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MILIA GAYOSO MANZUR

  LAS ALAS SON PARA VOLAR, 2008 - Cuentos de MILIA GAYOSO MANZUR


LAS ALAS SON PARA VOLAR, 2008 - Cuentos de MILIA GAYOSO MANZUR

LAS ALAS SON PARA VOLAR

13 RELATOS PARA ADOLESCENTES

Por MILIA GAYOSO MANZUR

Editorial Servilibro,

Asunción-Paraguay

2008 (2ª Edición)

 

 

 


 

PRESENTACIÓN


LAS ALAS SON PARA VOLAR


Te miro mientras te peinás ante el espejo.

 

El gel ha logrado doblegar a esos pequeños rulos que luchan por sobresalir de tu frente y veo tus dedos que tuercen los tirabuzones que te hacés en la "cola de caballo". Esos mismos dedos, dentro de algunas horas van a sostener tu viola y lograrán unas melodías que llenarán el aire junto a las notas de los violines, los contrabajos, las flautas, los chelos y los demás instrumentos de tus compañeros de orquesta, jóvenes y rozagantes, como vos.

 

Esos mismos dedos, hace algunos años, se perdían entre mis manos, cuando íbamos caminando por el empedrado del barrio para tomar el colectivo y los vecinos decían: "parece una muñequita", y yo me tropezaba del orgullo... Unos dedos agarraban mi mano y otros estironeaban al osito dormilón que te acompañaba a todas partes.

 

Te miro mientras te arreglás, con tu pantalón ultra moderno, tu blusa blanca con voladones, tus aros, mi cadena, tu reloj, mis pulseras, tus-mis-nuestros anillos en casi todos los dedos... Me detengo un segundo en tu figura completa que ya me ha pasado en estatura, y aún no cumplís quince años. E imagino la cara del chico que te gusta, -y seguramente se gusta de vos-, cuando te vea, tan fresca, tan bonita, con el cutis lozano, sin gota de nada, con tus cejas unidas sobre la nariz, tus granitos adolescentes, tu sonrisa tan dulce... él pensará: allá viene la princesa... y me muero de celos.

 

Te apuro para salir, porque ya es tarde. Nos vamos para que cumplas tu compromiso puntualmente, para que te encuentres con tus amigos, para que toques tu música hermosa que me fascina, para que vueles alto y feliz, porque las alas que Dios te ha puesto son para volar, aunque yo quisiera atarte a mi lado para siempre.





PRÓLOGO


SI. LAS ALAS, PARA VOLAR


Después del texto de presentación de este volumen de cuentos con palabras de la propia autora, éstas pueden resultar -por decirlo con tolerancia- una total obviedad, resultado del convite de Milla Gayoso, que no eludiré, porque su afán de enhebrar letras encaminadas a lograr el propósito que parece asistirla desde sus inicios, lo merece:

 

Pintar la realidad mediante historias breves muy cercanas o incrustadas en la cotidianeidad de una gran mayoría sin voz ni posibilidades de protesta o de denuncia, es tarea de Milla.

 

Debo admitir, que "LAS ALAS SON PARA VOLAR", título tan poético como la dedicatoria, me indujo al error de aguardar textos como "Ningún lugar está lejos", por ejemplo, destinados a ese ser tan amado a quien la autora se dirige tanto en la dedicatoria como en la presentación, y a quien, en lo personal, cito y recuerdo como "una de las maripositas de Milla". Pero no. A medida que avanzaba en la lectura, se me reveló con claridad que Milla ha optado por mostrar, a su dedicada y a nosotros, cuáles sendas disponibles nos circundan en tierra firme, o casi, y que unas y no otras al menos nos prometen un tránsito, o un vuelo, con o sin alas, con final feliz.

 

A varios lustros de la aparición periodística de sus "Historias diminutas", a las que la autora ha sumado varios volúmenes de cuentos, tanto para niños como para adultos, Milla Gayoso sigue en la brecha, machacando con tenacidad en aquello que a estas alturas se nos presenta como el acatamiento de una vocación escritora que no cede a la tentación de eludir lo "inconveniente", para ofrecernos sólo aquello grato a nuestro espíritu. Es cierto que ella enarbola la bandera de la esperanza al decirnos en la voz del protagonista del primer relato: "Cada vez que suenan las campanas, y las palomas salen volando hacia el cielo, me repito su frase de que todo irá mejorando, alguna vez.". Y... si: Alguna vez. Pero cuándo?

 

Un canto de esperanza, bello, el mismo que sostiene a tantos hermanos nuestros carentes de lo mínimo imprescindible, de cuyo trajinar Milla se ocupa en varios de estos trece relatos breves, en los que viven personajes -ninguno mayor de dieciocho años-, permeables al temor, y a la posibilidad de equivocarse: La sordidez de algunas situaciones tampoco logra escapar de la pluma de Milla, aquella sordidez en la que se debaten esos seres hermosos que llamamos niños, a quienes decimos amar, sin atinar a darles lo que, mínimamente, su edad requiere.

