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VÍCTOR JACINTO FLECHA

  PARAGUAY, ¿UNA SOCIEDAD QUE BUSCA SU REDENCIÓN FUERA DE SÍ MISMA? - Por VÍCTOR-JACINTO FLECHA - Domingo, 07 de Febrero de 2021


 PARAGUAY, ¿UNA SOCIEDAD QUE BUSCA SU REDENCIÓN FUERA DE SÍ MISMA? - Por VÍCTOR-JACINTO FLECHA - Domingo, 07 de Febrero de 2021

 PARAGUAY, ¿UNA SOCIEDAD QUE BUSCA SU REDENCIÓN FUERA DE SÍ MISMA?

 

 

Por VÍCTOR-JACINTO FLECHA

 

victorjacintoflecha@gmail.com

El comportamiento social y el del Estado son vistos desde distintas aristas por nuestros escritores contemporáneos, aún en aquellas obras oníricas. En este artículo quisiéramos rastrear la visión que tiene Carlos Villagra Marsal (1931-2016) de la sociedad paraguaya frente al autoritarismo vigente en el transcurso de su historia.

En su cuento Arribeño del norte, publicado en 1961 en la revista Alcor, que se desarrolla en el contexto de la Guerra Civil de 1947, nos relata que una anciana que vive en un lugar solitario del campo es asaltada por cuatreros. En su miserable vivienda es despojada de toda su comida y sus pobres enseres son desparramados.

Poco después llega un desconocido en un brioso caballo. Pide de comer a la mujer y esta le responde que fue atropellada y se llevaron toda su provista, pero que tiene unas mandiocas y un huevo que puede ofrecerle. El hombre acepta. Come y luego pregunta la dirección que tomaron aquellos hombres. Vuelve a montar y galopa hacia el lado señalado por la anciana.

No tarda en regresar y tira en la tranquera de la casa de la anciana una bolsa cuyo contenido son las cabezas de los maleantes, como si el personaje hubiera sido enviado por un poder superior o mágico para cumplir el castigo contra los que violentaron a una persona incapaz de defenderse.

En 1964, Villagra Marsal escribe una novela corta, Mancuello y la perdiz, en la que retoma el tema del justiciero desconocido que llega para convertirse en vengador, en este caso contra un maleante que tiene aterrada a una pequeña aldea campesina. Esta obra obtuvo en 1965 el primer premio en el concurso de novela del diario La Tribuna de Asunción y fue editada el mismo año por la Editorial Emasa. Tuvo múltiples ediciones posteriores, tanto en el país como en el extranjero.

¿Qué aporta esta obra a la narrativa paraguaya?

El gran desafío de los escritores paraguayos fue y sigue siendo cómo expresar la realidad paraguaya en lengua castellana, cuando el guaraní es el idioma cotidiano de gran parte de la población. Carlos Villagra Marsal aborda la problemática de expresar el mundo cultural paraguayo desde una manera inédita hasta ese momento. Utiliza un «compuesto» popular en guaraní como hilo conductor de su novela.

El autor, al tomar un compuesto, recitado en guaraní, como base de su argumento, penetra de manera diferente en el alma cultural paraguaya. El texto fue escrito originalmente en guaraní. El publicado en español no se puede decir que sea una traducción simple y llana. Más bien es una interpretación que utiliza el guaraní en su forma poética de nominar las cosas que el novelista traslada al castellano, otorgando a cada expresión una fuerza poética renovada.

La novela se divide en 10 capítulos. Un anuncio de lluvias a través de truenos lejanos y la cerrazón del cielo crean el ambiente para que un peón de ocasión relate al niño, hijo del patrón del establecimiento ganadero, la historia o el «caso» de un bandido, de los muchos que asolaron los pueblos paraguayos. El relato es el argumento de toda la novela que irá desarrollándose en los capítulos posteriores. La historia se centra en un cuatrero.

