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LUCY MENDONÇA DE SPINZI (+)

  NO TE QUEDES, JULIANA - Glosa de LUCY MENDONÇA DE SPINZI


NO TE QUEDES, JULIANA - Glosa de LUCY MENDONÇA DE SPINZI
NO TE QUEDES, JULIANA
 
(GLOSA AL CUENTO "LA INTRUSA" DE JORGE LUIS BORGES)
Cuento de LUCY MENDONÇA DE SPINZI

 
 
 
 
 
NO TE QUEDES, JULIANA
 
 
(GLOSA AL CUENTO "LA INTRUSA"
 
 
DE JORGE LUIS BORGES)
"El carro va rodando en tumbos y yo voy entre los dos. No sé adónde me llevan, ni me importa. Saben lo que hacen y no tengo miedo. Para ellos lo más importante es estar juntos. Habrán quedado huérfanos desde chiquitos. Así dicen por el pueblo. Es de noche y todavía no salió la luna. No tengo miedo, no. No es que yo no les importe. Al contrario. Pero hablan poco, casi nada. Solamente lo necesario. Así se acostumbraron. Así se manejan en todo. A su manera. Son distintos hasta en el cabello que parece que estuviera lleno de sol, y en la piel oscura donde la ropa no los cubre y blanca por dentro, como leche, que solamente yo veo cuando nos acostamos frente a las ventanas de rejas, entre aperos o cueros, iluminados de luna. Solamente yo veo su piel de leche y nadie más. Ellos antes no tuvieron mujer. De vez en cuando iban al prostíbulo, pero nunca tuvieron mujer en casa. Solamente yo. Soy la única. También en eso son diferentes: apasionados, cariñosos..., muy diferentes a lo que son el resto del tiempo. Para ellos lo más importante es estar juntos. Como si se defendieran de la gente en esa forma. Y no es que yo no les importe, al contrario, los dos me quieren. A su manera. A veces hasta me asustan, de noche, cuando uno me llama y nos queremos entre los aperos y las bolsas de forraje y entonces es como si yo fuera lo más importante en su vida. Hasta que me llama el otro en la pieza del frente, que mira al camino, y nos acostamos entre los cueros que acopian y venden y entonces sus besos pareciera que van a ahogarme. Los dos dicen que soy muy, muy linda. Pero a la mañana siguiente es como si no me conocieran. Ni me hablan, como ahora que vamos a los tumbos en el carro, rodeados de oscuridad. De día ni me miran. Sí, ellos son diferentes. A veces me observan de reojo como si yo les estorbara. Pero no quieren que me vaya. Muchas veces les digo, de noche, cuando estamos abrazados, que si les molesto me voy, pero ninguno de ellos quiere. Al contrario, pareciera que soy muy importante para ellos. Ya procuraron una vez y me devolvieron al prostíbulo de donde me trajeron. Pero después de una semana me fueron a buscar juntos de nuevo, ojerosos y barbudos como sino hubieran dormido en muchos días. Yo no sé qué hacer. No pienso hacer nada. Los quiero a los dos y se que me necesitan. Ellos tienen que decidir. No se qué podría hacer yo. Ni los en-tiendo a ellos ni a mí misma. Son tan raros. Porque de día creo que les molesto y hasta que me odian. Pero no dicen nada. Se parecen a su casa, grande, triste, vacía, descuidada, como si rechazara a la gente pero la necesitara sin embargo. Algo les sucede, pero no se qué es. Cuando nos tiramos en la pieza del frente, entre los cueros, antes de apagar la vela, el mayor esconde ese libro negro que tiene sobre la mesa tan linda contra la pared, con un espejo encima, todo adornado y lleno de polvo y de telarañas y que no quiere que yo limpie. Esconde ese libro en el armario que tiene angelitos desnudos que a mí me gustan tanto y que no permite que toque ni con la punta de un dedo. Yo no se qué libro es ese porque no sé leer, pero tiene letras muy lindas que suelo mirar cuando ellos no están. Es un libro muy viejo, con cierre dorado y cintas de colores que casi no se distinguen por la vejez y el polvo. Debió haber sido un libro muy lindo cuando nuevo. La luna está por salir, pero la tapan unas nubes oscuras. Siento los cuerpos de los dos a mis costados empujándome de un lado para otro con el movimiento del carro. Por eso no siento tanto el frío. No tengo miedo porque están a mi lado, aunque son tan raros... Yo no les entiendo pero no me dan miedo porque les quiero mucho. Cuando me devolvieron al prostíbulo estuve muy triste porque los demás hombres