PortalGuarani.com
Inicio El Portal El Paraguay Contáctos Seguinos: Facebook - PortalGuarani Twitter - PortalGuarani Twitter - PortalGuarani
MARÍA EUGENIA GARAY

  SOBRE LAS RUINAS DE LA PATRIA VIEJA - Obra de MARÍA EUGENIA GARAY - Año 2011


SOBRE LAS RUINAS DE LA PATRIA VIEJA - Obra de MARÍA EUGENIA GARAY - Año 2011

SOBRE LAS RUINAS DE LA PATRIA VIEJA

GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA

 

 

Autora: MARÍA EUGENIA GARAY

 

 

Editorial SERVILIBRO

Tapa: BATALLA DE AVAY (Fragmento)

Óleo de PEDRO AMERICO

Diagramación: MARÍA DEL CARMEN CABRERA

Dirección editorial: VIDALIA SÁNCHEZ

Asunción – Paraguay

2011 (663 páginas)

 

 

 

 

 

ÍNDICE

 

PREFACIO

Advertencia sobre el Manuscrito

 

I. MEMORIAS DE UN TIEMPO VIEJO

Río escarlata

Canoas contra acorazados

Enarbolando las banderas del valor

Horror bajo la luna

Huellas de sangre en el viento

Una aparición infernal

Abanderados de lo imposible

Unos ojos color de bruma

Posponiendo el funesto desenlace

El bebé azul

Un pueblo entero en armas

Nombres en un trozo de papel

Morir sin rendirse

 

II. LA INCANDESCENTE LATITUD DEL CREPÚSCULO

Ajedrez con la muerte

La pesada herencia de voraces vecinos

La telaraña tejida por Godoi

Velando al enfermo

Una intrincada trama

Un conde piromaníaco

El triunvirato se disuelve

Un olvido lleno de recuerdos

La serenata y la confabulación

¿Quién empezó esta Guerra?

Un inesperado golpe de Estado

Noche de lluvia

Batallas suicidas

Carta de un riflero

El oro de las mujeres paraguayas

Tribunales de Sangre

La torta envenenada

Lejanos ecos de un vals

 

 

III. ENVIDIAS Y DESAVENENCIAS POLITICAS

Se concreta el contragolpe

El indulto o la huida

Marionetas de los aliados

La inyección letal

La voz del vencido

Alfombra de muertos

En la prisión esmeralda

El frustrado amor del Doctor Francia

Rapto de niños y mujeres

La conspiración del año 20

Una renuncia forzada

Pleamar de esperanzas

 

EPÍLOGO

Bibliografía

 

 

 

PREFACIO

 

CONJURAS, REVOLUCIONES Y ESPECTROS

 

         Tomé conciencia de la vida en medio de fantásticas historias hilvanadas con semiolvidos por la memoria colectiva paraguaya, donde vislumbraba a un puñado de valientes, sostenidos solamente por la fuerza de su voluntad, atrapados en la encrucijada de un lustro funesto que hacia 1865 se abatió sobre mi Patria. Admiré desde muy temprana edad a ese pueblo que unánime se levantó en armas para no permitir que su entrañable utopía, llamada Paraguay, desapareciera bajo la saña de un enemigo muy superior en número y armamento que convirtió este país en escombros. Muchas veces identifiqué a estos héroes paraguayos con los legendarios trescientos espartanos que, al mando de Leónidas, apostados sin esperanza alguna en el desfiladero de las Termópilas, defendieron Grecia de los millares de persas que intentaban invadirla. Los trescientos, si bien pagaron con sus vidas el heroísmo de esa resistencia, lograron que todas las ciudades-Estado griegas se unieran contra los persas y, aunque de manera póstuma, fueron ellos quienes salvaron a Grecia y a su magnífica civilización de ser asoladas.

         Los paraguayos luego de una fiera resistencia, rayana en la epopeya, cayeron con su patria o fueron llevados al exilio como esclavos. Y, de manera aviesa, los reemplazaron por inmigrantes extranjeros, que trajeron los vencedores, para ocupar el lugar de los habitantes naturales de la Nación arrasada. Los victoriosos, que se enseñorearon en el país después del exterminio, que encumbraron a gobiernos títeres y que conforme a la Constitución del 70, donde aparentemente se negaban distinciones de raza, educación o bienes, excluían la participación de la mujer del escenario político, que fue la verdadera reconstructora del Paraguay. Todas las tierras del país fueron a subasta pública en 1883, en 1885 y aun después. Grupos inversores internacionales como Casado, Barthe, La Industrial Paraguaya, y otros grandes conglomerados económicos internacionales compraron la mayor cantidad de tierras y eso institucionalizó el latifundio y expulsó a los campesinos de los campos que explotaban inmemorialmente. Los beneficios económicos fueron para estos actores inescrupulosos en connivencia con los gobernantes corruptos. Estos capitales transnacionales operaron basados en sus propios intereses, al margen del Paraguay, lo que generó un grave obstáculo para la implementación de políticas autónomas del Estado, cumpliendo así cabalmente con el propósito del Tratado de la Triple Alianza.

 

LA "GENERACIÓN PERDIDA"

 

         No hallarán aquí la historia oficial sino que se sumergirán en la indagación de ese entramado alucinante elaborado sobre la verdad acallada del vencido, que desborda con creces los límites de la imaginación ¿Fue el Paraguay un sueño truncado por el colonialismo de turno? O, por el contrario, ¿fue Solano un ególatra que se creyó el Napoleón del Plata y nos arrastró a una guerra perdida de antemano? ¿Puede decirse que los niños del 70 fueron la "generación perdida" masacrados en campos de batalla, muertos por la miseria y las pestes, o raptados perversamente por el enemigo? De lo que no cabe ninguna duda, ante la abrumadora verdad que arrojan los datos históricos, es de que los invasores cometieron un verdadero genocidio en el Paraguay.

         Si bien no voy a exonerar de culpa y pena a Francisco Solano López, es perentorio agregar que los nefastos hados del destino hicieron coincidir en el tiempo que le tocó vivir a los personajes que, por su carácter y ambiciones, desencadenarían la cruenta lucha y serían los principales actores de esta tragedia.

         Para comprender esta guerra hay que principiar por remontarse al comercio de la América colonial, que conforme a las leyes vigentes, al haber sido descubierta por España, debía someterse al monopolio comercial con el reino español, lo que ocasionaba pérdidas para las manufacturas y contrabando británicos, cuyos buques desde siempre rondaban las costas ibéricas y hasta colonizaron la isla de Jamaica como un gran depósito intermedio. Anteriormente, hacia el 1550, buques piratas ingleses asaltaban a los galeones españoles que partían desde América cargados de oro, plata y piedras preciosas, lo que incrementó notablemente la economía inglesa, bajo la égida de Elizabeth I, quien, en agradecimiento por el aporte económico prestado a la corona, llegó a nombrar caballeros a algunos piratas, entre ellos a Sir Francis Drake.

 

EL CONTEXTO MUNDIAL

 

         A finales del siglo XVIII, Inglaterra, en constante expansión industrial, intentaba terminar con las barreras legales que impedían la apertura de los mercados americanos al libre comercio con estas colonias. La declaración de la independencia de Estados Unidos iniciada en 1776 y la ruptura de relaciones con los países conquistados por Napoleón redujeron drásticamente sus mercados consumidores. España comienza a sufrir un periodo de epidemias, malas cosechas y hambruna que repercute negativamente en su economía. Al aliarse a Francia, España cae bajo el influjo bélico de Napoleón y se ve forzada a entrar en guerra contra los ingleses, a pesar de soportar una grave crisis económica y de las calamidades que sufría su población. En 1805, al enfrentarse al almirante Nelson en la batalla de Trafalgar, por una serie de nefastos imprevistos, sucumbió toda la flota española, lo que significó el final de su poderío naval. Nelson murió en el combate. Coincidente con el ocaso económico español, sus pésimos gobiernos dilapidaron la inmensa fortuna expoliada de sus colonias americanas donde primaba una deficiente administración. La Revolución Industrial inglesa era ávida de mercados. Así, entre 1806 y 1807, se produjeron las invasiones inglesas al Río de la Plata con el objeto de conquistar esas tierras, como colonias. Ante la denodada lealtad a España de los invadidos, los ingleses se percataron de que les convenía más utilizar otra clase de estrategia para colocar sus productos. Ideas revolucionarias de libertad, de economía de libre mercado y de tolerancia religiosa llegan al Plata precisamente a bordo de las cañoneras inglesas. La metralla no era tan corrosiva como los pasquines que repartían. El duque de Wellington opinó que cualquier intento de someter por las armas a las provincias de Sud América sería un fracaso y que el único modo en que podrían ser arrancadas a España era por medio de una revolución que derrocara al sistema imperante de gobierno y el establecimiento de gobiernos independientes dentro de ellas. La idea de sembrar el descontento para engendrar sublevaciones que condujeran a la creación de un gobierno local "amigo" con el cual entablar relaciones comerciales, que eran su único interés, delineó entonces la política exterior británica. Cuando Napoleón se adueña de España, ésta pasa a ser aliada de Inglaterra y se produce en 1808 el exilio al Brasil de la corte portuguesa, encabezada por Juan VI. Al tener Napoleón cautivo al monarca español, Fernando VII, surgen en América cuatro corrientes contradictorias. Unos permanecían leales al rey prisionero; otros sostenían que su hermana Carlota Joaquina, casada con el rey de Portugal, era su heredera natural. Un grupo abogaba por José Bonaparte, impuesto por su hermano al trono de España, y por último estaban los que apoyaban la creación de una Junta Provisional en sus capitales regionales, hasta que "El Deseado" Fernando recuperara el trono. Es entonces cuando se pone en práctica el llamado "neocolonialismo económico" pues ya no necesita Gran Bretaña conquistar por las armas territorios, sino que se aboca expandir su comercio y a financiar empréstitos, con lo cual los países caen bajo la dominación del capitalismo inglés, al tiempo que incisivamente promociona ideas "revolucionarias de libertad" pero solamente en las colonias españolas, no así en los países como Irlanda, Escocia y Gales, donde las entrañas de sus patriotas que se alzaron en contra de la dominación de los ingleses, como el escocés William Wallace, fueron desgarradas con garfios en la plaza pública. A Dafydd, hermano de Llywelyn, último rey de Gales, cuya cabeza ensartada en una lanza era exhibida en la Torre de Londres, lo capturaron y lo llevaron ante Eduardo I. El Parlamento de Inglaterra le condenó a la muerte de ser arrastrado por las calles, colgado, partido por la mitad y despedazado. Hacia 1530, Enrique VIII inició en Irlanda, país profundamente católico, una política de intolerancia a las rebeliones, imposición del protestantismo y de reemplazo de la población original. Los antiguos dueños morían, emigraban o pasaban a ser peones. Así se originó el exilio irlandés, que solo cesó en 1998. En 1587, a María Estuardo, reina de Escocia, Isabel I de Inglaterra la hizo ejecutar luego de 19 años de cautiverio. Los escoceses fueron obligados a abandonar sus tierras altas y a emigrar o formar cinturones de miseria en las ciudades. De 1845 al 49 se produjo una época de malas cosechas en Irlanda que repercutió en una espantosa hambruna; sus amos ingleses ignoraron con total indiferencia aquel horror que mató a los dos tercios de la población de la desventurada isla. Pero el tema de adueñarse, hambrear, perseguir, exiliar y sacar provecho de los países sojuzgados no resulta nada nuevo en la historia de la humanidad. La palabra "independencia" no podía ser pronunciada en la infinidad de colonias sometidas a Inglaterra, como por ejemplo la India, donde se alzó el pueblo entero convocado por la voz de Mahatma Gandhi. Pakistán, Sri Lanka, Australia, Nueva Zelanda, Palestina, gran parte de África, en las cuales sin ningún atisbo humanitario sometían a los oriundos del lugar y, al explotar los recursos naturales en provecho exclusivo del Imperio Británico, los sumían en la extrema miseria. Además, se hicieron las divisiones de los territorios sobre la mesa del gabinete del primer ministro británico, basadas en intereses arbitrarios y no en la realidad; así, muchas veces, englobaban bajo un mismo país, a tribus, razas o sectas, ancestralmente enemigas, con desastrosas consecuencias. En junio de 1900 la China se hallaba bajo la ocupación de las potencias occidentales, que se repartían su territorio en zonas de influencia. Los misioneros cristianos predicaban su religión y destruían las estatuas de Buda. Esto provocó una revolución nacionalista, la de los Boxers, que lucharon por la expulsión de todos los extranjeros de China. Tras 55 días de duro asedio a Pekín, los Boxers, a quienes se plegó el ejército regular chino, fueron vencidos por la columna de socorro del almirante británico Seymour, que obligó a la emperatriz a rendirse y plegarse a las exigencias de las potencias extranjeras.

         Inglaterra, así, con el procedimiento de aniquilar gobernantes, decapitar patriotas y ahogar en sangre todo conato de insurrección nacionalista en los territorios que ocupaba, se transformó en potencia, ya que utilizó la expoliación de los sometidos, para financiar sus campañas bélicas, dar impulso a la Revolución Industrial, ubicar en mercados cautivos sus productos y enriquecer a la clase inglesa privilegiada. Como norma, puso gobiernos títeres en estos sitios. Y, por supuesto, azuzó odios, conjuras, derrocamientos y guerras para lograr sus fines. Por su historia y quizá por su situación geográfica, el Paraguay transitó un camino independiente y hasta se creyó en condiciones de industrializarse por su cuenta. Era una economía emergente y, por lo tanto, molesta, un mal ejemplo al que debían borrar del mapa, porque sobrevolaba solitario en medio de los buitres.

 

AMBICIONES DE LOS PAÍSES VECINOS

 

         Eso, en cuanto a sucesos mundiales, que pronto repercutirían en el Paraguay. En cuanto a los problemas específicos de su situación en el mapa, encontramos varios factores amenazantes. Por un lado, en el Brasil aparecen el emperador Pedro II y sus diplomáticos insignes de nombre José María Da Silva Paranhos, padre e hijo, vizconde y barón de Río Branco, respectivamente. Por el otro, Bartolomé Mitre, Rufino de Elizalde y Domingo Faustino Sarmiento en Buenos Aires. Justo José de Urquiza, en Entre Ríos. Venancio Flores en el Uruguay y, como si todo esto aún fuera insuficiente, hacía rato que entre bambalinas intervenía el enviado de la reina Victoria de Inglaterra, Edward Thornton. Si no se hurga previamente en las confabulaciones de estos señores, jamás podrá comprenderse la Guerra del Paraguay. Son ellos los que la urdieron en secreto, gestaron las alianzas para llevarla a cabo, la sostuvieron hasta que cayó el último guerrero guaraní y su claro objetivo, desde un principio, era la aniquilación total del pueblo paraguayo, una vez vencido López. Con estudiar los documentos y observar cuanto aconteció, los hechos hablan por sí solos. Yo reivindico el valor de la verdad y, para conocerla, es preciso escuchar no cuanto el vencedor "ordenó" narrarnos, desvirtuando hechos y ocultando evidencias, sino la voz del vencido: ¿Cómo quedó el Paraguay? ¿Cuántas personas sobrevivieron? ¿Qué pasó con nuestros límites? ¿Se impuso o no la economía que los enemigos preconizaban? ¿Qué clase de gobierno entronizaron los aliados mientras López seguía luchando contra ellos? Las respuestas a estas preguntas arrojarán los testimonios irrebatibles que hablarán en representación de los vencidos.

