

Su protectora sombra los amantes,

Por los hados malignos perseguidos,

En las cómplices horas de la noche.

A la luz de la luna, reverberan

Con matices espléndidos de plata

Sus largas, anchas y sonoras hojas

Llenan de flecos. Y en su seno habita

Un dios desconocido semejante

Al que divaga en torno a las higueras.

 

Loan la exuberancia de tu tierra

Las plantas del tabaco, cuyas hojas,

Sutilizadas en columnas de humo

Y arabescos azules, edifican

Castillos de ilusión para las mentes

Constructoras de azules utopías.

Cuando el cerebro fatigado intenta

Asir la forma temblorosa y única,

Columbra en los diseños indecisos

Del humo que se eleva en el espacio,

La arquitectura informe de la frase

Y el contorno ideal de la palabra.

O si el mortal aburrimiento nubla

La percepción exacta de la vida,

El errar metafísico del humo,

Que tiende un velo diáfano y ligero

Sobre todas las cosas habituales,

Con el duro vivir nos reconcilia.

Filosofía parda, nos advierte

Que nada es plenitud. Ondula y pasa.

 

Prospera la mandioca en las entrañas

De tu seno prolífico e inexhausto,

Cual si quisieras demostrar que todo

Es en ti substancial y que los tristes

Que buscan alimento por el mundo

Lo encontrarán sin tasa y sin medida,

Con solo desplegar labor escasa,

Hasta en la esplendidez de tu subsuelo.

Ella provee el almidón que sirve

Para hacer el "chipa" que substituye

Al forastero pan hecho de trigo,

Cereal intruso en el solar ambiente.

Cómase siempre la preciada torta;

Hágase en los sucesos familiares

El patriarcal "chipa guasu" que tiene

La significación de todo un símbolo.

Y para todos los que vivan lejos

De la tierra común, un fuerte lazo

De solidaridad indestructible

Con el suelo, el "chipa" por siempre sea.

El pomposo timbo crece en tu suelo

 

 

Y su descomunal follaje extiende

Con una plenitud solar que estalla

Hasta en su larga y sólida raigambre,

Surgente a flor de tierra, como estría

De gigantescos y nudosos músculos.

En las obscuras grietas de su tronco

Moran las lagartijas que, avizoras,

Asoman la cabeza palpitante

Y siguen luego su rastrero curso,

En la cálida siesta en que el lagarto

Busca la miel silvestre, cauteloso,

En la espesura del cercano bosque.

Bajo su sombra patriarcal reposan

De los ardores del resol candente,

Todos los animales del contorno.

Y en su dura y senil corteza graban

Iniciales eternas los amantes.

 

El magno samu'ú con él compite

En grandeza exterior y fortaleza

Interna. Su redondo tronco arraiga

Con tal fuerza tranquila en los recónditos

Senos del suelo, que parece fuera

Erizada columna inconmovible

De la Naturaleza misma. Blanca

Y útil seda regalan sus capullos,

Pues, a pesar de sus externas púas,

Tales capullos da, como pudiera

Hacerlo un desmedrado algodonero

O un ínfimo gusano. De sus múltiples

Cortezas sacan fibras resistentes

Con que se tejen perdurables cabos.

Y así en la selva se levanta como

Una amorosa y tórrida eminencia.

 

La cigarra estival hiere el silencio

De tus atardeceres y tus siestas,

Con su estridente cantinela grata

Al viejo Anacreonte dionisíaco.

Quizá por sugestiones ancestrales

O por virtud de su cantar sereno,

Parece que evocara la cigarra,

En la radiante tarde sin rumores,

El divino y recóndito equilibrio

De la belleza griega, sabia síntesis

De la serenidad del Universo

Y de la geometría de las cosas.

Ya posada en la rama del naranjo

U oculta entre la fronda de algún sauce,

La lírica cigarra inspira ritmos

De hexámetros augustos, cuyo vuelo

Rememora un rumor de abejas áticas

O un susurro de bosque de laureles.

El doméstico grillo eleva a veces,

Su humilde acento, claro vaticinio

 

De la llegada de un ausente amado

O de una buena nueva. Así consuela

Las horas de inquietud de los que aguardan

Con un piadoso instante de contento.

También anuncia la fecunda lluvia,

Tras una larga y tétrica sequía

Que renueva el espanto primitivo

De la flaca escasez y la miseria.

