DE NOVELA (V)
Por ALCIBIADES GONZÁLEZ DELVALLE
alcibiades@abc.com.py
La Policía instaló en Capiatá un hogar de ancianos. Cuando comenzó a poblarse no había quien cuidara de los internos. Se remedió el asunto con el arreo de las prostitutas callejeras. Petrona Payaguá fue destinada a este “hogar” acusada de aterrorizar a los vecinos. Vivía a pocas cuadras de la comisaría 7ª, en Pinozá.
Su apresamiento fue la única novedad periodística a un mes de saltar la noticia de la lluvia de piedras, de sillas que se deslizaban solas, etc. Para mí fue un respiro ante las tediosas reiteraciones. Tediosas para mí, no para los lectores que disfrutaban de los encantamientos.
Por las publicaciones, pensé que me recibiría enojada. Al tenderme la mano dibujó una sonrisa y me invitó a sentarme a la sombra de unos árboles. Pero esa sonrisa –percibí enseguida– escondía un dolor. Era la protagonista de una escena que recordaré siempre. Nos rodearon, un poco alejados, unos 20 ancianos y prostitutas. Se notaba que hablaban y se reían de nosotros. O sólo de ella. Parecía incomodarla lo que adivinaba, o creía adivinar, lo que estarían diciendo.
–En todos sus escritos –comenzó diciéndome– usted se refiere a mi como Petrona Payaguá. Yo me llamo Petrona Aquino de Ortiz. Y no soy payesera, como me acusan. Soy médica. Yo morí hace 25 años y Dios me hizo regresar a la tierra para servir a la gente, para hacer el bien.
–¿Y qué es eso de la lluvia de piedras...?
–Es una lluvia de disparates. Usted anduvo todo el día por ahí ¿se mojó con esa lluvia? ¿Usted vio caer una sola piedra?
–La verdad...
–No, no vio, ni nadie vio porque no existió nada de lo que usted publicó.
–Yo publiqué la versión de sus vecinos. Y eso aclaré en cada entrega.
– ¿Usted creyó ese cuento?
–Mire...
–No, no creyó ¿Y por qué no lo dijo? ¿No se animó a decir que se trataba de un engaño, no de mi parte, sino de quienes me quieren mal?
–¿Me dice que más de 20 personas se pusieron de acuerdo para montar un teatro?
–No. Fue una mujer la que inventó la historia. Lloraba, se tiraba por el suelo, amontonaba cascotes en su pieza y el corredor. Actuaba de tal modo que contagió su histeria a los vecinos que la creyeron. Primero fueron dos, luego 10 y al final muchos más. Todos con el mismo repertorio.
–¿Y cuál sería el propósito?
–Dañar mi reputación, presentarme como una bruja.
–La acusan también de separar a las parejas.
–Otro disparate. Ninguna fuerza de afuera puede separar a un marido y una esposa que se aman y se respetan. Si hay desunión es porque uno de los dos dejó de amar al otro. El marido de la mujer de quien le hablo fue a verme unas dos o tres veces por un problema estomacal. Unos días después se mudó con la amante y su esposa me culpó a mí de la separación, que le “empayené”.
–¿Es usted payesera, o sea...?
–Entiendo. No en el sentido que se le da a la palabra: hacer el mal. Yo hago el bien, me preocupo por la gente, curo a la gente.
–¿Estudió?
–No. Es una facultad que me regaló Dios. Reviví con el encargo divino de ayudar a mis semejantes. Y es eso lo que hago con esta consecuencia desagradable e injusta. ¿Por qué estoy aquí? ¿Usted cree razonable que se aprese a alguien porque a cuatro o cinco cuadras de su vivienda supuestamente caen cascotes del cielo y se mueven solas las sillas? Y mire donde estoy: en una cárcel para prostitutas. Esta mañana un anciano me preguntó si esas mujeres eran mis pupilas. Cuando le dije quién era yo casi murió de espanto. Y eso es lo que consiguieron: que me tengan miedo.
Hacía menos de 10 años que Arthur Miller había estrenado “Las brujas de Salem”. Pensé en esta obra de persecuciones irracionales cuando regresé al diario y publiqué la detención de Petrona Aquino de Ortiz. La pusieron en libertad cinco días después y se acabaron los hechizos.
Ya en ABC Color me tocó cubrir otro apresamiento: el de un luisón. Tema de una próxima nota.
Fuente: ABC Color (Online)
Sección: OPINIÓN
Domingo, 29 de Octubre de 2017
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