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LUIS MARÍA MARTÍNEZ (+)

  EL MURO y EL LIBRO DE LAS LETANÍAS - Poemarios de LUIS MARÍA MARTÍNEZ


EL MURO y EL LIBRO DE LAS LETANÍAS - Poemarios de LUIS MARÍA MARTÍNEZ

EL MURO (1972-1989) y EL LIBRO DE LAS LETANÍAS

Poemarios de LUIS MARÍA MARTÍNEZ

ARANDURÃ EDITORIAL

Texto de AUGUSTO CASOLA

 

            Editados ambos en 1996, el primero en febrero y el segundo en agosto,    cierran el ciclo de las obras escritas por el autor durante los años de la dictadura, muchas de las cuales, por razones obvias, no fueron publicadas hasta la fecha señalada, 7 años después de haber sido derrocada por un golpe militar encabezado por el general Andrés Rodríguez.     

            La caída de Stroessner no la causo una revolución, sino un golpe de estado organizado por los mismos que durante el largo gobierno de Stroessner lo sustentaron y fueron sus serviles y consecuentes aduladores; gente que se nutrió de la mano dura que impuso por casi 35 años el "único líder", como gustaban llamarle sus advenedizos, porque, seguramente, esto era del agrado del general-presidente.

            Esta situación me trae a la memoria las palabras de Miguel Bakunin, que en su obra El patriotismo. Cartas a los internacionales del Jura (14), dice:

 

            [...] toda revolución política que no tiene por objeto inmediato y directo la igualdad económica, no es, desde el punto de vista de los intereses y de los derechos populares, más que una reacción hipócrita y disimulada (10), para agregar más adelante: Todas las guerras de razas, de naciones, de Estados y de clases, no tuvieron nunca otro objeto que el dominio, condición y garantías necesarias del goce y la posesión [...]. Considerada desde este punto de vista, la historia humana no es otra cosa que la continuación de ese gran combate por la vida que, según Darwin, constituye la fe fundamental de la naturaleza humana.

 

            Hasta hoy no se escribió una crónica seria de lo ocurrido entre el 2 y 3 de febrero de 1989, sus antecedentes y consecuencias, debido a que la fecha es muy cercana todavía y varios de los protagonistas se transformaron, de la noche a la mañana, en pudibundos defensores de la libertad, la democracia y todos esos disparates que no se cansan de repetir los conocidos filibusteros de la pasada dictadura. Pero parece ser que así es la política -o la politiquería- no sé. Cada uno se vuelve un Caton para acusar al caído, olvidando que poco antes fue su adulador desvergonzado y servil, cuando aún sostenía en la mano el cetro del poder.

            Todo se tapó pronto. Algunos ecos de muertos y heridos, de detenidos y liberados, de participantes opositores y acomodaticios del Partido Colorado, conformaron la coalición que devolvió al país la libertad, presionados seguramente por las circunstancias de la situación mundial, el estímulo de la CIA, los consejos del gobierno de los Estados Unidos y vaya a saber qué otros tejes y manejes, qué lavados y clearings, se acordaron y estructuraron antes, durante y después del golpe que derrocó a Stroessner y que poco tiempo después se volvieron a repetir bajo la dirección de la embajadora norteamericana Maura Harty, gestora y "chef de la conspiración" que concluyó con el golpe de Estado parlamentario conocido como el "marzo paraguayo" de 1992, que derrocó al gobierno legítimo de Raúl Cubas Grau, cabeza visible de la estructura política del general Lino César Oviedo, caído en desgracia durante el gobierno de Juan Carlos Wasmosy, por no saber dominar su ambición de poder.

            Pero esa es otra historia, sólo que viene a cuento al analizar los poemas escritos por Luis María Martínez, contenidos en los libros señalados más arriba.

            Así, en El muro, dibuja el paisaje desolado -no del todo real- de un país dominado por la dictadura, que ya pisa firme y donde las reglas están claras. Esas imágenes, sin embargo, más que una realidad concreta, conforman una pintura idílica, la imagen a la que por razones de su ideología política recurre el autor cuando se refiere al pueblo, al campesinado, al obrero y es más una exaltación poética que cotidianidad manifiesta, porque la gente de esos días, como la de hoy, tiende más bien a ser oportunista que a interesarse en la lucha por la libertad, los grandes destinos de la patria, la justicia social, la igualdad, la equidad, la socialización y todas esas palabras en que se trocaron las pasadas de democracia sin comunismo, el coloradismo eterno con Stroessner o lucharemos hasta las últimas consecuencias en defensa de nuestro único líder, etc., etc.

            Entonces la nuestra era una sociedad donde la dictadura ya acalló toda posibilidad de manifestación y donde la gente vivía -antes del boom económico que significó el inicio de la represa de Itaipú-, limitada por las reglas claras exigidas para la convivencia y la supervivencia, donde para conseguir un cargo en la administración pública, así fuera el de maestra de escuela, era preciso estar afiliado al Partido Colorado.

            Y los docentes son un grupo grande y hubiera sido poderoso y peligroso si no fuera por el miedo que supieron incrustarle en el tuétano, aprovechándose de la necesidad de los mismos de sobrevivir con sus magros salarios. No es aventurado afirmar que ese miedo ubicuo nos acompañó y nos acompaña hasta hoy a quienes convivimos con él durante casi 35 años: El turbio miedo planta en el suelo./ Pone su zarpa./ Su oscura zarpa que atrapa al pueblo, como lo destaca el poeta en Pone (32).

            Sin pertenecer a la Asociación Nacional Republicana (ANR) y ser parte sustentante de la estructura "granítica" de la trilogía Partido-Gobierno-Fuerzas Armadas, no existía otra alternativa sino la de emigrar o de arreglarse cada cual como pudiera, de acuerdo a lo que había aprendido a hacer, como figuras de tercer y cuarto nivel dentro de las empresas, comprometidas o no, con el Estado.

            No era desconocido para nadie la existencia de las mazmorras en Investigaciones y de la Caballería se hablaba en susurros, porque eran los sitios de horror a que eran sometidos aquellos pocos que luchaban a pecho gentil contra la dictadura, muchos de los cuales desaparecieron, lo que vale decir murieron en esos lugares de tortura e inhumanidad, como nos dice en Los prisioneros (27):

 

Los prisioneros ya suenan

como muy viejos llaveros.

 

Como llaveros muy viejos

que están agotando vidas.

 

Que están midiendo sus vidas

por los años que ya llevan.

 

Con los años que ya cuentan

como azotes muy extraños.

 

Como extraños latigazos

que los aguanta este pueblo

hasta el día de mañana.

 

 

Hasta el día de mañana

que ya ha de ser el de otro día...

 

¡Un día con otro pueblo,

otra pasión, otras horas!

 

¡Un pueblo con otro rumbo!

 

            Transcribo dos aspectos de la visión que tiene el autor del pueblo y son expuestas en Este es un pueblo (7):

 

Este es un pueblo que almuerza un balazo,

que cena un despojo,

que duerme hace años en un calabozo...

 

Este es un pueblo que tuvo de todo:

de ríos y montes, inmensos ganados,

y, ay, país o patria, hoy no tiene nada.

 

Este es un pueblo callado y sufrido,

obrero y tropero, más bien campesino,

que sufre esta mengua por hoy en su historia.

 

El yanqui lo aterra con cosas extrañas

(diablo y comunismo, guerrilla y bandidos),

le enseña lo impropio,

le insta a que deje la lucha y no arda,

¡que no piense en cambios!

