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NOEMÍ FERRARI DE NAGY (+)

  LA DICTADURA DEL DR. FRANCIA ESTUDIADA POR UN HISTORIADOR BRASILEÑO - Ensayo de NOEMÍ FERRARI DE NAGY


LA DICTADURA DEL DR. FRANCIA ESTUDIADA POR UN HISTORIADOR BRASILEÑO - Ensayo de NOEMÍ FERRARI DE NAGY

LA DICTADURA DEL DR. FRANCIA ESTUDIADA POR UN HISTORIADOR BRASILEÑO

Ensayo de NOEMÍ FERRARI DE NAGY

 


La dictadura de José Gaspar Rodríguez de Francia no cesa de atraer el interés de los investigadores. La conducción del país, ejercida por Francia durante 26 años, resultado de una política surgida por circunstancias especiales y realizada por un hombre singular, bien merece el atento examen de historiadores, economistas, teorizadores de geopolítica y literatos. El gobierno del Supremo Dictador fue el alma de un largo y exitoso esfuerzo de autodefensa y supervivencia de la nación, económicamente basado en una severa y ordenada administración de los bienes del país y con la mirada puesta en el reconocimiento internacional de la independencia y soberanía de la República del Paraguay. Que tal esfuerzo haya sido exitoso y que Francia haya muerto en su cama, de muerte natural, parecieron hechos dignos de maravilla a quienes juzgaban al dictador aún dominados por resentimientos personales, o no estando enterados de todas las circunstancias. Sin embargo, una vez decantadas éstas por el tiempo, van apareciendo estudios llevados a cabo racional y objetivamente, con el fin de iluminar como es debido a la verdad histórica.

Durante los últimos decenios de este siglo XX, el continente sudamericano va desperezándose en la alborada de un día pregnado de grandes posibilidades y al mismo tiempo de peligros de grandes errores, más allá de un recodo del fluir de su historia. Parece importante en grado sumo —importante y urgente— hacer precisamente ahora el máximo esfuerzo para encontramos armados de una buena preparación, frente al reto ambiguo de este nuevo día. La historia, si es evocada como es debido, o sea brindando una visión de los hechos en su lógica conexión, como una serie de situaciones que se resuelven las unas en las otras, a la luz de la verdad comprobada con capacidad y honradez, nos ofrece una real y enriquecedora experiencia. En esto estábamos pensando al leer un libro profundo y claro, fruto de un paciente trabajo de dos decenios: “Ensaio sobre a Ditadura do Paraguay — 1814— 1840” del historiador Raúl de Andrada e Silva, profesor de la Universidad de Sao Paulo, obra inteligentemente construida y riquísima en sus fuentes (1). Al tratar, este ensayo valioso, de un periodo clave para la historia del Paraguay, nos ofrece precisamente ese enriquecimiento de experiencia a que se ha aludido más arriba, y de particular interés para nosotros.

En la introducción nos habla el autor de su método de trabajo y de la finalidad perseguida. Sus palabras, breves y llanas, nos presentan un método y una finalidad de validez perenne y universal y por eso merecen ser citadas: “... basándonos en el hecho de que la Historia no se hace sin documentos, pusimos el máximo empeño en buscarlos, leerlos, interrogarlos. Y en meditar largamente sobre lo que de ellos podríamos colegir. Solamente entonces nos dispusimos a dar, de nuestra parte, ese aporte de subjetividad, sin el cual tampoco se hace Historia. Y no fuimos a controlar documentos sólo por la necesidad de comprobar la exactitud de nuestras afirmaciones, sino principalmente porque anhelábamos sentir en ellos, como sentimos, la verdadera vivencia del pasado. Ellos son los materiales de nuestra construcción. No nos movió, por lo tanto, la preocupación de lo inédito, aunque sí fuimos a la búsqueda de nueva documentación, cuando a eso nos obligaba la necesidad, experimentando, a veces, la alegría de encontrarla”. Cuando, con respecto a los documentos, el autor nos habla con tanta espontaneidad de su deseo de revisar personalmente todo lo ya encontrado y elaborado por otros, principalmente para “sentir” el pasado hundiéndose en su lectura, nos está dando, en realidad, una demostración de cómo debe trabajar un auténtico historiador. Por otra parte, en cuanto al “aporte de subjetividad”, él no ignora el peligro que tal aporte encierra. A este propósito dice: “... lo más importante de todo es concentrar el esfuerzo interpretativo en la comprensión histórica, único fundamento de los análisis realmente válidos. ¿Juzgar o comprender? Es el dilema propuesto por Marc Bloch (...) como advertencia contra los peligros de una excesiva tendencia al juicio en desmedro de la explicación”.

