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JUAN NATALICIO GONZÁLEZ PAREDES (+)

  SOLANO LOPEZ y TAMOI - Poesías de JUAN NATALICIO GONZÁLEZ - Año 2004


SOLANO LOPEZ y TAMOI - Poesías de JUAN NATALICIO GONZÁLEZ - Año 2004

SOLANO LOPEZ y TAMOI

 

Poesías de JUAN NATALICIO GONZÁLEZ

 

 

**/**

 

SOLANO LOPEZ

 

Mariscal: ya no ladran furiosos los lebreles

irrumpiendo en tu bosque de mirtos y laureles.

Tu espada, en la noche de espanto y de dolor,

fulge como un cometa de extraño resplandor.

La luna, por una nube en su centro horadada,

cual corona astrológica se levanta pausada

hacia el cenit oscuro para alcanzar tu alteza

y entre un coro de estrellas ceñirse a tu cabeza.

En tierra guaraní tú fuiste el nuevo Atrida

que probó los conflictos fatales de la Vida

al sentir la antinomia del deber y el afecto

batirse bajo un rostro sombrío y circunspecto.

Y como Agamenón, que torturado advino

a sacrificar su hija al sediento destino

cuando a tu vez pusiste tu poderosa mano

sobre el antiguo amigo y sobre el propio hermano

¡ninguno supo qué ácido dolor te torturaba

y como negro buitre tu pecho devoraba!

Inflexible y severo, envuelto en la tormenta,

tu incandescente espíritu al mundo se presenta

totalmente desnudo del egoísmo humano,

de todo lo anecdótico, lo personal y vano,

y así, con tu ideal por única coraza,

te yergues como símbolo eterno de la Raza.

Por eso, Mariscal, tu torturado nombre

no evoca la mortal carnadura del Hombre,

sino que incorporado a mitos seculares

integraste del pueblo los dioses tutelares

después de recorrer tu glorioso camino

dejando como rastro un resplandor divino.

Al sucumbir lidiando en la empinada Sierra,

encarnabas el alma pertinaz de tu tierra,

y en la noche de espanto, de dolo, de cruel

vilipendio ¡tú fuiste el mirto y el laurel!

 


 

 

 

TAMOI

 

Le llamaban "Tamoi", voz que designa abuelo

en el guaraní autóctono, con sugestiones vagas

de árbol nudoso de años, que eleva sobre el suelo

la copa poderosa en que el viento divaga

agitando el ramaje henchido de murmullos.

Y como un árbol era, la testa toda blanca

cual copudo samuhú cubierto de capullos;

y tal como a los árboles, fuerte raíz que arranca

de los profundos suelos, atábale a la tierra

que de los ascendientes la humilde huesa encierra;

y semejante al árbol, callado y sin bochorno

veía crecer la prole robusta a su contorno.

Estaba en la mañana fresca y estremecida,

bajo un cielo azulado, envuelto en la encendida

atmósfera, silente, abstraído y divino

como un silvestre genio protector de sembrados,

con la mirada fija en los rojos caminos.

Iban por ellos, lentos, paisanos y soldados,

encendida de orgullo la mirada avizora,

alguna querendona guitarra bajo el brazo

y una canción de amor en la boca sonora.

La guerra los llevaba. Con ingenio donaire

las muchachas sembraban de sonrisas sus pasos

y trazaban las madres una cruz en el aire.

Erguido en la eminencia de blanca senectud

los miró el "Tamoi" como desde nevada sierra,

y evocó gravemente la extinta juventud,

los días ya remotos de otra furente guerra

en que vio su nación mutilada y vencida

y florecer el cuerpo en múltiples heridas.

De sus hombros colgaba el poncho como un manto.

Como sonantes aguas que mana piedra inerte

brotó la bronca voz que disimula el llanto

que es deshonra en el duro rostro del varón fuerte,

y conminó a la prole, –a las esbeltas hembras

que signaban adioses al novio o al vecino

desde el borde florido del antiguo camino–

a darse a la rural tarea de la siembra.

Como bajo el imperio de inmemoriales leyes

las mujeres sumisas, con la mano rotunda

unas guiaron el tardo transitar de los bueyes,

otras empuñaron la esteva del arado

y éstas sembraron granos en la tierra fecunda

con gesto rico en ritmos, hierático y pausado.

Removían la tierra, preparaban las eras,

mientras cantando al son de sus pardas guitarras

rompían ardorosos la marcha a las fronteras

los varones del valle en legiones bizarras.

Porque para la patria conquistarán victorias

los que hacen granar espigas en las eras,

al par de los que dan sus vidas transitorias

y sus épicos bustos yerguen en las fronteras.

Crecía el sol poniente, al tiempo que un concierto

de melodiosas aves alzaba sus canciones.

El Abuelo y la prole, de pie en el surco abierto

a Tupang elevaron sus blancas oraciones.

Y dijo el "Tamoi", con orgulloso acento:

– ¡Mis hijas, alegraos! ¡Compartid mi contento!

De siete hermanos vuestros presencié la partida;

a ofrendar van los siete a la patria sus vidas.

Y destacando el busto sobre el ocaso rojo

alzó la parda mano, temblorosa e inquieta,

y enjugó con el dorso los fatigados ojos.

–¿Pero tú lloras, padre?, interrogó la nieta.

–¿Llorar? Si es el sudor que me seco en la frente.

Y las dulces mujeres, en la tarde silente

pusiéronse radiantes, alegres y canoras:

al valiente que muere, se envidia y no se llora.

(De: Antología Poética, 1984)

 


 

Fuente: ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA PARAGUAYA, 3ra. Edición

Autora: TERESA MÉNDEZ-FAITH

Editorial y Librería EL LECTOR, Asunción-Paraguay , 2004

 

 

 

 

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