 

Este es un pueblo que anda en la cárcel,

con hambre en sus días y sombra en su alma,

que tarda en mudarse de historia y de vida...

 

¡Es un pueblo preso!

Preso, por ahora...,

que tiene en la puerta perros y pistolas.

 

            Sin embargo, parece ingenuo decir A este pueblo ya nadie lo ataja,/ ya nadie lo atrapa,/ ya nadie lo humilla (31), ingenuo digo, porque a este pueblo nunca se lo dejó de humillar, siempre se lo trató como si estuviera constituido por cretinos, como según dicen expresó Cecilio Báez:

 

A este pueblo ya nadie lo ataja,

ya nadie lo atrapa,

ya nadie lo humilla.

 

A este pueblo.

 

Ya nadie lo vuelve esclavo en su casa.

Ya nadie en su patria

lo tira al cadalso.

 

A este pueblo.

 

Ya nadie lo pone camino al destierro,

camino a la cárcel.

 

A este pueblo.

 

Ya nadie lo pone en gran cautiverio,

lo tendrán cautivo.

 

A este pueblo.

 

 

            Las ya reiteradas consideraciones hechas con respecto al argumento poético e ideológico de Luis María Martínez, que adopta al pueblo como estandarte, víctima y potencial luchador por las causas que él sostiene encontraron, sorpresivamente, si no respuesta, al menos un punto de vista que arroja algo de claridad a mi desconcierto, en la lectura de la Introducción que hace Emilio de Miguel Martínez (68) en la edición a su cargo del Romancero Gitano de Federico García Lorca, cuando dice que:

 

            Lorca se había desmarcado de cualquier asimilación que pudiera establecerse entre él y los gitanos, rechazando expresamente todo intento de identificación, y afirmando que los gitanos eran sólo un tema literario del que, por otra parte, quería ya desentenderse. "Los gitanos son un tema. Y nada más. Yo podía ser lo mismo poeta de agujas de coser o de paisajes hidráulicos" [...]

 

con la diferencia de que Luis María Martínez no reniega del tema elegido como motivo de inspiración, sino que por el contrario, se compenetra en el mismo y al hacerlo, acaba poseído por esas características y esa fuerza metafórica que originan los poemas rebeldes e inconformistas que abrazan la casi totalidad de su obra poética.

            A la vista de los acontecimientos, en el poema "Se fue el tirano" (48), uno de los últimos de El muro, manifiesta el autor: Por fin cayó el tirano cruel con su cohorte/ de adulones, rufianes y bandidos. La objeción que le hago a esta estrofa, la respalda el mismo Luis María Martínez en su obra Poesía social del Paraguay (65, 72, 74, 75, 76).

 

            Febrero de 1989. Para asombro de todos el derrumbe de la dictadura se produjo de otra manera. Adelantándose a lo que se veía venir, los propios militares por salvar y salvarse se arriesgan a darle el golpe de gracia [...]. Se produjo el cambio de guardia y nada más [...] innumerables criminales y torturadores se mantienen impertérritos bajo el manto de la impunidad. Acompaña a este desinterés, el sin igual cinismo de sucesivos gobiernos, que jamás se hicieron problemas para ubicar a los asesinados y desaparecidos. Mucha tierra sobre tales cuestiones y oh caradurez, borrón y cuenta nueva. En tanto, y curiosamente, corre por túneles parlamentarios un proyecto de ley para que lugares de torturas con todos sus elementos inquisitoriales sean reconocidos como "Museos de la Memoria". ¡Barato homenaje para quienes se han vuelto polvos para la eternidad!

 

            También a la luz de los acontecimientos que siguieron, me parece algo arriesgado afirmar que Cayó el peor gobierno de la historia (48), porque habrá de darme la razón el poeta en que los subsiguientes no se caracterizaron precisamente por colocar en el poder a líderes honestos, preocupados por enarbolar la bandera de sus sueños e iniciar la etapa de reivindicaciones para nuestra patria. Veamos qué dice en Se fue el tirano:

 

            CON MOTIVO DE LA CAÍDADE LATIRANÍA DE STROESSNER

            2 y 3 de febrero de 1989

 

Por fin cayó el tirano cruel con su cohorte

de adulones, rufianes y bandidos.

 

Todos creían ya que moriría

como un hombre común, estrictamente,

y dejaría el poder sin gran trabajo...

Sin embargo,

cayó como terminan los tiranos

sin mucho resistir y sin amigos,

sin que nadie arriesgase su pellejo,

por él que era ya un Dios en miniatura.

 

Huyó el tirano vil (¿Vuestra Excelencia?)

que aprisionaba al pueblo en una cárcel,

que era todo el país cual territorio.

 

Cayó el peor gobierno de la historia:

el régimen feroz de los gendarmes;

de proxenetas y torturadores;

de señores de enormes latifundios;

de especuladores y ladrones;

de sicofantes y de prostitutas;

de agentes de la banca y la avaricia.

¡Un orden prostituido y putrefacto!

¡El esperpento que se alzó en la patria

con mundiales cosas de inmundicias!

 

La tiranía,

dejó al marchar, al ir o al derrumbarse

el más pútrido olor sobre este suelo.

 

 

            El libro de las letanías, consta de tres partes: Todos los días el pueblo, El éxodo La república y País de letanías y es el más politizado de los trabajos del autor, ya que en él y pese a desarrollarse el tiempo poético casi en simultaneidad con el anterior, en El libro de las letanías, con agresividad no disimulada, expone su ideología comunista y, como suele ocurrir con los poetas comprometidos con una bandera, pierden la perspectiva literaria, se despreocupan de la poesía, descuidan la palabra y la convierten en fusil que dispara a ciegas. Ocurrió con Neruda, ocurrió con Guillén y ocurre con Martínez.

            Muy adecuado el comentario de Rudi Torga que va en la contratapa:

 

            Luis María Martínez construye una poesía testimonial que no pasará en silencio. Tiene la fuerza que sube desde la soterrada voz de nuestro pueblo y estalla como una tormenta en el aire, con su acusadora verdad. Se podrá o no estar de acuerdo con el poeta, pero difícilmente se le podrá reprochar su visceral objetividad de cuánto fue y es nuestra historia.

            "El libro de las letanías" llega oportunamente. Sumergidos como estamos en el aparentemente granítico decurso del "nuevo orden mundial", necesitamos recuperar nuestra autogestión para reiniciar una literatura crítica desde el interior de nuestras vicisitudes nacionales; pues, la poesía tiene la obligación de ser revelación de la condición humana individual y colectiva y verdad de los avatares de la patria en el mundo actual.

            No estaremos lejos de lo real y verdadero si afirmamos que este volumen hará historia entre las creaciones poéticas de nuestro país, y que su autor se acredita nuestra admiración y gratitud, por su vocación por la palabra poética libre...

 

            En este libro se siente la furia impotente que consume al autor, quien sin hesitar, recurre a un vocabulario a veces hasta procaz, por considerar que tales palabras son las únicas que le pueden prestar auxilio y servir de herramientas para expresar su pensamiento. Así en El muro de los lamentos dice (14):

 

Comemos pan de cárcel,

probamos sal de ultrajes,

bebemos nuestras heces... [...]

 

Grandes defecaciones: bayonetas;

ayes feroces: catacumbas;

país-pocilga: moriremos... [...]

 

Un puto servilismo que hace casos

de maldad, de burdel y calabozo [...].

