Portal Guaraní - LOPISMO Y ANTILOPISMO: EL NACIONALISMO PARAGUAYO - Por PEDRO GAMARRA DOLDÁN

El principal enemigo que tuvo Solano López fue él mismo. Su carácter autoritario, su falta de diplomacia, mesura y planificación, afirma el autor de esta nota.

Hace pocos días se celebró el 1 de marzo, Día de los Héroes. Que son todos, civiles y militares, no como se quiere dar en recordar la fecha citada.

Soy lopista, desde el punto de vista que considero que el mejor gobierno que tuvimos en el siglo XIX fue el de Don Carlos Antonio López (1792– 1862), llamado por el polígrafo paraguayo Juan Francisco Pérez Acosta El obrero máximo del Paraguay, pues durante su gobierno (1841-1862), tanto consulado como presidencial, el Paraguay tuvo un riguroso crecimiento en lo económico, técnico, urbanístico, en lo internacional y bastante en lo educativo.

Pero Don Carlos Antonio buscó crecer por medio de la paz, y por el equilibrio ante sus peligrosos vecinos. Con él tuvimos por primera vez un ministro residente en París, Francia, acreditado ante casi toda la Europa de esos años.

Su hijo, militar, con mando de tropa antes de los veinte años, no pudo resistir la marca del poder y, sin ningún tratado suscripto con el Uruguay, salimos a defender a un país hermano, es cierto, pero sin estar obligados a ir más allá de la protesta, y buscar ínterin desarrollar una política exterior que nos permitiera acercarnos a Chile, Perú, Colombia, Venezuela, naciones que tenían tensiones con Argentina (la primera) y con Brasil (las otras tres).

Tampoco nos acercamos a EEUU, ya salido de la guerra de la Secesión, a pedir su intervención. O a Francia o a Gran Bretaña. En otras palabras, mientras el país se armaba para una eventual guerra, buscábamos amigos en el escenario exterior.

El principal enemigo que tuvo el mariscal Francisco Solano López fue él mismo. Su carácter autoritario, su falta de diplomacia, mesura y planificación. No buscó un trato personal con Bartolomé Mitre, de Argentina, para llegar a un modus vivendi y asegurar los ríos. No consultaba a sus ministros. La opción militar para él era decisiva.

Cito de mi libro La demografía en la historia del Paraguay los datos referidos a la población y la economía.

No podíamos ir solos a una guerra con posibilidad de éxito, en una contienda contra tres países más ricos y poblados y, además, con costas oceánicas. El coronel Teodoro Ramón Delgado escribió hace pocos años un libro que trata el tema de la falta de pericia militar de nuestro Mariscal Francisco Solano López: La Conducción del Ejército Paraguayo en la Guerra contra la Triple Alianza. Gregorio Benítez, en 1910, publicó sus memorias como ministro en París, donde señala la falta de indicaciones precisas sobre pedidos de ayuda, intervención, mediación, etc., de países. El ingeniero Igor Fleischer nos obsequió con cinco voluminosos y fundados tomos sobre Los cuatro Jinetes del Apocalipsis: o sea Pedro II, Venancio Flores, Mitre…. y el propio López. Es decir, los cuatro que vinieron a destruir el Paraguay.

El mariscal López contó con el fervor casi unánime del pueblo paraguayo, eso es cierto. Años de agrio imperialismo portugués-brasileño y porteño le daban gran ayuda. Aparte que el paraguayo es sinónimo de “ser mejor en la guerra que en la paz”, y la famosa frase de Manuel Gondra, sobre López (“Fue el único tirano que murió con la espada en la mano”) es cierta.

Que ese lopismo de la guerra se consustanció con tantas muertes y tropelías de los aliados en contra nuestra, siempre existió; y sobre todo a partir del novecientos, en que con el Colegio Nacional y la Universidad Nacional el pensamiento se vuelve más amplio y va del científico al que se siente solo en la piel.

La Guerra del Chaco pudo crear otros “espadones” o nacionalistas militares, pero ni el mariscal Estigarribia, ni el coronel Eugenio A. Garay, ni el coronel Luis Irrazábal, ni los demás grandes jefes buscaron el poder por el poder. El caso del coronel Rafael Franco es distinto. El caso del coronel Higinio Morínigo es burlesco, aunque tuvo ministros interesantes y, a través de ellos, algunas innovaciones más interesantes aún. Pero no: aquella guerra se practicó con un poder civil que gobernaba (el doctor Eusebio Ayala) y un conocido militar (Estigarribia), quienes dentro de una concepción democrática manejaron la guerra.

Se dijo que ante la hecatombe de la Guerra Grande surgió una imperiosa necesidad de tener mesías para redimir la desgracia nacional.

Así emergen el general Bernardino Caballero, el general Juan Bautista Egusquiza, el coronel y doctor Benigno Ferreira.

Don Eduardo Schaerer practicó bastante del caciquismo político en torno a su persona. Y el gran Dr. Eligio Ayala –para mí, el mejor gobernante del Paraguay del siglo XX– gobernó casi al borde de la Constitución. Todo fuera para comprar las armas de tierra, cielo y agua que no tuvimos en la guerra de 1870.

Ya sea para levantar el espíritu debilitado después de esa gran guerra del siglo XIX, pero Juan E. O’Leary, Manuel Domínguez o Leopoldo Ramos Giménez, intencionalmente o no, trasladaron desde la pluma el heroísmo solo a las guerras y a los militares. Se era un ciudadano de primera si se reunía esos valores.

En contrapartida, dentro de un culto a lo nacional, hemos prescindido de los héroes civiles. Y hay tantos, tan olvidados y preteridos, que pareciera por el nombre de calles que solo los militares hicieron la nación y conceptuaran el modelo del nacionalismo paraguayo.

Ojalá esta polarización de entreveros entre lopistas y antilopistas lleve a una investigación analítica y mesurada de nuestros avatares, lejos del nacionalismo mal concebido. Hijo de ese defecto conceptual es el gobierno que duró 35 años (1954–1989): el de Alfredo Stroessner.

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