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FULGENCIO RICARDO MORENO (+)

  CAUSAS DE LA INDEPENDENCIA DEL PARAGUAY - Obras de FULGENCIO R. MORENO - Año 2010


CAUSAS DE LA INDEPENDENCIA DEL PARAGUAY - Obras de FULGENCIO R. MORENO - Año 2010

CAUSAS DE LA INDEPENDENCIA DEL PARAGUAY

Obras de FULGENCIO R. MORENO

 

 

Colección: INDEPENDENCIA NACIONAL

INTERCONTINENTAL EDITORA

Asunción – Paraguay

2010 (107 páginas)

© INTERCONTINENTAL EDITORA S. A.

Caballero 270; teléfs.: (595 - 21) 496 991 - 449 738

Fax: (595 - 21) 448 721

Pág. web: www.libreriaintercontinental.com.py

E-mail: agatti@libreriaintercontinental.com.py

Diagramación: Gilberto Riveros Arce

Hecho el depósito que marca la Ley N° 1328/98.

ISBN: 978-99953-73-53-8

 

 

CONSEJO DIRECTIVO DE LA FUNDACIÓN CABILDO

PRESIDENTA - MARGARITA AYALA DE MICHELAGNOLI

VICE PRESIDENTA - DRA. TERESA MARÍA GROSS BROWN DE ROMERO PEREIRA

MIEMBROS TITULARES

FÁTIMA DE INSFRÁN// GABRIEL INSFRÁN// MARGARITA MORSELLI//

YOLANDA BOGARÍN// MARÍA LUISA SACARELLO DE COSCIA//

GILDA MARTÍNEZ YARYES DE BURT// MIGUEL ALEJANDRO MICHELAGNOLI

MIEMBROS SUPLENTES

EDGAR INSFRÁN// PAZ BENZA

 

 

ÍNDICE - PRÓLOGO 

Capítulo I:

EL VIRREINATO Y LA METRÓPOLI. REVOLUCIÓN DE LA CAPITAL

Capítulo II:

EL PARAGUAY COLONIAL Y LAS PROVINCIAS MERIDIONALES

Capítulo III:

EL PARAGUAY Y BUENOS AIRES 

APÉNDICE:

Informe del Gobernador Agustín Fernando de Pinedo

sobre la situación del Paraguay en 1775

 

 

PRÓLOGO

 

En los años del primer centenario de la independencia paraguaya, Fulgencio R. Moreno (1872-1933) advirtió sobre el error de considerar la creación de una nación independiente como la obra exclusiva de una personalidad extraordinaria -algo contrario al desarrollo de los pueblos y reñida con la documentación histórica-. Me refiero al Ensayo sobre la independencia del Paraguay, aparecido en 1912 y actual en el segundo centenario. Su autor, Moreno, rompió con la idea difundida por el escritor Thomas Carlyle, para quien la humanidad avanzaba mediante la acción de los héroes. Más reflexivo que el inglés, Moreno supo ir más allá de lo individual para demostrar la acción de las causas económicas en la historia; para el caso que nos concierne, su acción en la emancipación paraguaya. Del Ensayo sobre la independencia del Paraguay, publicamos aquí los tres primeros capítulos, ejemplares para el propósito de divulgación de esta serie de publicaciones para celebrar el Bicentenario.

¿De qué aspiraba a liberarse la provincia del Paraguay en 1811? Moreno lo explica: de un sistema colonial expoliativo que la condenaba a la pobreza, algo percibido por los propios burócratas españoles. Dirigiéndose al Rey de España en 1775, el gobernador Agustín Fernando de Pinedo escribía: "Necesita, Señor, de redención el Paraguay". El informe de Pinedo, citado por Moreno, aparece en el Apéndice de este libro; su lectura nos lleva a reflexionar sobre la capacidad de supervivencia de las prácticas coloniales y también sobre el carácter universal de la verdad histórica: juzgando rectamente coincidieron el funcionario colonial y el intelectual republicano.

¿Cómo oprimía el sistema económico colonial al Paraguay? Con un sistema de impuestos que ahogaba al productor, y a la larga no beneficiaba al Fisco. La yerba, que en los yerbales no valía un peso por arroba, en Buenos Aires valía de veinte a treinta pesos; la diferencia de precio se debía a los impuestos y los beneficios de los intermediarios, abuso ya señalado por Pinedo en 1775. Pinedo, además, deploraba las malas condiciones de trabajo del "peón desnudo" de los yerbales, un abuso comenzado en el siglo XVII y que desgraciadamente sobrevivió a la Colonia.

Al monto exagerado de lo que debía pagarse se agregaba otro factor negativo: su utilización. Pagando los impuestos de sisa y arbitrio, la provincia del Paraguay sostenía las guarniciones militares de Santa Fe, Buenos Aires y Montevideo, cuando carecía de lo necesario para costear su propia defensa. En rigor, carecía de lo elemental, y Moreno lo muestra con anécdotas muy significativas. Cuando llegó a Asunción el gobernador español Céspedes Xeria, la ciudad tuvo dificultades para amoblar su residencia con una mesa y seis sillas. El último gobernador colonial, Velasco, debió utilizar el papel dulas viejas bulas papales para fabricar cartuchos -una profanación exigida por la necesidad-. Más que anécdotas, se trata de muestras muy evidentes del estado real de la provincia, territorio olvidado del imperio español.

Otro problema grave de la economía colonial fue la moneda: tanto la falta de moneda como la política monetaria. La falta -que impedía el crecimiento económico-, se debió inicialmente a una decisión de la Corona: prohibir la introducción de monedas de oro y plata en la provincia del Paraguay. (La prohibición se debió al propósito de impedir el contrabando de metales preciosos a través de la provincia; si consiguió su objetivo, perjudicó a la provincia.) Posteriormente; la escasez de moneda se debió a otros factores explicados por el historiador. La política monetaria colonial fue una prolongación de una práctica de la Edad Media: la manipulación del valor de la moneda por los monarcas europeos. En el Paraguay, la unidad monetaria fue el peso de plata, dividido en seis reales de plata (no se empleaba entonces el sistema decimal). Cada real de plata se dividía a su vez en reales de cobre o de vellón. ¿Cuántos? Esto dependía de decisiones políticas arbitrarias, que hacían fluctuar la relación entre las piezas de plata y las de cobre. Se daba ya, en la Colonia, esa disparidad de valor que se dio después entre la moneda fuerte o divisa y la moneda nacional. Aquellas fluctuaciones cambiarías (por llamarles así) arruinaban al productor, como señala el historiador y economista Moreno.

Otra carga resentida par los paraguayos era el servicio militar obligatorio desde los 18 hasta los 60 años. El soldado no recibía ninguna paga y además debía servir (según la expresión de la época) a su costo y minción, o sea pagándose el caballo, las armas, las provisiones y todo lo necesario. El servicio duraba seis meses al año, pero no seguidos sino interrumpidos; en el momento más inoportuno (cosecha, siembra), el paraguayo debía abandonar su trabajo y marchar a defender la frontera de su provincia o la de cualquier otra comarca del Virreinato del Río de la Plata. (Durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807, fueron a defender Montevideo y Buenos Aires cerca de mil paraguayos, un contingente que sufrió fuertes bajas por impericia de las autoridades coloniales). Varios gobernadores del Paraguay (incluyendo Velasco) criticaron el sistema y pidieron la formación de un ejército regular; no se les escuchó. Tampoco se les escuchó cuando pidieron retener en el Paraguay una cierta cantidad de los impuestos recaudados (en vez de enviar la totalidad al extranjero) para armar a la provincia. Como consecuencia, el parque militar paraguayo era deplorable en 1810. Dice el historiador: "Todo el material de guerra de la provincia del Paraguay se componía de 5 cañones y dos cureñas en estado de servicio; escasa cantidad de balas; 220 fusiles de ordenanza; 88 de varios calibres, casi inútiles; 100 espadas; 188 sables; 172 bayonetas viejas y algunos quintales de pólvora". Como sus demás afirmaciones, ésta se ve respaldada por documentos de la época.

El Estanco de Tabaco fue blanco de las quejas de los productores, obligados a vender sólo a ese monopolio estatal, al precio y en la cantidad determinados por dicho monopolio. Para mantener elevado el precio del tabaco, de acuerdo con sus propios intereses, el Estanco podía comprar sólo una parte de la producción, y exigir al agricultor que dejase pudrirse el resto de lo cosechado. Las manipulaciones de este tipo, además de arruinar al productor, impedían el crecimiento de la economía de la provincia, que abolió el Estanco apenas convertida en nación independiente. En rigor, la decisión de abolir el Estanco se tomó después de la batalla de Tacuarí, en las negociaciones entre los paraguayos y los porteños, que sentaron las bases de un acuerdo entre los criollos contra los españoles. Entonces se decidió la abolición del Estanco, de la sisa, del arbitrio y de todas las trabas a la navegación y el libre comercio que habían arruinado a la provincia del Paraguay durante siglos, y de las cuales existía una conciencia demostrada por Moreno mediante una documentación incontestable.

Al hablarse de aquel momento histórico, surge con frecuencia la pregunta: ¿acaso entendía el pueblo lo que era independencia? Moreno tiene la respuesta: el pueblo pudo no haber tenido plena conciencia de sus derechos, pero tuvo conciencia de sus intereses. La respuesta del historiador vale para el Paraguay sublevado, como para cualquier otra nación americana levantada, desde el norte hasta el sur del continente en los años de la Independencia. La participación política no puede ser el privilegio de los eruditos, que en muchos casos demostraron escaso tino político. Y esta es otra reflexión que, aun referida al pasado, vale para el presente.

GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ

 

 

CAPÍTULO II

 

EL PARAGUAY COLONIAL Y LAS PROVINCIAS MERIDIONALES

 

FORMACIÓN ECONÓMICA DEL PARAGUAY. LAS PRIMERAS LUCHAS: ACCIÓN CIVILIZADORA DE LA ASUNCIÓN: FUNDACIÓN DE NUEVAS CIUDADES. AISLAMIENTO Y ABANDONO DEL PARAGUAY. SU OPRESIÓN SISTEMÁTICA POR LAS PROVINCIAS MERIDIONALES. SISAS Y ARBITRIOS Y PUERTO PRECISO; MONSTRUOSIDAD DE ESTAS IMPOSICIONES EN BENEFICIO DE SANTA FE Y BUENOS AIRES. FALTA DE MONEDA. CONCURRENCIA COMERCIAL E INDUSTRIAL DE LOS JESUITAS. SERVICIO MILITAR. SITUACIÓN DEL CAMPESINO. MISERABLE CONDICIÓN DE LOS PRODUCTORES. ANTAGONISMO PERMANENTE CON LAS PROVINCIAS DEL SUR. CUESTIÓN DE LÍMITES CON CORRIENTES. EL ESTANCO DE TABACO. SUS CONSECUENCIAS. SOLIDARIDAD DE LOS INTERESES Y DE LOS SENTIMIENTOS DEL PUEBLO. EL VÍNCULO NACIONAL. ORIGEN Y FUNDAMENTO DE LA RESISTENCIA A BUENOS AIRES.

 

Cuando se examina el archivo del antiguo dominio español-rica cantera de explotación reciente- encuéntranse multitud de hechos, que duermen aún su viejo sueño secular, en esa inmóvil oscuridad que parece esperar resignada la tardía luz de la historia, la poesía, la sociología y el romance. Multitud de hechos, infinidad de matices, cuyo estudio podría darnos numerosos aspectos de la vida colonial y contribuir a un conocimiento más exacto, a una representación más real de nuestro pasado.

Esta tarea, que ya se ha comenzado a emprender, requerirá sin duda por largo tiempo, la concentración paciente de muchas energías.

Pero si es imposible, por el momento, tantear siquiera tan enorme labor, se puede, por lo menos, observar y distinguir, entre la gran variedad de los fenómenos, aquellos que presidieron la formación de nuestra nacionalidad: vigorosos desde que aparecen, persisten con un relieve tan marcado que impresionan, desde luego, al observador menos perspicaz.

Veamos, por ejemplo, a vuelo de pájaro aquellos que más se destacan en el origen y desarrollo de la ciudad de Asunción.

Movido por las noticias de [Sebastián] Gaboto, un viejo capitán de Carlos V (Pedro de Mendoza (1487-1537), primer adelantado del Río de la Plata y fundador de Buenos Aires. (N. del E.)) se decide a emprender la conquista del [imaginado] Rey Blanco, dirigiéndose con grande armada, y aún más grande imprevisión, hacia el Río de Solís [o de la Plata]. Arriban a la margen oriental del Plata y fundan Buenos Aires. Pero desde el primer momento el hambre les muerde con una tenacidad más terrible que la furia de los salvajes. Los guaraníes de Yurú mirí, (Santa Catalina.) allá lejos, sobre el Atlántico, constituyen su única esperanza, salvándoles en ocasiones. Exploran el Plata y sus afluentes, y por todas partes el espectro del hambre surge en sus inclementes playas. ¡Por doquiera el indio bravío y la inmensa soledad! Mendoza, desesperado, se lanza al mar, con rumbo a España, muriendo en el camino. Y los miserables restos de la gran expedición quedan bregando con los horrores del hambre. Pero en esto llegan del Norte algunos de los exploradores que habían remontado el rio Paraguay, anunciando el hallazgo de un oasis en medio de aquella inmensa desolación: los dominios guaraníes, a orillas de un extenso río, donde acaban de asentar la casa fuerte, origen de nuestra capital, en medio de indios tratables y de abundante agricultura. El gran obstáculo para la conquista quedaba así desvanecido.

Resuelto el problema de la alimentación-problema horrible, que había devorado centenares de hombres- destacábase con claridad el centro y nervio de las empresas futuras: la naciente ciudad de la Asunción. El abandono de Buenos Aires y la concentración de los españoles en la nueva población no fueron obra de la imprevisión o del capricho. Un poderoso móvil económico-acaso el más poderoso-les empujaba a agruparse en aquellas ignotas lejanías, que les acercaban además a sus dorados sueños.

Pero al alejarse del mar, penetrando en las entrañas del continente, quedaban librados casi por completo a sus propias fuerzas. El núcleo colonial nacía e iba a desarrollarse en el aislamiento y el des amparo. Es de ver la lucha inicial de aquellos espíritus indomables. Si no es por un acaso, solo se comunican con el mundo a la llegada de una expedición. Y la posesión de la tierra rica -fantasma errante que atraía los descubrimientos- se prolongaba sin términos. 11

Un feroz egoísmo se apodera de aquellos corazones endurecidos por el sufrimiento y el desengaño: el factor económico aparecía casi omnipotente en la sociedad en formación, provocando malquerencias que degeneraban a veces en obscuras tragedias. 12

Los oficiales reales (prolongación financiera del Monarca) que corren con los impuestos acentúan los antagonismos y derrocan a Alear Núñez, con el primer golpe de Estado que hubo en el Paraguay, siete años apenas después de fundada la Asunción.

Causas económicas -los impuestos eclesiásticos- ocasionan asimismo las primeras luchas con la autoridad episcopal, que apelaba a la excomunión para el cobro de sus diezmos. 13

En medio de esos encontrados intereses, la colonia crecía, no obstante, asegurando su existencia. La unión con el elemento indígena aumentaba la población, y un mundo nuevo surgía lentamente en rededor de los viejos leones de la conquista: los mestizos. Herederos de las energías y de los vicios de sus padres, estos mestizos altaneros y disolutos se mezclaban con pasión en las disensiones políticas. En una ocasión, indignados por las excesivas imposiciones del obispo Guerra, participaron de la asonada contra el prelado y de su violento extrañamiento. "Esta es la verdadera Babilonia", escribía un viejo conquistador, "bien puede llamarse esta tierra, tierra de confusión", pintando con los colores más subidos el desenfreno de las costumbres. En 1570 ascendían a más de 3.000 los mestizos "de quince años arriba" que pululaban en la Asunción y a quienes "llaman mancebos de garrote, porque como no hay espadas traen unos varapalos terribles", escribía el comisario Ribadeneyra. "Son todos muy buenos hombres de a caballo y de a pie [...] fuertes como unos robles, diestros de sus garrotes, lindos arcabuceros". Este enjambre levantisco y desenfrenado era objeto de constantes acusaciones, pero constituía asimismo la única fuerza capaz de llevar adelante la conquista, la expansión colonial. Y cuando los españoles, en su mayoría achacosos y viejos, resolvieron acercarse al mar para librarse de la incomunicación casi permanente con la metrópoli, fueron los paraguayos "fuertes como robles" quienes realizaron el pensamiento.

Aislados en la gran zona circundada de misterios y leyendas, los conquistadores y sus descendientes se lanzaban con ansiedad a la exploración de los desiertos e iban dejando gérmenes de civilización, casi siempre a orillas de los grandes ríos, desde las regiones del Guapay hasta la boca del Paraná guazú. Así llegaron a fundarse Santa Cruz, Corrientes, Santa Fe y Buenos Aires. ¡Trabajos de expansión, realizados a punta de lanza, con labor cruenta y sin ningún provecho! Esas ciudades no mejoraron las condiciones de la Asunción.

La política colonial de España debilitaba sistemáticamente el vínculo entre las poblaciones y el de éstas con la madre patria. Transcurrían años sin que una nave de la península arribara al Río de la Plata. La noticia de la muerte de Felipe II se supo en Buenos Aires un año después y por la vía de Charcas. l4

Con razón, pues, un gobernador escribía en este tiempo: "deseo yrme a España, porque este es un destierro y soledad muy grande". ¡Calcúlese cómo sería el aislamiento del Paraguay!

Pero mientras la posición de Buenos Aires hacía inútiles las barreras artificiales de la legislación colonial, la geografía conspiraba por la incomunicación permanente del primitivo centro de la conquista. Y ella se completó por el interés y el egoísmo de las ciudades que fueron en su origen segmentos desprendidos de la Asunción.

Desde luego, los gobernadores comenzaron por fijar su residencia en la ciudad de Buenos Aires, alejando en perjuicio de las demás el centro administrativo y judicial de la provincia. A esta circunstancia uníase la ventaja inapreciable de su situación. Aunque incomunicada años enteros con la Metrópoli, no tardó en establecer comunicación comercial con el Brasil, iniciada en 1586 por el obispo Victoria. En 1597, el comercio con el Brasil producía ya a la Aduana de Buenos Aires más de 20.000 reales plata por concepto de derechos.15

Estas débiles corrientes que se imponían a las artificiosas trabas legales, tenían forzosamente que crecer, con aprobación del Rey ante la imposibilidad de aprovechar las ferias de Portobelo por la vía terrestre hacia Potosí. Delineábase, pues, ya el predominio económico de la futura capital del Virreinato, que lo ejerció desde el principio con un egoísmo cruel.

"Buenos Aires", dice el Dr. Juan Agustín García, "fue comerciante desde su origen: nació con el instinto robusto y enérgico que se afirmó durante el siglo XVII, en una lucha curiosa, llena de incidentes, trágica a veces, porque se llevaban las cosas a sus últimos extremos".