 

            En Pájaros, murciélagos. Basuras (21), sigue diciendo:

 

Ministros de anteojeras y despachos

Administrando un régimen difunto.

Villanos, sí, bandidos y basuras

asolando el país con sus desplantes.

¡País que gimotea en la espesura

de un muladar inmenso y miserable!

 

            En Rateros y ratones (29), se desentiende por completo el arte poético y aunque formalmente está escrito en versos, ni el contenido ni las pausas ni la manera de expresarse en él, son poéticos.

 

Le comen sus maderos, igual que a su destino.

Le gelatinan el rostro con algo de pocilga,

le precipitan al río tenaz de la miseria. Es un

jergón su lecho de plumas consumidas. Todo

la hez devino: rateros y ratones, sargentos de

gargajos, cancerberos de ciegos, baladores

de hinojos, el prócer del osario, el mago del

harapo, el indigente rico, el puto de la

escoria, el burócrata impuro, el pascual

monigote.

 

Novenas son sus yertas letanías,

oraciones muy tristes sus comentos,

sus comentarios llenos de temores,

su verbo que transita de un calabozo a otro.

Debe callar su mismo gran silencio,

debe guardar su lengua en algún cofre,

debe enterrar su alma en algún yermo.

 

Debe no musitar de su inmundicia,

debe no relatar de su indigencia.

!Un prócer gran silencio en la infinita

catacumba de viejos carceleros!

Son habitantes foliados del sudario,

mudos en la mudez del calabozo.

 

Pueblo lóbrego y pueblo consumido

en un instante horrible de su historia:

horro de iniquidades y abyecciones.

Su instante es el instante inagotable

del perro, el cancerbero,

del rufián y el perjuro

que mancilla con torpe ubicuidad todas las cosas,

que condiciona un día sarmentoso.

No debe ya caer o descender más bajo

esta desgracia,

esta perversidad perversa del oprobio,

esta desventurada circunstancia,

que vilipendia a un pueblo en la deshonra.

Oh, pueblo desdichado, lacerado y henchido de

gusanos,

estérilmente preso,

inconcebiblemente vivo;

vivo aún en el instante de acumular

con grave parsimonia su rebelión de pueblo

exasperado.

Debe ya de cesar su cautiverio,

debe ya de pasar su mal momento,

debe ya comentar de su tormenta,

debe ya levantarse,

debe, es decir,

debe inexorablemente realizarse

como un pueblo poblado de incidencias

y obstinación con raptos de futuro.

 

Conviene que sea pueblo.

 

Es un país precioso precipitado a un torpe

torrente de ludibrios, lagañas, leones,

desprecios y yacijas, balas y escapularios, las

víboras y el malo, la maldad de un inmundo

señor de calabozos, la calavera misma del

grave testaferro.

 

Está como es en todo, pasando hacia el

osario, reposando en el feo arrabal de su

historia. Aquí no hay más historia que la del

puto plomo: pistolas y pistolas, la trampa y el

ultraje, el sudor del sudario, las tinieblas del

puerco. ¡Rescatemos a este pueblo de su

despreciable imposible, de la punta de la

bayoneta, de su gelatinoso silencio, de su

misantrópico cautiverio, de su ferruginoso

estado! [...]

 

 

            En el mismo tenor, pero otra vez recubierto del aire poético, nos dice en No muerto (54):

 

No muerto está este pueblo casi muerto,

país lleno de perros y penurias,

de escándalos de putas y pistolas,

de sin razones, con la razón del puerco o del policía,

del déspota manchado de gargajos.

Oh, vil país de inmundos sumideros,

hez en la exhalación y el cautiverio,

gelatinosa ergástula del criminal, del puto,

de la depredación, de la degradación, la exudación

del lenocinio, del capitán, del coronel manchado de

ludibrios,

del patriota vilmente asesinado.

 

 

            Estos poemas pertenecen a la primera parte del libro. En la segunda, parece recobrar el ars poetica y ensaya, siempre dentro del monocorde reclamo impotente con poemas más o menos extensos, como Éxodo (71), Vuelvan (74), República (92), de los cuales brota cierto aire de esperanza para un porvenir mejor. De este grupo de poemas, transcribo No todo está perdido (88), en el cual se manifiesta esa inagotable fe del autor por un mañana diferente, menos cruel.

 

No todo está perdido en esta patria

después de la abyección y el cautiverio,

tras el robo, el ladrón y los gendarmes.

 

No todo está perdido en esta patria

país casi sin bosques ni guadañas,

que casi ya es desierto por el robo,

con pistolas, miserias y mentiras.

 

Con dos y dos que no son cuatro,

y estafadores con furor de lobos.

Con ministros de putas decisiones,

y militares con un mar de astas;

campesinos y obreros miserables.

 

No todo está perdido en esta patria

que tiene en el martirio el pan diario,

el pecho consumido por los perros.

Que tiene el pelo turbio, el aire feo,

el hambre, la agresión, el culo roto.

 

No todo está perdido en esta patria

hedionda, corrompida y consumida

por la prisión, el látigo y el hurto,

el hurto que es noticia cada día,

la corrupción, la esencia del Estado.

 

No todo está perdido en esta patria

que tras una batalla y mil de ellas,

resurgirá de su miseria oscura,

de su tragedia nacional y fea...

 

 

            País de letanías, la última parte del volumen, se inicia con el poema País robado en todo (101), que en parte, dice:

 

Le han robado de todo.

De todo le han robado

a este país oscuro y miserable.

(Los ladrones son muchos, innumerables, ciertos:

políticos, burócratas,

militares de a pie como de equinos,

vendedores de penas e influencias,

extranjeros de garras,

timadores muy finos,

rateros y rameras insistentes).

 

Le han robado el pan de su alacena; el hierro de su

arado carcomido.

La tierra de su casa y su capuera. El cielo de sus

pájaros manchados;

el bosque con sus múltiples abejas,

las flores de sus orquídeas y florestas.

 

Lo han vendido

a un niño que jugaba

sin saber su destino inesperado.

 

Han matado a un humilde campesino

por sacarle la tierra que tenía.

Han robado el reloj de aquella iglesia,

la imagen de madera de María.

Han hurtado la historia de la patria

supliendo con mentiras su odisea.

 

(Lo han dejado más pobre que a una rata.

Le han dejado un mendrugo con gusanos.

Una camisa rota.

Una casa en silencio.

Una cama con niños mal nutridos).

 

 

            En una larga prosa que titula Pienso en los míos (115), escrita en 1995, realiza un paseo en el tiempo a través con un vistazo a vuelo de pájaro del trabajo y la inquietud de todas aquellas personas -tanto paraguayos como extranjeros-, que despertaron en él respeto y admiración. Este capítulo puede sintetizarse en estas palabras asentadas por Luis María Martínez en el inicio del mismo:

 

            Pienso en Epicuro y en aquellas palabras suyas que calaron tan hondamente en mí: O Dios quiere suprimir el mal de este mundo y no lo puede, o lo puede y no lo quiere, o no lo quiere ni lo puede, y en consecuencia es impotente y perverso.

