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GLORIA MUÑOZ YEGROS

  MADEJAS DE CLÍO - Cuentos de GLORIA MUÑOZ YEGROS - Año 2007


MADEJAS DE CLÍO - Cuentos de GLORIA MUÑOZ YEGROS - Año 2007
MADEJAS DE CLÍO

 
Fotografía: Rocío Ortega.
Diseño gráfico: Lea Schvartzman
Editado con el apoyo del FONDEC
Editorial Arandurã,
Julio 2007, 231 páginas
 

 

 
"...Este es un país horrible; lo único que lo salvan son los sueños.
La Provincia Gigante de las Indias nunca existió, salvo como un
efímero trazado en el mapa de un continente desconocido. El criollo
Hernandarias, cansado de cabalgar sin término hacia los cuatro
puntos cardinales, le amputó las cuatro quintas partes con una pluma
de avestruz. Las incursiones de los bandeirantes y el estúpido tratado
de San Ildefonso hicieron el resto en la época colonial. El Mariscal
López jugó a cara o cruz lo que quedaba. Perdió y hoy lo ensalzamos
como al más grande de los héroes. Pero quedó la idea, el sueño de
un territorio vasto e imposible que nos impide aceptar nuestra
insignificancia de paisito perdido en el monte, y afirmar poco menos
que aquí trasudan las espaldas de Atlante, hijo de Zeus, condenado
a sostener el mundo ".
JUAN BAUTISTA RIVAROLA MATTO
 
.
PRESENTACIÓN
** Desde Gerónima hasta doña Encarna el hilo de Clío nos transporta paso a paso, siglo a siglo a ese Paraguay profundo y desgraciado al que según nos alerta Juan Bautista Rivarola Matto en el frontispicio de este libro "lo único que lo salvan son los sueños". Los sueños que Gloria Muñoz minuciosamente va compilando en pequeños recipientes robados a la historia, a los recuerdos, a la memoria con su extraña carga de "intensas pasiones".
** Escrito desde su propia circunstancia de la que no se despega ni un minuto, cada uno de estos cuentos nos lleva a la Gloria de todas sus vidas y a la vida hecha de diminutas verdades con esa sutil paradoja: aunque se halla inmerso el texto en un pensamiento actual no deja de señalar críticamente a ese terrible pasado que nos ha sido impuesto.
** Me tocó contarle a ella, yendo a restaurar la Casa-oratorio de los Cabañas la anécdota de Juana que enterró vivo a su marido y la trayectoria familiar de la calva que hoy se encuentra en la Casa de la Independencia y que también perteneciera a Fernando de la Mora. Su febril imaginación, las palabras precisas y adecuadas dieron lugar a esta sátira sin piedad sacada de los anales cotidianos.
** Al transponer el umbral de todos los cuentos se abre un paisaje irreal. Parece imposible haber vivido tanto en tan pequeño país dando lugar a esta serie de mundos contra puestos, a modos de ser tan disímiles originados desde el fondo del tiempo.
Son metáforas del Paraguay. - CARLOS COLOMBINO
 .
AÑO 1540
¡ARDE, JULIANA, ARDE!

A mi hija Gabriela Schvartzman.
 
