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MARÍA EUGENIA GARAY

  POESÍAS y CUENTOS de MARÍA EUGENIA GARAY - Año 2011


POESÍAS y CUENTOS de MARÍA EUGENIA GARAY - Año 2011

POESÍAS y CUENTOS de MARÍA EUGENIA GARAY

(Asunción, 1954)

 

Poeta, narradora y periodista. Licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Católica de Asunción, socia fundadora de la Sociedad de Escri­tores del Paraguay (SEP) y socia de Escritoras Paraguayas Asociadas (EPA), María Eugenia Garay realiza colaboraciones periódicas (entrevistas, crítica li­teraria, poemas, artículos históricos y otros textos) en diferentes medios de prensa locales, y sus obras han sido incluidas en antologías y publicaciones conjuntas dentro y fuera del país. En 1971 se la distingue con el Premio René Dávalos convocado ese año por la Revista Criterio. Hasta la fecha tiene publi­cados más de veinte libros que incluyen poemarios y numerosas obras (poemas, cuentos, relatos...) para niños y jóvenes, entre ellos: Poesía (1983), Recobrario (1984), Elección personal (1987), Baile de disfraces (1987), Los indóciles sue­ños (1999; Segundo Premio en Premio Municipal de Literatura, edición 2000, y Mención de Honor del Premio Nacional de Literatura 2001), Bosque de lu­ciérnagas (2000; Mención de Honor en Premio Literario Roque Gaona, edición 2000), Verano en Isla Esmeralda (2000). En 2004 aparece El hada de la luna y un año después El túnel del tiempo (2005; Mención de Honor del Premio Na­cional de Literatura 2005), declaradas ambas "obras de interés educativo y cultural" por el Ministerio de Educación y Cultura. De posterior aparición son una serie de narraciones y textos poéticos dirigidos a un público infanto juvenil: Duendes en el ropero (2005), novela para niños, Conversaciones con el abuelo (2005), En el Laberinto del Minotauro (2005), relato de tipo policial, En busca del Tesoro de los Dioses (2006) y la Colección: Abracadabra la Tierra nos habla que comprende cinco tomos de poesías para niños, todos publicados en 2006­-2007. Muchas de sus poesías han sido musicalizadas y grabadas por destacados compositores, otras llevadas al teatro y algunas plasmadas en pinturas por artis­tas plásticos nacionales. De más reciente publicación son: el poemario A orillas del tiempo (2010), Aquella madrugada de 1811 (2011), relato adaptado de un capítulo de su novela El túnel del tiempo (2005), y Colección Eros (2011, una trilogía de poemarios: Ansias de ti, Los signos del amor y Comarca de flores azules.

 

 

         LA CANCIÓN DE LA TIERRA

 

Comienza la ronda

del Abracadabra

la magia te envuelve

¡La Tierra te habla!

Te invito a la ronda,

del planeta Tierra

tómame la mano y

Las hadas y duendes

que hay en el jardín

tocarán la orquesta

compuesta de un piano

flautas, panderetas,

guitarra y violín.

 

Súmate a la ronda,

de todos los niños

unamos ideales

plenos de cariño.

Cantemos, bailemos

que este es el momento

de hacer un esfuerzo

para que el planeta

con tanta basura,

polución, residuos,

con nuestros esfuerzos

vuelva a relumbrar,

y a recuperar

como en la Creación,

ese antiguo brillo

como lo hizo Dios.

 

 

         ESCALERA AL CIELO

 

Únete a la ronda

del techo infinito

bordado de nubes

de blanco algodón.

Pintado de azul,

de rosa o celeste

o en las tardecitas

teñido de añil.

Del hermoso cielo

hacedor de estrellas

cuna de la luna,

refugio del sol.

Cantemos gozosos

a la luz que alumbra

al árbol que crece

dando sombra y frutos

o a la flor que nace

en mitad del surco

desde la penumbra

hacia el resplandor.

 

 

         HIMNO A LA ALEGRÍA

 

Cantemos felices,

al agua que fluye

pura y cristalina

trayendo en su cauce

voces de armonía.

Al aire diáfano

hecho de cristal

que es indispensable

para respirar.

Sin agua y sin aire

les puedo decir

que vida en la Tierra

no podría existir.

Un alegre himno

vamos a entonar.

Y entre sus estrofas

hechas con palabras

y flores de azahar

un amor inmenso

vamos a expresar.

A todo el entorno

que está en derredor,

las selvas, los cerros

la flor y el trigal.

Sin ellos la vida

se puede extinguir

y el hombre en la Tierra

no podrá vivir.

Por eso nosotros

vamos a cantar

y a decir que estamos

aprendiendo a amar.

