LA POESÍA TÁCITA Y LA EXPLÍCITA
(En LA NOVELA EL INVIERNO DE GUNTER)
Ensayo de LITA PÉREZ CÁCERES
He leído los títulos de las otras ponencias y muchos coinciden en las comparaciones cuando hablan sobre poesía, se refieren a ella como un río, como un viaje, como un sueño. Esos títulos dan la sensación de movimiento, de un deslizarse placenteramente sobre una superficie líquida y creo que son muy acertados. Recordé entonces mi primer contacto con la novela de Juan Manuel Marcos*, que significó una travesía por territorios desconocidos acompañada por la música de los poemas del texto, hilvanados de tal manera que semejaban ríos frescos y mansos, ríos que atraviesan selvas sombreadas y ríos cansados del Viejo Continente que simulan su viaje final.
La tapa me intrigó, era una invitación a develar el misterio, a emprender una jornada –pensé que sería una larga caminata por la floresta paraguaya o por lo menos, la que existía en esos tiempos antiguos de fines del siglo veinte– y decidí navegar en varias embarcaciones imaginarias que me llevarían hasta las nacientes del secreto. Desde esa cubierta de la segunda edición, un tigre esbozado en el cielo tormentoso me contemplaba. La antigua Catedral de Asunción ocupaba el primer plano, en una foto que fue tomada, supongo, por un fotógrafo arrodillado, como si percibiera él también el poder de la Santa Madre Iglesia.
Decidí leer a Gunter en su invierno, había gancho en esa cubierta, y así como se decide ir a un lugar desconocido pero atrayente, yo también, cual un experto viajero preparé mis maletas llenas de imaginación y calcé los zapatos viejos y aguantadores, cómodos. La excursión sería larga, llena de sorpresas, tendría que estar preparada.
Desde el principio me solidaricé con Toto Azuaga, compartiendo su espera larga y tediosa, en un aeropuerto como todos, donde los pasajeros aguardan la muerte, unos sin saberlo y otros, como Toto, con plena conciencia de ello. Él recordaba y ese es el primer viaje de la novela, se trasladaba a un pasado paraguayo muy remoto, hablaba de los karaí.
Cuando me encontraba buscando una posición más cómoda, dispuesta a seguir el fluir de la narración que se había puesto lírica al mencionar que los indígenas alfombraban con hojas el sendero que pisarían los karaí para entrar en sus poblados(Pág. 36). Ahí, en ese punto, viendo imaginariamente un sol distante que goteaba entre las ramas de los árboles que limitaban un claro donde se encontraban las chozas, cuando estaba yo totalmente dispuesta a ver lo que recordaba Toto Azuaga, aparece otra memoria y en ese discurrir de conciencia irrumpen palabras en inglés que no dejan lugar a dudas (Págs. 37 y 38). Ya no es Toto Azuaga quien lleva la voz cantante, es una mujer apasionada la que aparece diciendo lo que Toto necesita escuchar para seguir viviendo. Esas expresiones, ese recuerdo en particular, son poesía para Toto Azuaga, se refieren a su masculinidad, a su potencia y lo hacen elogiosamente. Afirmo que ese párrafo es resumen y epítome de poesía, expresión de belleza y placer estético, para Azuaga el memorioso y, por tanto, poesía tácita. Como ese hay muchos ejemplos.
En ese momento funciona la seducción de las palabras. Cuando uno está enamorado de ellas, si las encuentra puestas de forma que cantan, que embelesan, se siente totalmente entregado al placer de la lectura, del viaje o de lo que tenga ese texto que nos atrapa y que ya no dejaremos hasta leerlas todas, hasta desnudarlas para saber sus intimidades, hasta descifrar sus significados, así de hechiceras son las palabras.
Son ellas las que nos hacen buscar con premura el poema de Juan Ramón Jiménez mencionado por Elisa en su conversación con Cáceres. No sé cómo calificar ese poema, si bien no está inserto en el texto, su presencia tentadora nos llama, nos invita, y pasa de ser tácito, a convertirse en himno que nos hará bajar la cabeza cuando pensemos con soberbia que somos el centro del mundo, de un mundo que seguirá andando sin nosotros con toda su belleza y placidez, sin extrañarnos. Porque la vida no nos necesita como nosotros sí la necesitamos a ella. Eso expresa El viaje definitivo de Juan Ramón Jiménez.