“Poco después de la represión terrorista
de la primera gran conjura guaraní,
estalló la sublevación de las mujeres
siervas bajó la jefatura de la india Juliana,
que murió como una heroína, ajusticiada ".
OSCAR CREYDT
.
** No era don Juan ni el peor ni el mejor de los españoles, con frecuencia se comportaba de manera amable y considerada, pero formaba parte de los otros.
-Qué clase de hombres son estos si hasta sus mujeres los han abandonado, los han dejado solos en la búsqueda de su destino y de su verdadera vida en esta tierra -pensaba Juliana mientras caminaba mojando sus pies en el arroyo sumiso y cristalino.
** Seguía el curso del agua, la llevaba hasta doña Gerónima, una india vieja que acostumbraba realizar sus diversos menesteres domésticos en la ribera, ella era su más sólida aliada en aquel plan, en aquella determinación que encendían sus ojos e inflamaba su corazón. Gerónima entendía la empecinada imposibilidad de vivir lejos de sus hermanos, de sus padres, de los hombres que dieron alas a las burbujas de su sangre, lejos de aquella piel, de aquel olor, de aquellas almas que entretejían las palabras nacidas del rocío de las hojas de la selva, bajo el conjuro del firmamento originario del oso hormiguero y del colibrí mareado de néctar y chicha. Gerónima comprendía como ninguna el fuego de su designio, el deseo de los suyos en la miel de su insurrección.
** En unos días, los extranjeros celebrarían los ritos a la muerte de su Dios, un hombre escuálido y triste colgado de una cruz que el sacerdote paseaba entre cánticos y el humo de los incensarios. Pero aquella ceremonia tenía la feliz virtud de aplacar aunque fuera por breve tiempo las turbias pasiones y confabulaciones de los capitanes, quienes hipócritamente contritos se mantenían en relativo silencio e inacción, pendientes de las oraciones del sacerdote, de sus procesiones y de su llamado a reunión. El repique de las campanas marcaba el momento en que todos ellos salían de sus casas para dirigirse a la iglesia. También en la ocasión debían presentarse los hombres de su tribu a rendir solemne vasallaje.
** Todas ellas fueron bautizadas y sus floridos nombres guaraníes cambiados por otros sin sentido ni alma, su desnudez vestida por aquellos bastos y mezquinos lienzos para habitar decentes las casas de lujuria de sus señores españoles, como concubinas y como siervas, en fin, para todo servicio, desde el lecho a los surcos de la siembra, al cuidado del ganado, al acarreo del agua y todos los trabajos que se precisaren. Ellos vivían en tan ofensiva condición para su propia religión por la falta de sus mujeres que solían hacer vociferar al sacerdote grasiento y sudoroso, cuando ebrio y bamboleante se erguía al final de los festines, recobrada tardíamente la conciencia de sus preceptos y a la vista de la gravedad de los pecados extendidos con absoluta impudicia ante sus ojos.
-¡Han convertido esta tierra de Dios en el paraíso de Mahoma! ¡El que tiene diez mujeres es porque no las pueden veinte, y el que las tiene veinte es porque no las pueden cuarenta, y así las tienen hasta cien! ¡Todos revolcados en la ciénaga de la lujuria sin temor de Dios!
** Los capitanes y sus hombres respondían con risotadas y chanzas soeces, ninguno de ellos ignoraba que el sacerdote no se privaba de las dulzuras del paraíso pagano que denostaba, aunque se molestaba en tomar recaudos para disimularlo, las gozaba en la insincera oscuridad y clandestinidad de la sacristía.
** Juliana no podía consentir la irremediable maldición de tristeza y desgracia extendida como un manto implacable sobre su gente, sobre ellas, las mujeres arrancadas a su acendrado pueblo para hacer parte de este otro extraño y ajeno. Una resuelta turbulencia crecía en su interior y arrasaba con tranquilo valor todas las barreras de la razón y del temor que imponían sus señores.
** Iban ellas al acarreo del agua, a cortar la leña, a buscar los frutos, a pastar animales, se cruzaban y encontraban su humillación e indigna servidumbre, siempre seguidas por aquella legión de pequeños bastardos que renegaban sus vientres, alojados en sus corazones sin ser ni de ellos ni de ellas. Fueron las palabras no dichas, las miradas elocuentes, el gesto compartido, fueron muchas cuerdas templadas en el mismo sentimiento. Juliana sólo las interpretó. Volver a los suyos, a caminar juntos en la búsqueda de la esperanza y de la vida. Trabajo, miseria, riqueza, sufrimiento y regocijo son cosas pasajeras, propias de este mundo de imperfecciones. El hombre trasciende cuando se libera de su pesantez y es palabra divina encarnada, recién entonces será verdaderamente hombre y la Tierra Sin Males totalmente poblada.
 
