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ALCIBÍADES GONZÁLEZ DELVALLE

  TREINTA AÑOS DE DEMOCRACIA - Por ALCIBÍADES GONZÁLEZ DELVALLE - Domingo, 30 de junio de 2019


TREINTA AÑOS DE DEMOCRACIA - Por ALCIBÍADES GONZÁLEZ DELVALLE - Domingo, 30 de junio de 2019

TREINTA AÑOS DE DEMOCRACIA

 

 

Por ALCIBÍADES GONZÁLEZ DELVALLE


alcibiades@abc.com.py

Aparece hoy el primer volumen de “Treinta años de democracia en el Paraguay”, un emprendimiento del diario ABC Color y la Editorial El Lector. Es una colección que acercará a los lectores los principales acontecimientos que han impulsado, detenido o postergado nuestra marcha hacia mejores días a partir del derrumbe de la dictadura. El libro de hoy trata de la transición.

Todavía se discute si la transición política ya se ha dado o todavía anda por ahí a la espera de que se la rescate. De acuerdo con el diccionario de la RAE, en su primera acepción, significa: “Acción y efecto de pasar de un modo de ser o estar a otro distinto”. La dictadura –como toda ella– es discriminación entre buenos y malos. Los buenos son aquellos que pertenecen al régimen y disfrutan de los beneficios del Poder. Los malos, quienes la enfrentan con propuestas de equidad. Por ello, se los castigada con la marginación. Las oportunidades de trabajo y estudio se limitan a los “buenos”. Esta situación se extiende a la delincuencia. Los “amigos” tienen poderosos defensores sin importar la gravedad de sus fechorías. Estos pocos ejemplos, de los muchos que pueden darse, sirven para situarnos en los tiempos de la dictadura y después de ellos. ¿Hemos pasado “de un modo de ser o estar a otro distinto”? ¿Fuimos capaces de construir en 30 años una sociedad diferente?

La libertad es la gran ocasión para levantar un país entendiéndose que no hay límites para su ejercicio más que la Constitución, las leyes y la ética. Con la libertad funcionan los Poderes del Estado conforme a los principios para los que fueron creados. Esto es así porque la ciudadanía se convierte en contralor de las instituciones republicanas. Los jueces tienen jueces en la opinión pública; los senadores y diputados tienen un parlamento –el pueblo– que les exige dedicarse a sus tareas específicas con idoneidad y decencia; el Poder Ejecutivo, una población que le observa con ojos críticos y siempre dispuesta a salir a la calle a manifestar sus inquietudes. ¿Hacemos uso de esta libertad? ¿Se inquietan los fiscales, jueces, parlamentarios, funcionarios por la presión ciudadana? Esa libertad nos permite, también, elegir a las autoridades nacionales, regionales, municipales. ¿Cómo lo hacemos? ¿Votamos libremente o presionados por promesas de dádivas? ¿Conocemos los antecedentes de nuestros candidatos? ¿Sabemos que son delincuentes y lo pasamos por alto? ¿Participamos de la vida nacional para que la nación mejore? En definitiva, ¿hemos pasado de un modo de ser o estar a otro distinto? De ser así ¿qué cosas nos distinguen hoy de la dictadura? Si no hemos vivido el pasado, y solo lo conocemos de oídas ¿nos hemos preocupado por averiguarlo? Y si no lo hemos hecho ¿cómo saber que nos ha llegado la transición? ¿Cómo diferenciar el pasado del presente? Y no solo el pasado que se acabó hace 30 años, también el reciente. Desde el gobierno del general Andrés Rodríguez hasta el presente se dan hechos muy similares, también distintos, a los de la prolongada dictadura.

La colección “Treinta años de democracia en el Paraguay” nos dirá qué cosas han sucedido –no todas, desde luego– para comparar los tiempos de modo que sea nuestro propio juicio el que nos indique si hubo cambios o no. A mi juicio, hubo muchos y muy importantes. El disfrute de las libertades básicas es uno de ellos. No es una cuestión menor que podamos, por caso, expresar libremente nuestras ideas y pensamientos; organizarnos para alzar nuestra voz de protesta contra las autoridades nacionales, regionales y municipales que incumplen con sus obligaciones, y muchas otras conquistas relevantes, desconocidas o ferozmente reprimidas en los tiempos de la dictadura.

Estos adelantos, sin embargo, son insuficientes para hacernos acreedores de una democracia auténtica. No podemos aún sentirnos enteramente satisfechos de lo obtenido hasta hoy. Nuestra democracia sigue débil, tambaleante, insegura. Da la sensación, o por lo menos yo la tengo, de que en cualquier momento la corrupción acabará con ella. Es una democracia asentada sobre un Poder Judicial carcomido por la inmoralidad, también apuntalada por políticos profesionales, no vocacionales, de esos que sólo buscan su bienestar personal sin contar a aquellos que se hicieron senadores o diputados para huir de la justicia. Entre estos y otros hechos negativos tenemos que incluir a los partidos políticos que dejaron de ser tales. Hoy ni la Junta de Gobierno de la ANR ni en el Directorio del Partido Liberal deciden sobre su destino. Las decisiones se toman fuera de los partidos en nombre de los partidos, dominados por grupos ambiciosos.

En fin, en esta colección de ABC Color y El Lector, tendremos la ocasión de leer las distintas opiniones sobre la realidad nacional.

Fuente: ABC Color (Online)

www.abc.com.py

Sección: OPINIÓN

Domingo, 30 de junio de 2019

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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