Así fue ciertamente. Al amparo de los errores económicos de la época y de una intervención fiscal (o municipal) agresivos y funestos, el egoísmo de las ciudades-reflejo del interés de unos pocos-trabajaba por aniquilar su recíproca expansión en el sentido del provecho inmediato a costo de la miseria ajena. 16

En esa lucha desigual el Paraguay, por su posición, acabó por ser una víctima permanente. Los hechos se produjeron casi inmediatamente, y llegaron a su colmo desde que el Río de la Plata se segregó del Paraguay.

Era en verdad "una lucha curiosa, llena de incidentes, trágica a veces, porque se llevaban las cosas a sus últimos extremos" como dice el autor de la Ciudad Indiana.

En 1621 obtuvo el Paraguay permiso para exportar por el puerto de Buenos Aires hasta cien toneladas de sus productos, con derecho a importar mercaderías por igual cantidad. Pero cuando la provincia se dispuso a aprovecharlo, se levantaron en contra el Gobernador y el Cabildo de Buenos Aires, impidiendo el transporte por la vía fluvial, que era la única posible. 17

En 1629 continuaba todavía el Cabildo de la Asunción gestionando el cumplimiento de la Real Cédula. Dirigióse al Consejo de Indias, protestando de aquella interdicción, pero cuando los pliegos llegaron a Buenos Aires después de seis meses de esfuerzos inútiles los pliegos volvieron a la Asunción, y el Cabildo resolvió enviarlos por medio de dos comisionados por la vía del Brasil. Estos comisionados tenían que ir por tierra. ¡Para el envío de una carta era necesario renovar la odisea de Alvar Núñez!

Entre tanto esa clausura había reducido al Paraguay a la mayor miseria. Los descendientes de aquellos conquistadores que fundaron Santa Fe y Buenos Aires se vieron obligados a implorar la caridad de los pueblos de indios para abastecer la ciudad. Y en ese mismo año, tratándose de amueblar la casa de un gobernador, no se encontró un vecino que pudiera proporcionar seis sillas y una mesa.

Cuando se lee en los archivos esos papeles apolillados y borrosos, parece sentirse todavía la honda inquietud que los dictó. Inmensa angustia palpita entre esas líneas ya descoloridas, donde nuestros pobres antepasados vaciaban sus impotentes ansias económicas, en medio del desorden, de la pobreza, de los afanes sin término de una lucha permanente y cruel.

Esas tendencias absorbentes que ahogaban al comercio paraguayo fueron afirmándose hasta adquirir carácter fijo y sistemático. En el vocabulario colonial se las conoce con los nombres de sisas y arbitrios y puerto preciso; nombres que por más de un siglo sonaron siniestramente para los habitantes del Paraguay. Su origen data del siglo XVII. En 1664 el gobernador de Buenos Aires, Martínez Salazar, propuso al Rey un impuesto especial sobre la yerba paraguaya, con el fin de fortificar el puerto de esa ciudad.18 Y en su virtud expidióse en 1680 una real cédula estableciendo un impuesto de medio peso sobre cada arroba (Una arroba tenía 25 libras, aproximadamente 11,50 kilos. (N. del E.)) de yerba introducida en esas provincias, y el de un peso por igual cantidad de las conducidas al Perú y Tucumán.

Este impuesto estaba destinado al mantenimiento de 850 hombres en el Fuerte de Buenos Aires, y debía cobrarse en Santa Fe, donde forzosamente debían llegar los buques del Paraguay. 19

En aquella época, esta Provincia exportaba anualmente más o menos 60 mil arrobas de yerba, que antes de salir pagaban derecho de alcabala [hoy IVA] y de romana, calculándose el costo del flete en cuatro reales arroba. En Santa Fe volvía a pagar alcabala y romana, descontándose en las ventas las taras del cuero y las averías. Y agregados a todo esto los nuevos impuestos, resultaban exorbitantes. El Paraguay protestó de ellos con insistencia, hasta que por fin consintió el Rey en levantarlos en 1717. 20

Pero de ello no se dio conocimiento al Paraguay, que siguió pagando los impuestos hasta 1722, en que se reiteró aquella orden.

La liberación, si fue real, duró muy poco tiempo. En 1726 los impuestos fueron restablecidos y aumentados considerablemente. 21 Pueden clasificarse, para mayor claridad, en la siguiente forma: 

 

IMPUESTOS COBRADOS EN SANTA FE A LOS PRODUCTOS DEL PARAGUAY

Arbitrios (destinados a costear 200 soldados para la defensa de Santa Fe)

2 reales por entrada de cada tercio de yerba;

2 reales por salida del mismo producto, no siendo para Buenos Aires. 2 reales por entrada de cada arroba de tabaco y de azúcar.

1 real y medio por el mismo concepto de cualquier carga de foráneo. Sisas (para las obras de fortificación de Buenos Aires y Montevideo) 6 reales por entrada de cada tercio de yerba.

6 reales por su salida, no siendo para Buenos Aires. 4 reales por entrada de cada arroba de tabaco.

De este modo, por ambos derechos se cobraba, seis reales por cada arroba de tabaco para Santa Fe y Buenos Aires, cantidad entonces igual a su precio en el mercado de Asunción.

La yerba pagaba a su vez 16 reales por cada tercio destinado ál Perú o a Tucumán. Un tercio contenía 7 arrobas, de las que cada una estaba avaluada en 4 reales en el Paraguay. De modo que la yerba se gravaba más o menos en un 60% sobre su valor.

Los productos del Paraguay no sólo pagaban estos impuestos, sino que tenían por único punto de exportación el puerto de Santa Fe. No podían seguir por agua hasta Buenos Aires: Santa Fe era el puerto preciso.(Manuscrito del Archivo Nacional. Real Cédula citada y numerosas representaciones del Cabildo.)

Para valorar la enormidad de este monstruoso tributo impuesto a una provincia lejana y pobre, en beneficio de otras más favorecidas por su situación, conviene fijarse no solo en el porcentaje de los derechos aduaneros, sino en el itinerario inflexible, establecido para nuestra corriente comercial. Los negociantes que llevaban sus productos del Paraguay para Buenos Aires no podían seguir por el río hasta su destino. Era obligación ineludible hacer también un viaje por tierra, desembarcando en Santa Fe, de donde partían las caravanas de comerciantes conduciendo en carretas los frutos del Paraguay. Esta operación no se efectuaba tampoco exenta de nuevas trabas. Desde el momento del desembarco caían sobre los productos nuevas imposiciones, independientes de las ya mencionadas y los seguían hasta Buenos Aires, donde les aguardaban asimismo los derechos de almacenaje y alcabala. Pero esto no era todo.

La escasez de vehículos obligaba con frecuencia a los negociantes a liquidar sus mercaderías, malbaratándolas en la misma ciudad, pues una disposición real, conseguida por Santa Fe, establecía que la conducción no podía ser efectuada por los forasteros. Los santafecinos tenían el monopolio del transporte terrestre, con la particularidad de que las carretas eran importadas del Paraguay. De modo que esta provincia no sólo se veía obligada a sufrir el monopolio, sino a construir los instrumentos para el mismo, pues la escasez de vehículos le resultaba peor. Una autoridad de Buenos Aires, don Francisco P Sanz, que tenía motivos para saber lo que decía, pintaba en estos términos la situación del producto paraguayo, aun sin intervención del comerciante asunceno: "cualquier cosechero que condujese por su cuenta su tabaco a Buenos Aires se tendría por afortunado al lograr venderlo por tres y medio 0 cuatro pesos en aquella ciudad, en cuyo concepto formaba la cuenta de los costos de conducción a 2 0 3 reales arroba; los 6 de derecho de Santa Fe; el desembarco y almacenaje en dicho puerto; la remisión del género en carretas a 100 leguas de distancia hasta la capital; el almacenaje en Buenos Aires; e14% de alcabala y otro tanto de comisión; el 20% de mermas; las cuentas del apoderado o la pérdida de una cosecha si el mismo [productor] lo conduce, porque invierte indispensablemente 8 meses en la ida y su regreso; sin contar el riesgo de la navegación del género; puede tirar la suma y ver la ganancia que saca". (Manuscrito del Archivo Nacional.)

Simultáneamente con el paulatino afianzamiento de su opresión económica por el Río de la Plata, el Paraguay vio nacer y arraigarse en su propio seno un poder formidable, dedicado a disputarle con ven taja sus trabajosas y escasas fuentes de producción y de vida: la Compañía de Jesús.

Poseedores de pobladas estancias y extensas zonas de tierras, de que se hicieron dueños con inquebrantable constancia y que les producían grandes beneficios,24 los jesuitas eran asimismo los principales industriales y comerciantes de la Provincia.

Los paraguayos miraron desde un principio esta concurrencia como una usurpación de sus derechos, tanto más odiosa cuanto que se efectuaba al amparo de irritantes privilegios. 25

Organizada, disciplinada, bajo hábil dirección, la Compañía de Jesús llevaba en sí misma una superioridad inmensa sobre las energías particulares no siempre bien orientadas: las exenciones que obtuvieron la colocaron arriba de toda competencia en la labor industrial y las empresas comerciales. Desde comienzos del siglo XVII, los jesuitas obtuvieron ventajas para la explotación de la yerba, industria que les reportaba beneficios considerables por su exiguo costo de producción y liberación de toda carga.

Mientras los vecinos del Paraguay se veían embarazados por multitud de imposiciones y trabas, los padres de la Compañía explotaban sosegadamente los yerbales por medio de los indios, exportando sus productos a Santa Fe y a Buenos Aires "sin reconocimiento ni registro, ni licencia de ningún gobernador, ni pagar derecho alguno". Al mismo tiempo extendían sus redes comerciales en el interior del país, por medio de agentes que acopiaban los productos agrícolas, especialmente los de exportación, e intervenían en todo género de transacciones.

