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LITA PÉREZ CÁCERES

  JOSEFA - Por LITA PÉREZ CÁCERES - Año 2019


JOSEFA - Por LITA PÉREZ CÁCERES - Año 2019

María Amelia Sabina Pérez de Cabral usa el nombre de pluma Lita Pérez Cáceres. Nació en Asunción, Paraguay, el 27 de octubre de 1940. Hizo sus estudios primarios y secundarios en Buenos Aires, Argentina. Se convirtió en escritora y luego en periodista.

Actualmente trabaja en una editorial y en Uninorte TV, tiene un programa cultural los viernes a la noche en radio Ñanduti, y enseña teoría y crítica Literaria en la Universidad del Norte.

Ha publicado novelas y más de 100 cuentos, un ensayo y cuatro biografias, Un cuento suyo ganó el Premio Veuve Clicquot Ponsardin en 1990 y su libro de cuentos Carta de amor y otros cuentos ganó el premio otorgado por la SEP, Roque Gaona. Es expresidenta de EPA.

 

 

 

 

 

JOSEFA


Por LITA PÉREZ CÁCERES

 

9 de octubre de 1949, es tiempo de ocupación plena en Buenos Aires. Los inmigrantes recién llegados trabajan con empeño para completar la familia y traerla a esta tierra que les dio cobijo. Pedro, que llegó hace 8 años, tiene ventajas, ya está casado y ahora camina con la seguridad de que tendrá la cena lista y que luego de cenar se sentará frente al ventilador grande, que acaba de comprar, es un gasto justificado, se convence. Él trae el calor de la fábrica pegado a sus ropas y aunque hay una ligera brisa que mueve las hojas de los plátanos erguidos que sombrean las veredas, todavía acumula mucho calor en su cuerpo. Faltan dos cuadras aún y las recorre con pasos pausados, es grande, robusto y feo, pero muy trabajador.

Josefa, Pedro es un muchacho muy trabajador, para qué querés que sea lindo, para que te lo robe una mala mujer, mirá que esas cosas pasan. Casate con él, no lo pienses más, su hermana me dijo que está pagando un lote en Villa Adelina y que si se casa, enseguida va a progresar. Lo que más quiere es tener una familia propia, eso me dijo la Juliana. Pedro tiene ganas de comer un asado pero tendrá que esperar hasta el domingo, el sábado, cuando cobre, apartará el dinero para comprar la carne y la llevará a su casa. Josefa cocina bien pero hace dos días que le da solo pasta y sin carne, cuando en la Argentina lo mejor es la carne. La verdad es que la Josefa es una buena mujer, ahora que tenemos al Alfio ella tiene más trabajo porque el pibe es terrible. Todos dicen que se parece a mí. Escucha el llanto de su hijo dos casas antes de llegar y se apura, ¿qué le habrá pasado?; la vecina le dice que el nene está llorando desde hace un rato largo y Pedro corre. Alfio está sentado en el pasillo, lleno de lágrimas y de mocos, tiende hacia Pedro sus bracitos, está muy agitado. Pedro lo calma, le limpia la cara con un pañuelo y le da de beber agua, el niño lo abraza con desesperación. Josefa, Josefa…., dónde estará… Josefa, Josefa, JOSEFA….

¿Mamá? ¿Mamá?... —la voz temblorosa de Alfio lo conmueve, el hijo sabe algo. ¿Dónde está mamá? Alfio señala con un dedo hacia una puerta cerrada, es la del sótano. Dudando, Pedro avanza hacia ella, su hijito comienza a sollozar nuevamente, se nota que tiene miedo pero Pedro abre la puerta y ve, a pesar de la oscuridad, un bulto grande y blanco que se mueve lentamente de atrás hacia adelante. Baja los cinco escalones y enciende el foco. Como en un policial antiguo la luz se clava sobre la mujer que se mueve sin descanso, sin cansancio, en otro mundo. El llanto desesperado de Alfio lo saca de su angustia y se atreve a sentarse en el último escalón. ¿Josefa?, ¿Josefa? ¿Qué te pasa…? Alfio se resiste a acercarse a su madre. Ella sigue moviéndose sin parar, su cabello totalmente desordenado le tapa la cara y Pedro no puede ver sus ojos. Consigue llegar hasta ella porque en Alfio pudo más la curiosidad que el miedo y cuando la ve bien Pedro siente como si le hubiesen dado un golpe muy fuerte en el pecho. Eso que está allí no es Josefa. Esa mirada maligna que ella nunca tuvo no puede ser de Josefa.