El viento del bosque

llevará en sus alas

ráfagas del himno

con vibrante son,

congregando a todos

a entonar las coplas,

haciendo que aflore

profunda emoción,

en las multitudes

que espontáneamente,

se reúna en los prados

al oír la canción.

 

 

         DUENDES VIAJANDO EN UN RAYO DE LUZ

 

Desde el infinito

cielo tan azul,

los duendes que pueblan

Júpiter y Venus,

que brillan lejanos

allá en el confín,

al oír nuestros cantos,

se querrán unir

para no quedarse

fuera del festín.

Sus niños viajando

en un rayo de luz

traerán mil guitarras,

flautas y violín,

sumándose entonces

a integrar la orquesta,

y a bailar la rueda,

tan llenos de júbilo

que la algarabía

nunca tendrá fin.

Con grandes sombreros

los duendes de Venus

traerán el disfraz

más original.

Los adornarán

para la ocasión

muchas mariposas

y bichitos de luz,

que tendrán el brillo

de las lentejuelas,

y competirán

en luz y color

con unos anillos

lindos y amarillos

que los de Saturno

van a repartir,

a todos los niños

que quieran venir.

 

 

         LA MARAVILLOSA CRUZ DEL SUR

 

Habrá otros regalos

nunca imaginados

que serán sorteados

en el festival.

Hechos con diamantes

rayos y centellas,

colas de cometas

y algún mineral

de extraño fulgor,

que la Cruz del Sur

siempre tan genial,

al oír el barullo

quiso regalar,

porque aunque anhelaba

venir a bailar

alumbrando el cielo

se debió quedar.

Una golondrina

siempre parlanchina,

muy junto al oído

me cuchicheó,

que los duendecitos

venidos de Júpiter

lucirán dos botas

tan esplendorosas,

que tendrán un brillo

mayor a un farol,

porque las tejieron

con rayos de sol.

Seres mitológicos

vendrán de Quirón,

décimo planeta

que alguien descubrió.

Duendes, gnomos

y hadas, así arribarán

cabalgando sobre

alados unicornios

de mágico andar.

Habrá salamandras

nacidas del fuego,

que entre llamaradas

van a aparecer,

bailando en las llamas

con gracia ondulante,

danza que te danza

hasta amanecer.

 

 

         ¡ABRACADABRA! LA TIERRA NOS HABLA

 

Por obra de magia

y del ¡Abracadabra!

la Tierra nos pide

que seamos su voz,

gritemos con fuerza

lo que ella nos dicta

con su milenaria

y serena canción:

"¡Benditos los niños

que se empeñan hoy

para que en el mundo

triunfe el Amor!"

Y el sol

que relumbra

con tanto esplendor

se suma a la rueda

de nuestra ilusión

Sus rayos

que besan

la Tierra que amamos

parecen decirnos

plenos de fulgor:

"¡Queridos pequeños,

disfruten la vida,

el suelo y el sol,

sueñen como hermanos

con un mundo nuevo

repleto de amor.

Siembren esperanzas,

cosechen valor.

Yo que soy de fuego

hoy me acerco a ustedes

y afirmo rotundo

dándoles calor:

El mundo es hermoso,

las flores, los ríos

y los animales

que hay en derredor!

¡No se cansen nunca

de formar la rueda

y al unir esfuerzos,

protejan la Tierra

de tanta erosión!".

A la ronda, ronda,

de las alegrías,

y los cuatro vientos

lleven la canción

por el sur y el norte

el este y el oeste:

"¡Que vivan los niños!

¡Que viva el Amor!

¡Salvemos la Tierra

regalo de Dios!".

 

 

VACACIONES DE VERANO

 

- ¡Mañana comienzan las vacaciones de verano! -gritó Paloma, blan­diendo la líbreta de calificaciones en la mano.

         Entró corriendo como una tromba seguida de cerca por Pablito.

         Mamá Daniela se dio vuelta a mirarlos, sonriendo, se agachó y los abrazó. Papá Ramiro entró detrás. Acababa de traer a los chicos de la escuela ese último día de clases. Era cerca del mediodía.

         Por toda la casa se expandía un magnífico aroma a comida recién hecha:

         - ¡Hummm, qué rico olor! -comentó destapando una de las cacero­las que estaban sobre la hornalla de la cocina-. ¿Qué estás cocinando?

         - Un delicioso pollo con papas, arvejas y zanahorias y, en el horno, tengo una asadera de chipa guazú.

         Cuando se sentaron a la mesa, Daniela sacó del bolsillo una tarjeta postal con todos los sellos del correo, y exhibiéndosela a los chicos, anun­ció:

         - ¡Carta de los abuelos! ¡Los invitan a ir a pasar el verano con ellos! Los chicos se quedaron boquiabiertos con la sorpresa.