La revisión histórica de la dictadura de Francia en el Paraguay es la finalidad declarada del amplio estudio monográfico del Dr. Andrada e Silva. El valor de la obra está, por lo tanto, en la interpretación del pasado, a la luz de todos los documentos, publicados o no, conocidos o recién descubiertos que el historiador ha examinado y sobre los cuales ha meditado con profundo interés, pero con ecuánime sentido crítico. Y ésta es la riqueza ofrecida por la densa monografía del Dr. de Andrada. El lector es llevado a una altura desde la cual se abarca un panorama muy amplio, en que todos los acontecimientos y sus circunstancias forman un nítido y lógico conjunto. No es maravilla si el minucioso trabajo de búsqueda y de repetidas revisiones y controles ha requerido tantos años.

*****

“Sobre la ribera del Paraguay, mirando a las quietas aguas de su bahía, descansaba la Asunción del 700. Había surgido en el primer siglo de la colonización, como centinela avanzado de la conquista española (...) en el lugar que por cierto tiempo fue el punto extremo de la penetración pobladora. A dos centurias y media de distancia, en la aurora del siglo XIX, la ciudad formaba un cuadro en concordancia con la fisonomía de la sociedad que en ella habitaba y que conservaba pronunciados rasgos de su vieja estructura colonial”. Con estos toques, podríamos decir, de estilo impresionista, empieza la obra, en la cual se van describiendo los varios aspectos, las ventajas y desventajas del lugar -las “imposiciones de la naturaleza”- en que radican los principios de los hechos históricos. No recordamos, lastimosamente, dónde y cuándo Napoleón habría afirmado que “la historia de un país es su geografía”, sentencia que simplifica quizá demasiado la cuestión de la dependencia de una realidad de la otra, pero no deja, de todos modos, de alertar nuestra atención sobre los lazos que unen indefectiblemente una tierra con los que la habitan. Las circunstancias externas concurren también, por supuesto, a modelar la vida de los pueblos, y en efecto, en el caso que aquí nos interesa, al perder fuerza el empuje del flujo conquistador y poblacional hispánico (mientras se reforzaba la importancia comercial del puerto de Buenos Aires, con la característica tendencia a explotar a los productores, que es propia del comercio) Asunción y todo el Paraguay van quedando aislados. En el consiguiente estancamiento, sin embargo, va formándose la “originalidad étnica” de este país, proceso delineado en la penúltima parte del primer capítulo del “Ensaio...”, de la cual queremos citar al menos algunas líneas: “Muy reducido fue el aporte de origen europeo en la constitución étnica del Paraguay colonial. Por eso mismo, dada la escasez de mujeres blancas, fue intensa la mestización que produjo a los “mancebos de la tierra”, resultante de la mezcla de los conquistadores blancos con (...) la nación guaraní (...). De la fusión socio—racial resultó la equiparación entre “mestizos” y “criollos”, que se volvió usual en el Paraguay hasta llegar a ser reconocida y legalizada por la Real Cédula de Felipe IV, fechada el 31 de diciembre de 1662”.

El aislamiento del Paraguay, sin embargo, no significó la tranquilidad de la población: los ataques de los indios bravos y las “desvastadoras incursiones” de los bandeirantes, así como el abandono de la Corona que “no concedió ayudas financieras ni envió tropas auxiliares” fueron causa sin duda, de que se sintiese de manera apremiante la necesidad vital y común de la autodefensa. De allí comenzó fue consolidándose la conciencia nacional de una gente que estaba fundamentalmente unida —y separada de sus vecinos— por la lengua guaraní.