Fija su habitación en los cimientos

Del hogar, cuya dulce paz preside,

Junto con las cantáridas del muro

Y las avispas rubias del tejado.

La abeja solidaria y laboriosa,

Apenas resplandece la mañana,

Reanuda su melífico trabajo

En tus florales fábricas cubiertas

De temblorosas gotas de rocío,

Con maquinal asiduidad de alada

E infatigable grisetilla. Vuela

Sugiriendo futuros colmenares

De comunismo idílico y geométrico,

Repúblicas platónicas y patrias

Universales. De altruismo dice

Su labor trascendente, cuyo premio

Recogerán abejas ulteriores.

Y, en competencia con la leve araña,

Que extiende su tejido entre los claros

De las frondas, en el vecino tronco

Su panal redondea, imperceptible,

Con el primor rotundo de un soneto.

 

El cocuyo salpica con dos gotas

De vivísima luz azul eléctrica,

El ámbito nocturno constelado

De verdes gusanillos luminosos.

"¡Muá!...¡Muá!... Los niños y los jóvenes

Claman corriendo sin cesar tras ellos,

Para luego, cautivos colocarlos

En un blanco pañuelo transparente,

O prenderlos a guisa de diamantes

En los cabellos o en el pecho púber.

Colocado en la palma de la mano

En posición inversa, al darse vuelta,

La orientación de su trayecto indica,

Según el dedo que al azar escoja,

La inquietante visita de la muerte

O bien el nombre del futuro esposo.

Cantado sea el valle siempre verde

Y eternamente eglógico y florido,

Con sus rientes bosquecillos claros

Y sus esteros donde blancas garzas

Alternan con bandadas de flamencos

De rosado matiz y con polícromas

Aves. Manso arroyuelo a veces corre

A través de la idílica pradera,

Llena de paz salvaje y de infinita

Serenidad de selva. Allá a lo lejos,

A la falda de un monte, muge un toro,

En medio de la calma indiferente

De la vacada. En el alcor distante

Agitan lentamente sus penachos,

Copudos jata'i. Blancas flores

Salpican el verdor indefinido.

En el espartillar silban perdices

O dormita enroscada alguna víbora.

A trechos interrumpen la llanura

Los takuru que dibujan conos.

O yérguense en la vaga lontananza,

Coquetos cerros de graciosas formas,

A cuyos pies blanquean las villetas,

O corren sin rumor azules lagos.

Dilátase sin fin en la pradera

Un camino real. En la apacible

Lejanía se yergue una columna

De humo que el viento desvanece en trémulos jirones.

Ruedan en enormes masas

Hacia el poniente, que se cuaja de oro,

Continentes de nubes amarillas,

Blancas, rosas y lilas. En el aire

Flota el perfume de fragantes hierbas

Y de anónimas flores de los trópicos.

Y cuando cae el lánguido crepúsculo

Sobre la quieta inmensidad del valle,

Pombéro silba misteriosamente

Y fosforescen los errantes Póras.

 

Glorificados sean los jardines

Que decoran los patios solariegos,

Con su opulento almácigo de flores

Y la diversidad de sus aromas.

Junto al puro carmín de los rosales,

Diluyen su blancura los jazmines,

Vierten gotas de sangre los claveles,

Abaten sus corolas las violetas,

Se expanden soberanas las magnolias,

Se amustian las perennes siemprevivas,

Se alzan rectos los lirios y los nardos,

Se ensombrecen los grandes pensamientos

Invaden la pared las madreselvas

Junto con los jazmines amarillos,

Languidecen las pálidas diamelas,

Dramatizan las raras pasionarias,

Sueñan los campanudos floripones,

Florecen las celestes azucenas,

Las dalias, los penachos y las lilas,

Saturando el ambiente de perfumes

Que enervan en las noches estivales,

Olorosas cual pomos o jardines.

Corónense las púdicas doncellas

Con guirnaldas de rosas y jacintos,

Cuyos sedosos pétalos conjugan

Con la seda morena de su cutis,

Y decoren la frente de azahares

En la rosada noche de sus bodas.

Cúbranse a manos llenas de albas flores,

Los blancos ataúdes de los párvulos,

Y de mustias y eternas siemprevivas

Todos los catafalcos y sepulcros.

