POEMAS
Poemario de JOSÉ MARÍA GÓMEZ SANJURJO
Editorial LOSADA S.A.
Dibujo en la tapa: SOLEDAD
Buenos Aires – Argentina
Noviembre 1978 (135 páginas)
1
YO NO SÉ QUÉ PALABRAS DECIRLE CUANDO TIENES
Yo no sé qué palabras decirte cuando tienes
las manos caídas.
Cuando tienes los ojos mojados e inmensos
como si toda la ternura te cayese por ellos
velada y sumisa como el roce de una lluvia finísima.
Pones en tus párpados dormidos la curva de un
puente de silencios
como si te venciera la sombra de los volatineros
caprichos del sueño.
Te abandonas a la dulzura penosa de saber que el
amor es un cuento repetido que acaba
en tristezas,
y se te nubla el encanto de presentir que una vez
besarás estos labios con el mismo cariño
que esta noche los besas.
Yo te quiero dejar en la frente una altísima
caracola de estrellas
para que tus cabellos sueñen un camino de luces
cuando te despeinas.
Pero no puedo inventar una caricia para tus manos
cuando están levemente caídas.
Yo no sé palabras decirte cuando tienes los ojos
mojados por una ternura finísima.
ÁRBOL ABIERTO Y DESNUDO
Árbol abierto y desnudo.
Solo contra el aire.
Se ha ido el hombre verde que cuidaba estos árboles.
Doblan sordas campanas en la niebla
porque tenía los ojos vegetales.
Le lloran los pájaros, y a veces
se duele de su muerte el viento loco de la calle.
Así el invierno:
pudo ser nuestro y no es de nadie.
EN AQUELLAS TARDES
En aquellas tardes.
Entonces,
cuando aquel verano.
Ibas poniéndole nombres
a un cielo sereno y pálido.
Yo era ya un hombre. Hasta era
un poco amargo.
Entonces, en aquel verano.
Cuando era ya un hombre, y me faltaba
encontrar a ese niño abandonado
que a veces, en el alma, nos sonríe
de cerca, con sus ojos claros.
Y otras, desde lejos,
nos mira sollozando.
VAS A PARTIR. TE VAS. SIN VER
Vas a partir. Te vas. Sin ver
amanecer tras tu ventana.
Antes que, al nacer, su nueva luz evoque
la forma de otra luz desengañada.
Antes que alcance lividez, débil ceniza,
la pupila pálida del alba,
antes que ascienda desde lejos hacia ver lo que dejas
y salte estas barandas
y alcance el aroma, la vida donde moras,
ya deshabitada,
y mire tanto olvido, tanta espera vencida,
tanta vigilia venidera renunciada.
Que la mañana, al entrar, halle vacías
tu alcoba, tu memoria, tu palabra.
Tu alcoba, sí, este sitio
que era como un muelle donde venir a descansar
del agua amarga
y te ha visto vivir. La quieres desnudar, saberla
libre. Abandonarla
virgen de ti, de tu silencio,
tu sueño, tu nostalgia.
No dejas una lámpara, un papel,
un libro abierto, nada.
Nada que te recuerde o te reviva en alguien como
una sombra tuya que te aguarda.
Vas a partir antes del alba.
PERO LLEGAN DÍAS EN QUE TODO SE VA TOCANDO DE CENIZA
Pero llegan días en que todo se va tocando de ceniza,
en que va todo arrumbándose, volviendo
a ser en la memoria el ademán caído de una ruina.
Y vas mirando que tu tiempo es esperar.
Esperar que rueden los horarios y estallen,
que transcurran las horas de trabajo para salir,
para asomar tu corazón a la tarde,
para sentir cómo el aire abandona despacio la
humedad de las plazas,
cómo se remonta sin que alcances a decir el aroma
que te hubiera gustado nombrarle,
cómo se va por rumbos donde no caben tus pobres
esperanzas,
cómo asciende hacia mañana en lentas espirales.
Aún te basta callar,
romper pausadamente las cartas que ya no tienen
sitio,
romperlas con cautela como si fueras astillando
un nombre,
como si estuvieras desviviendo una historia que
sin embargo has querido
y a veces te asombra recordarla con cariño todavía.
Aún te basta callar. Porque tu vida
es ya esperar un sueño cotidiano,
es ir mordiendo con sigilo el tiempo alegre de
tu infancia,
es abrumar el corazón con el gesto vencido de
una ruina.
Y es volver a llorar cuando las tardes tienen el cielo
llovido de ceniza.
DESDE LOS ARDUOS CAMINOS QUE ARRASTRAN EL ALMA
Desde los arduos caminos que arrastran el alma
hasta este sitio;
desde la música borrada que ensayan al mirar los
ojos cuando son adolescentes, leves, iniciales;
desde el roce azorado de los labios cuando van
aprendiendo inolvidables nombres en la piel,
anhelantes, altos de vigilia y de lumbres,
hasta hallarse después desalados, vencidos, trajinando
un agobio de espasmos y de asombros;
desde toda esa ruina prematura que llamamos amor
cuando creemos que en verdad va a nacer;
desde aquello que puede decirse dulzura sin temor
hasta este sitio,
hasta esta sola y honda soledad que parece, bajar
a mojarme tristemente las sienes
y el corazón, y la penumbra;
desde todo aquello que es viejo y sin embargo
resurge pegajoso y tenaz como las algas,
desde entonces, desde antes,
a este lugar donde el sonar amigo de los nombres
se revela en escombros,
donde se abre un umbral interior de pesadumbres,
hay una distancia,
una distancia inmensa que no se salva sólo con vivir.
Porque dolerse en soledad es para el sueño y es
para el silencio,
para callar como la tierra reseca en la sed y
en el sol de la siesta,
para pensar que estar solo es tan triste como mirar
la garúa que resbala sin ruido por las tejas,
la garúa que va mojando despojos y vejadas hojas
otoñales, bajando por los ojos,
por las ojeras de esta sombra que me está nublando
sin cesar claridades de la frente,
desvaneciéndome del alma las alegrías que ya no
tienen razón de existir,
hasta poblarme de borrosa niebla las palabras.
Desde todo aquel tiempo de claros esplendores
a esta bruma que me está cerrando el acceso aún para
la voz de los ángeles,
a este lugar antiguo de asombro y pesadumbres,
hay una distancia,
una distancia inmensa que no se salva sólo con vivir.
TENÍA UNA MANERA DE PEDIR LAS COSAS DULCEMENTE
Tenía una manera de pedir las cosas dulcemente,
como diciendo: sólo estará bien si tú lo quieres.
Desde los ojos le nacía una palabra gris como el
invierno
cuando su voz iba volviéndose azul, y sin querer,
hacia el recuerdo.
Tenía la costumbre de bañarse de sombra y de niñez
cuando callaba.
Y regresaba luego desnudándose y haciéndose mujer
y más cercana.
Me acompañaba a creer que el amor no es como el
viento, como el humo.
Ella se fijaba en los luceros para que yo olvidara
los crepúsculos.
Sabía que detrás de cada tarde y cada beso estaba
el tiempo.
Pero al dormirse se volcaba hacia mi lado, iluminada
y sonriendo.
Me ofrecía sus manos como un puerto seguro.
Yo la miraba, y así hemos vivido juntos.
Acostumbraba decir las cosas dulcemente y en
silencio.
Por eso a veces la recuerdo desde lejos,
y la quiero.
TÚ SABES CUÁNTO ALCANZA A DOLER SOBRE LA VIDA
Tú sabes cuánto alcanza a doler sobre la vida
el sueño de llevar los ojos siempre abiertos.
Tú sabes cuánto duele
un corazón bajo el girar del tiempo,
un corazón, un ancla,
y la memoria del viento.
Una luz en la sangre
urgente y actual como un deseo,
y la penumbra a veces, esa sombra
sobre el alma cuando un pájaro se ha muerto.
Tú lo sabes.
Más allá de ti todo se ha vuelto
de olvido, un olvido que nace
cuando pronuncias la palabra lejos.