Son las dos de la mañana, Pedro fuma en la cama, a oscuras. Alfio se ha dormido por fin, pero cada tanto solloza en sueños y llama a su madre. Pedro no podrá trabajar al día siguiente, debe venir su cuñada para ver cómo se arregla la situación, recuerda como una obsesión lo que ella dijo cuando él le contó lo sucedido con Josefa, que sigue ahora sentada en el sótano, sin comer, sin beber y sin hablar… solo lo mira con tanto odio…

—¿Otra vez? —dijo su cuñada y esas palabras lo perturban. Si antes hubo un episodio igual quiere decir que Josefa no era la mujer sumisa que aparentaba ser. No hace falta ser una persona muy inteligente para saber que es muy difícil que Josefa vuelva de ese mundo donde está ahora. Está loca, piensa Pedro y se desespera. En el sótano, Josefa se acostó en el piso y habla en susurros… a Rara no le gustaba dormir en el piso, tenía mucho miedo de las ratas cuando nos obligaban a dormir en el galpón, ella temblaba y pedía ayuda, llamaba a Hans, su marido que la visitaba de vez en cuando. Debe ser tarde, ya amaneció, mi cuñada no puede tardar tanto —Pedro no tiene fuerzas para levantarse, ayer terminó su vida de buen marido—, ahora es un hombre perdido. ¿Qué hago con Josefa? ¿Qué hago con Alfio? ¿Qué hago con mi vida? Desde la cama en desorden su hijo se está despertando, se mueve y pronuncia unas palabras que Pedro, para escuchar bien, debe agacharse: “mamá, mamá iní mamá…”. El niño llama a su madre en su media lengua y de pronto Pedro se da cuenta que hay un sonido que va creciendo, es un canto, alguien canta, abre la puerta del dormitorio y escucha con claridad, un canto suave, como una nana, que sale del sótano.

—Lena… lena…. lena…

Es la canción de cuna que Josefa le cantaba a Alfio. Pedro corre hacia el sótano y ve que su mujer tiene un muñeco viejo y sucio entre los brazos y lo acuna con ese movimiento de vaivén que parece ser ahora interminable. Pedro se acerca, le quita el pelo de la cara, ella no reacciona, no lo ve, está muy lejos, volvió a su infancia. Vamos a escondernos en las parvas, la cosecha ha terminado y todos duermen aún cuando el sol asoma sobre el horizonte. Los niños corren como en cámara lenta y sus siluetas aún difusas reflejan el único movimiento en ese paisaje de campesinos dormidos. Josefa, ven aquí… —la voz del tío la asusta, no grita pero parece furioso. La alcanza y la toma del brazo, la arrastra hacia los matorrales que bordean la escena. Josefa tiene mucho miedo y grita, él le da una bofetada y la tira sobre la tierra. Allí termina la niña. Pobre Pedro, nunca supo mi historia, me mira como un bobo. Ahora Pedro tendrá que cuidar a nuestro hijo porque me van a llevar, lejos, lejos. Pedro, si pudiera te diría que me gustará descansar de todo, es mucho trabajo cuidar al hijo del amo, limpiar la casa del amo, entregarse al amo que cava en mis entrañas igual que mi tío y me lastima. Mi vida se acabó ayer, Nélida, tu hermana está loca y por lo visto este no es el primer ataque, nunca me contaron que tuvo uno antes de casarse. ¿Por qué Nélida?

—¿Ibas a casarte igual sabiendo que una vez, hace muuucho tiempo, cuando era una chiquilina, estuvo internada en un manicomio? Eh… decí la verdad. Fue cuando murió mi tío Giovanni, lo encontraron con el cuello cortado, detrás de una parva, también le habían cortado el pene. Josefa lo vio y perdió la razón, culparon a los guerrilleros… los médicos dijeron que fue por la impresión, solo estuvo unos meses y nos aseguraron que no tenía nada grave, que no estaba loca. Ahora Pedro sigue acostado, no tiene fuerzas para levantarse y dar las instrucciones a su cuñada, para arreglar con ella los detalles, su Josefa está loca, no es algo pasajero. Puede matarlo a él en cualquier momento, así como mató a su tío y que no le vengan con cuentos de guerrilleros.