Resuenen siempre las nativas arpas,

Cuyas cuerdas heridas por hermosos

Dedos cuajados de oro y pedrería,

Vibran con honda y sugestiva música,

Rememorando bíblicas salmodias

Y molicies de asiáticos festines.

Instrumento sagrado, tiene el tono

De las místicas odas primitivas

Y las modulaciones sacrosantas.

Solemne como un órgano, parece

El apropiado para el timbre humano

O virginal que canta la grandeza

Del supremo rector del universo,

O los grandes misterios religiosos.

Remeda a veces el acento fútil

Del prosaico piano; a ratos cobra

Sonoridades dulces de la guitarra;

Mas casi siempre es grave y metafísica

Como una voz sacerdotal o un coro

Litúrgico. Pulsada por las manos

Inmateriales del arpista errante,

Cuyo pardo pentagrama compite

Con el don musical de la calandria,

Repercuten sus sones en la acústica

Del alma popular con el imperio

De las supremas voces de la vida.

Es voluptuosa en la habanera lenta

Y en el cielito Santa Fe excitante.

Y es de tal modo nacional su acento

Que un arpa inmensa el Paraguay parece.

¡Pulsad, niños y vírgenes, las arpas,

Y elevad a su son en coro el Himno!

Gloriada sea la nativa danza:

El popular y clásico cielito

Santa Fe, en cuyas ondas y vaivenes

Lucen su gallardía las doncellas

Y su vivacidad los mocetones,

De rítmico furor enardecido.

Bajo la verde y rústica ramada,

Al compás de una música ligera,

Inician las parejas el tejido,

Simple al principio y complicado luego,

De la danza. Los cuerpos se eslabonan

Y se desencadenan con la gracia

Inherente a la curva. Luego, giran

En raudas ondas, cadenciosamente.

Descíñense después y empieza el álgido

Episodio del baile. Ocupa el centro

Una pareja a cuyo torno forman

Los demás danzarines amplio círculo.

En simulacro de azorada fuga,

Débil y valerosa al mismo tiempo,

Esquiva la mujer la encarnizada

Persecución del hombre que da vueltas

En torno de ella, como un gallo en celo

Que arrastrase ruidosamente el ala,

Zapateando recio a largos ratos,

En tanto que los dedos de ambos suenan

Como dos castañuelas, y los mozos

Baten palmas al ritmo de la danza.

Nada altera la límpida armonía

De los cuerpos movidos por un soplo

Instintivo de gracia y de belleza.

Frente a la noble estética del hombre,

Resalta la elegante geometría

De la mujer en suave movimiento.

Ambos semejan a dos lira muelles

Que alternativamente resonaren,

O a dos fatales fuerzas animadas

Por rítmicas corrientes interiores.

Así prosiguen por algunos ratos

Hasta que, ya cansados, abandonan

El lugar a otras jóvenes parejas,

A los dulces acordes de las arpas.

 

Consérvese la clásica costumbre

De la gentil y gaya serenata,

Exquisito cumplido de los tiempos

Galantes a las bellas damiselas:

Simple poesía, tiene el fresco aroma

De las flores nocturnas que embellecen

El magnífico sueño de los prados.

Nada hay más bello que acercarse amante,

Con el alma esponjada a flor de cuerpo,

Al pie de la ventana de la amada,

A la luz de la luna que ilumina

Con vaga claridad su abierta alcoba,

Y despertarla al son de blanda música

O a los arrullos plácidos del canto.

Y nada es más hermoso que el coloquio

Que se entabla después, mientras sonríen

Las trémulas estrellas en el éter,

Se deshojan las flores en los huertos

Y murmuran las voces de la noche

En el silencio de las calles quietas.

 

Cantado sea el ñandutí preciado,

Encaje primoroso del terruño,

Labor de las doncellas y recreo

De la existencia gris de las ancianas,

Que tejen solitarias y tranquilas

Sus capullos de blancos ñandutíes,

En las plácidas noches invernales.

A través de su espuma transparente

Resalta la piel rosa de las jóvenes

Con suavidades cándidas de seda.

A todos habla del callado esfuerzo

Perseverante que demanda el logro

De las felicidades más efímeras

Y de las grandes obras solidarias.

La tejedora, a imagen de un poeta,

Resume su gentil labor de hormiga

En diminutas obras estelares,

Llenas de frágil y divino encanto.