         - ¡Magnífico! -se alegró Paloma-. Sabía que los abuelitos nos esta­rían esperando.

         - ¡Me encanta el campo! -aseguró Pablito-. ¡Mariposas de todos los colores, pájaros y hasta venados!

         - Mañana haremos las valijas y los llevaremos hasta allá afirmó el papá.

         - Lo más importante es poner el traje de baño para bañarse en el arroyo- apuntó la mamá.

         Esa noche, rendidos por el cansancio, la exaltación de ver abrirse ante ellos la perspectiva de un verano entre las sierras, se acostaron des­lizándose entre las sábanas de algodón, tan excitados con la perspectiva del viaje, que antes de dormirse ya se veían corriendo por el prado verde bajo el brillo del sol, mientras el viento formaba remolinos de hojas a su alrededor.

         En la duermevela, exóticas aves de especies desconocidas, pasaban a vuelo rasante sobre las cabezas de sus camas. Hasta ellos llegaban en andanadas arrobas de hierbas empapadas de rocío.

         Poco a poco se fueron quedando dormidos. Entretanto, el viento se colaba por la ventana abierta de par en par ante la oscuridad de la noche. Se sintieron arrastrados por una fuerte ráfaga y comenzaron a cabalgar sobre el viento, livianos, casi ingrávidos, remontándose lejos, al país de la eterna alegría, ese que todos habitan cuando niños y que lastimosamente olvidan al llegar a adultos.

 

 

 

LA CASA DE LA COLINA

 

         Dejaron atrás la ciudad. Poco a poco la silueta de Asunción fue desdibujándose en la distancia. Tomaron la ruta que conduce a Caacupé: árboles frondosos se erguían al borde del camino. Extensos campos cul­tivados con trigo, maíz, algodón, mandioca y soja, marcaban tableros de distintos tonos de verde.

         Cuando quisieron darse cuenta se encontraron en campo abierto. La ruta era una cinta azul serpenteando entre el extenso verde de la planicie. Iban cantando e intercambiando planes y anécdotas. El papá les explicó que entre Asunción y Caacupé había una serie de pueblos muy importan­tes, con sus características propias: Luque, San Lorenzo, Capiatá, Are­guá, Patiño, Itauguá, Itá, Yaguarón e Ypacaraí.

         Luque se destaca, les dijo, en la elaboración de hermosas alhajas, especialmente las de filigrana en oro y plata. Tiene una Iglesia del siglo XVIII. En la época de la Colonia las joyas típicas estaban hechas con oro y coral: peinetas, rosarios, aros, collares y pulseras. No había mujer para­guaya que no poseyera alguna. Había las famosas Kyguá-verá o peinetas brillantes, que lucían en el pelo igual que las luciérnagas. ¡Se ponían luciérnagas en el pelo! Muchas de esas alhajas se elaboran hasta hoy, continuando con la tradición.

         San Lorenzo les llamó la atención por sus viejas casas con recovas y su Iglesia gótica del siglo XIX. Desde Areguá, tierra de la frutilla, fundada por Domingo Martínez de Irala allá por el 1500 y algo, pudieron contemplar el famoso lago de Ypacaraí. Antiguamente el tren arribaba hasta allí, desde donde la gente se embarcaba en lanchas para cruzar hasta San Bernardino, que queda justo enfrente (y hasta donde era imposible llegar por tierra). Ahora también pueden encontrarse en el lugar grandes viveros de plantas naturales y cualquier cantidad de figuras de barro. En diciembre son famosos sus pesebres de todos los tamaños, hechos de arcilla y pintados de vivos colores.

         La roja tierra de Itauguá se presta para modelar la arcilla. Sus artesanos se esmeran en hacer piezas de cerámica, y laboriosas mujeres producen tejidos como el Ao Po'í o el Ñandutí, que rememora el sutil tramado de la tela de araña, arte transmitido de generación en generación desde los tiempos coloniales. La alfarería de Itá les gustó mucho.

         Yaguarón, con su templo suspendido en el tiempo, les remontó a la época de la Conquista. Es un pueblo fundado por los franciscanos, donde los indios trabajaron arduamente tallando la madera para su magnífica decoración. Los Franciscanos, encargados de las misiones de indios, conservaron los nombres indígenas de los pueblos, los jesuitas, no.

         - En todos estos lugares -comentó papá Ramiro-, se pueden com­prar chipas que las hacendosas mujeres cocinan personalmente, y ofrecen en impecables canastas que equilibran muy elegantes sobre sus cabezas, igual que los cántaros con agua. Al bailar con gracia y donaire, llegan a ponerse varias botellas, una sobre otra sobre la cabeza, llevando el ritmo con el cuerpo al compás de la música.

