PortalGuarani.com
Inicio El Portal El Paraguay Contáctos Seguinos: Facebook - PortalGuarani Twitter - PortalGuarani Twitter - PortalGuarani
MARÍA EUGENIA GARAY

  LAS PRIMERAS LUCES DEL ATARDECER - Cuento de MARÍA E. GARAY - Año 2004


LAS PRIMERAS LUCES DEL ATARDECER - Cuento de MARÍA E. GARAY - Año 2004

MARÍA EUGENIA GARAY


**/**


LAS PRIMERAS LUCES DEL ATARDECER




** –Sí, en parte es cierto, lo del robo, pero sólo en parte, ya que la verdad es como un prisma, tiene varias caras, y todo depende desde qué ángulo se la mire. No discuto que me escapé del Colegio. Hacía tiempo que lo venía planeando, así que esa siesta todo lo que hice fue subir al viejo árbol de mango que estaba contra la muralla de la huerta, sí, sí, allá en el fondo, en ese patio donde nunca iba nadie y menos un sábado de siesta, me trepé a él, sentí la aspereza de su viejo tronco arañar mi piel con esa dureza tosca que me resultaba tan familiar, extendí la mano, alcancé el borde de la muralla, y luego ya me resultó fácil saltar a la calle del mercado. Había poca gente circulando por allí, pero a nadie le llamó la atención ni mi salto, ni mi presencia. Una chica vestida de uniforme marrón, y demasiado flaca para su edad, pasaba totalmente desapercibida.

** Además esa gente estaba ocupada en otras cosas, ofrecían ansiosamente las frutas y verduras que les quedaban en sus canastas. Claro querían venderlas lo antes posible, el mercado recién volvía a abrirse el lunes.

** Pero yo no necesitaba preguntarles nada. Desde que comencé a maquinar mi fuga, empecé a prever todos los detalles. No soy "demasiado chica", tengo nueve años, y para mamá siempre fui grande. A veces pienso que nací adulta, porque a mis hermanos menores toda la vida tuve que cuidarlos. Entiendo que la pobre mamá tiene problemas, a menudo la veo llorando, se esconde detrás del ropero, allí donde cuelga su viejo tapado de piel falsa, y escucho sus sollozos ahogados. Vivimos en casa de la tía, que es hermana de papá. A papá lo apresan a cada rato, lo persiguen. Es la política, dice mamá suspirando.

** Sí me acuerdo perfectamente la vez que entró la policía a casa a buscarlo. Soñaba y soñaba después de aquello, con una culata de fusil que rompía el vidrio de la puerta de entrada. El visillo de voile color vainilla, flotaba irrealmente movido por el viento. Los cristales hechos añicos esparciéndose por el piso del zaguán, el ruido que produjeron al romperse, papá alzándome de la cama y abrazándome contra su pecho. Podía oír perfectamente los latidos acelerados de su corazón. Los hombres armados registrando los libros, tirando los estantes por el piso. Pero yo no tenía miedo, no entendía qué era todo aquello. ¿Qué podían buscar entre los libros? Es más, me gustaban sus uniformes de brillantes botones y esos rifles largos y negros me parecieron muy lindos, serían fabulosos para jugar tiro al blanco con los primos. No obstante percibí la tensión de papá, la mirada angustiada de mamá que estaba dando de mamar al bebé. Y abrazando con el brazo libre a Clarita, mi hermana menor, liada como siempre entre sus polleras.

** Pero no me pusieron pupila por eso. El pupilaje fue después. Cuando apareció Rosalba.

** Yo ya estaba lista para ir esa mañana a la escuela. Mamá me había peinado, y me ayudó a hacer el moño de mi delantal blanco. No sé por qué se me ocurrió ir hasta la pieza de la tía. La puerta estaba entreabierta. Entré y ahí estaba ella.

** –Es una hija de tu papá, así que es tu hermana– dijo la tía, y yo me alegré porque hacía rato quería tener una hermana con quien jugar. Clarita era demasiado chica, y el bebé apenas gateaba. La maestra de catecismo nos había enseñado a rezar. Así que todas las noches antes de dormirme rezaba y le pedía a Dios una hermana mayor. Y mis ruegos habían sido escuchados. Aquí estaba ella. Cuando mamá entró a la pieza a buscarme, se le demudó el rostro. En el camino de ida a la escuela se pasó peleando con papá que manejaba el auto. Después de eso, pusieron mi colchón liado sobre el techo del vehículo, cargaron bolsas con unos horrorosos uniformes marrones, y me dijeron que iban a llevarme a visitar un "hermoso colegio donde habían jueguitos para los niños". Un tobogán altísimo, que tocaba las copas de los árboles. Me subí, no me animaba a largarme. Cuando por fin me animé, papá y mamá ya no estaban. Así comenzó mi cautiverio.

