Portal Guaraní - LOS POLÍTICOS Y EL ALCOHOL - Por ALCIBÍADES GONZÁLEZ DELVALLE

No es posible tomar decisiones acertadas con el cerebro ahogado en alcohol. La euforia y la depresión, que son las derivaciones inmediatas, conducen a un laberinto de ideas con terribles consecuencias individuales o colectivas. En su columna del domingo pasado, en “Ultima Hora”, Estela Ruiz Díaz nos hizo saber de una reunión en la que se trataba la ascensión al poder de Blas Llano, titular del Congreso, como efecto de un inminente juicio político al presidente y vicepresidente de la República. Al parecer, el alcohol fue el protagonista del encuentro.

Estela nos cuenta que en la citada reunión “Lugo (Fernando) descorchó un ron, que un senador liberal le regaló, prendió su habano y habló de un Gobierno de transición. El resto bebía cerveza”.

También leemos que Llano “estaba pasado de copas festejando la banda presidencial” y que la diputada liberal Celeste Amarilla estuvo muy enojada “por sentirse usada”. Celeste dijo que Llano la llamó por teléfono (en la noche del miércoles 7) invitándola a reunirse con él porque tenía a mano el juicio político. “Estaba tan borracho que no se le entendía. Después me tomaba el teléfono otra persona y terminaba de explicarme lo que él trataba de explicarme en balbuceo (…) Capaz que ni se acuerde de lo que dijo anoche de la borrachera. Tan borracho que no se acuerda que estaba pro juicio político, y hoy (jueves 8) cambia, no sé”. Hasta aquí el relato de Celeste Amarilla.

Leí en una de las redes sociales que la crónica de la reunión debía limitarse a sus resultados pasando por alto la ingestión de las bebidas alcohólicas, pues Llano se encontraba en su propiedad por lo que cabía respetar su vida privada y la de sus invitados. Dicho así, es enteramente razonable. Lo que se hace dentro de las cuatro paredes de la casa está protegido por el derecho a la intimidad. Nadie debe violentarlo, menos aún los periodistas para exponerlo ante la opinión pública. Pero hay una cuestión, Blas Llano es un hombre público y como tal tiene bastante recortada su vida privada. Si fuese un ciudadano común puede tomar hasta reventar sin que a nadie le importe; puede poner en práctica la recomendación de quien fuera propietario del desaparecido bar El Rubio: “Cada hueco de tu vida llénalo de bebida”. Pero un presidente del Congreso no puede, no debe hacerlo, por una razón muy sencilla: en condiciones etílicas es posible tomar decisiones desastrosas para el país.

El dramaturgo español y Premio Nobel, Jacinto Benavente, escribió: “Si la forma de la nariz de Cleopatra pudo trastornar al mundo ¿cuántas veces no le habrá trastornado el alcoholismo de sus dirigentes, cuántas declaraciones de guerra infundadas, cuántos tratados perjudiciales al interés y a la libertad de los pueblos no se habrán firmado a consecuencia de unas copas de más en el haber de algún prócer de la política o de la milicia?”. Pensemos en el general Galtieri cuando anunció desde el balcón de la Casa Rosada, en 1982, la guerra por Las Malvinas: no podía mantenerse en pie por lo alcoholizado que estaba.

Sí, respetemos la intimidad de las personas, pero recordemos también que “el ciudadano que opta por la vida política, la función pública, debe aceptar como elemento constitutivo de esa tarea, por la cual libremente ha optado, que el ámbito de su privacidad se vea reducido o recortado como consecuencia de su mayor exposición pública”.

Las personas que tienen en sus manos el destino del país desde el Ejecutivo, Legislativo o Judicial, por lo menos en las reuniones decisivas deberían estar sobrios, con la mente despejada. Sí, ya sé, la sola ausencia de alcohol no les dará sabiduría, pero al menos se acordarán al día siguiente de lo que hicieron en la víspera.

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