Y mira: esto es todo
cuanto quería decirte. Está lloviendo.
Parece que estuvieras
aquí, fumando y en silencio.
El humo deja
deshilvanados algodones soñolientos.
Son las siete de la tarde. Tienes
el nombre del agua, en el invierno.
CIERRA
Cierra.
Ya nadie va a venir.
Ya ves qué inútil
ha sido tanto cielo,
tanta avidez de azul, cautiva de un silencio.
Clava, clausura los umbrales
donde a veces dialogabas con el viento.
Nadie recordará por qué caminos
solías volver de tus recuerdos.
Deja esas noches altas y encendidas,
ese vagar sin sueño por los puertos,
que el corazón tiene desvanes
donde arrumbar los sueños viejos.
Ya nadie va a venir. Mañana
nadie sabrá cómo eras hace tiempo.
Y esa tarde, su afán,
su palabra sonando con acentos nuevos.
Tú la mirabas desde tu vieja sombra.
Pero ya su voz te estaba hablando desde lejos.
Ya ves, querías
olvidar de qué ausencia estabas hecho,
y su voz ha venido
de pronto a poblarte el alma de senderos.
Ya nadie iba a venir.
Y sin embargo
alguien se ha ido, y empieza a doler este silencio.
DEJA QUE PASE EL AIRE
Rosa, ¡oh contradicción pura!, dicha
de no ser el sueño de alguien bajo tantos párpados.
RAINER MARÍA RILKE.
Deja que pase el aire.
Déjale llevar en sus trasvuelos frágiles
aquel tan leve cristal de transparencias
que sólo en sus gráciles alas se revela.
Déjale hacer un joyelero de sueños en la altura,
volverse un olvidado bajel sin memoria de brújulas.
Déjale volar esbelto hacia su nieve
y hallarse claro de tiempo y lluvia desde siempre.
Que el aire se mire celeste en sus espejos,
libre de las alas que poblaron su frente de desvelos.
Ausente, lejano de perfiles y tránsitos de espera,
ligero y esencial, desvanecido en fugaces colores
de presencia.
Déjale subir veloz a su desnudo
dintel desmemoriado de crepúsculos.
Apenas señalado de urgencia por rápidos latidos,
trascender su temor de renacer en viejos aromas
detenidos.
Deja que pase el aire:
Sólo una vez detiene su mirar de niño en ojos
innombrables.
Y mírale —¡tan alto!—, cómo eleva
tu pobre corazón a un sueño de leves transparencias.
LLUEVE
Llueve.
Ya sabes.
Puede llegar calladamente con la lluvia
y llamarte.
El agua tras los vidrios tiene
algo de su voz, cuando resbala y cae:
un breve golpe gris, la femenina
lentitud de un guante.
Algo leve de su voz, la abandonada
manera de robar una palabra a las nubes errantes
para guardarla, azul, junto a la húmeda
lágrima que al recordar le nace,
y verterla luego con aquella
vaga melancolía que en sus ojos dejaban los viajes.
Aún tiene su ademán, su claro gesto
esta fragilidad del viento en los cristales.
Aún su silencio,
aquel silencio que labraban sus labios hacia el aire,
poblándolo de nombres,
de palabras tristes con miedo de quebrarse.
Una tarde vieja la separa,
sólo una tarde.
Aún podría volver si desviviera
todos los instantes
que son ausencia, si borrara
nostálgicas imágenes.
Con un crepúsculo de lluvia
y un rumor igual en los ramajes.
También sabes:
Son hojas.
Hojas de otra lluvia, otro pueblo, otro paisaje.
Queda la antigua
penumbra junto a los umbrales.
(El viento tiene
algo de su voz tras los cristales.)
Puedes abrir.
No hay nadie.
NOVIA VEGETAL, VIAJERA
Novia vegetal, viajera
de ausencia larga.
Siempre disimulando sueños, siempre
a lo lejos, lejana.
Esquiva tras los juncos
nocturnos de la distancia.
Yo no la hubiera amado tanto, pero entonces
era setiembre y hasta la piel se le aromaba.
Antes de mirar, le amanecían
los ojos dulcemente desde el alma.
Su voz débil de mimbre
iba doblando lirios detrás de la palabra.
De pronto se volvía, para reír, abriendo
un balcón de camelias sobre el alba.
Yo no la hubiera amado tanto, pero era
azul de corazón y atardecer, y me bastaba.
Jugaba haciéndoles camino a las estrellas
junto al agua.
Su silencio tenía
rumor de casuarinas sin viento entre las ramas.
Yo no la vi llorar, porque me iba.
Quedaba tan lejana.
Yo no la vi llorar, pero tendría
un agua marina trémula en las lágrimas.
2
I
LEJANO ANDÉN DE NIEBLA DONDE NACE
Allá, allá lejos;
dónde habite el olvido.
Luis Cernuda
I
Lejano andén de niebla, donde nace
la inicial de esta ausencia.
Una palabra
densa va a brotar, y se detiene
callando su verdad junto a la lágrima.
Una palabra horizontal, reciente
carne de vibraciones agolpadas.
La extensa niebla la disuelve,
desvela su calor de íntimas sábanas.
El humo lento de los trenes
la deshace en azul de madrugada.
(Un día, en los cajones,
ha de cubrirla el amarillo musgo de las cartas,
vencerla los silencios,
las evasivas horas, la distancia.)
Donde la niebla inunda los andenes,
entonces, junto al alba,
fue creciendo este olvido sin posible
regreso. Entonces, mientras callabas.
2. No sé si era otoño. Un fino viento
No sé si era en otoño. Un fino viento
vendría desde lejos afilando los álamos.
No sé. Tal vez volviendo
sin el recuerdo tuyo que los años
maduraron sin ti; ya desvivido
y con otro corazón. Tal vez así, deshabitado,
pudiera hallarme solo entre las cosas
con que el otoño empieza en esos campos,
y de nuevo aprender por qué en octubre
se van huyendo de Madrid los pájaros.
Pero no sé. Entonces parecía
durar sobre tu piel la luz de los veranos,
cuando en la noche una penúltima
amapola de amor te quemaba los labios.
Nadie como tú ha vuelto a serme dulce siempre.
Nadie ha vuelto a envolver con sus manos
los amargos instantes,
el silencioso humo que nace en el cansancio.
Ya sé que no es verdad, pero el recuerdo
retornaría hacia tu cuerpo cuando
alguna voz me preguntase por España.
No puede ser verdad, y sin embargo
si me preguntan por su cielo, lo hallaría
soñándose en el fondo de tus ojos castaños.
3. Gatos del alba, ciegos
Gatos del alba, ciegos,
habrán abierto las ventanas.
Habrán hallado todavía
la forma de su sueño en la almohada.
Rota ya por los espejos
su cintura de música doliente y ávida.
Habrán hallado cosas inservibles,
el suéter azul que ya no estaba.
Tálamos de yeso van cubriendo
su dulce sangre enamorada.
(Aún eras tú, y venías
sin lavarte la cara.
De azul, por los andenes,
pensativa, sin palabras.)
El alba,
ceniza de nocturnas lámparas.
CUESTA DECIR
Cuesta decir:
No,
no es nada.
Cuesta callar, y ver
la sombra de la tarde larga
caída entre sus ojos con la misma
sombra de una tarde pasada.
Cuesta volverse, sonriendo
a la sonrisa que nace en la mirada,
apenas con una luz
levemente cambiada.
Cuesta sentir, por dentro,
el peso de unas palabras:
la quiero menos. Y es esto
todo lo que pasa.
DEJAMOS TANTO TIEMPO
Dejamos tanto tiempo
las cosas en su sitio,
que parece que el tiempo
se hubiera ido.
Lugar para vivir, con la esperanza
puesta en su sentido
de acaecer, de vela
por un sueño legítimo.
Verdad, verdad, un cielo
casi siempre tan límpido
y que de pronto un viento
sorpresivo
lava y deslava
como si hubiese llovido.