** Todos, los capitanes y sus hombres, todos debían morir el mismo día, en el mismo instante, indefensos, sorprendidos, exterminados en el silencio desarmado del Viernes Santo. A la señal del repique, en la siesta sagrada del divino sacrificio, a la convocatoria del sacerdote, las mujeres arteras tomarían sus propias armas, las levantarían de su breve y ceremonial reposo y las hundirían en sus cuellos cuantas veces sus fuerzas les permitieran, hasta convertir toda la sangre en rojo silencio. Cumplida la justa matanza se reunirían en la plaza a esperar a sus hermanos, que no tardarían en llegar para rendir homenaje al dios extranjero, y se irían, juntos, a reencontrarse con el destino ancestral del guaraní; volverían a la selva, porque Dios les entregó y envió a los extranjeros a vivir en la tierra llana. Todo intento de separarlos de la selva sería en vano, seguirían llevándola en la memoria del cuerpo, en la vida ligera, fugaz, en su batalla constante por la luz y los alimentos.
 
** La consigna voló como las mariposas amarillas del crepúsculo en un enjambre mudo, sobre todas las casas, sobre todos los labios, sólo quedaba esperar, ya todo estaba hecho. La serena mansedumbre acostumbrada de las mujeres nada dejaba entrever, ni el sentimiento ni la intención; seguían las risas y las canciones de los niños, el crepitar acogedor de los fogones, la fragancia de las frutas en las cáscaras abandonadas, el imperio del silencio obligado de aquellos días de celebración santa y el murmullo inevitable de las aguas al pasar de una vasija a otra en el trajín doméstico. Juliana llegó hasta Gerónima. Se tiró a su lado, sobre la fresca hierba, bajo la opulenta sombra del verde árbol inclinado. Gerónima, inmóvil, con la mirada enterrada en el agua, envuelta en sus presagios, inquietó a Juliana.
-¿Por qué no me habla como siempre?
** Porque no quiero pronunciar las palabras que tengo que decirle.
-Si tienen que ser dichas, así debe ser.
-Doña Ana ama a su capitán. Tiene que engañarla, a ella y a todas las mujeres de su casa, debe hacerla creer que se ha desistido de la matanza, que nada pasará.
-¿Doña Ana ama a su capitán? Eso no es posible, no puede ser posible -rió Juliana.
-Ella no va a matar a su capitán, no podrá hacerlo. El corazón enamorado es traicionero, es mejor prevenirse. ¿Y dejar vivo a don Alejo? Puede dar aviso, atacarnos.
-Nada puede hacer solo. Lo matarán después las otras mujeres.
-No creo que doña Ana ame a don Alejo, debe ser puro fingimiento para evitar los azotes, no puedo imaginarme semejante amor, es monstruoso, desnaturalizado. Se está preocupando por nada, vamos a dejar las cosas como están. En la apariencia de transcurrir en la indolencia y la rutina.
 
