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ALCIBÍADES GONZÁLEZ DELVALLE

  EL PLAGIO COMO DELITO CONTRA LA PROPIEDAD INTELECTUAL, PERO... - Artículo de ALCIBIADES GONZÁLEZ DELVALLE


EL PLAGIO COMO DELITO CONTRA LA PROPIEDAD INTELECTUAL, PERO... - Artículo de ALCIBIADES GONZÁLEZ DELVALLE
EL PLAGIO COMO DELITO CONTRA LA PROPIEDAD INTELECTUAL, PERO...
 
 
 
 
 
El plagio es un “delito doloso contra la propiedad intelectual en el que se intenta hacer aparecer como propia una obra, o una parte de ésta, sin serlo, defraudando los derechos económicos del autor legítimo”. Se necesitaría, entonces, copiar un texto ajeno, letra por letra, y firmarlo como propio.
 
 
El parecido no es plagio. No lo fue nunca. Si lo fuera, y mereciera castigo, la humanidad no conocería hoy algunas de las expresiones literarias más acabadas como Don Quijote de la Mancha, de Alonso Fernández de Avellaneda, seudónimo de no se sabe quién, pero en algunos capítulos es digno de Cervantes.

Avellaneda dio a conocer su obra cuando Cervantes terminaba la segunda parte de la suya, la que publicó en 1615. En la portada cervantina se lee: “Segunda parte del ingenioso cavallero don Quixote de la Mancha, por Miguel de Cervantes Saavedra, autor de la primera parte”. Con esta aclaración se diferenciaba del Quijote apócrifo y el gusto del público lo hizo inmortal. El tiempo, entonces, entre dos creaciones similares favoreció a la mejor. Fue la venganza de Cervantes contra quien osó parecerle. Así fue siempre.   
 
 
La honda expansiva de la genial creación de Cervantes alcanzó a varias y famosas novelas. Una de las más conocidas es Madame Bovary, de Gustavo Flaubert, obra maestra de la novelística de todos los tiempos.   
 
 
A igual que don Quijote, Emma se dejó enredar por la ficción de los libros. Leía apasionadamente las historias románticas que la apartaron de la cotidianeidad de la vida. Como el hidalgo manchego, creía en la posibilidad de vivir, letra por letra, las invenciones literarias. Esta confusión la condujo a un final de tragedia.   
 
 
Hija de un granjero, desde niña se deleitaba con las novelas románticas. Tenía 12 años cuando leyó Pablo y Virginia. La obra le hacía soñar con las escenas novelescas como “la casita de bambú, el negro Domingo, el perro Leal, y, sobre todo, la dulce amistad de algún hermanito que fuera a buscar frutas a los árboles, o que, corriendo con los pies descalzos por la arena, le llevase un nido de pájaros...”.   
 
 
A los 15 años, pupila en un convento, una empleada le alcanza novelas que sólo tratan de “amor, amadas, amadores, damas perseguidas que se desvanecían en pabellones solitarios, postillones a quienes se asesinaba en cada descanso, caballos que reventaban en todas las páginas, bosques sombríos, tormentas de corazón, juramentos, sollozos, lágrimas, besos, paseos por lagos a la luz de la luna, ruiseñores en los bosques, caballeros bravos como leones, dulces como corderos, virtuosos como no lo es nadie, siempre elegantes y siempre llorando como sauces”.   
 
 
Nadie le acusaría a Flaubert de haber plagiado a Cervantes.   
 
El escritor español Azorín nos cuenta que “según la opinión más serena y respetable, el plagio es cosa perfectamente lícita en lo que a la inventiva se refiere”. Si el plagio no fuera admisible, ni Shakespeare ni Molière habrían dado obras fundamentales del teatro universal.
 
Molière es un caso típico y genial. Muchas de sus obras son copia de copias, plagio de plagios.
 
 
A igual que Shakespeare, a quien de sus 36 piezas, se le reconoce solamente una como enteramente suya.   
 