         Esta novela arranca desde un mosaico donde relampaguean los más sangrientos combates de López, descubre los tétricos matices de la agonía de ese pueblo entero que lo sigue y se sitúa en el convulsionado periodo posterior a la Guerra de la Triple Alianza, que duró de 1864 a 1870, donde un solitario Paraguay se enfrentó simultáneamente a tres países, Brasil, Argentina y Uruguay, quedando luego a merced de los vencedores. Detrás de esa "Alianza" aparece Inglaterra moviendo las piezas como si se tratara de un juego de ajedrez. En este ambiente contradictorio, sobre el filo de una situación límite, el patriotismo exaltado de unos se estrella contra la traición de otros. El heroísmo a ultranza se encadena a la anarquía, las conjuras políticas y los acomodos de quienes venden a la patria, como Judas Iscariote, por 30 denarios de plata, siguen haciendo correr ríos de sangre sobre la tierra extenuada.

         En el proceso de reconstruir la desgarrada geografía del pasado, fulgurantes chispazos remontan a los personajes al reciente tiempo de la Guerra del 70, que se yergue en rojas llamaradas, como un fatídico telón de fondo, ineludible, con el realismo y la brutalidad de sus cruentas batallas. Los pocos sobrevivientes del exterminio reconstruyen aquella comarca yerma y con su esperanza la resucitan contra todo vaticinio. Se enhebran al asombro anécdotas del periodo de gobierno de don Carlos o, más aún, de la época dictatorial del Dr. Francia. Porque los seres humanos somos en nuestro interior un cúmulo inacabable de vivencias. Y los protagonistas de la novela no pueden sustraerse a ese turbulento ayer, cuyos ecos se prolongan todavía definiendo las circunstancias del Paraguay actual, que sólo llegará a ser comprendido si se lo estudia como una proyección de los acontecimientos que burilaron el pasado. Una nación que edifica su destino, dando la espalda a su historia, irremediablemente repetirá los mismos errores.

 

TESTIMONIOS DE LOS PROTAGONISTAS

 

         Para redactar la narración, me basé en las fuentes de otros historiadores, en especial de aquellos testigos presenciales de los acontecimientos, de tal manera a obtener la mayor cantidad de datos posibles, que me aportaran diferentes puntos de vista sobre el entorno cultural, social y político de la época. Franz Wisner Von Morgenstern, austro-húngaro, Thomas Jefferson Page, Charles Washburn y el general Martin McMahon, norteamericanos; el coronel Jorge Thompson y Richard Burton, ingleses; el mayor Max Von Versen, prusiano; Cnel. José Ignacio Garmendia, argentino; y fundamentalmente en los escritos dejados por los sobrevivientes paraguayos, como Juan Crisóstomo Centurión, Silvia Cordal, Dorothea Duprat de Lasserre, Encarnación Bedoya, Emilio Aceval, Fidel Maíz, Gregorio Benites y, hasta la propia Madame Lynch en su "Exposición y Protesta". Es interesante ver la óptica de los militares que pelearon bajo las órdenes de López, como el Gral. Francisco Isidoro Resquín, el capitán Justiniano Rodas Benítez, integrante del Batallón de Rifleros y uno de los pocos que formaron ante el Mariscal, en la revista de la noche antes del 1 de marzo en Cerro Corá, y Silvestre Aveiro quien fue fiscal de sangre en los Tribunales de San Fernando. También están los escritos del presbítero Fidel Maíz, hombre contradictorio, primero altivo y luego abyecto, pero por sobre todas las cosas agudo, culto y muy inteligente. Todos intentan justificarse; por eso, para hallar briznas de realidad en la maraña, es preciso bucear en aguas profundas. Las lúcidas memorias de José Falcón, encargado de los Archivos del Paraguay, desde el tiempo de don Carlos, quien, a pesar de militar en una línea política poco afín con Solano, lo acompañó durante el calvario de la patria y sobrevivió, son sumamente interesantes, ya que como diplomático había grabado en su memoria los datos de aquellos importantes documentos que abarcaban desde 1542 hasta

1869, que nos fueron robados por las huestes de Caxías cuando el saqueo de Asunción y también por del conde d'Eu cuando el saqueo de Piribebuy. Así, a pesar de la carencia de la importante documentación, Falcón tuvo una destacada actuación en la defensa de nuestros límites una vez concluida la contienda.

         Como lo hacen todos los que se dedican a recopilar el pasado, relato cuanto aquellos contemporáneos consignaron, porque esos testimonios me permitieron delinear el contenido de esta historia. El argumento se fue hilvanando por sí mismo. También incursioné en las versiones posteriores, dadas por los historiadores paraguayos, norteamericanos, brasileros, argentinos y uruguayos, para observar el conflicto desde diferentes ópticas y desde la distancia que nos otorga el tiempo. La bibliografía consultada es muy extensa y figura al final del texto; cada libro me aportó un dato valioso; cada autor resultó vital para el entramado del traslúcido vitreaux, cuyas partes unidas componen esta obra, a ellos mi gratitud. A veces los datos recabados resultan contradictorios y el lector lo notará, no es un error, es simplemente porque cada cual habla del conflicto según sus intereses y porque los archivos de la República cayeron como botín de guerra en poder del Brasil; y, como si eso no hubiera sido suficiente, quedó poco rastro de cuanto se señalaba por escrito después de que ardiera Cerro Corá. Además, porque cada narrador tiene un enfoque particular, o directamente porque la precariedad de medios o las conveniencias políticas hicieron que los datos resultaran inexactos, ya fuera ex profeso o involuntariamente. Prominentes políticos como Pedro II, quien falleció en 1891, y Bartolomé Mitre, quien falleció recién en 1906, vivieron muchos años después de la Guerra Guazu, para reescribir una historia oficial, donde justificaban sus acciones. Muchas pruebas comprometedoras pudieron haber desaparecido en ese lapso. Aún así, a tantos años del conflicto, todavía hay documentos en Itamaraty que continúan siendo secretos, celosamente guardados, lo que indica que las heridas abiertas no han terminado de cicatrizar. Su Archivo Histórico estipula que el acceso a cuanto allí guardan es libre y puede ser consultado "con excepción de los documentos relativos a la Guerra del Paraguay y a los limites", conforme Decreto Presidencial N° 64122 del 19-febrero-1969. Estudiar la trayectoria política de José María da Silva Paranhos, vizconde de Río Branco (1819-1880), el mentor por excelencia de la política imperial en el siglo XIX, nos da la clara pauta de los intereses y conveniencias que motivaron al Brasil en su meta expansionista. De cuanto territorio debió apoderarse para tener la extensión actual. De cuanto debió sojuzgar para lograr erigirse como una potencia económica. Cómo se dio, que desde el siglo XVI, hordas de bandeirantes atacaban nuestro territorio sembrando el terror y llevándose a los indios como esclavos. Del porqué el Paraguay, un molesto vecino indócil, debía ser arrasado, para lo cual era prioritario traernos esta guerra de total devastación, se explica así, la necesidad de neutralizarlo para así permitir que el poderoso país colindante comenzara a tener significativa injerencia en los asuntos internos del Paraguay. Cuando se analizan las circunstancias que desembocaron en el conflicto armado es prioritario resaltar que se conjugaron factores adversos a nosotros, porque chocaban contra las ambiciones de políticos como Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento, quienes, en su afán de reconstruir el antiguo Virreinato del Río de la Plata, pero ahora bajo el poder omnímodo de Buenos Aires, no hesitaban en pasar a degüello a todos los argentinos que en las provincias se levantaban en su contra y pretendían emanciparse del opresor poder porteño. El Paraguay era considerado por ellos sencillamente otra provincia rebelde.

         Y, como puesto por un nigromante, en el momento y lugar exactos, para que la tragedia pudiera desencadenarse cual funesta tempestad, apareció Venancio Flores, cuya desmesurada ambición de poder fue la mecha que encendió la pólvora. Las versiones de Mitre o de Sarmiento, las cartas de Caxías, militar de carrera muchas veces opuesto a las opiniones del emperador, son fundamentales para internarse en su modo de pensar. Pedro II nunca vio la necesidad de un comando unificado de combate, por lo cual la marina era autónoma y no estaba bajo el mando de Caxías y por lo tanto nunca se pudo utilizar el potencial de guerra brasileño para acortar la contienda, como quería Caxías, lo que hubiera evitado el exterminio; y si la guerra terminaba en ese entonces, tampoco habría existido la masacre de San Fernando. Cuando ya en el 67 Caxías quiso que los acorazados forzaran Humaitá, para atacar desde el norte, es decir, por la retaguardia, a López, ni Tamandaré ni luego Barroso se animaron a cruzar la fortaleza paraguaya y como ellos no le debían obediencia a Caxías sencillamente no lo hicieron. Con eso, la guerra se prolongó causando mayores estragos. Los testimonios de McMahon, quien enseguida simpatizó con la causa paraguaya, los informes de Gould, que casi logró un armisticio, o los maliciosos mensajes de Thornton producen dramáticas variaciones en el calidoscopio. Y nos demuestran con prístina claridad cómo la tormenta se cernía desde fuera y nos encerraba en un círculo hermético de aislamiento y virulencia. No obstante, la negativa del Mariscal a concretar la paz cuando Gould actuó de intermediario, porque creyó que a Mitre lo tumbarían los revolucionarios de las provincias rebeldes argentinas, fue un gravísimo error por el que pagamos un altísimo precio. Aún así, dado el empecinado propósito del emperador de borrar al Paraguay del mapa, habría que ver si llegado el momento crucial de dar el consentimiento para que terminara la guerra, Pedro II hubiera puesto su firma. Como antecedente preciso cito la actitud del Gral. Polydoro, comandante de las fuerzas brasileras, cuando la entrevista solicitada por López y llevada a cabo en Yataity Corá, de la cual se negó a participar, porque adujo que él tenía órdenes de su emperador para hacer la guerra y no para firmar la paz.

 

CRÓNICAS DE UN GENOCIDIO PRESAGIADO

 

         A la luz de estas evidencias se pueden ordenar cuidadosamente las piezas; entonces constatamos cómo encajan exactas, similares a un rompecabezas, es decir: la Guerra contra el Paraguay ya estaba establecida de antemano, independiente de cuanto López hiciera o dejara de hacer. Es más, ni siquiera era necesario que Solano estuviera al frente del Gobierno, porque era la independencia del Paraguay, su libre economía no sujeta al yugo extranjero y su soberanía las que molestaban a nuestros vecinos. El Tratado Secreto del l de mayo de 1865 solo cumplió la función de aglutinar en un documento a nuestros enemigos, a poner por escrito sus intenciones y a darles impunidad, porque se avalaban unos a otros, para perpetrar inicuas barbaridades. Este documento había sido gestado en el pacto de Puntas del Rosario, ya el 18 de junio de 1864. La tormenta se cernía sobre el horizonte desde años atrás, porque el Brasil consideraba al Paraguay como una extensión natural de sus territorios de Mato Grosso. Ya en 1853 Pereira Leal quiso extender las fronteras brasileras hasta el río Apa y luego apareció en escena José María da Silva Paranhos, quien aproximadamente desde 1857 venía soliviantando los ánimos de Urquiza y de Mitre en contra del Paraguay, y firmó el 14-dic-57 el "Protocolo Secreto contra el Paraguay" con Derqui como representante de la Confederación. Por otra parte, el territorio de las Misiones era pretendido abiertamente por la Argentina. ¿Presintió Solano la conjura internacional? Probablemente, pero la mediterraneidad dificultó la compra de armamentos adecuados para hacer frente a lo que se avecinaba. Y su falta de visión geopolítica hizo que no se aliara a los blancos uruguayos, a los entrerrianos y a los correntinos, lo que le hubiera dado una capacidad mucho mayor de lucha y acceso vital al océano. Pero las cartas estaban echadas y cabe preguntar a quienes lo denigran si ante esta confabulación tripartita, que no se detendría hasta lograr sus propósitos, ¿cuál alternativa le quedaba? Los desmanes y atrocidades que se cometieron en el país vencido estaban fríamente planificados y consignados en el Tratado Secreto, al pie del cual nuestros verdugos, creyéndose a cubierto, estamparon sus firmas. Después de finalizar la Segunda Guerra Mundial los criminales de guerra nazis fueron juzgados por el Tribunal de Nuremberg y condenados al ser considerados por sus jueces unánimemente culpables de crímenes de lesa humanidad. Después de finalizar la Guerra del 70 los criminales de guerra que la maquinaron quedaron dueños del Paraguay, rapiñaron todo cuanto pudieron, usurparon territorios, violaron mujeres, raptaron niños, pasaron a degüello inermes prisioneros y enviaron como esclavos a nuestros compatriotas. Y, no contentos con eso, reescribieron a su gusto nuestra historia. La primera medida del gobierno títere que pusieron apenas ocupada Asunción fue declarar monstruo degenerado a Solano López, quien continuaba resistiendo al mando de un puñado de espectros. Y esa versión, se encargaron, gracias a Sarmiento que tomó la educación paraguaya bajo su égida, de enseñar a los niños paraguayos en las escuelas. Además de prohibirles el uso del idioma guaraní.

         Los testimonios de Juan Crisóstomo Centurión y de Héctor Francisco Decoud, sobrevivientes de la tragedia, aquí entretejidos a la trama, son invalorables, debido a que contienen el nudo del conflicto.

         Prescindí muchas veces de encomillados o citas para que el escrito adquiriera los coloridos matices de una narración, fluida y ágil, y no pareciera un arduo trabajo de investigación histórica. El relato está cimentado en ávidas lecturas, en un silencioso hurgar en los hechos así como fueron documentados, analizar de factores, contraponer testimonios, internándome en la época para entrelazar recuerdos y entresacar mitos.

         Sentí el impulso de divulgar estos sucesos, de manera novelada, para que todos tuvieran posibilidad de conocerlos, de sumergirse en el ayer y así, al constatar la magnitud de la tragedia, fuéramos conscientes de la proyección de esas sombras pretéritas sobre los años que siguieron. Eso nos ayudará a comprender muchas cosas que suceden en el presente. El hoy aún no se desligó del pasado. El libro hurga en las raíces de nuestra incipiente nacionalidad; por eso, como efímeros resplandores de relámpagos menciono a los conquistadores españoles, su unión con las indias, de la cuales emerge un pueblo de características muy singulares, y en lo político hago alusión al gobierno peninsular totalmente indiferente a cuanto aquí acontecía. Años después se recorta sobre la entreluz de las velas la figura adusta del Supremo Dictador y Ser sin Exemplar Gaspar Rodríguez de Francia, quien con su catalejo observaba las estrellas y con su teodolito ordenaba el trazado rectilíneo de las sinuosas callejuelas coloniales, sin importar cuantos caserones tradicionales derrumbara a su paso. Prosigue con el gobierno de los López, continúa con los gobernantes de la postguerra, abarca la funesta anarquía reinante terminado el conflicto, azuzada por los países vencedores a quienes les convenía que cayera hasta el último caudillo paraguayo, para que nada ni nadie se interpusiera en su camino, y llega hasta 1880, cuando comienzan a perfilarse los dos partidos políticos más importantes, el Colorado con apoyo de los brasileros y el Liberal con apoyo de los argentinos. Pedro II continuó al frente del Imperio hasta la proclamación de la República en 1889 y a Mitre le sucedió Domingo Faustino Sarmiento, que profesaba la misma ideología.

