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CRISTIAN GONZÁLEZ SASFSTRAND

  TALAVERA PUKU Y EL MEFISTOFÉLICO MATASANOS - Por CRISTIAN GONZÁLEZ SAFSTRAND - Año 2002


TALAVERA PUKU Y EL MEFISTOFÉLICO MATASANOS - Por CRISTIAN GONZÁLEZ SAFSTRAND  - Año 2002

TALAVERA PUKU Y EL MEFISTOFÉLICO MATASANOS

Por CRISTIAN GONZÁLEZ SAFSTRAND

 

Editora LITOCOLOR S.R.L.

Diseño de tapa: SELVA GONZÁLEZ DE AQUINO

Asunción – Paraguay

2002 (226 págianas)

 

 

 

INDICE

 

I. El hombre, ser voluble y casquivano, anatematiza sin consideración a la mujer

II. En un vuelco de ciento ochenta grados Talavera Pukú profiere encomios y recomienda amor y casamiento a quien no está feliz con la vida

III. La humanidad inventora de ídolos y dioses encuentra indefectiblemente en su camino a quien idolatrar y temer

IV. En donde se advierte con claridad espantosa que al no conocernos a nosotros mismos en vano es querer conocer al otro

V. De los requisitos que se necesitan para ser llamado "hombre" y a la vez el arte de "manejar" a la mujer

VI. Talavera Pukú escucha resignado y sumiso los más escalofriantes improperios de su "queridísimo amigo"

VII. Exasperado y lleno de pavor Talavera Pukú admite todo lo interrogado para huir luego como alma que lleva el diablo

VIII. Talavera Pukú conoce datos alarmantes sobre su amigo

IX. Continúan las indagaciones sobre el "satánico amigo". Del espeluznante sueño que dejó a Talavera Pukú con ansias criminales

X. Una obsesión siniestra se apodera de nuestro personaje haciendo todo lo que está a su alcance para no encontrarse con su amigo

XI. Ante una indeseada visita Talavera Pukú argumenta triquiñuelas para librarse de ella

XII. Delirantes divagaciones

XIII. En donde se comprueba que de nada vale hacerse el enfermó cuando hay alguien de bondadoso corazón y con ánimo dispuesto a ayudar

XIV. Un temible diagnóstico que deja con la sangre helada al supuesto enfermo

XV. De una oportuna aclaración ante el sambenito de un oyente

XVI. Del fatídico error del enfermo al afirmar donde sentía el dolor y de la funesta consecuencia que ello acarreó

XVII. En donde Talavera Pukú supone que el apocalipsis es un juego de niños comparado con lo que le sucede

XVIII. El narrador de esta verídica historia en un arrebato de pusilanimidad implora a sus lectores mucha prudencia

XIX. Ante la tímida reacción de Talavera Pukú de que le operaron en vano, a su amigo se le solivianta el ánimo

XX. En estado etílico don Sotelo Benítez increpa duramente a su amigo

XXI. Continúan las diatribas

XXII. En donde de nuevo el autor queriendo emular en charlatanerías a sus personajes da al lector lo que es más fácil de dar consejos

XXIII. Talavera intenta explicar a su señora lo que sucedió, pero opta por callarse ante el temor de no ser comprendido

XXIV. Pese a las objeciones del involuntario enfermo, el "satánico amigo" resuelve que el "mefistofélico matasanos" lo visite 

XXV. Del dantesco sueño en donde quisieron convertir en un eunuco a nuestro malhadado personaje y de su paradisíaco despertar

XXVI. El autor de esta verídica historia cual si fuese poseído por el doctor Remies y don Sotelo se pierde en ambigüedades siendo obscuro al parecer de propósito

XXVII. El celebérrimo doctor Remies hace profundas y concienzudas pláticas cual un Hipócrates contemporáneo

XXVIII. En donde el autor no disimula su miedo cerval emulando en cobardía y fariseísmo a Talavera Pukú

XXIX. Con gran sagacidad Talavera apela a un sueño terapéutico

XXX. En donde se comprueba que en este insólito planeta uno puede encontrarse con un amigo que es capaz de perder un "ojo de la cara" por amor

XXXI. Una sugerencia que deja mareado y atónico a Talavera Pukú

XXXII. En un prurito megalomaníaco el escriba irrumpe de nuevo en el relato dejando el siguiente dilema al lector: este sujeto ¿es autor o actor?

XXXIII. Del vano intento de Talavera por obtener el dinero para devolverlo a su satánico amigo

XXXIV. En donde un harpagón impone su inapelable condición

XXXV. Una severa e inesperada reprimenda recibe Talavera Pukú pese a su santa y bendita intención

XXXVI. Continúa la furibunda catilinaria dejando ídolos sin cabeza, haciéndose alusiones a Jesucristo, a la iglesia, a la bomba atómica y al gran mariscal

XXXVII. Capítulo en donde se dice y reitera una lapidaria y triste frase

XXXVIII. De lo que trajo la tardanza de Talavera Pukú

XXXIX. Del ominoso sueño que dejó turulato a Talavera Pukú

XL. Una acusación ante la cual el autor prefiere callar y de las argucias a que se recurre para omitir una visita

XLI. Transfigurado el doctor Remies confirma con énfasis cuales son las dos profesiones más vilipendiadas e ingratas del orbe

XLII. Ante una impía y deleznable acusación el autor no tiene otra opción que defenderse

XLIII. El doctor Remies con su proverbial honestidad expide el diagnóstico a Nancy y afirma que todo está "normal, totalmente normal"

XLIV. Continúa el interminable y doloroso calvario de Talavera Pukú

XLV. Del macabro y vergonzoso sueño

XLVI. Talavera Pukú cambiando ladinamente de parecer, declara a su señora que piensa hacer estudiar medicina a su hijo

XLVII. Los sabios e inventores son distraídos pero los médicos no le van en saga según el doctor Alejo Remies

XLVIII. Del decálogo que hasta al mismísimo Moisés le habrá hecho temblar en su tumba

XLIX. Continúan las complicaciones como si el diablo estuviese metido en todo lo que hace Talavera Pukú

L. Ladinamente el narrador argumenta a su favor y declara que si no es un santo al menos es muy benévolo

LI. En donde Jung, Freud, Adler y Fromm reunidos se hubieran visto en un verdadero aprieto para descifrar el sueño de Talavera Pukú

LII. La simulación en la lucha por la vida

LIII. Talavera Pukú exasperado reacciona al no dar gusto a tirios ni troyanos

LIV. Ante un recio y enigmático siquiatra Talavera angustiado se llena de pavor

LV. Algunas preguntas fantásticas que hasta al mismísimo Einstein le hubieran hecho ver en figurillas

LVI. Continúan las desconcertantes y temibles interpelaciones del siquiatra Blas Patricio Sacco Latorre

LVII. Talavera Pukú vuelve a tropezarse con otro escalofriante y conmovedor decálogo LVIII. Una brevísima aclaración del autor para desentenderse de esta famosísima historia

 

 

ESTE PANFLETO FUE ENTREGADO AL

SEÑOR CRISTIAN GONZALEZ SAFSTRAND

APARENTEMENTE CON INTENCIÓN INTIMIDATORIA

 

 

AVISO

 

         En vista de que cayó providencialmente en nuestras manos una novela; más sensato sería llamarlo infame mamotreto de un escritorzuelo llamado Cristian González Safstrand, los abajo firmantes nos vemos en la obligación de hacer algunas oportunas aclaraciones por si llegare a publicarse dicho escrito.

         Que en la truculenta obra se llega a difamar con cinismo sin parangón a honorabilísimos médicos usando frases despectivas y escatológicas, mentiras execrables como si estuviese poseído de un odio mortal por los sagrados galenos. 

         Que llegó a oídos nuestros que está preparando otro deleznable libro, quizá peor que éste en donde ataca sin piedad a pundonorosos abogados, en donde igual que en el otro usa frases hirientes echando el sambenito contra preclaros hombres de leyes y un conspicuo dirigente de fútbol de venerable barba y rutilante calva.

         Todo eso aparentemente porque le hemos hecho una JUSTA DEMANDA en donde SOLO le pedimos SESENTA Y DOS MILLONES DOSCIENTOS CUARENTA Y DOS MIL GUARANIES CON COSTAS suma de dinero que él dice que ni en sueños vio, pero eso no es de nuestra cuenta, pues como DOCTORES EN LEYES sabemos que Dura Iex, sed lex. Creemos en las amenazas suyas de que nos afrentará porque de todo es capaz este escriba insignificante, pues toma animadversión a cualquier hombre que le reclama lo JUSTO y por ese motivo nos ponemos anticipadamente en guardia contra posibles vilipendios.

         Supimos de fuente fidedigna que sería un megalomaníaco pues afirma que estas cosas le suceden porque está predestinado por Alá a hacer grandes obras de literatura.

         Se vanagloria de que ya escribió tres o cuatro novelas y se ufana que satirizará a tirios y troyanos. Hemos indagado sobre sus obras y vimos que son pésimas novelitas sin ningún interés y que yacen en justo anonimato.

         Ídem es un Racista, pues también se vanagloria de ser descendiente de suecos y en su paranoia llega a aseverar que alguna vez se le concederá el premio Nóbel de Literatura.

         Los cientos de abogados que posiblemente seremos sometidos a escarnio por este sujeto no nos amilanaremos ante sus amenazas despistadas que tendrían el único fin de amedrentarnos.

         Este escritorcito quiere lucirse también como erudito, pues hemos oído que dijo que lo que le sucedió con nuestra JUSTA DEMANDA es un medio no un fin y que eso ya estaba escrito quinientos años antes de Cristo AIPÓ en el Tao Te Kin.

         Pero nosotros, hombres de leyes no descansaremos hasta que reine la justicia verdadera sobre la faz de la tierra aunque surjan esta clase de demonios que quieren impedir con sus insensateces nuestro HONESTO trabajo.

         Y para finalizar no amenazamos, pero advertimos que si necesario fuere estamos alertas para volver a arremeter con otra JUSTA DEMANDA si este sujeto maquiavélico nos proporciona motivo para ello.

 

FIRMADOS:

 

POLDOLEO VILLA - NANDO ROJAU CHEVAS

LEZPO LOIBRAU - NOLEOR LOREBAS

ALEJO REMIES y SIGUEN LAS FIRMAS.

 

 

 

EL HOMBRE SER VOLUBLE Y CASQUIVANO, ANATEMATIZA SIN CONSIDERACIÓN A LA MUJER.

 

Juan Vicente Talavera, más conocido por sus amigos como Talavera Pukú era un moreno fuerte de unos cuarenta y cinco años. Tenía sus manías y sus rarezas como cualquier ser humano.

Se había casado joven, a los veintidós años y en el lapso de los veintitrés años de casado se había separado y vuelto a unirse con su señora veinte veces o sea un promedio de una vez al año.

Ahora en este momento, él está alejado de su señora, ofuscado, prometiendo a sí mismo y a todo el mundo que nunca, nunca ni si llueve fuego suele decir, ya no transigirá y que al fin, definitivamente ya no volverá a unirse a su esposa. Afirmaba, juraba con altisonante convicción que ya la aguantó demasiado.

-Ya no puedo, no tolero, no soporto más –decía haciendo bruscos gestos con las manos, con los pies, la cabeza, en síntesis con el cuerpo entero- no puedo... no puedo... no, no y no –repetía y sonaba ruidosamente mientras lanzaba una especie de rugido que dejaba inquieto y asustado a sus pequeños sobrinos quienes lo miraban inquisitivamente.

-La mujer es un animal, una verdadera plaga en este mundo  -me había dicho en una ocasión, hace muchos años luego de una de sus primeras separaciones- algún día lo sabrás cuando te cases, porque eso todo el mundo lo hace, todos los hombres se quieren crucificar, nosotros somos unos estúpidos que buscamos nuestro mal, y con eso se comprueba que somos más animales que ellas, pues nadie nos obliga a cometer un verdadero suicidio.

-Este... sí... yo... entiendo, comprendo –balbucía yo escéptico y confundido.

Se sentía inquieto, hablaba mucho y por la tarde cuando el sol se escondía en el ocaso comenzaba a tomar la bebida espirituosa.

-Yo que lucho, que trabajo, que me afano –exclamaba agitándose como un endemoniado; parecía que le iría a tomar un inminente ataque de epilepsia- nadie, nadie, absolutamente nadie se da cuenta de mis sacrificios, de mi lucha, de mi buena voluntad.

Cuando yo cansado de escuchar de sus labios tantos reproches me alejaba de su lado cautelosamente; él quieto como una estatua, rígido como un muerto se quedaba en su lugar al parecer sin darse cuenta de mi alejamiento continuaba con sus lamentaciones.

-Yo, Juan Vicente Talavera –mascullaba totalmente beodo, sólo sin que nadie lo escuche, cosa que no debía importarle ya que no se daba cuenta de ello- Talavera Pukú como me llaman mis amigos, soy un hombre de verdad, un caballero a carta cabal, un hombre bueno y bondadoso y por eso, tal vez por eso mismo nadie me hace justicia.

-¿Por qué diablos, por qué, por qué me habré casado? –se lamentaba quejumbroso mientras las horas pasaban- ¿Cómo, donde y cuando se me antojó semejante disparate?. Sin embargo lo hecho, hecho está y por lo tanto estoy más que perdido, hundido sin salvación alguna.

Por fin luego de largo rato, Talavera, Talavera Pukú, “hombre de verdad”, “macho de verdad”como gustaba llamarse estando ebrio se quedaba dormido roncando estrepitosamente.

 

 

EN UN VUELCO DE CIENTO OCHENTA GRADOS TALAVERA PUKÚ PROFIERE ENCOMIOS Y RECOMIENDA AMOR Y CASAMIENTO A QUIEN NO ESTÁ FELIZ CON LA VIDA.

 

Luego de un tiempo sin embargo se reconciliaba con su esposa. Cuando nació el primer hijo babeaba de contento, brillaban sus ojos, el corazón le bailaba en el pecho y entonces hablaba de este tenor:

-¡OH, OH!, La mujer, la mujer y especialmente la esposa y la madre son seres a quienes jamás, jamás se les retribuirá en su justa medida todo lo que hacen con su abnegación infinita. ¡Qué sacrificadas, qué infinito amor apuestan para criar a los hijos, para cuidar al esposo y en fin al mundo entero!

Se pasaba la vida cantando alegremente, feliz y dichoso de la existencia. Se ofrecía para servir a parientes y extraños.

-Mi Nancy es buena, Nancy es estupenda, maravillosa –exclamaba mientras miraba por el rabillo del ojo totalmente embelesado a su Nancy.

-¿Quieres que te haga esto o aquello? –decía sonriente a los parientes y extraños con quienes se encontraba.

Se ofrecía para pagar luz, agua, teléfono pues él se iba al banco y aprovecharía de esa manera para servir al prójimo ya que no costaba nada.

A veces de puro feliz que se sentía daba algunos pesitos a cualquier criatura que se le cruzaba en el camino.

-Para tomar helado o lo que mejor te parezca  –le decía.

Si algún hombre soltero contaba sus cuitas él escuchaba atentamente y luego le sugería:

-Tienes que casarte compañero, eso te solucionará todos tus problemas. ¡OH, amigo!, no sabes cómo es gratificante tener una compañera abnegada, buena, diligente, y todas las mujeres son así. En efecto: ¿qué hay después de la esposa y la madre? –repetía una y otra vez.

En aquellas sublimes ocasiones en que estaba reconciliado con Nancy, la esposa y la madre eran para él lo más sagrado que pudiera existir en el mundo.

Pero como estábamos contando se sucedían las rupturas y entonces ponía en tela de juicio estas apreciaciones y veía los miles de supuestos y verdaderos defectos de que adolecían la madre y la esposa.

 

 

LA HUMANIDAD INVENTORA DE ÍDOLOS Y DIOSES ENCUENTRA INDEFECTIBLEMENTE EN SU CAMINO A QUIEN IDOLATRAR Y TEMER

 

En una oportunidad en que estaba separado de su esposa hizo amistad con un señor a quien contó sus problemas conyugales.

Este amigo en cierta ocasión le dijo:

-Te invito a que vengas de tarde en tarde a casa para conocer como se “maneja”a la mujer

Talavera Pukú había sentido una monumental admiración por don Sotelo Benítez (así se llamaba su nuevo amigo) desde el primer instante en que lo conoció. Cada día crecía su admiración al verlo hablar con firmeza y escuchar sus chistosas ocurrencias.

En la casa su señora Clara de Benítez lo trataba indefectiblemente de “Don”. Cuando la hablaba ordenando que haga esto o aquello volaba mas que corría diciendo con infinito respeto: “sí don Sotelo”, “ya don Sotelo”, “un segundo don Sotelo”.

Talavera Pukú sentía una secreta envidia al ver la gran docilidad que doña Clara ostentaba ante las órdenes de don Sotelo Benítez. ¡Cuánto él hubiera dado para que Nancy fuese buena y dócil como ella!. Incluso pensaba que no exigiría tanto de su señora.

En una ocasión estaban empinando el codo cuando de improviso don Sotelo comenzó a ponerse muy nervioso.

Comenzó a gesticular aparatosamente, se mesaba los cabellos, pateaba por el suelo, escupía sin consideración; incluso Talavera Pukú fue afectado por un escupitajo que le alcanzó el pie, sus dientes chirriaban, en suma se podía decir que un demonio se le había encarnado en el cuerpo.

-¿Qué sucede? –preguntó alarmado Talavera.

-Nada, prácticamente nada –replicó don Sotelo Benítez-, o mejor estoy recordando que Clara tuvo un pequeño desliz y que aún no saldó esa cuenta. A las mujeres mi amigo no hay que perdonarlas ningún desacierto, ni una  pequeña falta.

Sacó su cinto lentamente, era tan parsimoniosa la manera de sacar que parecía que estaba ejecutando un rito sagrado.

Luego con una calma absoluta llamó a su señora.

-Clara, Clara –ordenó.

Talavera Pukú lo miraba aterrorizado, con los ojos que se salían de las órbitas.

-Me voy, me voy –dijo con voz temblorosa intuyendo lo que se avecinaba.

Y se preparó como para correr despavorido, pero don Sotelo le tomó de las manos y lo hizo sentar de nuevo.

-No, quédate –le dijo-, además si eres un amigo de verdad debes quedarte para saber y ejercitarte cómo se “maneja”a la mujer.

No tuvo otra alternativa Talavera Pukú que volver a sentarse mientras doña Clara aparecía.

Don Sotelo rápido como un relámpago descargó tres o cuatro cintarazos sobre la humanidad de su esposa quien sin decir ni un  ayy se escabulló simplemente luego de recibir los golpes como si fuese algo totalmente natural lo que sucedía.

Talavera Pukú con el rostro lleno de espanto y pavor veía aquella dantesca escena con verdadero horror. Se levantaba y se sentaba como un autómata sin saber que actitud definitiva tomar.

Don Sotelo le miraba y como si le diese gracia la turbación de su amigo sonrió con malicia. Más tarde ya se  puso verdaderamente alegre y se rió. Era una risita inmotivada que torturaba los oídos de Talavera Pukú.

-La mujer, la mujer –dijo grave y sentenciosamente don Sotelo recalcando la última vez como de propósito la palabra “mujer”como si quisiese hacer entender a qué exactamente se refería-, la mujer como siempre te dije tiene su hora de advertirla, su hora de amarla, de hacerla trabajar, de corregirla, de apalearla, en fin todo tiene su hora.

Sus ojos brillaban en la oscuridad y se reía alegre y continuado. Nadie podría jurar qué era lo que le daba tanta risa: si el placer de haber “apaleado”a su señora o el azoramiento a que se veía sometido Talavera Pukú  o quizá simplemente su borrachera.

-Se volvió loco, ha enloquecido –se decía Talavera Pukú mientras lo observaba  asustado

-Tengo que irme –exclamó al fin Talavera-, ya es necesario que me retire -añadió como pidiendo permiso a don Sotelo. Tan asustado estaba que temía que su interlocutor tome a mal su retirada.

-¡OH, no! –dijo enérgicamente don Sotelo-, pero si recién comenzamos a tomar la bebida.

Y lo hizo sentar de nuevo con gran cariño.

 

 

EN DONDE SE ADVIERTE CON CLARIDAD ESPANTOSA QUE AL NO CONOCERNOS A NOSOTROS MISMOS EN VANO ES QUERER CONOCER AL OTRO.

 

-Clara, Clara –dijo luego con la voz apenas audible.

Talavera se  sorprendió al ver a doña Clara aparecer tan rápido como anteriormente había  desaparecido luego de los cintarazos.

Don Sotelo Benítez le pasó el vaso y le ordenó:

-Trae un poco más de aperitivo, bien helado porque vamos a continuar tomando con mi gran amigo Talavera Pukú. ¡Que esté bien helado! –recalcó.

Mientras doña Clara volaba ha ejecutar lo que su marido le ordenaba don Sotelo se dirigió a Talavera Pukú  y dijo alegremente:

-No te apures si recién comenzamos a tomar, ¡aún vamos a tomar mucho!.

Cuando su mujer trajo el aguardiente tomó un trago enorme, digno de pantagruel y luego pasó el vaso a Talavera Pukú que apenas mojó los labios, el otro repitió la dosis y bajó el vaso de bebida sobre la mesa.

-Tú, tú no me conoces –exclamó de improviso don Sotelo Benítez golpeando con sus manos las piernas de Talavera Pukú y acercando más su silla a la del amigo.

Talavera  Pukú se sobresaltó.

-¿Verdad que no me conoces? –repitió don Sotelo dando otro golpe más fuerte a su amigo.

-Sí, te conozco –atinó a  murmurar Talavera Pukú.

-Sí, sí, ya sé que me conoces, que soy ex combatiente de la guerra del Chaco, que me llamo don Sotelo Benítez. Sabes que hace un año vine a esta ciudad, pero lo que no sabes es mi trayectoria. Un hombre que estuvo peleando en el Chaco, corriendo a los bolí, matando a los cobardes, pero eso no tiene ningún valor pues en definitiva estás con el fusil en la mano y no sabes si mataste o no a alguien especifico y eso no tiene valor.

-Claro, sí... sí... te conozco don Sotelo, pero... pero... -murmuraba Talavera extrañado ante todas aquellas explicaciones que no atinaba a descifrar para qué le hacía su amigo

-¡Ahí está! –exclamó triunfalmente don Sotelo-, en el pero, en el pero está el gran problema. Sí, mi queridísimo amigo en el pero están todas nuestras dudas, nuestra ignorancia, el pero no es el detalle como pretendes insinuar sino es el enigma, el verdadero enigma del ser humano.

 

 

DE LOS REQUISITOS QUE SE NECESITA PARA SER LLAMADO “HOMBRE” Y A LA VES EL ARTE DE “MANEJAR”A LA MUJER.

 

 Una larga pausa hubo luego que don Sotelo afirmase que en el “pero”estaba la ignorancia, el enigma y otras cosas más. Don Sotelo parecía estar satisfecho con el “alumno” y parecía regodearse ante el asombro que producía en Talavera Pukú.

Volvió a sorber con gran parsimonia un sabroso trago del aguardiente y pasó a su contrincante para que el también se sirviese. Talavera Pukú que temía volverse ebrio como su amigo apenas mojó los labios  y pasó de nuevo el vaso a don Sotelo quien no escatimó otro abundante trago.

De ahí en más se le veía ya totalmente ebrio. Babeaba, escupía, sonaba y daba sordos jadeos, verdaderos ronquidos como si fuese un asustador y extraño animal.

Don Sotelo Benítez parecía que se percataba del desasosiego de Talavera Pukú y eso le daba una perversa alegría.

-Efectivamente  no sabes quién soy –repitió don Sotelo Benítez-, pero te lo diré. Yo “queridísimo amigo”, “hermano de mi alma”, yo soy un asesino.

Pronunció la palabra  - asesino- por separado como si se admirase él mismo y tuviese una singular importancia.

Talavera Pukú estaba mudo de asombro y miedo y no atinó a pronunciar una sola frase ante aquella pasmosa revelación.

-Un asesino –repitió extasiado don Sotelo-, yo ya maté a varios individuos. No sé si tú sabes que un ser humano puede llamarse hombre sólo después de haber tenido el coraje de eliminar a su semejante.

Los ojos de Talavera Pukú giraban en su órbita, estaba  desorientado y enloquecido; sus pensamientos y emociones eran una mezcolanza de contradicciones.

-Se ha vuelto loco, la bebida lo trastornó definitivamente –pensó.

-Y tú, ¿ya has matado ha alguien? –inquirió don Sotelo con un tonillo de ingenuidad como si el haber matado a alguien entrase en las reglas del juego de la vida.

-Yoo, yoo...nunca...nunca –negó con énfasis Talavera Pukú.

-Se nota, se nota –dijo tranquilamente don Sotelo-, por eso tu mujer te domina; primero mi “queridísimo amigo” –y dio una palmada a Talavera en las rodillas con  intimidad de borrachín- primero hay que ser un  “matador” para que la mujer te respete. Como mínimo debes tener en tu haber un “aguaí” para que te reverencie, pero desde luego que cuanto más “aguai” tienes más  te admirará.

Talavera Pukú como hemos dicho anteriormente también se creía un “hombre de verdad”, “un macho a carta cabal” estaba totalmente perplejo y atónito ante las originalísimas y alocadas ideas de su interlocutor.

-Pero –objetó tímidamente-, no creo que matar a alguien sea bueno

-¿Y quién te dice que es bueno? –retrucó fulminante don Sotelo- yo lo único que afirmo que es necesario, es imprescindible, porque ahí recién uno se transforma en un hombre de verdad. Dime –continuó don Sotelo dando otro golpe con las manos en las rodillas de Talavera Pukú-, ¿acaso tú no sabes que los españoles matan a los toros para considerarse hombres?, sin embargo yo afirmo y sostengo que no es al toro a quien debe matarse  para creerse hombre sino a un semejante de carne y hueso. ¿Me entiendes?.

-Pero... pero... yo

-Usas demasiado el pero –atajó abruptamente don Sotelo-, ya te he dicho que ahí está el problema, pero esto, pero aquello, pero yo, pero tú, pero ellos, pero nosotros; todos esos peros sin sentidos son descomunales problemas, por lo tanto haz que desaparezca de tu vocabulario.

 

 

TALAVERA PUKÚ ESCUCHA RESIGNADO Y SUMISO LOS MÁS ESCALOFRIANTES IMPROPERIOS DE SU “QUERIDÍSIMO AMIGO”.

 

Talavera Pukú prefirió callarse prudentemente ante las agresivas palabras de su interlocutor.

Este al ver que su “queridísimo amigo” al parecer se amilanaba y enmudecía mohíno y temeroso comenzó a envalentonarse  y dio rienda suelta a su verborrea.

-Por lo tanto “mi queridísimo amigo”, “hermano de mi alma” –repetía con rimbombancia singular-, si no me quieres escuchar, si prefieres no hacer lo que te recomiendo, entonces resígnate a ser siempre un dominado, un badulaque, un inútil, una plaga, un perro, un gusano, un puerco pues todo eso serás si es que no te resuelves  a matar  a alguien que te moleste, a quien odias, o que te haya perjudicado, pues los verdaderos hombres tienen enemigos que le odian, que le molestan, que le perjudican y que le sacan de quicio. Y si no tienes ninguna gente ruin que te hostiga es porque simplemente no eres un mortal sino un muñeco, un muñeco repugnante por el cual justamente las mujeres gustan de jugar pues has de saber que las mujeres cuando nenas juegan por muñecas y luego quieren continuar jugando y ahí nosotros los hombres si no somos lo suficientemente valiente y machos nos convertimos en los muñecos por los cuales ellas juegan. No tienes nada que replicarme porque esa es la verdad cruda y desnuda, es lo que se ve diariamente en el mundo, pues yo vislumbro que los machos van cediendo lugar a las pérfidas mujeres. En fin yo a muchos ya les canté cuatro verdades, algunos me escucharon y solucionaron a tiempo sus problemas, otros que son más pusilánimes no se animaron a hacer nada y se hundieron en el fango. Espero que tú no seas un mujerín, un idiota, un retardado, un timorato sin corazón y escuches lo que te digo.

 

 

EXASPERADO Y LLENO DE PAVOR TALAVERA PUKÚ ADMITE TODO LO INTERROGADO PARA HUIR LUEGO COMO ALMA QUE LLEVA EL DIABLO.

 

Luego de los terribles epítetos, don Sotelo Benítez decía con gran ternura el “queridísimo amigo” o el “hermano de mi alma”

-Me estás ofendiendo gratuitamente, amigo mío –atinó a protestar de manera muy suave Talavera Pukú.

-La verdad ofende, yo sé que te estoy ofendiendo, no necesitas decirme –replicó sin inmutarse don Sotelo-, pero debemos ser sinceros y admitir los errores. Todo lo que te dije es para tu bien y debes  aceptar tus traspiés sin chistar.

Talavera Pukú quería objetar muchas cosas pero se contuvo y prefirió callarse. Un creciente desprecio comenzaba a anidarse contra el amigo. La consideración en que le tenía se desmoronaba rápidamente dando lugar a una creciente animadversión.

-Ya me voy –dijo luego de un momento haciendo un enorme esfuerzo para ser lo más cortés posible..

Se levantó y pasó las manos a don Sotelo indicando que iba a retirarse.

Este tomó las manos de Talavera entre las suyas, lo sujetó con fuerza y para gran desazón suya comenzó de nuevo a articular frases inconexas de borracho.

-Es... pe... ro que ha... yas apren... dido algo, yo hermano como ha... habrás notado soy un hombre de... de... de verdad, un ma...ma..macho de  verdad con sólo dos bolas que están fir... firmes en su lu... lugar.

-Ya sé, ya sé, sí señor –dijo apresuradamente Talavera Pukú tratando de zafarse.

Sin embargo don Sotelo sin impresionarse prolongó su perorata.

-Estoy con... con... contento contigo y si en al... algo fui útil ni necesidad tienes de agradecerme; yo soy un ma... macho, macho y nadie me... me supera.

Talavera Pukú se sentía abrumado pero trataba de no descontrolarse pues temía que siendo descortés con aquel energúmeno más problema le acarrearía.

-Ya me quiero ir –volvió a musitar. Era un pedido suplicante.

Sin embargo don Sotelo pareció no escuchar y continuó hablando entrecortadamente

-Yo... yo soy valiente ¿o no?.

-Sí –admitió apresuradamente Talavera-, tú eres valiente.

-Yo soy, ma... macho, ¿es cierto o no?

-Sí, sí –volvió a conceder con voz temblorosa de rabia y miedo al mismo tiempo Talavera Pukú.

-No tengas mie... miedo, yo soy bue... bueno, aunque sea macho y a más de uno ya maté.

Al fin luego de retenerlo algunos minutos más y de farfullar una buena cantidad de disparates casi ininteligibles lo dejó marcharse.

Talavera Pukú se fue prácticamente volando de aquella maldita casa. Respiraba aliviado como si se hubiese librado de cadenas que lo aprisionaban.

-Este sujeto es más animal que todas las mujeres del mundo entero. !Carajo! –mascullaba mientras se dirigía hacía cualquier parte.