Llover es algo cierto
como el agua en los vidrios,
como la sombra que arde
detrás del fuego encendido.
Dejamos tanto tiempo
todo tan en su sitio
que no quisiera, ahora,
ver desvivido
este afán, y se confunda
con el olvido.
SI EL AIRE, AHORA
Si el aire, ahora,
resplandeciera en el día
y tuviera, como tuvo,
aquella luz compartida.
Si esta ventana hacia el aire
se abriera como se abría
libre y alta y sola y siempre
acercando un azul de lejanías.
Si ahora el viento
repitiera su nombre en las cornisas,
tan simple como un eco,
yo la llamaría.
Con una voz que fuera
la sombra de su voz. Y le daría
esto que me queda: un último
asombro de alegría.
TECHO LUNAR. AZUL
Techo lunar. Azul
tejuela de la noche.
Mirando hacia arriba
se ve tu nombre.
Quiero reunir
las palabras más dóciles,
llenarlas con el antiguo
acento que tú conoces,
y adelgazarlas luego
hasta el sonido doble
que hace al caer una simple
verdad que no se oye.
Tiempo dejado, tiempo
viejo de óxido y cobre.
Tiempo de aquella palabra
donde naciera tu nombre.
Sí, quisiera juntar
las cosas que el tiempo esconde
y con un gesto limpio
que no tenga reproche
retornarlas al cielo
que tuvieron entonces.
Después, ya solo, hundirlas
en la profunda noche.
NO CONOCIÓ EL DESDÉN. NADIE LE HA VISTO
No conoció el desdén. Nadie le ha visto
rondar el desaliento.
Solía caminar entre la noche,
demoraba su amor por las esquinas.
Su corazón de música tan simple,
pequeña voz por horas amarillas.
Nadie recuerda haberlo visto
volver, andar algún regreso.
Iba siempre hacia la misma búsqueda,
hacia una soledad igual
a su aventura.
Ahora mira su voz:
una conversación fugaz, horario interrumpido,
estéril ya, y todavía
lunar de vieja claridad en nuevo río.
Detrás le queda
una imprecisa lluvia, el frío
ventanal con las fugaces
alas de los pájaros tardíos.
Ahora mira su piel.
Y el viento arruga
su risa hacia el ayer:
labio sin comisuras.
Ahí va, miradle. Nada
le dura ya de aquel silencio.
Solía caminar. Hoy anda
de vuelta del desdén, hacia el regreso.
QUISO QUITAR EL POLVO EN LOS ESPEJOS
Quiso quitar el polvo en los espejos,
lavar la cercanía.
Quiso verse sin él,
él su vigía.
Hacerse al fin un amia libre
donde iniciar la vida sin orillas.
Supo apagar su sombra en los umbrales.
Vistió de lento azul su lejanía.
Volvió la espalda al tiempo como una
mano que al decir adiós se olvida.
(La ciudad, desde lejos,
tan amiga.)
Quiso sorber la paz, la calma
hondura de la huida.
Y se escuchó al partir.
un nombre hacia la tarde,
cayendo, le dolía.
Sólo una verdad, la misma,
sonando se le oía.
SI HOY PUDIERA
Si hoy pudiera
restituir aquel acento.
Si ahora se asomara
al brocal de su voz, caído cielo
circular, antiguo pozo que devuelve
una moneda azul desde el silencio.
Si lloviera hacia ayer los días que le cubren.
Si hablara desde dentro.
Quizá le queda
una palabra sin dañar, un hueco
entre la voz, una perdida,
desarraigada cavidad crecida en otro viento.
Quizá le cansa la memoria
su callada verdad, el trazo entero
de su vivir la ausencia como una
vocación arterial hacia el recuerdo.
Tal vez le basta equivocarse,
desvincular de algún verano el tiempo
liminar de su piel, aquel instante
de oscura adolescencia ya naciendo
vertida y matinal, y para siempre
salvada en otro cuerpo.
Acaso entonces
hablará desde dentro
una palabra que ha dicho muchas veces
y se oye cada vez más lejos.
CUANDO SE ALEJA, Y EL SONIDO
Cuando se aleja, y el sonido
de una tranquila tarde le acompaña
liviano entre la ausencia, y le despierta
colores de otro tiempo en la mirada,
es que viene hacia ti, como el verano
torna una luz habitual a las ventanas,
es que regresa a ti desde la misma
pausa del corazón donde le faltas.
Habría querido vestir todos los días
de canción la palabra.
Pero el viento es azul por unos años.
Distintos cielos abren la mañana y dañan
la claridad del sueño, las espumas
que un incesante mar destruye y salva.
Ha de ir sin ti, desierto,
límite solo de lo que tú ocupabas.
Como desde el primer olvido tiende
su despoblada música, sus alas.
Pero regresa a ti desde la ausencia
con el amor entero a las espaldas,
cuando se aleja, y el sonido
de una tranquila tarde le acompaña.
3
AHORA, DESDE LEJOS
Se cava la tierra, se ahonda
la tierra, y se hiende
la tierra golpe a golpe, pulso a pulso, y cada día
después del otro, y siempre
mientras dura la vida.
La tierra, sí, se abre, y nunca
se hace posible decir
dónde queda el sitio,
el simple sitio que elegir
para vivir.
Mientras la vida dura, qué lejos
el lugar para morir.
Esta es la tierra, nuestra, y tuya,
la que tú elegiste. Quisiera
rescatar el color de ese cielo
con que tus ojos la miraban
surgiendo verde, límpida y siempre
asomada desde las ventanas grises
de tu callada Galicia nostálgica.
Porque al saberme huérfano de ti
me siento en cierto modo huérfano de patria,
de aljibe y de jazmín,
de zaguán abierto hacia todas las mañanas.
Y sin embargo, ya ves, José Domingo,
compañero y amigo y padre mío:
las cosas son así. Con este cielo
o sin él, será lo mismo.
Tarde o temprano, todas las cosas
vuelven a su sitio.
Tú sabes dónde estoy. Ahora voy
hasta la puerta cancel. Ábrela conmigo.
CONSERVO AÚN EL CANTO
Conservo aún el canto
de la cigarra en la siesta.
Conservo la primaria
luz de las luciérnagas
cuando la noche vuelve
desde el sur, y se acuesta.
Noche que termina
con el alba, y con el alba empieza.
Conservo aún los pájaros
que por no aturdirse vuelan
aunque caigan,
aunque se los lleve la tormenta.
Este huracán vencido
que ni siquiera es polvareda
y sin embargo nos persigue
como si fuéramos arena.
Y ahora, ya ves,
el tiempo que te di, el que me queda
país mío, mi país,
-perdóname que no lo sienta-,
quédatelo, quédate
con mi tiempo, mi luz, mi yo, mi vida entera.
Quédate con todo, y déjame
convocar a estos duendes de la siesta.
CAMPO LLOVIDO, CAMPO
Campo llovido, campo
perdido en el agua que cae.
Sólo te salva la continua
repetición de tus palmares.
Palmas que se alzan solas, súbitas
en mitad de la tarde
mientras hablamos, mientras
inventamos un lenguaje
para no volver a las íntimas
palabras de antes.
Miras la lluvia, el cielo, y se dibuja
en la quietud tan simple del estanque
una memoria azul, el signo
con que habré de recordarte
—mira el palmar, la lluvia—
cuando hayas olvidado este paisaje
y renazca en tus ojos una réplica
de ilimitados, límpidos y múltiples celajes.
TIEMBLA
Tiembla
la brisa casi inmóvil en el cielo.
Se estremece la única
hoja más alta de un solo cocotero.
Se vuelve del revés
y le acompaña el viento.
Sola compañía
en el desierto.
Bandera hubieras sido
con tu follaje abierto,
bandera sí, palmera
lanzada desde el suelo
para subir, y erguida
dialogar con el tiempo.
Pero el aire
vino despacio y te llamó a silencio.