** El Jueves Santo amaneció con lluvia, las mujeres y los niños se quedaron bajo el abrigo de sus techos, atareados en las actividades propias de ese día. Los capitanes holgazaneaban aburridos, pero luego tuvieron que salir, fastidiados, bajo la lluvia y chapoteando en el fango, a reunirse en la casa de don Alejo.
** Pasó el tiempo y don Juan no regresaba, en su lugar llegaron cinco capitanes que se llevaron a rastras a Juliana hasta la Iglesia. Allí la esperaban el resto de los capitanes y el sacerdote. La juzgaron el tiempo que llevó armar la pira en la plaza. La condenaron a morir en la hoguera por herejía, muy oportuno para el día Jueves Santo. Su muerte era suficiente escarmiento, no convenía sacrificar a las otras mujeres y privarse de los beneficios de su servidumbre. Cada quien en su casa propinaría los azotes que creyera necesario para persuadirlas de su autoridad y la consecuente incondicional obediencia que les debía.
** A las demás mujeres las llevaron a la plaza; la pira ya estaba lista y Juliana amarrada. Los leños llameantes arrancaron el lamento de sus compañeras de la profundidad indescriptible de la decepción, sus gemidos cortaron el aire húmedo y gris de humo con el dolor de un calvario anticipado. Las lenguas de fuego se confundieron con el rostro congestionado y los ojos desorbitados del sacerdote, el crepitar de los leños con el espumajo de sus oraciones ininteligibles brotando como lava de su boca. Detrás de él, el cerco hosco de los capitanes, con las miradas torvas y la escondida piel aún erizada de terror bajo sus vestidos malolientes, advertían el tumulto oculto de sus emociones.
-¡Arde, Juliana, arde! ¡Arde en los infiernos! -remató con piadosa furia sus preces el sacerdote.
** Mansamente, ante el escozor del primer dolor, la conciencia abandonó a Juliana y en sus compasivas nieblas brillaba el colibrí ebrio de néctar y chicha.

AÑO 1570
ELVIRA Y EL TRÓPICO

A Rocío Ortega, quien es lo que se ve.
 
"Allega a San Vicente, do Cupido
desembraza cruel su flecha dirá,
y hácele quedar preso y rendido
al rostro angelical de doña Elvira.
Quién indios y españoles ha vencido,
vencido y muerto queda, porque mira.
¡Y piensas tú, Cupido, no lo fueras,
mirando a doña Elvira de Contreras! ".
MARTÍN BARCO DE CENTENERA

** Cortó el ardor de la carne el fino acero y volvió una y otra vez el frío tan ansiado, la hoja dejó un gélido dolor entre el corazón y las entrañas. Desmayaron las blancas enaguas teñidas con la sangre del deshonor y la cubrieron como única mortaja. Una y otra vez el acero definitivo se hundió en la oscuridad de la despedida, cesaron los alaridos, se apagaron las centellas de las miradas y el frío abrazo la devolvió al recuerdo de sí misma.
 