 

ENTRE EL HEROÍSMO Y LA TRAICIÓN

 

         Los hombres somos duales y esa dicotomía asoma con nitidez en la generación que vivió y sobrevivió a la Gran Guerra. Brillantes luces contrastan con lúgubres sombras. Afloran la valentía, la fortaleza, la dignidad, el altruismo y, como contrapunto, la traición, los odios, las intrigas, los asesinatos. Como en la vida real, los amores van entrelazados con las grandezas y las miserias humanas. La política fue el campo más afectado, porque allí se manejaban los grandes intereses nacionales e internacionales. Muchas fortunas se erigieron sobre la desgracia y la sangre del pueblo paraguayo.

         Por otra parte, también hay que introducirse bajo la piel de un paraguayo de la segunda mitad del siglo XIX. Por eso es interesante acotar que en cuanto a la época de Solano se refiere, según algunos historiadores, no había diferencia entre el patrimonio del Estado y los bienes de la familia López. Se generó así una gran desproporción entre la fortuna de esta familia y los recursos del Paraguay. Esto puede verse claramente en los documentos que quedaron. Conforme un inventario de las arcas fiscales, efectuado en agosto de 1867, se halló que los fondos eran de 265.450 pesos, de los que sólo 48.615 (9.723 libras) eran moneda metálica de valor, mientras todo lo demás se limitaba a ser papel moneda carente de respaldo porque el país estaba al borde del caos. Con posterioridad surgen los reclamos hechos por Alicia Elisa Lynch, quien como mujer de Francisco Solano López llegó al Paraguay en 1855 con nada más que un hijo en brazos, pero en la aduana declaró traer consigo aproximadamente unas £ 5.000 (equivalentes a un millón de dólares del presente) que eran exactamente las que Solano le había regalado como ahorro en Europa, cuando comenzaron su relación sentimental. A pesar de arribar con esta cifra exorbitante, ella carecía de dinero propio, sus padres no le dejaron ningún legado, jamás recibió remesas de dinero o herencias del exterior, el patrimonio de su familia era inexistente y acá vivió, sin profesión conocida, como compañera del Mariscal, hasta el final de la contienda en 1870. Poco después, en 1871, Elisa se presenta ante un tribunal inglés afirmando que en el Paraguay había comprado inmuebles por valor de 20.000 libras esterlinas; asevera, que desde el Paraguay había enviado al extranjero 50.000 libras durante la contienda, además de sostener que en joyas y otros valores tenía unas 10.000 libras más; en total, unas 80.000 libras, cifra equivalente a 400.000 pesos paraguayos, en aquel entonces una verdadera fortuna. Precisamente durante ese año 71, acuciado por la desesperante situación, el Congreso paraguayo aprobó un presupuesto nacional de 357.470 pesos (71.494 libras), a ser cubierto con el primer endeudamiento externo, una vez aprobado un empréstito inglés. Este dato sirve para darse una idea de la inmensa fortuna que declaraba la Lynch, mientras las arcas del Estado paraguayo estaban vacías.

         Persistente en sus reclamos, Elisa publica en Buenos Aires en 1875 un libro llamado "Exposición y Protesta", y allí detalla la compra de 32 inmuebles rurales y urbanos, la mayoría de ellos adquiridos durante el curso de la guerra, por un valor de 174.835 pesos, o sea 34.967 libras, cifra mayor a las 20.000 libras que declarara ante el tribunal inglés. De esta manera, cuanto poseía orillaba unas 95.000 libras, si bien es cierto lo que ella afirma de que los precios de las propiedades estaban por debajo de su valor real, por culpa de la reciente guerra. Aún así, su fortuna era mayor, porque el Mariscal le había vendido en el interior del Paraguay unas 3.105 leguas cuadradas (5.412.000 hectáreas) y antes de la guerra el precio de la legua en el campo era aproximadamente entre 1.800 y 3.100 pesos. Si se contabiliza al menor precio, un inmueble de estas dimensiones vale 5.589.000 pesos, equivalente a 1.117.800 libras esterlinas. No obstante, conforme a documentos, por esas 3.105 leguas ella pagó solamente 90.000 pesos, unos 29 pesos por legua, cifra que resulta una verdadera estafa al patrimonio de la República. Entre los 32 inmuebles que mencionó no llegó a incluir las 3.317.500 hectáreas que López le vendió durante la contienda y que quedaron luego del desmembramiento de nuestro territorio en el actual Estado de Mato Grosso, Brasil. Tampoco mencionó las 437.500 hectáreas situadas en la Provincia de Formosa, entre los ríos Bermejo y Pilcomayo, en una región de la cual se apoderó la Argentina luego de la derrota paraguaya.

         A partir de 1870, la injerencia de los vencedores marcó a fuego los destinos del Paraguay. Obligado a pagar una abultada indemnización de guerra, su Gobierno debió recurrir por primera vez en toda la historia del país a Inglaterra, donde solicitó un préstamo de 200.000 libras esterlinas, que saldó con refinanciaciones que elevaron la suma a 3.220.000 libras. Esta deuda terminó de pagarse recién en 1961 como requisito básico para poder volver a lograr otros préstamos. Del colonialismo militar se cayó en el colonialismo económico, anegados desde entonces los recursos de la patria por exorbitantes empréstitos, de los que nunca más se liberó.

 

MI VOTO POR LA ESPERANZA

 

         En cuanto a las condiciones internas, el rápido enriquecimiento de la clase gobernante, fuera su partido del color que fuera, continuó siendo una constante, ya que los recursos del país se desviaban hacia sus arcas particulares, mientras el pueblo se debatía en la miseria y el abandono. Los que ocupaban altos cargos públicos no estaban al servicio del país, sino que se servían de él, de tal manera que el patrimonio del Estado paraguayo, que pertenece al pueblo, se convierte en un botín de corsarios. Las áreas más desprotegidas siempre son salud y educación, las dos columnas del sistema medular sobre el que se erige el progreso de una nación. O, en su defecto, son las que determinan indefectiblemente el atraso, el estancamiento y el infortunio de un país, haciendo la diferencia entre el bienestar y la desventura; entre seres humanos que se valen por sí mismos y salen adelante o víctimas indigentes que arrastran sus calamidades, su hambre y sus carencias, a lo largo de su existencia, transformándose esta marginación en semillero donde germinan la violencia y los criminales. Esa no es la patria que fulgura en nuestros sueños. La patria que como un inmenso regazo nos cobije a todos, esa comarca de paz y de justicia, custodiada por el insomne león del escudo inserto en la bandera tricolor; la patria que yo tercamente espero se haga realidad y nos convoque a vivir como hermanos, en su generoso suelo, para construirla día a día, todos juntos, codo a codo, y engrandecerla para recuperar la fortaleza que alguna vez fue nuestra. Y debe volver a ser. La comarca mítica que resurgiera cual ave fénix de sus cenizas. Donde resplandezca en cada corazón el "yvy marane’y", esa inextinguible antorcha de la libertad inherente al espíritu humano.

 

 

         María Eugenia Garay

 

 

ADVERTENCIA SOBRE EL MANUSCRITO

 

         Me llamo Juan Crísmíldo Regúnega Brizuela. Sí bien me considero paraguayo, nací a orillas del turbulento río Bermejo, en las purpúreas barrancas que se alzan junto a ese cauce de aguas también rojas, donde los pájaros son terracota, la arenisca que levanta el viento norte es encarnada, la polvareda que diluye la hojarasca tiñe el aíre de bermellón, los pescadores que habitan en sus márgenes también son cobrizos y hasta el fulgor de los ponientes es de un intenso carmesí. Allí donde se confunden el mito y la épica, en lo que una vez perteneciera al Paraguay y ahora, después de la fatídica Guerra Guazú, pasó a formar parte de un territorio anexado por la Argentina. Llegué al mundo el 24 de diciembre del año 1881 y mi madre siempre me dijo que yo era el tercer milagro del "Niño de Año Nuevo".

         Fui hijo único, porque el organismo de ella había quedado tan deteriorado a consecuencia de lo padecido durante la contienda, que no pudo concebir más hijos. Siendo aún pequeño, regresamos a Asunción, donde mí padre se transformó, con arduo trabajo, en un próspero exportador de yerba mate. El capital inicial se lo dio mí abuela Casilda, quien vendió sus vacas lecheras para reunir el dinero. Ahora, que ya he visto transcurrir muchos soles, que múltiples luchas fratricidas ensombrecieron las auroras y que otra guerra en los desiertos chaqueños ha dejado en la patria treinta mil ausentes, he llegado a un punto equidistante entre la nostalgia y la esperanza. Decidí dejar la empresa familiar a cargo de mis dos hijos, Juan Casíldo y Juan Germán, y recobrar aquellas horas que relumbran todavía entretejidas a los viejos veranos, mudándome a vivir al campo, en la casona que heredé de mi entrañable abuela. Nunca pude acostumbrarme al encierro de una oficina. Como crecí rodeado de campo, los muros me asfixian. Aquí, bajo las añosas ovenías, puedo saciar una terca añoranza de verde e infinito firmamento, que arrastro desde mí ahora lejana infancia. Al ordenar el viejo galpón, encontré por casualidad en un rincón, entre muchos objetos arrumbados, un añoso arcón relegado entre telarañas, casi oculto por el polvo, cuyo contenido, milagrosamente se había salvado de la humedad, de las ratas y de las cucarachas, o del cupí'í que todo lo devora. Lo abrí, forcejeando con sus herrumbradas bisagras, gracias a las cuales se conservara hermética, y en esa entre luz que se filtraba por las rendijas de la ventana observé que guardaba antiguos manuscritos. En el acto, nítida sobre el papel ambarino, reconocí la letra de mí padre. El inesperado descubrimiento me emocionó. Ordené apresuradamente aquellas hojas amarillentas y constaté cómo la historia que él narraba iba corporizándose desde un pretérito brumoso.

         La penumbra del galpón se pobló de figuras fantasmales, relinchos de caballos encabritados, retumbar de cañones, relámpagos de fuego, y entre el humo y la polvareda emergían, venidos desde la hondura del tiempo, recios gritos varoniles, voces de mujeres y llantos de niños. El estruendo me abrumó. En violentos torbellinos, el pasado volvía como un torrente desbordado. Fue tan intenso que debí salir a cielo descubierto. Confieso que las siguientes noches no pude conciliar el sueño, porque el manuscrito me absorbió por completo. Lo leía como alucinado, mí fiel perro Mañandá no se movió un palmo de mis píes; obviamente, mí lectura compulsiva y ese ofuscado desvelo, le resultaban extraños. No descansé hasta que aquello tomó forma. Pero debo dejar en claro que solo cumplí la tarea de un compilador e hilé los trozos faltantes recurriendo a la memoria, donde surgían resonando, libres de los diques del olvido, las acostumbradas evocaciones de mí padre en los confines de la tarde y las vivencias que me transmitieran mí abuela y mi madre, que habían sido "residentas". Para entender esta historia debemos estar dispuestos a ingresar a ese infierno subvertido por la metralla, regresar al clima de violencia, que redujo nuestras ciudades y pueblos a ruinas, nuestros maizales a eriales, nuestro pueblo a un mísero puñado de desahuciados sobrevivientes. Sobre ese trasfondo histórico y político se fueron construyendo leyendas de fascinación y terror. Encontrar este testimonio fue casi como remontar el tiempo por medito de un puente sin arcos trazado sobre la memoria. A través de estas letras se recrean aquellas escenas que han quedado como suspendidas en la inextricable sombra de un vago trasmundo. Del ídilíco edén anterior sólo subsistían la destrucción y la muerte. El viento traía ráfagas del olor putrefacto de los cadáveres en descomposición que jalonaban campos, sendas y esterales.

         Con el hacinamiento en los campamentos comenzaron a venir las pestes, nunca antes conocidas en el Paraguay, porque acá las viviendas se enhebraban a las selvas, así la salubridad estaba garantida, al no haber aglomeración de gente en grandes urbes, ni problemas originados por la falta de higiene que de eso deviene. En la Asunción ocupada, donde se instauró un gobierno títere bajo la égida de los aliados, una epidemia de fiebre amarilla segó numerosas vidas en 1870, mientras Solano todavía resistía con sus hambreadas huestes, que se negaban a someterse al invasor, en el norte. Como contrapunto a tanto horror, se yerguen aquellos míticos guerreros del 70, esas tropas exánimes compuestas por hombres esqueléticos, heridos, moribundos, ancianos que ostentaban su dignidad como galardón, mujeres famélicas y niños desnutridos que, a pesar de saber que iban en un tránsito seguro hacía la muerte, no se doblegaban, subsistían gracias a su heroísmo, al ardor libertario de su sangre y a ese pacto inclaudicable que habían hecho con la libertad y que iba más allá de los designios del destino, del dolor y del precio a pagar, que era la vida.

         Estas líneas nos introducen de manera súbita y dramática en el infierno angustioso del terror, la crueldad, la barbarie; nos sumergen en esa simultaneidad del hoy con el ayer y de la persistencia con que se aferraban los sobrevivientes al mero deseo impronuncíado de volver a edificar sobre esas ruinas humeantes, una Patria nueva, terco propósito que se estrellaba contra la realidad aciaga de esa tragedia en que se hallaban sumidos después de la hecatombe. Deseo y realidad, dos cosas radicalmente distintas, pero simultáneamente presentes en nuestra vida cotidiana. Estos opuestos, a lo largo de estas líneas testimoniales, aún nos transmiten el fervor o la amargura, la desesperación o el heroísmo, la raíz sangrienta del odio contrapuesta a la generosidad sin límites de poner en juego la propia vida para salvar de la opresión extranjera a la Patria. Deseo y realidad, que emergen desde las trémulas líneas de este manuscrito y, al hilvanarse al curso de aquellos días pretéritos, se acercan de tal forma que a veces se rozan y llegan a producir una inusitada incandescencia.

 

 

         Juan Crísmildo Regúnega Brizuela

         Quinta "Las Ovenías",

         Paraguay, 1942

 

 

 

 

 

 

ENARBOLANDO LAS BANDERAS DEL VALOR

 

         Fracasado el asalto a los acorazados que si hubiera tenido éxito le habría permitido al Mariscal tomar la ofensiva y apoyar desde el río la defensa de la solitaria fortaleza, López continuó con una resistencia feroz al enemigo. Pero los factores adversos de esta desigual contienda fueron corroyendo sus cimientos. A objeto de poder proseguir con el enfrentamiento armado, debió abandonar su Cuartel General de Paso Pucú el 2 de marzo de 1868, por no resultar ya seguro ese lugar. En su retirada, pasó por Humaitá, distante a pocos kilómetros, allí permaneció hasta la media noche en conferencia con los oficiales a quienes impartió instrucciones y posteriormente navegó, cubierto por la oscuridad, en un bote a remo por el riacho Guaycurú, hasta llegar al amanecer a Timbó, aguas arriba en la margen de enfrente del río Paraguay, en territorio del Chaco. Allí previamente había mandado abrir una rudimentaria senda para transitar por aquellos hostiles parajes, donde jamás se había internado el hombre blanco, en los cuales pululaban fieras salvajes como jabalíes, jaguaretes, pumas y leones, además de violentas tribus de indios bárbaros, que aparecían de súbito y atacaban en medio de esos turbios lodazales y tupidos bosques. El Presidente bajó del bote vestido de civil, llevaba un poncho, porque de noche en el Chaco la temperatura baja muchísimo, y, para protegerse del candente sol del día, un sombrero pirí de alas anchas, seguido de sus ayudantes, dirigiéndose hacia las baterías, donde acampó, mientras el bote envuelto en camalotes, retornaba a Humaitá. No usó el uniforme porque si el enemigo lo divisaba hubiera hecho cualquier cosa por liquidarlo. Por la tarde, el Mariscal y su comitiva continuaron a caballo hasta Monte Lindo, para cruzar desde allí de vuelta el río Paraguay a bordo del Paraná y utilizando la picada en la selva recién desmontada, en esa zona también despoblada e intransitable, dirigirse al nuevo campamento de San Fernando, en la desembocadura del anchuroso río Tebicuary. Dispuesto a todo, antes de ceder un palmo de tierra al enemigo, asignó a la fortaleza de Humaitá una guarnición de 3.500 hombres, con suficiente artillería y bastantes provisiones, con la consigna de sostener el baluarte a cualquier precio.