** Tenía seis años en ese entonces.

** Recordaba los veranos en la sierra, en casa de los abuelos. El esplendor del verano entre los guayabos. El brillo enceguecedor del sol, reflejando su luz sobre la mansa corriente de arroyo que pasaba por el fondo del patio. El aroma de los mangos y de la flor de coco inundando el aire. El canto de las cigarras. El olor del aljibe cuando sacábamos agua, su brocal cubierto de helechos. La claridad del cielo, las brillantes estrellas, el amortiguado canto de la lluvia sobre el techo, el murmullo del viento sobre la enredadera del patio.

** Desde entonces mi idea de la libertad es sinónimo de aquello.¿Cómo sentirme libre deambulando por estos corredores muertos, alumbrados con luz eléctrica? No puede haber libertad sin sol, sin campo, sin arroyo, sin verdes. Un espacio sin límites, un cielo sin contornos, un concierto de pájaros, y yo absorbiendo aquella atmósfera y fijándola en mi memoria para siempre.

** Fueron tres largos años tras esos grises muros. Hasta que una noche descubrí el auto.

** Había corrido la cortina que rodeaba mi cama, rezamos las oraciones, y nos acostamos. Cada pupila tenía su cama cubierta por una cortina similar a la mía. En la cabecera de mi cama había una ventana. La abríamos por las noches para que entrara el fresco. Pero yo no podía dormir. Ese recuadro de cielo me resultaba insuficiente. Tenía la sangre enferma de libertad. Y los ojos abiertos sin remedio. En mi garganta un nudo con un gusto salobre muy parecido al de las lágrimas, trataba de aflorar. En mi mente aparecían en tropel desordenado: campos, arroyos, árboles, cigarras, mariposas y pájaros. Necesitaba imperiosamente sumergirme otra vez en el verano. Como antes. Emborracharme de fragancias, de brisa, envolverme en colores, zambullirme en destellos. Nostalgia de sol que me estaba disecando el alma. Sacarme este horroroso uniforme marrón, estos zapatones cuadrados y pesados, que parecían ruedas de tractores. ¡Descalzarme! Ponerme otra vez mi vestido liviano de algodón, estampado de diminutas margaritas y correr deslumbrada de sol, de viento, de cielo, por entre aquellas ondulaciones de los cerros, hasta ver emerger el campanario de la Iglesia, torcer por el puente de madera, pasar el Pozo de la Virgen y subir la cuesta empedrada hacia la casa de los abuelos.

** Esa noche, me subí a la ventana. En diagonal quedaba la “Casa de Argenta”. Los miércoles de noche el “Romary Club” sesionaba allí. Casualmente era miércoles. Así que justamente enfrente de la puerta estaba estacionado el Páckard verde y plateado de mi abuelo. ¡Abuelito!, grité con todas mis fuerzas, ¡Abuelito!, estaba segura de que si él me escuchaba, vendría a rescatarme de este encierro. El, que me había enseñado a nadar, a hacer funcionar el ariete para que hubiera agua corriente en la casa, a cambiar una canilla, a podar, a plantar, a comer aguacates, a treparme a los árboles del patio, a disfrutar de la vida, a sentirme un ser muy importante, a ser feliz. Sí, porque a ser feliz se aprende. Así como también se aprende a ser infeliz, y esto es lo que yo me negaba a aceptar. Por eso debía salir de aquí, antes de que el virus de la tristeza me invadiera la sangre.

** Pero el abuelito no pudo escucharme, y la aventura terminó con que las monjas me castigaron sin poder salir varios domingos, por haberme subido a la ventana del segundo piso, corriendo el gravísimo peligro de caerme.

** Por eso decidí ser más cautelosa. Así que cuando encontré el momento oportuno, después del almuerzo del sábado, me escondí entre los arbustos del patio. Cuando las pupilas entraron del recreo, me dirigí a la huerta. Me despedí del chorro de la fuente, donde tantas veces en secreto me había sacado los zapatos para sentir la fría tersura familiar del agua, conteniendo a duras penas el deseo de sumergirme por completo en la rústica piletita.

** Caminé por entre los almácigos que la hermana Baldomera sembraba con tanta dedicación. Arranqué una zanahoria para no perder la costumbre de comérmela cruda. Y entonces escuché los suaves gemidos. Me acerqué adonde provenían. Metí la cabeza por la abertura de la carbonera y lo encontré.

** Solo y abandonado como yo. Indefenso y olvidado. Me movió la cola y comenzó a lamer la mano que le tendía. Atado con una vieja y enredada cuerda. Los ojos tristes, las patas enmohecidas de encierro. Soportando esa prisión, ahogando su rebeldía y mordisqueando inútilmente la piola y sus ansias. Entonces, sin sentarme a reflexionar, tomé la decisión.