 

Sí: "LAS ALAS SON PARA VOLAR". Es cierto, Milla. Y el vuelo, a esa edad, necesita quien lo impulse".

GLADYS CARMAGNOLA. 14 de agosto de 2004.





INDICE


·         Dedicatoria/ Presentación: Las alas son para volar/ Prólogo


LAS ALAS SON PARA VOLAR

·         Todo irá mejorando

·         Un canasto nuevo

·         Un vals para Adriana

·         Algo de harina blanca

·         Dos veces huérfana

·         Morir de amor

·         Amanecer diferente

·         Crecer de a dos

·         Naomi

·         En medio del abismo

·         Camelia en bicicleta

·         Un trozo de lotería

·         Una capa de rouge






NOEMI (CUENTO)


En realidad se llama Teodora, pero cuando entró al mundo de los blancos, descubrió nombres que sonaban mejor y quiso cambiarse el suyo. En casa de Alicia Cohene encontró una revista de modas, y allí estaba una mujer muy negra pero fascinante, que vestía las ropas más finas, y se llama Naomi.

Me quiero llamar así, dijo Teodora ante la mirada asombrada de su amiga, una jovencita rubia de ojos azules, la única que la aceptó desde el primer día. De piel cobriza y pelo negro y lacio, Teodora Moteroi llegó una mañana al colegio, apretando sus cuadernos contra el pecho, para que no se le notara el temblor. Siéntese allí, le dijo la maestra. La chica de al lado no pudo disimular su risita burlona cuando la vio vacilar ante la silla.

Se quedó derechita, quieta, con la mirada fija hacia la profesora y el pizarrón. No quiso mirar hacia ninguno de los lados, porque adivinó decenas de ojos curiosos observándola. El corazón le galopó de sólo pensar que alguien le pudiera dirigir la palabra y verse en la necesidad de contestar en su castellano maltrecho, mezcla de guaraní y maká.

Cuando sonó el timbre del primer recreo, Teodora no se movió del asiento, y fue Alicia quien se acercó a invitarla con un chicle. Gracias, le dijo ella, a punto de llorar. Alicia insistió y se preguntó Teodora por qué esa chica tan linda, como un ángel, estaba queriendo ser amigable con ella.

Recién cuatro días después salió al recreo. Alicia volvió a ofrecerle un chicle, y Teodora tuvo que aceptar. Desde allí se hicieron inseparables. Los primeros días su amiga soportó las bromas de las demás compañeras, pero ella no les hizo caso. Con el tiempo, era normal ver esa pintoresca unión de una rubia y una indígena, incluso en la presentación de los trabajos prácticos.

Yo te debo todo. Así decía la tarjetita hecha artesanalmente, para acompañar al bolso indígena tejido con cariño para Alicia. Se lo pasó en plena clase, cuando estaban copiando la lección de Historia. Veintiséis pares de ojos se posaron en ambas, cuando la linda rubia que siempre huele a Madame Rochas se levantó de su asiento y abrazó con fuerza a  su Teodora, de piel cobriza y olor a colonia barata.

La apretó contra sí mucho rato, balanceándola suavemente como para mecer ese cariño tan puro que le entregó desde que llegó a su vida. La profesora dejó de dictar un ratito y se ajustó los anteojos para disimular una lágrima que bajaba hasta el pómulo izquierdo.

Insistió durante mucho tiempo en llamarse Naomi, al tiempo de soñar que trabajando mucho como lo hacía, cambiaría la situación de su gente  que se apiñanaba en la toldería de Mariano Roque Alonso, y sobrevivía malvendiendo sus artesanías por las calles. Teodora-Naomi quería un futuro mejor para su familia y su tribu.

Dos años después, al terminar la secundaria, se hacía inevitable la separación. Alicia iría a perfeccionar su inglés a Estados Unidos y Teodora se pondría a estudiar alguna profesión corta que le permitiera un trabajo seguro.

Intentaron disfrutar del verano juntas, los fines de semana, cuando a Teo le daban libre en la casa donde trabaja y vive. Pero el día D llegó y se hizo inevitable la despedida.

Vestida con sus mejores galas, Teodora fue al aeropuerto con un oso de peluche para su amiga, para que la acompañara durante su nueva vida. A punto de pasar a la zona de embarque, Alicia le entregó un paquete.

Lo abrió en el colectivo, cuando volvía a su casa con los ojos enroquecidos de tanto llorar. Estoy volando entre las nubes Teodora y lloro como vos, pero también sonrío porque he conocido la mayor felicidad del mundo desde que llegaste a clases aquella tarde. Soy yo la que te debe todo querida amiga. No hace falta que te llames Naomi, simplemente no dejes de ser Teodora y de luchar por tus ideales. Yo volveré y te ayudaré a cuidar a los tuyos.

Las lágrimas le impidieron ver con claridad que Alicia le había dejado en el paquete, sus tesoros más preciados: sus aros de plata, su dije celeste en forma de estrella, su pulsera de perlas de agua dulce, su cadena de oro con el dije en forma de corazón y su anillo de fibra de coco, que ella misma le había regalado. Usalos mientras no estoy, rezó la tarjetita de hoja de cuaderno.