¿Vas a internarla en un manicomio o la vas a llevar a tu casa?

Nunca, me escuchás, nunca. Ella ya pasó por eso, aunque estuvo solo unos meses volvió moribunda. Yo voy a venir todos los días y vos podés ir a trabajar tranquilo, el nene y la casa quedan a mi cargo. Pero a mi hermana no me la mandés a ninguna parte. Ya me dijo que se quiere bañar, cuando salgas de la casa la traigo al baño y se baña ella sola, me lo prometió. ¿Habla contigo? ¿Por qué a mí me mira con esa cara de furia? No te mira a vos, ella no está ahí, ella se retiró, se fue adentro. Son las 4 de la madrugada, Pedro escuchó ruidos raros y está despierto, alerta. Escucha los pasos en el pasillo ¿qué estarán haciendo estas dos locas? Creo que Nélida está loca también y como es una solterona, tener una casa a su cargo le gusta. Todos los días comemos lentejas, dice que es para ahorrar. A su lado en el lecho matrimonial, Alfio duerme y transpira muchísimo, tendría que haberlo bañado antes de acostarlo, pero su hijito está triste y casi no habla, le pide upa cuando él llega y no se despega de su lado hasta que queda dormido. Ya no pregunta más por su mamá.

Ahora los pasos se acercan a la puerta de su dormitorio, que se abre sin violencia y entra una mujer hermosa, muy arreglada, parecida a … Josefa. Es ella con aspecto pulcro, bien peinada y tal vez, un poco maquillada, desprendiendo un aroma suave, muy parecido al perfume de las flores del campo que tiene su vestido. Ella se para frente a la parte de los pies de la cama donde Pedro se ha sentado como para mirar bien a esa mujer que casi no conoce. Josefa lo mira como nunca lo miró, con cariño, con respeto y Pedro, nota por primera vez, que su esposa tiene ojos claros, grandes, de mirada muy calma. —Pedro, soy yo, tu esposa, ya estoy bien.

Él la mira incrédulo. —Mañana mi hermana va a ir a su casa y yo, si querés, voy a volver a ser Josefa, pero no la de antes. Pedro no puede responder, esa es una nueva Josefa que no conocía. Ella toma la mano de Pedro entre las suyas y la estrecha suavemente, es una caricia que lo conmueve. —Quiero saber si te he fallado como esposa. ¿Cocino mal? ¿Soy derrochona? ¿No mantengo limpia nuestra casa? ¿Cuido mal a nuestro hijo? Pedro hace gestos negando, no encuentra las palabras correctas para decirle que nunca se quejó, que ella es una buena esposa, buona moglie. Ella besa la mano de su marido y le agradece así su aprobación casi arrancada a la fuerza.

—Tenés que saber Pedro que el silencio intoxica, que tenés que hablarme. No sé por qué pasó lo que pasó, quizás estaba muy cansada de ser la burra de carga en esta familia. Muy cansada, tengo que ir al médico para que me dé alguna vitamina, no sé… necesito palabras para convencerme de que no soy un robot. Vos no sabías que estuve antes en un manicomio, no hacía falta contarlo, quisiste casarte para formar una familia, con una mujer laboriosa, fértil y sin manías. Creí que iba a poder vivir así, pero me rendí. Ahora que ya pasó el ataque, te pregunto si querés comenzar de nuevo, tratándome con amor, con cariño. Alfio se ha despertado y escucha lo que dice su madre, sin comprender, pero la mira insistentemente, hasta que la llama con temor ¿Mamá? ¿Mamá? Sí, mi vida, si soy mamá… —lo alza en sus brazos y el bebé se acurruca como si por fin estuviera seguro. Pedro abraza a los dos llorando, muy emocionado. Pedro se entrega, si Alfio la reconoció es porque Josefa volvió. Sí, Josefa, que todo vuelva a ser como antes. No, como antes no. Mejor, mucho mejor.

Pedro ha vuelto a dormirse, a su lado Alfio descansa con expresión de placidez. En el sótano Josefa envuelve con expresión pensativa un gran cuchillo afilado, lo oculta en las profundidades de un baúl. Murmura como una letanía: —Como antes no…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente:

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 MUJERES EN SU PROPIA COMPAÑÍA

Páginas 167 al 176

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