         Pero los meses fueron transcurriendo y la situación de este reducto se volvía más desesperante cada día. Desde hacía tiempo en la fortaleza de Humaitá, cercada por los aliados, se pasaba hambre. Esta posición que integraba el llamado cuadrilátero era hostigada constantemente por la escuadra aliada, al extremo de volverse insostenible por las privaciones que debían pasar sus defensores. La diarrea y el hambre mataban más que las balas enemigas. Un tiempo atrás se había arreado unas 17.000 cabezas desde diversos puntos, de las cuales 15.000 murieron porque los pastos del lugar, llamados mío-mío, eran venenosos y el ganado debió ser enterrado para no propagar más pestes.

         En el hipotético caso de tener que abandonarla, el Mariscal ordenó que lo hicieran cruzando en zigzag el río, por el Chaco, como lo había hecho él, para unirse al grueso del ejército, previa inutilización de las armas pesadas, incluyendo el fabuloso cañón "Cristiano" fundido del bronce de las campanas de los templos. Deshacerse de esas piezas de artillería significaba una grave pérdida para un país sitiado, pero era impensable, por su peso, intentar siquiera transportarlos en ese momento y bajo esas circunstancias. Carecían de embarcaciones que pudieran cargarlas y luego en el Chaco iban a quedar atascados en las ciénagas, a falta de sendas apropiadas y bueyes que los estiraran.

         Estas rotaciones le costaron al ejército paraguayo muchas bajas porque debían internarse por una picada estrecha, abierta a fuerza de machetes, en un monte virgen donde pululaban alimañas. Las tropas sencillamente la atravesaban como podían, internándose en esa abigarrada vegetación o hundiéndose en esteros, donde a menudo los soldados debían sumergirse hasta la cintura en el lodo o el agua a raíz de lo cual muchos enfermos, ancianos o débiles se ahogaron. Esa violenta naturaleza los devoraba. También se vieron forzados a pesar de los esfuerzos sobrehumanos que hicieron, a dejar abandonadas por el camino, muchas piezas menores de artillería, que arrastraban penosamente con ellos.

         Dos acorazados se estacionaron en Tayí y otros dos debajo de Timbó, lo cual volvía suicida el cruce del río. Cuando los navíos imperiales pasaban por Humaitá, los dos buques paraguayos, el Tacuarí y el Ygurey, que eran absolutamente indispensables para llevar y traer todo cuanto necesitaban, se internaban en el riacho Guaycurú, para guarecerse entre la profusa vegetación de la orilla, como táctica para no ser vistos. Estos dos barcos hacían viajes cruzando desde Humaitá hasta Timbó. Pero terminaron por ser descubiertos por los brasileños, quienes los bombardearon con saña, mandándolos a pique. El Tacuarí fue hundido en el riacho Guaycurú en el Chaco, y el Ygurey en el puerto de Timbó.

         Humaitá estaba rodeada por tierra por un ejército de 20.000 hombres y por agua, por toda la escuadra brasileña, compuesta de acorazados, varios monitores y buques de guerra de hierro y de madera. El grueso del ejército paraguayo, para ese entonces, se componía solo de 8.000 plazas y se hallaba acampado en Ceibo bajo el mando provisorio de Bernardino Caballero, quien al llegar el Mariscal hizo entrega del mando de la tropa, se despidió de su jefe y volvió a ocupar su puesto de defensa en Timbó. Solano a principios de marzo, apenas dejó Paso Pucú, se instaló en Ceibo, que abandonó a principios de abril, dos horas más tarde arriba a Monte Lindo, desde donde cruza de vuelta el río Paraguay, seguido por su ejército, que logra hacer el pasaje en un solo día.

         En tanto Humaitá continuaba siendo bombardeada sin piedad día y noche. Pero el reducto no se sometía. Como testigo de esa denodada resistencia se yergue aún el esqueleto en ruinas de la iglesia; patético testimonio de aquella inmolación, que perdura en medio de una maraña de recuerdos arremolinados como enredaderas entre sus centenarias piedras.

         Los Aliados, es decir, los brasileños, es decir, Luis Alves de Lima, luego Duque de Caxías, sabían que la guerra comenzaba a terminar al caer Humaitá. Con ese fin, hubo un intento de asalto a la fortaleza el 16 de julio de 1868, pero resultó repelido por la guarnición, a pesar del enérgico bombardeo de la escuadra brasileña, que no daba respiro ni siquiera de noche. El Mariscal se comunicaba con Humaitá por medio de espías, que conseguían pasar las líneas enemigas con gran trabajo y mucha astucia, dando numerosos rodeos. También asignaba a los llamados pombéros la misión de escabullirse sigilosamente por las noches con el objeto de secuestrar soldados enemigos que se encontraban en posiciones de avanzada, para sacarles información. Estos pombéros generalmente cruzaban ríos o esteros nadando desnudos, con el cuchillo apretado entre los dientes, para tener mayor agilidad y hacer el menor ruido posible, sin importarles el frío, las borrascosas tormentas, ni aquella infinidad de bichos venenosos. Víboras de toda clase acechaban entre los pastizales de la orilla o venían navegando sostenidas por el compacto camalotal. En el barroso fondo, semienterradas, habitaban las rayas, enormes peces planos a los que no se veía y cuya filosa cola terminada en una hilera de púas erectas se clavaba sin contemplaciones en el talón y tobillo de quien cometiera la torpeza de pisarlas involuntariamente, causando un dolor indescriptible que termina en necropsia de la parte afectada. Los pombéros desafiaban sin inmutarse cualquier peligro y para resultar menos visibles, adelantándose décadas en tácticas militares de combate, se cubrían el cuerpo con barro.

         El mando del reducto sitiado pasó al coronel Francisco Martínez, pues el 20 de julio el comandante anterior, el coronel Paulino Alén, desesperado ante la agobiante situación, al no obtener el visto bueno de López para abandonar el lugar, trató de suicidarse sin lograrlo, descerrajándose un tiro en el estómago y luego por increíble que parezca, a pesar del agudísimo dolor que sentiría, se disparó un segundo balazo en la sien. Había solicitado permiso al Mariscal López para dejar el reducto y de respuesta recibió la orden de seguir resistiendo, lo que en esas condiciones resultaba ilusorio. Para su propia desgracia, Alén sobrevivió en muy mal estado conquistándose la inquina de Solano, quien ordenó su arresto y remisión a San Fernando.

         Al resultar imposible el abastecimiento regular de Humaitá, idearon mandar desde Timbó, un poco más arriba en la otra orilla, aprovechando la oscuridad nocturna, reses carneadas en pequeñas balsas cubiertas de camalotes y aguapés, largadas a la corriente con un vigía adentro para dar aviso cuando llegaba imitando el sonido de algún animal nocturno, entonces, sin hacer ruido los que aguardaban en la costa escondidos entre los altos juncos, se lanzaban al agua y, sigilosamente, traían la balsa hasta la playa. La maniobra funcionó por cierto tiempo hasta que en una oportunidad desde Humaitá no apoyaron el desembarque, porque no escucharon al balsero, tal vez alguna noche tormentosa, por efecto de la lluvia o el viento, y la balsa fue a dar contra uno de los acorazados, aguas abajo. Desde entonces no pudieron utilizar ya ese método de abastecimiento pues los brasileros estaban al acecho y disparaban sobre cualquier cosa que se moviera, generalmente camalotales, día y noche. La implacable cadencia del bombardeo retumbaba en los oídos de los sitiados como una macabra melodía constante.

         Meses de asedio sin pausa lograron minar la disposición de los defensores de la fortaleza y ya el hambre era más letal que los disparos adversarios. La única salida era abandonar el bastión, cruzar el ancho río e intentar escapar por el Chaco, pero nada podía hacerse sin una disposición expresa del Mariscal-Presidente. Cuando él así lo dispuso, escogió de portador de la orden de evacuación a su propio ayudante de campo, el capitán Patricio Escobar. El Mariscal le dio a su emisario veinticuatro horas para trasponer el río, llegar a Timbó y desde ese lugar volver a surcar el caudaloso Paraguay y, burlando las posiciones enemigas en tierra y agua, llegar hasta Humaitá. Era un plazo muy corto para una misión tan arriesgada, pero las decisiones del Jefe no podían ser cuestionadas. Escobar podía terminar barrido por las balas de la escuadra. No obstante, sin dudar, partió del cuartel general de San Fernando a media noche y, atravesando la tupida selva, llego a destino a las 12 de la mañana del día 23. Cuando su caballo se agotó, a pesar del violento viento sur y la baja temperatura, continuó a pie hasta Timbó. Desde allí, con el sargento Machuca subieron a un embalsado de camalotes y aguapés, donde confundidos entre las plantas, bogando con las manos aguas abajo, se deslizaron por el río, dominado por la escuadra imperial, hasta lograr su cometido después de 8 horas de lenta y riesgosa navegación ya que si eran avistados por los invasores, hubieran sido muertos de inmediato. Por suerte, el viento cortante había amainado y el río, a pesar de la turbulencia de la correntada, estaba calmo. Pero el invierno arreciaba; el éxito de la peligrosa travesía era dudoso, estaban empapados hasta los tuétanos y tiritaban, la temperatura gélida del aire se deslizaba por sobre la correntada como una invisible ola de cristal que les golpeaba inmisericorde mientras contacto con el agua de temperatura uniforme todo el año en algo ahuyentaba los escalofríos.

         Al día siguiente de la llegada de Escobar, el 24 de julio, se celebraba el cumpleaños del Mariscal. La única banda de música de la guarnición empezó la bullanguera celebración y continuó tocando sus abollados y desafinados instrumentos todo ese día y esa noche para despistar al enemigo. Más que música, aquello producía unos sonidos discordantes. Hubo un gran baile y la tropa, como era costumbre, encendió fogatas para mayor realce del acontecimiento. Madera era lo que más abundaba en el Paraguay. Se mantuvieron enarboladas las banderas en los mástiles de la fortaleza y los cañoneos intermitentes daban a entender que la guarnición permanecía alerta. La animación y el entusiasmo fueron en aumento para que el invasor no se apercibiera de los trabajos de evacuación, que comenzaron a la medianoche y continuaron febrilmente durante toda la madrugada.

         Los jefes de división, Pedro Victoriano Gill, Remigio Cabral y Pedro Hermosa, cumpliendo instrucciones, encubiertos por las sombras, inutilizaron los parques, y echaron al agua los valiosos cañones que estaban colocados sobre el río, para evitar que cayeran en poder del enemigo. Sabían que serían irremplazables, pero no había alternativa. El cedro del cielorraso de la iglesia sirvió para la construcción de dos chatas, cada una con un cañoncito y entre cuatro a seis tripulantes para defender el pasaje por la laguna Yberá, previendo lo que se avecinaba. Cabral era un experto marino, cuando la batalla de Riachuelo comandó el navío Ygurey, siendo declarado por López "héroe de la jornada". Había dirigido la evacuación del ejército del sur, con notable éxito, por lo que el Mariscal le condecoró con la Orden Nacional del Mérito. Era un hombre de recursos e inventiva, que no se arredraba ante la adversidad, nadaba como un pez y se sentía más a gusto en el agua que en tierra, por todo eso fue nombrado tercer comandante de Humaitá. En cuanto a Hermosa y Gill, ningún obstáculo les intimidaba; hombres intrépidos, resultaban capaces, contra todo vaticinio, de lograr las más increíbles hazañas. Ha'écuéra añetegua ipy'aguazú upépe pe añá tuyucué hape (Ellos de verdad eran valerosos en aquella ciénaga del demonio), pensaba su jefe el coronel Martínez.

         En Humaitá quedaban todavía, luego de trece meses de soportar el asedio, unos 3.000 hombres, además de unas 300 mujeres, niños, heridos y enfermos. Se contaba solamente con 17 canoas para evacuar tanta cantidad de personas, que se aglomeraban en desorden. Por esta razón la operación resultó lenta y en vez de concluir al amanecer, como hubiera sido preferible, se prolongó más de lo debido. El coronel Martínez no descansó un minuto, intentando poner orden y meter tanta cantidad de gente en tan escasas embarcaciones. Hizo un rápido cálculo, si iban 20 personas por viaje se necesitarían 165 viajes para llevarlos a todos, eso sólo para cruzar, porque las canoas debían volver, así que los viajes se duplicaban ¡Añárako! Cada canoa por lo menos debía llevar dos remeros. El número de pasajeros disminuía entonces a 18. Pero a veces en medio de aquel sarambí se metían más personas y se llenaba de agua el bote. El sí condicional, como un molesto avispón, comenzó a preceder sus pensamientos. Si contaran con más tiempo, si la oscuridad fuese más larga, si los acorazados no estuvieran encima de ellos, si pudieran atravesar el río a nado y, por último, si hubieran tenido más barcos, la evacuación podría haberse completado esa misma noche, pero era absurdo pretender cruzar en diagonal remando contra una corriente inmisericorde, ese anchísimo río, dejar los pocos pasajeros que cabían y volver a Humaitá para recoger más y más evacuados, que se multiplicaban como las hormigas de un hormiguero. Intentar poner en fila a aquella desperdigada multitud resultaba absolutamente imposible, ñañepytyvôva'erâ ha ñane pytyvóne Tupá, fue la conclusión a la que llegó Martínez, al observar esa muchedumbre que se aglomeraba intentando meterse en los botes (debemos ayudarnos nosotros mismos y Dios nos ayudará). La gente se apresuraba en llegar hasta la playa con sus exiguas pertenencias, allí se amontonaba, se empujaba, invadía abruptamente las canoas, era un apañuái ipo'a'yva (enredo desgraciado). Martínez no podía gritar las órdenes porque el viento del río llevaba intactas las voces hasta los macacos ¡Ñandeyára! ¿Cuántos viajes más deberían hacerse para llevarlos a todos? Martínez no pegó los ojos, presagiaba que aquello no podía terminar bien, con una forma tan precaria de escape, iban contra el tiempo, contra toda lógica,intentando escabullirse ante las narices de los brasileros ojasurúva (intrusos) que se las pasaban espiándolos, que estaban al acecho pendientes de sus menores movimientos. Pe mbaesá o'só ipoíhápe, sí, el hilo siempre se suelta en su parte más fina y el punto más vulnerable ahora era Humaitá, así que allí se había soltado la piola. No podía cuestionar las órdenes de López, pero la realidad es que ahora la situación era crítica, porque el Mariscal había esperado hasta último momento. Por supuesto que Martínez tenía bien claro el panorama, Humaitá era absolutamente imprescindible, pero no hubieran llegado hasta este extremo. Ahora la numerosa gente a su cargo equilibraba sus vidas en el borde de ese abismo de pavorosa incertidumbre. Apenas cuatro días antes el pobre Alén, desahuciado, se había pegado dos balazos. Postrado en una improvisada camilla, después de haber sido uno de los oficiales más gallardos, quedó convertido en un aotujakue (estropajo) pero todavía respiraba, encima parecía estar consciente, porque cuando él le hablaba, le apretaba la mano. Tenía una bala en el vientre y la otra se había alojado en el cerebro, aún así el tipo entendía todo lo que pasaba y hasta tragaba con cierta dificultad el caldo de correas hervidas que preparaban las mujeres. Era un hombre muy fuerte, tal vez se repusiera; no podría dejarlo allí tirado. Lo que maliciaba es que la reacción del Mariscal no sería nada buena cuando lo viera en ese estado. Añeteguá que el tendotá se pondría furioso. López no perdonaba a los que no cumplían sus órdenes a rajatabla y la acción de Alen sería considerada una traición. Mientras tanto, la bandita arremetía con pegadizas galopas, intercaladas del cadencioso "Mamá cumandá " que todos repetían a coro y la tropa proseguía con vivas y gritos de alegría para dar la idea de que la fiesta continuaba. Martínez ideó despistar al invasor igual que lo hicieron en Curupayty, cuando la abandonaron, poniendo una cantidad de espantajos fabricados con madera y caña, parados al lado de piezas de madera forradas con cuero, que simulaban cañones y unos pocos soldados entremezclados, que disparaban sus armas de vez en cuando para que el enemigo cercano no descubriera la farsa.