«Pantaleón de nombre, Mancuello de apelido. Hombre más malo y de laya más fea no se ha de topar en la superficie de este mundo: un zafado imposible, malevo sin segundo, mañero como novillo erado, peligroso como víbora chinini, tan provocativo como víbora capitán y más traicionero que víbora-liana, ese era Mancuello».

Este hombre tenía aterrorizada a toda la población. No mostraba ningún respeto por nadie, fuera cual fuese su condición, edad o sexo. Lo mismo le daba que fuera jefe de policía, juez o sacerdote. Sus desmanes no tenían límites y no había quien se le opusiera. Su sola presencia hacía temblar a los más valientes del pueblo y sus alrededores.

Era experto en el manejo del látigo, con el que enroscaba a cualquiera, a no ser que usara su machete para destripar a su eventual contrincante. El pueblo se encontraba cautivo de la violencia de este personaje.

Todo el pueblo, feliz, participa en una fiesta, cuando en «un repente» llega Mancuello. El desbande es total. Cada uno busca algún agujero donde esconderse.

En ese momento aparece un forastero, José, quien de manera clara y paciente le dice:

«–Mire usted, señor: yo ciertamente no soy de por acá, pero quiero decirle lo siguiente: no vale, chamigo, que esté aperturbando y amolestando a sus semejantes hasta rebasar. (…)

Mancuello ya no se aguantó; regoldando una blasfemia, volvió a desenvainar su Barcelona y, sin advertirle al otro que se defendiera, allí nomás le jugó una puñalada al vientre (con el envés de la mano hacia arriba para que, al penetrar la hoja, girase la muñeca sacando afuera los intestinos)».

José esquiva el golpe y envuelve con el látigo a Mancuello, haciéndolo gemir. Repite los latigazos que van marcando la carne del cuatrero hasta que este huye corriendo, perseguido por un largo trecho por los latigazos de vengador, que lo obligan a penetrar las espinosas matas de karaguata del borde del bosque, buscando escapar.

La gente sale de sus escondites a festejar el hecho. Se sienten liberados del terror que los tenían aprisionados desde hacía mucho tiempo. Por fin alguien ponía en su lugar al terrorífico Mancuello.

La novela Mancuello y la perdiz está considerada por la crítica un clásico de la literatura paraguaya, no solo por lo poético del texto literario, sino por la forma de develar lo recóndito de una sociedad.

Conclusión

El país que retrata Villagra es, justamente, una sociedad rural casi congelada en el tiempo, sin infraestructura de servicios básicos, ni médicos, y mucho menos caminos.

Un Estado ausente que solo se manifiesta por la presencia de una comisaría policial, un juez de Paz que no es letrado, una escuela con una sola maestra que atiende a todos los grados en forma conjunta en la misma aula.

En esa precariedad social y cultural, abandonada en la quietud del tiempo, sin iniciativas propias de progreso comunitario, conciben la vida envuelta en una atmósfera mágica. Dentro de esa lógica cabe muy bien que la acción del valiente desconocido, que enfrenta y castiga a Mancuello, cosa que nadie del pueblo se había animado a hacer, sea interpretada en el imaginario popular en el sentido de que el forastero no podía ser nadie más que el Arcángel Gabriel, enviado por Dios para liberarlos de su tormento.

Helio Vera dice que la novela Mancuello y la Perdiz devela una cosmovisión cultural paraguaya, la de esperar la solución de los problemas propios desde una perspectiva mágica externa. Conclusión que compartimos.

«El pueblo no es el actor de su propia liberación; es sólo un testigo de lo que le ocurre a él mismo. Mira los hechos como si fuera extraño a ellos, pese a padecerlos en su propia carne. En el Paraguay, Fuenteovejuna no castiga al Comendador. Sólo aparece para aplaudir a su libertador, pero sin haber movido un dedo para castigar al tirano. Esta mansa aceptación de los hechos, este carácter de espectador de la propia historia que nos describe la obra, contiene alegóricamente todo el devenir del pueblo paraguayo».

 

MANCUELLO Y LA PERDIZ

(Hacer click sobre la imagen)



Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

Domingo, 07 de Febrero de 2021

Página 4

www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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