** Dejaron atrás los pueblos y aldeas de Medellín, sus calles, las plazas, los portales, los polvorientos caminos, fortuna y heredad siguiendo una quimera. Se hicieron a la mar bravía en pos de un mundo fantástico, de peces tan disformes algunos hechos con forma de gallos, de los más finos colores del mundo, de perros que no ladran, de árboles que en un mismo tronco tenían las hojas de manera de cañas y de lentisco y de calles hechas con ladrillos de oro, tal como las describía la pluma calenturienta de ambiciones y delirios del Almirante Colón, y cómo él preferir pensar que los indios del lugar tendrían gran gusto con la llegada, los creerían venidos del cielo, e indefensos y cobardes se someterían gustosos.
** El capitán Becerra y su familia mantenían una firme y vieja amistad con los Sanabria, se unieron a la escuadra de don Juan, capitaneada, tras su muerte, por su viuda doña Mencia Calderón. Partieron hacia Asunción, ciudad sumida en el pecado y olvidada de los preceptos de Dios, para la dama asumir su adelantazgo y restituir el sentido católico e hispano de la cultura y la familia. Para cumplir ese cometido llevaban con ellos a unas cincuenta jóvenes casamenteras, hijas de hidalgos de esclarecidos linajes pero sin dote y a sus propias hijas, para casarlas con los españoles de la colonia que a falta de ellas vivían en concubinato con cuantas indias podían sostener al mismo tiempo.
** Apenas zarparon los vientos se encargaron de mostrar-les los visajes de pesadilla de la realidad, llevaron las naves a tal rumbo equivocado que fueron a arribar a las costas de África, salvados del desatino fueron atacados por piratas y por todas las tormentas y calma chicha que puedan presentarse en el mar. Las enfermedades y el hambre dieron cuenta con la mitad de la tripulación, incluyendo una de las hijas de doña Mencia. Finalmente naufragaron en las costas del Brasil, allí fueron apresados por el gobernador portugués y confinados a la isla de San Vicente. El capitán Becerra, padre de Elvira, muere, sumando más males a los inventariados. Pasan los meses y el año varados en aquel lugar como en un tiempo de purgatorio.
** Elvira Becerra de Contreras, que había partido de Sevilla casi una niña, estaba convertida en una joven cuya peregrina hermosura maduró en aguas calientes. En tanto doña Mencia, el Tesorero Real capitán Juan de Salazar y su madre se ocupaban de resolver los incontables conflictos que empañaban las negociaciones con el gobernador portugués para obtener la venia y partir a Asunción, arribó a la isla el joven capitán Ruy Díaz de Melgarejo, huyendo de la horca que le tenía prometida el gobernador de Asunción Domingo Martínez de Irala, a quien, rebelde y altanero, se había enfrentado una vez más.
** Las jóvenes de la Armada Sanabria mataban el tiempo sobreviviendo en las condiciones más elementales y miserables, vivían en chozas de palmas, algunas sin las cuatro paredes o ninguna. Cosían y volvían a coser los jirones de sus vestidos para cubrir su desnudez, algo cultivaban, algo recolectaban para no morirse de hambre, pero el tiempo sobraba y el hastío se enseñoreaba el aquel sopor de verdes hojas y fragancias intensas, casi animal e impúdico.
El capitán Ruy Díaz apenas vio a Elvira pidió su mano, no dormía ni descansaba afanado en desposarse en el instante siguiente. El capitán Juan de Salazar tomó provecho de la ocasión para proponer lo mismo a doña Isabel, la reciente viuda del capitán Becerra. Ni siquiera se había cumplido el tiempo del luto. Doña Mencia les recordó los propósitos que tenían comprometidos a la Corona y la por demás difícil situación en que se encontraban tantas mujeres solas en aquel sitio hostil.
-En esta Armada no vinieron las mujeres para guardar luto ni quedar solteras. Con la desventurada muerte de su amado esposo estamos faltos de capitanes para seguir adelante.
** Después de dos años de estar varados finalmente partieron a Asunción, cruzaron la selva caminando, guiados por los recién desposados capitanes, experimentados en el terreno, quienes más temían por el recibimiento que podía darle el astuto y sagaz gobernador Martínez de Irala, con quien no tenían entendimiento. Pero éste, cauteloso, enterado que traían consigo las primeras cabezas de vacunos, los recibió con amabilidad olvidando las diferencias del pasado.
** El capitán Ruy Díaz, hecho de rayos y centellas, con el  alma como aliento que se lleva el diablo, no paraba de pendencias y reyertas, audaz y valiente, encabezaba las entradas en los terrenos más riesgosos y no sacaba el cuerpo a los frecuentes enfrentamientos que se generaban en la colonia. Ya establecida en Asunción, Elvira no terminaba de acostumbrarse a las llamas de su bienamado esposo, no podía aproximarse a él sin incendiarse en la hoguera de sus pasiones desmesuradas, la mayor parte del tiempo ausente y envuelto en los hilos de las intrigas conspiraticias, y al soporífico calor que brotaba de la tierra, del verde inacabable, voraz, que borraba el horizonte y enterraba el cielo. El aire caliente fue desprendiendo de su cuerpo las medias, los sobrevestidos, los corpiños, los zapatos y, aún aligerada, su carne seguía ardida, con un calor que desataba deseos im-puros, imperativos, que no menguaban con los embarazos ni el puerperio. Se había aficionado, ya durante su estancia en San Vicente, al pecaminoso baño diario, no podía prescindir de las aguas que absorbían el fervor de su piel, una caricia de seda que la aplacaba e incitaba al mismo tiempo. La sordera cada vez más avanzada de su confesor la impedía encontrar alivio a los tormentos de sus pecados, sus palabras y los resuellos del adormilado clérigo se entrelazaban en la caja del confesionario hasta confundirse y hacerse inasequibles, los rosarios que habitualmente rezaba como penitencia no la ayudaban a redimirse, eran simple repetición de una rutina carente de sentido. Por el bien de su propia alma había decidido cambiar de confesor. Le asignaron al padre Hernando del Carrillo, quien si bien casi le doblaba en edad, o así parecía por su prematuro envejecimiento, vivir bajo el trópico lo enfermaba con frecuencia de fiebres, diarreas y modorras malignas causándole gran debilidad, pérdida de peso y ajamiento, comprendía sus tribulaciones como si fueran propias, se explayaban en detalles y ahondaban en sí mismos indagando las causas.
** Las invitaciones de doña Elvira al padre Hernando a compartir una infusión de hojas frescas de heliotropo, arrancadas de su jardín, indicada para calmar la inquietud y el insomnio, eran una gentileza en atención a la tan maltratada salud de su confesor. Las visitas del padre Hernando a la casa de doña Elvira por las tardes se volvieron costumbre, pasaban hasta avanzada la noche confesándose sus mutuas mortificaciones, compartían la misma sensación de lascivia incontrolable recorrer sus cuerpos como un camino trazado por el demonio.
** En la medida en que trataban de matar el deseo que los abrazaba, más crecía. Terminaron por caer, vencidos y gozosos, en la idéntica e ineluctable pasión que los unía.
** No pasó desapercibida para los vecinos la sospechosa asiduidad de las visitas del clérigo a la casa de doña Elvira. La malignidad de más uno los llevó a espiarlos, desatando una sorda protesta ante la comprobación del execrable escándalo. Sembraron la inquina en el corazón de por sí turbulento del capitán Ruy Díaz, quien no durmió ni descansó en su acechanza.
Entró en la alcoba como un rayo que parte la noche, el padre Hernando saltó del lecho con la intención de tomar sus vestidos, pero antes fue atravesado de lado a lado por el furibundo puñal del capitán. Mal repuesta de la sorpresa doña Elvira alcanzó a parapetarse tras un reclinatorio, el padre Hernando extendió la mano y la miró implorante.
-No quiero morir desnudo...
** Su brazo cayó sin fuerzas al lado de su miserable desnudez, abandonado para siempre. El capitán giró hacia su esposa, sus ojos eran ventanas por donde el infierno desahogaba todo su fuego. Aterrorizada doña Elvira huyó a la calle dando voces, corrió fuera de sí, con fuerza desconocida, tras ella el esposo burlado.
** Los vecinos salieron de sus casas y rodearon a la adúltera cortándole el paso. Doña Elvira buscó un resquicio, una mirada compasiva, un gesto de clemencia, pero encontró una apretada empalizada humana implacable que la entregaba al cumplimiento del desagravio marital.
** El puñal se enterró en su pecho abrazado y en sus enaguas derribadas florecieron mortales manchas rojas.
 
