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LUCY MENDONÇA DE SPINZI (+)

  ENGAÑOTERAPIA y CONFESIÓN DE ABRIL - Cuentos de LUCY MENDONÇA DE SPINZI


ENGAÑOTERAPIA y CONFESIÓN DE ABRIL - Cuentos de LUCY MENDONÇA DE SPINZI

ENGAÑOTERAPIA y CONFESIÓN DE ABRIL

Cuentos de LUCY MENDONÇA DE SPINZI

 

LUCY MENDONÇA DE SPINZI : Nació en Asunción en 1932 y desde 1940 vivió con sus padres en el exilio. Regresó a Paraguay para contraer enlace y desde entonces se dedicó enteramente a criar diez hijos. Acompañó a su marido en actividades teatrales con las compañías de Héctor de los Ríos y Ernesto Báez, e inició como entretenimiento la actividad literaria en ese género. Así obtuvo su primer galardón con el Primer Premio de Obras Teatrales de Radio Cáritas en 1965, con la pieza "Los Desarraigados". Desde entonces su carrera privada en los géneros teatral, ensayo y cuento breve, se ha visto estimulada en diversos concursos que han hecho posible la publicación de algunos de sus trabajos. Mencionaremos solamente, además del ya anotado, de sus once galardones, el Premio Internacional de Ensayo de Radio Cáritas, convocado juntamente con el Instituto Paraguayo para la Integración de América Latina de 1988 con el ensayo sobre Rafael Barrett. Además, en 1987 la Editorial Criterio-Ediciones publicó un tomo de veintidós cuentos cortos con el título "Tierra Mansa y otros cuentos".

La actividad literaria sigue siendo así meramente privada y catárquica para quien, como ella, ha tenido que concentrar energías para la elemental supervivencia familiar mediante el oficio de escultora ceramista.

 

 

ENGAÑOTERAPIA

 

Morenita baja, pelo lacio, sonrisa tímida y alma de tórtola, Tina, la hija del poderoso Agustín González, se sentía perdida. Añoraba su nativo valle de Yuky-ty, el rancho de la abuela, añoraba andar descalza por el yaborai sintiendo bajo sus plantas la tierra áspera y las hierbas frescas. Pero no, ya no era la campesinita libérrima que trotara un día hacia el arroyo entre primos, primas y vecinos del lugar comunicándose cómodamente en el fácil idioma nativo, nasal, coloquial, apto para la ternura y la picardía. Ya no se llamaba "Agüistina" que le sonara tan dulce: ahora era la señorita Tina, alumna de Las Teresas, hija de uno de los pilares del capitalismo local. Su padre había hecho una meteórica carrera que eufemísticamente calificaban de "comercial" y ya no era el llano Don Agüi, sino el poderoso Don Agustín González, Presidente vitalicio del importante club de fútbol "EL ESPLENDOR". Era miembro honorario de clubes de básketbol, fútbol de salón, natación, tenis, y de múltiples agrupaciones de beneficencia que lo apreciaban por sus jugosos cheques que alegraban muchos corazones.

Pero Tina, almita de tórtola, estaba encerrada en sus zapatitos de moda, en sus torpes imitaciones de modales desenfadados, en alusiones hirientes a la fortuna de su padre, en un ambiente que no era el suyo y que admiraba inútilmente sin poder asimilarlo. Estaba ahí sin estar. Don Agustín, papá Agüi, la hizo viajar a Disney World, a Rio de Janeiro, a Punta del Este, a Mar del Plata, y recientemente a París. Pero la señorita Tina albergaba bajo su maquillaje a la "Agüistina" de Yuky-ty, nieta de Ña Ruperta e hija de Ña Librada.

Su corazoncito estaba listo para admirar el oropel mundano desde su íntima añoranza de la aldea. Por eso, cuando conoció a Sergio, descendiente del ilustre y nunca bien ponderado por su inmensa erudición, Don C..., ex Presidente de la República e ideólogo del agrupamiento político más tradicional del país, experimentó un encandilamiento instantáneo. Bajo los reflectores de la cancha de basketbol lo vio avanzar suelto, sonriente, despeinado, con esa decisión que tienen los de cuna dorada.

Y cuando él, sin conocerla le dijo "hola", ella miró hacia atrás buscando al destinatario del saludo. Y así comenzó el éxtasis de Tina.

Papá Agüi estimuló la relación sin dudas ni suspicacias. Y cuando vio salir de la Catedral a su única hija, morenita, pequeñita, pelo lacio y almita de tórtola, con su vestido blanco hecho en Bs. As., del brazo del apuesto Sergio, se le ensanchó el pecho y su redondo rostro moreno resplandeció. ¡Sus nietos serían descendientes de Don C..., ex Presidente de la República, recordado por todos, vaya Dios a saber por qué!

Y el éxtasis de Tina continuó doloroso, intenso, silencioso. Cuando papá Agüi le preguntaba cómo andaba todo, ella siempre respondía con una sonrisa radiante: "entero mbaé iporã, ndaipori ibaiba". Y tranquilizaba el corazón paterno que sufría punzadas de pánico por los rumores que circulaban en el ambiente.