 
 
¿Y DON JUAN TENORIO?   
 
 
El también español Ramiro de Maeztu en su Don Quijote, Don Juan y La Celestina, nos dice que “han comenzado a multiplicarse los Don Juanes, al punto de que cada nación y aun cada artista ha concebido el suyo, lo que no es un obstáculo para que todos ellos puedan dividirse en dos grandes clases: el Don Juan enamorado, y el Don Juan de España, el de Tirso y el de Zorrilla, que es el Burlador”.
 
El origen teatral de tantos donjuanes está, como es sabido, en Tirso de Molina. Pero este autor, a su vez, acudió al romance popular para inmortalizar la leyenda. Menéndez Pidal apunta: “La leyenda (de El convidado de piedra) hubo de ser notablemente ensanchada por Tirso con los episodios que forman el tipo de burlador de mujeres: este tipo, si apuntaba ya en el germen tradicional, sería de un modo embrionario, como se ve, por ejemplo, en algunas variantes del romance popular”. En otro capítulo de sus Estudios, Menéndez Pidal es categórico al señalar: “El burlador, como otros tantos caracteres literarios, se desarrolló de un germen tradicional fecundado por la inventiva del poeta que se lo apropió de otros.
 
Esta es la expresión: se lo apropió.
 
Y de don Juan se apropiaron Molière, Mozart, Zamora, Zorrilla, Byron, y otros, sin contar a aquellos que se “inspiraron” en el personaje. Es decir, que lo plagiaron con más disimulo.   
 
 
 
UN DON JUAN PARAGUAYO  
 
 
Ernesto Giménez Caballero, ex embajador de España en el Paraguay, había encontrado también un don Juan en el teatro paraguayo. Se refirió a don Sofanor, personaje de María Pacurí, zarzuela de Manuel Frutos Pane y Juan Carlos Moreno González. La alusión vino cuando el embajador presentó al elenco que estaba por representar, en los jardines de la embajada, sobre la avenida Mariscal López, el Don Juan Tenorio, de José Zorrilla. Entre las actrices figuraba una empleada doméstica del diplomático. Fue la que mejor supo su parlamento. No porque se tratara de un valor experimentado, sino porque en España la pieza de Zorrilla es la que más popularidad ha alcanzado. Nadie, sin embargo, trata de plagiario al autor.
 
Si el plagio, o sea, la copia servil, fuese delito, comenzarían los griegos por no existir como artistas e intelectuales. O se hubieran pasado la vida cumpliendo castigos. Y ya no hablemos de los autores modernos que se inspiraron en las tragedias de Esquilo, Sófocles, Eurípides.
 
Jean Jacques, en su Los trágicos griegos según el gusto actual, nos dice: “Recurrir a los trágicos griegos, hecho del que vemos tantos ejemplos, es un signo de dependencia. Presupone una elaboración en segundo grado, no sólo de una materia, sino también de una estructura pre-existente. Pero al mismo tiempo, con ello se reconoce que una historia como la de Orestes o la de Edipo, que nos es transmitida en una obra que es el producto de una civilización dada, posee el valor de un mito cuyo contenido puede reinterpretarse incesantemente y dotárselo de una nueva significación”.
 
No habla de plagio, sino de reinterpretación y nuevo significado. Las obras de arte no pueden ser plagiadas sin que, en esa misma acción, el plagiario encuentre su castigo. ¿A quién se le ocurriría plagiar, por caso, “La piedad”, de Miguel Ángel? Si la copia fuese muy buena, y el autor pretendiese darnos como original, entonces ya no se trataría de plagio sino de estafa. Y si alguien registrase a su nombre la “Novena sinfonía”, de Beethoven, no pasaría por plagiario, sino por loco. Pero si la obra fuese desconocida, y alguien, que no fuese el autor, la firmase, tampoco sería plagio. Estaríamos frente a un caso de expropiación indebida.   
 