“…Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando;
y se quedará mi huerto, con su verde árbol,
y con su pozo blanco.
Todas la tardes, el cielo será azul y plácido;
y tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron;
y el pueblo se hará nuevo cada año;
y en el rincón aquel de mi huerto florido y encalado.
mi espíritu errará, nostálgico…
Y yo me iré; y estaré solo, sin hogar, sin árbol
verde, sin pozo blanco,
sin cielo azul y plácido…
Y se quedarán los pájaros cantando.
Hay un ejemplo de poesía explícita cuando Elisa Lynch, sentada en una plaza frente a la Catedral de Corrientes, (Pág. 51) en un día que parece ser muy ardiente, se siente refrescada por el poema que surge luego de la cita de Verlaine –uno de los poetas preferidos del autor– que encontramos este párrafo “… En esa claridad de aguamarina ingrávida, en el trasluz jovial de la mañana, mariposas y lámparas conmemoran aladas el rocío y el sol, la vida, el aire. Inmensa en la ebriedad estelar de los nardos, quisiera ser un grillo violinista, una impaciente armónica de húmedas pupilas, un madrigal furtivo, ahí en sus vísperas. Los almendros, los pinos, el zafiro temprano, los arrullos, la brisa, los destellos, un ciempiés momentáneo, la cigarra afanosa, le deslumbran, debaten en su sangre. Como un mediodía musical y ligero salta entonces al viento, enamorada. ¡Sus manos, vastos ríos de luz y olor a verde! ¡Y sus labios, racimos de palabras!”
Así nos regala la belleza del sol, de todo lo que vive por él, de la vida leve de las mariposas y de la sabia virtud musical del grillo, infaltable en el optimismo de un poeta que canta a la sensualidad y a la hermosura de la vida encerrada hasta en un ciempiés momentáneo. Al lector no le queda más que agradecer ese soplo de poesía donde las sensaciones tienen color “…olor a verde...” –leemos– y acude a nuestro cerebro el aroma a pasto recién cortado y a la menta purificadora.
Otro texto explícito y poético es el que se refiere al Mariscal Estigarribia en la página 54, –a estas alturas el lector ya está enviciado y aguarda que en medio de la acción novelesca aparezca la poesía, sin permiso, sin aviso previo, como una guerrillera atenta a alterar la normalidad y el orden de la dictadura narrativa– “… la historia empieza en Altos, en lo alto del aire el mariscal envuelto en llamas sube a la tierra verde como una flecha de agua, no está parado allá bajo sus alas rotas, sino que su modestia impide que alce la voz ahora, vivo o muerto. Para ganar la guerra no hace falta el ademán vociferante.
Basta amar a la patria y ser inteligente. Así que entra en Altos a vivir en lo alto desde el nivel del pueblo, a conversar en francés, en guaraní y en hierro. Se lo vio en la tarde volar como una estrella en busca del reposo del combate. Y su vigilia es como una estrella pura. Nadie tuvo su gesto de espacio indoblegable, nadie su visión ígnea de águila celeste. Y nadie unos bolsillos tan vacíos. La lucha continúa, la historia empieza en lo alto, y hoy es siete de setiembre, para siempre”. Esta es la perfecta parábola para explicar la desaparición trágica del líder que parecía tener todo el porvenir para él solo.
A pocas líneas, apenas a unas letras de distancia, el autor vuelve a recordar poéticamente a un joven compatriota desaparecido tempranamente y repite de él, de René Dávalos “Aquí amanece el eco de una extraña tristeza, y las pálidas construcciones del alma me tiemblan en la sangre”.
El invierno de Gunter es una novela invadida, ocupada por versos, a veces escondidos y otras transitando desembozadamente el territorio de las páginas como si fueran los dueños de ese espacio. Es justo que así suceda, en un mundo de editores que rechazan los poemarios porque no dan tanta ganancia como las novelas, los versos son subversivos y se abren paso solos, sin más armas que su música y su belleza.