"Los padres de dicho Colegio", dice un testigo ya citado, "tienen abarcado todo o la mayor parte del comercio de la Provincia y recogen la sustancia de cuanto produce, a lo menos en mayor cantidad de lo que alcanzan todos los demás vecinos de ella, eclesiásticos y seculares, y se han adelantado de tal suerte los dichos padres en el manejo de todo lo que puede producir utilidad y conveniencia, y son tantas y tan opulentas las estancias que tienen, tan cuantiosas las ventas que hacen que casi [de]penden todos los vecinos del arbitrio de sus Reverencias y pasan el amargor de ver que les disputan todo lo que es propiamente de los españoles [...]

"De estas verdaderas causas", agrega el mismo, "se originan el desagrado y notable aversión que tienen a los dichos Padres de la Compañía, quienes aún en tiempo de paz y serenidad ciñen y sujetan la provincia; estrechándola por hambre al disimulo y haciéndose dueños de todas las vacadas y atajando y comprando en los [...] pueblos inmediatos por donde precisamente han de pasar las tropas de este ganado, que conducen desde Corrientes para el consumo y manutención de la Provincia, cerrando los caminos y extraviándoles todo el alivio y consuelo a aquellos infelices vasallos y procurando causarles todos cuantos atrasos pueden imaginar y cuantas calamidades saben fomentar los poderosos para afligir a los desvalidos", 26

Otro hecho capital, de marcado relieve y enorme influencia, fue el régimen monetario -si vale la frase- en medio del cual nació y creció la sociedad rural.

Las leyes españolas que prohibían la introducción de monedas metálicas en la circunscripción del Río de la Plata no fueron en parte algunas tan efectivas como en el Paraguay.

Desde la fundación de la Asunción, su naciente actividad económica fue embarazada por la dificultad de los cambios, a causa de la imperfección -ausencia casi- de su principal instrumento: la moneda.

La falta de la moneda de oro y plata y hasta de la moneda de vellón, (Moneda de cobre. (N. del E.)) tenía que conducir fatalmente al trueque primitivo de unos frutos por otros. Y para evitarlo se ideó una medida común. Con certero instinto, los conquistadores adoptaron el hierro, metal para ellos precioso, porque les servía para defender sus vidas y ayudaba a conservarlas. 27

Al principio, la moneda era una cuña de hierro equivalente a un real de oro: para los cambios menudos se dividía la cuña en pedazos, determinando su valor por su peso. Más tarde diósele al acero idénticas funciones.28 Pero estas monedas tenían, a pesar de todo, un inconveniente capital: su consumo como mercadería y la dificultad de renovación. El hierro escaseaba por tiempos, ocasionando grandes oscilaciones en el valor de la moneda. En 1599 resolvió el Cabildo desmonetizar el hierro y el acero, reemplazándolos por las "siguientes especies": lienzo, cera y caraguatá (planta cuyas fibras se utilizaban para tejidos y piolas).

La Corte de Madrid dio carácter legal a estas monedas. La ordenanza de1 10 de octubre de 1618 declaró que "las monedas de la tierra han de ser especies y lo que de ello se tasase por un peso valga a justa y común estimación seis reales de plata". 29

Cuando se generalizó la explotación de la yerba, reemplazó este producto a las monedas antedichas. Más tarde adoptose también el tabaco.

El tabaco, mercancía de consumo general, era juntamente con la yerba, moneda internacional y moneda corriente del país. Pero su valor no era fijo. Al amparo de la mala moneda y de las condiciones económicas del país, dictaban ley los que podían en esto que no sería impropio llamar problema monetario. Y el tabaco-moneda valía según sus conveniencias.

Nunca esas monedas tuvieron valor uniforme. La unidad monetaria era en cierto modo el peso hueco o provincial, moneda imaginaria, como el viejo marco de las naciones germánicas.

Este peso imaginario que servía de unidad, se dividía en 8 reales provinciales. La ordenanza de 1618, ya citada, le había fijado el valor de seis reales plata. Pero este valor nadie le reconocía sino cuando se trataba de pagar los impuestos. En plaza se le dio tan solo el de dos reales de aquella moneda: de modo que dos reales plata equivalían a ocho reales huecos.

La relación del tabaco con el peso provincial, en sus funciones monetarias, no era tampoco uniforme, lo que contribuía a aumentar la complicación de los negocios.

Pero éstos variaban a su vez de un modo notable. Ya sabemos que legalmente equivalían a 6 reales plata. Entre los directores de la plaza de Asunción, un peso hueco o provincial valía solo dos reales de dicha moneda, sin faltar excepciones. Así, una arroba de tabaco equivalía a 4 pesos provinciales, iguales a 8 reales plata. Por último, en las compras de tabaco hechas al cultivador, el peso provincial, conservando la anterior relación con aquel producto, se depreciaba casi siempre con relación a la plata.

El comerciante, al recibir el productor del agricultor, le asignaba el valor de plaza, que a veces era el de 5 reales por arroba (cuando debiera ser 8), a lo que debe agregarse el subido precio de las mercaderías. No obstante, el tabaco moneda, según el comprador, valía siempre 4 pesos huecos. La variación era, pues, de éstos. Cuando una arroba de tabaco, por ejemplo, se computaba al agricultor en 6 reales plata, era porque el peso hueco valía real y medio en vez de dos.

El peso provincial, moneda imaginaria, representaba así por sus fluctuaciones el mismo papel que nuestro billete actual, sin defensa alguna. Y en resumidas cuentas, su principal víctima era el productor.

Pero el verdadero regulador de las monedas especies (yerba o tabaco) eran los capitalistas de Buenos Aires, acreedores del comercio paraguayo. Éste, a su vez, hacía pagar al productor gran parte de las cargas impuestas a sus negocios, aunque a la larga la miseria del uno le llevara también al otro fatalmente a la ruina. 30

La población paraguaya tenía también sobre sí una imposición ineludible y permanente, que debía cumplir con frecuencia fuera de sus fronteras, en beneficio de las provincias de abajo: el servicio militar.

Observémosla, para no extendernos mucho, tan sólo en el siglo XVIII. Todos los vecinos estaban obligados al servicio militar, de los 18 a los 60 años, a su propia costa y con sus propios elementos: cada uno debía de poseer caballos, armas y municiones, adquiridos y conservados a sus expensas, y siempre listos para el primer llamado. Para el efecto dividiose el país en zonas militares correspondientes a determinadas milicias o regimientos.

Y con ellos se sostenían numerosos fuertes y destacamentos, a ambos lados del río Paraguay, y se emprendían lejanas expediciones al interior del Chaco. Fatiga interminable, que absorbía gran parte del año, y duró casi tres siglos.

Pero lo gravoso de esta faena no estaba tanto en su carácter gratuito y obligatorio como en su continuidad y falta de períodos fijos. Oigamos en esta parte las palabras de un gobernador. "No hay un hombre en toda la Provincia que esté libre de la esclavitud militar y no hay ninguno que pueda contar con su trabajo [...] Todos sufren la dura ley de estar todo el año con las armas en la mano, sirviendo en los cuerpos de guardias, en guarnecer los fuertes, en cubrir los pasos, en destacamentos y en todas las fatigas militares. Y lo poco que adquirieren lo disipan y consumen en este servicio, que como ya se ha dicho y con total abandono de sus familias; lo hacen a su costa, viendo de más en más arruinadas sus haciendas, ganados y labores cuando vuelven de alguna expedición. Si desempeñadas estas funciones, se considera alguno libre por un corto tiempo y se dedica a su trabajo, no tarda en experimentar su engaño, porque al primer movimiento de los bárbaros le arrancan el arado de la mano, llevándolo por fuerza a la campaña [...] y vuelven cuando ya su trabajo está perdido, cuando se pasa el momento de barbechar la tierra". 31

Y el mismo gobernador agrega en otra parte: "La mayor parte de los alistados no tienen tierra propia, siendo arrendatarios de los que la tienen, que sobre todas sus desdichas, tienen que pagar sus cánones anuales".

Había ciertamente exonerados; pero estos eran los encomenderos, los yerbateros, que pagaban en cambio una contribución, los capataces de estancias y los empleados. Con lo cual el servicio caía casi exclusivamente sobre los más pobres. 32

Puede calcularse la zozobra en que vivía el campesino. Y las consecuencias de este régimen militar inaudito.

Veamos con un ejemplo cómo estos hechos se enlazaban para oprimir en sus redes al campesino paraguayo.

El servicio militar, ineludible, requería armas, municiones y caballos; sobre todo caballos. La continuidad y exceso del servicio inutilizaba los montados. Dentro de la provincia eran escasos y había que traerlos de otra parte pero, ¿cómo?

Cuando la escasez de caballos se hacía sentir en una campaña o en un valle, se reunían tres o cuatro campesinos, haciendo caja común, para emprender el viaje; pero la moneda, pesada y voluminosa, requería medios de transporte, y como éstos escaseaban en la vía fluvial, había que construir antes la embarcación. Terminada ésta, transportaban a ella su tabaco, previo pago de derechos, y se dirigían aguas abajo hacia la provincia de Corrientes.