 

            Creo que está excepcionalmente bien logrado este capítulo porque nos representa y nos remite a una época de nuestra vida, cuando elegíamos por modelo a aquellas personas que despertaban nuestra admiración por ser hombres y mujeres de valía y sentido universal. En los días de nuestra juventud, siendo estudiantes de la secundaria, existía una vocación cultural alimentada por los profesores de entonces y una motivación nacida de la competencia creada entre los mismos compañeros de curso, algunos de los cuales disfrutaban de la lectura de diversas obras, entre las que entonces eran muy conocidas como las de José Ingenieros, Cervantes, Tolstoi, Einstein, Dumas, Hugo, Dostoievski, Sartre y otros muchos, alrededor de cuya obra giraban las conversaciones del recreo o eran citados en los enérgicos discursos juveniles de nuestra juventud.

            Es por eso que me gustó mucho Pienso en los míos, en los de él, en aquellos a quienes admira y nombra: Herminio Giménez, Chejov, Rulfo, Balzac, para citar sólo a algunos, pero va a resultar interesante a cualquiera de nuestra edad, repasar las páginas que componen el capítulo, por el solo placer de paladear el sabor de tiempos idos.

            El libro concluye con el poema Se deben de acabar todos los males (174), que transcribo en su totalidad.

 

Se deben de acabar todos los males:

el robo cuando es robo a todo el pueblo,

el latifundio, ¡súmmum del atraso!,

la corrupción, que es pus en todas partes.

Se deben de acabar todos los males:

el Poder si es rigor y es atropello,

el cuartel si no es casa al patriotismo,

el militar vicioso y miserable,

el policía, abyecto y despreciable.

 

Se deben de acabar todos los males:

la política vil, la del tunante,

el cuartelazo que es puñal y bala,

y bandido y bandido y maleante.

 

Se deben de acabar todos los males:

la miseria que agota y que degrada,

la enfermedad que causa la pobreza,

la ignorancia que es más que la ceguera.

 

¡Se deben de acabar todos los males!

Se debe de instaurar la Patria Nueva.

¡Se debe de anunciarla!

 

 

            Los cuatro títulos que se acaban de analizar, contienen poemas escritos mucho antes de su edición, los cuales, por razones obvias, no pudieron ver la luz en su momento. Dejando de lado la calidad estética de los mismos, algunos de los cuales alcanzan niveles casi épicos, no puede uno menos que sustraerse al devenir del tiempo y al proceso de los acontecimientos que se desenvolvieron en el Paraguay hasta llegar a este presente, donde gran parte nos encontramos hoy enfrentados a la intemperie de la desilusión, debido al manejo que dan a los intereses del país grupos minúsculos, pero ruidosos y audaces que sostienen las riendas del poder. El pueblo se hunde cada vez más en la miseria, en tanto los paniaguados de turno se llenan las faltriqueras con el ejercicio de acciones tan dolosas corno las que criticaban cuando eran una minoría sin la menor posibilidad de alcanzar el poder que ahora, gracias a nosotros, los crédulos, les reviste.

            Con El libro de las letanías, que no hace sino repetir los viejos problemas que afligen nuestros días, se cierra la etapa de la creación poética de Luis María Martínez dentro de la larga noche de la dictadura. Los que siguen a continuación, fueron escritos después de su caída.

            Las obras que siguen, a lo que se podría denominar esta primera parte, se encuadran dentro de los largos años que soportamos la llamada transición hacia la democracia, durante los cuales se sucedieron gobiernos que, si bien eran en mayor o menor grado compartidos por los partidos de la oposición, no mostraron ninguna vocación por diferenciarse del esquema de la anterior dictadura. Antes no se podía hablar. A partir de febrero de 1989, todo el mundo habla y nada más, con un raudal de palabras que huecas y sin valor, condujeron a la situación lamentable en que se encuentra hoy el país, beneficiado por lo que se da en llamar la macro economía, que el gobierno festeja con aspavientos pero no se refleja en nada más que en la posibilidad de seguir endeudando al país, porque no creo que esa explosión de niños mendigos, a favor de los cuales no hay nada que hacer porque al decir del presidente "son nuestra realidad", lo que libera al gobierno de sus compromisos; ni los hombres y las mujeres que lavan parabrisas o dicen cuidar los autos estacionados, ni los indígenas mendicantes traídos y llevados como los campesinos que aparecen de pronto en la ciudad haciendo mil reclamos que nadie va a atender o los maestros, a quienes se recrimina su poca preparación pero se los mantiene hambreados o los estudiantes, sometidos a un sistema educativo perverso, se hayan visto beneficiados con esa macro economía tan aplaudida por los gerifaltes de turno.

            Me pregunto si la peor pesadilla de un idealista no es que se cumplan sus ideales y el poder vaya a manos de aquellos a quienes él considera como los únicos capaces de conseguir ese pueblo que sueña en sus poesías, para despertar a la realidad de otro día, tan duro, tan sucio y lleno de mentiras como fue el anterior.

 

Fuente: LUIS MARÍA MARTÍNEZ - OBRERO DE LA PALABRA. Por AUGUSTO CASOLA. Editorial ARANDURÃ, Asunción – Paraguay. Agosto del 2012 (244 páginas).

 

 

 

FRAGMENTO DEL POEMARIO " EL LIBRO DE LAS LETANÍAS"

 

 

EL ÉXODO

LA REPÚBLICA

 

 

«... lucha o guerra. Es algo UNIVERSAL,

el padre de todo, el rey de todo».

HERÁCLITO

 

 

ÉXODO

 

 

Se va toda la gente de este pueblo.

   
 

Del norte y del sur, del este y del oeste.

   
 

Se va con su miseria intransigente,

   
 

con su presente incierto y pobres cosas.

   
 

Se va con mucha urgencia y mucha pena.

 

 
 

Se va toda la gente de este pueblo.

   
 

Es parte del país la que se escapa,

   
 

recoge sus enseres y aparejos,

   
 

piensa y piensa que todo se ha perdido,

   
 

que no hay paz, no hay pan, que no hay futuro.

 

 
 

¡Es un pueblo en un éxodo terrible!

   
 

 

 

Se van los campesinos tristes, mustios.

   
 

Se van porque no tienen tierra y casa

   
 

y sementeras parcas y semillas.

   
 

Se van para no verle al policía,

 

 
 

que siempre le persigue y les acosa

   
 

y les acecha en todo lo que pasa.

   
 

Se van para escapar del calabozo.

   
 

 

 

Se van los jornaleros y los obreros.

   
 

Se van para salir de la miseria.

 

 
 

Se van buscando el pan y la esperanza.

   
 

Se van buscando un norte a sus angustias,

   
 

esperando encontrar mejores cosas:

   
 

paz y pan, casa y tierra,

   
 

libro y sueños.

 

 
 

Se van para no verse aprisionados.

   
   
 

Se van con la esperanza de ser libres.

   
 

 

 

Se va la juventud que no trabaja,

   
 

que ve su porvenir en forma oscura.

   
 

Se va por ver si hay cambio en tierra extraña,

 

 
 

y lleva sus ensueños y sus petates.

   
 

Se va como en huida a la Argentina,

   
 

al Brasil o a otras tierras.

   
 

Se va la pobre joven, sola y triste.

   
 

Se va por ver si gana algún mendrugo,

 

 
 

sirviendo de doméstica al extraño.

   
 

Se va con su bolsón por toda herencia,

   
 

con poca pretensión y poca ropa.

   
 

Se va sin un centavo, con el sueño del pobre.

   
 

Se va ya el pobre niño con sus padres,

 

 
 

que no comprende si por qué se marcha.

   
 

Se va sin la esperanza del regreso,

   
 

esperando hacer algo y a ser útil,

   
 

¡esperando a ser hombre!

   
 

Se va con la esperanza de ser grande.