La marginación del país, por otro lado, favorecía el perdurar de la “inmadurez política del pueblo, cuya gran mayoría era indígena o mestiza, propensa a aceptar cualquier tipo de paternalismo...”. A grandes rasgos, ya están las premisas de lo que un día, bajo el influjo de las circunstancias, será el modelo de una dictadura nacional. Tales circunstancias, se nos presentan más de cerca en los capítulos siguientes del “Ensaio...”, una tras otra: la constitución de la población, examinada en sus varios estratos, con sus posibilidades —relativamente extensas— de una formación cultural a nivel primario, y muy limitadas —aunque no del todo ausentes— a nivel superior; la economía, en todos sus aspectos, incluyendo el comienzo del uso de la moneda metálica en vez del trueque, y sus primeros encuentros con el ataque de la expansión mercantil foránea que empezaba a seguir el ejemplo inglés; y los cambios del gobierno colonial de España. Había sido creado, en 1776, el Virreinato del Plata, cuya capital fue Buenos Aires, hecho, entre paréntesis, que ofreció más tarde el pretexto del “antecedente histórico” para justificar el intento porteño de conservar la vieja continuidad administrativa de la cuenca del Plata, después de la revolución. En el Paraguay fueron enviados Gobernadores, directamente responsables ante el Rey, administradores con amplios poderes, que habían llegado, en los últimos tiempos de la época colonial, a representar, a los ojos del pueblo, “la personificación del Estado”.

Las novedades políticas y finalmente los cambios institucionales en el Paraguay eran frutos de decisiones y agitaciones originadas muy lejos, y no encontraron aquí, en el momento crucial, al grupo selecto y concorde de dirigentes que en ese momento habría sido tan necesario. Se trataba nada menos que de crear ex novo un gobierno capaz de funcionar de inmediato, frente a situaciones erizadas de problemas internos y externos. Había una sola persona que reunía en sí las cualidades de preparación, firmeza, astucia y tesonera paciencia que el momento requería, y esta persona era Francia.

El aparecer y el afirmarse de su figura entre los responsables de la conducción de la cosa pública se destacan sobre un fondo que —en la obra comentada— va ampliándose al comprender necesariamente la visión de “las grandes transformaciones derivadas de la Revolución Francesa y del choque de los expansionismos británico y napoleónico”: panorama inseparable de la crisis de la independencia de la América Latina. La segunda parte de la obra del Dr. de Andrada, tan minuciosamente documentada como la primera, trata precisamente de los varios aspectos históricos ofrecidos por una España en decadencia, por la rivalidad anglo—francesa, por la presencia lusitana en la cuenca del Piala al trasladarse al Brasil la Corte de Portugal, la expansión de los Estados Unidos de Norteamérica y el intervencionismo de la Santa Alianza. Finalmente, una clara exposición del proceso de independencia en la Argentina, con el cuadro del antagonismo entre Buenos Aires y las provincias, nos lleva al capítulo de la “Secesión Paraguaya”. En el Paraguay la crisis conforma una necesidad, produce un vacío en el cual encaja perfectamente la personalidad de Francia, que en otras circunstancias sin duda no habría pesado tanto en la historia de su país. Pero, hasta llegar Francia al poder absoluto, y el Paraguay, a la estabilidad de una especie de hibernación, el camino no fue nada sencillo.

* * ***

El autor del “Ensaio...” enfoca una a una las razones que habían creado tiranteces entre Buenos Aires y el Paraguay y que no podrían sino seguir creándolas, puesto que la posición de Buenos Aires hacía inevitablemente de esa ciudad un importante centro comercial; el Paraguay, en cambio, era un productor de tierra adentro, y animado, además, por un fuerte sentido de independencia, en el cual el viejo ideal comunero era fortalecido por las nuevas corrientes del pensamiento europeo. Una de las raras veces en que el Dr. de Andrada expresa directamente su punto de vista, aparece aquí: “... el Paraguay tenía (con respecto a Buenos Aires) sus propias reivindicaciones, que, pudiendo realizarse, atentarían contra la hegemonía política—económica que Buenos Aires quería mantener en el nuevo orden (...). Según nuestra opinión, tales reivindicaciones, puesto que concernían los intereses vitales del país y eran sentidas por el pueblo en general, constituían el móvil más vigoroso del proceso de la independencia”.