En los momentos íntimos, cuando Sergio estaba de buen talante, en las raras ocasiones en que lo tenía consigo, ella lo llenaba de caricias y le decía monosílabos tiernos en guaraní.

Cuando nació el niño él estaba corriendo un "rally". Llegó en cuatro días, muy cansado y de mal humor. Apenas miró a su vástago. Esa noche Tina hizo su primer reclamo con tímido dolor:

- Parece que no te interesa tu hijo...

El la miró desde su altura y con desprecio respondió:

- Creí que te habías dado cuenta que me casé contigo por tu dinero... Los pechos de Tina manaban abundante leche que el niño ávido sorbía, y también sus ojos manaron abundantes lágrimas que ella sorbió en silencio. Él le dio las espaldas seguro de que ella no hablaría, que la tenía en un puño, que su vida de juerga estaba asegurada. Se sentía cómodo porque hizo un toma y daca: puso el semen y el apellido, ella la fortuna...

Tina se consolaba con manidos recursos religiosos que su confesor, el Padre Ursulino, estimulaba para tener en paz a la familia. Eran buenos feligreses, tranquilos y dadivosos. Cuando ella rezaba arrodillada en su reclinatorio, ante el nicho de la abuela Ruperta que guardaba una resplandeciente imagen de María Auxiliadora que viniera de la misma Italia, hilaba ideas repetidas como: "hay que perdonar", "todos somos hijos de Dios", "todos somos hermanos", "Ñandeyara perdona todas las ofensas porque es un Padre bueno". Y tras el rumor de los Ave María su cabecita de tórtola intentaba perdonar a su amado Sergio, lo que no le costaba nada, a sus muchas amantes, lo que le costaba mucho, y se hacía la idea de un Dios bonachón, sonriente y distraído que tenía un poco la cara del Padre Ursulino, con la nariz roja y los cachetes encendidos, idea inconsciente del universal dios Baco, el que bendice todas las juergas y todos los desmanes.

Cuando trajeron el cuerpo decapitado de Sergio el niño tenía ocho meses. Ella vio el cadáver en la Capilla Ardiente, ya compuesto y rodeado de lúgubre ornato. Le habían ahorrado el doloroso preparativo fúnebre.

Y la leche no dejó de manar. Y Tina contemplaba al niño glotón en el que veía un rasgo, y otro se imaginaba, del padre muerto, y lo regaba con sus lágrimas.

Cuando las crónicas de prensa relataron descarnadas el deceso, ensañándose en detalles que ofrecían a cambio de otros acuciantes de carácter político y económico que estaban censurados por el régimen, ella amamantaba al niño incansable en la succión, y lo colmaba de caricias. Decían cosas horribles, como que Sergio, viajando de madrugada en un convertible rojo, en buena compañía, y con abundante provisión de cerveza importada, se había introducido a gran velocidad bajo un transporte de ganado vacuno. El y la mujer quedaron decapitados. Pero lo terrible fueron las fotografías...

En la casa todos evitaron nombrar al difunto sin que nadie se lo propusiese. Y se movían sigilosos.

El Padre Ursulino dotó a la joven viuda de buena provisión de escapularios y conceptos religiosos analgésicos. Así Tina inició su viudez, y con los días fue olvidando todo lo amargo, recordando todo lo bueno, y hasta llegó a perdonar a la decapitada amiga de su marido. Y fue entonces que concibió la idea liberadora. Para llevarla a cabo acudió a una ex compañera de Las Teresas que siempre la tratara con magnanimidad y con la que nunca se sintiera disminuida. La consideraba buena para la literatura porque obtenía excelentes notas en redacción.

Y así, sin que papá Agüi y mamá Librada nada supieran, llevó a cabo su plan sanador de todos los malos recuerdos. Una mañana Don Agustín González leyó en el periódico, en un recuadro llamativo, la página recordatoria que rezaba así:

"A mi amado esposo, Sergio C...

Al cumplirse tres meses de tu llorada desaparición, tu esposa, Tina González de C..., te recuerda como el mejor marido, padre ejemplar, ciudadano pundonoroso, hombre honrado como ninguno y tierno compañero.

Tu hijo Sergio C... González y tu inconsolable viuda tendremos siempre en el recuerdo tu señera conducta y viviremos para honrar tu memoria y para imitarte siguiendo tus pasos en la vida y en la muerte...

 

Tina González Vda. de C..."

Lucy Mendonça de Spinzi

 

 

CONFESIÓN DE ABRIL

 

Cojo las dos paginitas blancas cuidadosamente mecanografiadas y leo:

"Nací con la entrada del verano. Fui animal de sangre caliente. No conocí sentimiento, ni creencia, ni sensación que no estuvieran signados por el ardor del sol de mi estación. Fue la intensidad mi nota predominan te, pero ahora... Es como si hubiera perdido cierto estado adánico en que los sucesos aparecían como primeros y últimos. Cada acontecimiento era una pista para buscar un tesoro oculto a todas las miradas. Me consideraba protagonista de todos los dramas y de todas las comedias, y por eso viví muchas vidas.