La alfarería sea celebrada

Como primaria ciencia de lo bello,

En la cual suple la maleable arcilla

La función nobilísima del mármol.

La estética inferior de la tinaja,

La escudilla y la fresca cantimplora,

Inicia al alfarero en los secretos

Del arte superior de la escultura.

Industria primitiva, en ella vive

La poesía idílica del cántaro;

En ella colaboran los fecundos

Elementos de la naturaleza;

La tierra, el agua, el aire, el sol y el fuego,

Y en ella muchas cosas nuestras duermen.

 

Paulo majora canamus. Loado

El régimen social presente sea,

Con sus simples costumbres coloniales

Y con su patriarcal fisonomía;

Mas no cristalice eternamente

En los moldes actuales, y obedezca

A la ley del progreso indefinido,

Y marche en armonía con el tiempo.

Como parte integrante del planeta,

Como integrante atmósfera del siglo,

Florezcan en el suelo comunero

Los más altos ideales de la especie.

El territorio todo sea un vasto

Laboratorio de invisibles vidas,

De valores mentales y sociales

De una futura humanidad más noble.

Resplandezca el espíritu latino

En los florecimientos de cultura.

Pase de mano en mano, inextinguible,

La simbólica antorcha de los griegos.

Reposen sobre bases siempre sólidas,

El bien, la honestidad, la fe, el decoro,

La amistad, la virtud, el sacrificio,

Y la continuidad de la familia,

Y la solemnidad del juramento,

Y la moralidad de las acciones.

Los hombres sean buenos ciudadanos

Y observadores fieles de las leyes;

Los magistrados, rectos y celosos;

Las mujeres, honestas y fecundas,

Y los jóvenes, sobrios, fuertes, sanos

Como lo fueron nuestros genitores.

 

Sea alabado el nacional carácter,

Circunspecto, callado, taciturno,

Mezcla de adusta gravedad indígena

Y de leal cordialidad guaireña.

Parcela de alma nórdica vaciada

En un molde solar. El sol caldea

Con sus lenguas de fuego nuestra frente.

De nuestro genio, amante del silencio,

De nuestra estoica raza pensativa,

Veo surgir en el oriente patrio

Una legión de cumbres solitarias,

Que han de ser glorias paraguayas puras.

En el hondón de nuestro denso espíritu

Existe un sedimento guaranítico

Y una capa española. Amamos todos

Las muestras de coraje, las alhajas,

La música, los versos, los viajes,

La vida exuberante, el sol, la siesta,

El lánguido columpio de la hamaca,

El cigarro, el chipa, la miel y el mate.

Sentimos las pasiones con el ímpetu

De las ambientes fuerzas silenciosas.

Somos capaces de matar sin pena,

Por el amor de la mujer amada,

Y de morir al lado del amigo,

O en aras de una bella conjetura.

Un fatalismo amable nos sonríe

En las horas adversas de la vida.

Somos parcos de gestos y palabras,

Porque habla por nosotros todo el trópico.

Cada cual lleva adentro un sol radiante

Y una callada y pintoresca selva.

 

Cuidemos con amor la lengua madre,

El guaraní rudimentario y dulce,

Formado de susurros de la selva,

De cantos de aves, de rumor de fuente.

Lenguaje pintoresco y primitivo,

Contemporáneo de remotas épocas, 

En él el lazo primordial del hombre

Con las obscuras fuentes de la tierra,

Se manifiesta con mayor relieve;

En él los sentimientos son más hondos,

Las voces del querer son más cordiales

Y las melancolías son más trágicas.

Con la plasticidad característica

De las lenguas primarias y concretas

Y la armonía imitativa propia

Del monosilabismo balbuciente,

El guaraní murmura, brilla, canta,

Relampaguea, llueve, truena, ríe,

Es el acento mismo de las cosas,

Es la vértebra misma de los seres,

El relieve, la línea, el movimiento

Del universo móvil y tangible.

Alterne su armonía primitiva

Con el culto lenguaje castellano;

Viértase en éste el pensamiento nuevo

 

Que brilla en la pupila de los jóvenes;

Pero déjese al pueblo, que, en su tierra,

Hable la lengua de la raza ausente.