Aunque clames ahora
desde la altura libre de tu vuelo,
sólo hemos de oírte quienes
desde abajo te conocemos,
desde la tierra, y te llamamos
con tu nombre, cocotero.
Tu propio nombre,
tan olvidado y cierto.
SIGUE LA LÍNEA, SIGUE
Sigue la línea, sigue
el alambrado, el poste, la tranquera
que se ha de abrir cuando descanses,
desensilles, y amanezca.
Sigue la línea
de tanto campo ajeno que te encierra.
Toro viejo y cansado
que va delante, y deja
todo este polvo, toro
viejo que puntea.
Tropa minúscula en el campo
que va perdida y se orienta
sólo por tu voz, tropero
que silbas sin alzar la cabeza.
Levanta, enciende, grita
tu voz de mando auténtica
sobre esa tropa. Acaso entonces
puedas cruzar el espajín de sueño
crecido entre tus pobres costaneras.
MIRO EL ÁRBOL, Y EL ÁRBOL ME PARECE
Miro el árbol, y el árbol me parece
una memoria azul y constelada
de cosas que son simples
y pertenecen al alma.
De fuera viene
el ruido en oleadas,
el ruido que ha crecido
en la ciudad que fue callada,
y se adueñó del tiempo,
de la mínima paz con que esperaba
un mínimo silencio
la luz de la mañana.
Ahora es la ciudad, la nueva
ciudad es ésta, la que habla
y rodea y asola y colma y enceguece
la soledad, la paz, la calma.
El árbol mece
su nocturna quietud entre las ramas
y desenvuelve
un camino de estrellas atrasadas.
Habrá que celebrar
todo el ruido que la ciudad aclama.
Yo miro el árbol. Me pregunto
si es todavía el árbol de mi casa.
HACE CATORCE, QUINCE AÑOS
Para Elvio Romero
Hace catorce, quince años
nos encontramos en Buenos Aires.
Tal vez nos conocíamos
desde mucho antes.
No sé si recuerdas el ambiente
casi sin aire
de aquel hotel, primicia
de lo que ahora se da en llamar residenciales.
No sé si el tiempo
habrá borrado de tu imagen
el gris oscuro, la pared
descubierta hacia la tarde,
el vaso, el hielo, y una
conversación que no acababa de enlazarse.
Fue simple. Nada queda
cuando la palabra se deshace
entre dos personas que no tienen
casi de que hablarse.
Eras “Clarín”, yo era
un paraguayo de viaje
y entre los dos había
una revolución con mucha sangre,
por ti cantada en los “resoles”
donde la patria herida vibra y arde,
por mí callada en la tarea
de soportar el día, en esa inacabable
labor cercana que disiente
de tu claro mensaje.
Tarea renovada que suprime
evocaciones y paisajes
y cada día nos reclama
un sitio para alguien.
Así ha pasado el tiempo entre tú y yo
y no lo sabe casi nadie.
Te lo digo en voz baja:
casi nadie.
Ahora, hoy, Elvio Romero,
después de tanto escrito y dicho al margen,
después de los poemas
de Juan y John que tú inventaste,
después de la mentira,
del compromiso y el contraste,
después del íntimo deseo
de aguardar ya sin escucharte
la palabra que un día
habría de llegar desde tu mano amable
como llega todo aquello que en la vida tiene
Un valor innombrable
-el sur, el viento
nos alejaron bastante—
ahora, hoy, Elvio Romero,
abro el diario una mañana de domingo laborable,
y encuentro la custodia con que vienes
a desplegar el estandarte
simple de un pañuelo
donde la lágrima cabe,
donde el decir en verso, en libro, en canto
ha vuelto a su raíz elemental.
Renaces
en un domingo tuyo y mío en esta tierra
Elvio Romero, y me complace
sentir que ahora
podríamos hablar de nuevo —en un instante—
todo el tiempo perdido
aquella tarde en Buenos Aires.
DESPUÉS DEL POLVO, DESPUÉS
Después del polvo, después
de tanto polvo acumulado en la garganta
como una sombra espesa y decisiva,
definitivamente almacenada
en el resorte de la voz, en las raíces
de tanta hondura callada
que al fin hubiera
podido ser simple, y ser palabra.
Después del polvo, la sequía
siempre volcada hacia mañana
como un deseo, un desdén,
o simplemente una amenaza.
Después de tanto polvo vuelve
esta noche una esperanza.
El aire se ha cerrado, el aire
torna hacia el sur, señala
un viento nuevo, y ese viento
llama la lluvia esperada.
Lluvia que llevará este polvo
por los hondos canales del agua.
Lluvia con olor profundo
de tierra recién preñada.
Lluvia, primer aroma
de hoja lavada.
Detrás de ti se moja
también, el alma.
GARZA BLANCA, ELEVAS
Garza blanca, elevas
la luz de la mañana.
Otro color te hubiera
vidriado la mirada.
Azul del río, azul
con el ruido
de un motor en el agua.
Media el día
y nace la calma.
Y el viento, aquel viento
de siempre, por una vez, se calla.
Garza, surges, vuelas, y a tu lado
alguien habla
de las cosas simples
que pasan.
Alta tú, voladora, viajera,
también pasas.
No sé qué valor le queda
a la palabra,
pero alzo la voz y la curva
de tu cuello me solaza
cuando vuelas, río arriba,
blanca en el verde, blanca.
Y entonces
en mitad de la mañana
alabo la hermosura de tu vuelo,
garza.
YO TUVE TU SILENCIO
Yo tuve tu silencio,
tu cavidad sonora en la ceniza
de un cigarrillo adolescente
que el viento se llevó por las esquinas.
Yo caminé la piedra azul
de tu entrañable noche de llovizna
cuando eras invernal, insomne
y complaciente todavía.
Allí me hiciste
conocer la rama florecida
y ser hombre en la flor
de un azahar abierto calle arriba.
Así me hiciste
y te hizo mi querer, ciudad amiga
Fuimos juntos
hasta la voz de cantar, guitarra y día,
sueltos en el aire limpio
que amaneciendo recibías.
Así hemos ido
como una sola y junta compañía,
desandando veredas
y abriendo lejanías.
Y tanto fue el abrir, que te me fuiste
sola, sin mí, sin esa cima
del corazón que siempre habías tenido
tan cercano y presente, como la vida.
Ahora no sé, estás tan lejos
que la mirada misma se me olvida
Y aunque quisiera
nunca podría devolverte alguna mínima
esencia del vivir que queda dentro,
y en tu diario caminar se va, perdida.
Que en tu diario caminar, tan lentamente
caminando se olvida.
LE DIJERON
Le dijeron:
Siembra,
no importa dónde,
ni en qué tierra.
Sembró y anduvo
abriendo sementeras
hasta que un día
fue a mirar la cosecha.
Vio un maíz caído
sobre la tierra seca.
Vio la mandioca reluciente
y por debajo muerta.
Sembró y anduvo
hasta que un día se dio cuenta
que estaba cavando el lugar
de su sombra en la tierra.
REMA, BOTERO, REMA
Rema, botero, rema
con las manos sin sueño,
los párpados dormidos
y el corazón despierto.
Rema, botero, rema,
junta todo el esfuerzo
que tu contrabando limpio
tiene que llegar a puerto.
Tu contrabando de harina
que mañana en los risueños
ojos de tus hijos
será pan fresco.
Rema en la oscuridad, y cumple
tu oficio de pasero,
que no alumbra todavía
la limpia luz del lucero.
Rema y esconde
el ruido de los remos.
No sea que algún centinela,
hombre de tu mismo suelo,
te oiga y dé el alto y te pegue
un bajo tiro en el pecho.
No sea que se confundan
una vez más, y en medio
de la noche, el estallido
del fusil certero
con el latido simple
de un corazón ribereño.
No sea que el ruido
de tus lentos remos
entre de nuevo en la anónima
campana de silencio
con que recibirá tu muerte
tu propio pueblo.