¡Calculad lo que costaba este viaje y sus preparativos! Pero aún es poco. Al llegar a su destino, desembarcaban sus mercaderías y alquilaban las carretas necesarias para transportarlas a la campaña, abandonando su pobre barca, fruto de tanto trabajo, por falta de comprador. Y en la campaña se renovaba la lucha contra el natural egoísmo humano. Cuando al fin compraban los caballos, había que llevarlos hasta el Paraná, pagar en el paso de Itaty 10% de impuesto, y después de pasar el río, casi siempre con pérdida, emprender por tierra un viaje de cien leguas a través de esteros y selvas, cuya soledad interrumpía sólo la emboscada inopinada del indio.33

Generalmente eran estos los más acomodados propietarios con algún ganado vacuno, pero aun así, nunca podían adelantar. La incomunicación, la mala moneda, el servicio militar, los impuestos, las trabas sin fin, le embarazaban, le oprimían durante toda la vida.

"Cuando el hombre es miserable, se irrita", dice Taine, refiriéndose al agricultor francés del siglo XVIII; "pero cuando es a la vez propietario y miserable, se irrita más aún. Ha podido resignarse a la indigencia; no se resigna a la expoliación, y tal era la situación del campesino en 1789", 34

En medio y condiciones distintos el agricultor paraguayo vivía en el mismo estado de ánimo. "Este mal logro de su trabajo los exaspera", escribía en 1775 el gobernador Pinedo, "y se abandonan generalmente, entregándose a una tal desidia, y no es de extrañar: porque a la verdad, ¿con qué aplicación se han de dedicar al trabajo al considerar, sobre las continuas experiencias, el evidente riesgo de perder el usufructo? Quien viere sin reflexión la conducta de esta gente, se persuadirá de que en ella reside una natural desidia, pero no lo es, sino desesperación de lograr el fruto de su trabajo, y la prueba de esto se halla en ellos mismos.

"Tres objetos son, a las que por inclinación o necesidad se aplican todos los habitantes de esta Provincia: unos al beneficio de la yerba en los montes donde se cría; otros a su conducción por el río en las embarcaciones del tráfico a Buenos Aires; y otros al cultivo de la tierra. Los dos ejercicios primeros son penosísimos, de un trabajo continuo y violento, con carencia de todo alivio y comodidad, y sin embargo abrazaron con gusto este género de trabajo, (particularmente el del remo), por un estipendio cortísimo, manifestándose constantes en él por ver cierto y seguro su alegre usufructo. Y lo mismo sucede con los naturales de esta Provincia que pasan a las vecinas donde son reputados por más constantes en el trabajo que otros ningunos y denominados por los españoles gallegos de la América". (Informe del gobernador del Paraguay Agustín Fernando de Pinedo, trascrito en el Apéndice. (N. del E.))

Pero el trabajo, la lucha y el sufrimiento afirmaron otras energías. Y así se formó esa raza sobria y resistente, tan resistente como el urundey de sus bosques, según la feliz comparación del Dr. Domínguez.

En medio de esta opresiva situación, el Paraguay tenía que desenvolverse muy penosamente y cuando, a impulsos de sus constantes esfuerzos, parecía abrirse un pequeño horizonte a su progreso, surgían los obstáculos en rededor para embarazarlo. Pero nuestros antepasados no desmayaron jamás. Y para favorecer su causa, recordaban a veces con inocente candidez, los servicios de su vieja estirpe conquistadora: abultando la tradición de una grandeza pasada -que le fue ciertamente en orden a valor guerrero y energía moral- invocaban aquellos tiempos de antiguo esplendor en que los paraguayos, señores de la conquista, derramaban con su sangre y su hacienda la civilización en las desiertas márgenes del Paraná y del Plata. ¡Inútil recordación! Ya hemos visto de qué modo se les interceptaba a veces hasta la comunicación postal. Tampoco podían esperar mayor apoyo en sus derechos, por ajenos que fueran a los intereses del Plata, pues la crónica pobreza de la provincia les cerraba con frecuencia las puertas de la justicia. "Este Cabildo, decía dicha corporación, a mediados del siglo XVIII, a las autoridades de España, informó por duplicado a la Real Audiencia de Buenos Aires, pidiendo se nos amparase en el derecho y posesión de nuestro patrimonio y como no tuvimos dinero para pagar letrado y procurador, no fuimos escuchados". Esta es la causa, agregaba, "por qué ha sufrido siempre esta República tremendos daños".

Esta indiferencia se convertía en hostilidad cuando mediaban intereses propios, a punto de desobedecer las mismas órdenes del Rey. En 1717 la suspensión del puerto preciso no fue comunicada al Paraguay, que siguió pagando los impuestos hasta su restablecimiento. En 1747 pidió el Cabildo que de los impuestos pagados por el Paraguay para sostener tropas y efectuar fortificaciones en Santa Fe y Buenos Aires, se le reservasen 4.000 pesos anuales para ayudar sus gastos de guerra contra los salvajes. "Desde la creación de esta Provincia", decía el Cabildo, "no ha molestado este vecindario a la real Clemencia de S. M. pidiendo ninguna ayuda para la defensa de ella", agregando que en esta ocasión "pedía solo una parte de lo que era suyo, por no ser justo que las otras ciudades se mantengan y conserven a costa de los impuestos del Paraguay y que este perezca y se acabe al cuchillo de los mismos enemigos, sin que sea parte de los impuestos que fructifican sus propios frutos". En su tosca lengua los cabildantes decían la verdad: el Rey accedió a su solicitud, pero medio siglo después seguía todavía el Paraguay gestionando el cumplimiento de la Real Cédula. (Manuscrito del Archivo Nacional.)Podíamos multiplicar los ejemplos.

Se trataba, pues, de una tendencia definida, exteriorizada constantemente en actos contrarios a los intereses económicos del Paraguay, que provocaba igualmente una resistencia tenaz, bien que infructuosa, durante toda la dominación española.

Y para que a los motivos de estos antagonismos nada faltase, suscitose a la Provincia, sin fundamento alguno, un pleito de fronteras, que halló apoyo en la autoridad de Buenos Aires y ocasionó la segregación provisoria de una importante zona territorial del sud.

Desde principios del siglo XVIII comenzaron los correntinos a pasar con alguna frecuencia el Paraná, atraídos principalmente por el incentivo de las ricas estancias jesuíticas de Santa María y San Ignacio. Los padres de la Compañía se quejaron al gobernador del Paraguay de los grandes perjuicios que les ocasionaban estas entradas en ajena jurisdicción, pues a más de los robos de hacienda denunciábanse la apertura de senderos que facilitaban las irrupciones de los indios.

"El Gobernador, en vista de esta representación mandó despachar cartas de justicia a los de Corrientes, para que requiriesen a sus vecinos excusaran las entradas a dichos lugares, con apercibimiento de ser expelidos y despojados de sus caballos, como efectivamente se libró despacho con fecha 22 de noviembre de 1720, que hizo publicar en Corrientes su Teniente Gobernador en 22 de diciembre del mismo año.

La eficacia de estas medidas fue, no obstante, de muy corta duración. Los correntinos reiteraron posteriormente sus entradas, dedicándose con especialidad a la explotación de los bosques, y aunque no fundaron ninguna población permanente, uno de ellos, llamado Pedro González, llegó a dar su nombre a una importante zona de este lado del Paraná. El Gobernador del Paraguay, urgido por otras atenciones, se dio muy tardíamente cuenta de estos hechos, y al amparo de esta tolerancia forzosa, la provincia de Corrientes planteó sus derechos a la margen superior del río Paraná, invocando como actos posesorios aquellas clandestinas usurpaciones.

Establecido el Virreinato del Río de la Plata y nombrado gobernador del Paraguay don Pedro Melo de Portugal, quedó éste encargado de dar un corte provisorio a dicha cuestión de fronteras interprovinciales. Al efecto convínose poco después con el Gobierno de Corrientes que los paraguayos extenderían sus poblaciones hasta Curupayty, quedando a los correntinos el terreno restante hasta el Paraná, "sin perjuicio de los derechos del Paraguay que reconoce por suyo aquel terreno según instrumentos antiguos y sólo a fin de evitar discusiones y poblar la costa",36

Entre tanto, el Cabildo de Corrientes había resuelto ocupar y fortificar Curupayty, a cuyo fin fue comisionado con fuerzas suficientes, el maestre de campo D. Juan Benítez Arriola, con orden de apoderarse de las haciendas existentes en esa comarca y mantener la posesión del terreno. Y así fue que cuando el Gobernador Melo, ajustándose al anterior convenio, despachó gente para poblar aquel lugar, halló que los correntinos, según él mismo refiere, "procuraban establecerse y aun amojonaron la tierra sin pasarse acuse, llevándose del camino animales pertenecientes a este vecindario".37 Los paraguayos protestaron de esta usurpación y ocuparon con sus milicias el lugar mencionado; entonces el Cabildo de Corrientes se dirigió al Virrey presentando los hechos como "un violento despojo que pretendía inferirle la Provincia del Paraguay" y reclamando como suya toda la región extendida desde el Paraná hasta el Tebicuary.

De esta extraña manera vino a entablarse al Paraguay un pleito de límites, que pretendía arrancarle una considerable zona del sud, precisamente en los momentos en que la Corte de España, a indicación del Virrey del Río de la Plata, consentía en una desmembración todavía mayor de nuestro territorio hacia el Norte, subrogando en la fijación de fronteras con Portugal, la línea Ygurey-Corrientes por la de Igatimí-Ypané.38

A pesar de los incontestables derechos del Paraguay, esa reclamación prosperó en los estrados del Virreinato. Las milicias paraguayas fueron compelidas a abandonar sus posiciones, y la ciudad de Corrientes puesta en posición de la mitad de la zona litigada. La resolución del Virrey Vértiz iba mucho más allá de las verdaderas aspiraciones de la Provincia vecina, circunscritas en sus comienzos a Curupayty, y fue con razón considerada por ella misma como un favor señaladísimo.39

El Paraguay no abandonó por eso la defensa de sus derechos, y el asunto pasó a la Corte de Madrid. Pero los correntinos continuaron en sus posesiones y en 1810 ocupaban, mientras se fallara el pleito, desde el Arroyo Hondo hasta el Paraná.