Flores a la mujer. Bajo la gloria

Del sol, en medio de la pompa espléndida

De la naturaleza engalanada,

La mujer paraguaya se abre airosa

Como una flor del trópico, crecida

Al borde de un azul y quieto lago,

De tallo frágil, de sedanes pétalos,

De color suave y de sutil fragancia.

Tiembla en sus ojos la serena noche,

Constelada de estrellas, del ensueño;

Vaga en su acento insinuante y dulce

Un nostálgico arrullo de paloma;

Su cuerpo imita la esbeltez flexible

De la ondulante vara de los nardos;

Tiene su fina piel la aristocrática

Blancura del jazmín, dorada apenas

Por los rayos solares; su ser todo

Respira aquel encanto indefinible

Que se llama juky en nuestro idioma

Y que es más que la sal y que la gracia.

Tiene hechizo, según afirma el vulgo,

Cuando atribuye a algún paje hermético

El soberano imperio de sus ojos

Sobre el recio albedrío de los hombres.

Envuelta en su rebozo de espumilla,

Oliendo sus vestidos a mosquetas,

Almidonada la sonora enagua,

Enjoyada de anillos y collares,

En las orejas aros de crisálidas

Y lucientes peinetas en el pelo,

La clásica kygua vera, sonriente,

Pasa bajo un diluvio de piropos

Con su, alegría picaresca y chusca

Y su primor primaveral de maja.

Cantos y flores al cantar más dulce

De los cantares del solar nativo,

Y a la flor más fragante de las flores

Que hermosean los prados y las villas.

Sea siempre tratada con respeto

Y con la más pulida cortesía.

De su genio versátil la redime

El divino misterio de la augusta

Maternidad que las sublima a todas

Con el dolor de una pasión altruista.

Elévese su rango ante las leyes,

Respétese su libertad y adquiera

El íntegro dominio de su cuerpo

Y el íntegro dominio de su espíritu.

Y prosiga ejerciendo el dulce encanto

Humano del eterno femenino,

Con su fascinación de ideal corpóreo

Y sus hechizos de serpiente antigua.

Flores también a los gentiles niños,

En cuyos labios suena el himno patrio

Con el candor alado de la albura

De un susurrante vuelo de palomas,

Y en cuyos ojos resplandece, trémulo,

El incendio remoto de las albas.

Sean cuidados con el noble ahínco

Que requieren los brotes y los gérmenes.

Pueblen su tierna mente los maestros

De crisálidas, astros y cocuyos.

Adquieran fortaleza y gallardía

En la viril acción de la gimnasia.

Visiten los sepulcros de los héroes,

Cúbranlos de plegarias y coronas.

Y entonen cantos en loor eterno

Del creciente esplendor de la República.

 

Odas triunfales a los nobles jóvenes,

De quienes son las mágicas cosmópolis,

Por quienes nacen todas las auroras

Y a quienes abre el porvenir sus puertas,

Por el derecho de conquista propio

De los cabalgadores del ensueño.

Por ellos se conserva el idealismo

Que canta Ariel con su divino acento.

Por ellos se conserva el fuego sacro

Que sostuvo al Hidalgo en sus combates.

Por ellos sigue floreciendo el huerto

Socrático, a despecho de Aristófanes,

Ellos son siempre los sonantes ámbitos

De las sagradas voces de la especie.

Y son siempre los ecos formidables

De todas las palabras del espíritu.

En sus ojos llamea la vislumbre

De las nobles verdades del futuro;

Sobre sus almas sopla el viento lírico

De las grandes ideas de justicia,

Y en sus manos abiertas se dibujan

Las líneas del aplauso y la concordia.

Sacien en los dominios de la ciencia

El afán de saber que los consume,

Y en la vasta república del arte,

La inquietud de belleza que los roe.

Sobre todas las cosas, sean nervios

Acerados de acción viril y fuerte.

Discutan en las plazas y las aulas,

Inicien movimientos populares,

Enarbolen sus credos y banderas,

Hagan suyas las causas generosas,

Marchen a la cabeza del conjunto,

Vivan en el ambiente de su siglo,

Luchen con noble ardor por el imperio

De las instituciones democráticas,

Cultiven sus jardines de quimeras,

Labren su voluntad como un florete,

Dejándola indomable como un bloque,

Hagan estatuarios ademanes,

Muéstrense dignos de vivir la vida

Que, siendo un don, no todos merecemos,

Para que, al fin del ciclo de la lucha,

Que marca el declinar de nuestras horas,

Para sus canas suaves y serenas

La muerte sea un apacible tránsito.

