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ALCIBÍADES GONZÁLEZ DELVALLE

  DE NOVELA (VI) - Por ALCIBIADES GONZÁLEZ DELVALLE - Domingo, 05 de Noviembre de 2017


 DE NOVELA (VI) - Por ALCIBIADES GONZÁLEZ DELVALLE - Domingo, 05 de Noviembre de 2017

 DE NOVELA (VI)

 

 Por ALCIBIADES GONZÁLEZ DELVALLE

 

alcibiades@abc.com.py

Nos asombramos de que a mediados del siglo XX nos ocupáramos todavía de brujerías como el sonado suceso de Petrona Payaguá. Y más adelante, siempre en mi caso, haber atendido como periodista el apresamiento de un luisón hacia finales de la década del 60. La humanidad ya estaba lejos de las supersticiones de la edad media. O por lo menos así lo creíamos. 

En coincidencia con los relatos de payeseras y luisones –como los que hoy publico– la iglesia católica nos lleva volando sobre una escoba para depositarnos en los tiempos oscuros de la brujería. ¿Qué es eso de conformar una comisión de sacerdotes para limpiarnos el cuerpo de diablos? Entiendo el diablo como representación del mal, como metáfora, pero no como una entidad que habita en nuestra carne como los parásitos. 

El problema que se nos crea es la confusión que pueda haber entre una enfermedad mental y el acto alentado por el diablo. ¿Dónde comienza el uno y dónde el otro, suponiendo la existencia del “otro”? 

En fin, lo anunciado para hoy: El apresamiento de un luisón. 

La década de los años 60 llegaba a su fin cuando en la redacción de ABC Color me pasan una llamada telefónica que la tomé como broma de algún compañero, de las muchas acostumbradas entre periodistas. Avisan de la comisaría de J. Augusto Saldívar –entonces Ybyraro– que habían cazado un luisón y lo tenían atado a un poste. Aun con la certeza de que se trataba de una broma, hice lo que tenía que hacer: llamar a la comisaría. Me atendió el mismísimo comisario. Entusiasmado, diría más bien victorioso, me cuenta que esa mañana temprano su personal había apresado a un luisón al que lo tenían bajo severa custodia “no sea que se escape”. Me invita luego a visitarle para darme detalles del caso. 

Confirmada la noticia me voy con el fotógrafo en el móvil del diario, cuestionándome no haberle preguntado al comisario un dato esencial: ¿tenían preso a un perro negro de gran tamaño o a un ser humano? De acuerdo con la leyenda, el luisón es una persona –el séptimo hijo varón– que de noche se convierte en perro hasta la llegada de un nuevo día. 

En menos de una hora nos apeamos en la comisaría. Con lo primero que tropezó nuestra vista fue un círculo enorme de hombres, mujeres, niños, todos con la cara espantada. En el centro, amarrado a un poste, estaba un hombre de mediana edad, flaco, moreno, gritando incoherencias en tono muy enojado. 

Pronto se nos acercó solícito el comisario para darnos detalles de la intervención policial que culminó “exitosamente” con el apresamiento del luisón cuyo enfado –sospeché– habrían estado en las piedras a su alrededor con las que seguramente le golpearon. 

¿Cómo llegó a la comisaría? En la madrugada dos hombres armados persiguieron a un perro negro en cuyos ojos vieron extraños resplandores. Pese a la persecución a tiros, el animal –o lo que fuere– se les perdió en un bosquecillo. Al amanecer, estos mismos hombres regresaron al lugar en la creencia de que habrían matado al perro. Pero se encontraron con una persona acostada sobre unas ramas secas, profundamente dormida. Para ahuyentar el miedo rezaron un Padrenuestro a cuyo amparo maniataron al luisón, convertido de nuevo en un ser humano al que arrastraron hasta la comisaría junto con otros vecinos que no paraban de orar y santiguarse. No hubo, entonces, la tal intervención policial en el hallazgo. 

El sol del mediodía caía inclemente sobre el pobre infeliz que rogaba, también a gritos, un poco de agua. Entre risas, alguien le acercó en una palangana. Ya era demasiado. El fotógrafo y yo le reclamos al comisario un poco de piedad con la advertencia de que íbamos a publicar absolutamente todo lo que veíamos. Publicación que en nada iba a favorecerle. Le pedimos que le saque del poste y le lleve a una sombra. ¿Y si se escapa? Fue la pregunta tonta del comisario. Tanto más disparatada porque la formuló de buena fe. 

Al día siguiente, luego de la publicación, se le soltó al “luisón”. Resultó ser un señor Benítez –no me acuerdo el nombre– que vivía en barrio Obrero. Cursó derecho hasta el segundo curso. Más no pudo porque comenzó a sufrir trastornos mentales y además se volvió alcohólico. Supimos después, por los familiares, que salía de la casa por varios días sin regresar. De vez en vez aparecía en la redacción durante unos cinco o seis meses. Luego nunca más. Nos reclamaba por qué no habíamos publicado su fotografía. No íbamos a decirle que por piedad. 

Este caso me sirvió para escribir una obra de teatro, “El grito del luisón”. El grito de la surpechería, del atraso, del fanatismo. Un grito que se pegó a nosotros.

Fuente: ABC Color (Online)

Sección: OPINIÓN

Domingo, 05 de Noviembre de 2017

 

 

 

 

 

 

 

 

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