-¡Mujer impía, arrepiéntase! ¡Pida perdón! -exclamó Ruy Díaz, levantando en sus brazos el amado cuerpo exánime.
-¿Arrepentimiento? ¿Arrepentirme de venir a esta tierra para ser su esposa y darle cuatro hijos? No... ¿Perdón, perdón a quién? Yo soy la víctima...
** Las centellas de los ojos del capitán se apagaron, su dolor se detuvo en la garganta y su mano aplacada soltó el puñal empapado donde fluían confundidas la sangre de doña Elvira y el padre Hernando.
.
ÍNDICE DE CUENTOS:
AÑO 1540 - ¡ARDE, JULIANA, ARDE!
AÑO 1570 – ELVIRA Y EL TÓPICO
AÑA 1648 – LA EXCOMUNIÓN DE DON DIEGO
AÑO 1725 – LA CAMA PORTUGUESA
AÑO 1821 – EL PRIMO GASPAR
AÑO 1865 – A LA SOMBRA EL VIEJO BRIGADIER
AÑO 1873 – LA VARA DE GUAYABO Y EL GENERAL
AÑO 1877 – LOS CONJURADOS
AÑO 1905 – EL NOMBRE DE LA MUJER MÁS HERMOSA DE LA HISTORIA
AÑO 1915 – SI TUVIERAN MADRINA
AÑO 1922 – LA SOPA DEL TRIUNFO
AÑO 1933 – MADRINA DE GUERRA
AÑO 1935 – LLUEVE Y ESTÁ OSCURO
AÑO 1940 – LECHE DE VÍBORA
AÑO 1975 – EL JUEZ EN CAMISA
AÑO 1982 – CARTA A ANGELINA
AÑO 1997 – EL SECRETO TORMENTO DE LO COTIDIANO
AÑO 2005 – CARTAS A ESPAÑA
AÑO 2006 – EL VIAJE DE DON CALIXTO
.
  