 

Maldita sea la implacable guerra,

Maldita la ambición que la provoca,

Maldito el odio torvo que la enciende,

Maldito el furor negro que la atiza.

Contra los que la muevan o propicien,

Sea anatema eterno. Nunca vuelva

A ensangrentar el suelo donde duermen

Inmortalmente nuestros padres todos

En un hacinamiento de peñascos

Y una devastación de cataclismo.

Paz, como manda el nacional escudo,

A fin de que, a su sombra bienhechora,

Resuenen las sirenas de las fábricas,

Trabajen sin descanso los talleres,

Manche la pura claridad del día

El humo de las negras chimeneas,

Partan y lleguen en trajín pacífico

Los vapores cargados de productos,

Lleve el progreso hasta el confín remoto,

Silbando, la febril locomotora

Y florezcan las artes, las industrias,

Las labores, los campos y las mieses.

Cesen las convulsiones intestinas

Que malogran las savias nacionales,

Dividen las familias y restringen

El crédito exterior de la República.

En contiendas legales sin violencia,

Sosteniendo principios definidos,

Disputen los partidos el gobierno

Y pugnen con tesón los ciudadanos.

En los antiguos teatros de la guerra,

Levántense en contraste sugestivo

Monumentos de paz y de concordia.

Corran ríos de líquida abundancia,

En los cauces por donde circularon

Corrientes de heroísmo tinto en sangre.

Visítense las ruinas de la iglesia

De Humaitá, la inmortal y grande villa,

En solemne y viril recogimiento,

Y al mismo tiempo que la mente evoque

Episodios de homérica grandeza,

Condene la razón la guerra inicua,

Y proclame la paz como el estado

Superior de los hombres y los pueblos.

Haya también justicia, como impone

La encumbrada palabra del escudo.

Practíquenla en sus actos y medidas

Los gobernantes que no tienen otra

Misión en el poder que la observancia

De los imperativos categóricos

De la justicia. A sus dictados ciñan

Los jueces sus fallos, y procuren

Poner más bien en libertad a un hombre

Delincuente, que cometer errores.

Aspiren todos a tener la grande

Y absorbente pasión de la justicia,

Como el amor fanática, profunda

Como el odio y tenaz como los celos.

Páguese el bien con bien, pues ello es justo;

Pero el mal, con el fiel de la justicia.

Aunque todo conspire y se conjure

En contra de su luz deslumbradora,

Tarde o temprano resplandece siempre

En todo el esplendor de su belleza.

Nada hay más fuerte, poderoso y santo

Que su ley trascendente que se cumple

Con la fatalidad de los designios

Irreparables. Ámenla, pues, todos

Y obren de acuerdo con sus grandes normas,

Sintetizadas en el "Corpus juris"

Y grabadas con letras ancestrales

En la profundidad de la conciencia,

Silenciosa ciudad cercada toda

De rocas escarpadas y eminentes.

 

Bendita y respetada sea siempre

La libertad, el don más elevado,

Después del don supremo de la vida,

Ella presida el movimiento todo

De la Nación en marcha hacia los altos

Destinos que la historia nos reserva.

A su amparo la prensa exteriorice

La opinión popular, las intenciones

Legítimas y sanas, los reclamos

De los pueblos, las urbes y las villas.

Y circule espontáneo el pensamiento

De los hombres de todas las creencias,

Vibren las voces líricas y puras

Y obren las voluntades entusiastas.

La pena del puñal viril de Harmodio

Contra el que intente cercenar el goce

De la sagrada libertad o quiera

Resucitar un lóbrego pasado.

Sea excecrada la memoria infame

De todos los tiranos y opresores,

Y bendecida siempre la memoria

De los infortunados Comuneros,

Un bello monumento perpetúe

Aquel soberbio y trágico episodio.

La joven democracia paraguaya

Aspire a ser indefinida serie

De libertades que se mueva dentro

De otro núcleo serial de libertades.

Y a su sombra, tan grata cual la sombra

De un naranjal en flor, marche al futuro.

 

Sea alabado el liberal espíritu

De la Constitución, hermoso templo

Elevado a la gloria de los hombres.