 

 
 

Aquí en su patria no ha tenido nada.

   
 

Aquí en su patria no ha pasado nada.

   
 

Aquí la historia se ha varado en todo.

   
 

 

 

Se van porque no tienen ya esperanza

   
 

de que la patria con la historia cambie.

 

 
 

Se van huyendo en todo de esta sombra

   
 

que atrapa al pueblo, que le atrapa el vuelo.

   
   
 

Se van porque se torna el aire extraño,

   
 

que al aspirarlo asfixia y acobarda.

   
 

Se van porque hay más muros que bonanzas,

 

 
 

y cárceles feroces y asechanzas.

   
 

... Que el Paraguay se ha vuelta en algo feo:

   
 

en un cuartel feroz o cuadra oscura.

   
 

 

 

Se van huyendo a todo:

   
 

al poder y al país que no son suyos.

 

 
 

Al poder que es de recios capataces.

   
 

Al país que es más bien: país y cárcel.

   
 

Se van dejando todo: vidas, sueños,

   
 

sus porfiadas costumbres nacionales.

   
 

Se van como un ejército en derrota,

 

 
 

con una mano atrás y otra adelante.

   
 

Se han vuelto ya extranjeros en tantos años.

   
 

Ya tienen más raíces que recuerdos,

   
 

lazos más familiares que emociones.

   
 

Podríamos decir: que ya no vuelven.

 

 
 

El tiempo ha puesto fin a lo esperado:

   
 

al regreso del pueblo que ha salido.

   
 

 

 

¡El éxodo es un crimen!

   
 

¡La obra del poder del antipueblo!

   
 

¡Habría que empezar a derribarlo!

 

 
 
 



 

 

 

 

VUELVAN

 

 

No hay dilación que valga, no hay excusa que sirva:

   
 

el país lo reclama, la historia lo precisa,

   
 

¡es un clamor unísono, un pedido infinito!

   
 

Vuelvan todos los hijos de esta tierra

   
 

desparramados como arenas mustias

 

 
 

del roquedal viviente de esta patria,

   
 

¡patria de los desprecios y del cadalso!

   
 

 

 

Vuelvan los que han partido hace diez meses,

   
 

los que se han ido en busca de trabajo

   
 

hace dos años, diez o veinticinco,

 

 
 

los que han dejado el sueño de la patria

   
 

con el dolor que lleva el emigrante

   
 

-pena de lejanía y desarraigo,

   
 

pena de estar ausente,

   
 

pena de no contar con los amigos,

 

 
 

pena de no contar con los parientes-.

   
 

 

 

Vuelvan los que han partido hace más tiempo:

   
 

treinta o cincuenta años o mucho más.

   
 

¡Vuelvan!

   
 

Vuelvan los que están cerca o muy distantes.

 

 
 

Del sur, del norte, del este o del oeste,

   
 

de aquel país, del otro, o el más distante.

   
 

¡Vuelvan los peregrinos de esta patria!

   
 

Vuelvan mis casi tíos o mis parientes,

   
 

esos amigos míos muy lejanos,

 

 
 

esos queridos seres de otros tiempos:

   
   
 

¡Vuelvan!

   
 

Vuelvan los campesinos que han partido,

   
 

vuelvan los jornaleros que se han marchado,

   
 

vuelvan los albañiles.

 

 
 

Vuelva la juventud que se ha mudado.

   
 

Vuelvan los estudiantes.

   
 

Vuelvan los abogados

   
 

con maletines llenos o togados.

   
 

Vuelvan los que son médicos.

 

 
 

Con recetarios que nos curen cosas...

   
 

¡Hay que auscultarle en todo a nuestra patria!

   
 

¡Hay que curarla en todo!

   
 

Vuelvan los camioneros.

   
 

Los que reparan autos o tractores.

 

 
 

Vuelva el peón de estancia o el tropero.

   
 

Vuelva el anciano triste

   
 

que piensa y piensa

   
 

en su lejana y mustia patria vieja.

   
 

Vuelvan todas las madres que se han ido.

 

 
 

Que dan hijos,

   
 

varones a otras patrias.

   
 

Vuelvan con sus enseres y sus baúles.

   
 

Con sus fotografías en parte desteñidas.

   
 

Vuelvan a rescatar sus cosas viejas.

 

 
 

Que vengan a mirar su antigua casa.

   
 

A cuidar nuevamente sus jardines.

   
 

A coser con su máquina olvidada.

   
 

A reanimar la llama de la casa.

   
   
 

A llamar al vecino.

 

 
 

 

 

Vuelvan los vendedores ambulantes.

   
 

¡Es hora de tomar a nuestra patria!

   
 

De recorrer las calles conocidas.

   
 

De retomar la senda.

   
 

Vuelvan los perseguidos. Vuelvan con sus ideas.

 

 
 

¡Nadie debe sufrir por lo que piensa!

   
 

¡Todos: decir lo que precisan!

   
 

Vuelvan los profesores y los maestros.

   
 

Vuelvan los ex bancarios.

   
 

Vuelvan los ex pilotos de aeronaves.

 

 
 

Vuelvan los timoneles.

   
 

Vuelvan los empleados que se han ido,

   
 

vuelvan los soñadores.

   
 

Vuelvan los luchadores que han huido,

   
 

vuelvan sus descendientes.

 

 
 

Vuelvan los grandes hombres de esta tierra,

   
 

vuelvan los más pequeños.

   
 

Vuelvan los escritores y los poetas.

   
 

Vuelvan con sus escritos.

   
 

Vuelvan los contadores y los peritos.

 

 
 

Vuelvan con sus balances.

   
 

Vuelvan los dramaturgos y los actores.

   
 

 

 

Vuelvan todos los hijos de esta tierra.

   
 

Vuelvan con sus retoños y con sus cosas.

   
 

Vuelvan con sus historias y sus desgracias.

 

 
   
 

Vuelvan los ex soldados y los tenientes.

   
 

Vuelvan los comandantes y los marinos.

   
 

Vuelvan los artilleros.

   
 

Vuelvan los carpinteros y los lustradores.

   
 

Vuelvan los grandes músicos errantes.

 

 
 

Vuelvan los más modestos.

   
 

Vuelvan con sus pianos y sus violines.

   
 

Vuelvan con sus guitarras.

   
 

Vuelva la humilde gente que ha marchado

   
 

a oficiar de doméstica:

 

 
 

cocinera,

   
 

mucama

   
 

o lavandera.

   
 

¡Hay que poner en orden nuestra casa!

   
 

¡Hay que sacarle el polvo aprisionado!

 

 
 

Vuelvan los que trabajan como obreros:

   
 

herreros,

   
 

electricistas

   
 

o plomeros.

   
 

¡Vuelvan los que son ya casi: extranjeros!

 

 
 

Vuelvan los que están prósperos y felices.

   
 

Vuelvan los pobladores de tugurios.

   
 

Vuelvan los harapientos.

   
 

Vuelvan los guardavías o pasaleñas.

   
 

Vuelvan los ferroviarios.

 

 
 

Vuelvan los buenos sastres que se han ido.

   
 

Vuelvan para coser los buenos sueños:

   
 

¡una gran patria libre o liberada!

   
   
 

Vuelvan los que han tenido algún negocio:

   
 

tienda, farmacia, bar o un gran kiosco.

 

 
 

Vuelvan los cocineros.

   
 

Vuelvan los zapateros.

   
 

Vuelvan todos los gráficos dispersos.