** Observé detenidamente a mi alrededor. No volaba ni una mosca. Sigilosamente llegué hasta el gran árbol de mango, ágilmente me trepé y salté. La muralla no era muy alta, y las gruesas ramas del mango, un sólido arco fácil de atravesar.

** Pasó la camioneta de las monjas, se me cortó la respiración al verlas. Un oscuro terror me invadió, así que me escondí entre unas cajas de cartón vacías, apilonadas en la vereda, por nada del mundo quería volver a mi prisión. Pero ellas no advirtieron mi presencia, así que salí de mi escondite y comencé a caminar. El sol me dio la bienvenida, bailando en mi pelo, en mis brazos, en el resbaladizo reflejo de mi sombra. ¡Era libre por fin!

** Los pesados zapatones dificultaban la ligereza de mis pasos, pero ya nada podría detenerme. Durante muchas noches el proyecto había ido germinando dentro mío. Ahora era realidad.

** Unas revendedoras tardías estaban cargando sus canastas y bultos en un pequeño camioncito descubierto. "Mixto", decía un cartelito mal pintado a mano, colgado de cualquier manera de su destartalada carrocería. Observé cómo se apretujaban entre canastas, latonas y cántaros, y el revuelo de sus idas y venidas. "Caacupé", decía la chapa. Mixto significaba que podían viajar tanto personas como animales. Habían también ovejas, gallinas y patos. Me metí en medio de ese revoloteo multitudinario y entre coloridas faldas, plumas, lana, mantos y canastos aterricé adentro del camión. Nadie pareció percatarse de mi presencia. Nadie se molestó. Saqué de mi bolsillo un mango maduro y comencé a comerlo. Un niño me miraba, le convidé una guayaba. Antes de fugarme había arrancado algunas frutas de la huerta, y me llené con ellas los bolsillos. Traía también unos cuantos cocos. Alguien me obsequió una banana. La comí de un tirón.

** Dejamos atrás la ciudad y con el monótono traqueteo del camión, me adormecí. Era demasiado feliz. Cuando me desperté subíamos la cuesta del gran cerro, desde donde se ve todo el lago de Ypacaraí. La terrible pesadilla había quedado atrás. Cruzamos en medio de los altos eucaliptos que bordean la entrada de la ciudad. El peculiar sonido del viento atrapado entre su tupido follaje, me dio la bienvenida. Ya estábamos cerca. La suave hondonada de cerros, sus contornos azules contra el horizonte abrían mis pulmones a otros aires absolutamente irrespirables en el encierro gris del Colegio. El traqueteo del vehículo, que como un caballo acelera al acercarse a sus pagos, se volvía más pronunciado.

** Divisé la bomba de agua. Hasta ella solíamos llegar en bicicleta. La Comisaría, El "Hotel Victoria", la Plaza. Los característicos chivatos repletos de flores rojo-fuego.

** Las campanadas de la Iglesia tocaron el Ángelus. Comenzaba a atardecer. En medio de la claridad vi la difusa silueta de la luna perfilarse tímidamente en el cielo. Esa noche tendríamos luna llena. La luna de los duendes y de las hadas. Rondarían el aljibe y se bañarían en el arroyo. Y yo con ellos. ¡Y yo por fin con ellos! Libre, para empaparme de brisa, libre para embeberme de estrellas, libre para girar y girar y sumergirme en el agua y treparme a los árboles y escuchar las historias de la abuela, y cobijarme en los fuertes brazos del abuelo.

** El camioncito paró en seco. Las revendedoras se bajaron remolineando sus amplias polleras al viento. Ayudé con una oveja, algunas gallinas que cacareaban alborotadas, y varias canastas, después yo también salté. Mis adormecidas piernas me lo agradecieron. Miré alrededor, pregunté por pura rutina, adónde quedaba el Pozo de la Virgen, y enseguida me orienté. Debería caminar sólo unas pocas cuadras. La villa era chica, en ese entonces. Sus tranquilas calles empedradas me reconocieron. Crucé, esta vez de verdad, el viejo puente de madera, que tantas veces atravesara en mis sueños. Un coro de cigarras me saludó. El olor de la guayaba me envolvió. Mis pies volaban sobre las tablas, sobre las piedras, sobre la arena del camino. Sólo unas pocas cuadras, sólo unas pocas cuadras, me repetía insistentemente. Y por fin divisé la casa con su arco de entrada al enorme corredor. Sinónimo de alegría, de eterno verano y de libertad. Las persianas subidas indicaban que había gente. La verja de calle abierta. Corrí hasta allí. Ni siquiera sentía el peso de los horrendos zapatones.