Al llegar a América la ola originada en España por los acontecimientos europeos, en el Paraguay duró por cierto tiempo una situación borrosa, en la cual no estaban aún claramente separados los españoles con sus partidarios, los porteñistas, y los que no se sentían concordes ni con los unos ni con los otros. Estos opositores “independistas” fueron los vencedores de la invasión porteña de Belgrano: ni la situación, aún confusa, anterior a los históricos días de mayo, ni las hábiles proclamas del jefe de la expedición, anunciada como ayuda libertadora contra la opresión española, hicieron vacilar la voluntad de los paraguayos. La avanzada de los expedicionarios, con gran sorpresa de su jefe, se había encontrado en una tierra sin población. Obedientes a órdenes que se reconocían sabias, todos los habitantes se habían retirado, la soledad y la falta de cualquier información rodearon a los invasores, hasta llegar a la confrontación armada, en las cercanías de Paraguarí. Con respecto al encuentro, citamos un breve trozo del “Ensaio...”: “Al comenzar la batalla, el ataque de los invasores rompió el centro de las fuerzas defensoras, formado de fuerza regular española y de sus oficiales, entre los cuales estaba el Gobernador; se desbandaron los soldados, se escabulleron los jefes realistas, Velazco entre ellos. La victoria parecía inclinarse hacia los porteños, pero al final sonrió a las fuerzas locales. Victoria paraguaya, pues paraguayos eran casi todos los oficiales combatientes, así como los soldados de las dos divisiones que cayeron sobre los flancos del enemigo, obligándolo a retirarse”.

La borrascosa prueba de la invasión porteña aclaró la situación, así interna como externa de Paraguay, pues precipitó el fin de la autoridad española y encaminó el país a la definición de su independencia política. El párrafo final de las páginas del “Ensaio...” dedicadas a la expedición de Belgrano, merecen también ser citado, al menos en parte, por la resonancia que suscita en el lector recordándole otros hechos de la historia paraguaya —aún envueltos en el oscuro porvenir, al tiempo de aquel encuentro armado— que repetidamente demostraron la formidable unidad de la nación (el adjetivo es usado en todo su sentido etimológico) cuando se vio obligada a la guerra: “El ardor con el cual se batieron las fuerzas paraguayas y con el cual colaboraron los no combatientes, mujeres, viejos, adolescentes y niños, resalta en los testimonios de Velazco y Belgrano. De las batallas que habían ganado, salían conscientes de su propia capacidad de defender su libertad”.

*****

El cuadro de los ya cercanos antecedentes del régimen dictatorial se nos ofrece en la tercera parte de la obra, a la mitad del libro. La presencia y las ausencias de Francia entre los hombres del gobierno aparecen igualmente significativas para dar la pauta de cuán imprescindible era él —“astuto y perspicaz” — en los momentos delicados o difíciles aunque no resultara agradable. El hecho era que la Junta creada por el Congreso de 1811 no tenía la cohesión necesaria para consolidarse, y no lograba adoptar una firme y concorde línea de conducta. La inquietud que turbaba el interior del país, creada por frecuentes robos y asaltos, no era de ninguna manera aliviada por la acción de los que eran enviados para reprimir la delincuencia, y que a veces se abandonaban a excesos deplorables. En cuanto a las disensiones entre los miembros mismos de la Junta, nuestro historiador las delinea con breves pero clarísimos trazos: “El presbítero Bogarín y Femando de la Mora desaprobaban el rigor con el cual, desde los primeros momentos, eran tratados los ciudadanos contrarios al gobierno. Francia, por su parte, no tardaría en retirarse de la Junta, no tolerando la supremacía que se arrogaban los dos militares, Yegros y Caballero, ni la intervención de ellos en todos los asuntos administrativos, ni tampoco ciertas actitudes de los mismos, que, en la opinión del austero vocal, no concedían con el decoro del gobierno”. La conducta personal de “los dos mili-tares” no podía ser aludida en forma más breve y objetiva.