DEJAS LA ALCOBA, SALES
Dejas la alcoba, sales
a la tarde que cuelga aún entre los álamos,
hueles este olor
de flor de cocotero madurando,
y es un color distinto
de rosa viejo, tardío, ya pasado
de luz, pero encendido
con el verde fugaz, el verde rápido
de un efímero muá que se deslumbra
en la nocturna inmensidad del campo.
Muá, pequeño
coleóptero de lumbre, esperanzado
bálsamo fresco que viajas
hacia la interminable noche del verano.
CARTA DE NOCHEBUENA
Para mi padre, allá en Compostela.
Nunca he visto
nevar, y ahora ciertamente
ha de nevar allá en tu tierra,
ha de bajar la nieve
cayendo mansa sobre el sueño,
sobre la paz que has alcanzado para siempre.
Ha de nevar allá en Santiago
dulcemente.
He abierto
las ventanas de esta tarde de diciembre
y entra por ellas
una lluvia fina y persistente
distinta del calor
con que otros años nos recibieran los pesebres,
la flor del cocotero, y aquel canto
de los pájaros que parecían conocerte.
He abierto
lugares de este vivir que se nos crece
familiar y simple, y duro muchas veces
como la terca voluntad
de un yuyo contra el césped.
También abrí
la piel del tiempo que me falta verte.
Acaso hubieras
desconocido la casa, el frente
que tú querías asomado
hacia el viento del este.
Pero hallarías, sí,
una verdad sencilla y complaciente
en las imágenes que Soledad, tu ahijada,
ha puesto en el pesebre,
en el olor de la tierra, y en él zumo
frutal que el aire tiene.
Encontrarías
una sonrisa recibiéndote
y el cercano ruido de la lluvia
que ahora nos envuelve.
He abierto la ventana
y el corazón de este diciembre.
Quería hablar contigo
apenas brevemente
en esta noche que te acerca,
y estás ausente.
4
ERA TAN LEVE
Era tan leve.
Era la primera
caricia del aire
amaneciendo entre la hierba.
Luz inmóvil del rocío
despertando soñolienta
antes que el sol descubra
la pequeña lumbre, y la conmueva.
Tan leve fue, tan
doblemente pasajera
que ahora la recuerdo
como una imagen nueva
y mis ojos la reviven
casi como una historia vieja.
Y no es así, los suyos
son aquellos ojos de canela,
los únicos que pueden revivir
la mirada verdadera
que viene desde entonces
y nunca está de vuelta.
TODO ESTÁ DICHO ENTRE NOSOTROS
Todo está dicho entre nosotros
y hace tiempo. No nos queda
una fórmula, una palabra
para nombrar lo que comienza.
Tienes el día, tengo
la noche que me nace entre las venas.
Siempre es lo mismo, existen
las palabras y ahora no se encuentran
Tenemos todo dicho. Alguna música
que ensayas y la mañana empieza.
Para mí es la media tarde
y su voz de cosa vieja.
De pronto me preguntas: ¿qué dijiste?,
y la vida se llena.
NADIE
Nadie
te habló jamás del viento.
Eran los días
iluminados y espléndidos.
Para qué hablar, si el aire
estaba quieto.
Si el aire se servía
con tu piel, tu paz, y tu silencio.
Ahora vuelven
a decirte cosas que son como el comienzo
de algo que sabías
hace mucho tiempo.
Deja que pasen. No es el árbol.
Sólo es el mismo viento.
Si es que se queda entre la voz,
si su presencia espontánea
estuvo en el decir, no temas preguntarte
la primera palabra.
La que queda en las cosas,
la que no se cuenta ni se labra.
Tal vez la única
que en la soledad te acompaña.
PRIMERA MAÑANA DE NOVIEMBRE
Primera mañana de noviembre,
mañanita de los santos, un encaje
de jazmín y de viento
llevará tu aire hacia la tarde.
Y un recuerdo también,
una vieja amistad que viene desde antes
me poblará el silencio
que sólo en el alma cabe
y me hablará de ti, amigo mío
Santos Álvarez.
LLUEVE EN VALLADOLID
(Para Mercedes y Ramón Giráldez, en el recuerdo.)
Llueve en Valladolid.
La lluvia
viene desde el campo abierto,
se moja en el Pisuerga, y tuerce
su lomo quieto.
La lluvia
sobre Valladolid lloviendo.
Por tierra de Campos
he venido desde lejos
a ver a Ramón, y me ha traído
Mercedes, en el coche viejo.
Valladolid no es la misma
que yo conocí hace tiempo.
Era triste, campesina,
ferroviaria, y ahora veo
sobre el Pisuerga las luces
que cruzan un puente nuevo
abriendo hacia la ciudad
lo que entonces era pueblo.
La tarde es fría.
La fachada
de San Pablo yergue contra el viento
la milenaria piedra
que trabajaron artesanos y maestros
para amparar del frío de esta tarde
al corazón viajero.
Yo he venido con Mercedes
y hablo con Ramón del vino bueno,
de lo que fue Valladolid
y de una tarde pasada en un museo.
Mientras, el día ya se ha ido
y está en Valladolid lloviendo.
SI VIENE DESDE EL MONTE
A Pepe, de Miñaño
Aparta loureiro verde,
dexa clarear a lúa...
(Canción popular gallega.)
Si viene desde el monte,
si desde el monte de entrepinos viene,
si llega desde el mar, desde la ría
que labra un mar pequeño y reluciente,
si viene desde allá, de donde
soy originariamente
y existo y vivo y sueño
retornar con mi cuerpo para siempre,
si es verdad esta canción que canta
mi mujer en setiembre,
síntesis de pinar, de tojo y viento
—mecida en el pasar de sus quehaceres—
y volcada en vocablo primitivo
hacia el cantábrico mar que la conmueve,
si el cantar es así, si aquella gaita
templa una memoria de aguanieve,
quisiera estar allí, llegar con una
palabra simple, y sorprenderte.
JUNIO. MADURARÁ LA MIES
Junio. Madurará la mies
bajo el cielo nublado.
Madura la madera de los pinos
cada vez más altos.
Ha de llover aún
y es el comienzo del verano.
Cielo de Galicia, casi siempre
sin amparo.
Allá, bajo la lluvia,
su cabello blanco.
El viento ha de mecer la hierba
muy despacio por no despertar el trigo
ni un sueño tan callado.
Mi padre,
allá en Santiago.
LARGO ES DECIR, SI UNO VA CONTANDO
Largo es decir, si uno va contando
lo que acontece entre los días, lo que queda
detrás del mínimo silencio,
detrás del ademán que en la mano se aquieta.
Trabajosa tarea, difícil
tiempo para hablar desde la vuelta
inexistente de la historia que se quiso
y fue sólo vivencia.
¿Acaso sirven
una palabra dicha a medias,
una ternura tan liviana que apenas
nace bajo la piel y el primer
viento se la lleva?
¿Acaso alguna vez
tuviste una respuesta?
Más te vale callar. Y mira
cómo el viento desordena
las hojas de los árboles, los días
que mañana te esperan
preparados, medidos,
en el calendario abierto de tu agenda.
POR QUÉ ESE EMPEÑO
Por qué ese empeño,
esa tenaz vocación por el silencio.
Por qué la muerte que buscaba
ha venido a sorprenderlo.
Si le bastaba simplemente
asomarse, salir,
y oír la voz del viento.
SI TANTO DUELE RECORDAR
Si tanto duele recordar,
amor,
cuánto dolerá el olvido.
LIVIANA LIVIANDAD LA QUE SOSTIENE
Liviana liviandad la que sostiene
el aire leve que te lleva.
Liviana es tu figura
y delgado el recuerdo que me deja.
Antes de la brisa fuiste
una fina lluvia de presencia.
Después el sol
colmó de claridad tu ausencia.
No sé si fuiste un sueño,
una querida fantasía en la entretela
del diario vivir. No sé
si has sido la verdad o la sorpresa.
Ahora sólo permanece
tu liviano andar de pasajera,
y la imagen precisa
de ver cómo te alejas.