Esta desmembración territorial sancionada por el Virrey, bien que con carácter provisorio, a más de lesionar tan injustamente los derechos del Paraguay, ocasionándole gastos y molestias interminables, dio asimismo margen a los perjuicios más sensibles para el campesino paraguayo.

Adyacente al fortín de Curupayty estableció Corrientes una reducción de indios del Chaco, que se convirtió en una banda de salteadores.40 Los indios bien armados y en gran número caían inopinada mente sobre las granjas y estancias de Ñeembucú, saqueando las propiedades, asesinando a sus moradores y llevándose cuanta hacienda encontraban a su paso. En 1809 denunciaba el gobernador Velasco al Virrey que el año anterior habían robado como 1.500 cabezas de ganado y gran cantidad de caballos y yeguas, y que al amparo de la impunidad "se consideraban autorizados para saquear impunemente a todos aquellos infelices vecinos, que no hallan auxilio ni recurso para evitar tan repetidos daños", 41

En el último cuarto del siglo XVIII, una medida importante, el establecimiento del Estanco [monopolio] de Tabaco, anunció al Paraguay la introducción de la moneda metálica.

El Director de la Renta de Tabaco, D. Francisco de Paula Sanz, se trasladó a la Asunción, con el fin de organizar la administración del Estanco en la provincia. Inteligente y activo, adoptó muy prontas y oportunas disposiciones, acentuando las ventajas que esta medida reportaría al Paraguay con la introducción de la moneda. Abrió en la capital una matrícula para inscribir a los cosecheros que desearan contratar una cantidad determinada por año, prometiéndoseles el pago en moneda sellada, precios fijos y hasta adelanto de dinero.

Obtener dinero y precios fijos tenía que ser el anhelo del productor.

Pero desde el primer momento despuntaron tres tendencias antagónicas: los intereses de la Renta, los intereses de los comerciantes y la desconfianza del campesino. El director Sanz se enredó en discusiones con el Cabildo sobre el precio del tabaco y los campesinos, poco habituados a recibir favores, no se mostraron dispuestos a contratar. Por fin todo pareció allanarse, dejándose al productor libertad en la extensión de sus cultivos y estimulándosele con la exoneración del servicio militar.

Poco tiempo después recibió el gobierno una real orden para el restablecimiento de la fábrica de tabaco negro, que se había ensayado ya en años anteriores.42

La fábrica se estableció en San Lorenzo, antigua posesión de los jesuitas cercana a la capital, contratándose para su dirección diez maestros portugueses. Los indios de los pueblos vecinos, principal mente los de Yaguarón, fueron utilizados allí, en gran número, como peones y operarios prácticos en la industria.

No habían transcurrido, sin embargo, dos años cuando el Virrey ordenó al Paraguay el envío de mil soldados al Río de la Plata.43 El excesivo número de este contingente, obligó al gobernador a echar mano de los mismos agricultores exonerados. Consecuencia: desavenencias del Gobernador con la Administración del Estanco; indignación general de los agricultores.

El cultivo del tabaco y la fábrica de San Lorenzo siguieron, no obstante, con el relativo éxito

Casi todo el negocio de la Renta se sostenía con los productos del Paraguay, obteniéndose al principio beneficios considerables.44 "El estanco era, pues, una mina, dice el Dr. Quesada: aumentar el consumo era todo el secreto para acrecentar aquella renta, considerable entonces entre las del Virreinato". Pero su mala administración en la capital produjo precisamente todo lo contrario: la demanda no respondió al gran stock que se había venido acumulando. Y para salvar el tabaco depositado en los almacenes de la Dirección General, las autoridades consideraron el medio más seguro decretar la ruina de la producción paraguaya.

El 13 de febrero de 1789 ordenaba en consecuencia el Virrey al Gobernador del Paraguay que el cultivo del tabaco en toda la Provincia debía limitarse en lo sucesivo a 8.000 arrobas anuales. La elaboración del tabaco negro fue asimismo suspendida, cerrándose la fábrica de San Lorenzo. Fluyen naturalmente las consecuencias de esta disposición. Este golpe inopinado se hizo sentir en todo el resto del período colonial.

La introducción de la moneda metálica fue, por lo demás, muy limitada: el tabaco y la yerba no perdieron su carácter monetario, que debió traer fatalmente el resultado que señala la conocida ley de Gresham.45

Véase, pues, cómo hasta la creación del estanco del tabaco, que en las especiales condiciones del Paraguay pudo haber sido un accidente favorable, resultó tan sólo un nuevo elemento de perturbación económica, funesto para la producción. Parecía que una negra fatalidad empujaba cuanto venía del lado del Río de la Plata.

Tales son, resumidos en lo posible, los hechos que se destacan en el origen y desarrollo del Paraguay colonial.

Claro es que no pretendemos haber señalado todos sino aquellos que en nuestro sentir se manifestaron más vigorosos desde el principio, y ejercieron mayor influencia en los destinos del Paraguay y en el espíritu de sus habitantes.

Examinemos, en efecto, lo que nos ha quedado de aquella vieja sociedad -actas capitulares, testimonios de los vecinos, informes de los gobernadores, etc.- y hallaremos entre multitud de hechos parciales, de intereses fugaces, de antagonismos mezquinos o generosas aspiraciones muertas en flor, 46 una preocupación constante, tenaz, uniforme, invariable, expresada de un modo tan intenso y tan igual que parece formar una sola voz que vibra incesantemente durante tres siglos. Preocupación y ansiedad por su aislamiento, su desamparo, su odiosa organización militar y su opresión todavía más odiosa por las provincias meridionales.

Todos estos hechos, y cuantos contribuyeron a la constitución económica del Paraguay, regulando su vida en un período de tres siglos, tenían forzosamente que consolidar en los espíritus un cierto orden de sentimientos, cuya expresión, según ya señalamos, perdura vigorosa y uniforme en los documentos de la época colonial. La lectura de esos documentos revela la existencia de un fuerte sentimiento de solidaridad: solidaridad en el sufrimiento, solidaridad en las protestas, solidaridad en la indignación sorda que produce el esplendor ajeno considerado como causa de la miseria propia. Sentimiento que se extiende, además, a cuanto afecta al esfuerzo o al orgullo colectivo bajo la calificación de paraguayos.47 Es frecuente asimismo escuchar la palabra Patria expresada en un sentido marcadamente regional y propio.48

Todo ello venía elaborando, en el transcurso del tiempo, el fuerte vínculo nacional.

La raíz de este vínculo la encontramos desde el principio cimentada en el orden económico. Y así, cuando vemos al pueblo levantarse airado contra un obispo, contra los jesuitas o contra cualquiera autoridad, bajo banderas que proclamaban, a veces, avanzados principios, no nos engañemos creyendo encontrar en esos hechos móviles puramente pórticos. El pueblo paraguayo tardó sin duda mucho tiempo en darse mediana cuenta de sus derechos, pero tuvo siempre una visión bastante clara de sus intereses.

Imaginémonos esta Provincia tal como era entonces, abandonada en el corazón del continente, dentro de su circunscripción, con su pueblo homogéneo, su educación severa, 49 su lengua expresiva y enérgica, sus intereses de un mismo orden, su vigorosa y persistente aspiración económica. Imaginémonosla, recordando los factores que presidieron su desenvolvimiento, y habremos por fuerza de reconocer que esta provincia constituía una sociedad con carácter propio -sin semejanza con Provincia alguna- dentro de la vasta extensión del Virreinato. Y reconoceremos asimismo en la uniformidad, en la cohesión de sus elementos constitutivos, de sus caracteres psicológicos, en el especial proceso histórico de su propia vida, los sólidos fundamentos de la nacionalidad. 50

"Sin duda el sentimiento nacional", dice Novicow, se experimenta siempre de una manera confusa, pero no comienza a llegar a la luz plena de la conciencia más que de una manera muy lenta. A las veces estalla en los momentos de crisis, aliándose entonces con consideraciones de orden económico o político". Fue así precisamente como estalló en el Paraguay, cuando ocurrió la gran crisis que nos llevó a la independencia: el sentimiento de la nacionalidad apareció vigoroso, aliándose con consideraciones de orden económico.

Dentro de las condiciones generales del régimen colonial, el Paraguay vio surgir otro poder más inmediato, más directo, que le envolvía en un sistema de opresión permanente: Buenos Aires. Vivió sometido a dos influencias: España y el Virreinato. Pero de esta doble cadena, la de la madre patria resultaba muchísimo más lejana, más floja y llevadera. Y así, cuando el primer soplo huracanado llegó hasta aquí, anunciando las grandes agitaciones de la revolución americana, el Paraguay se irguió como un solo hombre, dirigiendo su atención, no hacia España, sino hacia Buenos Aires.

El primer voto del Paraguay aún colonial fue sacudir la influencia de Buenos Aires: la primera condición para mantener buena armonía con Buenos Aires, la liberación de sus garras aduaneras. El Paraguay se puso de pie, como un solo hombre, con una resolución inquebrantable, movido por un solo impulso, por una sola aspiración.

"Mostremos lo que somos y debemos ser", decía el Cabildo abierto de 1810, "para evitar ser subyugados por nadie que no sea nuestro legítimo soberano o su representante, sin ir a fuera de nuestro territorio a molestar a ninguno, ni permitir que nadie altere nuestra tranquilidad". Este fue el programa del Paraguay ante los primeros sacudimientos del Virreinato; programa que cumplió al pie de la letra en Cerro Porteño y Tacuary y que, en lo fundamental, dirigió su conducta después de1 14 de mayo de 1811.