 

 

TALAVERA PUKÚ CONOCE DATOS ALARMANTES SOBRE SU AMIGO.

 

Luego de aquella memorable noche Talavera Pukú comenzó a incubar una sorda rabia contra don Sotelo Benítez.

-Este desgraciado se cree demasiado hombre, más que cualquier otro –se decía una noche pensando detenidamente en todo lo que le había dicho-, por lo que advierto este tipo no deja de ser un simple borracho, infeliz que se enloquece totalmente cuando se encuentra beodo y lo que se merece es desprecio. ¡Cómo me equivoqué cuando lo juzgué anteriormente!.

Acostado en la cama, sólo sin Nancy a su lado pensaba pertinazmente en don Sotelo Benítez.

-Él es –repetía con rabia-, el bandido, el inútil, la plaga, el gusano y el puerco y no yo.

-A pesar de que también yo –continuaba soliloquiando abstraído-, no dejo de ser un inútil por haberme dejado manosear; aunque pensándolo bien, ¿qué ganaría haciendo frente a un borracho que no va a entender razones?.

Al fin aquella noche pensando en don Sotelo Benítez no pudo conciliar el sueño.

Un día estaba contando a un conocido lo que sucedió entre él y don Sotelo.                 

-¡Qué bárbaro! –ponderó este alarmado.

-¿Verdad que es un estúpido irracional? –inquirió Talavera halagado al ver que su amigo se escandalizaba por lo que le estaba contando.

-¡Claro que sí! –admitió el otro-, pero lo que a mí me alarma es que hayas hecho amistad con ese individuo. Tantas cosas se dicen de él.

-¿Cómo es?, ¿qué quieres decir?  -preguntó Talavera Pukú aguzando el oído. Le sonaba de mal  augurio lo que le decía don Ramón; en efecto don Sotelo Benítez le había dicho y repetido que no le conocía bien.

-¿No sabes entonces lo que se dice de él? –preguntó el otro.

-No, no sé –replicó ansioso Talavera Pukú- ¿qué se dice de él?.

-se comenta que si uno toma lazos de amistad con él uno ya no puede romper esa amistad así como así nomás –contestó don Ramón.

-No comprendo nada –dijo entontecido y algo asustado Talavera Pukú intuyendo algo pésimo.

-Así como escuchas –se ratificó don Ramón-. Dicen que afirma que destrozar una amistad es ser desleal y que eso él no tolera. Dicen que le persigue a uno donde se encuentre y exige al amigo que no se sea infiel.

-Pero a mí nadie me puede violentar –se rebeló Talavera-, si yo no quiero compartir más con él nadie puede estar obligándome a hacer lo que no quiero.

-Ahí está el problema, según cuentan –replicó don Ramón-, don Sotelo Benítez no quiere escuchar razones. Curioséale a Domingo y a Julio qué sucedió con ellos, el uno dice que le corrió con un cuchillo y el otro comenta que le descerrajó no sé cuántos tiros. Y lo que es peor  parece que la amenaza está pendiente y ambos se esconden de él. Yo ya escuché que están pensando en mudarse para otros parajes.

-¡No creo lo que dices, es imposible! –murmuró asustado Talavera Pukú.

-Al contrario –contestó don Ramón-, dicen que es verídico lo que se dice, se cuentan además historias más inverosímiles aún. Se dice por ejemplo que anda de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad porque en ningún lugar tiene ya cabida. La gente afirma que ya recorrió casi todo el Paraguay y gran parte de la Argentina y el Brasil buscando y armando trifulca.

-¡Qué bárbaro, qué bárbaro! –repetía con estremecimiento de espanto Talavera Pukú-, jamás me haré encontrar desde ahora a ese sujeto.

-¡Ojalá! –deseó don Ramón moviendo la cabeza en señal de duda-, el problema radica en que  dicen que es una persona maquiavélica que procura por todos los medios para encontrarle a uno.

 

 

CONTINUA LAS INDAGACIONES SOBRE EL “SATÁNICO AMIGO”, DEL ESPELUZNANTE SUEÑO QUE DEJÓ A TALVERA PUKÚ CON ANSIAS CRIMINALES.

 

Luego de aquella fatídica revelación a Talavera Pukú comenzó a agobiarle dos inmensos problemas: el de Nancy y el de la “amistad” que según le dijo don Ramón debía de ser “indisoluble”.

-¿Qué clase de “satánico amigo”es este don Sotelo?, ¿de donde puede inventar que una amistad tiene que ser “indisoluble”, bueno, por el matrimonio también dicen que es indisoluble y sin embargo es una gran  falsedad puesto que yo y Nancy estamos hace tiempo aislados.

Comenzó a averiguar con el señor Domingo y el señor Julio y le confirmaron que efectivamente tuvieron problemas ingentes con don Sotelo y que debido a un verdadero milagro se salvaron de él.

-¿Y no avisaron a las autoridades? –inquirió Talavera Pukú-, hay que tomarlo preso o mandarlo a un manicomio. Yo avisaré a la policía si es que este “satánico amigo”me quiere volver a crear problemas, qué “amistad indisoluble”ni qué diablos.-dijo con determinación. Una sorda rabia le atenazaba la garganta.

-¡OH, no, no hagas eso, jamás se te antoje hacer eso! –le dijeron el señor Julio y don Domingo- nosotros también quisimos hacer eso pero todo el mundo nos aconsejó que desistiéramos pues ahí afirman que el amigo como él llama es hombre muerto.

-¿Están seguros? –preguntó Talavera Pukú incrédulo-, ¿a quién le mató? .Lo que le estaban revelando le parecía algo fantástico y surrealista

-Se dice muchas cosas –contestaron ellos-, nosotros optamos por creer pues el tipo parece un verdadero Satanás y para iniciar la amistad con él parece un ángel para luego metamorfosearse en un demonio. Un sacerdote nos dijo que debe ser exorcizado porque asegura que se le encarnan varias clases de espíritus malignos. Incluso se afirma que luego de cometer el crimen abandona el lugar en que está radicado. Es mejor ser prudente y tratar de evitarlo.

Talavera Pukú se debatía en una enorme duda: ¿no serían supercherías y sandeces todo lo que se decía de aquel sujeto?. ¿No estaban abusando en habladurías de don Sotelo? ¿no sería sólo en momentos de borracheras sus extravagancias y sus paranoias?.

Y de tanto pensar en él soñó una noche con don Sotelo. En pesadillas vio que se entendían y se besaban con Nancy. Su señora hacía tiempo que le conocía  y guardaba como un secreto discreto de él aquella relación adúltera.

Don Sotelo Benítez le decía riéndose a carcajadas que si le dejase besar también a él, lo iba a dejar tranquilo y ya no le molestaría en ningún tiempo. En su alucinante sueño Talavera Pukú se sintió ante el dilema pavoroso de ser besado por aquel asqueroso amigo y librarse para siempre  de aquella “satánica amistad” o rechazar el beso y continuar prisionero de él.

Al fin se despertó sudoroso y espantado.

-Miserable, miserable –masculló entre dientes- ni en sueños descanso de él. Y no pudo volver a conciliar el sueño en la madrugada

-Este desgraciado, infeliz –maldecía en su insomne noche-, ¡cómo deseo matarlo, cuán contento y “hombre” me sentiría si pudiese matarlo!. No deja de ser cierto lo que afirmó este maquiavélico sujeto porque si es por mí, si tuviera coraje lo mataría. Pero quizá tenga suerte y muera de un infarto o cualquier accidente y me libre de él.              

 

 

UNA OBSESIÓN SINIESTRA SE APODERA DE NUESTRO PERSONAJE  HACIENDO TODO LO QUE ESTÁ A SU ALCANCE  PARA NO ENCONTRARSE CON SU AMIGO.

 

Luego de esta pesadilla Talavera Pukú  presentía ver, escuchar y sentir a cada momento a don Sotelo; pero sólo en tres o cuatro ocasiones casi se encontró con él. Las veces que lo veía yendo, viniendo o quieto en algún lugar, volaba hacía otra parte como alma que lleva el diablo.

En una oportunidad lo vio en un bar y le pareció  que don  Sotelo lo llamaba mostrándole  un vaso con bebida. Él hizo del que nada veía y lívido el rostro, sudando a mares y resoplando  de miedo voló de aquél lugar.

En otra ocasión casi estuvieron por toparse en una vereda  y Talavera sin pensar, instintivamente entró como una exhalación  en una casa, antes de que el otro lo aviste.

Los de la casa hicieron un escándalo al ver que un extraño invadía sus lares  y quisieron echarle asustados; pero Talavera Pukú dijo en forma tan lastimera que se sentía  mal, pésimo, incluso en un murmullo dijo que estaba por morir. Solo por eso él se animaba a violar la privacidad ajena. La gente de la referida casa no tuvo  más remedio que aceptar las disculpas y creer en lo que afirmaba.

Ya en otra ocasión mientras iba caminando tranquilo escuchó que alguien silbaba a espalda suya. Se dio vuelta y vio al odiado don Sotelo que lo llamaba con mucha jovialidad. Sin embargo hizo del que nada escuchaba y aceleró sus pasos dando tropiezos acá y allá. El otro caminaba también con mucha determinación y estaba por darle alcance.

-Un momento- le dijo don Sotelo.

Talavera casi se quedó al ver que su amigo parecía tan tranquilo, sin embargo, se recordó de lo mal que había pasado aquella noche que le  retó y  optó  por decir:

-Estoy apurado, tengo que irme, otro día nos encontraremos.

-Solo un momento- insistió don Sotelo.

-Otro día, otro día – repitió alarmado Talavera y comenzó a correr despavorido, lleno de un pánico absurdo.

Por fin se alejó de él lo suficiente  y respiró más tranquilo.

-¿A quién pedir socorro?- se preguntaba angustiado Talavera Pukú -¿a las autoridades?-. Dicen que así es peor, ¿continuar siendo su amigo?, ¿O quizá enfrentarle?. ¡OH, cómo me hace falta mi Nancy para pedirle consejos!. Ella suele a veces ser tan sabia, tan prudente en estos casos. ¡Oh, Nancy mi amor!, ¿Por qué eres tan caprichosa y mala?

Se recordó con ternura infinita de su señora  Le pareció que en ella encontraría la salvación

-¿Por qué nos hemos peleado la últimas ves?, ¿Cuál habrá sido el motivo? -se preguntaba - ¿por qué surge siempre problemas entre yo y ella?

En su delirio casi dejó de cumplir su promesa de que nunca más volvería junto a ella si es que Nancy no le pedía mil veces perdón. No obstante hizo un supremo esfuerzo, se atajó  y decidió no irse junto a ella.

¡Algo, alguna desgracia le ha de suceder a éste infeliz en estos días! –pensó deseando con toda su alma que el destino viniese a su ayuda y que algún desenlace desgraciado e imprevisto le sucediese a su “queridísimo amigo”, a “su hermano del alma”, como le llamaba don Sotelo

-¿O quizá estoy dando demasiado importancia a lo que me sucede y éste hombre no deja de ser una sabandija totalmente inofensiva?-concluyó pensativo.

 

 

ANTE UNA INDESEADA VISITA TALAVERA PUKÚ ARGUMENTA TRIQUIÑUELAS PARA LIBRARSE DE ELLA.

 

Una tardecita Talavera escuchó que alguien golpeaba las manos. Talavera ya se había bañado y descansaba escuchando música, pensando en Nancy y sus dos hijos.

La señora Benigna que era la cocinera y limpiadora de la casa que alquilaba vino a avisarle que alguien quería hablar con él.

Intrigado Talavera entornó la ventana y miró hacía donde se encontraba ese alguien. Quedó totalmente trastornado, le flaquearon las piernas y casi se desmayó. En efecto, don Sotelo estaba parado enfrente.

-Dile que no estoy, dile que salí- suplicó a doña Benigna con voz temblorosa y apenas audible.

-Pero... - objetó doña Benigna.

-Pero ¿qué? -interrogó Talavera

-Ya he dicho que estabas -contestó doña Benigna.

-Dile que te equivocaste -se apresuró en decir Talavera-, dile cualquier cosa, que he vuelto a salir, inventa algo, no quiero ver a ese hombre

‘Los argumentos de Talavera Pukú eran tan patéticos que doña benigna no tuvo otra opción y fue a decir al visitante  que el señor había salido sin que ella se percatase.

Lo dijo de una manera tan convincente que don Sotelo creyó y se retiró prometiendo volver en otra ocasión.

-Volveré otro día para ver a mí "queridísimo amigo”-escuchó Talavera que decía para gran desconsuelo suyo

 

 

DELIRANTES DIVAGACIONES

 

Por aquellos tiempos a quien quisiera oírle (y a veces hasta a quién detestaba escucharle) Talavera solía lamentarse:

-¿Para qué diablos habré hecho amistad con él?, ¿ Por qué el destino me puso  a éste sujeto en mi camino?

Y continuaba con sus jeremiadas:

-¿Cómo es posible que sea tan desventurado que además de mi problema con Nancy, venga  este esperpento a  crearme otro disgusto mayor?.

-¿Dime, ¿Qué clase de monstruo es don Sotelo Benítez? –le pregunté yo en una ocasión  cansado de escuchar de sus labios tantas diatribas respecto a aquel hombre.

-¡OH, Dios mío! -se quejaba él- según cuentan  debe de ser el anticristo o incluso algo peor.

-Estoy envuelto como una mosca en la telaraña, ¿será que me libraré de él? -murmuraba abatido y triste.

-Sin darse cuenta su problema con don Sotelo pasó a primer plano y Nancy fue casi olvidada. Le devoraba los sesos como suele decirse pensando en aquella amistad que según le decían era “indisoluble”.

-Ideas absurdas y delirantes desfilaban por su afiebrada mente. Cuando veía  a un chino o japonés se preguntaba tragicómicamente:

-¿Por qué este desgraciado no habrá nacido en la China o en el Japón?. Él estaría entonces debajo de la tierra y yo encima, él dormiría y yo me despertaría, entonces hubiera sido imposible nuestro desgraciado encuentro.

En una ocasión vio gente que llevaba a un niño muerto y sonriendo perversamente se  dijo:

-¿Por qué no se habrá muerto  cuando era pequeño?  ¿Por qué alguna enfermedad fatal no lo fulminó y así yo hubiera estado tranquilo y feliz?.

Y mientras él rumiaba estos catastróficos deseos el destino le reservaba otra cosa totalmente distinta.

 

 

EN DONDE SE COMPRUEBA QUE DE NADA VALE HACERSE EL ENFERMO CUANDO HAY ALGUIEN DE BONDADOSO CORAZÓN Y CON ÁNIMO DISPUESTO A AYUDAR.

 

Un día escuchó que golpeaban las manos y se sintió desfallecer. Estaba casi seguro que era de nuevo don Sotelo. ¡Ah!, entonces nada le había sucedido y estaba bien vivo.

Doña Benigna llegó junto a su patrón y dijo:

-Es él-. Una gran lástima trasuntaba al hablar.

-Dile de nuevo que salí, que no estoy, que incluso no estaré más nunca- dijo entrecortadamente Talavera Pukú.

-Bueno, le diré. No sé porque el señor no quiere recibirlo, pues parece tan bueno.

-Si, si, cuando el diablo no está encarnado en su alma- dijo Talavera. Y tenso, palpitante su corazón escuchó que doña Benigna decía a don Sotelo que él no se encontraba.

-¡Ah, no! replicó a su ves don Sotelo-, esto yo ya no me lo trago, ¿cuál es el motivo que no me quiera recibir?. Yo soy su amigo, su hermano del alma y quiero saludarlo simplemente. Señora, déjeme entrar, se lo suplico

-Señor, señor-murmuró doña Benigna.

-No mienta entonces señora-replicó don Sotelo-¿está mi amigo?

-Si, está, pero. -admitió a regañadientes doña Benigna

-Ya sabía yo-exclamó triunfalmente don Sotelo. Y entró como si fuese su mismísima casa en la habitación de Talavera..

Encontró a Talavera Pukú acostado en la cama con los ojos desorbitados y pálido el rostro.

-Hola amigo querido, hermano del alma-saludó amablemente don Sotelo-¿Porqué manda decir que no estás?. !Hace tanto tiempo que quiero verte, hablar contigo!. ¿Qué te sucede?.

-Es que, yo... yo-balbuceó Talavera temeroso como si estuviese delante de un león a punto de tragar

-Estoy enfermo, eso mismo, enfermo... gravemente enfermo -remató, feliz por haberle llegado la inspiración para mentir.

-¿Qué pasa, que sucede? -se interesó vivamente don Sotelo

-Me duele... me duele aquí... aquí -atinó a decir Talavera y mostró el estómago.

-¿Dónde te duele, dónde?, ¿Aquí, aquí? -exclamó don Sotelo y con mucha desinhibición tocó el estómago de Talavera Pukú quién dio un salto al sentir la presión  de las manos de su “queridísimo amigo”.

-Ahí, ahí mismo, ayyy... ayy... ahí es donde me duele mucho -continuó fingiendo Talavera Pukú tratando de convencer a su temido interlocutor

-Tenemos que ver entonces a un doctor -insinuó don Sotelo.

Cayó como un balde de agua fría esta insinuación  a Talavera

-No, noo, no hace falta, es innecesario -replicó apresuradamente

-Al contrario, veremos a un doctor-insistió con determinación terca don Sotelo-para eso están los “amigos legítimos”, para eso estoy yo.

-Pero... no hay necesidad, no es necesario -logró articular con la vos ronca Talavera totalmente abatido.

-Claro que es necesario -retrucó con fuerza don Sotelo- puede ser algo grave y es tan fácil llamar o llevarte a un doctor. Yo tengo un amigo que es doctor que salvó de las garras de la muerte a un hijo mío y estoy seguro que con gusto vendrá a verte.

-Pero si el dolor es tan baladí -trataba de convencer Talavera- incluso ya casi no me duele más

-No mientas, no mientas, “queridísimo amigo”, “hermano del alma” -insistió don Sotelo obstinado y firme como una roca en su idea-, no sé que prefieres: si mando llamar un taxi y nos vamos al doctor o me voy yo a traerlo aquí.

-Ni lo uno ni lo otro -se apresuró a decir Talavera.

Y luego agregó con la vos y la expresión tan suplicante que si don Sotelo fuera perspicaz se hubiera dado cuenta que lo que pensaba hacer era como llevarlo al cadalso.

:

-Por favor, no es necesario, por favor mi “queridísimo amigo”, “mi hermano del alma”no precisas hacer eso, te pido por Dios y la Virgen Santísima de Caacupé.-argumentó Talavera Pukú lastimeramente.

Sin embargo don Sotelo no entendió aquel reclamo de su amigo y dijo resuelto:

-Me voy a traer al médico, si estás con poco dinero te prestaré; ya me devolverás cuando estés sano, lo importante ahora es tu salud; para eso están los amigos, los verdaderos amigos -añadió y salió en busca de su cometido.

Talavera Pukú se levantó sano y bueno luego de que su“queridísimo amigo”, “su hermano del alma”se alejó y miró con ojos extraviados por todas partes como si algún enemigo invisible  lo estuviese perturbando. Sus pensamientos estaban totalmente confusos. ¿Será que aquel infeliz, desgraciado, inútil, plaga, iba de verdad a traer un médico? ; ¿ para qué  si él estaba mas sano que un “hijo de cuervo”, ¿ qué maldición le habían hecho para merecer semejante desventura?.

Don Sotelo se había comprometido a pagar los honorarios del médico. Era un compromiso más. Lo había tratado con tanta deferencia, pareció interesarse de su supuesta enfermedad.

Verdaderamente éste sujeto era un extraño, ambiguo, con arrebatos inverosímiles, a veces perversos y otros magnánimos.

-Quizá no venga más -dijo para sí.

-“Puede ser que para suerte mía le suceda algo o tal vez no encuentre al médico” -continuaba  soliloquiando-, también el taxi se puede  accidentar o puede sucederle un desperfecto mecánico.

Así Talavera  Pukú  enumeraba las hipótesis mas descabelladas con tal de que don Sotelo no regrese.

Pero ¡OH desgracia!. No había pasado veinte minutos cuando escuchó que el motor de un vehículo paraba enfrente de su casa.

Talavera rápido como un relámpago fue a  acostarse en su cama y comenzó a dar  quejumbrosos gemidos.

 

 

UN TEMIBLE DIAGNÓSTICO QUE DEJA CON LA SANGRE HELADA AL SUPUESTO ENFERMO

 

Escuchó apresurados pasos

-Por aquí, entre, venga -decía con vos meliflua don Sotelo- es un amigo, un  gran amigo que se encuentra enfermo y necesita del cuidado de un buen doctor.

Llegaron junto a Talavera Pukú que los miró como a dos verdugos que vienen a informar que la hora de la guillotina ha llegado.

-Por fin llegamos -dijo don Sotelo- mírelo doctor -añadió dirigiéndose al galeno que miraba con curiosidad al “enfermo” -usted sabrá  que enfermedad tiene. Se nota que está mal, está pálido; sin embargo usted lo curará con una sola receta; a mi hijo el doctor Remies prácticamente lo resucitó -exclamó con entusiasmo don Sotelo.

El galeno pareció animarse ante éste elogio y se acercó más junto al “paciente”.

-¿Qué siente?, ¿qué le duele? -indagó desenvuelto y dejando de lado toda inhibición.

-Aquí, aquí -susurró Talavera Pukú y señaló el estómago- pero no me duele mucho, no es un dolor intenso, insoportable; mi amigo exageró; se apresuró en demasía.

-El estómago, el estómago -dijo el galeno sin dar mucha importancia a las explicaciones de Talavera- ¿cuánto tiempo hace que le duele?.

-¿Si cuánto tiempo hace que me duele? -inquirió con extrañeza Talavera.

-Sí, exactamente -ratificó el doctor-  a mí me interesa saber el tiempo que estás sufriendo. Si hace una hora, dos, tres o más.

-Tres horas mas o menos –dijo Talavera improvisando un hipotético tiempo-; pero no es casi nada –insistió.

-¡Ah, ah! –dijo el galeno sin dar importancia a la insistencia de Talavera Pukú-, si hace más de tres horas que te duele no es un simple malestar. Debe ser algo mucho más grave; quizá una infección renal, una apendicitis. Veremos, desprende los botones  de tu camisa –ordenó- ya veremos –añadió casi canturreando alegremente

El doctor abrió una cajita en donde se encontraba sus instrumentos médicos con gran prolijidad.

Sacó la presión al “enfermo”, escuchó los latidos de su corazón con detenimiento

-El corazón y la presión están bien; ahora vamos a palpar el lugar del dolor –dijo y comenzó a palpar con inusitada fuerza el estómago de Talavera Pukú.

Con las manos presionó tres o cuatro veces y cada vez que lo hacía preguntaba al “paciente”si le dolía.

-Si, si, duele -respondía Talavera casi a punto de reír por las involuntarias cosquillas que sentía.

-¿Mucho, duele mucho? –insistió el doctor.

-Bastante, pero no demasiado, aguanto bien doctor -replicó Talavera Pukú mirando desconfiado al doctor.

Este como siempre no dio importancia a las aclaraciones del enfermo; frunció el entrecejo y pareció pensar con tanta profundidad como si de esta manera  acertase a confirmar la enfermedad de Talavera Pukú.

-Temo, mucho temo -dijo al fin  con voz grave y solemne- que esto es una apendicitis aguda.

-¿Apendicitis?. ¿Apendicitis? -casi gritó Talavera Pukú al escuchar el temible diagnóstico.

-Probable o mejor casi seguro -dijo sin inmutarse el doctor.

-Apendicitis, apendicitis no es; apendicitis no puede ser -exclamó Talavera con una convicción fanática.

Siempre había temido ser operado un fatídico día de apendicitis. Tenía verdadero pavor de la operación y ahora éste mediquillo, matasanos le pronosticaba apendicitis aguda.

Lo peor era que él estaba sano, no sentía absolutamente ningún dolor.

Don Sotelo que durante todo aquél tiempo se mantuvo callado observando con detenimiento las inspecciones que el doctor le hacía a su amigo exclamó jubiloso:

-Quédate tranquilo “queridísimo amigo”, el doctor Alejo Remies nunca yerra, si dice que es apendicitis no puede ser otra cosa. Él  resucitó prácticamente a mi hijo y aún no he encontrado ni creo que encontraré otro doctor igual que él. ¡Qué suerte que vino a verte!

 

 

DE UNA OPORTUNA ACLARACIÓN ANTE EL SAMBENITO DE UN OYENTE.

 

Ahora hablaré o mejor escribiré yo, sí señoras y señores; lector amigo; yo Cristian González Safstrands más conocido como... como, por favor aún no les diré porqué apelativo soy más conocido.

En fin antes de continuar narrando este verídico caso quiero dar algunas explicaciones, hechos que ocurrieron antes de haberme propuesto escribir esta historia.

Los sucesos acaecidos que están siendo escrito yo primero había contado a  amigos simplemente para distraernos en corros de tereré, en merecido descanso luego de arduo trabajo.

Laureano Ortiz era uno de los amigos que escuchaba mi historia y dijo (a espaldas mías, claro) que yo era un “mentiroso de mierda”. Afirmó que don Sotelo Benítez no existió pues él estuvo por aquéllas épocas  en la ciudad en que había ocurrido mi cuento. ¡Poner en duda mi sinceridad!, ¡dudar de mí!; yo que no soy ningún borracho, haragán, inútil, ladrón. ¡Cuánto lo siento, pero lastimosamente, amigos verdaderos, “legítimos”como dice don Sotelo es difícil encontrar y me conformé al fin. Además Ortiz para corroborar que yo mentía dijo que Sotelo no es nombre sino apellido. En cuestiones de nombre y apellido yo admito mi ignorancia y no sé si Sotelo es apellido o nombre. Sin embargo nosotros le llamábamos al señor Benítez don Sotelo.

Además voy a narrar una oportuna anécdota que viene de perilla a mi socorro.

En efecto un vecino y amigo se llama Lorenzo  Díaz.. Este gran amigo me había dicho que su verdadero apellido era Diez y no Díaz y que en la escuela sus malditos compañeros utilizaban su apellido para chacota. Se mofaban de él llamándole, Lorenzo nueve, Lorenzo ocho, Lorenzo siete y otros más indecentes, Lorenzo ciento ocho, por lo cual en una sensata resolución resolvió cambiar su apellido por Días. Debido al cambio de apellido incluso no pudo tener oportunidad de recibir una jugosa herencia. Además hay tantos apellidos y nombres en estas épocas, especialmente entre los brasileños y argentinos nuestros dos vecinos colosos; ¿no podría ser don Sotelo un descendiente de brasileño o argentino? .

Sin embargo dejaré de argumentar a mi favor ¿porqué al final quiero con tanta ansiedad que me creas?; ¿qué tengo contigo, que favor te debo para explicarte que soy honrado?. Ni siquiera me conoces bien como diría don Sotelo y yo otro gran tonto como tantos sin deberte finezas me estoy explayando en mi defensa mientras quizá tú te sonríes creyendo todo lo contrario de lo que afirmo. ¡Al diablo entonces con Laureano Ortiz mi miserable detractor, envidioso sujeto, diabólico personaje, odioso ente humano!. Continuaré yo mi historia que es lo que interesa pese a éste badulaque.

 

 

DEL FATÍDICO ERROR DEL ENFERMO  AL AFIRMAR DONDE SENTÍA EL DOLOR  Y DE LA FUNESTA CONSECUENCIA QUE ELLO ACARREÓ

 

-Cualquier cosa puede ser menos apendicitis -repetía Talavera Pukú con énfasis tratando  que su doctor deseche  aquella peregrina convicción.

Miraba torvamente con el rabillo del ojo a don Sotelo que eufórico había afirmado que el doctor Alejo Remies nunca jamás erraba en sus diagnósticos. Él estaba seguro que esta vez  al menos erraba tan radicalmente que pondría sus manos en el fuego del engaño.

-¿Y por qué estás seguro de que no es apendicitis? –indagó el doctor  mirándole inquisitivamente-; dime –inquirió- hacía que lado es más intenso el dolor, ¿a la izquierda o a la derecha del estómago?.

Un directo mazazo fue el que asestó el doctor Alejo Remies con aquella pregunta. Un frío sudor le recorrió el cuerpo al infortunado “enfermo” que se sintió ante una verdadera encrucijada. Él sabía que un lado del estómago se sentía la apendicitis y para desdicha suya, en este momento olvidaba de qué lado era.

Sin embargo no tuvo otro remedio y totalmente extenuado ante el largo interrogatorio a que se veía sometido respondió rogando a todos los dioses  para que atine hacia qué lado más dolía.

-A la izquierda, a la izquierda el dolor es mucho más intenso -musitó con la faz demudada.

-¡Ahí está, sí señor! -exclamó triunfalmente el doctor Alejo Remies -justamente es a la izquierda del estómago donde se siente el dolor de la apendicitis.

-Ya decía yo que el doctor Alejo Remies nunca yerra en sus diagnósticos -exclamó alegremente don Sotelo-, él a mi hijo prácticamente lo resucitó.

-Quiero decir a la derecha, a la derecha es lo que quise decir –se apresuró a desdecirse Talavera haciendo una mueca de impotencia y rabia por haber errado.

El doctor Alejo Remies lo miró totalmente escéptico; movió la cabeza imperceptiblemente pero no tanto para que al excitadísimo Talavera Pukú  le pase desapercibido.

-Pero doctor, “querido doctor” -protestó-, le digo que es a la derecha el dolor y le juro que apendicitis no es, yo nunca sentí nada.

-Puede ser, puede ser-admitió tranquilamente el doctor Alejo Remies.

-Un momento -dijo luego. Hizo una seña a don Sotelo para salir con él  de la pieza

Salieron afuera y Talavera Pukú suspiró aliviado como si lo librasen de un enorme peso que lo agobiaba.

Sin embargo el desencanto hubiera llegado al paroxismo si supiera qué tramaba aquel temible matasanos.

-Su amigo, su amigo -estaba diciendo a don Sotelo- efectivamente lo que tiene es una apendicitis aguda y teme tanto ser operado que niega con vehemencia que sea eso y cae en contradicciones; primero dice acertadamente en qué lugar le duele para luego desdecirse. Conozco casos como el de su amigo.

-Sí doctor, sí doctor -asentía con veneración don Sotelo ante las sabias reflexiones del galeno.

-¿ Y sabes que es necesario hacer en el caso de un enfermo que se niega  admitir su enfermedad? –interrogó luego el doctor Alejo Remies.

-No doctor, no doctor -negó mansamente don Sotelo.

-Llevarlo al sanatorio y operarlo -contestó el doctor- su amigo no dejará, se opondrá, dejará  que reviente su apendicitis  y morir por temor al bisturí y solo hay una solución para eso.

-¿ Cuál doctor? -indagó don Sotelo.

-Yo estudio las mañas de los pacientes -replicó el doctor sin contestar directamente la pregunta de don Sotelo- y si usan conmigo triquiñuelas para engañarme tengo que encontrarle la solución. En este caso vamos  inyectarle un calmante poderoso para hacerlo dormir y luego...