 
 
SIEMPRE LOS TRÁGICOS GRIEGOS  
 
Volviendo a los griegos, la Electra, de Sófocles, es una tragedia de venganza: ésta se cumple con delectación sobre la persona de Egisto, a quien se despacha en medio de refinadas torturas morales, después de haberlo hecho caer en una trampa. Sófocles suministra un modelo a Séneca, quien a su vez lo transmite a los dramaturgos del Renacimiento, en especial a los isabelinos. El norteamericano Eugenio O´Neil es el único dramaturgo moderno que, con A Electra le sienta bien el luto, ha osado dar una réplica de la trilogía esquiliana. Y nadie, por eso, acusa a O´Neil de plagiario. Tampoco a los dramaturgos del Renacimiento, a los isabelinos, a los clásicos franceses, a los modernos. Entre éstos está Anouilh (Antígona), Gide (Edipo), Cocteau (La máquina infernal, que trata de la historia de Electra), Sartre (Las moscas, también el tema de Electra; Las troyanas).
 
Las adaptaciones de Brecht, la interpretación que propone de Hamlet, las escenas que intercala para aprovechamiento de sus actores en Romeo y Julieta, o en María Estuardo, de Schiller, son características del nuevo concepto teatral brechtiano. El dramaturgo maneja con audacia las grandes obras del pasado: éstas no constituyen esencias intocables que en las escuelas se aprende a idolatrar, sino una heredad a la que debe hacerse producir.
 
“Las adaptaciones de Brecht —nos dice un estudioso— son aparentemente irrespetuosas; una suerte de brutal actualización capaz de escandalizar al humanista y al letrado. Sófocles no es, después de todo, más que un colega como cualquier otro, igual que Shakespeare. Lo que escribieron un día para el público de su tiempo debe revisarse hoy y corregirse. No es la obra lo que importa, menos aún el poeta, sino los servicios que una y otra pueden prestar a nuestros contemporáneos enfrentados con el mundo actual. A la modificación del pasado, Brecht opone la noción de una cultura en acto, para hablar con propiedad, de una cultura política”.
 
Tenemos, entonces, que a los grandes artistas nunca les importó plagiar ni ser plagiados. Los trágicos griegos escribieron sobre los mismos asuntos, que además eran preexistentes. Esos temas servían, a su vez, a los dramaturgos de todas las épocas posteriores.
 
Los dos grandes ciclos de la tragedia griega —la Orestiada y la Edipiada— alimentaron a varias generaciones de dramaturgos.   
 
 
 
LOS “PLAGIOS” DE SHAKESPEARE  
 
En la introducción de cualquier obra de Shakespeare, leemos acotaciones como esta: “En la Vida de Marco Antonio habla Plutarco de un Timón de Atenas, que vivía en la época de la guerra del Peloponeso, como de un hombre malévolo y enemigo del género humano. Timón de Atenas aparece asimismo en un diálogo satírico de Luciano. Se cuenta la historia del famoso misántropo en muchas obras del siglo XVI, y particularmente en dos volúmenes que Shakespeare conocía: el Palacio de los placeres y el Plutarco inglés. De un pasaje de cierta antigua pieza teatral titulada Jack Drum´s Entertainment se desprende que fue puesto en escena un Timón anterior al de Shakespeare. Malone cita a un tal Strutt, grabador, que tenía el manuscrito de un drama con el mismo asunto, escrito o traducido hacia el año 1600. La fecha de la primera representación de Timón de Atenas (de Shakespeare) se calcula que sería en el año 1610”.
 
Está muy claro: Shakespeare “plagió” —como todas sus obras, salvo una— el tema del misántropo. Molière haría después lo mismo. A propósito, El avaro, de Moliere, tiene su fuente en Plauto, La aulularia, de donde extrajo el tipo, el tema, el robo de la caja y hasta la famosa frase: “¡Sin dote!”.
 