   
 

¡Vuelvan para imprimir los grandes libros de poemas!

   
 

¡Vuelvan para imprimir las odiseas: las del pasado,

 

 
 

las de hoy, las del futuro!

   
 

Vuelvan los ex policías,

   
 

los que nada tienen que los acusen.

   
 

Vuelvan los que hacen pisos o son pintores.

   
 

Vuelvan, los ladrilleros,

 

 
 

los artesanos hábiles u oscuros.

   
 

Vuelvan los panaderos.

   
 

Los dibujantes con sus cartulinas.

   
 

Los arquitectos con sus bellos trazos.

   
 

Los ingenieros que calculan sueños

 

 
 

o los proyectan.

   
 

Vuelvan los periodistas que se han ido

   
 

con una mano atrás y otra adelante.

   
 

Vuelvan los deportistas y los atletas.

   
 

Los futbolistas nuevos o muy antiguos.

 

 
 

Los que han pasado a ser casi leyendas.

   
 

Vuelvan los partidarios

   
 

de aquel club poderoso o del pequeño.

   
 

Vuelvan los luchadores de partidos.

   
 

Sean ya dirigentes o seguidores.

 

 
   
 

Vuelvan los ex ministros.

   
 

Vuelvan las bailarinas y los artistas.

   
 

Vuelvan los sacerdotes expulsados.

   
 

Vuelvan los leñadores o los hacheros.

   
 

Vuelvan nuestros indígenas,

 

 
 

acosados con saña o perseguidos,

   
 

ay, los más antiguos hijos de estos lares.

   
 

Vuelvan los pescadores.

   
 

Vuelvan los ex empleados de gobierno,

   
 

hoy trabajando en rudos menesteres.

 

 
 

Vuelvan los que se han ido

   
 

tras las guerras civiles

   
 

de comienzos de siglo o las siguientes.

   
 

¡Vuelvan todos los hijos de esta tierra!

   
 

Los que hace tiempo están ausentes.

 

 
 

¡Vuelvan! ¡Vuelvan!

   
 

Vuelvan para construir la Nueva Patria.

   
 

Patria de pan y plenas libertades.

   
 

¡Vuelvan!

   
 

¡VUELVAN...!

 

 
 
 

 

Setiembre de 1986.

 

 

 

 

EL RÍO LLEVA CÁNTAROS DE PENAS

 

 

El río lleva cántaros de penas.

   
 

Mustias canciones, vidas derrotadas.

   
 

Lleva historias extrañas o arruinadas.

   
 

Lleva los resplandores de los pobres.

   
 

Lleva sus sufrimientos.

 

 
 

Lleva sus pensamientos y sus clamores.

   
 

Lleva los abejeos de la patria.

   
 

Lleva la voz del tiempo.

   
 

Lleva del Paraguay sus sentimientos.

   
 

Lleva de este país sus resonancias.

 

 
 

Lleva lo que reclaman sus varones.

   
 

 

 

El río lleva cántaros de penas.

   
 

Penas del pobre.

   
 

Penas de su patria.

   
 

 

 

El río lleva extraños resplandores.

 

 
 

Fuegos de un pueblo.

   
 

Cantos de su vida.

   
 

 

 

El río lleva cántaros de penas.

   
 

Penas que han de trocarse en alegrías.

   
 

Patria sin penas, Patria de alegrías.

 

 
 

El río se ha de llevar todas las penas.

   
 
 



 

 

LA POBREZA

 

VOCES

 

-La pobreza es la piedra en el zapato

     
 

o un campesino con el culo roto-.

     
 

Tristemente se extiende la pobreza

     
 

como una cosa que al vivir es seria-.

     
 

-Estimo que es mejor ser pobre pobre

 

   
 

que rico con fiereza en los colmillos-.

     
 

El Paraguay es un país muy pobre

     
 

que de tanta pobreza ni se queja-.

     
 

-El pobre es un oscuro zapatero

     
 

con hijos como clavos de su vida-.

 

   
 

El pobre canta y canta cada día

     
 

como un juglar sin agua ni comida.-

     
 

¿Será madera la pobreza, el pobre?

     
 

¡Nunca!

     
 

Porque nunca se quema la pobreza-.

 

   
 

Será de piedra de diamante en todo,

     
 

como una cosa que persiste y dura-.

     
 

-Aquel pobre, señor, tiene tres pelos

     
 

de cabra sin la cabra en su tugurio.

     
 

-Y pues,

 

   
 

no espere ni un segundo en darle un tiro

     
 

y sacarle esos pelos de su vida.

     
 

No sea que después sienta tibieza

     
 

y se rebele contra la pobreza-.

     
 


NI LUZ NI ASOMBRO

 

 

 1

 

Y nadie se agenció para darle lumbre.

     
 

A nadie le importó darle el asombro.

     
 

No debe conocer el pueblo nada.

     
 

No debe entender qué es lo que pasa.

     
 

Podría proponernos cosas raras.

 

   
 

Podría ya dudar de lo que vive.

     
 

No hay que mostrarle nada, nada.

     
 

No hay que decirle por ejemplo esto:

     
 

-Mire, las cosas son así:

     
 

la vida es fea,

 

   
 

la mentira es muy grande,

     
 

la verdad es diferente.

     
 

Sino decirle solamente así:

     
 

-Hay que ser más paciente que una piedra.

     
 

-Hay que aguantar la vida de penurias.

 

   
 

-Este trozo de trapo es la idea:

     
 

¡y marché a la pelea por el trapo!-.

     
 

Y el pueblo que es muy bueno

     
 

marcha al combate y muere inútilmente.

     
 

 

 

2

 

Hay que darle a este pueblo lumbre y fuego.

 

   
 

Leños de ideas, ríos de conceptos.

     
 

Hay que mostrarle que es un niño grande.

     
 

Que vive en el engaño y en el fango.

     
 

Que es miserable y mustio y harapiento

     

 

   
 

Que hoy que hacerle leer muy seriamente,

 

   
 

y razonar con hondo pensamiento.

     
 

Que se renueve como marcha el día:

     
 

que amanece, transcurre y anochece,

     
 

hay que mostrarle con paciencia y brío

     
 

el camino que lleva al buen sendero,

 

   
 

la verdad que se oculta en cada tramo.

     
 

No debe ya prestarse a los engaños

     
 

y ser el instrumento de los feos

     
 

políticos que engañan con la astucia.

     
 

No debe ya prestarse sin motivo,

 

   
 

a ser de un general su potro oscuro

     
 

y lo robe y lo agreda estérilmente.

     
 

Ya debe de pensar muy seriamente

     
 

en crecer y crecer como es debido:

     
 

que la vida es así,

 

   
 

que el sendero es un río

     
 

que cambia y que es preciso examinarlo.

     
 

Que hay que dejarse de ilusiones vanas.

     
 

Que la verdad padece y no perece:

     
 

¡que la lucha es la savia de la vida!

 

   
 

Que hay que vivir por siempre

     
 

entre la luz, el salto y el asombro.

     
 

Que hay que vivir con ganas de ser lumbre.

     
 
 
 



 

 

 

 

EL PUEBLO ES UN GIGANTE

 

 

No importa que al presente sea como:

   
 

nulo poder, poderío gigante no ejercido,

   
 

clamor difuso, mustias convicciones,

   
 

mudez difusa, ¡mudez de tantos!

   
 

El pueblo es un gigante incuestionable.

 

 
 

Gigante con el gesto de la mano.

   
 

Gigante con los raptos de su asombro.