El estudio de los factores predominantes en la formación del Paraguay colonial, nos ha conducido naturalmente al conocimiento de la naturaleza e intensidad de los móviles que animaban al pueblo al estallar la revolución.

Está, en nuestro sentir, la manera como debe estudiarse nuestra historia, según lo hemos indicado al fin del capítulo anterior. La omisión de este método ha originado numerosas inexactitudes y errores.

El desconocimiento u olvido de la formación histórica del pueblo paraguayo, ha llegado a presentarlo en el escenario de la independencia como un grupo social de volición indefinida, inconscientemente inclinada a anexarse a Buenos Aires, de lo que se libró mediante el caso milagroso del Dr. Francia, ser ideal de especie desconocida, que libertó a un pueblo contra su voluntad, para petrificarlo, después, en la estéril inmovilidad con que se petrificó él mismo en su antro lúgubre y solitario. Parece increíble que se pueda tener de los hechos una concepción tan contraria a su evolución natural.

Los escritores que tratan de la independencia de su país buscan sus causas y fundamentos en el pasado. Brillantes plumas argentinas así lo han hecho, reconociendo, por lo general, la primacía de los móviles económicos en los orígenes de la gran Lucha.

Con el Paraguay sucedió cabalmente la misma cosa. Pero, según ya vimos, al estallar la revolución los intereses del Paraguay no coincidían con los de Buenos Aires; al contrario, eran antagónicos. Al estudiar sus causas, no podemos, pues, indagar una misma serie de fenómenos.

Orientar de otra manera el estudio de nuestra historia, es caminar por sendas extraviadas y llegar a conclusiones completamente falsas.

Un solo ejemplo demostrará concluyentemente esta verdad.

El 6 de noviembre de 1778, el Virrey don Pedro de Cevallos dictó su muy citado auto de comercio libre, que abrió las puertas de Perú y Chile a las energías comerciales del Río de la Plata. "Como un río detenido al que se rompen repentinamente los diques", dice el General Mitre, "el comercio se precipitó como raudal que busca su nivel, derramando a su paso la riqueza y la abundancia". Sigue después exponiendo las grandes ventajas que proporcionó el Reglamento de comercio libre, iniciando "los grandes días del apogeo comercial para el Río de la Plata" de que participaron, "emancipados de la servidumbre de Lima, el Alto Perú, Chile, el Paraguay y las provincias del interior".

Miradas así las cosas, resulta que el Paraguay inauguró con el Virrey Cevallos un período de gran prosperidad, lo que es completamente incierto, como ya hemos visto. Precisamente en esa época un gobernador, impresionado por la miseria de la Provincia, escribía al Rey: "Necesita, Señor de redención el Paraguay". (Ver informe del gobernador Pinedo en el Apéndice. (N. del E.)) La única ventaja que obtuvo fue la suspensión del puerto preciso, pero los impuestos no sólo continuaron, sino que fueron aumentados: en 1779 se gravó en 2 reales "cada arroba del tabaco del estanco, derechos que pagaban los del Paraguay" (Cervera, Historia de la ciudad y Provincia de Santa Fe). Y se han referido ya las perturbaciones, funestas para nuestra producción, que ocasionaron la mala administración del Estanco del Tabaco en Buenos Aires y los manejos de sus agentes en el Paraguay.

Para conocer la génesis y el afianzamiento de la independencia del Paraguay, necesitamos, pues, aclarar el pasado, no solo con relación a España, sino con relación a las provincias del Sur y muy especialmente con relación a la capital del Virreinato.

 

NOTAS:

11.    Este hecho debió producir no sólo efectos de orden moral sino graves perturbaciones materiales, como ya lo hicimos notar en las "Páginas de historia económica del Paraguay" que publicamos en El Economista Paraguayo, en marzo de 1910. A la incomunicación y falta de moneda, decíamos en aquel trabajo, se unieron bien pronto las consecuencias inevitables de la ilusión de oro. El futuro filón que los conquistadores contaban hallar enseguida, influyó de tal modo en los negocios, que hasta se modificó la forma ordinaria de los contratos, reemplazándose los plazos fijos por la fecha incierta del primer repartimiento de oro. Y puede calcularse lo que ocurrió cuando esa fecha no llegaba nunca. Todavía se conservaba la esperanza cuando "el muy magnífico señor capitán Francisco López, Teniente de Gobernador de esta Provincia del Río de la Plata", se vio obligado a intervenir por los extraordinarios precios que alcanzaban las mercaderías vendidas por el oro futuro. Lo que valía en España un ducado, se vendía por ciento, dice la resolución de dicha autoridad. Las deudas se multiplicaron. En 1545 el Gobernador y el Cabildo de la Asunción comisionaron a Martín de Orué para trasladarse a España y solicitar del Rey la aplicación del quinto de los repartimientos en la amortización de las deudas de los conquistadores. Hasta el pago de los impuestos se hizo un problema. Y era, sin embargo, tal la obsesión por el metal precioso que todavía en 1580 escribía al Rey el canónigo Segovia noticiándole que, según los peritos, ¡no había región de América tan rica en minas de oro y plata como el Paraguay! (Manuscrito del Archivo de Indias).

12.    El amor tenía también mucha parte en esos odios pero, no debe olvidarse que, salvo para excepción, las indias que compartían el lecho del conquistador eran asimismo agentes de producción (en la agricultura) y objetos de comercio. El clérigo Martín González refiere que la venta de indios era tan activa que "se usaba de ellas como en estos reinos la moneda". (Carta de Martín González al Emperador D. Carlos en 1556. Apéndice de la Historia de Schmidel, edición de 1881).

13.    Este rápido bosquejo, que solo aspira a presentar el relieve de los principales hechos, no puede detenerse en los pormenores de esas luchas, en que descuella la figura del Oficial Real Felipe de Cáceres, alborotador perenne, tenorio audaz y jugador desenfrenado, que en ocasiones perdió a los naipes hasta los versos [pieza pequeña] de la artillería del Rey. Lo importante para nuestro propósito es señalar el origen de esas desavenencias que, en lo relacionado con la autoridad eclesiástica, los historiadores jesuitas (y los que le siguen), han atribuido simplemente a la inmoralidad social. Nuestras indagaciones han comprobado que esas causas tenían carácter marcadamente económico, y así lo demostraremos con detenimiento en otro trabajo que tenemos en preparación.

14.    Madero. Historia del Puerto de Buenos Aires.

15.    Madero. Obra citada.

16.    El Gobernador o el Cabildo intervenían no sólo en la economía interna de la ciudad fijando precios, evitando acaparamiento, etc., sino que regulaban el intercambio comercial con las otras ciudades, de acuerdo con lo que consideraban su interés. A veces prohibía la exportación; en ocasiones, la importación.

En 1597, los vecinos de Córdoba pidieron que las mercaderías del Paraguay no pudieran entrar en Buenos Aires sino después de que hubiesen introducido las suyas los comerciantes de aquella ciudad (Cervera. Historia de la ciudad y provincia de Santa Fe).

En 1613, el Cabildo de Buenos Aires prohibió la introducción de harinas de Córdoba y Tucumán (ibídem). En otra ocasión prohibió la exportación del mismo producto a Santa Fe (Ciudad Indiana de García). Otras veces se determinan, en provecho de una ciudad, las mercaderías que iban para otro destino, como lo hizo Santa Fe respecto de las embarcaciones que se dirigían al Paraguay (Cervera, obra citada).

17.    Manuscrito del Archivo Nacional de Asunción. Acta capitular sobre recepción del Gobernador Xeria. Se resuelve alquilar una casa para el Gobernador que está en viaje y "assi mismo se haga una caja seis sillas y un bufete a costa de los propios de esta ciudad... hasta que haya más comodidad atento a que los vecinos no los tienen para poderlo prestar".

18.    Manuscrito del Archivo Nacional.

19.    Ibídem. Real Cédula de 26 de febrero 1680.

20.    Ibídem. Real Cédula del 17 de enero de 1717.

21.    Ibidem. Real Cédula de1 18 de agosto de 1726.

24.    He aquí lo que sobre el portador escribía en 1731 el señor Anglés y Gortari en su informe al Virrey del Perú: "es de ponderar que aún las más de las tierras, que estos soldados Españoles ocupan, son también de los Padres de dicho Colegio, especialmente las del paraje de Tacumbú, las de San Lorenzo y otras, por las cuales pagan anualmente arrendamiento bien crecido, que cobran los dichos padres con notable rigor, y en los efectos que piden y que precisamente les han de entregar" .

25.    Todo ello consta con profusión de detalles en las quejas vanamente elevadas por el Cabildo a la Real Audiencia de Buenos Aires y a otras autoridades. Manuscrito del Archivo Nacional.

26.    Angles y Gortari. Los Jesuitas en el Paraguay.

27.    El primer establecimiento industrial de la conquista fue la herrería: el hierro tenía importancia inmensa, siendo el principal instrumento para atraer la voluntad indígena.

28.    Sobre este punto puede verse nuestro trabajo "Páginas de historia económica del Paraguay", publicado en El Economista Paraguayo (número correspondiente al mes de marzo de 1910), que nos ha servido en varias partes de guía para este capítulo.

29.    Leyes de Indias, Libro IV, Título XXIV, Ley VII.

30.    Este pequeño cuadro sobre la moneda se basa en numerosos documentos del Archivo: informes, cuentas, balances, etc.

31.    Manuscrito del Archivo Nacional. Informe del gobernador Lázaro de Rivera.

32.    Manuscrito del Archivo Nacional. Informe de varios gobernadores.

33.    Nos ajustamos estrictamente a documentos inéditos del Archivo cuya descripción omitimos por no ser demasiado difusos.