Y el doctor Alejo Remies parecía un verdadero carnicero al describir con sugestivos gestos que después de la inyección era llevarlo y cortar la apendicitis del “hombre rebelde” y ya estaba listo; sano y bueno.

-Una operación sencilla -recalcó- tan sencilla que extraña que media humanidad tenga tanto terror a ella.

-Es cierto, muy cierto -asentía don Sotelo convencido. En efecto, ¿cómo poner en duda, en tela de juicio lo que un sabio doctor decía?. Había estudiado tantos años para salvar los males de la humanidad. Además como él decía siempre “prácticamente resucitó a mi hijo”

Una admiración fanática sentía don Sotelo por el doctor Alejo Remies. El no era como los otros doctores que se creían personajes de alto vuelo. El doctor Alejo Remies le honraba con su amistad a él que era un pobre diablo. Y aquella veneración fue creciendo luego de haber salvado a su hijo de una muerte segura; de “resucitarlo prácticamente” como decía y repetía a todos.

-Le haremos un precio especial por la operación por ser tu amigo -añadió magnánimo el doctor Alejo Remies.

-Sí doctor, sí doctor -dijo halagado don Sotelo.

-Pienso que no hay más qué esperar -añadió el doctor Alejo Remies- le pondré el poderoso tranquilizante, luego de que duerma lo alzamos en mi coche y directo al hospital.

Entraron en el cuarto del “enfermo” quien al verlos se sentó en la cama y dijo mostrando cara de profunda satisfacción:

-Ha pasado casi totalmente el dolor, me siento demasiado bien, parece un milagro.

El doctor Alejo Remies hizo un guiño de complicidad a don Sotelo y sacó una enorme jeringa  que tuvo la virtud de hacer bailar los ojos de Talavera  en su órbita, se sentía desorientado, pasmado y curioso.

-¿Y eso, y eso? –dijo ansioso- ¿Qué es eso doctor?.

-Nada, nada –tranquilizó el doctor- una pequeña inyección para sentirte mejor.

Quiso protestar Talavera pero optó por guardar un prudente silencio. Se tranquilizó pensando que valía la pena aquél pequeño dolor que le infligiría la inyección. Tenía una gran ilusión de que al final iba a librarse de aquellos energúmenos.

Al menos eso pensaba él; Juan Vicente Talavera, más conocido como Talavera Pukú, un “hombre de verdad”, “un caballero a carta cabal”. Sin embargo: ¡Cuán equivocado estaba!.

 

 

EN DONDE TALAVERA PUKÚ SUPONE QUE EL APOCALIPSIS ES UN JUEGO DE NIÑO COMPARADO CON LO QUE LE SUCEDE.

 

Luego de aplicar la inyección el doctor Remies y don Sotelo con gran cuidado, tratando de no lastimar a Talavera lo alzaron en el coche del doctor Alejo Remies para ser llevado velozmente en el sanatorio antes que reviente su aguda apendicitis según explicaba el doctor a don Sotelo, quien era incapaz de contradecirlo y asentía con delicadeza  y complacencia a todo lo que decía el doctor.

Llegaron al sanatorio y bajaron al enfermo con ayuda de algunos enfermeros.

-Apendicitis aguda –dijo por toda explicación a los enfermeros quienes comenzaron a preparar a Talavera (que yacía profundamente dormido), para la operación que debía llevarse a cabo.

Luego el doctor Remies con dos auxiliares y prácticamente como se dice en un santiamén Talavera Pukú contra todos sus deseos entraba en la sala de operaciones en donde le sería extirpada su “aguda apendicitis”.

Por obra y gracia del doctor Alejo Remies, su “queridísimo amigo” don Sotelo y por qué no decir de él mismo, en pocas horas Talavera se enfermó, fue trasladado al hospital extirpándosele su apéndice sano y bueno.

Era la madrugada  cuando Talavera Pukú se despertó de su letargo con mucho esfuerzo; miró por todas partes no reconociendo el lugar en que se encontraba.

Sintió y vio de improviso el suero que se le iba en el brazo. Una señora vestida de blanco estaba enfrente a él.

-¿Pero, dónde estoy? -preguntó asustado e intrigado- ¿es aquí el cielo, el infierno o la tierra?.

-Está en el sanatorio señor -dijo la enfermera solícita- ¿se siente bien?.

-No sé, no sé -susurró aún adormilado Talavera- aquellos dos locos dijeron que tenía apendicitis, yo estoy bien, sano. Aunque ahora sí siento un dolor aquí -y señaló el vientre.

-Es porque le cortaron -explicó con dulzura la enfermera- felizmente salió bien la operación.

-¿Me cortaron, me operaron? -musitó Talavera sus ojos en la enfermera- ¿qué hizo esa gente conmigo? -añadió totalmente desconcertado.

-Tenía una apendicitis aguda -volvió a explicar con paciencia franciscana la enfermera-, usted llegó sin conocimiento a la clínica, estaba gravemente enfermo y...

-¿ Me operaron, me sacaron el apéndice, estoy  soñando -murmuró Talavera- ¿estoy vivo o por acaso muerto?.

-Usted está sano y bueno, se ha curado -le consoló la enfermera- espera un momento le mostraré lo que le extirparon.

Con las manos en alto  la enfermera trajo una botella llena de alcohol. Sumergido entre el líquido se hallaba un pedazo de carne  que le dio asco a Talavera

-Esto es lo que le han extirpado, fue su salvación -dijo la enfermera- pues si esperaba más una hora, quizá minutos iba a reventar según dijo el doctor Remies. Tuvo suerte señor que le haya salido tan bien su operación –repitió la enfermera convencida.

Talavera Pukú no quería persuadirse de que estaba despierto. Era una pesadilla de seguro lo que  sufría. Sin embargo, recapacitó y más o menos dedujo lo que había sucedido y se dijo:

-O yo estoy soñando, o estoy entre locos de atar o quizá yo soy el que debo ser atado.

 

 

EL NARRADOR  DE ESTA VERÍDICA HISTORIA EN UN ARREBATO DE PUSILANIMIDAD IMPLORA A SUS LECTORES MUCHA PRUDENCIA.

 

Dejemos por un momento a Juan Vicente Talavera, más conocido como Talavera Pukú que repose luego de su malhadada operación, dejemos que rumie su sorda rabia, su impotencia ante aquellas dos sombras negras. Dejémosle que reflexione sobre su débil voluntad de oponerse a aquellos dos Franskenstein como los apostrofa en su lecho de enfermo y hablemos nosotros lector amigo.

Descansemos por un tiempo aunque sea breve de todas estas payasadas y respiremos aliviados de que nosotros no nos veamos envueltos en semejante desconcierto y demos gracia a los dioses del Olimpo, de no tener amigos como don Sotelo Benítez y doctor que nos cuiden como el señor Alejo Remies.

¡Qué suerte es la nuestra!,Por cierto que hemos nacido con estrellas y no estrellados; sin embargo, cuántas veces nos quejamos como verdaderos mujerines de nuestro destino.

¡Cuántas veces por pequeños deslices ponemos el grito al cielo, decimos sin ningún asidero válido que la mala suerte nos persigue!. ¡OH lector amigo, cuán indignos, cuan viles y desfachatados somos!. ¡Somos unos necios, tontos, inútiles, unos insectos asquerosos al no sentirnos gratos al cielo cuando nadie nos extirpa una inexistente apendicitis y ni siquiera estamos abandonados por nuestra esposa, amante o novia!

Por eso apelo a tu sensatez y prudencia para que a nadie cuentes lo que estas leyendo ni siquiera a tu amigo íntimo, ni a tu esposa, amante o novia para que no circulen los chismes, las mentiras como insinúan algunos.

No debemos por nada del mundo dejar que trascienda lo que estoy narrando pues dicen que el “mefistofélico matasanos”(esta frase es de Talavera), dicen que está cerca, demasiado cerca de nosotros y no debemos arriesgarnos a que le ofendan sin motivo por que  si lo hacen se torna un verdadero basilisco y amenaza a todo el mundo y no quisiera yo ser víctima de él como tampoco tú; especialmente tú amigo lector, pues yo amo más a mi amigo que a mí mismo y creo que ni don Sotelo ame tanto a Talavera Pukú como yo te amo

 

 

ANTE LA TÍMIDA REACCIÓN DE TALAVERA DE QUE LE OPERARON EN VANO, A SU AMIGO SE LE SOLIVIANTA EL ÁNIMO.

 

Mientras tu y yo lector nos regodeamos en una dialéctica confidencial Talavera ya se encontraba en su casa. Efectivamente como decía el doctor Alejo Remies  cortar la apendicitis es una cirugía pequeña, indoloro, sencillísima que es de pusilánime  tener miedo a  ella.

El enigmático, paradójico, impredecible don Sotelo había pagado todos los honorarios del doctor Alejo Remies.

Guardémonos en todo caso  estimado lector de difundir  lo que se dice de don Sotelo no sea que aún se encuentre vivo y tome a mal  lo que contamos  y crea que somos sus detractores.

Estaba como hemos dicho más arriba Talavera, acostado en su cama pensativo, recuperándose de la pequeña e indolora incisión cuando llegó don  Sotelo Benítez.

-Vengo a visitar al amigo enfermo -escuchó que decía con voz estentórea a doña Benigna. Esta que estaba tan o más confundida que Talavera lo dejó entrar.

Saludó don Sotelo a Talavera y le pasó las manos.

-Vengo a animarte luego de la operación- dijo alegre y bonachón don Sotelo- Jesucristo dijo que tenemos que visitar a los enfermos y a los que están en la cárcel.

-“A este le está dando por sermonear” -pensó Talavera- idiota, maldito -murmuró entre dientes.

-Ya estás bien, demasiado bien -continuó don Sotelo- dentro de una semana ya estará totalmente sano.

-A mí me parece -dijo lentamente Talavera sin dar importancia a lo que decía su amigo- yo creo que me operaron sin ninguna necesidad, me cortaron prácticamente al  santo cohete- añadió con rabia,  lleno de inquina por el “mefistofélico matasanos” y por el impredecible y paradójico don Sotelo .

-¿Qué dices, qué?, ¿qué quieres decir? -casi gritó tajante y extrañado don Sotelo mientras miraba inquisitivamente a Talavera.

Sus ojos despedían llamas como queriendo indagar con exactitud meticulosa lo que su amigo quería decir.

-Digo que... que no era apendicitis lo que tenía... parece -dijo mucho más suavemente  Talavera amilanándose ante la agresiva pregunta del interlocutor.

-¿Y que era entonces?.-indagó frunciendo el entrecejo don Sotelo.

-Y yo creo que... que... este..., no tenía nada -se animó a decir Talavera con voz débil- creo que el doctor me sacó el apéndice que estaba sano.

-Ah, Ah, uun -rugió don Sotelo- hemos hecho todo lo que podíamos por ti; te salvamos la vida, pagué los honorarios médicos y ahora me dices que nos equivocamos.

La voz de don Sotelo parecía a una tormenta que se avecinaba con ímpetu poderoso.

-El doctor Alejo Remies es el que se equivocó -rectificó Talavera asustado ante la temible voz de su amigo- no es un médico competente, no es ...

-Eso no es cierto; lo que dices es una infamia –exclamó tajante don Sotelo ofendido- el doctor Alejo Remies es un profesional competente, hábil, generoso y un gran amigo mío. A mi hijo le salvó la vida, prácticamente lo resucitó, ¡ah, entonces es esto el agradecimiento que nos tributas!

Y luego de decir esto con ingente rabia don Sotelo salió de la pieza de Talavera sorpresiva y apresuradamente.

 

 

EN ESTADO ETÍLICO DON SOTELO BENÍTEZ INCREPA DURAMENTE A SU AMIGO.

 

Talavera Pukú se quedó intrigadísimo ante esta insólita actitud de su “queridísimo amigo”. ¿Por qué aquel alejamiento intempestivo, sin explicaciones?. Parecía lleno de ira cuando Talavera insinuó que le operaron de balde. Mientras se alejaba del dormitorio había mascullado palabras ininteligibles. ¿Estaba tomando otra insólita determinación? . Miraba el techo de la casa Talavera con un dejo fatalista. No quería resignarse a su triste sino. ¿Merecía por ventura  semejantes y tan atroces sufrimientos? ¿A quién había hecho tanto mal para merecer todo aquel cúmulo de desdichas?. ¿No bastaba y sobraba con estar separado de su Nancy?.

Y se estremeció de terror y se llenó de trágicos presentimientos. Había un refrán que decía en guaraní “Ou vaia pe ou vaipá” y otro en castellano que era mas o menos su equivalente y afirmaba “En los días de adversidad hasta la leche sabe amarga”.

¿Será que él debía esperar más desgracias ateniéndose a estos refranes?. Y meditando aún estaba cuando oyó que aparatosamente alguien llegaba. Escuchó que dirigía las palabras a doña Benigna y se estremeció. Era la temible voz de don Sotelo que sonaba sorda e incoherente como si estuviera ebrio.

No estaba equivocado Talavera Pukú. Se notaba y se veía que don Sotelo comenzaba a embriagarse y además traía en sus manos una botella de aguardiente sin ningún pudor de lo que algunos pudiesen comentar.

-Vuelvo al fin –dijo- tardé algo pero vine.

Talavera lo miraba con mucha extrañeza he hizo un gesto de desagrado al ver a don Sotelo en estado etílico y con la botella en la mano.

-¿Pero qué es lo que querrá este infeliz? –se preguntó intrigado y medroso a la vez- ¿Qué nueva calaverada es lo que está pretendiendo hacer?.

-Estaba ya por dormir –dijo al fin en voz alta dando a entender sutilmente a don Sotelo que su vuelta era inoportuna-, estoy cansado, me siento débil, muy débil luego de la operación.

-Puedes perder el cuidado –replicó don Sotelo- pues sólo un momento estaré contigo. Al menos si estoy molestando –añadió mirando fijamente a su amigo.

-¡Aah,no!, en absoluto; ni por accidente debe pasar eso por tu cabeza- Mintió descaradamente Talavera.

-Mejor que sea así, mucho mejor -dijo complacido don Sotelo- pues yo nunca quiero servir de molestia a mi semejante.

Comenzó a tomar la bebida sin apurarse mucho, se sentó parsimoniosamente mientras parecía hacer ojeadas esclarecedoras. Bajó lentamente la botella al lado de su asiento.. Parecía que lo colocaba en su lugar con gran amor y ternura.

Talavera lo observaba con ansiedad y miedo y pensaba que si no estuviese impedido por su flamante operación echaría a correr.

-Se está volviendo loco, de nuevo su locura de borracho -se decía lleno de pavor- y yo a su merced como un pajarillo ante una serpiente. 

-Vamos a desmenuzar lo que tú... has... he... hecho por mí -dijo don Sotelo pausadamente tartamudeando debido a su borrachera- te salvé la... la...la vida  luego de pa ... pa... pagar los honorarios del..del ..me..médico y dices que todo... fue... inútil. Esto es lo... . que me da ra... rabia, me enloquece me... me saca de quicio, meda ganas de matar a todo el mundo. Por eso mismo ya maté a más de uno y no se si continuaré matando; apenas me atajo ante tantas ofensas que me infligen día y noche -ahora hablaba sin tartamudear como si de repente la rabia le diese una súbita fuerza en las cuerdas vocales- tú por ejemplo -casi gritó y señaló con el dedo acusador a Talavera Pukú- ¿qué eres, qué eres? –se preguntó y pareció buscar el epíteto o los epítetos que mas podían envilecer a su interlocutor- eres un inútil, un  desagradecido, un pelele, un monstruo, un fariseo, un  Pilatos, un Judas, un Caifás, un Herodes, un Belcebú, un... un... un...

No encontró mas adjetivos bíblicos don Sotelo y se calló exhausto. Talavera lo miraba despavorido ante tamañas acusaciones.

 

 

CONTINUAN LAS DIATRIBAS.

 

Luego de unos minutos de silencio don Sotelo reanudó su cháchara:

-Y hablando de molestias e incomprensiones a eso justamente vine o sea fui a volver, en efecto estoy cansado de las incomprensiones y es... estoy... to... tomando el agua... agua... agua... ardiente para tener ánimo, pa... pa... para decir la... la... verdad. El agua... agua... ardiente es el líquido que me ayuda a decir la... la verdad sin... sin tapujos.

Se calló por un momento don Sotelo y agarró la botella dando  dos o tres soberanos tragos de agua... agua... ardiente como llamaba entrecortadamente a la espirituosa.

Carraspeó luego y tragó saliva como queriendo ingerir hasta la última gota del agua... ardiente. Y después continuó con su monólogo tartamudeante:

-Y yo digo... que... que por culpa de la gente a los cuales ama... ama... amamos, nunca dejaré de... de... ingerir el agua... agua... ardiente y la rabia que me dan mis a..amigos mis se... seres queridos es lo que me vuelve a echar en el fango.

Se calló y buscó la botella a tientas en la semi oscuridad. Ya no veía bien ni manejaba con seguridad sus temblorosas manos. Hizo varios intentos pero quizá debido a su ebriedad no consiguió aprehender la botella.

-Cara... carajo –farfullo entonces ante esta contrariedad.

Mientras, los ojos de Talavera erraban de aquí para allá con un brillo triste, aturdido como un buey que estuviese a punto de ser sacrificado.

-Por ahora basta -resolvió don Sotelo dando por terminado su sermón-, basta de decir verdades, no quiero que te canses pues aún estás enfermo, mereces que se te digan muchas, muchísimas cosas más, pero yo respeto, respeto el reposo. Sé que debo dejarte reposar; otro día volveré para continuar hablando.

Y tambaleando, tropezando pero equilibrándose de una manera sorprendente y milagrosa para no caer se alejó de la casa.

 

 

 

EN DONDE DE NUEVO EL AUTOR QUERIENDO EMULAR EN CHARLATANERÍAS A SUS PERSONAJES DA AL LECTOR LO QUE ES MÁS FÁCIL DE DAR: CONSEJOS.

 

De nuevo amigo lector haré aquí un pequeño paréntesis con tu permiso. Aunque, ¿por qué habría de pedirte permiso?. Yo soy el autor de esta novela y nadie me puede obligar a hacer lo que a mí me disgusta. Y si yo quiero callar o hablar, decir todo lo que se me antoja no  será ningún Satanás (como dice don Sotelo) quien me obligue lo contrario.

A pesar de todo no quiero que te enojes contra mí porque yo lector  amigo te quiero con todo el corazón,  soy tu amigo de verdad y es tan grande mi amor por ti que si por casualidad tienes una apendicitis correría a buscar un doctor para salvarte la vida; también te prestaré todo el dinero que necesites para pagar los honorarios de un buen médico.

Pero dejemos de lado este largo y tedioso perífrasis que quizá te esté sacando de quicio y no sea que me tomes animadversión así como Talavera Pukú le tomó a don Sotelo y vayamos al consejo que quiero darte.

No es por cierto ningún  consejo para “saber manejar a la mujer” ni otra cosa por el estilo. Yo por cierto me fío tanto de mi lector  que sabe quizá más que yo cómo “manejar a la mujer”.

Ahora bien, lo único que te quiero insinuar  amigo lector es que si por esas cosas del destino te toca estar cerca o convivir con parejas que están peleadas ni por todo el oro del mundo no debes entrometerte en el problema. Pues muchas veces cándidamente, con toda buena voluntad queremos hacer el bien, pero resulta que siempre  es  vano el sacrificio

Éste gratuito consejo viene a cuento porque mi amigo Laureano Bobadilla como hombre de buen corazón que es y al ver que Talavera Pukú se enfermó y operó fue a contar a su señora  que su esposo se hallaba en un estado calamitoso.

Es cierto que habrá el  reencuentro, se llegará a un entendimiento, pero a medida que sigas leyendo esta historia sabrás por qué no debes entrometerte en problemas ajenos aunque creas hacer el bien.

 

 

TALAVERA INTENTA EXPLICAR A SU SEÑORA LO QUE SUCEDIÓ, PERO OPTA  CALLARSE POR TEMOR A NO SER COMPRENDIDO.

 

Nancy al saber que su esposo estaba gravemente enfermo y que se salvó de una inminente muerte, según le contó mi amigo Laureano Bobadilla,  perdonó todo sin analizar  de por qué estaba enojada y rápido fue junto a su marido.

Llena de ternura  y sin decir  nada dio unos tiernos besos  al asombrado y boquiabierto Talavera.

-Me dijeron -dijo Nancy con su voz dulce con esa voz que tanto encantaba a Talavera-  me contaron que el doctor Alejo Remies te operó en la hora, que con un amigo te llevaron casi a la fuerza porque tú  creías  que no necesitabas operarte.

-La operación no era necesaria -murmuró débilmente Talavera.

-Pero, ¿cómo?, ¿por qué? -preguntó extrañada Nancy.

-Esos tipos son dos locos de atar -exclamó con rabia Talavera Pukú

-¿Locos de atar?-dijo sorprendida Nancy.

-Me operaron en vano -bramó Talavera-  inútilmente, no tenía nada.

-Querido, amor mío -musitó Nancy extrañada, sin salir de su asombro- ¿qué te pasa? ¿acaso estás con fiebre?. Todo esto pasó por mi culpa, perdóname -añadió.

-Me siento mal pero la culpa no es tuya  sino la de aquellos badulaques, bandidos, sin embargo es mejor no decir nada. -rogó Talavera  recordando en qué forma don Sotelo había reaccionado  cuando le dijo que le operaron en vano.

-Estás mal  querido, te dejó traumado la operación, estuviste al borde de la muerte  y estás desvariando -comentó Nancy acariciando con inmensa ternura la frente de su marido-Cálmate, cálmate te lo suplico, dentro de unos días estarás completamente sano.

Nancy estaba convencida de que su marido estaba desvariando por efecto del tremendo impacto psicológico en que le dejó su inesperada operación.

-Me operaron sin motivo -volvió a decir con sorda rabia Talavera.

-Calma, calma mi amor -insistía a su ves Nancy.

Optó Talavera por calmarse como le aconsejaba su señora. ¿Que remediaba en efecto con lamentarse si nada podía ya remediar?  Era un esfuerzo inútil y además intuía que Nancy no le iba a entender y si llegase a saber lo que verdaderamente acaeció era probable que se armase una batahola de mil diablos.

Pensó además que gracias a aquella “infame operación”su Nancy estaba con él, por lo tanto no debía estar descontento de aquellos trascendentales y prácticamente milagrosos acaeceres que trajo junto a él a Nancy.

-Me han embromado -musitó para sí - me metí en un problema sin fondo, estoy en las garras de verdaderos seres maléficos y todo porque encontré a mi “queridísimo amigo” y a un “mefistofélico matasanos” que hicieron conmigo lo que quizá merecía debido a mi estupidez sin parangón.

-Descansa, duerme mi vida -le consolaba Nancy.

 

 

 

PESE A LAS OBJECIONES DEL INVOLUNTARIO ENFERMO, EL “SATÁNICO AMIGO” RESUELVE QUE EL “MEFISTOFÉLICO MATASANOS” LO VISITE.

 

A pesar de todo Talavera comenzó a sentirse bien rodeado de su señora  y sus dos hijos. Se sentía plenamente feliz aunque a veces le inquietase el recuerdo del “monstruo carnicero”y de su “satánico amigo”(estas alusiones son de él, no mías)...

Decidió en una sensata resolución dejar de martirizarse. Dejo de pensar si lo que le sucedió fue un sucio juego de personas insensatas y resolvió gozar con plenitud  de la compañía de Nancy y sus hijos. Dejó también de preocuparse  de la creencia de Nancy  de que estaba desvariando al anatematizar a aquellos dos sujetos.

Dentro de un tiempo prudencial le explicaría bien lo que sucedió a pesar de que presentía la inmensa furia que iba a apoderarse de Nancy si le confidenciaba que se dejó llevar al hospital sin sentir absolutamente  ningún dolor

Su paz sin embargo no fue larga  pues una  tarde  cuando dormitaba tranquilo entró Nancy en la pieza se sentó a su lado y tomándole de las manos le dijo:

-Está ahí el señor que te llevó al hospital y pagó los honorarios del médico.

-¿Quién, quien se encuentra ahí?  –farfulló sobresaltado Talavera.

-El señor que te ayudó, creo que dijo llamarse Benítez -dijo con naturalidad Nancy.

-Por Dios santo y la Virgen santísima -exclamó Talavera estremeciéndose- don Sotelo Benítez ¿será que es don Sotelo  Benítez?

-Si, si, así dijo llamarse, viene a verte,  ha visitarte -corroboró Nancy.

-Dile que no estoy, que salí por la ciudad -dijo apresuradamente Talavera Pukú confuso aún sus ideas.

Nancy lo miró extrañada como interrogándose si donde podía ir con su flamante operación.

-O mejor dile que me duermo, que estoy durmiendo profundamente -musitó Talavera dándose cuenta efectivamente que no podía argüir que salió por la ciudad.

-Pero ¿qué pasa? –indagó extrañada Nancy.

-Ese tipo es un demonio, un crápula, un verdadero  Satanás, el diablo en persona.

-¿ Estás desvariando de nuevo? -dijo intrigada Nancy mirando con escrutadores ojos a su marido.

-No, no, no es eso, tú no entiendes, no sabes, no pillaste, no estás enterada que ese hombre es peligroso, es maligno, es...

-Pero ¿acaso no fue él  quien pagó los honorarios del médico?,  ¿no fue él quien trajo al doctor  y juntos te trasladaron al hospital para la operación? –insistió Nancy con la sorpresa retratada en el rostro.

-Sí, sí, él pagó todo, él fue el que me llevó, él hizo todo lo que debía y no debía hacer -masculló Talavera y se calló extenuado. ¿Cómo en efecto explicar lógicamente  lo que pasó a Nancy?

-Déjalo entrar -aceptó al fin rendido.

Pensaba que quizá  frente a su señora don Sotelo se comportaría como gente decente. Además  lo más pronto posible debía abonarle aquel maldito honorario que pagó por él.  Quizá ya deseaba recibir su dinero y era eso lo que le traía junto a él.

Entró don Sotelo Benítez bien humorado.

-Ahora me siento plenamente feliz –dijo- eres verdaderamente un afortunado, “queridísimo amigo”, “hermano de mi alma”; te has salvado de la muerte por un milagro aunque tú a veces dudes de ello. Ahora tu señora está junto a ti, para mí la felicidad del amigo es una gran alegría.

-Sí, sí –murmuró Talavera- lo creo.

-Dentro de poco estarás ya totalmente sano -insistió don Sotelo- además ahora ya tienes a quien te va a cuidar con solicitud.

-Sin embargo su estado me deja algo intranquila, por momentos dice cosas que no debe, pareciera que está con fiebre -terció en la conversación Nancy- hay horas en que desvaría  -añadió  convencida.

-Ah!, Ah!, no me extraña -dijo don Sotelo-  la otra vez cuando le hice una visita ya sospeché que no estaba en su sano juicio. Incluso creo que esa vez le dije ciertas verdades. ¿ Y qué es lo que dice en su desvarío? .

-Nada, nada en particular –se apresuró en aclarar Nancy evitando prudentemente decir lo que su esposo decía en su desvarío-  pero a mí no me desagradaría que lo vuelva a ver el doctor Alejo Remies.

-Noo, noo, no es necesario -se apresuró a decir Talavera Pukú asustado, aterrorizado ante la temible coyuntura de que lo vea otra vez  el “mefistofélico matasanos”- absolutamente no es necesario.

-Él afirma que no es necesario, pero yo quisiera que lo inspeccione aunque sea de rutina  –insistió Nancy ante la desesperación de Talavera.

-Nancy, Nancy -dijo con voz desfallecida Talavera Pukú-  tú no sabes lo que dices, no entiendes, no estás enterada de... de... -Y se calló Talavera al ver que don Sotelo lo estaba observando de una manera sospechosa y singular.

-Pierde el cuidado, señora -aseveró don Sotelo-  el doctor Alejo Remies  es un gran amigo mío y vendrá con gusto a verlo. El doctor Alejo Remies sabe su obligación  y aparecerá si  hoy no, mañana. A mi hijo el doctor Remies le salvó la vida,  prácticamente  lo resucitó.

-Por favor, no es necesario, yo ya estoy curado. ¿Para qué molestarle? –suplicó Talavera con los ojos lánguidos. Y sin darse cuenta juntó las dos manos suplicantes.

-No será ninguna molestia, no te aflijas por eso -dijo don Sotelo convencido que Talavera no quería que el doctor Remies se moleste por él.

-Estoy perdido, aún no tendré descanso de estos dos energúmenos -se dijo  Talavera profundamente afligido.

 

 

 

DEL DANTESCO SUEÑO EN DONDE QUISIERON CONVERTIR EN UN EUNUCO A NUESTRO MALHADADO PERSONAJE  Y DE SU PARADISÍACO DESPERTAR.

 

Aquella noche Talavera estuvo ensimismado durante varias horas en la penumbra atormentado por la idea  de que al día siguiente venga el doctor Remies.

A su lado dormía plácidamente Nancy  descansando de la tensión mental y del susto mayúsculo que se llevó ante la imprevista operación de su marido. Se había sentido algo culpable por haber abandonado a Talavera  y suponía que debido a aquello le tomó aquella temible infección que lo llevó a someterse al bisturí.

Talavera mientras pensaba que ya no debería de contar nada a su esposa. El se daba cuenta que ella también estaba convencida que su operación fue necesaria  y que lo libró de una segura muerte. Quizá cuando recupere del todo sus fuerzas se animaría a contar como sucedió aquella surrealista operación; su estúpido acto de hacerse pasar por enfermo y luego la maldita e inesperada inyección  que lo dejó inconsciente para que el “mefistofélico matasanos” y el “satánico amigo” hiciesen de él todo lo que se le antojaban. Para evitar malentendidos era preferible que se abstuviese de hablar. El tiempo que era el remedio para todos los males  ya le libraría del “satánico amigo”que exigía una amistad “indisoluble” y del “monstruo carnicero”.

Cuando por fin Talavera concilió el sueño tuvo la infortunada suerte de soñar con su doctor.

Lo vio convertido en un demonio con cola  y con la horquilla en la mano le azuzaba  y le quería llevar en un lugar en donde estaban reunidos miles de doctores todos con el bisturí en las manos.

Todos con su temible y pavoroso instrumento miraban con sádico placer a Talavera Pukú  y dando saltitos de alegría gritaban al doctor Remies: “tráelo para acá, tráelo, que venga, que venga”.

Talavera  Pukú hacía inauditos esfuerzos  para escapar del  doctor Remies quien con insistencia maligna le señalada con la horquilla  que debía irse donde se encontraban  los miles de matasanos.

De improviso todos los matasanos se convirtieron en pequeños gusanitos y Talavera dio un salvaje grito de alegría y de victoria  y se precipitó como un rayo para aplastarlos con el zapato,  pero enseguida se dio cuenta que era un ardid de los matasanos  para atraerlo.

En efecto cuando Talavera llegó junto a los gusanitos estos se convirtieron como por arte de magia en doctores y le tomaron de las manos, de las piernas, de los cabellos y lo aprisionaron.

Sintió un frío en la espina dorsal y quedó mudo y paralizado. En efecto los  innumerables matasanos  le tomaron de los testículos y riendo a carcajadas se prepararon para “operarlo”.