En ese territorio lunado, los espejismos que enfrenta el lector no son pocos, hay voces, muchas voces sin sonido que se apoderan de personajes y de pronto las cavilaciones del mismo cambian a las de otro como cuando López, ese otro grandioso mariscal paraguayo se enfrenta a sus sombras en la noche antes del 1.º de marzo. En ese párrafo con letras negras, se encierra tanta angustia y tanta impotencia al confrontar la realidad que le espera, por eso el Mariscal reclama “… Voy a pasar revista a la tormenta. Fusilaré a la muerte si es preciso. Que vengan los de siempre. El sargento Kuatí, Real Peró, el teniente Román, Romero, Ríos. ¡Los solda dos de antes, esta lucha es de ahora! ¡Los aljibes de antes, esta sed es de siempre! ¡Que venga Rivarola montado en el relámpago! ¡Y Fariña, por el río secreto de la sangre! Que traiga Talavera su alfabeto de espinas, su código perpetuo, su aguijón implacable, su poesía o su muerte (que son manera de ser, o ineluctable fábula). ¡Que vengan a morirse de nuevo los eternos! ¡Que remonten el tiempo lanchones de Coimbra, los sablazos de Bado, el fuego de Humaitá, y Ramona Martínez! ¡Que asuman la defensa, de nuevo, los andrajos, los callos, el machete, el yatagán, el pora, Che la Reina, el verano, la rabia, la tifoidea, el alacrán, la sífilis, el beso, los recuerdos, los magos, los cantores, el arpa, la guarania, Correa, la palabra…” Este caleidoscopio, rol de señales de identidad, nos eterniza como paraguayos víctimas y héroes…siempre en la eterna disyuntiva de Vencer o Morir.
Como se puede comprobar con la lectura de este apasionante libro, el viaje tiene muchas aventuras, ya sean fluviales o terrestres, ya sean en sueños o en vigilia. Con la invasión poética, con la libre corriente o fluir de la conciencia llegando sin aviso, la novela otorga placeres bienvenidos. En la lenta transformación del personaje principal, Gunter, los otros, que no son tan secundarios porque gravitan cada uno a su modo, viven en poemas y mueren entre lapidarias como mediocres acusaciones.
Mi viaje tuvo sorprendentes encuentros, oleajes peligrosos que casi hicieron zozobrar la nave pero siempre la poesía salvadora aparecía tirándome una soga, un auxilio. Esta lectura ha marcado para siempre mi gusto, mi obsesión por la lectura. De ahora en adelante no podré leer más solo prosa, metrobús literario que llega a un destino previsible cómodamente, sin alteraciones de ninguna laya. Aguardaré en la parada a que llegue ese bus mágico, con luces titilantes de estrellas lejanas, ocupado por grillos violinistas, por un ciempiés momentáneo y por un autor bromista que se esconde detrás de los asientos.
Cuando llegué al puerto, al destino de la última página me prometí leer otro texto del mismo autor, me lo debía a mí misma porque como dijo José Hierro, un poeta español.
“...La poesía es como el viento,
o como el fuego, o como el mar.
Hace vibrar árboles, ropas,
abrasa espigas, hojas secas,
acuna en su oleaje
los objetos que duermen en la playa...”
*Juan Manuel Marcos: Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y Doctor en Letras por la de Pittsburgh. Rector de la Universidad del Norte en el presente, ha ejercido cátedras en las universidades de Oklahoma State y de California, Los Ángeles. Es autor de El invierno de Gunter, obra traducida a más de 20 idiomas en todo el mundo, de obras de crítica literaria y poemarios. Además es fundador y director de revistas literarias y del Nuevo Cancionero. Y POETA, siempre…
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EL INVIERNO DE GUNTER (SEGUNDA EDICIÓN)
Novela de JUAN MANUEL MARCOS
© CRITERIO EDICIONES,
Asunción – Paraguay, 2009 (267 páginas)
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JUAN MANUEL MARCOS en PORTALGUARANI.COM
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a lingüista Daiane Pereira Rodrigues tradujo al portugués los libros “El invierno de Gunter”
y “Poemas y canciones”, de Juan Manuel Marcos./ ABC Color, Agosto 2013
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SEP DIGITAL - EDICIÓN PRIMICIA - FEBRERO 2014
SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY/ PORTALGUARANI.COM
Asunción - Paraguay
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