34.    Hipólito Taine, Orígenes de la Francia contemporánea.

36.    Extracto del expediente en tres cuerpos sobre la cuestión de límites entre el Paraguay y Corrientes hecho por Ricardo Trelles. Reproducido en la "Colección de datos y documentos referentes a Misiones", Corrientes. 1877.

37.    Oficio del gobernador ya citado.

38.    Real Instrucción de 6 de junio de 1778. Puede calcularse a lo que habría quedado reducida la Región Oriental del Paraguay de haberse llevado a cabo todas esas desmembraciones. Felizmente, debido a los esfuerzos del gobernador A los y a los reconocimientos de Azara, aquella resolución fue anulada en 1793 (Real Orden de 6 de febrero) restableciéndose la línea Ygurey-Corrientes, de acuerdo con el tratado de 1777.

39.    En la sesión capitular en que se dio lectura de la resolución citada se acordó "responder a su Excelencia agradeciendo el favor y caridad que ha hecho a esta Ciudad". Colección de datos y documentos citada.

40.    Oficio del Gobernador del Paraguay al Virrey Cisneros del 2 de diciembre de 1809. Colección de datos, etc., citada.

41.    Para darse una idea de la profunda irritación que estos hechos produjeron, es necesario tener en cuenta lo que significaba para el campesino paraguayo su pequeña hacienda vacuna. Si el maíz fue para el conquistador el oro de la tierra, cuyo seno fecundo le permitía florecer y fructificar dos veces al año, el ganado representó, no obstante, desde los primeros tiempos su aspiración económica más enérgica. Y así debía de ser: en medio de la inseguridad de aquella vida batalladora, era la única riqueza permanente y segura, "riqueza indisoluble, unida para siempre a la duración". Para el colono y sus descendientes -cuya situación, según hemos bosquejado- cambió muy poco, seguía siendo la misma cosa. Cuando Belgrano se retiró del Paraguay, después de su fracasada empresa militar, observó ese hecho con gran admiración, escribiendo a la Junta de Buenos Aires que los paraguayos eran "amantes a sus vacas y caballos a un grado que yo no puedo bien explicar".

42.    Las ganancias que obtenía Portugal de esta industria establecida en el Brasil, y cuyo producto tenía mucho consumo en Sevilla, determinaron a la corte de España ensayarla en el Paraguay. La fábrica se estableció durante el gobierno de Saint-Just, bajo la dirección de competentes maestros portugueses. Los gastos de explotación corrían a cargo de las reales cajas de Buenos Aires. Todo hacía esperar que esta industria diera buenos resultados. La primera partida de 950 arrobas de tabaco negro remitido a España fue reputada, previo minucioso examen, superior al elaborado en el Brasil. La Corte demostró el más vivo interés por el desarrollo de la industria, recomendando la extensión de los cultivos y la compra del tabaco a precios convenientes. Hasta los pueblos jesuíticos fueron comprendidos en esas disposiciones. A pesar de tanto apresto administrativo, el entusiasmo decayó muy pronto y a los pocos años la fábrica se clausuró.

43.    Estas tropas fueron enviadas en 1781 al mando del Teniente Coronel D. José Antonio Yegros, padre de Fulgencio Yegros. Estando ya en el Río de la Plata, parte de ellas se rebeló, en ausencia de su jefe y volvió al Paraguay, por haber sospechado que se la iba a hacer marchar al Perú. (Manuscrito del Archivo Nacional).

44.    En las "Noticias sobre el gobierno del Virrey Arredondo" publicadas por el Dr. Vicente G. Quesada (Revista de Buenos Aires N" 70) consta, según un estado oficial, que todo tabaco en rama vendido durante el primer quinquenio fue de procedencia paraguaya. Casi todo el tabaco negro fue también del Paraguay. Los cigarros, cigarrillos y polvillos eran con toda seguridad confeccionada en gran parte con tabaco paraguayo. En cuanto al beneficio que obtenía la Renta, puede juzgarse por lo que sigue. El tabaco en rama, que por arroba le costaba término medio un peso cuatro reales, se vendía a 12 pesos y medio; descontados los ingentes gastos de la administración mal organizada, quedaba siempre una utilidad líquida de 5 pesos y cuatro reales; la ganancia que se obtenía del tabaco elaborado ascendía a 19 pesos y medio. Y estas ganancias crecieron en los primeros años.

45.    Veinte años después de establecido el Estanco del Tabaco, decía un gobernador: "El comercio, si es que merecen este nombre unas limitadas transacciones que se hacen por permuta, por falta de moneda". (Manuscrito del Archivo Nacional.) En las cuentas y balances de esta época se usaban siempre tres columnas: una para él tabaco, otra para la yerba y otra para la moneda metálica, estando esta última casi siempre en blanco. [N. del E. La Ley de Gresham es el principio enunciado por el economista Thomas Gresham: "el dinero malo desplaza al bueno". Cuando en un país circulan al mismo tiempo monedas de valor (plata y oro) y monedas depreciadas (cobre), la gente guarda las monedas de valor y emplea las depreciadas.]

46.    Persistente anhelo del Paraguay colonial fue la difusión de la instrucción pública y corresponde al Cabildo de la Asunción la gloria de haber sido su principal agente. Las condiciones generales del país, la guerra permanente, la mala y escasa vialidad, la pobreza crónica y la trabajosa vida campesina, tenían que ahogar fatalmente las mejores iniciativas. Pero los esfuerzos del Cabildo fueron tan tenaces como los obstáculos. Numerosos son los casos que podríamos citar. Y es digno de eterna memoria que esos esfuerzos seculares que la adversidad nunca abatió se inspiraran en el gran principio de la instrucción pública y obligatoria. En 1715 acordaba el Cabildo sobre este particular, con motivo de algunas escuelas recién fundadas, nombrar autoridades encargadas de vigilar si los maestros cumplían su obligación y si los padres enviaban a sus hijos a las escuelas "conminándolos y apremiándolos a ello". (Acta Capitular del 1 de julio. Manuscrito del Archivo Nacional). Cuando vemos esas tentativas de enseñanza gratuita y obligatoria en tan remota fecha en el Paraguay, confesamos la inmensa simpatía que nos inspira nuestro lejano pasado. Y con respetuosa admiración acogemos el recuerdo de nuestros obscuros antecesores, que en medio de la miseria, la incultura y el aislamiento de esta tierra, disponían en pro de la educación lo que más de un siglo después era todavía una aspiración de la Francia, rica y poderosa. Pero esas tendencias educativas no se limitó a la instrucción primaria. Desde comienzos del siglo XVII gestionó el Cabildo la instalación de estudios superiores, debiéndose a su iniciativa la fundación del Colegio de los Jesuitas, "erróneamente atribuida a Hernandarias" (como lo hemos probado en "La enseñanza en el Paraguay durante la dominación española", publicada en La Prensa). Desgraciadamente, dicho establecimiento no dio el resultado que se esperaba; después de numerosas tentativas, sin fruto alguno, para obtener la colaboración educacional de los jesuitas, resolvió el Cabildo, a principios del siglo XVIII, establecer un colegio superior por su propia cuenta, costeándolo con el producido del estanco de la yerba y solicitando del Rey que "dicha casa de estudios pueda ser universidad". Esto ocurría precisamente el mismo año en que el Cabildo disponía que la instrucción fuese obligatoria y gratuita.

47.    ¡Glorioso año el de 1715! Año en que aparecen por primera vez en nuestra historia tan grandes pensamientos, expresados por los mismos que poco después alentaron, bajo el pendón de los Comuneros, la ruidosa revolución que por más de un decenio puso a prueba la virilidad y el empuje del pueblo paraguayo. Pueden verse en las actas capitulares la mención al mérito de los paraguayos; de las tropas paraguayas que fueron a defender a las Provincias vecinas, etc.

48.    Entre numerosos ejemplos podemos citar el de D. Pablo Talavera, comandante del Tercio de Capiatá, quien informaba a su superior en 1811, acerca de la batalla de Paraguay, que todos sus oficiales habían luchado "con honra en la gloria de su Patria". (Manuscrito del Archivo Nacional).

49.    D. Matías Anglés y Gortari, corregidor de Potosí que visitó el Paraguay, comisionado por el Virrey del Perú con motivo de la Revolución de los Comuneros, encomiaba en su informe "la crianza que dan a sus hijos" los paraguayos. "De esto nace, decía después, el ser tan sufridos y aguantadores en el trabajo, la hambre y demás calamidades, y al mismo tiempo tan firmes por lo general, y tan resueltos para defender el país, y la razón de sus causas".

50.    Los naturalistas suizos Rengger y Longchamp, que visitaron el Paraguay pocos años después de la independencia, pudieron observar las peculiaridades del carácter paraguayo y la cohesión moral del pueblo. Hablando de las funestas consecuencias de las ejecuciones del año 20, dicen: "Los paraguayos hasta entonces se habían distinguido de los otros pueblos de la América del Sud por el espíritu de unión que de todos ellos hacía por decirlo así una sola familia". Y más adelante, refiriéndose a los de la época colonial: "Aislados así por la situación del país como por su idioma, se han distinguido siempre de los demás criollos por su espíritu nacional" (Ensayo histórico sobre la revolución del Paraguay).

 

 

 

 

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EL DICTADOR FRANCIA

Obras de JUAN RENGGER y MARCELINO LONGCHAMP

Colección: INDEPENDENCIA NACIONAL

INTERCONTINENTAL EDITORA

Asunción – Paraguay

2010 (109 páginas)

 

 

 

 

 

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