¡Lo iban a convertir en un capón!. Despacio, con minuciosidad meticulosa y mirando con gran atención donde colocar el bisturí los galenos acercaban el pavoroso instrumento hacía los testículos de Talavera y comenzaron a cortarlo.

Eso fue el  súmmun, se despertó pidiendo socorro a gritos, agitado  y golpeando de aquí para allá con las manos.

Luego de un rato suspiró aliviado y de tan contento que se sintió al sentir que era un sueño comenzó a reírse lleno de satisfacción.         

-¿Qué pasa? ¿Qué sucede?  –interrogó Nancy que se había despertado al escuchar los gritos de Talavera.

-Una pesadilla, tuve una pesadilla –comentó Talavera alegremente sin dejar de reírse.

-¿Pesadilla? ¿Y eso te da risa? –preguntó extrañada Nancy temiendo que su marido estuviese de nuevo desvariando. En efecto era sumamente extraño que una pesadilla le diese risa.

-Sí, sí, -admitió Talavera–  es que vi al doctor Alejo Remies metamorfoseado en un demonio,  demonio verdadero con su cuerno, su horquilla y su cola y me incitaba a entrar en un círculo lleno de médicos que me odiaban. Yo me resistía a entrar junto a los matasanos, sin embargo me engañaron convirtiéndose en insectos asquerosos y cuando les quise matar me atraparon convirtiéndose milagrosamente en doctores  y me querían cortar los... los  ¡no querrás creer!  los testículos amenazaban con cortarme, pero felizmente no era cierto, fue un sueño, un sueño, ¡qué felicidad!  -y volvió a reírse contento.

-Ah, sí! –se limitó a decir Nancy  quien no encontraba ninguna gracia a la pesadilla de su marido temiendo que estuviese desvariando.

-No le encuentro mucha gracia  –insistió Nancy intrigada queriendo sonsacarle algo-una pesadilla no puede hacerte reír.

-Es que mi sueño tenía tanto realismo -se explicó Talavera-  ¡Imagínate que ya me estaban cortando los testículos, iba a quedarme castrado, una verdadera desgracia me estaba pasando pero luego cuando desperté vi que todo era mentira, pura mentira. Es como volver a renacer con sólo abrir los ojos, escapar de seres malignos que te quieren hundir  impidiéndote físicamente  ¿no es algo sensacional?  -añadió aún maravillado Talavera Pukú.

-No me convence -confesó Nancy moviendo la cabeza en señal dubitativa.

 

 

EL AUTOR DE ESTA VERÍDICA HISTORIA CUAL SI FUESE POSEÍDO POR EL DOCTOR REMIES Y DON SOTELO SE PIERDE EN AMBIGÜEDADES SIENDO OBSCURO AL PARECER DE PROPÓSITO.

 

Amaneció y por la media mañana vino apareciendo el doctor Alejo Remies. Alborozada Nancy fue a darle la noticia a su marido.

-Ya me lo temía -dijo resignado Talavera.

Y aquí lector amigo vuelvo con un interregno que no sé si te dejará hastiado descontento o quizá alegre. Pero sientas lo que sientas,  el que escribe soy yo y estás en mis garras así como Talavera Pukú está en las de su “satánico amigo” y  “mefistofélico matasanos” y no te sobra sino resignarte a mis caprichos, mis amnesias o mi deseo de contar prolijamente la historia.

La pequeña pausa viene por que soy un desatento, un desordenado, un inútil, una plaga pues no había contado  cómo el doctor Remies  se vestía para visitar a sus pacientes y otros chismes que irás conociendo a medida que vayas leyendo la historia.

Unos de mis amigos(¡cuando no!) me criticó acremente porque ya no lo hice más adelante  pero le mandé al diablo ¿acaso él me iba a enseñar? , ¿qué se cree éste individuo entrometido?, ¿qué sabe más que yo del oficio de escribir o contar historias?. !OH... lector cuántos sujetos desagradables, injustos, malagradecidos, sin tino, sin consideración existen en el mundo!. Yo también a veces ya me siento cansado de hacer el bien, de amar como don Sotelo a amigos  que aunque no sean  indisoluble, amigos al fin son.

En fin lo que resolví contar para tu solaz y deleite  son las insólitas manías de nuestro amado doctor Alejo Remies.

En efecto el doctor Remies una persona magnánima y capaz a juzgar por don Sotelo y muchos otros y un “mefistofélico matasanos” según Talavera tenía sus manías y  rarezas  y era más conocido como... como...  ¿como era?.

¡Ah, sí!, algunos lo llamaban “Círculo polar Ártico” otros “Siberia” algunos más osados “Oso blanco en extinción”, “Cordillera de los Andes”. Yo amigo lector es la primera y última vez que te cuento esto  pues nunca me animaría a llamarlo despectivamente porque le tengo un miedo atroz, me tiemblan todos los músculos al pensar que él pueda saber que estoy divulgando chismes inmundos sobre él. Yo prometo que siempre le llamaré doctor Alejo Remies y que se vean Talavera y compañía  si hablan mal de él.

Comentan los envidiosos de fama ajena que el doctor Remies se iba junto a sus pacientes con los pantalones blancos, la camisa blanca, los championes  blancos, las medias blancas, en fin todo de blanco. Pero el verdadero chisme que repugna a la razón era lo que la gente decía con desparpajo sin parangón  que sus pelos pubianos los tenía pintado de blanco porque sino, él no se excita, no tiene ningún deseo carnal, no se “arma” dicen de él sus calumniadores. Sin embargo yo pienso como tu lector que esto es una burla a que lo someten los malos , los indignos, quizá ¡quién puede saberlo! son sus colegas de profesión, otros galenos envidiosos de su capacidad, de su honestidad, de su eficiencia, de resucitar prácticamente a determinados personajes.

Llegó como decimos más arriba el doctor Alejo Remies junto a su paciente Talavera Pukú.

 

 

EL CELEBÉRRIMO DOCTOR REMIES HACE PROFUNDAS Y CONCIENZUDAS PLÁTICAS CUAL UN HIPÓCRATES CONTEMPORÁNEO

 

-¡Ah doctor, que suerte  que vino! -dijo con mucha alegría Nancy- ¡Usted es el que le operó, el que le salvó de una muerte inminente!.

-¡Huuum, huum! -ronroneó prácticamente el doctor halagado- ¿Cómo se encuentra el paciente?

-Regular, no tan bien -dijo Nancy- pero usted al verlo va saber mejor, venga doctor, entre doctor, disculpe cualquier cosa  doctor -añadió deshaciéndose en  amabilidad Nancy. 

-Sí, sí, vamos a verle, a auscultarle, es normal, es normal que no se sienta  aún recuperado del todo, es normal -dijo el doctor Remies.

-Sí doctor, entre doctor, disculpe cualquier cosa doctor -repetía Nancy- la casa está desordenada, por el  susto doctor,  la operación imprevista doctor.

El doctor Alejo Remies daba algunos gruñidos de intensa satisfacción ante aquella ingenua pero merecida veneración que se le dispensaba  y fue entrando junto al enfermo.

-Buen día, buen día –saludó amablemente a Talavera quien  estaba hosco y resentido.

-Está un poco deprimido -añadió al ver la torva mirada de Talavera Pukú- es normal, es normal, normal luego de una operación, pero se le nota que está mejorando, se va normalizando. Quizá tenga algo de fiebre, incluso el susto que se llevó, es normal, es normal, normal si estuvo a las puertas misma de la muerte. Felizmente se salvó

Mientras hablaba el doctor Alejo Remies bajó sobre una mesita sus instrumentos médicos. Se sentó en una silla que Nancy solícita acercó.

-La presión, la presión, primero veremos cómo está la presión -dijo contento dando una tonada muy particular a las frases que pronunciaba .

Talavera Pukú, lo miraba con descontrolado odio. Se recordaba de su sueño pertinazmente  y eso lo exacerbaba.

El doctor Remies por su parte ajeno a estos pensamientos macabros observaba atentamente la presión, luego meneó la cabeza y dijo:

Está un poco alta la presión, pero no es nada grave, es por los nervios, está muy nervioso; es normal, es normal.

Luego auscultó el corazón del enfermo, abrió sus ojos, le tocó la frente y el pulso.

-¿Cómo se siente? –preguntó luego a Talavera.

-Yo me siento bien o por lo menos me sentía bien -contestó con la faz contraída Talavera- no tenía nada, no me dolía nada, ese señor que dice ser mi amigo inventó mi supuesta enfermedad. Me han operado inútilmente.

-Tranquilo muchacho -replicó calmamente el doctor Alejo Remies- ya has dicho que no tenías nada por miedo a la operación . El temor ingente a la incisión  te hizo creer que no necesitabas operarte; debes desechar ya esa convicción falaz pues ya estás curado o por lo menos poco falta.

Sacó luego su talonario de recetas, tomó su bolígrafo y pensó un largo rato

-Te recetaré algunos calmantes –dijo mordiendo suavemente los labios y palpándose las sienes en una actitud filosófica- calmantes y varias pastillas para el cerebro, si, porque yo pienso que en tu cerebro está el mayor problema, estás con el “cerebro débil”. La gente debe saber –añadió sin dirigirse a nadie específicamente  como si estuviese ante un auditorio que lo estaba escuchando con atención- la gente debe y tiene que saber –repitió- que el cerebro es el motor de todo, si el cerebro funciona bien todo está bien, pero si el cerebro está mal ya nada camina correcto. Eso está decididamente comprobado por todos los científicos famosos del mundo entero. En efecto si el cerebro está muerto ya no hay nada que hacer.

Talavera Pukú y Nancy escuchaban en silencio la perorata del “mefistofélico matasanos” al parecer sin entender mucho lo que estaba afirmando.

El doctor Alejo Remies escribió algunas recetas de remedio en la hoja de papel y luego continuó:

-Como estaba diciendo de todo se puede prescindir menos del cerebro. Una pierna amputamos y lo mismo vivimos normalmente, también un brazo y hasta los dos. Podemos extirpar así como extirpé tu apendicitis. Podemos vivir sin dientes, sin orejas, sin ojos, sin muchísimas cosas pero sin el cerebro no. Ahí está el quid de la cuestión.

Se levantó y sonrió satisfecho como si estuviese diciendo cosas de singular importancia. Extendió la receta a Nancy y se dispuso a salir, palmoteó con cariño a su paciente:

-Fuerza, fuerza hombre, “es normal, es normal, totalmente normal”.

Nancy lo siguió hasta afuera para averiguar curiosa:

-¿Cómo le encuentra doctor? –preguntó con aquella candidez del que el ser humano está imbuido cuando venera algo o a alguien.

-Y como estaba diciendo está con el ánimo exaltado y con el “cerebro débil”, es normal, normal –contestó el doctor Alejo Remies- por eso le di varios tranquilizantes y fortificantes que le ayudaran a recuperarse lo más rápido posible.

-¿No es nada grave doctor? –insistió Nancy con la terquedad y la ingenuidad del lego en medicina.

-Nada es grave para un doctor –replicó sentenciosamente el doctor Remies cuyo amor propio crecía como pompa de jabón al notar que la fe de Nancy en él era de una solemnidad religiosa- para un doctor de verdad, un doctor eficiente, talentoso nada es grave –repitió- ya se curará, dele los remedios en la hora exacta, ni un minuto más y ni un minuto menos, yo le vendré a ver dentro de dos o tres días. Es normal, normal.

La muletilla del doctor Alejo Remies era repetir las palabras “es normal, es normal”, aunque a veces nada estuviese normal.

Uno de sus ex pacientes decía que él andando por ahí decía “es normal, es normal”. Incluso manifestaba que el doctor Alejo Remies si un paciente se moría de él afirmaba rotundamente “es normal, totalmente normal”. Y bueno lector yo no se si esto es una nueva calumnia  o si es verdad, yo me limito a contar lo que contaron

 

 

EN DONDE EL AUTOR NO DISIMULA SU MIEDO CERVAL EMULANDO EN COBARDÍA Y FARISEÍSMO A  TALAVERA PUKÚ.

 

Si vas leyendo  esta historia amigo lector te vuelvo a suplicar que no prestes a nadie este libro, absolutamente a nadie. Perdóname que insista en el tema pero tengo miedo que te olvides y sin darte cuenta  me comprometas y me metas en un callejón sin salida.

Y permita que abuse y te llame “queridísimo amigo” porque a medida  que leas la historia noto que nuestra amistad se va consolidando, aunque no es “indisoluble” como el de don Sotelo y Talavera Pukú.

Vuelvo a apelar a tu amistad sólida para que no descuides el libro y vaya a parar a manos de desconocidos pues yo tengo miedo, un miedo cerval de don Sotelo Benítez y del doctor Alejo Remies. Especialmente del doctor Alejo Remies quien no está lejos, está a un paso de nosotros. Por eso todo sigilo es poco, pues tener por enemigo a un doctor ya es demasiado. Ser amigo es peligroso  pero enemigo puede ser fatal.

Si se enfurece, ¿De qué diablos nos querrá operar si ya estamos operados de apendicitis?.

Sella conmigo el pacto lector de guardar silencio y vuelvo yo a continuar narrando el cuento.

 

 

CON GRAN SAGACIDAD TALAVERA APELA A UN SUEÑO TERAPÉUTICO

 

Nancy fue a comprar los remedios recetados por el  doctor. Dos clases de remedios era para el “animo exaltado”, y dos para su “cerebro débil”.

-Estos dos personajes me van a matar -se decía Talavera Pukú- lo peor es que Nancy cree que se está actuando correctamente. Ella está convencida que tuve la apendicitis, ¿qué hacer? . Querer convencerle a Nancy de que todo es una patraña  es algo imposible.

Nancy con gran amor y cariño no dejaba pasar “ni un minuto más ni un minuto menos” para darle los remedios que el doctor recetó.

-Ojalá no me haga mal -se decía Talavera suspirando  al tomar los remedios que le presentaba su señora.

Pasó dos días para que el doctor Alejo Remies fuese llegando con don Sotelo muy interesados por la salud del amigo.

Talavera Pukú por instinto de conservación al escuchar que llegaban  fingió  dormir profundamente.

-Parece que está mejor, doctor –dijo Nancy– yo al menos lo veo mejor doctor. ¿No le parece doctor?

-Humm, si -dijo mirando con ojos escrutadores el doctor Remies- está durmiendo profundamente, es normal, es normal, aunque quizá necesite más medicamentos.

-Noo, doctor -dijo Talavera prestamente- estaba dormitando doctor y estoy demasiado bien, no creo que necesite más remedio.

El doctor Alejo Remies frunció el entrecejo al escuchar a Talavera y sin hacer caso de sus protestas le tocó la frente y lo examinó atentamente.

Y como era un doctor al cual no le gustaba ser refutado con mayor razón por un lego en la materia para desesperación del paciente le recetó varios remedios más.

-Con esto esperemos que se cure definitivamente -explicó- dentro de unos días ya estará como para trabajar.

-Y los remedios “ni un minuto más ni un minuto menos” -añadió- es “normal , totalmente normal”.

A Talavera Pukú le pareció algo extraordinario y casi milagroso que don Sotelo permaneciese callado todo el tiempo en que estuvo con el doctor.

 

 

EN DONDE EN ESTE INSÓLITO PLANETA UNO PUEDE ENCONTRARSE CON UN AMIGO QUE ES CAPAZ DE PERDER UN “OJO DE LA CARA” POR AMOR

 

Talavera Pukú tomó mansamente en una actitud conciliadora todos sus remedios y se curó definitivamente de la operación. ¡Ya era hora dirás lector!. Estoy de acuerdo contigo pero... (aunque esta palabra disguste a don Sotelo lo uso yo porque sé que a nadie mostrarás el libro ni tampoco esparcirás chismes por ahí) pero repito, creo que a veces es mejor estar enfermo por que muchas veces el estar sano acarrea problemas ingentes. Tal la supuesta inútil operación de Talavera  y otras dificultades azarosas si no te decides a abandonar el libro por acá.

Cuando  Talavera ya estuvo restablecido el doctor Remies le indicó que haga pequeñas caminatas para restablecerse más rápido.

-Ahora creo que acertó -se decía Talavera al ver que sus caminatas le hacían sentir más optimista- pues este “monstruo carnicero”, “mefistofélico matasanos” en lo de la operación se equivocó y yo un inútil, un desgraciado, tonto y plaga como diría don Sotelo no me animé a oponerme.

Salía por las calles de la ciudad a caminar y  respirar y cada ves que veía a un galeno o un consultorio  se asustaba involuntariamente. Luego memorizaba las calles por donde había hospitales, consultorios de médicos y los evitaba rigurosamente  como si fuese a contagiársele alguna incurable enfermedad.

-“A don Sotelo debo pagarle lo que le debo” -monologaba- y así desligarme del “satánico amigo”que dice que su amistad es “indisoluble”. Esto que me sucede debe de ser la mayor payasada de la historia. ¿Cómo se le antoja a este individuo  que una amistad debe ser “indisoluble”si ni siquiera un matrimonio es? .

En una oportunidad luego de su caminata venía llegando a su casa y avistó a don Sotelo que conversaba animadamente con Nancy. Rogó a Dios y a todos los santos  para que no lo viese y  haciéndose  el desentendido quiso continuar su camino .

No obstante Nancy lo vio y le hizo desesperados gestos indicándole que llegue  y señalando a don Sotelo, el hombre que le salvó de la inminente muerte, de su salvador como solía llamarlo Nancy.

Una sorda y larga maldición se le escapó del cerco de los dientes como diría Homero por su mala suerte y Talavera no tuvo mas opción que llegar.

-Te pagaré dentro de poco, apenas esté restablecido plenamente -dijo Talavera a su “satánico amigo” después de saludarlo.

-No vengo para eso -replicó don Sotelo dando la sensación de amoscarse porque Talavera se recordaba del dinero- ya hablaremos de eso más tarde

-Sucede que me preocupa esa cuenta -insistió Talavera tercamente.

Se movió de una manera extraña don Sotelo Benítez. Parecía ofenderse profundamente porque se insistía en mencionar el deseo de Talavera a pagar la cuenta.

-Yo no pagué obligado por nadie la operación -dijo- lo hice porque el amor al prójimo es grande en mí, pues yo no dejo que nadie se muera delante de mí. Era una muerte segura he inminente –exclamó poniendo énfasis en sus palabras- yo estaba seguro que si te dejaba  te morías y te acababas y, ¿acaso yo soy clases de personas que ven la muerte de un amigo sin inmutarme?. Mi corazón es grande y generoso  para dejar que un amigo se inmole delante  mío aunque me cueste un “ojo de la cara”.

-Si, si, es cierto, te agradezco -interrumpió Talavera con la esperanza de que su amigo termine su auto ditirambo- tu bondad es infinita, sin parangón . Eres el amigo que me faltaba -agregó  haciendo una horrible mueca

-Me duele aún algo la operación -añadió haciendo otra mueca para dar a entender a su “satánico amigo”que fue de dolor  la mueca que anteriormente había hecho para que no lo tome a mal.

-Ya intuía yo que no estabas  totalmente sano -replicó don Sotelo mirándolo atentamente como si quisiese estar seguro de que la mueca fue de dolor-  por eso mismo dije que no debías apurarte para  devolver el dinero. En efecto aunque me costó un “ojo de la cara” pagar los honorarios del más competente médico de la ciudad y quizá del mundo entero jamás voy a apremiarte a que me devuelvas el dinero. Entiendo que eres terco y porfiado  y si no razonas  reventarás tu operación y ahí si debemos gastar el doble o el triple para que te recuperes si tienes suerte  pues eso suele ser fatal a veces según el doctor Alejo Remies. Incluso me dijo él en una oportunidad que te diga que lo hagas todo con moderación. No debes facilitar  “aquello”,  este, ejeem, ejem, ya sabes a que me refiero-añadió guiñando el ojo repetidas veces  a Talavera y cuidando que Nancy no lo advierta.

Talavera Pukú lo miró tontamente  como preguntándose a que  se refería.

-¿O no lo sabes? –interrogó don Sotelo.

-No... no... no entiendo -tuvo la sinceridad de declarar Talavera .

-¿Será entonces que nada  te dije sobre eso? –dijo don Sotelo- ¿O quizá te has olvidado? .

-Señora -dijo luego don Sotelo dirigiéndose a Nancy- deseo hablar un momento a solas con su marido.

-¿Por qué, que sucede? –preguntó Nancy.

-Nada, nada -tranquilizó don Sotelo- sólo un momento, un breve rato.

Nancy se alejó luego de las explicaciones de  don Sotelo.

 

 

UNA SUGERENCIA  QUE DEJA MAREADO Y ATÓNITO A TALAVERA PUKÚ.

 

Luego de que Nancy se hubo alejado don Sotelo se acercó más al amigo y murmuró despacio como si temiese a que lo escuchasen:

-No me digas que tú no sabes que a las mujeres no hay que “perdonar” ni un solo día o mejor ni una sola noche.

-¿Perdonar, perdonar?, ¿perdonar qué? –dijo Talavera boquiabierto.

-¿Y no sabes que es lo que las mujeres necesitan todas las noches? –interrogó don Sotelo  comenzando a ponerse impaciente y nervioso.

Talavera se calló sonrojándose e intuyendo lo que don Sotelo estaba insinuando.

-Contesta si no lo sabes, hombre -exclamó alzando la voz don Sotelo- con razón que tu señora no te ama lo suficiente, con razón te quejas como un mujerín  y yo otro inútil y olvidadizo que no te dije que a las mujeres, compañero, “queridísimo amigo”, “hermano del alma”, todas las noches hay que darle el “gusto”. Si te sientes débil debes de tomar cualquier afrodisíaco, pero jamás, jamás nunca aflojar. Dime -añadió- te preguntaré ahora con más crudeza, con claridad pues parece que no entiendes lo que debes entender con medias palabras. Dime, ¿no haces todas las noches con tu mujer el sexo?.

Talavera Pukú se quedó mudo de asombro ante esta cruda pregunta y no supo qué responder ante la insólita intromisión en su intimidad.

-Di, di con sinceridad-apremió don Sotelo ante el mutismo de su “queridísimo amigo”.

-Todas las noches no -admitió con sorprendente sinceridad  y atónito aún Talavera.

-¡Qué bárbaro, qué bárbaro! -exclamó como si fuese una apocalíptica confesión lo que Talavera Pukú confesaba- es uno de tus grandes errores, un mayúsculo e imperdonable error. Las mujeres  están para ser “utilizadas”todas las noches y  ellas se deleitan de eso, lo único reprobable es que no dicen  no se por qué diablos  y los hombres, la mayoría no adivinan porque son unos inútiles . Y yo que temía que demasiado  anticipado comenzaste  a dar de lleno a eso sin dar importancia a tu operación

-“Definitivamente este hombre esta loco o le falta un tornillo o quizás  más” -se dijo Talavera sorprendido y asustado ante las insólitas e increíbles “teorías” de su “satánico amigo”.

-¿Me entiendes porque te dije que todo lo hagas con moderación?  –continuó don Sotelo- pues yo pensaba que queriendo dar gusto a tu señora imprudentemente podías hacer de lleno “aquello”haciendo caso omiso a tu operación que casi te costó la vida  y a mí me costó un “ojo de la cara”.     

Don Sotelo Benítez  se recordaba de la frase “costar un ojo de la cara” y hacía cuestión de usar en todas las ocasiones  en que venía a cuento.

-Y vamos a continuar hablando de todos estos temas en otra oportunidad –dijo don Sotelo-, cuando estés bien sano, lo importante es curarte,  no sea que me cueste  otro “ojo de la cara” una nueva operación  debido a tu imprudencia.

Luego de un rato don Sotelo se despidió y Talavera Pukú dio un largo suspiro de alivio.

 

 

EN UN PRURITO MEGALOMANÍACO EL ESCRIBA IRRUMPE DE NUEVO EL RELATO DEJANDO EL SIGUIENTE DILEMA AL LECTOR: ESTE SUJETO ES AUTOR O ACTOR.

 

Quisiera nuevamente aclarar algo. En efecto creo que ya dije que este relato, cuento o novela verídica yo simplemente  contaba oralmente sin pensar en escribirlo. Un amigo que estaba  escuchando se sintió al parecer ofendido y me dijo hoscamente que lo que yo relataba era mi modo de pensar, mi “filosofía” que estaba enmascarando atribuyéndole a don Sotelo Benítez  lo que yo creía y me dijo tajantemente que yo era un machista. Me dijo para  asumir mi postura y que diga sin ambages que era  yo el que conceptuaba que a las mujeres no hay que “perdonarlas” ni una noche.

Acalorándose me señaló  que yo inventaba verdaderas patrañas para sonsacarles a ellos sus opiniones de una manera sutil e hipócrita.

¡OH, lector amigo tú sabes como yo que la gente es mala y desconsiderada!. ¡Acusarme  de machista y de mentir!. Este amigo es un desconsiderado, un sin vergüenza, un descarado, un verdadero rasputín. ¡Yo machista, jamás!. Al contrario yo amo, adoro al bello sexo, a todas esas encantadoras criaturas y especialmente a mi señora. Quizá ni Talavera Pukú ame con tanta pasión a su Nancy porque yo si es que soy abandonado así como lo fue Talavera me haría hacer operar no sólo de apendicitis  sino de todos los órganos que podrían extirparse a excepción del cerebro, que como dice el doctor Remies, es el motor de todo.

No hesitaría ni un segundo para hacerme ver por “mefistofélicos matasanos” y gustoso aceptaría más de una “amistad satánica” o “indisoluble”. No obstante no importa amigo lector, es cierto que me apena  que haya tantos malentendidos, que me achaquen de todo, que me escupan en el rostro sapos y culebras, repito, no importa eso si es que tú me crees porque yo sólo a ti me debo, por ti estoy dispuesto a todo, porque te quiero y lucharé para contarte todo el relato aunque como dice don Sotelo Benítez me cueste un “ojo de la cara”.

Luego que don Sotelo se fue Nancy preguntó:

-¿Qué te dijo?,¿por qué quiso quedarte a solas contigo?.

Talavera miró a su esposa de una manera singular y se preguntó si debía contarle la payasada de don Sotelo. Le parecía de mal gusto y pensaba que su señora también lo calificaría de esa forma.

Resolvió sin embargo intempestivamente descargarse por don Sotelo.

-Ya te he dicho que este tipo es un loco de remate, es un loco que necesita una camisa de fuerza.

-Pero... -objetó Nancy.

-Nada de peros cómo suele decir este diabólico sujeto -exclamó Talavera Pukú con sorda  rabia y tomando una súbita determinación-, me dijo, me dijo ¿ a que no adivinas que me dijo? . No, jamás adivinarás ni se te pasará por la imaginación lo que este marrano me dijo. En efecto, este tipo indecente e indiscreto me dijo que debo hacer sexo contigo todas las noches, que no debo “perdonarte”ni una sola noche, que así me respetarás y me querrás  más. Que porque no lo hago soy un dominado, un “lorito oga”, un inútil, una plaga, un barrabás, un Caifás –remató Talavera mientras una perversa sonrisa se dibujaba en sus labios al recordarse de los famosos epítetos que don Sotelo le había endilgado en otra oportunidad.

-Y ahora, dime, ¿no es un loco? –preguntó Talavera a Nancy quién la miraba sorprendida y estupefacta mientras abría desmesuradamente los ojos  y no atinaba a decir nada.

-¿Por qué se te antoja inventar cosas? –dijo al fin Nancy- ¿ no estás aún bien de la cabeza?, ¿ tienes fiebre por ventura? -y le tocó la frente y las manos- ¿por qué este señor tan bueno, un verdadero santo que te salvó de una muerte inminente, que pagó los honorarios del doctor tiene que decirte semejantes barbaridades? , ¿o pretendes ofenderme a mí sin darte cuenta? . Es lo que siempre digo, que eres un mal agradecido, conmigo así te has portado más de una vez  y por eso mismo nos hemos dejado en más de una oportunidad. Yo siempre sacrificándome y tú sin valorar nada de lo que hago, tus plagueos siempre me dejaban hartas. No sé por qué se te antoja odiar a este señor que te hizo un bien que es impagable.

-Estoy cansado-musitó Talavera luego de la arenga de Nancy-, no me comprendes, estoy cansado de todo el mundo.

-Al contrario, demasiado te comprendo -dijo con convicción Nancy- eres un mal agradecido, un mal carácter, siempre lo fuiste -agregó furiosa dejando plantado y boquiabierto a su esposo.

 

 

DEL VANO INTENTO DE TALAVERA EN  OBTENER EL DINERO PARA DEVOLVER A SU SATÁNICO AMIGO

 

A  Talavera se le metió entre ceja y ceja como suele decirse que a don Sotelo debía devolverle el dinero que le había prestado para la operación. Quizá, pensaba él, así le dejaría más tranquilo y ya no le visitaría tan a menudo. Pues él barruntaba que sus maquiavélicas  visitas se debían a que precisaba   ya su dinero que le costó un  “ojo de la cara” como decía con desparpajo, lo que dejaba humillado a Talavera. Don Sotelo negaba, sin embargo Talavera en una intuición de psicólogo colegía que las declaraciones de su “queridísimo amigo” debía de interpretarse de diversas maneras.No debía en efecto creer a pie juntillas lo que don Sotelo afirmaba.

Pensó en ir a hipotecar la casa en el banco.

-Eso es -se dijo eufórico- prestaré el dinero  y le daré a mi “satánico amigo”, luego para pagar al banco haré todo el ahorro que pueda. Dejaré de fumar, no tomaré más nada de bebida, incluso puedo dejar de comer -se dijo colérico resuelto a tomar cualquier decisión extrema ante la encrucijada en que se hallaba.

Fue a hablar con el gerente del banco al cual tuvo que esperar un largo y tedioso tiempo. Este le dijo que debía traer el título de la casa acompañado de su señora para firmar  los papeles requeridos.

Talavera Pukú salió maldiciendo. En efecto, ¿cómo convencer a Nancy  que quería prestar dinero para devolver a don Sotelo?. Quizá pensaría que de nuevo estaba “desvariando”.

Intentó pese a todo probar su suerte.

-Quiero devolver aquél dinero que debo a don Sotelo -dejó escapar como al desgano la frase frente a  Nancy. Esta la miró con cierta indiferencia y curiosidad.

-Es interesante -continuó Talavera–  a pesar de que él dice que  no hay apuro,  yo pienso que en agradecimiento a su filantropía debemos devolverle, pues de hecho me salvó de una “muerte segura” -una horrible mueca se dibujó en los labios de Talavera al decir esto- acto que yo no supe agradecer en la debida forma  como él afirma y tú también lo dijiste; pero ahora reconozco mi error y quiero retractarme ¿y qué mejor manera devolviendo el dinero?  ¿O qué piensas?.

-Es interesante la idea -dijo Nancy-  pero ¿dónde encontrar el dinero?

-Podemos hipotecar la casa -insinuó tímidamente Talavera.

-¿Para cambiar una cuenta por otra? -dijo Nancy- además el banco cobra intereses altos. Yo conozco una amiga que se quedó sin su casa.

-No es muy grande el interés que cobra el banco -volvió a insistir Talavera obsesionado a pesar suyo con la famosa cuenta.