La Junta no era culpable de falta de buena voluntad en sus esfuerzos para realizar cuanto se había propuesto (incluyendo hasta un ambicioso plan cultural, destinado luego a quedar en la nada), pero la buena voluntad no puede sustituir la capacidad que falte. El “Ensaio...” dice: “... la ausencia del Dr. Francia era cada vez más sentida, sea por la eficiencia administrativa de él, sea por la firmeza de su posición antiporteñista, precisamente cuando la política de Buenos Aires se mostraba más radical en sus restricciones con respecto a la autonomía paraguaya. Saliendo de su retiro de largos meses en la quinta de Ybyraí —donde no había perdido el contacto con lo que sucedía en el país— volvió él al gobierno, el 16 de noviembre de 1812. Y lo hacía en el momento en que, tanto las dificultades provenientes de las cuestiones internacionales, como las circunstancias de la situación interna, caracterizada por la inestabilidad socio—política, creaban condiciones favorables al advenimiento de un régimen de poder personal, de los que imponen por la fuerza la autoridad y el orden”.

***

Una vez nombrado Dictador Vitalicio, Francia fue borrando toda institución que pudiera frenar o molestar su acción de gobernante. Ya no era joven, pero sí se encontraba en la plenitud de sus capacidades intelectuales, con mucha experiencia, “más cauto —dice nuestro historiador— casi totalmente alejado de la convivencia social, (encerrado) en una actitud protocolar que lo hacía a menudo inaccesible”. La descripción de la rígida división de

su tiempo y de la severidad de sus costumbres, es decir de un estilo de vida que parece casi inhumano en un hombre que no pertenezca a una orden religiosa, revela los rasgos de una personalidad totalmente entregada a una absorbente vocación. En este caso, vocación de administrador y guardián de bienes y de gentes, en forma de un paternalismo cual se había esperado un tiempo de los Gobernadores de las colonias y que había sido la base de las realizaciones jesuíticas en las reducciones.

En la última parte de su trabajo, el Dr. de Andrada nos permite ver en los detalles la organización del país bajo los personales e incansables cuidados del Dictador. Es un cuadro que nos obliga a repetir un término ya anteriormente usado: hibernación. Porque en realidad hubo una vida nacional de tono apagado, de muy bajo nivel, sin progreso; vida extremadamente sencilla, que ofrecía, por otro lado, las ventajas de la seguridad interna y del respeto de parte de los inquietos vecinos. A la muerte del Dictador pudo comprobarse, además, que tanta frugalidad, orden y buen manejo de los productos de exportación, habían dejado el fruto de una importante herencia que pudo ser luego aprovechada por otro paternalismo, el del gobierno de Carlos Antonio López.

Francia “... estaba tallado -dice nuestro historiador- para la misión que le cupo, gracias a las peculiaridades de su carácter, a los atributos de su personalidad que armonizaban con las circunstancias del medio social y con el momento histórico”. En cuanto a ciertos juicios superficiales sobre la psicología de él el Dr. de Andrada se encuentra de acuerdo con la opinión del historiador escocés Tomás Carlyle (1795—1881), según el cual en un hombre —un intelectual, además— que llega a la dictadura ya quincuagenario, que no es atraído por los bienes materiales y desprecia el elogio oficializado, “no es lógico admitir esa especie de deseo de mando que no tiene otro objetivo sino el de movilizar lacayos”. ¿Qué era, pues, esa sed demando, tan fuerte en ese célibe cincuentón, que parecía excluir todo otro deseo? He aquí la respuesta que encontramos en el “Ensaio...”: no era sólo fruto de una naturaleza autoritaria, sino también la expresión de una arrebatadora idea: el convencimiento de estar desempeñando el papel del hombre providencial, llamado a defender, a todo trance, la independencia de una patria libre. (Francia) quiso fundar una nación y un estado soberano. A este ideal político subordinó todo: instituciones, religión, comercio exterior, relaciones diplomáticas. Y para llevar a cabo esta obra, en que hay toques de grandeza, obró a veces con excesos de rigor y con crueldad contra sus adversarios”.

