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José María Blanch S.J.

  ACCIÓN Nº 363 - Revista de reflexión y diálogo de los Jesuitas del Paraguay


ACCIÓN Nº 363 - Revista de reflexión y diálogo de los Jesuitas del Paraguay

ACCIÓN

Revista de reflexión y diálogo de los Jesuitas del Paraguay


Director:  JOSÉ MARÍA BLANCH, sj


Nº 363

ABRIL 2016

Centro de Estudios Paraguayos ANTONIO GUASCH

 

 

Editorial del mes

 

La tierra y el futuro del Paraguay

Tan importante para la humanidad es el suelo que la sostiene, que la alimenta y la cobija cariñosamente que al planeta que la contiene y que constituye su casa común lo ha llamado Tierra, planeta Tierra. Y razones abundan para ello: ella acaricia nuestros pies día tras día, nutre nuestros alimentos pacientemente bajo el sol y la luna, sostiene nuestros hogares, nuestros caminos, nuestro recorrido existencial cotidiano.

Quienes habitamos los territorios de América Latina, y en particular el que corresponde al Paraguay, hemos sido especialmente bendecidos con tan maravillosos dones de la naturaleza, que en generosa cantidad y calidad se despliegan en sus latitudes. Los suaves latidos de tanta tierra fértil han alimentado a incontables generaciones de habitantes de estos valles.

Pero algo ha pasado en nuestra historia que la tierra pasó de ser fuente esencial de vida a centro de conflictos, disputas y traiciones, y penosamente a generadora de sufrimientos, padecimientos y muerte. Los pueblos originarios de nuestramérica se vieron de un día para el otro invadidos por otros pueblos que se reclamaban como civilizados, y en nombre de ello se autoproclamaron como los nuevos dueños de estas tierras, de la tierra común de los pueblos indígenas. Desde entonces la historia se pobló de episodios de conquistas, invasiones, despojos y expulsiones, siempre en nombre de la civilización y el progreso. Los recién llegados, autodenominados propietarios, los yvyjára, los señores feudales instalados en América Latina, desplegaron con mucha fuerza y violencia un largo proceso que lleva unos quinientos años de acaparamiento de las mejores tierras del continente, tornando a sus antiguos pobladores en extranjeros en sus propios territorios, desterrados y marginados.

El expansionismo de la economía mundial, por medio del colonialismo primero, la globalización después, impuso nuevas lógicas, basadas en valores extraños a nuestros pueblos, como el individualismo extremo, la competencia que excluye y la acumulación de riquezas. Este largo proceso de destierros para muchos y acumulación para otros ha llevado a la situación actual del país: desigualdades extremas a partir de la estructura de tenencia de tierras más desigual del continente, extranjerización progresiva de la propiedad, destrucción expansiva de la naturaleza. Y todo esto sin resolver los problemas de la gente, sin generar empleos y oportunidades para todos, sin brindar condiciones de vida digna.

La raíz de la mayoría de los conflictos en nuestro país pasa por esta historia de colonización permanente. Las recurrentes crisis que emergen, la de los bañadenses por las inundaciones, la de los campesinos y campesinas que se manifiestan con justa razón, la de los indígenas que se debaten en carencias extremas, la de los jóvenes que en lugar de empleos encuentran solo tentaciones consumistas, la masacre de Curuguaty, tienen todas estrecha relación con la problemática generada por la enorme concentración de la tierra que padecemos. Acaparamiento de tierras y abandono del Estado han conformado la fórmula perversa que ha padecido la población rural, que en cantidades crecientes ha tenido que migrar forzosamente a las inamistosas periferias urbanas, a las orillas de los ríos, a los bordes de las rutas.

Los gobiernos han sido cómplices de los terratenientes en este proceso, han defendido intereses particulares por encima del bien común. Los gobiernos de la pos Guerra Grande malvendieron las mejores tierras a los poderosos capitales extranjeros, formando un país de latifundios; la dictadura stronista en nombre de la reforma agraria entregó tierras del pueblo a sus aliados, empresarios, políticos y militares, unos 6 millones de hectáreas de tierras malhabidas, que se siguieron entregando de forma fraudulenta en la transición, llegando a 7, 8 millones de hectáreas las tierras usurpadas.

Ningún gobierno cumplió el mandato de la Constitución de 1991 de lograr el desarrollo socioeconómico del campesinado, de los pueblos indígenas, de lograr sistemas equitativos de tenencia de la tierra y formas productivas adecuadas a la preservación del medio ambiente. Actualmente el rumbo de Horacio Cartes va claramente en contra de esos objetivos, del bien común: propone más transgénicos, fumigaciones y mecanización, en lugar de una agricultura ecológica y sustentable con base en la pequeña agricultura campesina e indígena. Sus dos programas emblemáticos corroboran esto: Sembrando Oportunidades busca que los campesinos dejen su chip por el de empresarios; el Sistema de Información Rural y de la Tierra (SIRT) implementado por el Indert y la UGP está siendo utilizado para legitimar tierras ilegalmente adquiridas por productores de soja. El abandono a la pequeña agricultura está plenamente demostrado en los miles de campesinos y campesinas que en las últimas semanas han copados las plazas y las calles de la hostil Asunción.

La esperanza de un país mejor pasa por abordar esta situación: democratizar el acceso y el uso de la tierra es una asignatura pendiente y necesaria. La falta de empleos, de alimentos, de oportunidades, la crisis ambiental y energética pueden ser favorablemente resueltas si como sociedad asumimos el desafío planteado: recuperar las tierras de campesinos e indígenas, avanzar en la reforma agraria e impulsar, a partir de la organización, la conciencia y el protagonismos de las propias comunidades, un modelo productivo que recupere la lógica de la reciprocidad y la ayuda mutua, el jopói, el amor a la naturaleza y sus dones, tanto en el campo como en las ciudades. La casa común para todos es posible.

 

 

 

 

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