         El ondulado paisaje de la cordillera los recibió. Suaves colinas bor­deaban de azul los contornos lejanos. Subieron al cerro de piedra, desde donde se divisaba el lago de Ypacaraí. El abrupto precipicio poblado de una abigarrada vegetación se abría a los costados de la ruta. ¡Qué gusto disfrutar ese cielo infinitamente azul! Seguía la avenida de los eucaliptos, donde el viento se mecía cantando melodiosas canciones. Después, la pintoresca Villa Serrana con sus tranquilas calles empedradas, la Iglesia de la milagrosa Virgencita, la plaza, los patios somnolientos.

         Continuaron un poco más respirando ese aire magnífico y torcieron hacia la izquierda, para comenzar a escuchar el característico ruido del arroyo que corría entre piedras, hasta cruzar el rústico puente de madera.

         Entonces divisaron ¡por fin! la colina verde, verde, verde, y en su cima, la casa de los abuelos con sus galerías llenas de arcos, que dejaban entrar a raudales el sol y el viento, donde colgaban las folclóricas hamacas tejidas de liña. Había planteras rebosantes de helechos.

         Un jazminero repleto de jazmines blancos trepaba enamorado del muro de piedra a un lado de la entrada. Hacia el costado derecho, una pérgola de madera sostenía la vid cargada de jugosas uvas moradas.

         Entraron al enorme patio lleno de árboles, muchos de los cuales había plantado el mismo abuelo.

         Un concierto de pájaros les dio la bienvenida.

         Los abuelos aguardaban emocionados, parados en la amplia galería. Al verlos llegar, no cabían en sí de alegría. Apenas el papá frenó el auto, los chicos bajaron como una exhalación y corrieron saltando a los brazos de los dueños de casa, apretándose a ellos y pasándoles los brazos por el cuello.

         Tom, el perro de los abuelos, también los recibió moviendo la cola y ladrando, feliz de volver a ver a los niños, sus incansables compañeros de juegos durante los veranos pasados. Ambos chicos le dieron un fuerte abrazo y lo agasajaron alborozados.

         Papá Ramiro y mamá Daniela bajaron el equipaje y se reunieron con los anfitriones. La abuelita Carola preparó verdaderas exquisiteces para la merienda: chipas, chocolate y un bizcochuelo dorado relleno con dulce de leche. La mamá trajo dulce de guayaba y queso Paraguay blanco y man­tecoso, además de pan recién horneado.

         La espumosa leche acababa de ser ordeñada de una de las vacas lecheras del corral. Se escuchaba el balido de los terneritos y el mugido de las mamás-vacas contestando.

         Se sentaron alrededor de  la mesa redonda, adornada con mantel bordado de ao po'í, bien almidonado. Comenzaron a charlar todos a la vez porque cada uno quería enterar al otro de las novedades. Después se echaron a reír a carcajadas, al percatarse de que no se entendía una palabra de cuanto estaban diciendo.

         Sentado al lado de la mesa, Tom movía la cola y aguardaba atenta­mente por si alguien lo convidaba con un pedazo de chipa, una rosquita o un crocante palito. Por supuesto, los niños le daban a escondidas, por debajo de la mesa, todo lo que podían.

         Tom amaba estas reuniones de familia. Sin los chicos, la casa se tornaba aburrida y demasiado silenciosa para su gusto. Pero cuando co­menzaban a madurar los mangos en el patio y a caer los primeros cocos de los cocoteros, se los comía gustoso, porque anunciaban el retorno del verano, y con el buen tiempo, más que presagio, la certeza del retorno de los chicos a la casa de los abuelos.

         - Nunca vi un perro que comiera mangos -observó Paloma.

         - Come también cocos y pindó -comentó Pablito.

         Tom se limitó a mover la cola, pero esta vez puso una pata sobre la falda de Paloma, que le acarició la cabeza. Sus ojos almendrados la con­templaron con toda la nobleza que guarda el corazón perruno.

 

De. Duendes en el Ropero

(Asunción: Editorial Servilibro, 2005)

 

 

FUENTE - ENLACE A DOCUMENTO INTERNO

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LITERATURA INFANTO-JUVENIL PARAGUAYA DE AYER Y HOY . TOMO I (A – H)

TERESA MÉNDEZ-FAITH

INTERCONTINENTAL EDITORA S.A.

Teléfs.: 496 991 - 449 738;

Pág. web: www.libreriaintercontinental.com.py

E-mail: agatti@libreriaintercontinental.com.py

Asunción - Paraguay. 2011 (424, Tomo I)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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