-Don Sotelo dijo que no estaba apurado -retrucó Nancy que era bastante sensata.

-Lo difícil es saber con exactitud qué es lo que quiere decir cuando no está apurado - masculló amargamente Talavera.

Tuvo un deseo de arrodillarse y suplicar a su señora que al menos por esta vez ceda. Quería volver a decir que don Sotelo era un maquiavélico sujeto,  que le operaron sin ton ni son pero se contuvo. Temía y estaba seguro que su señora le iba a echar en cara que no estaba bien de la cabeza.

Se resignó a callarse y descartó definitivamente la hipoteca de la casa.

 

 

 

EN DONDE UN HARPAGON IMPONE SU INAPELABLE CONDICIÓN.

 

Andando por ahí Talavera  se encontró con un amigo al cual contó sus cuitas pecuniarias y este le dijo que conocía  a un individuo que prestaba dinero. El interés era elevado,  pero  te sacaba del aprieto bien rápido.  

Mucho caviló don  Talavera si sería razonable  llegar junto al sujeto.

-No cuesta probar -se dijo

Se fue junto al  harpagon, un señor gordo como todos los usureros, simpático a pesar de todo.

Primeramente dijo que el dinero prestaba al quince por ciento. Talavera se lamentó que era un abuso, ahí el harpagon rebajó a trece por ciento luego once para finalizar con diez por ciento.

Golpeó con fuerza la mesa con los puños  el usurero  y dijo que no quería escuchar más jeremiadas.

-Si esa condición no le agrada puede retirarse -dijo furioso- no soy yo el que pide, el que suplica, el que está necesitando. Ni una palabra más quiero escuchar.

Talavera optó por prestar el dinero. Firmó el pagaré y se retiró con la plata contante y sonante.

Resolvió de una buena vez llevar el dinero  a don Sotelo a su propia casa. Le daría una sorpresa y además Nancy no se enteraría de lo que hizo.

 

 

UNA SEVERA E INESPERADA REPRIMENDA RECIBE TALAVERA  PUKÚ PESE A SU SANTA Y BENDITA INTENCIÓN.

 

-¿A que se debe tu visita “hermano de mi alma”, ”queridísimo amigo”? -gritó eufórico don Sotelo al verlo- no esperaba yo esta visita tan agradable. Se te ve bien, estás curado, se nota en ti nuevos bríos.

-Vengo a darte una gran sorpresa -dijo Talavera satisfecho al ver a don Sotelo amable y receptivo- ¿no adivinas que te traigo?.

-No, no se me pasa por la cabeza -dijo don Sotelo.

-¿No se te ocurre que como yo te debo la vida y de una muerte inminente me salvaste  -aquella horrible mueca que ya era un tic nervioso, se le escapó a Talavera al decir que le “debía la vida”- y fuiste conmigo generoso y magnánimo ¿no debo traerte algo que te pertenece?.

Don Sotelo se limitó a mirarlo inquisitivamente.

-¡Tu dinero, te traigo tu dinero! -exclamó alegremente Talavera incapaz ya de mantener el secreto. Y sacó del bolsillo los billetes que hacía unos minutos le había entregado el usurero.

Talavera Pukú creyó que su  “queridísimo amigo”, su “hermano del alma” saltaría de contento pero don Sotelo con la faz inescrutable se mantuvo inmóvil. Incluso comenzó a denotar signos de nerviosismo

-Tu dinero, tu dinero -repitió Talavera mientras un escalofrío  le recorría todo el  cuerpo. En efecto el impredecible don Sotelo era capaz de reaccionar airadamente. Quizá tenía sus razones para decirle que no se apure a devolver el dinero.

Lo examinó atentamente y se alegró porque no estaba ebrio.

-¡Oh, carajo! -gritó de repente don Sotelo agitándose como un epiléptico y dando signos de inmensa rabia- he dicho, repetido hasta el cansancio que no había apuro en devolver el dinero. ¿No te he repetido cientos de veces?.

-Sii, sii, señor -tartamudeo Talavera Pukú  extrañado y asustado a la vez ante aquella insólita actitud amenazadora.

-Miles, millones de veces te lo dije, carajo -continuó furioso don Sotelo- y estas contrariedades son las que me dejan de pésimo humor, me hunden en el más profundo abatimiento y si mal no recuerdo ya dije también miles de veces   que debido a esto es lo que vuelvo a entregarme a la bebida. ¡Mis mejores amigos son los que me incitan a perderme! ¡OH condenada vida!. Uno hace un favor que le cuesta “un ojo de la cara”, una ayuda que  de la cual solo es capaz el alma más generoso del universo y el beneficiado viene a ser un mal agradecido, un maldito, un miserable que te devuelve la buena acción con una certera, atroz y traicionera puñalada por la espalda.

-Pero, ¿por qué tanta rabia  por devolverte tu dinero? –musitó Talavera con la voz apenas audible.

Don Sotelo pareció no escucharle y continuó:

-También creo que ya he dicho que a más de uno maté, debido a que no pude dominar mis nervios, cometí asesinatos que pudieron ser evitados. Por suerte últimamente me he vuelto más razonable, debido a que gente de buen corazón me habla y me aconseja para ser más pacífico. Quizá debido a eso no desnuco a  todos los que se merecen. ¡OH mierda de mundo en que vivimos!- remató con sorda  rabia.

Un silencio de ultratumba siguió luego de las palabras de don Sotelo. Talavera Pukú miraba anhelante y transfigurado a su interlocutor casi sin poder respirar. En cuanto a don Sotelo miraba en lontananza con los ojos fijos en un punto del firmamento como meditando su temible discurso.

El dinero que estaba encima de una mesita fue olvidado por ambos. Una suave brisa que intentó desparramar los valiosos billetes le sacó de su ensoñación y perplejidad a Talavera  y prestamente asió el dinero que estaba a punto de volar.

-Tu dinero, es tu dinero -murmuró Talavera aún atontado mostrando tímidamente el fajo de billetes.

Don Sotelo no se dio o no quiso darse cuenta de lo que insinuaba su “queridísimo amigo” y permanecía con la faz hosca e inescrutable.

-Clara, clara -gritó de improviso don Sotelo llamando a su señora que apareció en un santiamén como si estuviese esperando la llamada poniéndose firme delante de su marido.

-Trae un vaso de whisky  -dijo o mejor ordenó don Sotelo.

Desapareció tan rápido como vino doña Clara con un “si don Sotelo, dentro de un segundo don Sotelo” con aquella docilidad y mansedumbre que tanto admiraba Talavera.

-Me olvidé de decirle que ponga adentro del vaso hielo -dijo como para sí don Sotelo sin dirigirse específicamente a Talavera- pero sin duda ya lo adivinará

-Yo quiero devolverte el dinero que te debo -repetía Talavera obsesionado y mareado.

          No le escuchó don Sotelo  y al contrario miraba con impaciencia donde debía aparecer su esposa. Esta no tardó en aparecer y Talavera Pukú vio maravillado como unos pedazos de hielo estaban en el fondo del vaso.

Agarró el vaso don Sotelo e hizo tintinear los pedazos de hielo con el whisky frente al rostro mismo de Talavera como diciéndole: “viste como adivina  la mujer a la cual uno maneja”.

Y luego paladeó un prolongado trago del aguardiente y pasó a Talavera quien mudo aún, sin dejar de admirarse  se limitó a mostrar el lugar de la operación.

-¡Ah, es cierto! -exclamó don Sotelo-  es probable que todavía no  te convenga tomar.

Y don Sotelo volvió a tomar otro trago, carraspeó dos o tres veces y bajó el vaso encima de una mesita.

 

 

CONTINUA LA FURIBUNDA CATILINARIA DEJANDO ÍDOLOS SIN CABEZA , HACIENDOSE ALUSIONES A JESUCRISTO, A LA IGLESIA, A LA BOMBA ATÓMICA Y AL GRAN MARISCAL.

 

Otros apurados tragos fueron paladeados por don Sotelo sin dar importancia a la queja de Talavera.  A medida que el tiempo pasaba se ponía mas inquieto haciendo pequeños chasquidos con la lengua, se dilataba  su nariz, sus pies y sus manos comenzaban a agitarse y sus ojos parpadeaban con insistencia.

Talavera Pukú sabía que aquellas contorsiones era el preludio de una borrasca impetuosa que se avecinaba.

-Si yo -exclamó al fin don Sotelo golpeando el pecho de su amigo con las manos- si yo hubiese inventado la bomba atómica, ¿sabes qué hubiese hecho?

-Este... yo... no sé -admitió cariacontecido Talavera sin comprender la pregunta. ¿Qué tenía que ver la bomba atómica en el caso?

-No sabes, no sabes, ni nunca lo sabrás –le reprochó don Sotelo con la voz estentórea- ya sabía eso porque tú eres un sujeto que no sabe nada, un inútil desagradecido al cual no le duele que otros le paguen mal pues nunca hiciste nada de bueno, no como yo que me desvivo por mis semejantes. Si señor, así es a mí si me hubiera tocado la suerte de inventar la bomba atómica, ya hace tiempo que hubiera hecho volar el mundo, el universo entero porque odio a los malagradecidos, a los miserables, a los badulaques y el mundo entero está lleno de esa clase de insectos.

Una sonrisa diabólica se dibujaba en los labios de don Sotelo que parecía complacerse en ver a Talavera atónito queriendo descifrar aquel verdadero enigma que tenía delante de él.

-Jesucristo tenía razón cuando dijo que no existía un solo justo en el mundo entero -añadió luego de una pequeña pausa- en la  Biblia está todo escrito.

-Ya comienza a embriagarse –se dijo Talavera que sabía  que cuando su “queridísimo amigo”, su “hermano del alma” comenzaba a hablar de Jesucristo o cosas bíblicas era porque ya comenzaba a embriagarse.

-Jesucristo que dijo –continuó gesticulando aparatosamente don Sotelo- que si el ojo no te sirve hay que arrancarlo como yo lo hice por ti, Jesucristo fue el único justo que vino a redimir el mundo pero nadie lo escuchó. Habrá guerras por el orbe entero dijo, y hermano contra hermano se levantaran y eso es lo que está sucediendo. Todos somos hermanos, hijos de Adán y Eva pero todos nos odiamos, somos mezquinos; ojo por ojo, diente por diente, es todavía nuestra  ley. Y eso es lo que me da rabia, me deja loco, y me da ganas de poseer la bomba atómica y ya que la gente no quiere escuchar la voz de Dios quisiera eliminar al mundo entero, aunque perezca yo también para que se cumpla la justicia divina ya que la justicia humana es imposible de realizar. ¿O a ti que te parece? –interrogó a su interlocutor don Sotelo.

-Y está bien, es interesante –murmuró Talavera.

-En lo único que no estoy de acuerdo con Jesucristo –continuó luego de dar otro trago a la bebida don Sotelo- en lo único que no estoy de acuerdo con Jesucristo es  cuando dijo que hay  que perdonar setenta veces siete. Eso es mucho, demasiado; supongamos que yo te perdone setenta veces siete; ¿no crees que antes  de perdonarte esa cantidad yo ya estaría muerto más de una vez?, ¿no te parece? –interrogó don Sotelo.

-Sii, sii –volvió a admitir Talavera que estaba dispuesto a aceptar todo lo que su “queridísimo amigo” afirmaba.

Talavera Pukú lo miraba cabizbajo y de nuevo se maravilló cuando al sorber el último trago de whisky  apareció doña Clara sin que se la llame: era como si estuviese espiando para comprobar si terminaba el alcohol para volver a llenar la copa.

Le pareció incluso a Talavera ver en el rostro de doña Clara una maligna sonrisa como si se alegrase de su sufrimiento.

Don Sotelo, al ver que su señora aparecía, sonrió satisfecho, parecía un dios siendo servido en el Olimpo con el néctar.

-Yo sé muchas cosas –agregó luego- de todo ya pasé y suelo analizar concienzudamente todo lo que sucede a mi alrededor. La Iglesia por ejemplo, es una gran porquería que tergiversa asquerosamente lo que Jesucristo dijo. Yo la Biblia sé de memoria y sin embargo estos curas badulaques a veces me quieren enseñar. Ellos viven como reyes, se alimentan de lo mejor, son unos haraganes y tienen sus mujeres a montones. Son verdaderas plagas que no siguen el camino de Jesucristo sino el de Satanás; por eso yo pienso que hay que castrarlos a todos sin excepción comenzando por el Papa, los Cardenales, los Obispos, y luego a los curas porque así solamente van a aguantar la tentación de la carne. Así es compañero –continuó golpeando con las manos las piernas de Talavera que dio un salto; tan abstraído estaba escuchándolo- si compañero, todo está al revés en el mundo y es posible que no tarde en llegar el día del juicio final en donde todos debemos rendir cuentas a Dios de lo que hemos hecho

Talavera se dio cuenta que no había otra opción que ponerse sumiso asintió con la cabeza repetidas veces.

-Tienes razón, toda la razón del mundo –se animó a decir desganadamente- pero, ¿qué hacer cuando no adivinamos lo que nuestro amigo quiere?. Yo traje el dinero que te debía con toda buena intención  y tú te enojas.

-Y tienes suerte de que solo me enoje –exclamó tajante don Sotelo- porque mereces cosas peores; el Mariscal  López , nuestro máximo héroe que se tragó  la bandera paraguaya para que no caiga en  manos de los “macacos”, él, es un ejemplo para el mundo entero, él como digo mandaba fusilar a sus hermanos y hermanas  porque no adivinaban que había la conspiración y que la patria estaba en peligro. Yo no sé si tu no estas enterado que el Mariscal de Acero mandó fusilar también a su cuñado porque no llegó a enterarse de la conspiración en San Fernando y cientos y miles más llego a mandar fusilar porque eran unos inútiles. Yo quiero tener un poder similar para actuar de la misma manera que nuestro héroe máximo para matar a todos los pusilánimes, a todos los traicioneros a los mal agradecidos, a los pelafustanes y a los Judas.

Un largo suspiro se escapó del pecho de Talavera Pukú ante la patriótica arenga  de su contrincante.

-Suspiras porque ni siquiera ya te interesa la historia patria –le reprochó duramente don Sotelo a quien no se le escapó el suspiro de Talavera- si, no te interesa a ti y la inmensa mayoría son como tú, la raza paraguaya se está “degenerando” de a poco. Los jóvenes ni siquiera ya se quieren ir al cuartel. No es como en nuestra época cuando jurábamos que un soldado paraguayo valía por veinte soldados “macacos”, y por treinta “curepï”, pues los “curepí” son aún más inútiles que los “macacos”. Yo la historia paraguaya sé de memoria,  seríamos un país grande y poderoso, pero los brasileños y los argentinos nos robaron toda nuestra tierra y mataron a todo el pueblo paraguayo pues ellos temían a la raza paraguaya cuya misión era el que nadie explote a nadie. Eso fue el motivo de la guerra. Los “macacos” tomaron el Uruguay para tentarle a nuestro insigne Mariscal y él salió en defensa  del más débil y humilde. Declaró la guerra al Brasil y luego a la Argentina. Vinieron como langostas encima de nosotros esos desgraciados, inútiles y cobardes creyendo que el Mariscal López iba a ser presa fácil; pero les salió el tiro por la culata y le demostramos lo que un paraguayo valía. El Mariscal de Acero cumplió con su promesa sagrada de morir con la patria  y lo hizo en Cerro Corá,  en una sangrienta batalla en donde sin hesitar un segundo se tragó la bandera paraguaya para que no se apoderen de él nuestros enemigos. ¡Con la espada en la mano murió como todo paraguayo de ley debe hacerlo!. En otra oportunidad te contaré mas sobre la historia paraguaya que yo conozco como la palma de la mano.

Se calló al fin do Sotelo. El motivo de la visita de Talavera se había dejado de lado debido a los luengos he inesperados  discursos.

 

 

CAPÍTULO EN DONDE SE DICE Y  REITERA UNA LAPIDARIA Y TRISTE FRASE.

 

-Tengo que irme –suplicó Talavera Pukú- mi señora debe estar esperándome y además creo que es hora de tomar un remedio que el doctor Alejo Remies me había recetado.

-Si es así debes irte. Si el doctor Alejo Remies dice que debes tomar a tal hora  hay que obedecerlo –condescendió don Sotelo.

-¿Y tu dinero? -inquirió Talavera

-¡Ah, ah!, ya me olvidé que para eso viniste -dijo don Sotelo- llévalo, haz lo que quieras de él. Hoy hace quince días que te operaste; dentro de quince días voy a cobrarte un interés de veinte por ciento  para devolver al legítimo dueño, pues haz de saber que el dinero no es mío. Yo presté el dinero al interés de veinte por ciento para pagar tu operación.

-¿Veinte por ciento, veinte por ciento, veinte por ciento? –murmuró Talavera mareado. Estaba a punto de perder el conocimiento. Ahí estaba el quid de la cuestión. ¡Con razón la ingente rabia de don Sotelo! ¡ Aquél dinero no debía ser devuelto aún!.

-Sí, sí, -dijo don Sotelo con total  naturalidad- yo ese dinero presté al veinte por ciento de interés de un amigo, a un plazo fijo de seis meses para pagar los honorarios del doctor Remies. Lo hice por ti, para salvarte, para que no te mueras como un “perro sarnoso”, reconozco que no es bajo el interés, sin embargo; ¿qué vale más?, ¿pagar un interés algo alto o pagar tu entierro?, porque tú sabes mejor que yo que podías morirte como un “perro sarnoso”, pero yo y el doctor te salvamos la vida para vivir feliz con tu señora y tus hijos.

-¿Veinte por ciento, veinte por ciento? –repetía Talavera obsesionado sin prestar mucha atención a las macabras palabras de su interlocutor.

-¿O te parece que es un abuso? –preguntó algo irritado don Sotelo al escuchar con insistencia los veinte por ciento que aturdido repetía su “queridísimo amigo”.

-Por ahí se consigue el dinero al diez por ciento –se aventuró a decir Talavera.

-Sí, ya se que sí –contestó sin inmutarse don Sotelo-  yo te dije miles de veces que sé muchas cosas; a mí no me vas a enseñar nada, ni sobre dinero, religión, mujer, historia o lo que sea. Tu caso era algo urgente, no se podía esperar pues te ibas a morir cual “perro sarnoso” y además -aquí don Sotelo tomó el vaso y un largo trago de aguardiente sorbió  como pensando que iría a argumentar. Sin embargo movió la cabeza como desechando la idea de querer convencer a su interlocutor y dio rienda suelta a la ira que era su argumento más convincente, seguro e inapelable.

-Al fin y al cabo no tengo porque darte tantas explicaciones, pues parece que estás buscando pleito como un “perro sarnoso” poniendo obstáculos y problemas en donde no  hay. Si es que no quieres pagar lo haré yo por ti pues yo no soy como tú, que pretendes meter el rabo entre las piernas  como un cobarde  “perro sarnoso”. Sí, yo te salvé la vida y podría volver a afrontar la cuenta que pretendes negar. Me saca de quicio, me calienta el corazón y la cabeza  que haya gente de tu calaña. Responde: ¿quieres pagar o no para responsabilizarme de una buena vez por esa maldita cuenta que tanto problema está causando?.

Los ojos de don Sotelo relampagueaban, su voz era amenazante y Talavera que conocía bien a su “queridísimo amigo”, a su “hermano del alma” increpándolo de “perro sarnoso” sin pudor alguno sabía  qué hacer respondió:

-Yo pagaré esa  cuenta, es mi responsabilidad, no debes enojarte, apenas opiné que el interés era alto pero como bien  dices debido a la urgencia no había otra cosa que aceptar.

-Ya era hora que reconozcas -replicó don Sotelo-, si eras un poco juicioso no me hubieras hecho enojar y te hubieras callado y además si eres inteligente debes tener cuidado para cometer estupideces.

Asintió mansamente con la cabeza Talavera Pukú para luego retirarse.

 

 

DE LO QUE TRAJO LA TARDANZA DE TALAVERA PUKÚ.

 

Talavera Pukú con el dinero  en las manos se fue yendo lentamente de la casa de su “queridísimo amigo”

-¿Cómo pude ser tan zonzo para no adivinar  el porqué no quería que se le devuelva el dinero? –meditaba profundamente acongojado.

-Todas sus acusaciones no dejan de tener cierta verosimilitud -murmuraba-, en efecto, soy un inútil, una plaga, un “perro sarnoso” por codearme con esta clase de gente. ¿En qué tiempo, lugar y espacio me  podré librar de ellos?.

Estaba desesperado y caminaba sin rumbo fijo por la ciudad. A veces le daba intenciones de echarse frente a algún vehículo que transitaba por las calles para terminar con sus tormentos.

Luego de varias horas llegó a su casa y encontró a Nancy descontrolada.

-¿Por dónde has estado? ¿Qué sucedió? –interrogó con voz trémula de emoción.

-¿Qué pasa, que tienes? –preguntó Talavera intrigado.

-¿Por qué llegas recién? ¿No te sucedió nada? –continuó Nancy anhelante y alarmada- yo estaba desesperada por tu tardanza, creí que te sucedió algo grave. En mi desesperación fui a preguntar por ti en lo del doctor Alejo Remies

-¿Dónde te fuiste? –preguntó sobresaltado Talavera

-En el consultorio del doctor Remies; pensé que podrías haberte sentido  mal  y  recurriste a él.

-Noo, noo, ahí nunca me vas a encontrar -replicó Talavera-, ahí ni muerto o mejor solo muerto me vas a encontrar.

-¿Siempre con la fobia al doctor? –preguntó Nancy.

-Te has apresurado vanamente –replicó Talavera esquivando la pregunta de su esposa-  yo estoy bien, sano y fuerte.

-Mejor, me alegro -contestó Nancy-, pues pasé un susto debido a tu tardanza, el doctor Remies dijo que me tranquilizara.

-¡Qué señor tan amable y bueno! -continuó luego de un momento Nancy-, el doctor Remies se interesó por ti y también por mí, insinuó que estaba probablemente con mis nervios alterados y que debido a eso llevaba demasiado en cuenta tu tardanza. Me dijo que me vaya mañana para inspeccionarme detalladamente cuando le dije que me dolía el corazón.

-¿A ti te duele el corazón? –interrogó Talavera intrigado ante la inesperada novedad.

-Sí, hace unos días estoy sintiendo mucho dolor en el pecho.

-¿Y contaste eso al doctor? –preguntó Talavera maldiciéndose por el motivo de su tardanza que acarreó la consecuencia de la visita de su señora al “mefistofélico matasanos”.

-Aproveché la ocasión para contarle pues estaba tan amable -contestó Nancy-, me dijo que podía ser de los nervios, que no me preocupara por el costo de la consulta; que le podemos pagar cuando podamos.

-Es un dolor momentáneo –tranquilizó Talavera mientras se le helaba la sangre en las venas ante la hipotética ida de su señora a consultar al doctor Remies.

-Tu estás sana  –continuó entusiasmado-, son los nervios; yo soy el culpable que te

hago pasar malos ratos.

-No soy  ninguna hipocondríaca -dijo contrariada Nancy- ¿Qué pensará de nosotros el doctor Alejo Remies si rechazamos su amabilidad?. No seré tan imprudente en dejar de ir pues encuentro eso una descortesía mayúscula.

Ante la  determinación de Nancy Talavera dejó vagar su mirada  y se dijo:

-Ojalá no se le antoje al “mefistofélico matasanos”, al “monstruo carnicero” operar del corazón a Nancy, porque cualquier cosa podemos esperar de él y de mi “satánico amigo”.

 

 

DEL OMINOSO SUEÑO QUE DEJÓ TURULATO A TALAVERA PUKÚ

 

No volvieron mas a tocar el escabroso tema y Talavera se acostó no pudiendo conciliar el sueño.

El dinero que había prestado al exorbitante interés del diez por ciento había guardado cuidadosamente en un secreto lugar luego de que Nancy se durmió.

-¿Qué haré con el dinero que presté? –se decía angustiado-, dentro de un mes debo llevar a aquel maquiavélico harpagon  con los intereses correspondientes.

-¿Y mi “satánico amigo”, ¿será que prestó aquel dinero o es suyo y me está queriendo explotar? –continuaba soliloquiando en la oscura noche- ¿No es con su propio dinero que pagó a aquel “matasanos” y me quiere enchufar al veinte por ciento de interés? ¿O quizá se entienden estos malditos sujetos?, ¿cómo puedo saberlo? . Y ahora mi Nancy que quiere ir a consultar con el doctor Alejo Remies quien es capaz de hacer cualquier cosa por ignorante o por sin vergüenza. ¿De dónde sacó que tenía apendicitis?. Es cierto que cometí la mayor estupidez de mi vida  al afirmar que me dolía pero él si era un médico competente,  que no yerra nunca según don Sotelo debía saber que no tenía nada.

Se calló meditabundo y volvió a maldecirse por haber inventado el supuesto dolor que tan caro le costó.

Luego de varias horas de divagar sobre su infortunio se quedó dormido.

En sueños vio que el doctor Remies y don Sotelo se morían y un regocijo que nunca tuvo en vida se apoderó de él. A él le encargaron de cavar la fosa en donde ambos debían de ser enterrados. Lo hacía con una alegría feroz e insana y ya estaba avanzando  con su tarea  cuando de improviso comenzó a menguar sus fuerzas. La pala se le escurría de las manos, pedía auxilio pero nadie le hacía caso. Fue cuando providencialmente vino llegando Nancy y loco de contento le imploró ayuda ya que poco faltaba para terminar de cavar la fosa en donde debían ser echados los inermes cuerpos de los dos demonios.

Pero Nancy no le hizo caso y en vez de ayudarlo se fue junto a los dos muertos, dando a ambos apasionados besos haciéndolos resucitar, uno y otro se levantaron  y agradecieron a Nancy con besos y abrazos. Después don Sotelo lo miró con la faz terrible que tanto espantaba a Talavera, en cuanto al doctor Alejo Remies comenzó a reírse. Talavera Pukú de repente se sintió un delincuente  y negó con vehemencia que él fuera el autor de la fosa que se estaba cavando y que también era inocente de la muerte de los resucitados.

Nadie sin embargo le hacía caso y  una indiferencia total se trasuntaba en los rostros de don Sotelo y el doctor Alejo Remies.

De improviso el “ mefistofélico matasanos” se dirigió hacia Nancy, la abrazó y la dio apasionados besos. Nancy no se resistía mientras Talavera le gritaba que corriese pues el “monstruo carnicero” la iba a operar inútilmente del corazón. Quiso ir para defender a Nancy pero no podía moverse del lugar en que se encontraba, pues don Sotelo le había atado los pies con gruesas cadenas  mientras incitaba al  “mefistofélico matasanos”  a no dejarse intimidar y continuar con su diabólica tarea.

El doctor Remies comenzó a desvestir a Nancy  y le palpaba el lugar del corazón, sin embargo desechó operarla pues se encontraba sana.

Sin embargo, en vez de dejarla, la desnudó del todo mientras el “mefistofélico matasanos” también comenzaba a desnudarse.

Un terror corrió por la espina dorsal a Talavera al ver el enorme falo del doctor Alejo Remies que ¡estaba todo pintado de blanco!. En efecto no solo los pelos pubianos del “mefistofélico matasanos” estaban pintados de blanco sino también sus mismísimos genitales.

¡Luego era cierto lo que la gente decían de él!

De improviso apareció un alma caritativa  con una  hacha en la mano y conminó a Talavera a que fuese a cortar los siniestros testículos del “mefistofélicos matasanos”  ¿pero, como ir a triturar aquello si las gruesas cadenas con la que lo aprisionó don Sotelo no lo dejaba moverse? .

Nancy comenzó a reírse juntamente con el doctor Remies y contaba con sonoras y cristalinas carcajadas al “mefistofélico matasanos” que el falo de Talavera Pukú  era demasiado pequeño comparado con la de él. Con sus dedos mostraba que era pequeño, pequeñísimo, tan menudo  ya mostraba que sacaba de quicio a Talavera.

Riendo siempre Nancy afirmaba que si es que ella sabía que había falos del tamaño del doctor Alejo Remies hacía tiempo que se hubiera dejado  de su esposo.

Con razón decía Nancy que Talavera Pukú odiaba tanto al eficiente, justo, buenísimo del doctor Remies y ese odio dejaba transparentar llamándolo de “mefistofélico matasanos”, de “monstruo carnicero” y otros motes despectivos. En efecto el odio provenía a que seguramente mientras lo operaron fue descubierta la insignificancia del falo de Talavera.

Luego de continuar burlándose de Talavera durante un largo rato más, se prepararon como para hacerse el amor.

En ese momento se despertó Talavera Pukú felizmente y tuvo que levantarse de la cama para respirar, pues se estaba ahogando. Nancy dormía plácidamente a su lado ajena a su horrorosa pesadilla.

 

 

UNA ACUSACIÓN ANTE LA CUAL EL AUTOR PREFIERE CALLARSE Y DE LAS ARGUCIAS A QUE SE RECURRE PARA OMITIR UNA VISITA.

 

Cuando yo conté este verídico y espeluznante sueño de Talavera Pukú a los amigos que me estaban escuchando no faltó el cascarrabias que me increpó que lo del sueño era una mentira más. Me dijo que ya no quería escuchar  más, que yo era un inventor de historias  y que tergiversaba  burdamente todo.

Me censuró también que ahora sí estaba convencido del todo que era un verdadero machista. ¡Un machista grosero, maquiavélico, sin pudor, sin un rastro de decencia!.

Con la boca abierta yo indagué el porqué de la acusación y él me replicó que se notaba a la legua que yo creía que a las mujeres les interesa el falo grande y que debido a eso contaba con tanta fruición el sueño de Talavera. Me sermoneó que no había necesidad de contar aquellas infamias que podían ofender a las mujeres y hasta a los hombres, pues estos temas son de seres rústicos sin educación alguna.

Quise defenderme y decir algo, pero no me dio tiempo y abandonó la reunión dejándome con la palabra en la boca.

Después de pensar con detenimiento, le di la razón a este amigo que me abandonaba. En efecto todos estamos expuestos a ser mal interpretados y no debía yo ser intolerante y humildemente hice mutis. 

Aquella mañana  después del sueño de Talavera Nancy se despertó  y dijo a su esposo que se prepararía para ir a consultar al doctor Remies.

Talavera que estaba rogando a Dios y a todos los santos para que ella se olvidase de la consulta masculló una sorda maldición. Trato de convencer a Nancy a desistir  dándole repetidos besos y comenzó a argumentar:

-Estás linda, mas linda que nunca, pareces una jovencita de veinte años y estás sana, ¿para qué ir junto al doctor?, ¿no es un absurdo que una señora tan joven y llena de vida se vaya llegando junto a un doctor? .

-Si mal no recuerdo el doctor Alejo Remies me dijo que la enfermedad es algo invisible que solo los doctores eficientes ven -replicó Nancy-, me dijo que podía irme sin ningún problema, en fin ya dije que puede tomarse como una descortesía mi inasistencia.

-Escúchame y no te vayas –suplicó Talavera- no sé, pero esta noche, ¡OH, anoche, si supieras lo que he visto en sueños! -musitó con patetismo conmovedor Talavera.

-¿Sueño?  ¿y que tiene que ver tu sueño con mi ida al doctor Remies? .