Y ahora medito lo que fui a la luz de lo que soy. La llovizna de abril tiene olor de otoño, olor de fronda húmeda, de humus, y desdibuja los contornos de los cerros distantes. Agitan lánguidos los árboles sus altas cabelleras, y la violencia del sol del verano quedó atrás y se redujo a pinceladas de dorado viejo "de viejo misal" a lo Valle Inclán.

Me eclipso, me estoy yendo como el sol que muere en occidente. Descubro un protagonismo que no es el mío sino el protagonismo cósmico que excede mis fronteras. Medito. Es mi nuevo tiempo, el tan temido por todos los que añoran la juventud, la pobre juventud, porque fueron o creyeron ser felices en la primavera y en el verano de la vida. Mis recuerdos atemperados por la distancia y el tiempo, todavía tienen la fatiga de una travesía en el desierto a la búsqueda de las palmeras del oasis en espejismos repetidos, teniendo el sol enorme y cegador arriba, y abajo piedras y arena. ¡Ay, pobre juventud! ¡Violenta juventud, con su música de vértigo, con sus plagas crueles, su futuro ominoso, sus pretensiones de fácil humanismo!.

Abandoné mis galas oficiales y me instalé en mi íntima hospitalidad, en zapatillas y bata de casa. Dejé atrás odios atormentados, amores enajenantes, ansias malsanas, temores obsesivos e ilusiones de candilejas. Me hice a un lado para protagonizar finalmente mi vejez, de cara a la aventura final, la puerta de las mejores esperanzas de plenitud hasta ahora incumplidas. Y como fui labrada a hachazos como las viejas vigas de los antiguos caserones en ruinas, coqueteo con la intemperie y me corteja el absoluto.

Disfruto la compañía de mi hombre, discreto y galante. Reconozco en él un señorío en la intimidad que pocos tienen en la vida pública. Nos hicimos juntos, a fuerza de choques y desacuerdos, de misericordias mutuas, de lamernos uno a otro las heridas y de reírnos juntos de las contradicciones de los triunfos y las derrotas.

Ayer X... me dijo que siempre me vio como una mujer interesante y sensual, pero jamás se atrevió a decírmelo. ¡Y pensar que creí haber pasado por la vida ajena inadvertida! Concesión tardía a la vanidad que otorgan las canas...

Los años prestan maravillosos claroscuros a lo Rembrandt, sombras sepia y pátina dorada. Las estaciones de Vivaldi se suceden con el estribillo tenaz del violín que se niega a callar. Ahora las violas machacan su grave anuncio con el contrabajo y el violoncelo replicando a la melodía aguda su anuncio inexorable.

Voy rumbo al despegue. Abril, con sus pintas de oro y sus ligeras brumas me promete una etapa nueva que deseo agotar como agoté mis soles de verano. Vivir es reconocer cada estación.

El y yo hablamos poco pero nos decimos mucho. Tenemos puestas nuestras expectativas en el futuro. Hemos cumplido con nuestros descendientes, tenemos los papeles en orden y hemos cerrado la ventanilla de reclamos... Pero todavía duele verlos ir hacia lo desconocido. El futuro nos dará el olvido.

Se sosegó nuestro paso. Es bueno estar juntos en la frontera cercana del invierno. Mañana todo estará borrado, incluso mi confesión de abril. Mañana estaremos libres en algún espacio incorruptible en que la esperanza de plenitud se habrá cumplido...

La melodía insistente del violín está siendo reemplazada por el canto de las violas, la grave frase del violoncelo y el latido profundo del contrabajo. Suena la estación de abril con mis confesiones que pronto serán cenizas..."

Anteayer tarde enterramos a la abuela, poco más de un mes luego de la muerte del abuelo. Ahora los descendientes recorremos la casa deliberando sobre qué destino dar a tantas cosas como se amontonan en una larga vida.

La recuerdo mirando las hojas que caen como mariposas muertas sobre la tierra hospitalaria. La recuerdo sentada aquí, entre frondas, la mirada lejana y esa sonrisa de compromiso en los labios. Está próximo el invierno. No quiero pensar en ello. Después, ya pronto vendrá la primavera... Pienso: "¡Dios mío, qué tristes se ponen los viejos!"

Lo que ahora estoy haciendo es para exorcizar la tristeza.

Las dos cuartillas blancas se retuercen ennegrecidas y una llamita color naranja danza sobre ellas. Soplo las hojas carbonizadas que vuelan como los crespones del duelo...

Llevaré a casa el viejo disco de Las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Tal vez un día lo escuche... cuando esté cansada del rock. . , y de la vida...

 

Lucy Mendonça de Spinzi.

 

Fuente:

CUENTOS DE MAYO Y ABRIL. TALLER CUENTO BREVE

Dirección: HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ

© EDITORIAL DON BOSCO

Tirada: 750 ejemplares

IMPRENTA SALESIANA.

Asunción, Paraguay 1992 (152 páginas)

 
 
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