         Crismildo Brizuela pudo rescatar a muchas personas e iba y venía con la canoa, haciendo sigilosamente el trayecto por el río desde Humaitá al Chaco paraguayo. El punto de desembarco de las canoas que cruzaban quedaba más arriba, cerca de la desembocadura del arroyo Hondo, donde una lengua angosta de tierra penetraba en la laguna, por lo cual recibió el nombre de "isla angosta o estrecha", en guaraní, Isla Poí. En esa faja de tierra existían grandes árboles. La misma estaba situada en una pequeña península enclavada sobre el río Paraguay, con forma de U, donde el terreno es montuoso, anegadizo con una espesa vegetación. Una vez allí, los evacuados se veían en la necesidad de arrastrar arduamente por tierra las canoas, por un trayecto accidentado, hasta llegar al medio de la península para echarlas en la Laguna Verá, que desde corta distancia del río se extiende hasta cerca de Timbó. Luego de navegar por la laguna, atracaban en las inmediaciones de Timbó, puesto paraguayo a cuyo mando había quedado Bernardino Caballero con fuerzas de la caballería, contra las cuales ya no se animaban a enfrentarse los aliados. Ese era el destino final para los refugiados. Y de allí, los canoeros, a riesgo de sus vidas, debían hacer el mismo trayecto a la inversa, para buscar más pasajeros. Era una travesía sumamente difícil y lo de arrastrar las canoas por tierra una tarea titánica, un absurdo inconcebible para una operación que debía haberse realizado sigilosa y rápidamente. Pero así estaban las cosas y lo único que se podía hacer era aceptarlas e intentar salir vivo de aquello. Ante la insuficiencia de botes y la premura de tiempo, muchos soldados, expertos nadadores, sencillamente decidieron cruzar el anchísimo río a nado. Los últimos en embarcar fueron los músicos, que seguían tocando sin parar, y un piquete de 50 hombres a cargo del teniente Urdapilleta, que guarnecía las trincheras, y eran quienes continuaban haciendo fuego para engañar al enemigo. El piquete tuvo que pasar en una sola canoa, que estuvo a punto de zozobrar, ya que el resto de las embarcaciones había llevado su carga de evacuados hasta la Laguna Verá y ninguna retornó.

 

 

MORIR SIN RENDIRSE

 

         Los golpes de mano siempre sedujeron a López. Así, el 20 de febrero de aquel funesto año 70, Bernardino Caballero, al mando de unos 40 soldados, fue enviado a Mato Grosso, a la zona de Villa Miranda y El Dorado, a buscar ganado para arrearlo al campamento paraguayo. Por ello, estuvo ausente durante el ataque final a Cerro Corá. Algunos dicen que Solano, presintiendo cuanto se avecinaba, lo sacó del lugar para que le sobreviviera y el Paraguay no quedara totalmente descabezado. La persecución brasileña no tenía pausa, y así el 1 de marzo de 1870, unos 10.000 brasileños al mando del general José Antonio Correia da Cámara daban caza a López, esperando arrinconarlo, haciendo proféticas las palabras de Caxías.

         Al despuntar el día, llegaron hasta el campamento algunas mujeres que lograron escapar del paso del arroyo Tacuaras, a una legua del campamento, informando que el enemigo los había atacado por la retaguardia, eludiendo los cañones, porque eran guiados por el coronel desertor Silvestre Carmona, que estaba al tanto de las posiciones paraguayas y de un camino secreto, del cual sólo los baqueanos tenían conocimiento. En Tacuaras muchos paraguayos se salvaron porque estaban en el monte buscando alimentos. El paso había sido tomado sin dificultad por los brasileños, eliminando el último obstáculo para llegar hasta donde se hallaba el Mariscal. Éste envió al teniente coronel Cándido Solís con 10 hombres a observar el avance del enemigo, pero fueron sorprendidos, muriendo Solís y varios de los suyos en el enfrentamiento. Los que lograron salvarse informaron a López que la caballería de Cámara avanzaba sin oposición hacia el campamento.

         Una anciana mujer negra, llamada "mama Molle", que había sido nodriza del Mariscal, llegó sofocada por la corrida hasta donde estaba Solano y le gritó jadeante: "¡Cháke, Pancho, oú jhina los cambá-cuera!".

         La Lynch al escucharla asomó a su carretón y, a pesar del tumulto que se produjo en el campamento, pudo ver las verdes banderolas de las lanzas de los brasileros, surgiendo como siniestras flores que ondulaban sobre los altos pastos. Al instante, miles de camba hormigueaban por el campamento, ensañándose con aquella desventurada gente. Se escuchaban gritos desgarradores de niños y mujeres y airadas maldiciones en guaraní de los hombres que, a pesar de su inferioridad numérica, salieron a hacerles frente.

         A pesar de los pocos paraguayos que quedaban en pie la lucha fue terrible. En un principio unos 380 hombres, contando con 4 cañones, comandados por el propio López, opusieron resistencia; a éstos se sumaba una avanzada situada en Paso Tacuara con 90 hombres y dos piezas de artillería. Los primeros jinetes de la vanguardia enemiga que asaltaron el paso del río Aquidabán fueron batidos y rechazados a balazos. Este combate fue el último para complacer la caprichosa voluntad del emperador Pedro II, la perversa  política de Bartolomé Mitre y la traición de Venancio Flores. El pueblo paraguayo había sido prácticamente exterminado. Duró apenas quince minutos. Fue totalmente diezmado y vencido el ejército de la nación paraguaya después de 5 años de continuos enfrentamientos. López con sus acompañantes, aprovechando que el enemigo se replegó sobre el paso del Aquidabán, retornaron hasta el cuartel general luego de producirse el desbande de sus fuerzas. Mientras se dirigía al galope desde allí al arroyo Aquidabán Nigüí, que fluía envuelto en una espesa vegetación, le salieron al encuentro su madre y sus dos hermanas Inocencia y Rafaela, quienes permanecían presas hasta ese momento, en un carretón. Doña Juana Pabla al verlo clamó angustiada "¡socorro, Pancho!", a lo que él le contestó: "Señora, fíese de su sexo". El coronel Aveiro le preguntó si podía retirar el piquete bajo cuyo cuidado se hallaban las presas, a lo que el Mariscal contestó: "inmediatamente". "¿Y las señoras cómo quedan?", inquirió aquél. "Que ellas se avengan como puedan", respondió López y continuó su camino. Algunos sobrevivientes atribuyeron a Elisa Lynch haber tenido participación en instigar al Mariscal contra su madre, porque la irlandesa era vengativa y jamás le perdonó a doña Juana el haber reprobado las relaciones que ella mantenía con Solano.

         La vanguardia de las tropas invasoras era la brigada de caballería al mando del coronel Juan Nunes da Silva Tavares. La misma irrumpió a sablazos dentro del campamento de Cerro Cora, donde quedaban apenas unas 180 personas, entre soldados, ancianos, mujeres y niños. El lugar en ese momento se hallaba desguarnecido porque los pocos hombres que aún podían combatir se apostaron en el paso del Aquidabán junto a López o se habían internado con anterioridad en los montes en busca de algo para comer. Los brasileros entraron al galope al campamento, matando a cualquiera que anduviera por allí, sin tener en cuenta sexo, condición ni edad. En el entrevero, un jinete de la caballería enemiga, probablemente el coronel desertor Carmona, gritó: "aquel que monta el bayo y tiene sombrero de paja es López: asegúrenlo". Seis jinetes galoparon detrás de él procurando aprehenderlo, precisamente cuando Solano trataba de internarse en el monte que circundaba el Aquidabán. Llegaron hasta un recodo del arroyo, allí los perseguidores le cortaron la retirada, López sujetó su caballo, dos enemigos se le acercaron por ambos lados pretendiendo tomarle del brazo, entonces López con el espadín desenvainado le dirigió un puntazo al cabo "Chico Diablo", el cual esquivó el cuerpo del golpe y le encajó un lanzazo que hirió a López en el bajo vientre, al mismo tiempo que el otro le descargó un hachazo hiriéndole en la sien derecha, cortándole el sombrero que cayó al suelo. López furioso gritó: "¡Maten a estos negros macacos canallas!"

         En ese momento llegaron el capitán Argüello y el alférez Chamorro, quienes se batieron con los brasileros, quedando ambos malheridos para fallecer poco después. Aveiro y Cabrera acudieron también en su auxilio. Aveiro le alcanzo el sombrero y le preguntó si fue alcanzado, respondió López: "Sí, coronel". Galopan internándose por una picada, con el Mariscal gravemente herido; cabalgan entre los arbustos hasta alcanzar el cauce donde, a consecuencia de haber perdido mucha sangre, Solano cayó desvanecido de su cabalgadura sobre la ribera del Aquidabán Nigüí, en una barranca muy empinada. Cayó de la montura también Aveiro, por lo escarpado del terreno. En ese momento llegaron Cabrera e Ibarra y trataron entre los tres de levantar a Solano, pero era muy pesado. Optaron entonces por arrastrarlo hasta la orilla opuesta, dejándole allí recostado contra el tronco de una palmera derribada que atravesaba en ángulo el arroyo. López ordenó que buscaran algún lugar más accesible para subirlo. Cuando intentaban marcharse, comenzaron a salir de entre los matorrales numerosos infantes brasileros haciéndoles fuego. Aveiro trepó el barranco para esconderse entre la tupida vegetación. Desde allí vio al cirujano Estigarribia, que iba retrocediendo con una lanza ante un soldado enemigo que se la ensartó en el pecho, y allí cayó en el agua, herido de muerte.

         Apareció entonces el general Correia da Cámara seguido por su tropa. Según el mismo contó después, le intimó rendición a Solano. Hubo un breve diálogo entre ambos contendientes, pero Aveiro solo pudo escuchar que el Mariscal le contestaba: "¿Me garante lo que pido?", a lo que Cámara respondió que sólo podía garantirle la vida. Solano, aún con el espadín en la mano lo levanta y dirigiéndole un puntazo contesta: "Entonces muero con mi Patria", cayendo al agua, donde a la vista de Aveiro lo sacaron con vida, llevándoselo hacia el campamento, y no como pretenden hacer creer que murió en el arroyo. De ser cierta esta versión, López falleció estando prisionero en poder de los brasileños, fuera por la gravedad de sus heridas o a raíz de un balazo que recibió en la región dorsal, el cual Aveiro no testifica que le fuera descerrajado en el arroyo. Tiempo después, Correia da Cámara confesó que un soldado brasileño había dado muerte a López, quien yacía allí herido, con un disparo de fusil. Obviamente, el Imperio no quería lidiar con un prisionero de su envergadura. Doña Juana Pabla y las hermanas de López fueron liberadas de sus pútridas prisiones, el hedor de las carretas cerradas hacía irrespirable el aire de su entorno, que se llenó de moscardones verdes. Les servía de letrina, cocina y dormitorio, allí habían vivido encerradas durante largo tiempo, a doña Juana Pabla decían que la llegó a poner en una jaula y existía orden de ajusticiarlas ese día, así que el sorpresivo asalto de los aliados las salvó de que se cumpliera la sentencia. Soldados enemigos arrastraron el cadáver del Mariscal fuera del bosquecillo. Cuando doña Juana vio el cadáver de su hijo tirado sobre el pastizal, se acercó hasta él llorando desconsolada mientras repetía: "che memby, che memby", extendió sus manos y acarició el rostro lívido ensangrentado que intentó limpiar con los bordes de su negro rebozo. "No llores a ese monstruo, mamá", le dijo Inocencia y con fuerza, a pesar de que doña Juana se resistía a irse, la apartó del lugar. Doña Juana caminaba tambaleante, seguía llorando: "mi Pancho, mi Panchito querido". "Por Dios, mamá, acordate de todo lo que nos hizo padecer", le dijo. La anciana se secó las lágrimas con manos temblorosas; era inútil, hondos sollozos la conmovían, Rafaela se les unió. Los hijos de ambas venían más atrás, eran niños cadavéricos con la piel amarillenta cubierta de llagas, el pelo grumoso lleno de costras y ojos lagañosos. Correa de Cámara, que observaba la escena, se acercó a ellas y las ayudó, tenían el cabello desgreñado, los rostros descoloridos de tanto no ver el sol, parecían tres apariciones, hasta la ropa de estas mujeres y niños despedía un olor pestilente, resabios de la inmunda cárcel-carromato, el militar condujo el pequeño grupo para que sus subordinados les dieran alimentos y mantas. Nueve meses después, Inocencia dio a luz una hija del jefe brasilero.

         Según otra versión, no corroborada por Aveiro que presenciaba la escena, Cámara ordenó en el mismo arroyo "maten a ese hombre". Un certero tiro en la región dorsal le ocasionó la muerte. El balazo, si esto fuera verdad, tendría que haber entrado por el pecho y no por la espalda del Mariscal, quien se hallaba tendido boca arriba en la ribera del riachuelo. Es curioso comentar que los brasileños destacados en el lugar dieron varias explicaciones del episodio y no todas concuerdan. El Imperio ofrecía una recompensa a quien lo matara y la cobró el cabo José Francisco de Lacerda, alias Chico Diablo. El cadáver fue entregado al furor de la soldadesca enemiga, que lo desnudó y mutiló. El alférez Genesio Goncalvez Fraga con un puñal le cortó una oreja, llegaron otros soldados cortándole dedos y la otra oreja, un pedazo de cuero cabelludo y parece que también otras partes del cuerpo. Alguien con una culata de fusil le rompió los dientes incisivos, le destrozaron la boca y comenzaron a repartirse sus dientes como souvenirs. La soldadesca saqueaba frenéticamente las carretas donde quedaban algo de comida, restos de la buena bebida del Mariscal y la Lynch, además de ropa. Saltando como locos, esparcían montones de oro, quemaban papeles, disputaban joyas, según el relato del vizconde de Taunay.