son muy brutos y tratan mi cuerpo como un zorro muerto listo para ser descuereado. No se adónde me están llevando. Pero sé que no es al prostíbulo porque ya me trajeron dos veces de ahí y lo que quieren es que desaparezca del todo. Pero yo no me voy a ir. Que me lleven ellos. Y no tengo miedo porque aunque les estorbo, me necesitan. Y parece que les estorbo porque para ellos lo más importante es estar juntos, los dos hermanos, sin que nadie más viva con ellos. Algo tendrán que hacer. El que conduce el carro no abrió la boca todavía y el otro, de vez en cuando, le señala el rumbo en la oscuridad. No distingo más que los bultos de los árboles y alguna aguada que brilla de vez en cuando a lo lejos. Creo que estamos yendo hacia la salina de Matías. No sé. Estoy empezando a sentir frío y procuro no temblar. Sospecho algo porque se pusieron su revólver en el cinto los dos y me dijeron que preparara mis cosas. Me recomendaron que no dejara nada por ahí. El frío me está llegando a los huesos. Lo que hagan va a estar bien. Nadie en el pueblo me mira más desde que vivo con ellos. No porque lo que soy porque eso a nadie le molesta. Mi mamá ya fue eso y yo aprendí que es una manera de servir a los hombres. Parece que muy importante. Pero lo que no toleran es que viva con dos hermanos a la vez. La gente tiene sus creencias pero yo también tengo las mías. Cuando guardé la crucecita de plata que mi mamá llevaba en el cuello, algo me dijo que tal vez yo estuviera de verdad haciendo mal. Pero no me parece del todo. Ellos me necesitan más que los otros y si yo les estoy estorbando, voy a aceptar lo que ellos dispongan. Porque me quieren y es lo único que a mí ma importa. Uno, el menor, me dijo en la pieza de atrás, cuando estaba guardando mis cosas, que si tenía miedo, me fuera nomás por la oscuridad. Pero no pienso correr. Que sea lo que ellos quieran. Ahora se detiene el carro. No quiero que noten que estoy a punto de tiritar. No se qué esperan. Todo está inmóvil. Los tres estamos quietos como estatuas de iglesia. El menor se está bajando despacio, como si estuviera acalambrado. Me parece que está atando los caballos. Ahora el mayor me está diciendo en el oído que me baje por el otro lado y corra en la oscuridad. Yo le digo que no con la cabeza. No quiero. No tengo adonde ir. Ahora nos estamos bajando y yo estoy sudando frío. Será el viento de la noche. Ya puedo tiritar tranquila. No lo van a notar. Se quedan quietos como esperando algo y yo también. Creo que es la voz del menor que en mi oído me dice que si tengo miedo, me vaya corriendo en la oscuridad. Me quedo quieta. No voy a correr. Prefiero morirme tiritando. Que ellos decidan. Ahora me dicen que camine hacia allá, hacia la salina de Matías que se está poniendo blanca con la luna que comienza a asomar de golpe. Uno se me acerca y siento su aliento en mi oreja. Me dice que si tengo miedo que corra en la oscuridad. Me repite como suplicando: no te quedes, Juliana, corré... Digo que no con la cabeza. El silencio es largo y no sé qué estamos esperando. Por fin uno me dice que camine, que me vaya hacia la salina. Me dice con voz fuerte, como cuando está muy nervioso y me repite más fuerte, apurándome. Ahora los dos me ordenan que me mueva. No se si están enojados... o angustiados. No entiendo. Tirito libremente con todo mi cuerpo. Tengo que apurarme. Ahora me gritan los dos juntos. Empiezo a andar hacia donde la luna brilla con toda su fuerza entre nubes negras y procuro que no noten que no puedo contener mi cuerpo. Por eso camino lenta, muy lentamente, con mi bulto en la espalda, hacia el camino que la luna hace en la salina que brilla como agua quieta. Camino despacio, muy despacio, tiritando, temblando bajo la mirada fija de los dos en mi cuerpo. Siento en mi espalda su mirada y... suenan muy fuerte dos disparos casi juntos y..."
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LUCY M. DE SPINZI
 
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TALLER CUENTO BREVE
Dirección:
Talleres Gráficos
EDICIONES Y ARTE S.R.L.,
Asunción-Paraguay 1988 (136 páginas).
 

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