Como su gran modelo, representa

La más bella y más sólida conquista

Del pensamiento nuevo. Su preámbulo

Dictado para el orbe, invita y llama

A todos los hermanos del planeta

A compartir los santos beneficios

De la existencia libre en el esfuerzo.

Observen todos sus preceptos sabios,

Inspirados en nobles pensamientos

De universal fraternidad futura.

Todas las garantías que consagra

Y todos los deberes que estatuye,

Sean fielmente y sin temor cumplidos.

Refórmense de acuerdo con las épocas

Sus arcaicos artículos, y siempre

Refleje el pensamiento dominante

O la tendencia general del siglo.

Sea un lecho de plomo, sin perjuicio

De ser instable cámara de cera.

Nada hay eterno bajo el sol, ni nadie

Es infalible bajo el móvil brillo

De las constelaciones del zodíaco.

En ella busquen fuentes de justicia

Los poderes que cumplen sus funciones

En virtud de mandatos populares.

Y sea, en fin, la pauta que gobierne

Y oriente las civiles energías,

Para que llegue a ser un cuerpo anímico

Y una triunfante realidad orgánica.

 

Cantado sea con unción el Himno,

Cuyas rudas y bélicas estrofas

Parece que galopan como potros

Con la desordenada crin al viento,

Y cuyo coro recio y lapidario,

Pide como un supremo bien la muerte,

Si no existiere la libertad ni gloria

O desapareciese la República.

Principia con la voz definitiva

De que rompe de pronto grandes lazos,

Con el rotundo "¡basta!" que separa

Y cambia totalmente los destinos.

Y luego, poco a poco, va creciendo

El sagrado clamor de sus estrofas,

Entre gritos de muerte y de bravura,

Apóstrofe sangriento a los tiranos,

Ecos triunfales, relucir de acero,

Rodillas que se doblan y saludos,

Y concluye en un vítor a los libres

Y en laurel inmortal para la patria.

Versos pueriles, balbucientes, toscos,

Tienen, con todo, la grandeza enorme

De un prodigio verbal que repercute

Con acendrado son en nuestras almas.

Al oírlo, un caudal de honda ternura

Hace temblar la voz y el cuerpo todo

Se estremece cual arco tenso listo

A disparar al acto una saeta;

LIénase el alma repentinamente

De la viril sublimidad del Canto

Y vive por un rato la existencia

De las generaciones extinguidas.

En aquellos instantes sempiternos

Se querría morir mil y una veces

En defensa de un palmo de la tierra

Por la cual nuestros mártires lucharon.

 

Toda la historia nacional entonces

Desfila ante la vista raudamente,

Por soberana gracia de las notas

Que por primera vez balbuceáramos

En el alegre patio de la escuela,

Un 14 de Mayo inolvidable,

Y surge la visión del suelo hermoso,

Donde nacimos y corrimos breves

Las deliciosas horas de la infancia

Y las escenas del amor primero,

Y. donde duermen nuestros buenos padres

En el profundo seno de la tierra.

Entónenlo los niños, las mujeres,

Cántenlo los ancianos y los jóvenes,

Con la voz conmovida y la mirada

Fija en los esplendores del futuro.

Fórmenle coro natural los ríos,

Las cascadas, las aves y las selvas.

Pregónenlo las melodiosas arpas

Y las sonantes bandas de las tropas.

Y toda la nación, como un gigante

Instrumento de cuerdas infinitas,

Eleve el Himno con clamor potente

En la epónima fiesta centenaria.

Cantos a la bandera en cuyos pliegues

El alma nacional, trémula, ondea,

Entre el rojo de históricos combates,

El blanco de las tiernas margaritas

Y el azul de las aguas y los sueños.

Revista simbolismo y trascendente

Cada color de la gentil enseña:

Colórense de rojo las pupilas,

En las luchas por causas elevadas;

Colórense de blanco los espíritus,

Las conciencias, las frentes y las manos,

Y tíñanse de azul, de azul estético,

De azul de idealidad y de quimera,

Todas las mentes nuevas y armoniosas.

Tremole el pabellón en todas partes

En medio del ondeo jubiloso

De las demás banderas de los pueblos,

Caros a nuestra sangre o nuestras almas.