   
 

Gigante con la sombra de su vida.

   
 

Gigante con la voz de su garganta.

   
 

 

 

El pueblo es un gigante soterrado.

 

 
 

Gigante con el río de sus vidas.

   
 

Gigante con sus pasos en la historia.

   
 

Gigante que ambicionan los mortales.

   
 

Gigante desterrado entre las gentes.

   
 

Gigante con millones de videntes,

 

 
 

de sordos y de oyentes,

   
 

de ciegos con virtudes musicales.

   
 

(¿Gigante oscuro, mustio o desterrado?).

   
 

El pueblo es un gigante.

   
 

Gigante con la llama de una estrella.

 

 
 

Gigante que al moverse es una fragua.

   
 

Es yunque que soporta fieros golpes.

   
 

Es golpe que se inserta en los martillos.

   
 

El pueblo ha sido siempre un buen gigante.

   
 

Gigante que a la historia ha dado fuego.

 

 
 

Y ha dado mar y chispas y maderas.

   
 

Valor de un Goliat con piedras sueltas.

   
   
 

El pueblo es un millón, varios millones,

   
 

que al clamar con valor en toda historia

   
 

lo impulsa a que ejercite: ¡un salto hacia adelante!

 

 
 

¡El pueblo es un gigante inusitado!

   
 
 


 

 

 

 

EL HIMNO

 

El himno de la alegría es nuestro himno,

     
 

de lucha, de esperanza y de optimismo.

     
 

Un himno con estrella de la vida,

     
 

como pasión, destino y pasatiempo.

     
 

Un himno estremecido por el fuego

 

   
 

de la patria, el patriota, el campesino.

     
 

Un himno concebido por la aurora,

     
 

con la mano de aceite del obrero.

     
 

Un himno-decisión, un himno pueblo,

     
 

con arado y bueyes y capueras.

 

   
 

Un himno con la sangre de la patria.

     
 

Con la guarania, el canto y la guitarra.

     
 

Un himno con destellos de la gloria,

     
 

con fuego en cada arista de su estirpe.

     
 

Un himno poderoso

 

   
 

sin calabozo al lado ni gendarmes,

     
 

sin lista de agraviados prisioneros,

     
 

de país sin ladrones ni ladridos,

     
 

sin políticos turbios y agresivos

     
 

que tienen por valor cuatro pistolas,

 

   
 

tres queridas con coches y chóferes,

     
 

un vino corrompido en la garganta

     
 

y palabras con miasmas y mentiras.

     
 

Un himno con millones de rocíos

     
 

y pájaros hermosos y laureles,

 

   
 

con yunques y boyeros de la aurora,

     
 

de país con pasión en las verdades.

     
 
 

Con lo tuyo, lo mío y con lo nuestro.

     
 

Un himno con el sueño de una patria

     
 

enorme, delicada y decidida,

 

   
 

por el bien, el progreso y la esperanza.

     
 

Un himno de trabajo y de alegría,

     
 

con vida con el aire de la gloria.

     
 

Un himno-libertad, un himno-pueblo,

     
 

que al decir: Paraguay, diga la vida,

 

   
 

la gloria, la virtud, lo ambicionado.

     
 



 

 

NO TODO ESTÁ PERDIDO

 

 

No todo está perdido en esta patria

   
 

después de la abyección y el cautiverio,

   
 

tras el robo, el ladrón y los gendarmes.

   
 

 

 

No todo está perdido en esta patria

   
 

país casi sin bosques ni guadañas,

 

 
 

que casi ya es desierto por el robo,

   
 

con pistolas, miserias y mentiras.

   
 

 

 

Con dos y dos que no son cuatro,

   
 

y estafadores con furor de lobos.

   
 

Con ministros de putas decisiones,

 

 
 

y militares con un mar de astas;

   
 

campesinos y obreros miserables.

   
 

 

 

No todo está perdido en esta patria

   
 

que tiene en el martirio el pan diario,

   
 

el pecho consumido por los perros.

 

 
 

Que tiene el pelo turbio, el aire feo,

   
 

el hambre, la agresión, el culo roto.

   
 

 

 

No todo está perdido en esta patria

   
 

hedionda, corrompida y consumida

   
 

por la prisión, el látigo y el hurto,

 

 
 

el hurto que es noticia cada día,

   
 

la corrupción, la esencia del Estado.

   
 
     

 

 

No todo está perdido en esta patria

   
 

que tras una batalla y mil de ellas,

   
 

resurgirá de su miseria oscura,

 

 
 

de su tragedia nacional y fea...

   
 
 



 

 

LA LIBERTAD AÚN NO LLEGA

 

 

Parece que la vida es mudez y desprecio:

   
 

¡una cosa imprecisa que atesora algún miedo!

   
 

¡Parálisis que impone misterios en la casa!

   
 

Rumores... ¿quién se anima

   
 

a proferir los truenos que tiene la garganta?

 

 
 

Temblores, sí, temblores,

   
 

de gentes que agavillan temores en la cama.

   
 

Hay más cadenas como

   
 

serpientes en los huertos

   
 

de campesinos como

 

 
 

señores del silencio.

   
 

 

 

Parece que la vida se ha vuelto en algo espeso

   
 

que menciona y menciona sus días de basuras.

   
 

¡Basural es la vida con miseria y miseria,

   
 

con novedades muertas en semana y semana!

 

 
 

 

 

El país está yerto,

   
 

¡tan yerto que no sabe si aún vive o dormita!

   
 

Se sube a su camastro como sube al cadalso

   
 

y sueña, a veces, como si estuviera bien muerto.

   
 

La libertad aún no llega;

 

 
 

mientras inquieren las gentes

   
 

si aún haya esperanzas

   
 

para unirse a ese tiempo,

   
 

que es más que el ala, el cielo...

   
 
 



 

 

LA TIERRA ES EL REPOSO DE LAS FLORES

 

El pueblo es quien soporta el peso oscuro

     
 

de la muerte; el combate, el sacrificio.

     
 

Él tiene el gran valor del combatiente,

     
 

que lucha sin parar un solo instante.

     
 

El pueblo es quien aporta el peso entero

 

   
 

de la sangre que aporta el combatiente.

     
 

De pronto el que combate cae o muere.

     
 

No muere de la forma que se espera

     
 

sino que muere en plena lucha oscura,

     
 

enarbolando el gesto de la patria,

 

   
 

ejercitando cosas de su pueblo.

     
 

Ha regado con sangre ese sendero:

     
 

el huerto singular que es nuestra patria.

     
 

Y luego es la virtud de su legado:

     
 

brotan las flores, inundan los aromas.

 

   
 

¡La sangre de los mártires diversos

     
 

que da vida al perfume, a los colores!,

     
 

¡la tierra es el reposo de las flores!

     
 



 

 

REPÚBLICA

 

 

1

 

 

República pequeña, pequeña y miserable,

   
 

de intensas quemaduras, de oscuras cicatrices,

   
 

de pueblo que transita

   
 

de prisión en prisión como un bandido.

   
 

 

 

República que vive en feas catacumbas,

 

 
 

signada por un mapa de antiguos latifundios

   
 

ahogada por las sierpes del mal y las maldades,

   
 

aterrada por puños y puñales,

   
 

por sargentos que tienen colmillos y venenos.

   
 

¡República vestida con harapos horribles,

 

 
 

con tristezas y tristezas

   
 

y terror centenario!