-He soñado cosas horribles que me dejaron los pelos de punta, que me deja aún anonadado –contestó Talavera.

-Pero, por favor, dime qué soñaste –preguntó interesada y curiosa a la vez Nancy ante la patética revelación de Talavera Pukú, que se vio ante una disyuntiva pavorosa. ¿Iría a contar su macabro y libidinoso sueño?. A él mismo le pareció absurdo, inverosímil, pueril y estúpido. ¿Qué pensaría Nancy? ¿que estaba mintiendo descaradamente?. Rápido optó por inventar un supuesto sueño:

-He visto que te ibas al doctor Remies y que... que luego no volviste más; yo te llamaba por todos los rincones del mundo, lloraba tanto que se formó un mar de mis lágrimas, nuestros hijos se ahogaron en ese mar. Al fin luego de mucho tiempo me trajeron tu corazón, solo tu corazón;  pregunté por ti y nadie sabía nada, solo el silencio,  el silencio sobrecogedor era la respuesta a mis súplicas.

Se quedó un momento pensativa Nancy y algo admirada ante aquel sueño que no la dejaba de halagar. Prefirió a pesar de todo no ceder.

-Si dejo de ir –dijo-, haríamos caso a una superstición y eso no es bueno.

-Es cierto, pero, si... yo... este... es mejor que no cuente lo que soñé de verdad –estalló intempestivamente Talavera furioso y contrariado-, lo que conté no fue mi sueño, lo que soñé de verdad fue algo dantesco, pero sé que tu no comprenderás y presiento que estoy perdido, irremisiblemente perdido; nadie me comprende y es probable que nunca ya me comprenderán –remató Talavera desesperado y salió afuera sofocado.

-¡Extraño, que extraño! –murmuró Nancy-, ¿qué le sucede?, ¿por qué se pone de improviso airado y afirma que nadie le comprende?, ¿será que continua enfermo de la cabeza?, ¿está aún algo trastornado después de la operación?.

Se fue junto a su marido y le dio repetidos y cariñosos besos y dijo:

-Sé que estás enfermo, te dejó mal la operación, estás preocupado y te comprendo. Has pasado tan mal pero de a poco lo superarás, lo sé, estoy segura y confiada porque estás en las manos de un eficientísimo doctor . Aprovecharé la consulta y le pondré al tanto al doctor Remies sobre tus nervios

-Noo, no le digas nada, nada... nada –dijo alborotado Talavera al escuchar aquel maldito nombre y la insinuación de Nancy-, sobre mi ni el más remoto recuerdo quiero, yo estoy sano y los que me enferman son este tenebroso matasanos y aquel desgraciado amigo a los cuales quisiera despedazar, quisiera enterrarlos muertos o vivos  como casi lo hice en sueños; si, porque fue eso lo que soñé. ¡Estaba ya a punto de matarlos y desgraciadamente me desperté antes! ¡Ojalá tuviera la suerte de matarlos en sueños!.

-Necesitas descansar –dijo calmamente Nancy creyendo que su marido estaba imbuido de un irracional odio hacía el magnánimo y bondadoso doctor Remies y el bueno de don Sotelo Benítez.

 

 

 

TRANSFIGURADO EL DOCTOR REMIES CONFIRMA CON ÉNFASIS CUALES SON LAS DOS PROFESIONES MAS VILIPENDIADAS E INGRATAS DEL ORBE

 

Nancy se fue  a la consulta marcada por el doctor Remies. Parecía que estaba más preocupada por la situación del  marido que  la de ella. Llegó al consultorio del doctor en donde  con  letras doradas estaba un escrito que decía:

     

 

DOCTOR  ALEJO  REMIES 

 

CLÍNICO GENERAL. ESPECIALIZADO EN TODO TIPO DE CIRUGÍA

 

La secretaria dijo a  Nancy que el doctor estaba ocupado y que debía esperar.

Luego de una larga espera Nancy se aventuró a preguntar si el doctor estaba con algún paciente. La secretaria se encogió de hombros y dijo:

-Creo que no; pero el doctor no necesita estar con pacientes para estar ocupado, eso al menos suele decirme.

Los minutos corrían  y cuando ya Nancy estaba resuelta a volver sobre sus pasos se abrió la puerta del consultorio y apareció el doctor Alejo Remies blanco como la nieve y se deshizo en cumplidos al verla.

-Por favor señora –dijo- adelante, vamos a llegar. Y la hizo entrar en el consultorio.

-¿Hace tiempo que estaba esperando? –preguntó a Nancy y le señaló un sillón para sentarse.

Nancy se limitó a asentir con la cabeza.

-¡OH, tienes que disculparme señora –dijo con una sonrisa algo forzada el doctor Remies-, lo que sucede es que nosotros los médicos cuando estamos ocupados nos volvemos totalmente abstraídos y es como si estuviésemos en el otro mundo. Estaba tratando de solucionar un problema, bueno, eso no importa vayamos a su enfermedad ¿qué siente?

Nancy se sintió de nuevo cohibida ante la pregunta del doctor pues no sentía nada concretamente.

-Este, casi nada –murmuró al final- un pequeño dolor en el pecho, ayer ya le comenté doctor, pero quizá estaba dramatizando.

-No piense jamás eso –cortó tajante el doctor Alejo Remies- siempre es mejor prevenir que curar y eso es “normal, normal, totalmente normal”.

-Sí, doctor  –musitó Nancy.

-Y es porque no se previene que la gente se muere a montones –continuó hablando con más fuerza y entusiasmo el doctor Alejo Remies-  pues esperan mucho para venir junto al doctor que es el único que soluciona el problema en un tris, tal cual yo solucioné el problema de su marido quien no quiso entender que se estaba muriendo y que su salvación dependía de una pequeña incisión indolora y casi sin importancia.

-Sí, doctor  –volvió a repetir Nancy.

-La gente dudan para venir junto a nosotros los doctores como si fuésemos monstruos sin corazón –añadió sentenciosamente el doctor Alejo Remies- yo sé, demasiado bien sé,  que muchos hablan mal de los doctores, pero cuando están por morirse piden socorro y las más de las veces ya no le solucionamos su problema porque ya es tarde. Hay ocasiones en que a mí me da la tentación de bailar y reír delante de algunos moribundos que esperan, esperan y esperan para llamar al doctor y luego ya agonizantes quieren que nosotros le salvemos la vida. Sin embargo se mueren y con razón por la tardía llamada al galeno y luego sus parientes, sus hijos, padres, esposas  despotrican contra nosotros; dicen que somos unos inútiles, que cobramos caro, que de nada valió nuestra intervención. Tu marido  es un ejemplo vivo que casi pereció miserablemente debido a su tozudez pero no todos tienen la suerte de contar con un amigo que en el momento te esté apoyando, pero “es normal, es normal, totalmente normal”.

-Sí doctor, sí doctor  –se limitaba a repetir Nancy.

-Es la profesión más ingrata del mundo la del médico –continuó entusiasmado el doctor Alejo Remies  como si a medida que hablaba del tema se sintiese transfigurado-  el doctor no duerme horas, noches enteras, no desayuna, no come ni cena  por amor al paciente y sin embargo se quejan de nosotros; pero existen excepciones y no faltan quienes reconozcan nuestros méritos y con eso nosotros, yo al menos, ya me siento contento y retribuido. ¡Salvar una vida eso es lo más gratificante que existe  y sólo un doctor es capaz de   tamaña proeza!. Tu marido por ejemplo ahora puede estar contento al lado  de ti  ¿por qué? porque llegué en la hora exacta, le  extirpamos la apendicitis en la hora exacta pero muchos no llevan en cuenta  eso y nos injurian.

-Sí doctor  –se limitaba a responder Nancy mirándole arrobada.

-A lo mejor –dijo luego de un silencio el doctor Alejo Remies- a lo mejor, es casi seguro que tú, tú –añadió con fuerza dirigiéndose a Nancy-, no sabes quienes son las dos personas mas vilipendiadas de la gente y a los cuales se acude presurosos en la hora “equis”, en la hora en que el alma se va a despedir del cuerpo, en que la abandonará inexorablemente.

Miró con ojos interrogativos a Nancy el doctor esperando alguna respuesta.

-¿No sabes, verdad? –insistió el doctor Remies.

Movió negativamente la cabeza Nancy.

-Y es “normal, normal, totalmente normal” –se quejó resignado el doctor Alejo Remies- tú eres aún joven y nada sabes, pero la experiencia te enseñará y aprenderás de a poco. Los dos personajes descalificados son... son... –se calló y miró a Nancy como invitándola a que trate de recordar  quienes serían  esos protagonistas.

Nancy se limitó a mirar y movió la cabeza humildemente como pidiendo disculpas por no saber.

-Son... son... son  –repitió el doctor Remies y dijo algo despacito como si fuese un profesor soplando a un colegial.

-Son el médico y el sacerdote –dijo al fin con voz altisonante el doctor Remies-  el médico y el sacerdote. El uno se ocupa del cuerpo y el otro del alma y consuelan como pueden. Para eso estudiamos nosotros, para eso nos desvivimos. Yo salvé la vida  a decenas, centenas, miles de personas y su marido es uno de entre  esos miles. Y si algunos mueren es porque no hay mas remedio, es porque el destino ya resolvió otra cosa y cuando el  hado te fija la hora no hay doctor por mejor que sea  que remedie eso, sin embargo, eso muchos no lo saben y como estaba diciendo se quejan. Yo a mis amigos les suelo decir que si hasta Dios murió, ¿por qué el hombre no debe morir?. Sí, Dios tranquilamente vino a morir voluntariamente por los hombres y estos sin embargo quieren sin pensar en eso, permanecer por siempre inmortales. ¡Qué estupidez!. Cuándo viene la muerte hay que someterse a ella sin chistar y si tenemos suerte como su marido por ejemplo, al cual yo asistí en la hora exacta para salvarle de la inminente muerte, entonces, ¡Aleluya!.

Luego de decir esto el doctor Alejo Remies miró atentamente a Nancy que volvió a decir el “sí doctor, sí doctor”.

-Yo, yo estoy con los ojos abiertos, bien abiertos  –continuó después de un corto silencio el doctor Remies-  y con el bisturí  bien afilado para salvar aún a decenas, centenas y miles de personas si Dios me da vida y fuerza suficiente. Quizá,  señora, su suerte sea que yo un día le salve la vida. ¡En dónde sabremos!. ¡Nadie sabe su camino y a veces el más sano, él más fuerte cae abatido por alguna fatal enfermedad y si no es otro médico seré yo el llamado a salvarla la vida.

-Sí doctor, sí doctor –volvió a decir Nancy.

 

 

ANTE UNA IMPÍA Y DELEZNABLE ACUSACIÓN EL AUTOR NO TIENE OTRA OPCIÓN QUE DEFENDERSE.

 

Vamos a descansar un rato del doctor  Alejo Remies y confidenciemos nosotros lector amigo.

Nuevamente uno de mis amigos que escuchaba mi historia me acusó que yo quería “hacerme el simpático” al hacer hablar de esa manera al doctor Remies. Me espetó que había médicos charlatanes pero que se notaba a la legua que yo abusaba. Me defendí argumentando que ni siquiera insinué que el doctor Remies era un charlatán, que mi oficio era el de contar lo que sucedió.

En efecto, ¿no cuento que don Sotelo anda diciendo y repitiendo que a su hijo “prácticamente lo resucitó” el doctor Remies? . ¿Nancy no cree por ventura que a su esposo le salvó de una muerte inminente?; ¿quién está en lo cierto? ; ¿Talavera que lo acusa de “mefistofélico matasanos” y de “monstruo carnicero” o don Sotelo y Nancy y las decenas, centenas y miles de personas a quienes el doctor dice que salvó la vida?. No sé yo, le dije. Sin embargo él insistió que yo daba a entender que era un charlatán y además un payaso porque  comentaba con verdadero jolgorio lo que el doctor  Remies protagonizaba.

Me callé y me limité a mirarlo torvamente ya que no entendía ,  ni entendería  mi intención: que es simplemente decir la verdad de lo que ocurrió para solaz  de los amigos.

Y ahí  pensé que don Sotelo tiene razón cuando afirma que por causa de los amigos vuelve a tomar el agua... ardiente, que tiene razón cuando quisiera haber inventado la bomba atómica o tener el poder del Mariscal de Acero para hacer añicos de la gente mezquina y desagradecida. También le doy la razón al doctor Alejo Remies que dice que a él le daba la tentación de bailar cuando algunos se estaban muriendo delante de él por acusarlo vanamente.

-¡Acúsenme de lo que les dé la gana! –pensé luego tranquilizándome. ¡Ingratos, maleducados, desagradecidos, inútiles que no saben tratar al amigo cuya única intención es contar una historia para solaz de conocidos.

Y me propuse continuar contando incentivado por otro amigo que me dijo que haga caso omiso de personajes que sólo quieren discordia, camorra, peros sin sentidos cual “perros sarnosos” como diría con toda razón don Sotelo.

 

 

EL DOCTOR  REMIES CON SU PROVERBIAL HONESTIDAD EXPIDE EL DIAGNÓSTICO  A  NANCY Y AFIRMA QUE TODO ESTÁ “NORMAL, TOTALMENTE NORMAL”

 

Y luego de esta pequeña aclaración volvamos a hacer hablar al doctor Alejo Remies contra el cual nada tengo a pesar de que algunos maliciosos me quieren enemistar con él.

-Muchas veces, muchísimas veces –siguió diciendo el doctor Alejo Remies a Nancy-  nosotros asistimos gratuitamente sin cobrar un peso a los menesterosos, y ¡atención, mucha atención! no faltan  y hasta podría decirse que son los más, en efecto, no faltan los avaros, los vivos,  los mezquinos que no se animan a dar un centavo y sin embargo están llenos de plata, son millonarios y nos tratan de embaucar contándonos miserias . Yo a estos avaros  y miserables quisiera decirles que si un doctor se desvela por mí y me salva la vida, hipotecaría mi casa, mis muebles, mi ropa, en fin todo lo que poseo pero lastimosamente, las... ti... mo... sa... men... te  –y al recalcar esta frase dio un largo suspiro el doctor Alejo Remies-  no he visto aún,  a un sólo de entre las decenas, centenas y miles de personas a los cuales salvé la vida, la preciosa vida, que se muestre tan magnánimo. Y sin embargo yo suelo decir que eso es “normal, normal, totalmente normal”.

-Sí doctor, tienes razón doctor –dijo Nancy

-Parece que estoy hablando demasiado –dijo acertadamente el  doctor Remies- volvamos a su caso ¿qué  siente?, ¿que enfermedad  la asedia?.  Nancy pareció despertar del  prolongado letargo en que estaba sumida durante los discursos del doctor Remies.

-Como le estaba diciendo doctor –dijo al fin- yo en definitiva no siento casi nada. Lo que me preocupa es más bien mi marido, estoy muy preocupada por él.

-Su marido está sano –dijo el doctor Remies-  yo le salvé la vida.

-Es que... doctor –dijo dubitativa Nancy- no sé si debo ponerle al tanto pero sus procedimientos son extraños.

-¡Ah sí! –exclamó el doctor Alejo Remies-  ¡su trauma, su delirio!. ¿No es eso? ahora me recuerdo, nosotros los doctores que nos dedicamos con pasión a nuestra labor nos olvidamos fácilmente.

-Sí doctor –dijo Nancy comprensiva- sueña a veces cosas horribles y se encuentra nervioso casi todo el día.

-¿Sigue diciendo cosas incoherentes?  –preguntó el doctor.

-Sí, sí, doctor.

-¡Ah, bueno!, si es así no le vendría mal visitar a un siquiatra –aconsejó el doctor Remies  poniéndose en actitud pensativa- un siquiatra es ahora su solución. Debe venir junto a mi mañana, para darle una recomendación e ir junto a un siquiatra amigo mío. Ahora por lo que veo es su cabeza lo que no está funcionando bien, pues yo de su cuerpo respondo.

-Pero doctor –protestó Nancy-  no queremos abusar de su amabilidad.

-¡OH, no!, de eso no se preocupe –tranquilizó el doctor Remies- ya le dije que los buenos doctores están para servir a la humanidad y no para servirse de ella; por eso le esperaré a su marido mañana  y ahora la inspeccionaré a usted  –añadió lentamente.

Con gran parsimonia el doctor Alejo Remies  tomó la presión a Nancy, escuchó los latidos del corazón, la miró a los ojos y observó con detenimiento  toda la humanidad de su paciente.

-La presión está un poco alta, el corazón funciona bien aunque quizá  no con la precisión absoluta, en fin está “normal, normal, totalmente normal” –finalizó.

 

CONTINUA EL INTERMINABLE Y DOLOROSO CALVARIO DE  TALAVERA PUKÚ.

 

Cuando  Juan Vicente Talavera, más conocido por sus amigos como Talavera Pukú escuchó de los labios de Nancy que debía ir junto al doctor Remies para que éste le dé una recomendación para un siquiatra, casi le dio un mortal infarto.

Se quedó mudo y pálido durante largos minutos y luego saltó como un endemoniado y casi gritó:

-¡Por Dios y todos los santos!. ¿Qué has hecho Nancy de mi vida?. Ustedes me quieren matar, me van a matar de cualquier manera. ¡Era lo que faltaba!. Ir junto al doctor Remies que me recomendará a un siquiatra. ¡Es él lo que necesita de un siquiatra, y urgente por cierto!.

Y descontrolado continuó machacando:

-¡Es él quien está loco, loco de remate y no yo! ¡Qué mayúscula estupidez has hecho sin saberlo Nancy!. Es cierto, reconozco que me están por volver loco, totalmente loco poco a poco, así como están locos el “mefistofélico matasanos” y el “satánico amigo” pero todavía no estoy. ¡Un siquiatra, un siquiatra, no necesito yo de ningún siquiatra así como no necesité de aquella maldita operación que me hicieron!. ¡No, no,  jamás iré ni a punta de pistola junto al doctor Remies ni  al siquiatra!.

Juan Vicente Talavera estaba con la faz lívida, temblaba y un sudor frío le corría por todo el cuerpo.

-Hubiera sido mejor que me muera de una  vez  –se lamentó con inusitada furia y con la voz que le salía de una manera fantasmal-  sí, sí, que muera de una santa vez como un “perro sarnoso” como me dijo aquél diabólico amigo, aquel usurero, infeliz, desgraciado, en cuyo cuerpo deben de estar encarnados miles de demonios. Si tuviera coraje quizá me suicidaría para quedarme libre de todos mis verdugos.

Nancy  se callaba observando en silencio y como queriendo adivinar porqué de la furia de su marido y de los epítetos duros que pronunciaba contra sus dos amigos.

-Lo que has hecho, lo que hiciste –repitió Talavera Pukú como si aún si  resistiese  a creer lo que Nancy hizo- ¡Qué locura, recordarse de mí al doctor Remies!. Yo te pedí que no lo hagas  y quizá lo hiciste de propósito. Estos son los motivos que nos alejan.

Luego de estas patéticas quejas Talavera Pukú miró a su mujer que estaba todavía sumida en un mutismo que denotaba más bien preocupación que  enojo; más predisposición a comprender que a tomar una actitud belicosa. Talavera se quedó mirándola asombrado y desconcertado ante la actitud sumisa y conciliadora de Nancy.

-Me siento anonadada ante tu incomprensión  –dijo al fin Nancy-  nosotros queremos  que te sanes, hacemos lo imposible para que estés bueno y tú le acusas a todo el mundo.  Pero se justifica pues estás enfermo; sí, ahora estoy más convencida que nunca, que realmente  estás enfermo y  es seguro que el doctor Remies no esté equivocado y necesitas que te vea un siquiatra.

-Por favor, por favor –suplicó Talavera-  no creas eso, algún día sabrás la verdad, yo estoy sano.

-Al contrario –replicó Nancy- yo pienso que estás mal, o quizá quieres separarte de mí de nuevo y no quieres decirlo crudamente. Si tu intención es abandonarme, hazlo. La intuición que tengo es que pretendes dejarme o que estás muy enfermo.

Talavera negó con vehemencia que tuviese intención de abandonarla En un momento dado incluso casi contó que su maldita operación fue debido a una equivocación de la cual él fue partícipe. Lo más probable era sin embargo que su señora no lo creyese o pensase que estuviese “desvariando” y prefirió callar. Dijo en actitud conciliadora a Nancy que le disculpe, que era cierto que estaba muy nervioso; que pensaría bien y que quizá se iría junto al doctor Remies.

 

 

DEL MACABRO Y VERGONZOSO SUEÑO

 

De nuevo Talavera Pukú esa noche no durmió enseguida, sin embargo se hizo del dormido al notar que Nancy se sentía inquieta al verlo darse vueltas en la cama y le preguntó si se sentía mal. Talavera aseguró que no y luego de algunos minutos dio algunos ronquidos que engañaron a Nancy,  quién más tranquila   se quedó dormida.

Talavera lejos estaba de conciliar el sueño. ¿Cuándo iba a terminar sus problemas? ¿ qué debía hacer? ¿abandonar todo para librarse de sus verdugos?.

Se sobresaltó de improviso  y sin darse cuenta pensó:

-¿No será que estoy de verdad enfermo? ¿Quizá estoy  trastornado, loco o medio loco como dicen? ¿Me trastornó la cabeza la operación?. No, no, ellos están equivocados.

Luego de algunas horas se durmió al fin. Pero no tuvo suerte porque se le apareció de nuevo en sueños el “mefistofélico matasanos”.

Lo vio con una enorme jeringa bailando una danza macabra. Le amenazaba  riéndose con  el bisturí que  había utilizado para sacarle su apendicitis aguda.

Le amenazaba con volver a utilizar de nuevo pues se estaba  poniendo terco como de siempre. Quiera o no,  él debía curarlo definitivamente pues esa  era su misión .

Lo peor y lo más espeluznante era que el bisturí del doctor Remies de improviso se convertía en su famoso falo pintado de blanco. Acercaba peligrosamente  al cuerpo de Talavera que estaba aterrado.

Riéndose mefistofélicamente el doctor Alejo Remies le preguntaba si prefería operarse con el bisturí  o con el falo.

-“El bisturí o el  falo, el bisturí o el falo” –le decía alegremente mientras continuaba su danza macabra.

-“El bisturí, el bisturí, mil veces con el bisturí” –gritaba Talavera Pukú acurrucándose temeroso en  la cama.

Llegó incluso a preguntarle  por qué pintaba de blanco sus pelos pubianos  y su  pene y porqué era tan voluminoso. El también quería que el suyo fuese así de grande, lo único que no quería hacer era pintarlo todo de blanco.

El doctor Remies sin embargo se ofuscó al parecer cuando le dijo eso y resolvió operarlo con su enorme  falo y acercó peligrosamente al cuerpo de Talavera quién se despertó aliviado antes de sufrir la incisión.

 

 

 

TALAVERA PUKÚ CAMBIANDO LADINAMENTE DE PARECER,  DECLARA A SU SEÑORA QUE PIENSA HACER ESTUDIAR MEDICINA A SU HIJO.

 

Estuvo largo tiempo pensativo Talavera cuando se despertó, aún estaba lejos de amanecer.

Su ya famosa y horrible mueca se dibujó en sus labios al rememorar su sueño. Le pareció hasta simpático el maquiavélico juego del  doctor Alejo Remies en  convertir su temible bisturí en su más temible falo.

  Nancy se dormía a su lado y la miró y se sintió desalentado y mohíno a la vez al saber que su señora estaba a favor de su enemigo.

-Es mejor que les siga el juego –se dijo  inspirado y viendo quizá una tabla salvadora-, trataré de ponerme dócil y veré hasta donde llega esta gente. Usaré de astucia antes que fuerza y entonces quizá sea más seguro que me salve de estos diablos. Desterraré de mi alma toda belicosidad y me haré del enfermo ya que tanto quieren que me sienta enfermo y observaré a mis enemigos y de acuerdo a como ellos juegan, jugaré con ellos.

Esa mañana temprano, apenas Nancy se levantó las primeras palabras que dijo fueron:

-Enseguida, dentro de algunos minutos me iré junto al doctor Alejo Remies para ver que me aconseja.

Nancy no dejó de sorprenderse por el tono jovial, sereno y alegre de su esposo.

-¿Te sorprende? –dijo rápido Talavera adivinando lo que su esposa pensaba-, pero anoche estuve pensando y les di la razón a ustedes. Mi terquedad es insuperable y merezco no sólo reprensión sino también apaleamiento. ¡Qué asno fui al hacerles la contra, que estúpido!.

Y se rió largo y tendido luego de acusarse de epítetos tan duros y deleznables.

Se quedó estupefacta Nancy al escuchar la risa cristalina de su esposo y tembló.

-¿Será que ahora se volvió enfermo? –pensó para sus adentros-, un cambio de actitud así tan súbita, tan sorprendente me deja desconfiada.

-Está bien –dijo luego en voz alta-, me deja eufórica y sorprendida tu decisión. Además te veo mejor, pareces sano y rozagante, amaneciste bien, se te nota.

-Sí, sí –admitió Talavera-, parece que con tan sólo pensar que me voy junto al doctor Remies ya me siento curado.

Su horrible mueca apenas se divisó. Fue tan imperceptible que pasó desapercibido a Nancy.

Se bañó luego silbando alegremente. Se vistió mientras hacía bromas con Nancy y sus hijos.

-A uno de nuestros hijos vamos a hacerlo estudiar medicina –dijo mientras acariciaba la cabeza del pequeño-, ¿qué te parece Nancy?. Un  doctor en nuestra casa, un retoño nuestro que pueda asistirnos cuando queramos. ¡Interesante, interesante!, ¿verdad?.

Nancy no salía de su estupor. Es cierto que se sentía gozosa pero también algo asustada. En efecto; ¿ahora queriendo hacer estudiar medicina a su hijo?. ¡Aún no pasó días o mejor horas que despotricaba contra los “mefistofélicos matasanos” y sin embargo ahora pensando de tan diferente manera!.

-Podría ser –admitió al fin Nancy-, aunque el estudio dicen que es caro.

-No importa, no importa –replicó jubiloso Talavera sin inmutarse-, la medicina, la medicina es algo tremendamente importante. Lucharemos, trabajaremos para que salga alguna vez de él un joven que salva vidas por “decenas, centenas y miles” aunque  nos cueste “un ojo de la cara” como dice don Sotelo.

La imperceptible mueca de Talavera Pukú volvió a insinuarse al recordar estas frases.

-¿Don Sotelo?, ¿qué dice don Sotelo? –dijo curiosa Nancy al escuchar que su marido nombraba a su “queridísimo amigo”.

-Nada –replicó Talavera- me recuerdo que en una ocasión don Sotelo me dijo que le costó un “ojo de la cara” mi operación y pienso que debe de tener razón.

-¡Ah! –exclamó Nancy sin entender demasiado bien.

Talavera Pukú besó a sus dos hijos y a Nancy antes de irse. Volvió dos o tres veces sobre sus pasos alegremente y repetía los besos regocijado y tatareaba una canción de amor, una famosa  polka de  Emilianoré.

 

 

LOS SABIOS E INVENTORES SON DISTRAÍDOS PERO LOS MÉDICOS NO LE VAN EN SAGA SEGÚN EL DOCTOR ALEJO REMIES.

 

-Maldito, miserable matasanos –se dijo Talavera Pukú no bien salió de su casa-, ¡Lo que me veo a fingir por culpa suya!, ¡hacerle estudiar a mi hijo medicina!. ¡Jamás, jamás!, preferiría que sea un empleado que tire basuras a que se convierta en un “monstruo carnicero” como el doctor Remies.

Con la cabeza gacha reflexionaba Talavera y se puso triste como si fuese conducido a la guillotina.

-Puerco, miserable, se merece la horca este Remies. Algún día me pagará, no pierdo la esperanza de que alguna vez pueda hacer de él lo que me plazca.

-¡Ah, si tuviese la suerte y se mandasen mudar de acá o quizá se mueran de una santa vez! –continuaba soliloquiando Talavera- a pesar de que esta clase de gente no muere nunca, viven más de cien años; con razón dice el refrán “hierba mala nunca muere”, cada día le doy más la razón a aquel animal de don Sotelo que quiere tener el poder de un Mariscal López  o haber inventado la bomba atómica para matar a todo el mundo. Yo me contentaría con fulminar al doctor Remies y a don Sotelo. ¿Por qué diablos será que Dios deja que especimenes  de esta clase atormenten a sus semejantes?, ¿Dónde está la justicia?. Pero no importa –se consoló-, ya veré cómo engañarles o cómo librarme de estos energúmenos.

Llegó al consultorio del doctor Alejo Remies y la secretaria  le informó que el doctor aún no había llegado. Talavera impaciente esperaba la llegada del doctor sintiéndose pésimamente. Le parecía que estaba en un lugar inapropiado, en un sitio  que debía estar ocupado por otros y extrañamente se sintió como un impostor. Le desasosegaba esa idea  y dejaba vagar su mirada por el interior  de la sala, ora por la calle y le daba ganas de salir a correr.

Al fin llegó el doctor Remies, se bajó de su coche apurado, lo miró y pareció no reconocerlo. Dio un saludo vago y entró en la pieza en donde atendía a los clientes. Estuvo largo rato ahí y Talavera estaba expectante mientras se decía:

-“Este animal ni ya se acuerda de mí. Ojalá no salga más para que de esa manera pueda dejar de lado mi consulta”

Sin embargo luego de un largo paréntesis apareció el doctor  Remies y recién ahí pareció percatarse de la presencia  Talavera.

-¡Eras tú el que estaba! –exclamó alborozado dándole la mano con efusión-, yo cada día me vuelvo más distraído, no veo a nadie, no percato  nada, vivo como en las nubes; dicen que los sabios e inventores son así, pero por lo que se ve los médicos no le van en saga. –afirmó sonriendo satisfactoriamente.

Talavera Pukú lo miró torvamente y una escéptica sonrisa se dibujó en sus labios. No le convencía en absoluto lo que el doctor Remies decía y que más bien estaba representando un papel  premeditado.

-¿No pagó aún la consulta? –Averiguó a su secretaria el doctor y ante la respuesta negativa de ésta dijo:

-No importa, no importa, yo le dije que podía venir con dinero o sin dinero. Me recuerdo cuando le operé de su apendicitis aguda a nadie pregunté si me pagarían o no y lo mismo solícito le presté atención como un padre a su hijo. Todos lo médicos deben de ser así. La norma y la ética de todo buen médico debe ser esa: pero entremos amigo y hablemos de su problema.-añadió e invitó a Talavera a entrar en el consultorio.

Luego de cerrar cuidadosamente la puerta del consultorio y convidar a Talavera  a sentarse, él también se sentó, comenzó a desdoblar papeles y estuvo como unos diez minutos callado hojeando como si Talavera Pukú no existiese.

Murmuraba algunas palabras ininteligibles; se rascaba suavemente la frente, se frotaba con más suavidad aún la nariz, la barbilla con gran delicadeza y sus ojos entornaba de una manera pintoresca y extraña.