Teodora apretó el paquete contra su corazón mientras se preparaba para bajar del ómnibus en la parada, cerca de su comunidad.




TODO IRÁ MEJORANDO


Cuando vi a las palomas picotear las migajas frente a la catedral, me vino a la memoria aquella mañana fría de Buenos Aires, en esa plaza atestada de palomas y los jubilados dándoles de comer migajas de facturas.

 

Seguramente tendría algo así como cinco años, o seis a lo sumo y me embelesé observando a esos pájaros hermosos e inofensivos que poblaban los paseos de ese espacio cuyo nombre no recuerdo, como muchas cosas que se han perdido en mi memoria luego del accidente.

Todo irá mejorando, Jorgito, solía decir mamá cuando me quejaba de lo poco que me daba para el recreo o de tener que ir a los cumpleaños de mis amigos con ese vaquerito remendado con un género a cuadros, en las rodillas. Todo irá mejorando, repitió cuando juntamos nuestras cosas, desocupamos la casita de la villa miseria donde estábamos viviendo y nos preparamos para volver a Paraguay.

Hay que reconocer que era una mujer muy positiva y con una voluntad de hierro. Su determinación la alejó de Santa Elena y la llevó a la gran ciudad. Trabajó mucho para enviarles dinero a sus padres y trabajó aún más para ayudar a mi papá cuando éste apareció en su vida, enfermo y sin conchabo alguno. Me llegó a contar que sólo dejó de trabajar una semana en la casa de la familia Pelayo, cuando nací yo.
Estuvo allí hasta dos horas antes de que naciera y apenas días después, me lió en una manta y nos fuimos de nuevo a cumplir con sus obligaciones. Sus patrones la apreciaban mucho y la dejaron tenerme a su lado hasta que cumplí cuatro años y mamá consiguió que una vecina me cuide a cambio de algo de dinero. Solía contar con orgullo lo bien que me portaba en la casa ajena, mientras ella terminaba su trabajo diario.

Casi no recuerdo a papá. Era paraguayo como ella, pero de otra ciudad. Llegó a Buenos Aires también buscando empleo, trabajó como albañil durante mucho tiempo, pero el cigarrillo, la cerveza y el polvillo del cemento terminaron fulminando sus pulmones. Murió a los tres años de conocerse. Creo que la quiso mucho a pesar de no haberle traído más que problemas.

Ella vendió lo poco que teníamos, regaló las chapas de la casita y volvimos en un colectivo cuyo pasaje era mucho más barato que otras empresas, lo cual representaría llegar como seis horas después de lo que normalmente se tarda hasta Asunción. No traíamos demasiados bultos. Mamá prefirió deshacerse de las ropas más feas y traer las más presentables. Me permitió cargar mis discos, mis libros y mis camisetas y mis dos pelotas de Boca Junior.

La vi lagrimear cuando dejamos Buenos Aires. Yo sabía que esa despedida representaba dejar allá no sólo la tumba de papá, en el cementerio de Lomas de Zamora, sino sus sueños juveniles y sus ilusiones. A mí me daba también cierta tristeza dejar a mis amigos, mi barrio y a Florencia, a quien estaba empezando a querer. Pero no podía dejar que ella viniera sola, ¿qué iba a hacer yo solo allá?.

Todo irá mejorando, me volvió a decir cuando partimos de la terminal rumbo hacia su tierra. Me gustaba la idea de conocer a mi abuela, a mis primos, a su pueblo del que tanto me habló.

Estábamos durmiendo cuando sentimos la sacudida. Recién cuando escuché los gritos desesperados de la gente me di cuenta de que habiamos chocado. Me desperté al día siguiente, en el hospital de Resistencia; tenía los brazos enyesados y no sentía una de mis piernas, que se entumeció por los golpes. Pregunté por mamá, pero nadie supo decirme nada. Estuve allí una semana hasta que apareció una persona quien dijo ser Gabriel Pineda, un primo de Santa Elena. El supo del accidente y de la lista de heridos, entonces vino a buscarnos.

Pero ella no sobrevivió. Lloré días enteros y ni siquiera pude enjugarme las lágrimas porque tenía los brazos y las manos endurecidos por la escayola y el yeso. Gabriel me llevó a casa de mi abuela, una anciana que no paraba de abrazarme y llorar. Me quedé allí como tres meses, hasta que me puse mejor y me vine para acá. Yo creo que en Asunción, un muchacho como yo tiene más posibilidades de encontrar trabajo. Mientras tanto, cuido y lavo los autos aquí frente a la Catedral. Al principio los otros adolescentes me miraban mal, especialmente por mi acento, pero ahora ya nos hicimos amigos y compartimos los clientes.

Cada vez que suenan las campanas, y las palomas salen volando hacia el cielo, me repito su frase de que todo irá mejorando, alguna vez. 


 

 

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