   
 
 

 

 

2

 

 

Histórica república con sesgos campesinos;

     
 

con yunques y maizales, con cosas de troperos,

     
 

a poco de andar casi,

 

   
 

le arruinaron sus silos,

     
 

le pialaron sus bueyes, la tiraron al barro,

     
 

le pusieron serpientes y ludibrio en los ojos,

     
 

le quitaron la casa, le pusieron un grillo.

     
 

Y abogados malignos usurparon sus bienes,

 

   
 

le tendieron la trampa con la saña del lobo,

     
 

¡le dieron falsedades en códigos y escritos!

     
 

Escribieron la historia con colores difusos.

     
 

Difundieron la escarcha, promovieron la ruina.

     
     
 

Hipotecaron prestos la patria con sus huertos.

 

   
 

Hicieron de su pueblo un pueblo enmudecido.

     
 

En turbias aventuras de egoísmo y premura

     
 

por gozar de las pocas pertenencias del pueblo,

     
 

pusieron en acción magros fusiles,

     
 

y arrasaron los campos,

 

   
 

los pueblos temblorosos,

     
 

las capueras con hombres temerosos y heridos.

     
 

Y a la muerte dijeron: ¡mata y mata!

     
 

 

 

3

 

La república

     
 

se vio así como humillada,

 

   
 

pobre, pobre y más pobre

     
 

que un mendigo en la calle

     
 

que no tiene ni casa ni comida.

     
 

¡Languideció en la pobre pobreza del gemido!

     
 

Sus hijos se volvieron peregrinos:

 

   
 

troperos y empleados, aradores y hacheros,

     
 

estudiantes y obreros,

     
 

campesinos a millares.

     
 

Se fueron por las calles extranjeras,

     
 

por pueblos y ciudades de otros lares,

 

   
 

por granjas y viñedos muy lejanos.

     
 

Se volvieron albañiles y camioneros,

     
 

empleados y contables del dinero.

     
 

Y comerciantes escasos o gestores.

     
 

Se hicieron de marinos y tenderos.

 

   
 

(Ya muchos se marcharon para siempre:

     
 

¡qué república oscura y miserable,

     
 

que arroja como leños a sus hijos

     
     
 

para dar el calor a otros lugares!)

     
 

(Ya no vuelven Jacinta ni Aparicio,

 

   
 

ni Ramón, ni Celeste, ni González.

     
 

Mudaron ya sus cálidas raíces,

     
 

su sombra y su sonido hacia otros lares.

     
 

Rescatarlos o mudarlos nuevamente

     
 

sería imposible: una tragedia.

 

   
 

¡Perdió ya la república a sus hijos!

     
 

¡Estado en que aún estamos a más de un siglo!)

     
 

 

 

4

 

República tenaz, incierta, poca,

     
 

insegura, insegura y lastimosa:

     
 

¡poca República ya como muy pocas!

 

   
 

Aquí las leyes tienen vigencias incoloras.

     
 

El pueblo está y soporta el continuo desprecio.

     
 

Él vive a la intemperie y resiste a la lluvia.

     
 

Él tiene su fogata y tiene su miseria.

     
 

El gendarme le viene a aplicar una pena.

 

   
 

Jueces que prejuzgan que el pobre es delincuente.

     
 

¡País lleno de pulgas y presidios!

     
 

El pobre aquí es juzgado de manera implacable.

     
 

Se lo echa del pueblo, del campo y las capueras.

     
 

Se lo esposa en la casa, se lo arroja en la cárcel.

 

   
 

Peores que los pájaros el pobre nada tiene.

     
 

En tanto el general, los generales,

     
 

tienen pronto una estancia y muchos bienes.

     
 

Tienen yate, avión, tractores, autos.

     
 

Dinero en los bancos y queridas.

 

   
 

¡Se sirven de la patria y de sus cosas!

     
 

Lo esquilman al Estado cada día,

     
     
 

usando a los soldados de sirvientes.

     
 

Y luego en los discursos dicen: patria,

     
 

y agravan a la patria, al saquearla.

 

   
 

Ya no son ni soldados ni patriotas,

     
 

sino vulgares zánganos del pueblo.

     
 

En tanto la república es robada:

     
 

le roban de sus bosques las maderas,

     
 

de sus ríos los peces,

 

   
 

de los cerros las piedras colosales,

     
 

de sus tierras los granos y las sustancias.

     
 

Y llegan en legión los extranjeros

     
 

y rematan los valles y los riachuelos.

     
 

Ponen grandes estancias y graneros

 

   
 

y alambran los poblados y las comarcas.

     
 

Ya todo está vendido: enajenado.

     
 

La patria ya es ficción, trapo y escudo.

     
 

Y compran a jueces y militares,

     
 

a policías con sus cachiporras,

 

   
 

con su arsenal, con todas sus trompadas.

     
 

No hay justicia, no hay nada para el pobre.

     
 

Se lo tira a la calle o al calabozo,

     
 

y recibe si jode dos balazos,

     
 

o un garrotazo bueno y mil patadas.

 

   
 

Aquí no hay más derecho que el torcido

     
 

y códigos que agreden al que es menos,

     
 

que no cuenta con casa ni mendrugo.

     
 

Aquí el mal ladrón no va a la cárcel

     
 

y es gran señor que aspira a ser más grande.

 

   
 

Tiene dinero, tiene como quiere,

     
 

y autos y queridas y sirvientes.

     
 

Sale si se le antoja en los diarios

     
     
 

y compite si quiere con las mises...

     
 

 

 

5

 

Sin tierra el campesino,

 

   
 

sin hogar el obrero,

     
 

con una prole hambrienta y desnutrida,

     
 

con deudas que son: un monte espeso.

     
 

No tienen nada, nada.

     
 

O bien soporta enormes infortunios:

 

   
 

quemas de ranchos, muertes de sus hijos,

     
 

balazos, calabozos y golpizas.

     
 

(No hay paz para el que es pobre y ordinario,

     
 

para quien no tiene rango ni apellido.

     
 

¡Es dura la verdad de su existencia!

 

   
 

¡Más dura que la piedra de algún cerro!).

     
 

Son miserables, pobres y harapientos.

     
 

No tienen la instrucción que necesitan.

     
 

Sólo escrutan el libro de la vida

     
 

donde encuentran que el pobre es un mendigo,

 

   
 

y borracho y ladrón: ¡casi un bandido!

     
 

Saben de la miseria tantas cosas

     
 

que intuyen por vivencia

     
 

que no hay solución en este Estado.

     
 

Presienten

 

   
 

que aquí se necesita casa nueva

     
 

y cimiento bien nuevo y diferente,

     
 

y darle un caro soplo a la existencia:

     
 

con tierra, con salud, con pan y libros,

     
 

y nuevos hombres como hombres nuevos.

 

   
 

Entonces, ya no habrían hambre y miseria.

     

 

   
 

Y analfabetos, parias y ladrones.

     
 

¡La patria podría ser cara belleza:

     
 

un hermoso taller para el trabajo,

     
 

una Universidad para la vida!

 

   
 

 

 

6

 

Merece esta república un destino

     
 

mejor del que soporta en el presente.

     
 

Merece esta república un Estado

     
 

mejor del que le esquilma y que le agobia.

     
 

Ya la historia ha dispuesto este dictamen

 

   
 

ineludiblemente necesario,

     
 

que se requiere aquí en este sitio:

     
 

¡una Nueva República bien Nueva,

     
 

de trabajo y virtudes y luces nuevas!

     
 
 

 

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