YA VES. HAY TANTAS COSAS
Ya ves. Hay tantas cosas.
Si hubiera tiempo
y hubiera uno mismo para serlas
todas, cada una, y aún volverlas
hacia uno, y devolverlas
en alguien.
Sí, si hubiera.
Ya ves. La tarde
es algo que no tiene
un nombre, una voz, una mínima
espalda para escuchar la vida.
Si todo queda lejos
ya ves, con qué memoria
se puede recordar, con qué silencio
se puede desvivir
una tarde como ésta.
Si hay tantas cosas todavía
que parecen estar cerca.
PATIO NOCTURNO, PARQUE
Patio nocturno, parque
de árboles antiguos.
Follaje desvelado
en ramajes altivos.
Pájaros de la lluvia,
pasajeros detenidos
cantan
aires olvidadizos.
Árbol que los recibes,
tiéndeles un sitio
pequeño donde dormir
su primer nido.
Pájaros lejanos
de vuelo amanecido,
volad de nuevo, y a la vuelta
halladme un cielo mío
donde el día sea memoria
y la noche olvido.
EL DÍA SE HA IDO, Y QUEDA
El día se ha ido, y queda
todavía una luz que se estremece
en el cielo, reciente transparencia
de claridad que tuvo, y ahora enciende
una primera noche entre los álamos
y en sus hojas la mece.
El día se ha ido y aún te queda
una palabra guardada muchas veces
que no has dicho. Y el día
se ha ido para siempre.
Lo que has querido de verdad, tal vez
de verdad permanece.
Pero anochece y sólo
el silencio te contesta y vuelve.
¿Si has querido ir hacia la imagen,
dime de dónde vienes?
TAL VEZ HE SIDO YO
Tal vez he sido yo
quien tuvo que elegir.
Ahora
la tarde va hacia el sur, rueda el camino
por una luz suave que se dora
y estremecida se disuelve,
una mitad limón, otra delgada rosa,
cristal quebrado por la negra línea
que trazan al pasar las aves migratorias.
Tal vez el alto tiempo del amor
sea como esta hora
en que anochece: un sueño oscuro,
una confusa historia,
una huella callada, como un río
que olvida una canoa
y la deja partir, desamarrada
ya para siempre de sus costas.
Acaso todo el amor no sea
más que una voz ya sin memori
de tu cercana piel, una amarilla
página que se dobla.
Detrás quedan los pájaros, el viento,
las quebradizas hojas.
Lo que alumbró y estuvo
cerca de la palabra que te nombra.
Viajamos hacia el sur. Y no imagino
bajo qué cielos caminará tu sombra.
PEQUEÑA LUZ QUE QUEDAS
Pequeña luz que quedas
como última imagen de la tarde,
no quiero que perdures como lumbre
de algún lejano azul, donde no cabe
el resplandor de un sol que ha madurado
en hojas verdes, en el viento, en la distante
línea del comienzo
que todo vivir requiere en los instantes
en que el adiós se va, y vuelve el sí,
como un espejo nuevo sin imagen.
No te pierdas, luz penúltima,
sin dejarme
una pausa traslúcida
de claridad, un margen,
margen para el decir, sombra
de un cielo virgen, ya intocable.
Tiempo:
quiero verte de cara,
sonriendo.
Quiero
verte de vuelta y ascendiendo
desde atrás de los días,
desde atrás del silencio,
limpio como una voz
decantada en el sereno
de noches múltiples
y amaneceres sedientos.
Tiempo:
Lava esta cúpula de sueño
y devuelve a la palabra
lo que callando has deshecho.
TENÍAS UN AMOR, PEQUEÑO CÍRCULO
Tenías un amor, pequeño círculo
de convivencia compartida.
Tenías un amor, como se tienen
tantas cosas en la vida.
Piensa ahora del revés, y vuelve
toda la distancia desvivida
desde la tarde espléndida de sol
hasta la flor en dura escarcha amanecida.
Tal es el tiempo, limpio
mientras se conjuga con palabras sencillas.
Y una mañana
despierta junto a una acera vacía
con la huella de un viento reciente
que ha dejado solamente hojas caídas.
CAMBIÓ LOS ALTOS VIENTOS DE SU VIDA
Cambió los altos vientos de su vida
por una voz azul, la única
que a su voz primaria respondía.
Aún tiene de su son, la música
de la palabra escondida:
aquel contar historias simples
que en el fondo de sí mismas
eran la historia de una pena,
una pena conducida
a endurecer el canto
y quebrar la armonía
de una soledad que no se extiende
hacia posibles compañías.
Ya es tiempo de olvidar
lo que el ayer escribe en las esquinas,
ya es tiempo
de rescatar lo que sucede entre los días,
y saber cuánto falta
para encontrar esa vocal esquiva
con que Dios ha de hablar
a una esperanza ya tardía.
ROSA
Rosa.
Amarilla
rosa que feneces.
Nadie te hubiera visto
morir, si te quisiese.
Ahora fuera tu destino
amar, y te encegueces.
Simplemente es así, y el tiempo
se complace y comprende.
Rosa amarilla,
ahora que anochece
yo quisiera, tal vez,
pertenecerte.
DESDE TU MANO VIENE
Desde tu mano viene,
flor, desde tu mano seca
de abuelo sarmentoso, desde
Raúl Casal Ribeiro viene
el alma de la flor, la rosa.
Desde tu mano viene
—fue la flor— y ahora
es rosa simplemente
rosa,
y rosa la más bella
rosa.
Y más. Puedes tomarla
entre tus manos secas
de sarmiento, y la verás:
es bella, hermosa.
Y es la rosa.
LLENA
Llena.
Es la palabra
roja de sangre que ahora
te condena.
Rosa roja, abres
el mundo que te encierra
y rompes, como una luna
encarnada y opulenta
sobre el sueño, sobre cosas
que desconoces y desprecias,
rosa tú, y el universo
que quiebras.
Rosa roja, vas brotando
una palabra llena,
llena de ti, de la sangre
que vuelcas
cuando no hablas, cuando
te quedas quieta
vertiendo un río, un manantial
de grana nueva.
Y aguarda todavía
tu plenitud colmada, densa,
rosa que destruyes y has visto
mi sangre, rosa negra.
4
A MÍ A VECES ME DUELE ESTA CIUDAD
a vosotros
A mí a veces me duele esta ciudad,
vivir entre sus blancos muros,
salir, andar sus calles,
fumar bajo la noche en las esquinas,
volver cada día con la hora de una pequeña muerte
en el bolsillo; entrar con vosotros a un café,
estar sentado con vosotros, con cualquiera de
vosotros,
y sentir que sin embargo estamos solos,
que nos empieza de pronto a parecer que no hemos
venido,
que no hemos llegado aún,
que no hemos llegado todavía a ninguna parte,
que quizá nunca vamos a estar allí acabadamente
en tanto una rosa calla y luce y está siendo,
y no tiene otro destino que ser bella
simplemente
en nuestra mesa,
en tanto suena un blue y el humo es ya como un
recuerdo,
como el recuerdo de una noche y un regreso y
un olor de mujer nueva sobre la piel
reverdeciendo,
despertando imágenes y un cielo y un ayer,
en tanto todo,
todo eso que se ha acostumbrado a que a la
larga lleguemos,
todo se vuelve a nuestro rededor y entre nosotros
descolorido, mustio, se torna
envejecido y como harto de sí mismo y de existir,
como amurallado y lleno de vidrios, de vidrios que
antiguamente
—y tal vez, entonces, con nosotros—, tuvieron una
claridad de cristal,
la encristalada claridad con que vivíamos;
y ahora no son sino vasos de vidrio que no alcanzan
a copiar siquiera los ojos que los miran,
y son vidrios, sólo vidrios,
rotos, demolidos,
quebrados como la ruina hueca y profunda de
un mirar que una vez vio girar lentos molinos
y vio pararse el viento,
y aún nos mira,
nos observa desde ayer y nos disculpa
y nos perdona este vivir estérilmente sentados en un
sitio,
este vivir que hacemos juntos en un bar, en un café,
este vivir reunidos
mientras vamos muriendo solitarios.