-Así es la vida –murmuró al fin como para hacerse escuchar pero sin dirigirse específicamente a él-, la vida está llena de problemas, nadie descansa. Ojalá encontremos la panacea para los dolores de la sufriente humanidad. A mí me enferma tantas enfermedades que andan sueltas por el mundo. Encontrar una vacuna que solucione todos los problemas es mi mayor sueño: quiero ver felices a todo el mundo, a todos mis amados pacientes. Sin embargo Dios aún no quiere que así sea y debemos resignarnos ante la divina providencia.

Y luego de decir esto dio un largo y doloroso suspiro sin dignarse aún mirar a Talavera quien lo observaba de reojo tratando de sonsacar si era malignidad o ingenuidad lo que trasuntaba el “mefistofélico matasanos”.

-¡Ah, es cierto, estás tú! –dijo al fin dirigiéndose a Talavera como si recién se percatase de su presencia- ¿qué dices hombre?, ¿cuál es el problema?.

-Yo pienso que no tengo problemas –se apresuró en decir Talavera- mi señora es la que dijo que tenía que venir y...

-¡Ah, sí, es cierto! –contestó el doctor Remies-, y debes agradecer porque ella se preocupa por tu salud; pues muchos, como le estaba explicando yo a ella, esperan el último momento y quieren que nosotros los médicos actuemos como santos y hagamos milagros. No, no, nosotros no somos santos ni hacemos milagros, pero si vienen a tiempo junto a nosotros ahí sí salvamos vidas y más vidas como yo por ejemplo te salvé  aquella noche en que te debatías entre la vida y la muerte. ¡Hubieras amanecido bien, pero bien muerto aquella mañana si tu amigo no hubiese intuido que estabas entre la vida y la muerte!. ¡Y tú te animaste a negar!. Me recuerdo perfectamente, pero felizmente nosotros los doctores con experiencia sabemos de las argucias de los enfermos que no saben el peligro a que se exponen por un temor infundado. Te hice dormir como un angelito y luego te extirpé  la apendicitis sin que sientas el mínimo de dolor. Te pusiste sano sin darte cuenta.

Ante aquél inesperado y ominoso recuerdo de su maldita operación a Talavera casi le dio un ataque nervioso. Se puso lívido y tentado estuvo de reprender violentamente al “mefistofélico matasanos”, pero se recordó oportunamente que debía seguir las reglas de juego de sus verdugos y optó por callarse prudentemente.

-Felices ustedes –admitió luego sin poder disimular su horrible mueca-, bienaventurados los médicos que tienen en sus manos la vida de las personas.

-No tanto, no tanto –replicó con modestia el doctor Alejo Remies-, porque muchas veces estas personas son verdaderos animales  a quienes hay que hacer entrar en razones a la fuerza  para que  entiendan que necesitan ayuda.

-Sin embargo insisto en que es digno de envidia la profesión de la medicina –retrucó Talavera Pukú-, tanto que ya pensé en hacer estudiar a uno de mis hijos la medicina y pienso que si era por mí todo el mundo debería dedicarse a esa profesión. –dijo con  disimulada maledicencia Talavera Pukú.

-Loable decisión –respondió el doctor Remies sin percatarse de la  doble intención  de las palabras de Talavera-, pero no debes precipitarte, desde luego que es interesante si tu hijo tiene predisposición para eso. La medicina amigo mío es una verdadera vocación y sólo los que tienen verdadera vocación deben estudiarla.

 

DEL DECÁLOGO QUE HASTA AL MISMÍSIMO MOISÉS LE HABRÁ HECHO AGITAR EN SU TUMBA.

 

-En efecto –continuó luego de un momento el doctor Remies-, en estos tiempos de materialismo, de amor por la sensualidad, de placeres fáciles, de tener al prójimo como a un objeto sin valor, se está mirando la vocación sagrada  del médico como un negocio sucio y repugnante.

-¡Cuánta razón tienes doctor! –musitó Talavera Pukú mientras hacía enorme esfuerzo para no decir al doctor Remies que él lo consideraba un verdadero comerciante, ignorante y demagogo- pero, ¿cómo saber de buena tinta que tiene un espíritu  altruista como el suyo doctor? –añadió recordando que debía seguir las reglas de juego de sus enemigos.

-Por eso te aconsejo, mirar atentamente las actuaciones de tu hijo –señaló Remies-, yo te mostraré el “Decálogo del Medico”. No a todo el mundo muestro esto; sólo a algunos amigos de confianza y tú me has caído simpático, además pretendes hacer estudiar a uno de tus hijos para médico; eso es seña de que valoras la sagrada profesión del galeno.

Al decir  esto el doctor Remies sacó de su escritorio un pedazo de tela de treinta centímetros de largo y quince de ancho en donde estaba escrito su Decálogo que pasó a Talavera quien comenzó a leer:

 

 

DECÁLOGO DEL MÉDICO EJEMPLAR.

 

1)- El doctor debe tener siempre paciencia con el paciente aunque este sea un mal educado.

2)- El paciente nunca debe protestar por el precio que le cobra su médico, pero si rezonga el médico debe tener paciencia con el desalmado y no apurarse en mandarle al diablo aunque se merezca.

3)- El verdadero médico no debe escatimar esfuerzo  para convencer al paciente que si es necesario someterse al bisturí que lo haga sin miedo alguno, con entera confianza, pues está en las manos de un verdadero y amantísimo padre.

4)- Si el doctor yerra y se le muere un paciente no debe acongojarse en demasía porque la culpa no es de él. En efecto ni las maquinarias ni el ser humano son perfectos, sólo Dios.

5)- El buen médico debe hacer lo posible e imposible para que su paciente jamás se encolerice durante el tratamiento. Esto hace que su enfermedad se prolongue y en esas ocasiones el doctor ejemplar sufre más que el propio paciente.

6)- El doctor ejemplar aunque vea que su paciente se comporte como un animal debe guardar una compostura digna. En efecto de nada valdrá que se sulfure vanamente ante las reacciones de un animal,  que no entiende que se le está  haciendo el mayor bien.

7)- Lo ideal debe ser que el médico y el paciente se amen. El doctor ejemplar hará  lo posible e imposible para tal menester. El amor mutuo es una verdadera panacea para el paciente.

8)- Si bien el doctor es algo sagrado, una persona digna de veneración y respeto,  debe tratar de igual a igual a su paciente. Jamás debe ensoberbecerse porque tiene una misión sagrada que ningún ser humano posee.

9)- El dinero, el vil metal, el despreciable oro, nunca, nunca jamás debe anteponerse para cuidar al paciente.

10)- Si la muerte del paciente es inevitable el doctor ejemplar debe buscar la manera más eficiente y eficaz  de consolar al candidato a la  muerte y a sus familiares. En efecto el médico ejemplar sabe que de la muerte nadie se salva. Hasta el mismísimo Dios en persona vino a morir.

Le producía una especie de asco y nausea este “Decálogo del médico ejemplar” a Talavera Pukú. Además de no entender con claridad lo que ahí se afirmaba  pensaba que era de pésimo gusto el Decálogo.

-Sólo este animal, este “mefistofélico matasanos”, este “monstruo carnicero” debe ser el que tiene esta clase de Decálogo –se dijo y tuvo un impulso de tirar al rostro del doctor Remies su “Decálogo del médico ejemplar”.

-Interesante, lindo, magnifico. –dijo luego en voz alta tratando de disimular la  ironía.

Ufano el doctor Alejo Remies se relamió los labios y tomó de las manos de Talavera su decálogo con gran amor  y lo guardó cuidadosamente.

-Olvidamos a qué vine –insinuó Talavera ansioso ya de salir de aquél pequeño infierno que le estaba sofocando.

-¡Ah, es cierto!, ¿para qué en efecto fue tu venida? –dijo el doctor como despertándose de su ensimismamiento halagador-, yo me olvido tan fácilmente de las cosas, pero bueno,  tengo tantas cosas que solucionar en el mundo que mi cabeza es siempre un hervidero de ideas, de complicaciones que deben ser solucionadas que a veces parece que vivo en otro mundo. En fin todo es disculpable en un doctor que se desvive por el socorro de la humanidad.

-Mi señora me dijo que debías darme una recomendación para un siquiatra –dijo Talavera deseoso ya de terminar su consulta.

-¡Ah, sí es cierto! –dijo el doctor Remies-. Pero –objetó de improviso mirando atentamente a Talavera-  estás pareciendo demasiado cuerdo por lo que estoy notando.

-Al contrario –retrucó Talavera-, estoy mal, de vez en cuando me vuelvo medio loco y en otras ocasiones totalmente loco –remató haciendo su horrible mueca y sintió una perversa alegría contradiciendo al “mefistofélico matasanos”. Pensó que quizá contradiciéndolo  resolvería no recomendarle al siquiatra.

-O sea que por momentos le da su locura –insinuó el doctor Remies.

-Yo pienso que estoy loco toda la hora, no por momentos –repitió con mórbido regocijo Talavera resuelto ya a aceptar todo lo que resolvían sus verdugos.

-Muy bien, muy bien –dijo alegremente el doctor Remies como si se complaciera enormemente de que Talavera estuviese loco-, te daré una recomendación para uno de los mejores siquiatras de la ciudad que diagnosticará si estás verdaderamente loco o no. Es uno de mis mejores amigos, alguien que toma el ejercicio de la medicina como yo, con verdadero altruismo, con verdadero amor al prójimo, porque como dice en mi “Decálogo del médico ejemplar”  el amor es lo más primordial entre el paciente y el galeno.

Luego escribió en su talonario de recetas una recomendación y alargó a Talavera quien lo tomó y luego se despidió del “mefistofélico matasanos”con un largo suspiro de alivio.

 

 

CONTINUAN LAS COMPLICACIONES  COMO SI EL DIABLO ESTUVIESE METIDO EN TODO LO QUE HACE TALAVERA PUKÚ.

 

-A este siquiatra no me voy –se dijo resueltamente Talavera-, si es su amigo debe ser tan pésimo como él, y ahí sí,  es probable que me vuelva loco de verdad.

Llegó a su casa y encontró a Nancy que parecía estar eufórica.

-Estoy alegre y asustada al mismo tiempo –fueron las  primeras palabras que dirigió a su marido-, encontré algo que ni en sueños imaginé, sucedió un verdadero milagro.

-¿Algo encontraste, sucedió un milagro? –inquirió Talavera intrigado.

-Hallé una suma grande de dinero –contestó Nancy.

-¿Dinero, dinero? -interrogó Talavera.

-Sí, sí –contestó Nancy-, en el cajón del ropero, parecía bien escondido.

-¿Dinero, dinero? –repetía Talavera mareado-, ¿será posible? –masculló presintiendo algo horroroso.

-Sí, es dinero, acá están –corroboró Nancy y fue a traer el dinero contante y sonante que Talavera había prestado del usurero y que había escondido sin saber aún qué destino darle ya que don Sotelo se negaba  a aceptar.

Los ojos de Talavera se nublaron, sus cabellos se erizaron, su corazón estaba a punto de parar. Su respiración se volvió anhelante y miraba con ojos extraviados el maldito fajo de billetes. ¡Cómo podía estar tan expuesto a la desdicha!

Nancy le pasó el dinero, pero Talavera instintivamente desvió con las manos  como temiendo que se le contagie alguna enfermedad ante el contacto de los billetes.

Nancy lo miraba estupefacta. Talavera se recostó en el sofá lívido el rostro, estaba sofocado, faltaba un tris para darle un ataque del miocardio.

-La muerte, la muerte es preferible a todo esto –murmuraba ininteligiblemente.

-¿Qué sucede, qué te pasa?- interrogaba asustada Nancy mirando con espanto el cadavérico rostro de su marido.

Éste que se iba recobrando de a poco se hizo aún del muerto, para rumiar mejor qué era lo que iría a hacer. ¡Aquél dinero ajeno!,  no había pensado aún detenidamente que hacer de él y  ¿cómo explicar a su señora  por qué cosas del destino estaba en aquel lugar?. Ahí si le iba a catalogar como un verdadero loco si es que intentaba explicar sus escalofriantes e  hilarantes peripecias.

Era mejor estudiar qué hacer, ver con detenimiento de que forma sortear  aquella malhadada situación.

-Me siento mal, me sentí muy mal –exclamó al fin-, fue quizá el excesivo esfuerzo que estuve haciendo.

-A mí me estaba resultando sospechoso –dijo Nancy- aquel bienestar inusitado que sentías algunas horas antes de irte junto al doctor Remies.

-Es algo pasajero –tranquilizó Talavera-, lo que ahora me preocupa es el dinero ¿de donde salió, de quién será?, ¿no debe de ser un  crimen apoderarse de cosas ajenas?.

-¿Y por qué dices que nos apoderamos de cosas ajenas?.

-¡No es nuestro, lo único que sabemos es que no es nuestro!

-Es cierto –reconoció Nancy-, pero  tampoco conocemos al dueño

-Sí, sí –dijo recobrando el aplomo Talavera-, es mejor dejar en el mismo lugar que encontraste  si por casualidad aparece el dueño o quizá para saber si no es una nueva jugarreta del destino lo que estamos pasando -murmuró con voz apenas perceptible.

Aceptó la sugerencia de su esposo Nancy. Ella ya estaba poniéndose supersticiosa  y todo le estaba pareciendo misterioso.

-¿Cómo te fue con el doctor Remies? –preguntó Nancy luego de guardar el dinero en el mismo lugar en donde halló.

-Olvidémonos de él por ahora -suplicó Talavera- estoy extenuado y sin ganas de hablar.

Tomó luego un  fuerte tranquilizante que lo hizo dormir por varias horas.

 

 

LADINAMENTE EL NARRADOR ARGUMENTA A SU FAVOR Y DECLARA QUE SI NO ES UN SANTO AL MENOS ES MUY BENÉVOLO.

 

Quiero confidenciarte  lector amigo que si era por mí hubiera querido que Juan Vicente Talavera más conocido por sus amigos por Talavera Pukú  se duerma eternamente y así quedar tranquilo. En efecto, ya quiero descansar de él, así como él quiere descansar de don Sotelo Benítez y del doctor Alejo Remies. ¿O que piensa él?, ¿que nadie está cansado de sus trapacerías?. No, si  cree  así se equivoca de medio a medio pues yo ya estoy cansado de narrar su maldita historia  y estoy hasta la coronilla de él. Pero me siento “obligado” a seguir contando lo que sucedió. Si se hubiera muerto descansaría de él, sin embargo quiere seguir viviendo pese a sus tímidos intentos de querer suicidarse, de morir de una santa vez como le dijo a Nancy. Pero como dice don Sotelo para eso se necesita tener agallas y tentado estoy de creer que Talavera Pukú no será un hombre de verdad  antes de que mate a uno  de sus semejantes y por lo tanto sea incapaz de inmolarse. ¡Tanto miedo a la muerte!. Bien le ha dicho el doctor  Alejo Remies que la muerte no es cosa del otro mundo y que no existe galeno que te salve de ella si el destino resuelve llevar el alma del “candidato a la muerte”.

Me achacarás lector que soy un desalmado, un inútil, un degenerado, un cruel, un malvado sin corazón por desear su muerte, pero ¿acaso él también no desea la muerte de sus dos amigos que afirman que le salvaron la vida?. Yo sin embargo no le debo nada  a Talavera y me crea un ingente trabajo el seguir con detenimiento hurgando lo que sucedió con imparcialidad absoluta y eso me cansa, me irrita. Además me está fastidiando sus estupideces y una creciente animadversión se está apoderando de mí contra su persona. Me predispone a una inquina, con motivo o sin ella,  sus actuaciones; y si piensa que es demasiado bueno y sufre injustamente está muy equivocado. No obstante debo perdonar, no debo entregarme a precipitados ímpetus que quieren apoderarse de mi frágil espíritu y debo aprender que el amor es lo más importante  y que debemos amar y hacer el bien aunque nos cueste un “ojo de la cara” como acertadamente dice don Sotelo.

En fin, si en un momento de fugas debilidad  quise que Talavera Pukú duerma eternamente me arrepiento de ello y hago acto de contrición  ya que es mi “criatura”,  seguiré narrando con verdadero amor sus famosísimas peripecias. Sólo te recomiendo lector que a nadie muestres este libro y que tampoco se te antoje divulgar hechos que no son verídicos e inventar historias no sea que nos acusen de mentirosos y de dañar famas ajenas.

 

 

EN DONDE JUNG, FREUD, ADLER Y FROMM REUNIDOS SE HUBIERAN VISTO EN UN VERDADERO APRIETO PARA DESCIFRAR EL SUEÑO DE TALAVERA PUKÚ.

 

Largo y tendido se durmió Talavera Pukú esa noche. Nancy volvió a preguntarle antes de dormirse qué le dijo el doctor Alejo Remies. Talavera resignado le contó que le había dado una recomendación para un siquiatra que era muy amigo del doctor.

Y nuevamente un sueño agitado perturbó a Talavera. Si bien había hecho en pensar en cualquier otra cosa  para alejar lo más lejos posible de su mente al “mefistofélico matasanos” y a su “satánico amigo” no le resultó el juego y soñó con ellos.

Soñó que preguntaba a alguien, a quien no pudo identificar, si los siquiatras no operaban de  ningún mal a las personas. El interlocutor desconocido  se rió de su temor ¿desde cuándo en efecto, un siquiatra hace operaciones?.

Contento debido a la respuesta, casi bailando en una pata, se fue junto al siquiatra felicitándose de que  no debía temer a ninguna operación. Y grande fue su alegría cuando vio que el siquiatra era un amigo suyo.

    Sin embargo de improviso su amigo se metamorfoseó en  forma repentina e inusitada en un salvaje y comenzó a apostrofarlo llenándole de injurias como solía hacerlo don Sotelo.

Por último lo trató de  “cagón” porque tenía un miedo cerval a las operaciones y le dio una infausta noticia: infelizmente  era necesario una operación en la cabeza para quedar buena física y mentalmente.

Talavera Pukú  protestaba  a su amigo del maltrato. Acurrucado y temeroso sentado en el sillón  decía si el porqué de sus operaciones ya que de nada sufría.

El siquiatra amigo sin embargo no se inmutó de  sus protestas y dio tres o cuatro silbidos como llamando a alguien. Aparecieron como por arte de magia dos hombres totalmente vestidos de blanco. El uno parecía ser el doctor Alejo Remies y el otro don Sotelo Benítez.

El ya famosísimo y temido falo del “mefistofélico matasanos” apareció en la siniestra mano de uno de ellos blandiéndolo amenazador. Quiso despavorido Talavera correr, pero de la mirada de uno de ellos salió una pequeña luz  que lo paralizó y tuvo que acostarse en una cama que apareció como por arte de magia cerca de él.

El que blandía el famosísimo falo del “mefistofélico matasanos” acercó por su cabeza el falo y con el agujero cavernoso le sacaba los cabellos que molestaban para operarlo, colocándolos cuidadosamente en un recipiente.

Cada vez que el siniestro falo llevaba hacía su cabeza para arrancarle el cabello, Talavera Pukú sentía un escalofrío y parecía morir. Sólo una cosa suplicaba a sus verdugos: que se cambie el falo del  “mefistofélico matasanos” por un bisturí de verdad o por lo menos por cualquier otra cosa cortante: cuchillo, machete, hacha o lo que sea con tal que no lo operen con el temible falo.

Pero sus verdugos con gran seriedad afirmaban que solamente si se operaba con aquel temible y pavoroso instrumento se sanaría de verdad.

De improviso tuvo una gran alegría  pues los cabellos que eran retirados de su cabeza se convertían en billetes de cincuenta mil guaraníes. Ahí les suplicó que continúen con la operación pidiéndoles que le operasen en donde sea necesario igual con el pavoroso instrumento.

Miles de billetes estaban esparcidos por toda la sala y cuando Talavera comenzó a juntarlos se despertó quedando perplejo. No sabía si  estar furioso o contento ante tan singular sueño.

 

 

LA SIMULACIÓN  DE LA LUCHA POR LA VIDA.

 

Al final se puso furioso Talavera ante el pertinaz acoso a que lo sometían aquellos sujetos tanto en sueños como despierto. Quiso levantarse y pelear con cualquiera , quería un enemigo visible, concreto, de carne y hueso. En efecto, lo que le perseguía era tan confuso , abstracto que se sentía impotente.

Pero se recordó que debía seguir la regla de juego de sus adversarios y que había resuelto ponerse dócil.

Aún no amanecía, Nancy dormía plácidamente y él ya se levantó a sacarse la barba, bañarse y ponerse pintiparado.

Cuando se despertó Nancy lo miró con curiosidad y preguntó:

-¿Por qué tan temprano te estás acicalando, es lo que me recomendó el doctor Alejo Remies –contestó Talavera.

-Pero es demasiado temprano –objetó Nancy.

-Cuanto más temprano mejor –retrucó Talavera-, “al que madruga Dios le ayuda” dice el refrán. Y pienso que debemos apurarnos cuando de la salud se trata  y  no dar oportunidad  a estar ante una muerte inminente, y expuestos a morir como “perros sarnosos” como dice don Sotelo –volvió a decir con un dejo de malignidad.

-Es cierto –condescendió Nancy-, no obstante pienso que demasiada urgencia no cabe.

-Al contrario yo creo que cuanto más rápido uno acude al médico, la salud se recupera en un santiamén. Yo al menos ahora estoy decidido a no descansar hasta restablecerme por completo.

-Comprendo, si... pero –argumentó Nancy dubitativa-. Encontraba extraño el procedimiento de su marido y estaba temerosa por su salud.

-¿Sabes qué estaba pensando hacer de aquel misterioso dinero que encontraste? –dijo de improviso Talavera.

Nancy se limitó a mirarlo interrogativamente.

  -En efecto –continuó entusiasmado Talavera-  ese dinero debemos usar. Debo pagar la consulta al siquiatra, también a nuestro amado doctor Remies. Tan generosa es esta gente, tan desinteresadas que no debemos abusar de su altruismo.

-¿Y si aparece el verdadero dueño? –inquirió Nancy-, ¿no era eso tu temor?.

-Ningún dueño va aparecer, estoy seguro y si aparece después le pagamos. Ahora mismo llevaré el dinero para pagar la consulta del siquiatra. Fue una estupidez objetar tanto el milagroso encuentro del dinero,  pues milagros ocurren y ocurrirán permanentemente. Mi objeción fue debido a que estaba enfermo. Son los nervios que están alterados y no estoy pudiendo controlarlos.

Talavera Pukú de improviso comenzó a querer actuar como sus contrincantes con total  inconsciencia. Pasase lo que pasase, viniese lo que viniese, estaba harto de todo y de todos, cualquier cosa que sucediese le parecía que no iba ser mejor ni peor.

 

 

 

TALAVERA PUKÚ EXASPERADO REACCIONA AL NO DAR GUSTO A TIRIOS NI TROYANOS.

 

El sol apenas comenzaba a divisarse en el horizonte y Talavera se dirigió al consultorio del siquiatra. Iba pensativo esperando un milagro que acabaría con su suplicio.

Escuchó de improviso un fuerte ruido de monedas que lo sacó de su ensimismamiento, se  ladeó para mirar y vio a un viejo conocido suyo. Era un pobre mendigo que se pasaba sentado en la vereda de la calle con una guitarra y una pequeña lata,  en el fondo de la cual tenía los níqueles que le dejaban algunos transeúntes de buena voluntad.

El mendigo cuando la gente no aportaba nada, dejaba de tocar la guitarra y hacía resonar con fuerza su lata,  para llamar la atención del peatón no caritativo como queriendo decir: “acá estoy, mírame y no te hagas del desentendido”.

Talavera Pukú en varias ocasiones se había sentido pésimamente al pasar junto a aquel sujeto. A veces porque le parecía que la limosna que daba era muy exigua y otras porque efectivamente se hacía del desentendido.

En esta ocasión se paró y miró atentamente. Luego una misteriosa fuerza le obligó y metió la mano en el bolsillo, sacó un billete de cincuenta mil guaraníes y pasó al mendigo.

Talavera Pukú tan rápido como hizo su obra de caridad, iba a retirarse cuando  vio a un señor que lo observaba, quien prácticamente le gritó:

-Señor, señor  –y le tomó del brazo

-¿Qué hay?  –interrogó Talavera.

-Te has equivocado  –dijo presuroso el interlocutor.

-¿Me equivoqué? –preguntó extrañado Talavera.

-Sí, sí –dijo el hombre-, el billete que has dado  es de cincuenta mil guaraníes -y señaló al mendigo quien presuroso ya había guardado el billete.

-Sí, señor  –contestó Talavera en forma displicente, casi con acritud- perfectamente, es un billete de cincuenta mil.

-Pero señor –dijo incrédulo el interlocutor de Talavera- entonces, no sé, pero...

-Entonces ¿qué?  –replicó en forma agresiva Talavera.

-No es posible que no se dé cuenta que esa cantidad no debe darse como limosna, no entiendo,  pero...  -dijo extrañado el hombre como queriendo meter violín en bolsa.

--¿Qué le interesa la cantidad?, ¿de dónde saca que hay una determinada cantidad  que  deba darse como limosna?

-Es que yo pienso –dijo ya totalmente amilanado el otro-, que en nada se debe abusar, ni siquiera de las limosnas. Es claro que el  dinero es suyo y quizá sea generoso y rico y...

-No señor –atajó tajante Talavera Pukú-  no soy rico ni generoso, ni siquiera el dinero es mío.

-Por eso mismo señor –dijo triunfante el otro-  ¿no le parece que estoy en lo cierto?

-No, no me parece –bramó Talavera que se iba encolerizándose poco a poco-, más bien creo que no dejas de ser un maleducado, atrevido que se mete en donde nadie le llama como tantos otros lo hacen, un estúpido, un perro callejero, un Satanás vestido de cordero, un animal, un inútil, una tarántula, una víbora venenosa, un sujeto abyecto, un crápula, una sanguijuela –morbosamente y con contenida rabia, Talavera citaba  los epítetos más degradantes ante el boquiabierto sujeto que lo miraba desconcertado.

El mendigo mientras sonreía satisfecho y feliz al escuchar el sambenito que Talavera  echaba sobre el individuo entrometido.

-Fuera de aquí, badulaque, bandido, aguafiestas  - reiteró Talavera Pukú.

El despistado transeúnte al notar que a Talavera se le encendían los ojos, que su boca se llenaba de espuma y su faz se contraía de los nervios optó por meter el rabo entre las piernas maldiciendo su deseo de querer ayudar a un extraño desagradecido y nervioso hasta la locura.

 -Desdichado, inútil –continuaba mascullando Talavera mientras el otro se alejaba veloz y mohíno-  infeliz, entrometido, ¿qué le interesa mi plata?, ¿por qué no se preocupa de sus cosas y me deja tranquilo?.

-¿Por qué grita aquél señor? –preguntó una criatura a su mamá mirando curiosamente a Talavera.

-No sé, quizá esté loco, al menos grita desaforadamente –contestó la madre.

Miró Talavera a quien lo calificaba de loco.

-Loco, loco –murmuró entre dientes-  el mundo está loco, nadie puede vivir su vida tranquila.

Y continuó su camino abatido y triste.

 

 

ANTE UN RECIO Y ENIGMÁTICO SIQUIATRA TALAVERA ANGUSTIADO SE LLENA DE PAVOR.

 

Llegó por fin algo amilanado al consultorio del siquiatra. En letras bien legibles  estaba escrito frente al consultorio.

 

SIQUIATRA, DOCTOR BLAS PATRICIO SACCO LATORRE.

 

TRATAMIENTOS DE PROBLEMAS MENTALES; PSICOSIS, TRASTORNOS SEXUALES, IMPOTENCIA, TRASTORNOS DE CONDUCTA Y PROBLEMAS DE PAREJAS.

 

Leyó rápidamente Talavera Pukú y pasó de largo  yendo más deprisa como si alguien lo persiguiese.

Luego de dar la vuelta  a la otra cuadra aminoró la marcha y comenzó a reflexionar.

-¿Para qué diablos  llegaré junto a este siquiatra?, ¿acaso necesito hacerlo?, ¿no sería mejor mandar al infierno a todos?. Sin embargo debo seguir la regla de juego de mis verdugos para saber a que final llego.

Cavilando decidió llegar.

Saludó a la secretaria y musitó tímidamente:

-¿Se encuentra el doctor... doctor Blas?.

-El doctor Blas Patricio Sacco Latorre se encuentra en este momento con un paciente  –contestó la secretaria-, dentro de instantes debe de estar libre. ¿Lo necesita?.

-Este... no necesito específicamente consultar –dijo ensayando una explicación Talavera Pukú-, es que... me dijeron que es un doctor excelente; que da consejos interesantes, aunque no se esté con problemas serios y...

-Sí, sí –dijo la secretaria-, ya entiendo.

Talavera se maldijo al notar la maliciosa sonrisa de la secretaria pensando que fue mal interpretado su  explicación.

 Luego de quince o veinte minutos, que a Talavera le pareció una eternidad, apareció el doctor Blas Patricio Sacco Latorre despidiendo a una hermosa dama con gran amabilidad.

Miró de reojo a Talavera luego de que la señora se haya ido y entró a su consultorio. La secretaria fue junto a él y luego vino a decir a Talavera que podía entrar junto al doctor.

Entró Talavera Pukú sin apresurarse como si estuviese yendo al matadero. La sala en donde se encontraba el doctor Latorre  estaba  con poca claridad, Talavera saludó y el doctor le devolvió el saludo con bastante sequedad.

Como Talavera estuviese parado titubeante, el doctor Latorre  dijo con voz potente:

-Siéntese, ¿qué espera?.

Talavera ante la autoritaria orden se sentó como un autómata.

-¿Tiene algún problema? –añadió luego secamente el doctor Blas Patricio Sacco Latorre.

-Sí... yo... no –balbució Talavera.

-¿Qué es eso de sí y no? –exclamó con dureza el siquiatra encendiendo un potente reflector que inundó de luz el semi oscuro cuarto, que dejó a Talavera medio atontado-  sí y no,  son dos palabras que no congenian. Sí o sí , no o no; diga una de las dos palabras -ordenó como un militar ordena al subordinado el doctor Blas Patricio Sacco Latorre.

-Sí, sí –admitió humildemente Talavera Pukú amedrentado ante aquella potente y autoritaria voz.

El doctor sonrió contento y dio una vuelta a su silla giratoria  y apagó la potente luz quedándose de nuevo ambos en la semipenumbra.

-Ahora nos vamos entendiendo –dijo el doctor Latorre-, junto a mí vienen solamente los que tienen problemas. Acá estamos para solucionar todos los problemas de índole espiritual.

-El doctor Remies me dio una recomendación  -dijo Talavera pasándole el sobre que contenía el escrito.

-¡Ah, sí!, ¿el doctor Alejo Remies le recomendó? –exclamó jubiloso el doctor Sacco Latorre-, hace tiempo me hubieras dicho. Y tomó el sobre, abrió y leyó con detenimiento el papel que estaba  dentro.

-Comprendo perfectamente –dijo para sí el doctor Sacco Latorre-, tremendo impacto psicológico aliado a otros problemas, viejos traumas, en fin... ¡quien sabe!.

Talavera lo miraba asustado mientras pronunciaba estas palabras enigmáticas. ¿Sería el doctor Blas Patricio Sacco Latorre tan inútil, parlanchín, extraño y  paradójico como el doctor Remies  y don Sotelo?. ¿No se le antojaría quizá operarlo de la cabeza?.