         Elisa Alicia Lynch se hallaba rodeada de sus hijos menores en una carreta. La mujer llevaba un vestido de lujo: seda negra con puños y volantes blancos, peinada con mucho cuidado, parecía estar lista para una "soirée ", en los dedos de sus manos lucía costosos anillos de diamantes. Enseguida gritó a las tropas enardecidas que ella era inglesa y que no se atrevieran a tocarla. Sus hijos Juan Francisco de 15 años y Enrique de 9, a caballo, escoltaban el carruaje, cuando fueron rodeados por una sección de caballería mandada por el coronel Ventura Martins quien les intimó rendición. – Un coronel paraguayo no se rinde -contestó Panchito, sacando espada y asestando un golpe. Su madre le gritó varias veces: -¡Ríndete Panchito! Pero él no hizo caso y siguió defendiéndose con la espada, hasta que cayó muerto de varios tiros de carabina. El muchacho no tenía fusil, solo esa a espada que ahora relucía en el pastizal anegado con su sangre. Al ver caer a Panchito, Elisa saltó del carro, tomó el cadáver del hijo y lo colocó sobre el asiento delantero del vehículo. Lloraba desgarradoramente y abriendo dos o tres veces los ojos empañados del muerto lo llamó: "¡Panchito! ¡Panchito!", la sangre del joven manchó aquel traje. Otro de sus hijos, Enrique, recibió un culatazo en la nuca y cayó al suelo sin sentido desde su caballo, tal vez por eso lo dejaron con vida. Los niños más pequeños lloraban, uno de ellos gritó: "¡No me maten! Soy extranjero, hijo de la inglesa."

         Llegaron minutos más tarde hasta donde se hallaba el carruaje de la Lynch el coronel Antonio da Silva Paranhos y el sargento mayor Floriano Peixoto. Desde este momento quedó garantida la vida de todos. Paranhos se presentó a la compañera de López a ofrecerle su protección. Y el mayor Peixoto -posteriormente mariscal presidente de los Estados Unidos del Brasil y uno de los fundadores de la República- invocando el nombre del comandante Cunha Mattos también le brindó auxilio. Peixoto fue enviado por su amigo Cunha Mattos, más tarde general del imperio. Cunha había caído prisionero de guerra de los paraguayos el 3 de noviembre en Tuyutí y había recibido un trato deferencial por parte de Elisa durante su cautiverio, tanto que aquella le atribuía la supervivencia.

         Cuando regresaban a pie al antiguo cuartel general paraguayo para tomar el camino de Concepción, la Lynch con sus hijos, Rosita Carreras, Isidora Díaz y su servidumbre, acompañados por Paranhos y Peixoto, dieron con los restos del Mariscal, traídos de donde murió y enterrados a flor de tierra, rodeados de un gentío de mujeres, hombres y un soldado brasilero de color, bailando haciendo piruetas sobre la barríga del cadáver, que no estaba cubierta. El coronel Lino Cabriza fue encargado de darle sepultura al Mariscal. Pero el pozo no fue suficientemente profundo, así que la Lynch, al ver que estaban profanando el cadáver bailando sobre el cuerpo desnudo y mutilado, pisoteándolo alegremente en medio de un salvaje griterío, se abrió paso hasta el lugar, desalojando de un empujón al soldado que danzaba sobre la barriga del cadáver y dijo a Paranhos y a Peixoto: - ¿Y es ésta, caballeros, la civilización que nos han venido a traer a cañonazos?".

         Obviamente, era una mujer de temple, que no se arredraba ni aún en aquellas extremas circunstancias. Peixoto ahuyentó a los profanadores de origen africano. Se desenterró el cadáver que estaba completamente desnudo porque le habían robado las ropas, se ahondó y ensanchó la fosa allí bajo los sauces que rodean el Aquidaban, ayudando personalmente en el trabajo el mismo Peixoto. Con tres onzas de oro la Lynch compró una sábana, envolviendo a su amante con ella, mientras se cavaba una sepultura bien profunda en el lugar en que el Mariscal tuviera poco antes su tienda de guerra, donde fue enterrado junto a Juan Francisco (Panchito) López, el hijo mayor de la pareja, muerto por los atacantes, de un disparo en la espina dorsal. Elisa le pidió unas tijeras a Rosita y cortó un mechón del pelo negro de Solano y otro rubio de Panchito, guardándolos en su pecho. El viejo vestido de baile de la irlandesa tenía un aspecto lastimoso, arrugado y todo manchado de sangre y barro. Cuando hubo quedado bien relleno el túmulo, continuaron la marcha emprendida. El rostro demudado por el dolor, el largo cabello rubio suelto y desordenado, las manos sucias de sangre y tierra, se levantó para proseguir la caminata, mientras llevaba en brazos a Leopoldito, su débil hijo menor, que lloraba constantemente.

         Los brasileros ultimaron también a José Félix, de 11 años, hijo del Mariscal con Juanita Pesoa. Dieron muerte al vicepresidente Francisco Sánchez, anciano octogenario quien, herido en una carreta, blandía una espada y no aceptó rendirse. Mataron igualmente al coronel Luis Caminos, ministro de Guerra y Marina, al coronel José María Aguiar, y a muchas otras personas.

         Los enemigos victoriosos prendieron posteriormente fuego a los montes y campos de Cerro Corá, que ardió en una inmensa hoguera. Entre las voraces llamaradas y el humo se escuchaban los alaridos de dolor de los paraguayos que pretendieron salvarse al amparo de los bosques y altos pajonales del arroyo. Pero, cuando el viento esparció las lenguas de fuego, resultaron consumidos en poco tiempo el pastizal y los arbustos. Fueron quemados vivos por el enemigo centenares de inválidos y heridos, al ser alcanzados por las llamas. A pesar de haber muerto López, los brasileros continuaron persiguiendo con saña a los sobrevivientes. Ese día y los siguientes hubo una cruel matanza de paraguayos, aún a aquellos grupos que se escondieron en los montes y a los cuales el invasor a gritos les dio todas las garantías para entregarse, pero apenas salieron con las manos en alto, fueron barridos por las ráfagas o degollados.

         Nadie sabía con exactitud dónde enterraron el cadáver del Mariscal porque fue en medio de aquella infernal batahola en un lugar con ninguna referencia artificial. Aparentemente, fue muy cerca del arroyo, y así, años más tarde, cuando se quiso recuperar sus restos, guiados por un anciano testigo sobreviviente, dicen que ya nada quedaba en el lugar, porque cuanto estaba en la tumba había sido arrasado durante una de las frecuentes arrolladoras crecientes del cauce. A Elisa Lynch, en su calidad de súbdita inglesa, y a sus cuatro hijos los brasileros triunfantes los pusieron en un barco, enviándolos raudamente fuera del país. En el exterior la Madame disponía de una inmensa fortuna expoliada a los perseguidos durante la tiranía de Solano. A quienes caían en desgracia se les confiscaban todos sus bienes. Esta fortuna fue siendo remitida al exterior, cargada en grandes cajones de madera, dentro de las bodegas de los pocos barcos con bandera extranjera, que pasando el bloqueo llegaron hasta el país en tiempos de guerra. El Tesoro de la Nación era en la práctica el Tesoro de Solano, porque él era el Estado y disponía a su arbitrio y voluntad de todo. Afirma Héctor Francisco Decoud, acervo crítico del Mariscal: "La última remesa de dinero a Europa que hizo el tirano Solano López, fue en Julio 1º de de 1869, por intermedio del Ministro Norteamericano general McMahon, de 7 cajones debidamente asegurados con zunchos de hierro, conteniendo seiscientos mil patacones en onzas de oro pertenecientes al Patrimonio del Estado. Esta suma fue depositada en Londres, en el Banco de Londres, a la orden de la nombrada Elisa Alicia Lynch de Quatrefages, que terminada la guerra la recibió integra."

         Solano mereció la ingrata suerte de ser entregado al enemigo por traición de su médico de confianza, con quien compartía en su mesa los últimos bocados de alimento, que reservaba para sus hijos menores. Conforme testigos, uno de sus médicos, el paraguayo, fue el que lo entregó al enemigo otras el otro, su primer médico, el inglés William Stewart, le saqueó sus caudales, consistentes en muchos miles de arrobas de yerba, enviadas a Buenos Aires, a consignación de su hermano Jorge Stewart, y en más de doscientas mil libras esterlinas en efectivo depositadas durante la guerra, como acto de confianza, a nombre de este médico, por intermedio de su hermano Robert, en el Banco Real de Escocia. Elisa comenzó un largo litigio para recuperar su dinero. Finalmente, William Stewart fue condenado a presidio por los tribunales de Edimburgo, pero la sentencia nunca se cumplió y se trasladó a vivir tranquilamente a Asunción, disfrutando esta fortuna.

         El Mariscal López murió profundamente convencido que con él desaparecían la independencia y la soberanía del Paraguay. Esta convicción la adquirió al saber que los poderes aliados habían organizado en Asunción un "Gobierno Provisorio" compuesto por los paraguayos que empuñaron sus armas contra su Gobierno y vinieron a matar paraguayos al lado de los ejércitos de la Triple Alianza. En la junta de guerra que precedió al último enfrentamiento, el Mariscal López rechazó la idea de una retirada y resolvió batirse en un combate final. Presintiendo próximo su fin, procedió a cambiarse de ropa, se puso camiseta de seda y camisa bordada de fino hilo, blusa y pantalón de casimir y botas de charol con espolines de plata. Entre los grandes caídos que fueron árbitros de naciones y conductores de pueblos, a ninguno seguramente le cupo una agonía perpetrada con mayor ausencia de generosidad. Dados su carácter de mandatario y su actuación prominente, era merecedor de una muerte más decorosa que la que le infligió Correia de Cámara, aunque es probable que éste no hiciera sino cumplir con alguna consigna subrepticia del emperador Pedro II, la misma consigna que se había negado a llevar a cabo Caxías cuando en Potrero Mármol dejó escapar a Solano porque un militar de honor no podía asesinar a sangre fría al oponente vencido, aunque después se expusiera a severas críticas de todos los sectores del Imperio.

         Madame Lynch en sus memorias consignó que la caballería brasileña llegó hasta ella lanza en ristre, "No me toquen, soy inglesa", les gritó. Se hallaba de pie con el cadáver de Panchito en sus brazos. La escena debió haber sido tan trágica que los soldados, mudos, levantaron sus lanzas y la dejaron pasar.

         El general Cámara se le acercó y le comunicó que Solano se había negado a capitular por lo que fue muerto. "Le pido que me haga conducir junto al Mariscal", pidió ella.

         "Un oficial se adelantó. Isidora me tomó del brazo, sosteniendo mi marcha vacilante hacia la otra estación del calvario. Más tarde supe cómo había muerto. Después del choque con los lanceros brasileños, el Mariscal, a orillas del Aquídabán Nigüí, se encontró con un lancero. Un lanzazo lo derribó de su caballo, ya en el suelo, otro le abrió la frente. El de a caballo, un tal Chico Diabo, se cebó con el herido. Tercer lanzazo en el pecho... El Mariscal, siempre de pie, espada en mano, vacilante, ve llegar corriendo a un hombre. - Entréguese Mariscal, soy el general Cámara, respondo de su vida. ¡Pedirle al Mariscal que se entregara! Cae... se levanta por última vez... Ya en las tinieblas de la muerte da una estocada en el vacío gritando "¡Muero con mi Patria!". Y cayó. Lo encontré donde lo habían matado y mutilado: un oficial brasileño le había cortado una oreja. Arrodillada, torturada por nuevos sufrimientos, cerca del padre muerto, después del hijo... Horas, gritos lejanos de mujeres, Rosita vino a relevarme a junto a su padre. Una horda de mujeres en andrajos, rugiendo, sitiaba mi carreta, defendida por Isidora. - Madame Lynch... ¡Tomanó, tomanó! gritando más fuerte a mi paso. Un oficial brasileño, el que había dado la orden de matar a Panchito, miraba la escena, se acercó a mí. - coronel Martins. - ¿Qué quieren estas mujeres? - Sus víveres, dicen que su carreta está llena. No tengo nada ¿Quiere usted coronel mandar que vacíen la carreta y los baúles? Arrodillada, rogando junto a mi hijo, oí el pataleo de las mujeres, sus gritos de decepción, su partida dejando algunas cebollas desparramadas. Pero Dios aún no había dicho "Basta". Dos soldados me trajeron el cuerpo de José Félix, matado a los 11 años, no supe cómo. En mi memoria hay un vacío. Volví a mis sentidos. Isidora estaba rociándome la cara con agua, me golpeaba las manos. - ¡Señora, señora! hay que ser razonable, ¿cómo vamos a hacer? Los brasileros se niegan a dar sepultura a nuestros muertos. De pie, huraña, grité: - ¡Quiero cavar su tumba yo misma! Isidora tomó a José Félix, que la madre me había confiado para que lo hiciera un hombre. Yo, por última vez, llevé en los brazos a mi Panchito, junto a su padre. Busqué un sitio en la ribera donde cayó Solano. Arrodillada, con mi vestido de baile, empecé a cavar la tierra con las manos... Era tan suave, puesto que le entregaba mis seres amados. Pronto me dolieron las manos, el cansancio me agobiaba. Mi feroz dolor galvanizaba mi fuerza. Desde la fosa, de rodillas con mi vestido lleno de tierra, arrancaba puñado de tierra tras puñado de tierra. Raíces, piedras ¡Cavar, cavar hondo para mis seres amados! Alucinada cavaba la tierra con encarnizamiento. De la punta de mis dedos chorreaba la sangre... Isidora, habiendo cavado la tumba del pequeño José Félix, me ayudó a bajar a  mis queridos muertos. Panchito, en la muerte, como en la vida al lado de su padre. ¡Una larga mirada, un último adiós, antes de cubrirlos de tierra! La noche bajó sobre Cerro Corá, en un gran silencio. La noche bajó también sobre mí, arrodillada al borde de una tumba y para siempre".

         El conde d'Eu, apenas recibida la noticia de la muerte López, mandó preparar un lunch y personalmente, con copa de champagne en la mano, hizo estruendosos vivas, al emperador y al general Correia de Cámara, celebrando la cobarde masacre. ¡Vaya triunfo asesinar a un hombre desarmado, agonizando desplomado en un arroyo!

         Después de la muerte de Solano, el general Patricio Escobar fue hecho prisionero. Una fuerza expedicionaria al mando del mayor Vasco Acevedo Freitas se dirigió hasta el lugar donnde estaban los cañones y carretas que aún quedaban de la artillería paraguaya. El general Roa traía consigo cañones que se empantanaron en la picada de Chirigüelo a raíz de las lluvias que convirtieron en un fangal aquel terreno. Al avistar al enemigo, como única opción, los paraguayos se refugiaron en el monte, disolviéndose en pequeños grupos para ponerse a salvo de la persecución. Los brasileros gritaron que les daban garantías. El 2 de marzo el general Francisco Roa salió del monte, desarmado, con las manos en alto, a presentarse como prisionero de guerra, pero fue cruelmente asesinado de una descarga de mosquetería que ordenó el jefe brasileño. Delvalle custodiaba las carretas llenas de víveres y otras conteniendo dinero y plata labrada. Trabajosamente venían acercándose a Cerro Corá, al frente de hombres y carretas. El 25 de febrero anterior Juan Bautista Delvalle, Gabriel Sosa y José Romero remitieron una nota al Mariscal renunciando a continuar tras él, "convencidos de que nuestro deber de patriotismo ya no nos obliga a más sacrificios, renunciamos formalmente a seguir causando víctimas en la huella de V.E. (y víctimas antropófagas) pues el patriotismo es un sentimiento que Dios aprueba cuando no es extremado, ni opuesto al derecho de gentes, y Dios no fundó la sociedad civil para destruir la sociedad natural. Nos retiramos a los desiertos con aquellos que manifiestan igual voluntad y con el propósito firme de que en ningún tiempo serviremos de instrumento al enemigo invasor de nuestra nacionalidad..."