MADEJAS DE CLIO
Tapa blanda, 13,5 x 19,5 cms. 232 págs.
Género: Cuentos - Publicación: 2007
Arandurã Editorial
www.arandura.pyglobal.com
Dirección: Teniente Fariña 1.074
Asunción - Paraguay
Telefax: 595 - 21 - 214.295
 


SINÓPSIS:

En esta obra se destaca la destreza y la delicadeza del lenguaje narrativo, en toda su extensión el libro exhibe en una veintena de cuentos la amplia gama de recursos que posee la escritora.
 
Hechos reales llevados con sutileza y con fuerza impregnan las páginas de Madejas de Clío, que también se destaca por un pulcro diseño con producción fotográfica.
 
Sobre la obra se refiere Carlos Colombino para decirnos que “Desde Jerónima hasta doña Encarna el hilo de Clío nos transporta paso a paso, siglo a siglo a ese Paraguay profundo y desgraciado” (…).
 
“Al trasponer el umbral de todos los cuentos se abre un paisaje irreal. Parece imposible haber vivido tanto en tan pequeño país dando lugar a esta serie de mundos contrapuestos, a modos de ser tan disímiles originados desde el fondo del tiempo”.
 
Sin lugar a dudas, se trata de una creación capital en el historial literario de Gloria Muñoz, quien proyecta con mucha firmeza su estilo y su vocación.
 
 
 
GLORIA MUÑOZ (Asunción, Paraguay, 1949) : Nació en Asunción el 14 de setiembre de 1949.
 
Desde 1969 participó como actriz y dramaturga en los grupos teatrales "Tiempoovillo" y Laboratorio. Fundadora y miembro del "Centro de Investigación y Divulgación Teatral", realizó la versión teatral de "Yo El Supremo" de Augusto Roa Bastos y la adaptación de "Vidas y Muerte de Chirito Aldama" de Juan Bautista Rivarola Matto. Entre sus obras teatrales estrenadas se encuentran "La Divina Comedia de Colón" y "La Prohibición de la Niña Francia", también publicada.
 
La versión teatral de los cuentos "La Visita" (Renée Ferrer), "Parecido a mi Finado" y "De cómo el Tío Emilio ganó la Vida Perdurable" (Rubén Bareiro Saguier), fueron representadas en el país y el exterior, las dos últimas traducidas al francés y publicadas en París."Tragedia de la Cárcel Pública" (teatro) mereció la Primera Mención del "Concurso de Obras Teatrales" convocado por el Teatro Municipal (1992).
 
"La Navaja de Don Ruperto" (cuento) obtuvo el 1er. Premio del "Concurso de Cuentos Néstor Romero Valdovinos 1993", otorgado por el Diario "Hoy".

Fuente: www.arandura.pyglobal.com

 

 

 

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