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ALCIBÍADES GONZÁLEZ DELVALLE
  EL TEMPLO DE LA BOHEMIA - Por ALCIBIADES GONZÁLEZ DELVALLE - Domingo, 27 de Agosto de 2017


EL TEMPLO DE LA BOHEMIA - Por ALCIBIADES GONZÁLEZ DELVALLE - Domingo, 27 de Agosto de 2017

 EL TEMPLO DE LA BOHEMIA


Por ALCIBIADES GONZÁLEZ DELVALLE


alcibiades@abc.com.py


Bien está que la Junta Municipal de Asunción dispusiese el nombre de Panuncio Espínola a la calle donde por muchos años funcionaba el bar “Panuncio”, un templo de la bohemia asuncena. Fui uno de los clientes más obstinados y entusiastas. Recuerdo a muchas personas con quienes compartí esas despreocupadas madrugadas, o soleados amaneceres de risas, cerveza, música. El nombre de Óscar Barreto Aguayo es el que más me persigue en el recuerdo. Fue el cantante obligado de las zarzuelas paraguayas y mi amigo en el arte y fuera de él. Su voz privilegiada, una figura agradable y su entrañable simpatía, despertaban aplausos delirantes en el teatro. 

Por modesta que fuera la obra –como las mías– Óscar Barreto la convertía en éxito de multitudes. Fueron los tiempos gloriosos del Teatro Municipal, que se colmaba de público de lunes a lunes. 

Al terminar un ensayo, o la función, el largo descanso se daba en el Panuncio donde seguía el espectáculo. Era frecuente que a Óscar, luego de un par de horas y unos tragos, le viniese la nostalgia por unos primos que vivían en Villarrica. Entonces salíamos a la disparada y con su vieja furgoneta llegábamos entre las 2 y 2:30 de la madrugada. Se hacía anunciar con una serenata de la que se deleitaban también los vecinos. Después de unos mates, el regreso urgente. Óscar trabajaba en el laboratorio del Instituto de Previsión Social donde le esperaban los casos difíciles. Era el único que acertaba las venas imposibles, especialmente de criaturas. 

Recuerdo que en uno de esos viajes a Villarrica nos acompañó a la fuerza el maestro Florentín Giménez. Óscar le dijo que le acercaría a su casa después de una función en el Municipal y la parada obligatoria en el “Panuncio”. Con engaño le iba alejando de su hogar. A Florentín le preocupaba que su esposa le esperaría a la hora de siempre. No le valieron explicaciones ni ruegos. Óscar paró recién en un bar de San José para comprar más “combustible”. Nunca supimos el recibimiento que habría recibido Florentín en su casa a las seis de la mañana. 

Las madrugadas en “Panuncio” se llenaban de anécdotas. A su regreso de una serenata los músicos contaban los casos reiterados de apresamientos en alguna comisaría. El delito era “serenata sin permiso”. Para recuperar su libertad dejaban parte de lo cobrado o nuevas actuaciones por orden de algún jefe policial que buscaba lucirse con la novia. 

¡Panuncio! Una pieza donde atendía el propietario detrás del mostrador; dos piezas más de regular dimensión y un pequeño patio sobre la avenida Eusebio Ayala. Este espacio, en su conjunto, contenía a algunos de los más afamados y talentosos músicos, poetas, periodistas, escritores, cantantes. En un reducido espacio cabían los mejores exponentes de nuestro arte. Como siempre sucede, fuera de la actuación pública era donde mejor se apreciaba el virtuosismo del artista. 

Luego de alguna presentación llegaba al Panuncio, por ejemplo, Lorenzo Leguizamón. Sin que nadie le pidiera, se ponía a ejecutar el arpa como solo en ese sitio, y con ese público, podía hacerlo. Llenaba a su audiencia de emoción y belleza. Sus temas, aunque muy conocidos, parecían recién salidos de la sensibilidad y el talento de su autor. 

Pasaba igual con Rubio Gómez, un virtuoso del clarinete. Fue el primer concertista paraguayo de este instrumento. Eran muy elogiadas sus interpretaciones, pero el verdadero Rubio Gómez, el artista inmenso, estaba en el Panuncio. 

De vez en vez llegaba también el gran Jacinto Herrera. Los versos que interpretaba florecían en su voz ni siquiera imaginable para los poetas que las habían concebido. 

Imposible dar los nombres de todos los músicos entre solistas, dúos, tríos folclóricos, etc., que iluminaban ese sitio único, irrepetible. No pudo con él ni el edicto policial número 3 que exigía el cierre de los bares “y lugares de diversión” a la 1 de la madrugada. 

En el Panuncio se hablaba de todo menos de “política” por la sencilla y poderosa razón de que estaba infestado de soplones. El imprudente al que se le iba un poco la lengua, regada de alcohol, con toda seguridad amanecía en la comisaría 7ª o en el Departamento de Investigaciones. 

Con todo, el Panuncio escribió la historia de la bohemia asuncena en el lenguaje universal de la amistad y la música.

Fuente: ABC Color (Online)

Sección: OPINIÓN

Domingo, 27 de Agosto de 2017



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