La historia nos da, con la figura de Francia, un ejemplo más de la necesidad humana, sin excepciones, de encontrar siempre alguna frontera, algunos obstáculos que sigan, hasta cierto punto, limitando y condicionando la personalidad de cada individuo, hasta el fin. Las sombras, a veces hasta grotescas, del poder absoluto del Dictador, no son soslayadas, naturalmente, en la obra que estamos comentando:    “Por motivos políticos, o simplemente

bajo pretexto de tales motivos, pero en realidad impulsado por vehementes resentimientos personales contra adversarios, rivales o contrarios, (Francia) apresó a varios miembros de la oligarquía asuncena, ya sometida a él, condenando a unas decenas de ellos a la pena capital. Fue inflexible contra los extranjeros juzgados sospechosos con respecto al gobierno y capaces de amenazar la seguridad del Paraguay; humilló a los españoles con el decreto del 1º. de marzo de 1814, que les prohibía casarse con mujeres blancas permitiéndoles sólo el matrimonio con indias, mulatas y negras; los obligó a pagar multas colectivas a título de contribución para gastos de las fuerzas armadas, a los santafesinos, algunos de ellos antiguos moradores de Asunción, los encarceló por largos años, porque un Gobernador de Santa Fe se había apoderado de una partida de armas destinadas al Paraguay. A veces llegó a los extremos de la extravagancia y de la ridiculez, como en el decreto con el cual declaró mulatos, hasta la quinta generación, a los soberbios señores de la sociedad asuncena que le había lanzado el mismo epíteto agraviante”.

El autor del “Ensaio...” ya había dicho que el nombramiento de Francia como Dictador recuerda la antigua institución romana a la cual se recurría en casos extremos, poniendo la suma de poderes en las manos de uno solo; hacia el final de la obra repite que así fue, en su origen, la dictadura de Francia, es decir “un régimen de emergencia”. El Dictador quedó luego, como dueño absoluto, pero también como primer servidor de su país.

En su rigurosa fidelidad a la prueba de los datos pacientemente estudiados, el Dr. de Andrada no pasa, ni quiere pasar, la línea de la interpretaciones plenamente justificadas por los documentos. Al atento lector, sin embargo, le está permitido vagar con el pensamiento sobre la evocación de ese hombre singular que fue Francia, tirano y voluntario esclavo de un singular país; y casi siente el cernirse de un definido destino por encima de los hechos. Aquel hombre que regía su patria siendo tan meticuloso e incansable en su actividad, vivo corazón que recibía y mandaba en penetración capilar el flujo vital de toda la nación, no preparó ni designó a quien pudiera sucederle; y en cuanto al sucesor que ya se estaba formando, él nada presintió. Cuando los tiempos fueron maduros Francia cesó de existir. “Y la sucesión de Francia, luego del breve período del 2º. Consulado, recayó en la persona de Carlos Antonio López, cuyo gobierno, en términos de poder personal, sería una prolongación del régimen precedente”.

Al finalizar la lectura —lenta por cierto y meditada de la obra del Dr. Raúl de Andrada e Silva, nos sentimos un poco como al término de un viaje hecho con un guía sabio y paciente. Hemos cruzado con él un tiempo en que el nuestro hunde sus raíces, en un recorrido inspirador de muchas reflexiones y que nos ha enriquecido de experiencia. Nos sentimos agradecidos por este enriquecimiento.


NOTA:

Además de numerosas fuentes manuscritas, la bibliografía consta de cerca de doscientos títulos.

1) Universidade de Sao Paulo — Fundo de Pesquisas do Museu Paulista - RAUL DE ANDRADA E SILVA — Ensaio sobre a Ditadura do Paraguay — 1814—1840. Coleçao Museu Paulista, Serie Ensaios, vol. 3, Sao Paulo 1978.

 

 

 

 

 

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