         Comenzaron a contramarchar durante cuatro días llevando 4 carretas cargadas de víveres y una de dinero, dejando abandonadas a disposición de la turba todas las demás carretas que sumaban más de veinte, con alimentos y plata labrada. Las mujeres saquearon la carga y comenzaban a retirarse con sus ataditos en la cabeza, cuando llegaron los brasileros. Delvalle y Sosa, acompañados de su ayudante el teniente Vargas, aparte de otros, decidieron acampar en medio del monte, en un espacioso pastizal, regado por un pequeño estero para proveerse de agua. Allí enterraron dos cajas llenas de plata sellada. Pero el 4 de marzo fueron alcanzados por el enemigo, tomándolos desprevenidos, así que todos corrieron al monte. Los brasileros los llamaron aconsejándoles que salieran, que no les habría de suceder nada. Desconociendo lo sucedido a Roa, Delvalle salió junto con varios compañeros, formando un total de más de cincuenta hombres. Como no quiso entregar su espada, le clavaron un puntazo de sable a traición por la espalda y se la sacaron, enseguida a todos los prisioneros desarmados los hicieron marchar hasta un pajal y allí fueron muertos a sable y lanza y, como cruel corolario, prendieron fuego al pajal, de tal modo que los heridos y los agonizantes murieran quemados. El capitán Alfaro se salvó mediante un reloj de oro que le regaló a un sargento de caballería brasilera, quien lo alzó sobre el anca de su caballo y lo alejó del lugar. Sosa y Romero sobrevivieron porque tuvieron la prudencia de no salir del monte cuando fueron llamados. Su testimonio develó posteriormente la verdad de los alevosos asesinatos.

         Los brasileros después quitaron a las mujeres las bolsas plata sellada que éstas habían sacado de las carretas y mandaron desenterrar las cajas que Delvalle había ocultado en el monte, conduciendo todo a Villa Concepción en diecisiete carretas. Los enemigos pudieron llegar hasta Cerro Corá, guiados por los desertores Carmona y Villamayor.

         La persecución de paraguayos prosiguió. Algunos sobrevivientes, que no creyeron en las promesas de los imperiales y permanecieron escondidos en las selvas, contaron que los prisioneros tomados por los aliados, al mando del mayor Vasco Azevedo Fleitas, fueron encadenados unos con otros, conducidos a corta distancia sobre el camino, y allí ejecutados a sable y lanza o degollados, por el crimen de haber permanecido fieles a su patria. Azevedo fue el mismo jefe que ordenó prender fuego al pajonal reseco de Cerro Corá. Obviamente, la consigna de los brasileños era no dejar vivo un solo paraguayo que hubiera combatido junto a López. Había que tomar providencias. En la posguerra podrían volver a enarbolar las banderas de esa política nacionalista del Mariscal y levantarse contra la opresión e injerencia del Imperio.

         Estos testigos de las matanzas continuaron su travesía ocultándose entre los bosques, llegando meses después a sus pueblos natales o a Asunción, donde narraron lo acontecido. Juansilvano Godoi describe la desolación años después: Fue así que al terminar la guerra no existía en el país una cabeza de ganado vacuno, un ave de corral, un grano de maíz, de arroz ni de trigo. Todo se había extinguido, agotado. La nación quedaba en ruinas, consumida, aniquilada.

         Mientras tanto, la prensa aliada propagaba a grandes titulares que, por fin, el camino estaba franqueado para traer al Paraguay la civilización y la libertad. ¿A quiénes beneficiaría esa libertad, si habían exterminado a todo el pueblo? Los imperiales, los porteños y los orientales se cuidaban de hacer mención al costo en sangre, luto, desolación y congoja. Jamás reconocieron que fueron responsables del brutal genocidio; que asesinaron alevosamente a prisioneros de guerra indefensos; que violaron sistemáticamente a las mujeres y también a los niños y los sodomizaron sin distinción de sexo; que se robaron como inicuo botín todo cuanto encontraron a su paso; que, ganada la batalla en Piribebuy, incendiaron un hospital con médicos y heridos adentro; que acostumbraban prender fuego a los matorrales donde se refugiaban los heridos después de las batallas; que secuestraron a miles de sobrevivientes para llevarlos a sus países y convertirlos en esclavos; que no cumplieron sus promesas de respetar a los vencidos; que ultimaron cobardemente al Mariscal, ya gravemente herido y desarmado, acto inaudito que atenta contra el honor militar e infringe las más elementales reglas de humanidad que rigen los enfrentamientos armados. Millares de cadáveres insepultos quedaron tendidos en esos bosques donde Ñanderuvusu creara los animales que los habitaban. Los niños de aquel pueblo, desde muy pequeños, acostumbraban acercarse a ellos, convivían con gran variedad de aves que mantenían sobre sus hombros, a las que dejaban comer de su boca, a los loros les enseñaban a hablar como a los papagayos de vibrante plumaje rojo o azul. Prendidos de una cuerdita de cuero, apegados a su cuerpo llevaban cachorros de tapires, oso hormiguero, tatú bolita, venados, carpinchos, jabalíes y a veces hasta del arisco yaguarete que domesticaban y los seguía como manso perro. Ahora esa selva que fuera su hogar desde el principio del tiempo cubrió lentamente de verde los despojos del exterminado pueblo hispano-guaraní.

 

 

 

EPÍLOGO

 

RESURGIR DE LAS CENIZAS

 

         Pero el Paraguay, con toda esa descorregida biografía de ruinas humeantes, aniquilación, exterminio, sangre, sufrimiento y fuego, se rehusaba a ser extinguido. El pasado quedaba definitivamente en el ayer, porque el tiempo no presta atención a los padecimientos humanos y, al margen de los conflictos, corre inexorable, como las aguas del viejo río. Ese río mítico, profundo y azulino nacido de las entrañas de esa tierra bermeja. Ese torrente impetuoso y magnífico, que como vertiente medular cincelaba con su abrupto cauce aquellas riberas milenarias, que celebraban con el tiempo un pacto de eternidad. Sobre sus aguas desbocadas, que al final de la noche devoraban la Luna y se la llevaban hacia esa hondura de musgo y algas, emergía al conjuro del rojo grito de la vida que continúa, a pesar de los dolores, de las injusticias y de los abismales incendios, la claridad milagrosa de la aurora, que presagiaba soles distintos y vientos jubilosos.

         Ya un presente diferente, con toda la característica incertidumbre que rodea al brumoso y desconocido porvenir, emergía desde el resplandor ritual, que apenas perfilado en el horizonte del este, anunciaba el nuevo día.

         Brasil, Argentina y Uruguay eran absolutamente culpables de haber cometido un horrendo genocidio en el Paraguay. Los hechos hablaban por sí solos. La historia, siempre implacable, se encargaría de juzgarlos. Los vencidos, extenuados como estaban, carecían de la fuerza necesaria para hacerlo. Esa misma historia juzgaría también a los políticos corruptos que vendieron sus conciencias por treinta denarios de plata; consabidos traidores que emergen en el núcleo de toda tragedia humana. La tiniebla en medio de la borrasca nos permite entrever con mayor esplendor el fulgor de la luz. Pero aún así, para los paraguayos, la fe en sí mismos, como en la mítica caja de Pandora, aún quedaba intacta, en el fondo de esos pasadizos inabordables del alma. Esperanzas de habitar un día, unidos como hermanos, esa Patria libre y soberana, que todos soñaron: ver resurgir ese amado terruño donde estaban las tumbas de sus antepasados, por el que habían puesto sus pechos cual empalizadas, y por el que habían dado hasta la última gota de su sangre. Todos compartían la inclaudicable certeza de que el Paraguay renacería de sus cenizas.

         En el monte circundante, atiborrado de lapachos, surgió un viento violeta que transportó a los cuatro puntos cardinales el canto del pájaro campana. Era el himno ancestral de la tierra de los irreductibles. A pesar de los claros propósitos detallados en el infame Tratado de la Triple Alianza, la resultante guerra de aniquilación, no logró exterminarlos. El puñado de paraguayos sobrevivientes se refugió en los montes, se consustanció con la intemperie, se hermanó al sol, a la llovizna, a las estrellas. Contra todo pronóstico en los finales de la contienda, aún continuaban tercamente aglutinados tras su Mariscal y a una sola palabra suya arremetían como leones, sin importar la superioridad numérica del enemigo, ni el tañer de su letal armamento, sus modernos rifles, sus impenetrables acorazados, su inhumana crueldad, o sus tentadoras promesas. Los hispano-guaraníes, antes que someterse al avasallamiento extranjero, preferían la muerte. A esas alturas del siglo XIX, el sistema de producción industrial era en Europa lo más avanzado en el área de la evolución económica. El Paraguay quedaba al margen de estos conflictos, porque de un régimen neofeudal, se evolucionó hacia un sistema de manufactura socializada. Así, mientras en Europa el capitalismo significaba un progreso revolucionario, en el Paraguay significaba un retroceso. Por eso debía ser impuesto a cañonazos, como lo hicieron en la China o en el Japón. El diplomático de la reina Victoria, acreditado en el Plata, llamado Edward Thornton fue el oscuro nigromante que cumplió con lo estipulado por Inglaterra y, hábilmente, usó a Pedro II, a Mitre y a Flores como instrumentos para hacer penetrar los ambiciosos tentáculos de la corona, pasando por encima de los cadáveres de los paraguayos, pasando por encima de la devastación y las ruinas en que convirtieron al Paraguay, para lograr sus objetivos. Así, sobre sus escombros, al triunfar los Aliados y perder la Nación su hegemonía tanto económica como social, pudo recién ingresar el capital inglés. De aquella altiva Nación independiente, gobernada por Francia y por los López, se volvió al colonialismo, y se cayó al descontrol de la codicia de las fuerzas económicas extranjeras. Brasil y Argentina se posesionaron de todo a través de gobiernos títeres que impusieron al vencido y dirigieron la política de acuerdo a sus caprichos. Y comenzaron a marcar las pautas educativas para aniquilar la tradición, para destruir todo vestigio social, cultural y económico que identificara a los nuevos paraguayos con sus ancestros de la Patria Vieja. El pueblo que sobrevivió a la hecatombe quedó en la indigencia y en el más completo desamparo. Se instauró una oligarquía de advenedizos, las libras esterlinas ingresaron a Asunción, el capital extranjero se apoderó de los yerbales, del ferrocarril, de los fértiles campos, de los legendarios bosques. Se creó una división entre ese pueblo llano, abandonado a su suerte, que sobrevivía en la dureza de las tareas agrícolas, cubiertos por humildes ponchos, en tanto sus mujeres e hijos se cubren con raídas ropas, mientras sobreviven refugiados en barracas, bajo los árboles, en míseros ranchos de paja, congregándose a la intemperie para festejar humildemente algún acontecimiento, al son de alguna galopa. Mientras los nuevos ricos de la capital, que concentraban el poder económico y político, visten elegantes levitas de fino paño inglés y sus sofisticadas mujeres se engalanan con hermosos vestidos de terciopelo o de tafeta, edifican lujosas residencias, asisten a bailes en salones cubiertos de espejos donde se multiplica la insidia al brillo de las miles de velas, van y vienen de Europa y se desentienden por completo de la angustia de ese pueblo miserable, vencido y abandonado. Pero el paraguayo aún estaba de pie. No había sido aniquilado pues por entre las rendijas del programado genocidio fueron resurgiendo poco a poco los antiguos descendientes de los hispano-guaraní. Y eso no estaba previsto en las cláusulas del Tratado. Son los imponderables que escapan a la voluntad del vencedor de una guerra brutal, de total aniquilación, donde pensaron que tan solo quedaba el árido erial reseco, de una tierra calcinada.

         Destruir al Paraguay exigió una resolución que, juntos o separados, los Aliados jamás lograron tener y, a pesar de que en las últimas batallas se enfrentaron solo a espectros hambreados y harapientos, que se batían con una fiereza a ultranza, al ver que este pueblo jamás se rendiría, destruir por completo a esta Nación fue una resolución que los Aliados jamás osaron conjurar. Y ahora, por fin, el mundo se atreverá a escuchar la voz del vencido, que, intacta desde el fondo del pasado, resurge para contar la genuina y hasta hoy desconocida Guerra del Paraguay.

         Por eso, muchos años después de la hecatombe, es común escuchar historias de aparecidos en torno a los fogones a cielo descubierto. Cuando el aire denso presagia tormenta, translúcidas visiones se materializan, atraviesan la humareda nebulosa del recuerdo, exactamente igual que entonces, cuando rugían los cañones de la tríplice. Retornan con sus ojos de guijarros y sus cárdenas manos traslucidas, traspasan límites, infringen códigos irreversibles, surcan las ráfagas índigas del viento y desde la fría caricia de la lluvia se repatrían iluminados por el resplandor de los relámpagos, para marchar una vez más, altivos e imbatibles, no ya al combate, sino hacia el futuro, junto a las nuevas generaciones que han heredado de estos insignes antepasados, el compromiso de devolver a la patria el brillo de su pasado esplendor. Los varones y mujeres de la estirpe hispano-guaraní retornan del tránsito brumoso de la muerte, con todo su bagaje irreductible de esperanzas. Surgen de las trincheras del recuerdo, para entregarnos ese atávico legado de libertad, el milagro de sus hazañas, las claves de su valor, la conciencia de su sacrificio.

         Nos atan a ellos los lazos carmesí, del sagrado torrente que brota como irreductible surgente, desde la hondura de tanta sangre derramada por nuestros antepasados, sobre este suelo amado. Y así, desde el abismo del olvido, se repatrían en el tiempo, se enclavan en la ternura de un instante, en el fulgor de una mañana, en la resolana que embriaga los corredores, en el neblinoso estatuto de la llovizna, y marchan junto a nosotros. Sencillamente, porque saben que a veces, una vida no basta, para llegar a hacer realidad ese pacto solidario que se originó, cuando en la plenitud de una madrugada, vimos entrelazarse a la aurora con nuestros más caros sueños.

         El 1 de marzo de 1870, cuando fue asesinado el Mariscal López en Cerro Corá y el enemigo prendió fuego al campo donde yacían heridos sus espectrales soldados, sus míseras mujeres y sus famélicos niños, en ese preciso instante se abrieron de par en par las puertas de la Epopeya, y el mito, que acababa de nacer, comenzó a habitar con inusitado ímpetu, en la memoria colectiva de todos los paraguayos. Y el Paraguay, al igual que el ave legendaria, resurgió de las cenizas.

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

- "Memorias ", de Dorotea Duprat de Lasserre (*).

- "Memorias ", de Silvia Cordal (*).

- "Memorias", de Encarnación Bedoya (*).

- "Recuerdos de la Guerra del Paraguay ", sargento mayor Gaspar Centurión (*).

- "1° de Marzo de 1870, Cerro Corá ", Alférez Ignacio Ibarra (*).

- "Memorias Militares", capitán de Fragata Romualdo Núñez (*).

- "Gestas Guerreras", Oficial de Marina Manuel Trujillo (*).

- "La muerte de López ", Alfredo d'Escragnolle vizconde de Taunay (*).

- "Datos históricos de la Guerra del Paraguay contra la Triple Alianza ", Gral. Francisco Isidoro Resquín, 1875 (*).

- "Las imposturas de Juan Bautista Gill y el informe del Comité del Parlamento de Inglaterra en la cuestión Empréstitos del Paraguay", por Gregorio Benites, Montevideo, Imprenta de El siglo, 1876.

- "Recuerdos de la Guerra del Paraguay", Cnel. José Ignacio Garmendia, Ediciones Jacobo Peuser, Buenos Aires 1890 (*).

- "Historia del Paraguay", Carlos A. Washburn, Tomos I y II, Buenos Aires, 1892 (*).

- "La Guerra del Paraguay", George Thompson, RP Ediciones, Asunción (*).

