EL 18 DE OCTUBRE

Por ALCIBÍADES GONZÁLEZ DELVALLE

alcibiades@abc.com.py

El pasado viernes 18 los liberales estuvieron de fiesta, como todos los años. Recordaron la revolución fracasada de 1891. Suena raro festejar una derrota. En rigor, se memora el intento de llegar al poder, en manos de los colorados que lo ejercían solo para ellos. Cuando en 1904 fueron sustituidos por los liberales, estos seguirían el hábito de gobernar solos, situación que daba lugar a una cadena interminable de hechos trágicos que se iniciaron cuando el país aún humeaba como efecto de la Guerra Grande.

El antecedente inmediato del golpe del 18 de octubre de 1891 fue la legítima intención de José de la Cruz Ayala (Alon) –tío de Eligio Ayala– de ser diputado por el Partido Liberal. Su campaña política terminó a balazos en Ybycuí, “cuna del centauro”. Se salvó de morir, por puro milagro, en manos de unos asesinos que el oficialismo tenía a su servicio para sacarse de encima a la competencia allí donde se presentase.

José de la Cruz Ayala, por su verbo encendido, su honestidad, la lucha por sus ideales desde la prensa a la que supo honrar, conoció las más feroces persecuciones. La de Ybycuí fue la última. No tuvo más remedio que salir corriendo del país. Moriría dos años después, en la Argentina, el 29 de enero de 1892.

Los liberales encontraron que la única salida para el Partido y el Paraguay era la rebelión. Sin el ejercicio de los derechos ciudadanos –por más consagrados que estuvieren en la Constitución Nacional– no era dable esperar un país distinto. Y se dieron de lleno a la tarea de asestar el golpe con la inquietud principal, en primer momento, de que pasara inadvertido.

El proyecto revolucionario procuró disimular, sin mucho éxito, la división partidaria que se venía incubando. Pronto estallaría en dos movimientos, “cívicos” y “radicales”, que sumarían más dolor al país por muchísimos años.

Con la conducción militar del héroe de la Guerra del 70, mayor Eduardo Vera; y civil, don Antonio Taboada, titular del Partido, explotó la revolución que en tres horas de lucha se saldó con muchos muertos entre quienes se contaba al mayor Vera. Previamente, el extenso “comunicado” al “Pueblo de la Nación Paraguaya” expresaba en sus inicios: “La Junta Ejecutiva del Comité Revolucionario que suscribe, cumple el deber de anunciaros que de hoy en adelante no seréis ya los hijos desgraciados de una patria esclavizada, sino los ciudadanos de un pueblo libre, porque desde este día os serán devueltos vuestros derechos usurpados por la pandilla de caudillejos oscuros que han escalado la altura del poder y que para vergüenza de la Nación que explotan, de la civilización que ultrajan y de la justicia que escarnecen, se conservan aún al frente de los destinos de la República”.

Las mismas o similares palabras, el “Pueblo de la Nación Paraguaya” habría de escuchar un montón de veces como anuncio de una nueva y generalmente trágica revuelta.

El fracaso del 18 de octubre de 1891 alentó a los liberales a pensar en un proyecto más vasto, mejor organizado. Lo primero que hicieron, para evitar las sospechas de las autoridades, fue fingir que seguían divididos. Después, como ahora el Partido Colorado, simularon que estaban unidos. Se daba el caso, también como hoy, que la división o la unidad era enteramente perjudicial al país. La unidad partidaria basada en la hipocresía, los intereses creados, la mera ambición personal, nada construye. En todo caso, construye el caos, la corrupción, la debilidad de las instituciones republicanas.

Fuente: ABC Color (Online)

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Sección: OPINIÓN

Domingo, 20 de Octubre de 2019

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