Brille la estrella tutelar con brillo

De magnitud astral, y salga siempre

Antes que el sol, como un heraldo nuevo

De auroras no nacidas todavía.

 

Como el poeta errante de la Hélade

Que recitaba el prodigioso verso

Del padre Melesígenes, aeda,

Me vestiré de azul y de armonía

Para entonar mis votos augurales

Por la prosperidad de la República.

Que sea grande, poderosa y rica;

Que sea el paraíso del planeta;

Que cante eternamente la cigarra

Oculta entre el ramaje de sus árboles,

Que el naranjo florezca eternamente

Bajo la pompa azul del firmamento;

Que por sus ciencias, artes y cultura,

Influya en la ascensión mental del mundo;

Que aparezca en su seno el superhombre

O el semidiós humano prometido:

Que nazcan nuevas albas en su oriente

Y surjan nuevos astros en su cielo;

Que los libres del orbe la saluden

Como una patria suya hospitalaria;

Que las magnas ideas repercutan,

Como en su medio natural, en ella;

Que sea la celosa defensora

Del derecho, la paz, el arbitraje,

La razón, la concordia y la justicia,

Dentro del equilibrio americano;

Que se prolongue en su solar ambiente

El resplandor de la latina llama,

Y que, cuando los hados decretaren,

Después de su esplendor, su decadencia,

La humanidad, estremecida, exclame:

¡Una esbelta columna se ha tronchado!

 

 

 

 

            CANTO SECULAR

 

            Este poema apareció originariamente editado en folleto, con el siguiente prólogo: El selecto y delicado espíritu de don Arsenio López Decoud -he aquí que un varón del Renacimiento pasa- con cuya amistad me honro y para quien no tengo suficientes palabras de reconocimiento, quiere que vea la luz menos efímera del opúsculo mi homenaje al centenario de la independencia de nuestra República. Mi primera resistencia a su parecer hubo de desvanecerse muy pronto ante la nobleza de su actitud y la generosidad de su intento.

            Él resolvió hacer esta publicación con una espontaneidad que le enaltece y me ensalza. Cúmplase, pues, su voluntad, y para él sea toda mi gratitud.

            Después de estas palabras de justicia, añadiré otras pocas de verdad.       

            Deseo dejar constancia de las impresiones personales que experimenté en la fiebre de la creación.

            Comencé a escribir este poema bajo la inquietud que dejó en mi ánimo una discusión con uno de los más grandes poetas de nuestro idioma sobre el verso libre o sin rima, que me proponía emplear.

            Dificultaba, por otra parte, mi tarea, la magnitud del propósito que tuve en vista desde el primer momento: encerrar al Paraguay en mi canto. Ello era para mí bien arduo, porque no conservaba de mi país sino un recuerdo impreciso.

            Mediante intensos esfuerzos de imaginación, logré reconstruir todo el mundo en que transcurrió mi infancia y que dormía intacto en el fondo de mi alma.

            A medida que avanzaba en mi tarea, iban tornándose más cercanos y concretos los distintos aspectos que intentaba reproducir.

            Y cuando mi espíritu adquirió el temple definitivo, experimenté la desconocida y suprema emoción de ser el intérprete, bien humilde por cierto, del alma colectiva. Qué angustia torturó mi alma cuando desfiló ante mi vista, con la palpitación viviente de un fresco, el pasado demasiado próximo todavía!

            Y, al concluir el elogio de los árboles característicos de nuestra tierra, sentí, sin haber hecho gran cosa por merecerlo, el gran estremecimiento ario de ser igual a ellos y de comprender sus vidas obscuras.

            Estas emociones íntimas prueban esta absoluta e inmensa verdad humana: el poeta es un espíritu representativo, un fragmento desgarrado del vasto cuerpo de las cosas.

            Tenga o no valor mi vida conmemorativa, débole, pues, al menos, el inolvidable encanto de haberme sentido por un instante alma de mi pueblo y corazón de mi raza y el alto placer moral de haber alzado mi canto en el preciso momento en que otros alzaban el puñal contra la libertad.

(Fuente: POESÍAS DEL PARAGUAY – Antología desde sus orígenes , Realización y producción gráfica: ARAMÍ GRUPO EMPRESARIAL/ Tel. (595-21) 373.594/  e-mail: arami@rieder.net.py– Asunción/ Paraguay).

 

 

 

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