- "Documentos sobre la toma de Humaitá", publicado en "El Paraguay Ilustrado", Asunción, agosto 2 de 1896, firmado por Un viejo Sargento, seudónimo de Emilio Aceval (*).

- "Revista del Instituto Paraguayo", Año I, Asunción, marzo de 1897. Artículos de Héctor F. Decoud y Juan Crisóstomo Centurión (*).

- "La tiranía en el Paraguay", Cecilio Báez, Colección artículos publicados en "El Cívico", tipografía El País, Asunción, 1903.

- "Anales Diplomático y Militar de la Guerra del Paraguay", Gregorio Benites, Asunción 1906 (*).

- "Guerra del Paraguay", Silvio Magnasco, Imprenta Argos, Buenos Aires, 1906.

- "Siete Años de Aventuras en el Paraguay", Jorge Federico Masterman, Editor Juan Palumbo, Buenos Aires 1911 (*).

- "Muerte del Mcal. López - El Triunvirato 1869", Juansilvano Godoi, Talleres Nacionales, Asunción 1912.

- "Las tierras de Madame Lynch 1865-1920", Andrés Moscarda, Imprenta Trujillo, Asunción 1920.

- "El libro de los héroes", Juan E. O'Leary, Asunción, 1922.

- "Dos páginas de Sangre", Héctor Francisco Decoud, Talleres Nacionales de H. Kraus, Asunción, 1925 (*).

- "Sobre los escombros de la guerra, Una década de vida nacional 1869-1880", Héctor Francisco Decoud, Asunción, 1925.

- "La masacre de Concepción", Héctor Francisco Decoud, Buenos Aires 1926.

- "El Mariscal Francisco Solano López", Publicación de la Junta Patriótica, Asunción, 1926.

- "La revolución del comandante Molas", Héctor Francisco Decoud, Buenos Aires, 1930.

- "La Convención Nacional Constituyente y la Carta Magna de la República", Héctor Francisco Decoud, Talleres Gráficos Argentinos L. J. Rosso, Buenos Aires, 1934.

- "Elisa Lynch de Quatrefages", Héctor Francisco Decoud, Editora Librería Cervantes, Buenos Aires, 1939.

- "La dama del Paraguay", Héctor Blomberg, Buenos Aires, 1942.

- "Memorias de la nuera Maud Lloyd de Solano López", transcriptas en pagina 161 libro de Héctor Blomberg, Buenos Aires, 1942.

- "Retrato de un Dictador", R.B. Cunninghame Graham, Editora Inter Americana, Buenos Aires, 1943.

- "El Mariscal Francisco Solano López", Marco Antonio Laconich, Imprenta Nacional, Asunción, 1946.

- "Una amazona", William E. Barrett, Cía. Editora y Distribuidora del Plata, Buenos Aires, 1949.

- "General Garay, héroe del Chaco", mayor (S.R.) P.A.M. Leandro Aponte Benítez, Imprenta El Arte S.A., Asunción, 1956.

- "El Dictador del Paraguay José Gaspar de Francia", Francisco Wisner de Morgenstern, Editorial Ayacucho, Buenos Aires, 1957.

- "Pancha Garmendia", J.P. Canet, 1957.

- "Compendio de Historia Paraguaya", Julio César Chaves, Impreso en la Argentina, 1958.

- "Los orígenes de la Guerra de la Triple Alianza", Pelham Horton Box, Ediciones Niza, Buenos Aires, 1958.

- "Los restos mortales del Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia", Ministerio del Interior, Imprenta Nacional, Asunción, 1962.

- "El lustro Terrible", Anastasio Rolón Medina, Imp. La Humanidad, Asunción 1964.

- "Luis Leopoldo Myzkowsky, un Héroe extranjero de la Epopeya", Benigno Riquelme García, Suplemento Dominical de "La Tribuna", 27 de noviembre de 1966.

- "El Mariscal de la Epopeya", Arturo Nagy, Francisco Pérez Maricevich, Editorial del Centenario S.R.L., Asunción, 1970.

- "Con la rúbrica del Mariscal", Documentos de Francisco Solano López, recopilados por Juan Livieres Argaña, Grafica Salesiana, Asunción, 1970.

- "Vida Paraguaya en tiempos del viejo López", Ildefonso Antonio Bermejo (libro testimonial), Eudeba Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1973.

- "La Guerra del Paraguay y las Montoneras Argentinas", José María Rosa, A. Peña Lillo Editor S.R.L., Buenos Aires, 1974.

- "General Patricio Escobar", Víctor I. Franco, Asunción, 1974.

- "Historia Política del Paraguay, Era Constitucional 1869-1886- Tomo I", F. Arturo Bordón, Talleres Gráficos Orbis S.A.C.I., Asunción, 1976.

- "Historia da Guerra do Paraguai", Max Von Versen, Editora da Universidade de Sao Paulo, 1976.

- "El ejército de la Epopeya", Benigno Riquelme García, Cuadernos Republicanos, Asunción, 1976.

- "Cerro Corá", Agustín Pérez Pardella, Editorial Plus Ultra, Buenos Aires 1977.

- "Paraguay and the Triple Alliance: The Postwar Decade, 1869-1878", Harris G. Warren, Austin, The University of Texas Press, 1978.

- "The Rise and the Fall of the Paraguayan Republic, 1800-1870", por John Hoyt Williams. Austin: University of Texas Press, 1979.

- "Hombres y Épocas del Paraguay", Libro II, Arturo Bray, El Lector, Asunción, 1983.

- "Historia del Paraguay Contemporáneo 1869-1983", Osvaldo Kallsen, Imprenta Modelo, Asunción, 1983.

- "El Supremo Dictador", Julio César Chaves, Carlos Schauman Editor, Asunción, 1985.

- "La segunda república paraguaya 1869-1906", Ricardo Caballero Aquino, Arte Nuevo Editores, Asunción, 1985.

- "Martin T. McMahon", Arthur H. Davis, Imprenta Militar, Dirección de Publicaciones de las FF.AA. de la Nación, Asunción, 1985.

- "Diagonal de Sangre", Juan Bautista Rivarola Matto, Napa, Asunción, 1986.

- "Exposición y Protesta. Cartas inéditas de Elisa Lynch, Enrique Solano López Lynch, Emiliano Pesoa", Fundación Cultural Republicana, Asunción, 1987.

- "Pancha Garmendia", cuento de Teresa Lamas Carísimo.

- "Tradiciones del Hogar y otros escritos", Teresa Lamas Carísimo, Criterio Ediciones, Asunción, 1987.

- "Memorias, Reminiscencias Históricas sobre la Guerra del Paraguay", Juan Crisóstomo Centurión, 4 tomos, El Lector, Asunción, 1987.

- "Madame Lynch, mujer de mundo y de guerra", Fernando Baptista, Emecé, Buenos Aires, 1987.

- "Breve Historia del Paraguay", Efraím Cardozo, El Lector, Asunción, 1987.

- "Trayectoria Militar y política del general de División Bernardino Caballero", Luis Vittone, Graf. Comuneros, Asunción, 1988.

- "Guerra de la Triple Alianza", Cnel. DEM Luis Vittone Prof. Esc. Sup. de Guerra del Paraguay, sin fecha ni mención de imprenta, Asunción.

- "Testimonios de un Capitán de la Guerra del 70, Justiniano Rodas Benítez", Saturnino Ferreira Pérez, Litocolor, Asunción, 1989.

- "Carlos Antonio López", Justo Pastor Benítez, Carlos Schauman Editor, Asunción, 1990.

- "El asalto a los acorazados. El comandante José Dolores Molas", Juansilvano Godoi, Ediciones Ricardo Rolón, Asunción, 1992.

- "Los Presidentes del Paraguay, Crónica Política 1844-1954", Raúl Amaral, Biblioteca de Estudios Paraguayos, Asunción, 1994.

- "Mocedades", Juan Crisóstomo Centurión, Imprenta Nacional, Asunción 1995.

- "Encuentro", Ignacio Larrañaga, Editorial Lumen, Buenos Aires, 1995.

- "La Guerra del Paraguay contra la Triple Alianza", Francisco I. Resquín, El Lector Asunción, 1996.

- "Fidel Maíz, Etapas de mi vida", Prólogo y Estudio documental por el Dr. Carlos Heyn Schupp, El Lector, Asunción, 1996.

- "Historia Contemporánea del Paraguay", Gomes Freire Esteves, El Lector, Asunción, 1996

- "Paraíso de Mahoma o País de las mujeres", Bárbara Potthast-Jutkeit, Instituto Cultural Paraguayo Alemán, Asunción, 1996.

- "El Paraguay de la Conquista", Efraím Cardozo, El Lector, Asunción, 1996.

- "El Paraguay Colonial", El Lector, Asunción, 1996.

- "El Paraguay Independiente", Efraím Cardozo, El Lector, Asunción, 1996.

- "Crónica Histórica Ilustrada del Paraguay", Tomo II Paraguay Independiente, Distribuidora Quevedo de Ediciones, Buenos Aires, 1997.

- "Apuntes", del Dr. Miguel Gallegos, Asunción, 1998

- "Civiles y Militares durante la ocupación de Asunción: Imágenes del Espacio Urbano, 1869", Liliana M. Brezzo, Res Gesta, Nro. 37 Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales del Rosario de la Pontificia Universidad Católica Argentina, 1998/99

- "Pancha", Maybell Lebron, Aradurá, Asunción, 2000.

- "Aurelia Vélez la mujer que amó a Sarmiento", Araceli Bellotta, Edit. Sudamericana, Buenos Aires, 2001.

- "Mitos y Leyendas", Un viaje por la región guaraní. Compilación Rosita Escalada Salvo. Editorial Universitaria de Misiones. Buenos Aires, 2001.

- "Facetas Públicas y Privadas en la Guerra de la Triple Alianza", Antonio Salum Flecha, Intercontinental Editora, Asunción, 2001.

- "Folklore del Paraguay", Dionisio González Torres, Editora Litocolor, Asunción, 2002.

- "País de las mujeres", Katharina von Dombrowski, Filadelfia Chaco Paraguayo, 2002.

- "Misión en Europa 1872-1874 ", Gregorio Benites, Fondee, Asunción, 2002.

- "El arte de la Guerra", Sun Tzu, Ediciones Libertador, Buenos Aires, 2003

- "Las Relaciones entre el Paraguay y Bolivia en el Siglo XIX", Ricardo Scavone Yegros, Servilibro, Asunción, 2004.

- "Escritos Históricos", José Falcón (*). Edición al cuidado de Ricardo Scavone Yegros, Servilibro, Asunción, 2006.

- "El tesoro del Mariscal", Osvaldo Bergonzi, Talleres Gráficos Emasa, Asunción, 2006.

- "Imágenes de la Guerra y del Sistema", Guido Rodríguez Alcalá, Revista Nuevo Mundo/Mundos Nuevos, París, 2006.

- "El Río de la Plata, la Confederación Argentina y el Paraguay", Thomas Jefferson Page, Intercontinental Editora, Asunción, 2007.

- "Mitre al desnudo", Juan Bautista Alberdi, Asunción.

- "Bartolomé Mitre, Biografió", Miguel Ángel de Marco, Edit. Planeta, Buenos Aires.

- `Héroes, Compendio de la Guerra de la Triple Alianza", Manuel Riquelme, Servilibro, Asunción, 2008.

- "El umbral de la Triple Alianza", Juan Oribe Stemmer, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 2008

- "Anuario", de la Academia Paraguaya de la Historia, Vol. XXXVIII, pp. 401, 453, Asunción.

- "Juan Bautista Gill, Vida y Gobierno", artículo de Juan B. Gill Aguinaga, publicado en el dominical del diario Hoy de Asunción.

- Artículos y notas de Luis Verón del "Archivo Surucuá ", o publicadas en el diario ABC Color de Asunción.

- Artículo de Alberto Candia publicado en el diario ABC Color, Asunción 2.05.2007.

- "Elisa Alicia Lynch. Guerrera contra los ingleses y la Triple Alianza", George Fourniel, Asunción, 2008.

- "Protocolo de entendimiento para la guerra contra el Paraguay, Argentina y Brasil 1857", artículo de Julio César Frutos, Diario Abc Color, 25.01.09.

- "Reportaje de Estanislao Zeballos a Bernardino Caballero en 1888", copia publicada por Julio Cesar Frutos, Suplemento Cultural ABC color, 5.07.09.

- "Una audiencia postergada", Marilyn Godoy, Asunción, 2009.

- "De la Peña", Ana Grimaldo Peña de Campagnoli, Asunción, 2009.

- "Calúnia Elisa Lynch e a Guerra do Paraguai", Michael Lillis e Ronan Fanning, Editora Terceiro Nome, Sao Paulo, Brasil, setiembre, 2009.

- Diario ABC Color, art. Armando Rivarola, "La Triple Alianza provocó una de las peores matanzas de la historia", 27.set. 09.

- Diario ABC Color, artículos de Alfredo Cantero 11, 15, 18.oct.09

- "La Guerra contra la Triple Alianza 1864-1870", 1ra. Parte, César Cristaldo Domínguez, Colección El Lector-ABC Color, Asunción, mayo de 2010.

- "La Guerra contra la Triple Alianza 1864-1870", 2da. Parte, Hugo Mendoza, Colección El Lector-ABC Color, Asunción, mayo de 2010.

- "El Paraguay de la Post Guerra 1870-1900", Carlos Gómez Florentín, Colección El Lector-ABC Color, Asunción, mayo de 2010.

- "Las penurias de la Iglesia Paraguaya durante el primer centenario de la Independencia, 1816-1920", Manuscrito de Cristóbal Duarte Miltos, 2010.

- "Fiesta en la Guerra", Carta del cónsul de Italia Lorenzo Chapperon a su esposa Alicia. Investigación y textos Marco Fano, Edición y notas Jorge Rubiani, ABC Color, 6, 7, 8, 9, 10 y 11 marzo, 2011.

- "El hombre mediocre", José de Ingenieros.

 

 

(*) Sobreviviente de la Guerra del 70.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Para compra del libro debe contactar:

Editorial Servilibro.

25 de Mayo Esq. México Telefax: (595-21) 444 770

E-mail: servilibro@gmail.com

www.servilibro.com.py  

Plaza Uruguaya - Asunción - Paraguay

 

 

 

 

 

Enlace al espacio de la EDITORIAL SERVILIBRO

en PORTALGUARANI.COM

(Hacer click sobre la imagen)

 

 

 

 

 

 

ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA

EL IDIOMA GUARANÍ, BIBLIOTECA VIRTUAL en PORTALGUARANI.COM

(Hacer click sobre la imagen)

 

 

 

ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA

(Hacer click sobre la imagen)

 

 

 

 

ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA

(Hacer click sobre la imagen)





Bibliotecas Virtuales donde se incluyó el Documento:
EDITORIAL
EDITORIAL SERVILIBRO
LIBROS,
LIBROS, ENSAYOS y ANTOLOGÍAS DE LITERATURA PA



Leyenda:
Solo en exposición en museos y galerías
Solo en exposición en la web
Colección privada o del Artista
Catalogado en artes visuales o exposiciones realizadas
Venta directa
Obra Robada




Buscador PortalGuarani.com de Artistas y Autores Paraguayos

 

 

Portal Guarani © 2024
Todos los derechos reservados, Asunción - Paraguay
CEO Eduardo Pratt, Desarollador Ing. Gustavo Lezcano, Contenidos Lic.Rosanna López Vera

Logros y Reconocimientos del Portal
- Declarado de Interés Cultural Nacional
- Declarado de Interés Cultural Municipal
- Doble Ganador del WSA