 

 

ALGUNAS PREGUNTAS FANTÁSTICAS QUE HASTA AL MISMÍSIMO EINSTEIN LE HUBIERA HECHO VER EN FIGURILLAS.

 

Mientras Talavera Pukú lo observaba con el rabillo del ojo, el siquiatra volvió a prender la potente luz que dejó magnetizado a Talavera.

-¿Qué demonios es lo que pretende insinuar este maldito sujeto al prender y apagar la maldita luz? –se preguntaba Talavera extrañado y asustado a la vez.

-Le haré algunas preguntas –dijo el doctor Blas Patricio Sacco Latorre mirando con fijeza a Talavera Pukú.

  Volvió a encender y apagar la luz que  ponía sumamente nervioso a Talavera Pukú, mientras daba varias vueltas en su silla giratoria ufano de sí mismo y del mundo que le circundaba.

-Ahora vamos a la pregunta –dijo al fin-, señor Juan Vicente Talavera, ¿tú crees que estás cuerdo, medio loco o íntegramente loco?.

Talavera Pukú se quedó boquiabierto ante la imprevista e inaudita pregunta y no atinó a responder.

-Responde, diga rápido sin vacilar –urgió imperativamente el doctor Blas Patricio Sacco Latorre- ¿tú te consideras cuerdo, medio loco o plenamente loco?.

-Este...  yo no sé...  no comprendo –musitó Talavera sin salir de su estupor.

-¡Ah!, no sabe, bueno, muy bien –dijo el siquiatra Sacco Latorre.

-O mejor... mejor –quiso rectificar Talavera aún aturdido.

-No, no, nada de mejor ni peor –dijo tajante el  doctor Blas Patricio Sacco Latorre-, la pregunta ya se respondió. Ahora iremos a otra pregunta.

Esperó Talavera Pukú ansioso otra pregunta tan aniquiladora como el que había enunciado el siquiatra. Pero éste no se apresuró, al contrario cerró con placidez increíble los ojos como si se estuviese relajando y prendió su potente reflector de luz y miró en derredor  suyo como buscando algo invisible o quizá queriendo inspirarse.

Apagó la luz luego de algunos minutos y el consultorio se quedó de nuevo en la semipenumbra.

-“Será que la intención de este hombre es volverme “plenamente loco” –se preguntaba Talavera ante el exquisito proceder de su siquiatra. Tentado estaba en preguntarle si porque prendía y apagaba la luz que lo ponía sumamente tenso.

-Ahí va la segunda pregunta –dijo de improviso con voz estentórea el doctor Latorre asustando prácticamente a Talavera-, diga rápido, ¿cuánto es el resultado de 4 x 3 – 5 10 1 - 1?.

Miró atontado y medio loco Talavera Pukú al siquiatra Blas Patricio Sacco Latorre. ¿Cómo, en efecto, iba  hacer una operación matemática  que el interlocutor le decía volando sin darle tiempo a reflexionar?.

4 x 3 – 5 10 1 - 1 –repitió inflexible el doctor Latorre dando la sensación que estaba esperando ansioso la respuesta.

-Yo...,  este...,  espera –dijo titubeante Talavera-, pienso que es imposible responder, la pregunta es demasiado vertiginosa. ¿No me puede repetir más despacio? –rogó Talavera.

-No, no –replicó tajante el siquiatra-, la pregunta fue bastante sencilla y yo voy sacando conclusiones. Tú te tranquilizas y te callas simplemente. Yo soy acá el doctor y tú el paciente. Si tú me ordenas lo que vamos o no vamos a hacer, iremos por mal camino. Hay un camino –continuó entusiasmándose el doctor Sacco Latorre mientras Talavera lo miraba atentamente y se le ponían los pelos de punta: el doctor Latorre era el símil de Alejo Remies-  un camino del cual no debemos desviarnos; yo soy el maestro que te debo llevar de las manos  y cuidar a que no te escapes para que no cometas  estolideces.

Se calló el doctor y volvió a hacer bailar la silla giratoria mientras prendía y apagaba la luz que dejaba azorado y nervioso a Talavera.

-Ahora te haré otra pregunta –dijo luego de un momento el doctor Sacco Latorre.

-Pero... no cree que... -quiso protestar Talavera temeroso de otra pregunta comprometida.

-Tranquilo, tranquilo, espere y obedezca –dijo con firmeza el doctor Sacco Latorre.

No tuvo otro remedio Talavera que someterse ante el siquiatra  quién inspiraba pese a todo respeto y temor a la vez.

-Dígame, ¿Tiene o no problemas sexuales? –preguntó a quemarropa el doctor Sacco Latorre mirando fijamente a Talavera Pukú.

De nuevo esta pregunta dejó totalmente descolocado a Talavera que boquiabierto miró al doctor Sacco Latorre.

-Diga, diga –ordenó este sin inmutarse.

-Yo no... no sé  -articuló a murmurar Talavera para quien el siquiatra comenzaba a parecerle más tenebroso que el doctor Alejo Remies.

-¡Ah, bueno! –dijo satisfecho el doctor Sacco Latorre.

-O mejor, quiero decir que... -quiso explayarse a pesar de todo Talavera Pukú.

-No necesitas decir más nada –ordenó perentoriamente el doctor Latorre-, a mí la primera respuesta  ya me dio atribuciones para sacar las conclusiones necesarias. Ya dije que yo soy el doctor y tú el paciente y si quien ordena eres tú iremos por mal camino.

-“No me cabe duda que este siquiatra es más peligroso que el “mefistofélico matasanos” –se dijo Talavera Pukú.

El siquiatra Blas Patricio Sacco Latorre dio algunas vueltas en su silla giratoria, encendió y apagó la luz varias veces y luego dijo:

-Muy bien, maravilloso, al pelo. La sesión fue extraordinariamente útil. Lo que deduje en estos pocos minutos que estuvimos  juntos es que no estás totalmente loco; pero que tienes problemas, muchos problemas y tu mente está confusa, no tienes agilidad mental y si no te tratas, cada día puedes volverte  peor.

-Yo me siento bien –protestó Talavera Pukú al escuchar alarmado que no estaba “totalmente loco” y la negra predicción de que iba a sentirse aún peor si no se trataba urgentemente.

-Tú crees que te sientes bien, pero yo sé que no estás en tu verdadero y sano juicio –dijo el doctor Latorre-, y que puedes volverte totalmente loco si me descuido; felizmente eso no sucederá porque ya estás en mis manos. Por hoy no le daré  ningún remedio pero quiero que pasado mañana vuelvas junto a mí, ahí quizá ya saque más conclusiones  y sepa que hacer por tu enfermedad. El paciente y el doctor cuanto más tiempo están comunicándose  es mejor para el paciente. Yo le aseguro que dentro de poco va a sentirse excelente pues la salud que yo irradio se te encarnará  poco a poco en el cuerpo. Te esperaré pasado mañana a las nueve para una nueva charla.

 

 

CONTINUAN LAS DESCONCERTANTES Y TEMIBLES INTERPELACIONES DEL SIQUIATRA BLAS PATRICIO SACCO LATORRE.

 

-“Este individuo es más loco o sin vergüenza que  el “mefistofélico matasanos”  y el “satánico amigo” –se decía Talavera por el camino a su casa.

Sin embargo siguiendo las reglas de juego que se había propuesto, dijo a Nancy que el doctor Blas Patricio Sacco Latorre le había atendido demasiado bien. Insistió incluso a su señora que ella también debía  ir  de nuevo junto al doctor Remies y se ratificó que a uno de sus hijos le haría estudiar medicina cueste lo que cueste, aunque sea un “ojo de la cara” –masculló entre dientes.

-Incluso el otro puede estudiar para siquiatra –agregó con sorna disimulada-, así ya tenemos uno que cura a locos y otro que cura el cuerpo.

Nancy no se sintió tan entusiasmada  y dijo que ella esperaría más para irse junto al doctor Remies ya que ella se sentía  bien.

Llegó el día que Talavera Pukú debía  irse de nuevo junto a su siquiatra. En el fondo comenzaba a sentir deseos de encontrarse  con aquel fascinante sujeto, era más fascinante aún qué el  “mefistofélico matasanos”.

Fue recibido con suma amabilidad por el siquiatra Sacco Latorre, quien se levantó de su famosa silla giratoria en donde estaba reclinado satisfecho de sí mismo. Al levantarse y antes de estrechar las manos de Talavera Pukú prendió la poderosa luz que inundó el consultorio que se hallaba en la semipenumbra. Al sentarse nuevamente apagó la luz y se balanceó en la silla sonriendo beatíficamente.

-“Pero qué Lucifer le impulsa a este hombre  a prender y apagar la maldita luz”-se decía Talavera asombrado e inquieto.

-Me agrada sobremanera que seas cumplido –le decía a su vez el doctor Latorre-, pues hay algunos pacientes que suelen venir una vez  y luego ya no lo hacen.

-“Tendrán sus razones”-pensó Talavera.

-A veces yo soy duro, inflexible –continuó el doctor Sacco Latorre-, pero todo es para el bien del paciente. Mi táctica de ser duro o amable es porque debo  sacar mis conclusiones del estado del paciente. Todo el tiempo que estoy con el paciente –siguió diciendo- no dilapido. Cuando se calla o dice algo incongruente para mí es igual porque yo voy sacando mis conclusiones del espíritu del paciente; por el rostro y por sus actitudes percibo la  locura, semi locura o si se pone de nuevo cuerdo.

-Supongo que debe ser duro, ser siquiatra –murmuró Talavera Pukú recordándose del doctor Remies  quien le había dicho que la profesión del médico era la más dura e ingrata del mundo.

-¡OH, sí! –contestó el doctor Latorre-, es la profesión más amarga, más desalentadora, más triste del planeta. No te imaginas el ingente esfuerzo de lidiar con locos, semi locos y también con los cuerdos. A veces estos son los más problemáticos. En serio amigo –añadió como si Talavera no tomase en serio que el lidiar con cuerdos era más problemático  que el de contender con locos- en serio, lidiar con locos a veces es algo baladí. Pero con cuerdos, estos sí le sacan a uno de sus casillas. Los cuerdos a veces son los verdaderos locos de este mundo y yo siento una responsabilidad enorme sobre mis hombros porque como siquiatra tengo la obligación de equilibrar para que el mundo no se vuelva totalmente loco, un verdadero hospicio rodante.¿Entiendes?.

-Sí, sí, -afirmó Talavera.

-Bueno, quizá algo entiendas –dijo dubitativo el doctor Sacco Latorre-, pero en fin no es necesario entender todo, pues para eso uno debe de estudiar mucho y matarse literalmente como yo lo hice y eso sólo algunos elegidos lo hacen.

– Sí, -volvió a condescender Talavera.

-Vamos a comenzar de nuevo con algunas preguntas –dijo luego de un momento el doctor Sacco Latorre.

-¿Son necesarias esas preguntas doctor?, -preguntó tímidamente Talavera comenzando a inquietarse ante la coyuntura  de verse de nuevo en un aprieto ante las interrogaciones del siquiatra.

-Claro, claro que es necesario –dijo con énfasis el doctor Blas Patricio Sacco Latorre-, tus respuestas a las preguntas son para mí la clave para ir sacando conclusiones respecto a tu locura, semi locura o si recuperas la cordura total

-Y ahí va la primera pregunta –añadió- .Luego de acabada la sesión anterior  pensaste de mí: A) que era un genio; B) que era un hombre inteligente, culto, interesante; C) que era otro cualquier ser humano más; D) que era un tonto y parlanchín sin trascendencia alguna.

Abría los ojos desmesuradamente  Talavera Pukú quedándose boquiabierto. Notaba a su siquiatra más insensato y parlanchín que al doctor Alejo Remies. Mudo y expectante estaba sin reponerse de su asombro cuando el doctor Blas Patricio Sacco Latorre insistió:

-¿Quiere que le repita la pregunta?.

-Sí, sí, -contestó Talavera.

-Te repetiré e incluso  quiero que pienses bien para contestar –dijo tranquilo el doctor Sacco Latorre-; porque en esta pregunta no entra en juego la agilidad mental sino más bien tu capacidad de discernimiento. Pensaste de mí; A) que era un genio; B) que era un hombre inteligente, culto e interesante; C) que era otro cualquier ser humano más; D) que era un tonto y parlanchín sin trascendencia alguna.

Era indudable que Talavera Pukú se resolvía inapelablemente por la respuesta “D”, o sea que era un tonto y parlanchín sin trascendencia alguna e incluso quería motejarlo de muchísimas cosas peores, pero, ¿quién le aseguraba que aquel mostrenco no le iba a mandar al infierno si decía la verdad?.

-Este... yo...  –quiso excusarse a pesar de todo.

-No te apures absolutamente, no tienes ningún apremio para responder –tranquilizó el doctor Sacco Latorre-; y no mientas, por favor te pido que no mientas.

-¿Me puede volver a repetir la pregunta? –dijo  Talavera Pukú sin poder reprimir una mueca pavorosa.

-Entre cuatro debes escoger –dijo Sacco Latorre con paciencia franciscana-. Y repitió las cuatro preguntas  a su paciente que lo miraba incrédulo aún.

-Yo... yo digo...  –afirmó al fin-  creo que... que eres un genio –y no disimuló una sonrisa sardónica.

Un murmullo de profunda satisfacción dejó escuchar inadvertidamente el doctor Blas Patricio Sacco Latorre y se dio algunas aceleradas vueltas en la silla giratoria.

-Pienso que lo dices con total sinceridad –dijo luego.

-Absoluta sinceridad  –aseveró Talavera Pukú ufano él a su vez de poder burlarse de aquel execrable sujeto que le sometía a indecibles torturas.

-Lo noto, lo entreveo –exclamó exultante el doctor Blas Patricio Sacco Latorre-, lo interesante es que no mientas pues nada más y nada menos es tu salud la que está en juego. Quizá todo esto te parezca de poca importancia pero es simplemente porque eres un lego en la materia. Para nosotros, los siquiatras, todo es importante. Los mínimos detalles, los gestos más simples, las respuestas acertadas o no. Y te quiero anticipar  que de las respuestas a mis preguntas muchas cosas voy coligiendo; tú no entiendes ni entenderás nada pero no importa con tal de que yo deduzca algo, y debes  saber que de esta última respuesta tuya es  la que más conclusiones  saqué respecto a tu salud mental y de la inmensa probabilidad que tienes de recuperarte del todo algún día.

-Sí doctor, comprendo perfectamente doctor –dijo Talavera Pukú inmerso en delirantes ideas  sobre lo que le parecía un  palabrerío infernal del siquiatra. 

-Ahora una segunda y última pregunta –dijo el doctor Sacco Latorre –es cierto que tu respuesta a mi primera pregunta ya hubiera bastado –continuó extasiado aún porque su paciente le consideraba un “genio” -, pero yo, como profesional responsable para quién el deber está primero antes de todo debo cumplir acabadamente con lo que un siquiatra debe hacer y no darse por satisfecho demasiado pronto. Yo sé que debo atacar la raíz, la mismísima raíz de la enfermedad, no su epidermis, su tallo o como quiera llamársela. Pero en fin abreviemos;  la segunda y última pregunta de hoy es: ¿cuál es el mejor amigo del hombre? ; A) otro hombre; B) el perro; C) el gato; D) el caballo; E) el burro; F) la vaca; G) el toro; H) el tigre; I) el león; J) la abeja; K) la hormiga; L) la mosca; LL) el mosquito; M) el águila; N) el cóndor; O) la lechuza; P) el murciélago; Q) el cerdo; R) el gallo; S) la gallina; T) el pollito.

Aquí dio un respiro el doctor Blas Patricio Sacco Latorre y sonriendo de nuevo beatíficamente se recostó en la silla giratoria  y movió varias  vueltas esperando la respuesta de su interlocutor sin mucho apuro.

Talavera Pukú no dejaba de asombrarse ante tan extravagantes preguntas, y se debatía en intensa agitación y se inquiría en qué sentido el doctor Sacco Latorre podía sacar sus “conclusiones” ante tan absurdas averiguaciones.

En efecto: ¿qué tenía que ver tan heterogéneas cantidad de animales como el burro, el mosquito, el murciélago, la mosca o el mosquito con la amistad? .

-¡Contesta! –urgió de improviso el siquiatra Sacco Latorre-, de entre todos los animales que cité, ¿cuál es el mejor amigo del hombre?.

-El perro, es el perro –contestó aturdido Talavera Pukú. Efectivamente alguna vez había escuchado que el perro era el mejor amigo del hombre. Tentado  estuvo de contestar que era la mosca o el mosquito  o cualquier otro animal pues cualquier cosa esperaba de su siquiatra, pero se amilanó y dijo simplemente  que era el perro.

-¿Estás seguro? –inquirió Sacco Latorre.

-Sí, sí –dijo dubitativo Talavera Pukú.

-Bueno, bueno, casi acertaste –contestó el doctor Sacco Latorre -, pues el perro es un gran amigo del hombre. No funciona tan mal tu mente a pesar de ciertos desequilibrios que percibo en ti.

Dio algunas vueltas en su silla giratoria el doctor Sacco Latorre, encendió  y apagó dos veces la luz. Y luego continuó diciendo:

-El verdadero amigo del hombre no es el perro como muchos insinúan sino que es otro hombre. Es claro que no es cualquier hombre, es un hombre especial que le protegerá a su semejante en su desvalidez como por ejemplo en tu caso, tu situación. Pero no todo el mundo se da cuenta de eso porque muchos hombres y mujeres que son verdaderos animales aman más a los animales, ¡tan animales aquellos como estos!. Si tú eras siquiatra, amigo mío te hubieras dado cuenta como la gente sin excepción arrastra por su cabeza tanta locura.

-No se necesita ser siquiatra para darse cuenta de ello –se atrevió a decir Talavera.

-Es necesario, es necesario –retrucó el doctor Sacco Latorre- porque sólo el siquiatra, el verdadero siquiatra se da cuenta de las locuras del mundo. Bueno acabemos por hoy, pero mañana quiero volver a verte a esta misma hora.

-¿Otra vez doctor? –preguntó Talavera Pukú angustiado.

-Sí, sí  -contestó el doctor Sacco Latorre- mañana te espero, después veremos si podemos espaciar las visitas.

Se dio luego varias vueltas en su silla giratoria, encendió y apagó la luz de su consultorio de manera maquinal y se despidió de Talavera con mucha amabilidad.

 

 

TALAVERA PUKÚ VUELVE A TROPEZARSE CON OTRO ESCALOFRIANTE Y CONMOVEDOR DECÁLOGO.

 

El otro día dócilmente Talavera Pukú volvió al consultorio del siquiatra Sacco Latorre.

-Este siquiatra sí que es un verdadero loco –se decía-, sus preguntas carecen de toda seriedad, no tiene sentido, pero en fin veremos cuándo  me quedo libre de esta gente.

-Sumamente contento estoy porque has venido –le saludó el doctor Sacco Latorre-; pues noto que tu salud es para ti un precioso bien. La plata, el dinero, la fortuna no es nada si uno se encuentra enfermo. Yo sé de hombres que están llenos de oro pero se sienten angustiados, sufriendo tremendamente y hay otros que no tienen ni un centavo en el bolsillo que viven felices y contentos. Incluso uno puede pasar hambre y sed pero si está sano nada prácticamente falta. ¿No has escuchado alguna vez que el hombre feliz no tenía camisa?.

-Sí, sí, así escuché –contestó Talavera mientras su famosa mueca se dibujaba en sus labios- ¿acaso no era que vivía desnudo completamente?.

-No, no, sólo sin camisa –contestó Sacco Latorre-, pero con eso ya basta, porque muchos con fortunas se quejan que la salud cuesta caro y yo a estos infelices e insensatos les digo, les grito: que la salud sea onerosa no importa, no interesa. Algunos miserables, mezquinos para no pagar una consulta, una mísera consulta a veces vienen a fallecer o volverse totalmente locos. No importa, ¡qué diablos a mí me importa al final! –añadió de improviso  y dio varias vueltas en la silla giratoria, encendiendo y apagando la luz mientras sonreía en forma beatifica-, a mí al final no debe  preocuparme estos miserables que no quieren pagar, porque me pueden volver también loco. Los que deben interesarme son los que quieren sanarse y ponerme a disposición de ellos y no de la enorme e infinita cantidad de infelices e insensatos.

-¿Hoy me va a hacer alguna pregunta doctor? –inquirió entre curioso y temeroso a la vez Talavera Pukú.

-No te preocupes de lo que haré –dijo el doctor Sacco Latorre-, siéntate tranquilo, respira hondo, cierra por algunos segundos los ojos mientras yo voy dando algunas ojeadas a tu rostro y tu cuerpo, para ver cómo estás.

Talavera Pukú hizo lo que el doctor le ordenaba.

-Noto que has mejorado muchísimo, estás por el buen camino –dijo el doctor Sacco Latorre-, te vas curando. Hoy no te haré ninguna pregunta pero te diré muchas verdades y espero que te concentres bien al escucharme. Si es posible olvídate del mundo exterior; haz un esfuerzo ciclópeo, trata de escuchar lo que te voy diciendo y graba en la mente todo, todo lo que puedas, ¿me escuchas?.

-Sí, sí doctor –contestó Talavera Pukú  feliz porque ese día no le iba a preguntar nada el doctor Sacco Latorre.

-El hombre, el hombre se cree débil –comenzó a discursear el doctor Sacco Latorre con  énfasis-  tú te crees débil, sin embargo no es así; el hombre es fuerte pero eso depende de su voluntad, de su coraje, de su corazón, de su alma, de su cabeza. El hombre es el único animal que puede volverse loco pero también el único que puede curar su locura si acude a un buen siquiatra, quien le ilustrará que depende de él para curar su locura. El hombre es el único animal que en remotos tiempos caminó en cuatro patas y luego se enderezó para caminar con las dos patas actualmente. El hombre es el único animal que odia pero también es el único que ama. ¿Me estás escuchando? –indagó el doctor Sacco Latorre.

-Sí, sí doctor –contestó Talavera Pukú quien comenzaba a marearse.

-¿Y entiendes lo que voy diciendo? –insistió el doctor Sacco Latorre.

-Sí, sí doctor, divinamente –volvió a responder Talavera Pukú.

-El hombre, el hombre es el único que crea objetos para su confort –continuó el doctor Sacco Latorre entusiasmado-, inventó el automóvil, el avión, la heladera, la luz, los remedios, pero es también el único animal que abusa de sus maravillosos inventos. El hombre es el único animal que se enferma por su culpa, por su estupidez, por su ignorancia, por su desatino, por su codicia, por su concupiscencia, por sus arrebatos, por ser en síntesis un verdadero animal. Pero el hombre y atención a esto; ¡muchísima atención! –dijo pausadamente y con la voz estentórea el doctor Sacco Latorre-  el hombre es el único animal que puede sobreponerse a todas estas verdaderas epidemias que azotan a la humanidad. Pero, y a esto también presta atención; ¡muchísima atención!, el hombre necesita de otro hombre providencial que le vigile su locura. Este es tu caso, tu situación, y tú debes colaborar para volverte cuerdo. ¿Me entiendes?. -Volvió a interrogar Sacco Latorre.

-Sí, sí doctor –volvió a admitir Talavera Pukú.

El doctor Sacco Latorre mientras hablaba arrollaba y desdoblaba un pedazo de tela que Talavera miraba con intensa curiosidad; le hacía recordar algo que específicamente no podía advertirlo claramente a qué se refería.

-Por ahora –dijo el siquiatra Sacco Latorre, te dejaré libre por veintidós días para saber cómo impactó la influencia de nuestros diálogos sobre  tu espíritu. Reflexiona todo lo que hablé con atención y detenimiento. Lucha, lucha por tu salud y sólo vendrás antes de los veintidós días si te sientes muy mal, si notas que te estás volviendo loco.

Talavera Pukú quiso bailar feliz por la libertad que le concedía  su siquiatra.

-¿Qué es lo que voy a reflexionar de lo que me dijo, si no entendí  nada –se decía Talavera Pukú-, este siquiatra es un verdadero animal que tiene que caminar aún con las cuatro patas

-No interesa si no entendiste bien lo que dije –agregó Sacco Latorre como si adivinase lo que Talavera rumiaba-, ni debes preocuparte en demasía pues a veces lo que yo diserto no llegan a deducir fácilmente los legos y no tienen otra opción que resignarse.

-¿Lo que tienes en la mano doctor es un decálogo? –se atrevió a murmurar Talavera Pukú fascinado por el pedazo de lienzo que el doctor Blas Patricio Sacco Latorre doblaba y desdoblaba en las manos maquinalmente.

A Talavera Pukú en efecto le hacía recordar con intensidad dolorosa y enfermiza el famosísimo  “Decálogo del Médico Ejemplar”, aquél pedazo de lienzo que Sacco Latorre tenía en las manos.

-Efectivamente –contestó el doctor Sacco Latorre asombrado- ¿Por qué preguntas?.

-Es que el doctor Alejo Remies tiene un Decálogo –replicó Talavera-, un Decálogo en donde dice cosas interesantes, cosas sensatas y apropiadas que me cautivaron.

-¡Ah, sí! –exclamó Sacco Latorre-, el doctor Alejo Remies tiene su Decálogo, al mío no sé si llamarlo Decálogo, pero yo lo intitulo: “Los Diez Pensamientos De Un Gran Siquiatra”. Ahí están plasmados los diez conspicuos pensamientos del gran siquiatra.

-Quisiera ver, quisiera leer si se puede –suplicó Talavera Pukú haciendo más de una vez su horrible mueca-, pienso que debe ser tan interesante como la del doctor Alejo Remies.

-Claro que puedes leer, -cedió complacido el doctor Sacco Latorre-, no hay ningún inconveniente.

Y le pasó el pedazo de lienzo.

Tomó Talavera Pukú con manos ávidas el Decálogo del doctor Sacco Latorre y leyó con intensa agitación:

 

 

 

 “LOS DIEZ PENSAMIENTOS DE UN GRAN SIQUIATRA”

 

1)- El gran siquiatra tiene sobre sus hombros la más grande responsabilidad que se le puede exigir al ser humano. En efecto, él es el responsable  de que la humanidad entera no se vuelva chiflada.

2)- De todo se le puede acusar a un gran siquiatra: de ser un impostor, de ser un miserable, de aprovecharse de sus pacientes; sin embargo el gran siquiatra debe sentirse inmune a toda imputación, pues él conoce la verdadera paranoia del semejante quién echa infamias sin fundamento sobre un gran siquiatra.

3)- El gran siquiatra debe tener el tino de colegir entre el loco, el semi loco y el que se hace del loco.

4)- Los verdaderos locos no son tan peligrosos. A estos con una buena dosis de tranquilizantes y una piadosa amenaza se les amedrenta y quedan quietos y sensibles. Los verdaderamente peligrosos son los que se hacen de los locos siendo cuerdos, quienes son los verdaderos azotes para el siquiatra y el mundo entero. El gran siquiatra debe saber con su infinita sabiduría lidiar con semejantes mamarrachos.

5)- La invención de la psiquiatría marca un hito sin precedente en la historia de la humanidad. La psiquiatría fue inventada en el día y en la hora exacta, pues los hombres cada vez se volvían más locos y peligrosos. El gran siquiatra sabe eso.

6)- El gran siquiatra sabe que todos amenazan la supervivencia de la humanidad. Efectivamente los hombres sin darse cuenta se enloquecen por cualquier cosa. Hasta podría conjeturarse que la locura es un virus que arrasa como una epidemia incontenible.

7)- El gran siquiatra debe estar atento y expectante ante los cambios bruscos y vertiginosos que en la humanidad se opera para prestar su invalorable y titánica ayuda.

8)- El gran siquiatra no debe menospreciar la ciencia y debe estar con los ojos de lince, con los oídos atentos, con el cerebro en ebullición, con los músculos tensos ante un posible e hipotético descubrimiento que pueda barrer de la faz de la tierra la locura.

9)- Al gran siquiatra debe interesarle única y exclusivamente la cordura de la humanidad y para eso luchará con fuerza  descomunal, sin hacer distinción entre locos y cuerdos, entre necios y estúpidos, entre palurdos y truhanes, entre gigantes y enanos, entre genios y tontos, entre santos y perversos para que todos alguna vez se sientan como hermanos en la tierra.

10)- Una señera ambición el gran siquiatra anhela: el agradecimiento del paciente que fue sanado de su locura gracias a su ingente esfuerzo y a su inigualable destreza y genialidad.

Leyó Talavera Pukú “LOS DIEZ PENSAMIENTOS DEL GRAN SIQUIATRA” aturdido, con escalofríos  que le recorrían todo el cuerpo y luego musitó:

-Doctor, estos son pensamientos y no macanas.

 

 

UNA BREVISÍMA ACLARACIÓN DEL AUTOR PARA DESENTENDERSE  DE ESTA FAMOSÍSIMA HISTORIA.

 

Amable lector; “queridísimo amigo”,”hermano de mi alma” quiero continuar esta historia aunque me cueste un “ojo de la cara” pero lastimosamente tengo que ponerle un fin forzoso.

En efecto me estoy volviendo loco poco a poco y quizá necesite urgentemente los servicios del gran siquiatra Blas Patricio Sacco Latorre y tal vez del doctor Alejo Remies pues estoy comenzando a enfermarme del corazón  y puede que necesite operarme; ¿y quién pagará los honorarios de ellos?. Aunque seas un gran amigo lector dudo que tengas la generosidad de don Sotelo Benítez  y que tú lo hagas.

Necesito que comprendas  también que lo que estoy narrando no es porque soy un payaso ni  un sujeto que no tiene nada que hacer.

Al contrario, ingente trabajo me ha costado y quisiera que se me recompense pues yo no soy tan altruista como el doctor Alejo Remies que cura a decenas, centenas y miles de personas desinteresadamente, ni tampoco tengo la descomunal responsabilidad sobre los hombros como el siquiatra Blas Patricio Sacco Latorre que intenta salvar al mundo de su locura, para que el planeta no se convierta en un “hospicio rodante” como acertadamente dice.

Tampoco soy un zonzo como Talavera Pukú que presta dinero al diez por ciento y tiene que devolverlo al veinte por ciento.

Sé que muchas cosas se deben aclarar: si qué pasó con el dinero que Talavera adeuda a su “queridísimo amigo”, si Sacco Latorre le curó a Talavera de su locura y si salió del laberinto en que se encuentra. Muchas, muchísimas cosas falta contar, pero tengo que parar por fuerza mayor. Quizá continue relatando alguna vez o quizá  lo haga otro que sepa mejor que yo la famosísima historia de don Sotelo, Talavera, Remies y Sacco Latorre.

Y al final; ¿no presientes que yo también podría tener mi “DECÁLOGO DEL ESCRITOR EJEMPLAR”, o quizá pueda exhibirte: “LOS DIEZ PENSAMIENTOS DE UN GRAN ESCRITOR” si alguna vez nos volvemos a encontrar, piensa y reflexiona, que es casi seguro, porque yo soy un verdadero “amigo indisoluble” para mi queridísimo y amantísimo lector. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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