Un poco antes de morir, Miguel Ángel Asturias había acusado a García Márquez de haber plagiado a Balzac en su Cien años de soledad. García Márquez le respondió: “¿Plagiario yo? Lo que pasa es que Asturias está viejo, católico y sentimental”. Le respondió con un “plagio”. La frase es de Valle Inclán, a cuyo personaje, el marqués de Bradomín, lo definió como “feo, católico y sentimental”.   
 
 
 
LA GUERRA DEL FIN DEL MUNDO, DE VARGAS LLOSA  
 
La exitosa novela de Mario Vargas Llosa La guerra del fin del mundo es la historia de Antonio el Consejero y las de los “cangaceiros”, contada ya varias veces antes que el escritor peruano se fijara en ella. Os sertões, de Euclides Da Cunha; Gran sertón: Veredas, de Guimaraes Rosa y los innumerables relatos de un ejército de bandidos —o justicieros, de acuerdo como se los mire—, que asolaron las áridas tierras del nordeste brasileño, sirvieron a Vargas Llosa para componer su estupenda novela.
 
En  La guerra del fin del mundo es fácilmente identificable la historia de muchos famosos “cangaceiros” —aquellos rudos sertanejos que se agrupaban en bandas fuertemente armadas— que vivieron incluso mucho después de la “guerra de canudos”. Es decir, de la narración cronológica de Vargas Llosa. Así vemos, desde luego con otros nombres, la historia de Antonio Silvino, “Ne Baptista”, que allá por 1900 creía que el sertón le pertenecía, tanto que cuando llegaron los primeros trenes, su banda los asaltaba exigiendo el pago de unos derechos de peaje. El 24 de noviembre de 1914 el gran sertanejo cayó en una emboscada. Juzgado en Recife, fue condenado a 30 años de prisión, cumpliendo la mayor parte de la pena. El presidente Getulio Vargas lo indultó, y murió mansamente en 1944.
 
Y está también Virgulino Ferreira da Silva, más conocido como Limpião, el héroe de la película de Lima Barreto  O Cangaceiro, que obtuvo en 1953 el primer premio del festival internacional de Cannes y cuya música, “Mulé Reideira”, se hizo famosa en todo el mundo.
 
Francisco Julião, el líder de las ligas campesinas, escribió: “Cuando Lampiño conquistaba una población, tomaba presos al delegado, al prefecto, al cobrador de impuestos; liberaba a los presos, abolía las deudas, repartía el dinero de las oficinas de rentas y daba limosnas a las instituciones de caridad. Cierta vez, habiendo invadido una población, Lampiño entró en una bodega y clavó en un puñal en el mostrador. El bodeguero, que estaba de espaldas, ordenando los estantes, se volvió asombrado y, reponiéndose del susto, exclamó: Gracias a Dios, capitán, pensé que era el cobrador de impuestos”.
 
Hay más historias, desde luego, de otros “cangaceiros”, que tienen notable similitud con los conversos que nos presenta Vargas Llosa.
 
Las obras importantes no se plagian. Inspiran. Sirven para ser reinterpretadas. Están para vivir siempre; no importa sin su forma original. Brecht fue el que mejor interpretó la trascendencia de una obra artística. Le despojó de su función meramente ornamental para ponerla al servicio del hombre. Incluso a la ópera le dio un sentido social; es decir, de utilidad.
 
Y si una obra de arte es capaz de ser útil, ¿qué importa de quién se haya “plagiado” ni a quién pertenece? El asunto no está en la originalidad, sino en el talento para hacerlo mejor. Y el mejor es el que quedará.
 
 
 
Fuente:
 
EL PLAGIO COMO DELITO CONTRA LA PROPIEDAD INTELECTUAL, PERO...
 
 
Artículo publicado en el Suplemento Cultural,
 
Diario ABC COLOR,  Domingo, 29 de Agosto de 2010.
 
Espacio web: www.abc.com.py
 
 
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