*
Mientras nos hemos sentado y sabemos por dentro
que no hemos llegado todavía,
mientras oímos el eco de nuestra última soledad
como un aviso de que aún estamos lejos,
solos,
solos y aún acaso andando a ciegas por el túnel de
una angustia que crece y crece como un río lleno
de peces ahogados hasta colmar de escamas
la garganta,
solos aún en la cárcel de un dolor sin posibles tragaluces;
sabiendo
que quizá permanecemos como un oscuro lugar de
ausencia en nuestra alcoba,
que quizá ni siquiera hemos querido venir,
y ya estamos juntos sin haberlo esperado,
y empezamos a hablar,
y empezamos a decir y a contar cosas, sucesos,
palabras que suenan como la ceniza de lo que
hubiéramos querido hablar desde el corazón,
como un otoño arrastrado y sucio de lo que
hubiéramos podido decir con la sencillez abierta
sobre los labios,
aquella sencillez,
aquella, vosotros recordáis,
aquella que alguna vez tuvimos para preguntar cómo
estás, y se vive, y la quiero,
aquella sencillez que nosotros creíamos poseer para
siempre
sin que fuese necesario ir a buscarla,
y no es verdad,
y no ha sido, lástima, verdad,
y la hemos ido destruyendo,
la hemos volcado hacia un olvido,
hacia un vacío inservible y dañino como una campana
sin niños que la toquen,
la hemos venido hundiendo seguros, descuidados, sin
creer
que la pereza de alma también podía atracar en las
nuestras,
que la pereza de alma es oscura, sin poros, densa como
una noche a la que le faltasen estrellas,
irredimible, irrescatable, fría
como un anillo que se nos hubiese caído sin querer en una ciénaga,
y era nuestro anillo
y nunca va a volver,
el anillo que sellaba el compromiso que nunca
hicimos,
porque nunca nos hizo falta un compromiso,
porque nunca nos faltó entonces la palabra,
y ahora se ha caído hasta tocar el fondo de un
estanque,
y no ha de tornar a surgir y rodearnos con aquella
cordialidad de su calor redondo y amarillo
que volvía de luz la sangre y nos dejaba
un leve rumor de música en las venas cuando nos
dábamos las manos,
las manos que ahora están desnudas, indefensas,
vulnerables,
con algo doliendo como un filo de nieve en el aire
cálido que llevan,
como una nieve equivocada cayendo por encima de un
verano que empezara a decirse con canciones,
con un hueco reciente y húmedo doliendo entre
las manos,
nada más que una fina cavidad herida entre las
manos,
nada más que una herida,
y ahora llegamos a saber que aquel anillo
era el lugar donde el azar, un día,
juntó, como en un haz, nuestros encuentros;
y ahora nos lastima comprender que allí cabía
el azar,
el azar elemental que una vez detuvo su largo vuelo
en las ventanas
de alguna, de cualquiera de nuestras casas,
y se volvió liviano y accesible,
se hizo dócil como el aire que cabe circular en
un anillo
se hizo dócil, elemental, redonda y simple
para que nosotros pudiésemos ser amigos en la vida.
*
Y ahora hace tiempo somos hombres,
ahora sabemos
que el azar nunca vuelve,
que el azar es como una lágrima sin pañuelos
que la cuiden,
sin labios que la besen,
una lágrima que no podrá de nuevo empezar a ser de
llanto,
nunca volverá a repetirse y a juntarnos,
nunca podrá volver a durar como un anillo,
como un anillo para siempre,
como iba a durar aquel para enlazar nuestros olvidos,
para reunirnos la memoria en un recuerdo,
para lograr sencillamente ser de nuevo en nuestro
corazón aquel latido,
aquel que estaba destinado a juntar alguna vez
nuestras palabras de despedida,
a juntar nuestra nostalgia de decirnos adiós,
la nostalgia definitiva y necesaria que también va a
llegar,
la nostalgia que un día va a nacer amaneciendo
helada a nuestro lado
y nos va a parecer que no es posible,
que todavía no es posible, y sin embargo
nos lleva,
nos suelta las amarras,
nos aleja
de esta ribera que no pensábamos aún abandonar,
nos distrae un instante sólo del hábito simple
de vivir,
y ya es tarde,
y nos separa,
nos torna de sombra y paulatinamente siendo niebla,
como si nos encontráramos de pronto junto a
un barco,
junto a la extraña forma de otra patria que suelen
tener los barcos,
junto a un breve espacio de agua abierto entre los
muelles y las sombras que se despiden
acodadas en las barandas,
junto a un silencio definitivo abierto sobre un metro
de agua,
un agua dilatándose más y más hacia nunca,
mientras el barco ha partido y estamos un poco sordos
todavía con el recuerdo de su llamado ronco
y largo,
y sentimos que quizá no es él quien se ha ido,
que quizá son los muelles de nuestra vida los que han
demorado mucho en llegar,
y no hemos podido despedirlo,
y es tarde,
es tarde para repasar de prisa los capítulos sueltos en
los cuales no habíamos detenido bien el corazón,
es tarde para recoger unas palabras verdaderas y
gritarlas a aquella sombra borrosa que ahora
desde la proa nos dice adiós con una mano,
nos dice adiós iniciando un espeso epílogo de humo,
y nos vamos quedando solos en el anochecer de
las dársenas,
solos con una palabra última,
la única palabra,
la palabra que se nos ha quedado enredada hace
muchos años sin querer,
la palabra que tenía el oficio humilde de seguir siendo
un anillo
y se olvidó, nos fue olvidando,
y echó a rodar por los caminos,
y echó a vivir sin que nos acordásemos de ella,
y ha venido a morir sola y hundida en una ciénaga,
y nunca va a volver, porque es la última,
nunca podrá disipar esta niebla nocturna de los
muelles,
nunca podrá reunir nuestra nostalgia junta en un
pañuelo,
aquel pañuelo blanco y anular que celaba, en los
bolsillos
aquel pañuelo que callando arrugaba los adioses
para que nosotros pudiésemos seguir siendo
amigos en la vida.
HUBIERA, SI, ES VERDAD, HUBIERA
(En una reunión, en el Centro Cultural Paraguayo Americano,
propiciada por …., en Asunción.)
Hubiera, sí, es verdad, hubiera
traído a esta tarde de setiembre
algún poema simple
de los que suelo escribir algunas veces.
Una hoja sencilla
que en el viento de los árboles se mueve;
y dejarla entre vosotros
que ahora, cordialmente,
convidáis a decir, a contar
su pequeña confesión, su lágrima, su germen,
a estos amigos que han venido
a decir que están presentes.
Hubiera, sí, querido
borrar el tiempo que siempre permanece
y proseguir el día, la semana
sin que nadie se entere
del instante, de la luz, del minuto
de luz que ahora nos reúne y se estremece
como un minúsculo círculo de sol
desde la mano tendida abiertamente.
Y entonces preguntar
a quién conozco apenas, don Vicente
Lamas, por aquella memoria,
a Rodríguez Alcalá por el ausente,
a Bilbao por la sombra primera
de los umbrales verdes,
sí, quisiera preguntaros
por dónde el silencio crece
hasta la voz de Ferreiro,
hasta los dos Rubenes
Talavera y Bareiro y Villagra, y Mazó,
y Rodrigo Díaz Pérez,
dónde
comienza una interrogación adolescente
para saber, José Luis,
de dónde vienes,
para saber, Ramiro, amigo mío,
adonde vas con el comienzo de tu fiebre
siempre renacida, dónde
quedó el milagro, la palabra frecuente
que nos unió y ahora está faltando
como falta un desván a los juguetes.