** El abuelo, en el patio, estaba podando la parralera del cos-tado. Su Páckard verde, estacionado un poco más allá, relucía bajo los últimos rayos de sol. El corazón me dio un vuelco en el pecho. Me acerqué a la escalera y lo miré.

** –¡Hola abuelito!– le grité. La emoción me embargaba por completo.

** Miró hacia abajo y puso cara de sorpresa. Se bajó inmediatamente.

** –¿Qué hacés vos aquí?– me interrogó frunciendo el entrecejo.

** –¡Me escapé del Colegio!– le dije jadeante por la corrida, con una amplia sonrisa de satisfacción.

** La abuela asomó a la ventana al escucharnos. Abrió la boca asombrada y sólo atinó a decirme:

** –Pero ¿se puede saber de dónde saliste vos?

** –¡Me escapé abuelita!– le contesté muy segura, y voy a quedarme aquí con ustedes, no pienso nunca más volver a ese Colegio.

** La abuela bajó corriendo las escaleras de la casa y me abrazó. Fuerte. Fuerte. Nos unimos los tres en un apretado in-terminable abrazo.

** Entonces el perro ladró.

** Nos separamos, y ellos lo miraron entendiendo, pero oficialmente sin entender.

** –¿Y este perro? ¿De dónde lo sacaste?– preguntó el abuelo mirándome fijamente a los ojos. En el fondo de su mirada clara vi temblar el atisbo de una sonrisa cómplice. Nosotros nos comunicábamos sin necesidad de palabras. Siempre había sido así. El me había transmitido esa necesidad vital de libertad que circulaba por mi sangre. Esa ansia indomable de vivir a plenitud, sin muros, sin reglas estrictas, sin pesados zapatones que encadenaran mis piernas, sin inútiles angustias, sin tristezas.

** Allá en la línea del horizonte, la llamarada roja del crepúsculo se reflejaba sobre el agua del arroyo. Su extraña luminosidad nos envolvió. Era un augurio de buena suerte, pensé.

** El perro movía la cola entusiasmado y se paró impulsivamente en dos patas sobre las piernas del abuelo. Yo le tendí la mano y me la lamió con una alegría compulsiva y exagerada. Sus ojos mansos expresaban ternura.

** –¡No lo robé, abuelito! Es decir ¡sí lo robé, pero esto no es un robo! Por eso dije que la verdad es como un prisma, tiene varias caras, depende desde donde se la mire.

** Vi su rostro intrigado, observándome sin comprender, la confusa expresión en la cara de la abuela.

** Las palabras se entreveraban en mi garganta. Debía tranquilizarme y explicarles mejor.

** –El también estaba prisionero en el Colegio. Desde que llegué allí, hace años, vi que sufría tanto como yo en ese terrible encierro, pero él no podía hablar, sólo podía quejarse, gimiendo despacito atado a la carbonera, y tampoco hubiera podido escaparse solo, así que cuando me fugué, decidí traerlo conmigo.

** El rostro del abuelo se distendió en una cálida sonrisa. Palmeó la cabeza del animal.

** La abuela sólo dijo:

** –"Laváte las manos y vengan a comer, el perro y vos deben tener mucha hambre".

** Justo en ese instante, las primeras luces de la pequeña villa, tímidamente, se comenzaron a encender.

(De: Revista Crítica, año XIII, Nº 19, abril de 2003, Asunción, Paraguay)

**/**

Fuente: Antología de la Literatura Paraguaya - por TERESA MENDEZ-FAITH, 3ra. edición fue publicada en 2004 por Editorial y Librería EL LECTOR, 25 de Mayo y Antequera, Asunción, PARAGUAY - Edición digital en la página de la autora.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA

EL IDIOMA GUARANÍ, BIBLIOTECA VIRTUAL en PORTALGUARANI.COM

(Hacer click sobre la imagen)

 

 

 

ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA

(Hacer click sobre la imagen)

 

 

 

 

ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA

(Hacer click sobre la imagen)





Bibliotecas Virtuales donde se incluyó el Documento:
LIBROS,
LIBROS, ENSAYOS y ANTOLOGÍAS DE LITERATURA PA
EDITORIAL
EDITORIAL EL LECTOR...



Leyenda:
Solo en exposición en museos y galerías
Solo en exposición en la web
Colección privada o del Artista
Catalogado en artes visuales o exposiciones realizadas
Venta directa
Obra Robada




Buscador PortalGuarani.com de Artistas y Autores Paraguayos

 

 

Portal Guarani © 2024
Todos los derechos reservados, Asunción - Paraguay
CEO Eduardo Pratt, Desarollador Ing. Gustavo Lezcano, Contenidos Lic.Rosanna López Vera

Logros y Reconocimientos del Portal
- Declarado de Interés Cultural Nacional
- Declarado de Interés Cultural Municipal
- Doble Ganador del WSA