Quisiera preguntaros
a vosotros, amigos, y a un ausente
camarada en el oficio
de cantar, Elvio Romero; ardientemente
preguntar, pedir explicaciones
de este silencio que nos crece
junto a la letra y a la savia
de la vida que decimos y cantamos y florece
en otra parte, y nadie
nos advierte
que acaso alguna desconocida sombra suya
nos pertenece.
Quisiera interrogar
en esta amable tarde de setiembre
de dónde viene este silencio, dónde
ha nacido esta costumbre que nos mueve
a no callar la voz, a levantarla
por encima del rumor que tiernamente
despierta poesía y esta noche
calladamente se ofrece.
Quisiera preguntar si algún vocablo nuevo,
elemental, reciente,
podría reemplazar a la palabra,
a la voz que callamos libremente.
A esa voz de las cosas
que en el fondo nos conciernen
de una manera irrenunciable
y única, definitivamente.
Esa voz,
ya podéis comprenderme.
Si alguna poesía está en mis manos
es ésta que os extiendo, así, de frente,
volviendo del olvido
que la espalda de los días nos acrece,
volviendo de la ausencia
que nunca pudo alcanzar a ser vacío enteramente,
para deciros, con el asombro claro de estar cierto,
que la palabra elemental no muere
y cada noche un renovado viento
la levanta y la ahonda y la conmueve
para juntarnos, como ahora, en su destino
de ser nueva y azul y cada vez y para siempre.
6
CRECIÓ JUNTO AL ANDÉN
(A la memoria, de Oscar Raúl Astengo,
viejo y entrañable amigo mío.)
Creció junto al andén.
La vida
se le fue para afuera, campo abierto,
saltando guardavías.
Creció junto con él.
Allí tendida
tuvo la senda a recorrer,
las paralelas del riel
siempre entreviendo lejanías.
Allí creció. Y tuvo la osadía
de no ver las luces verdes, rojas,
que a su paso se abrían.
Allí creció.
Si los andenes lo recordaran, le dirían
que anduvo sin saber por un riel
en busca de la vida,
y paralelamente regresaba
hacia la muerte que le viajaba en otra vía.
Creció junto al riel.
Se quiso ir.
Tal vez se fue.
Una campana le sonaba a despedida.
Estación de AFE, Puerto La Paloma,
República Oriental del Uruguay,
en el sol de algún verano.
TRAEN
Para
Rubén Bareiro
Rodrigo Díaz Pérez
Rubén Talavera
Félix Sanabria
Gonzalo Zubizarreta
Traen
una vacilación tan leve en el acento,
una brizna, una minúscula
hoja crecida en otoños ajenos,
que parecen palabras
fuera del tiempo.
Vienen, y con ellos
el año ausente, la distancia, ese comienzo
de una carta no escrita que siempre
tiene su culpa inicial en el correo.
Vienen, y el humo del tabaco
se hace menos denso.
La sonrisa renace
en el vaso de vino, y el recuerdo
es casi una memoria del presente
descubierta de nuevo.
Alza la voz, la copa
y esta noche brindemos.
Ellos son mis amigos, y han venido
a verme desde lejos.
CONOZCO YEGROS
Para Elvio Romero
(y su poema, “Tren con banderas”)
Conozco Yegros.
Tu pueblo
O el pueblo de tu padre,
O un pueblo de tu pueblo.
Conozco el tren
desvencijado y lento.
He oído su silbido
cuando desde Isla Sacá viene subiendo.
He visto la tristeza
en la cara de su humano cargamento.
Tú has visto las banderas.
Yo, .su destino incierto.
Es el mismo tren,
el mismo que no cesa de trajinar sufriendo
Una chispa en el alba
y un cansado andamiaje atardeciendo.
Conozco de tu padre
la simple artesanía labrada en un ropero.
Una carpintería que heredaste
y conservas con altura y celo.
Recuerdas ese tren y el alma
se te agranda por dentro.
Y la estación, dime,
y la estación, Elvio Romero?
Esa estación aún nos espera
y bajo su techo de zinc dialogaremos.
Mientras tanto yo espero, tú esperas
el mismo tren, un tren de pueblo.
SIMPLEMENTE REGRESASTE
Para Rubén Bareiro Saguier
Simplemente regresaste,
volviste al pueblo
a devolverle en vacación alegre
el tiempo que le habías ganado desde lejos.
Volviste a ver tu calle,
tu rincón, tu cuenco,
el asfalto de pasto de Villeta,
el río de ojos niños que te vieron.
Buscabas lo que es tuyo,
lo que es nuestro.
Y fuiste osado: sonreías
en la inicial de cada encuentro.
Te dolerá para otros días desde ahora
la moneda dé gracia que te dieron
para pagarte ese pasaje
de benévola gratitud hacia el destierro.
Volviste villetano, comarcal,
vecino y simple, y sonriendo.
De vacaciones y mirando:
ése es el precio.
Desde esta soledad, Rubén amigo,
recibe la mano que te tiendo.
QUÉ SOLITARIO, ANTONIO, CUÁNTA
Qué solitario, Antonio, cuánta
soledad has caminado en esta tierra
que en Almanzor se inicia
y te sigue por Ubeda y Baeza y te persigue,
cada vez más solo,
cuando en los altos de tu Soria nieva.
El campo, el pedregal,
la mies recién abierta
que trajinaste y tuviste
el corazón de cantar con voz primera,
están donde estuvieron
y tal vez te recuerdan.
Pero la soledad, tu empecinada
vocación de ir buscando a Dios entre la niebla,
aún aguardan la hora en el mesón
y se preguntan dónde va el camino que te lleva.
Andar en soledad, Antonio, andar camino
y siempre andar. Si por azar te llega
la verdad que querías, la palabra
que despierta del sueño a quien la vela,
quisiera que encontraras
tu plena compañía, y me dijeras
desde dónde, desde cuándo
toda esta soledad entera
deja de ser un pozo oscuro
y empieza a ser presencia.
INDICE
1
Yo no sé qué palabras decirle cuando tienes
Árbol abierto y desnudo
En aquellas tardes
Vas a partir. Te vas. Sin ver
Pero llegan días en que todo se va tocando de ceniza
Desde los arduos caminos que arrastran el alma
Tenía una manera de pedir las cosas dulcemente
Tú sabes cuánto alcanza a doler sobre la vida
Cierra
Deja que pase el aire
Llueve
Novia vegetal, viajera
2
1. Lejano andén de niebla donde nace
2. No sé si era otoño. Un fino viento
3. Gatos del alba, ciegos
Cuesta decir
Dejamos tanto tiempo
Si el aire, ahora
Techo lunar. Azul
No conoció el desdén. Nadie le ha visto
Quiso quitar el polvo en los espejos
Si hoy pudiera
Cuando se aleja, y el sonido
3
Ahora, desde lejos
Conservo aún el canto
Campo llovido, campo
Tiembla
Sigue la línea, sigue
Miro el árbol, y el árbol me parece
Hace catorce, quince años
Después del polvo, después
Garza blanca, elevas
Yo tuve tu silencio
Le dijeron
Rema, botero, rema
Dejas la alcoba, sales
Carta de Nochebuena
4
Era tan leve
Todo está dicho entre nosotros
Nadie
Primera mañana de noviembre
Llueve en Valladolid
Si viene desde el monte
Junio. Madurará la mies
Largo es decir, si uno va contando
Por qué ese empeño
Si tanto duele recordar
Liviana liviandad la que sostiene
Ya ves. Hay tantas cosas
Patio nocturno, parque
El día se ha ido, y queda
Tal vez he sido yo
Pequeña luz que quedas
Tiempo
Tenías un amor, pequeño círculo
Cambió los altos vientos de su vida
Rosa
Desde tu mano viene
Llena
5
A mí a veces me duele esta ciudad
Hubiera, sí, es verdad, hubiera
6
Creció junto al andén
Traen 129
Conozco Yegros
Simplemente regresaste
Qué solitario, Antonio, cuánta
POSTALES DE NUESTRO PARAGUAY ETERNO
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"IMÁGENES Y POSTALES DE PARAGUAY"
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