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FRANCISCO PÉREZ MARICEVICH (+)

  BLAS GARAY Y LA CIENCIA HISTÓRICA, 1972 (Por FRANCISCO PÉREZ MARICEVICH)


BLAS GARAY Y LA CIENCIA HISTÓRICA, 1972 (Por FRANCISCO PÉREZ MARICEVICH)

BLAS GARAY Y LA CIENCIA HISTÓRICA

Por FRANCISCO PÉREZ MARICEVICH

PARTIDO COLORADO

INSTITUTO COLORADO DE CULTURA

CICLO DE CONFERENCIAS “HOMBRES E IDEAS”

VOLUMEN Nº 3

Asunción – Paraguay

1972 (17 páginas)

 

 

LIC. FRANCISCO PEREZ MARICEVICH

El Lic. Francisco Pérez Maricevich nació en 1937.

Lleva publicados los siguientes libros de versos: «AXIL», «PASO DE HOMBRE» y «AÚN». Y los siguientes libros en prosa: «INTRODUCCIÓN A LOS MÉTODOS DE LA CRÍTICA», «POESÍA Y CONCIENCIA DE LA POESÍA EN EL PARAGUAY», «NARRATIVA PARAGUAYA: RECUENTO DE UNA PROBLEMÁTICA» (en colaboración con Josefina Plá), «CRÍTICA Y TEXTO DE LA POESÍA PARAGUAYA», «LA POESÍA Y LA NARRATIVA EN EL PARAGUAY» y «BREVE ANTOLOGÍA DEL CUENTO PARAGUAYO».

Ha traducido (en colaboración con el Dr. Arturo Nagy) los siguientes libros: «HISTORIA DE NICOLÁS I, REY DEL PARAGUAY Y EMPERADOR DE LOS MAMELUCOS», «TRES ENCUENTROS CON AMÉRICA» y «PARAGUAY, IMAGEN ROMÁNTICA» y publicado el álbum gráfico «EL MARISCAL DE LA EPOPEYA».

Obtuvo los siguientes premios: Concurso de Poesías (Universidad Nacional de Asunción, 1963). Concurso de Cuentos («La Tribuna», 1963) y Premio Revista «Cuadernos» de París (1965).

Figura en los siguientes estudios de literatura: Anderson Imbert, Pagés Larraya, Baeza Flores, Echeverry Mejía, Hugo Rodríguez Alcalá. Y en las siguieres antologías: «Antología de los mejores poetas vivos», en idioma italiano; «Antología de cuentistas paraguayos», en idioma alemán; y en el «Almanaque Mundial de Selecciones del Reader's Digest».

Es Miembro de la Academia Hispanoamericana de Letras, de la Academia Paraguaya de la Lengua y del Instituto Cultural Paraguayo-Alemán.

Fue Profesor de Literatura era institutos de segunda enseñanza y de Estilística y Lengua Española en la Facultad de Filosofía. Ha dictado numerosas conferencias en institutos del país y en altos institutos del exterior especializados en Letras.

Viajó en 1969 a Estados Unidos de América y en 1970 a Alemania Occidental, asistiendo a congresos de escritores realizados en ambos países.

Actualmente es Jefe de la Biblioteca Nacional y Secretario de Redacción de «ABC».



BLAS GARAY

Y LA CIENCIA HISTÓRICA

Por FRANCISCO PÉREZ MARICEVICH


De 1873 a 1899 corre el perímetro vital de Blas Garay. Dentro de este breve tiempo, hay que incluir cuatro libros de apretada erudición, casi una decena de ensayos breves, centenares de artículos, una ingente tarea investigadora de archivo, el cotidiano mantenimiento de un periódico y un arrebatador ejercicio de sus condiciones humanas. Ante semejante desbordamiento, es de elemental prudencia intelectual situarse. Y lo primero, dominar el inicial, inevitable estupor. Porque parece ocurrir con Garay un fenómeno semejante al del juego de espejos: la multiplicidad, al contrario de ser una dispersión, es sencillamente la pluralización enfática de la unidad. Las varias imágenes de su persona -la del historiador, la del político, la del periodista- no son dimensiones ocasionales de su tarea, sino ejercicios consubstanciales con su personalidad y coextensivas con su genio.

Por tanto, considero un error de método fragmentar en esquemas aislados la obra escrita de Garay, como parece que ha sido costumbre entre sus críticos. Creo que a Garay o se lo ve en totalidad, o hay que renunciar a verlo, salvo que se ejerza sobre él el injustificado agravio de falsearlo mutilándolo. Y dicho esto me acojo humildemente a la benevolencia de ustedes -y a su paciencia cortés- para tolerar este escueto gráfico de Garay que me he atrevido a traerles esta tarde. Creo que no solicitaré para mí el homenaje de su fatiga, pues considero que la presencia de Uds. aquí exige de mi parte la correspondencia de la cortesía intelectual que es la brevedad.

La providencia de Dios y el «seguro azar» de la historia determinaron traer a luz a Garay en Asunción un 3 de febrero -día del patrono del Paraguay, aún por entonces, San Blas- y en el seno de una familia que llevaba, adensados, siglos de paraguayidad: la formada por don Vicente Caray y doña Constancia Argaña. No es necesario ser partidario del determinismo biológico para tener, en función de esos datos familiares, el primer indicio seguro respecto del sentido y de las motivaciones plurales, no sólo del carácter, sino de la fisonomía ideológica y aún temática, de la obra de nuestro autor. Ese carácter -sólido, enterizo, arrebatador y audaz- lo mismo que su excepcional inteligencia, tuvieron manifestación precoz. Anotaré sólo escuetos datos. Huérfana de padres cuando aún no tenía una década de vida, el niño Blas, verdadero símbolo del Paraguay que renacía con fuerza arrolladora, se hace, a los once años y en los momentos de des-canso de sus estudios escolares, telegrafista y -según testimonia un biógrafo- «dominó tanto el asunto, que sólo por el movimiento de la aguja descifraba los telegramas» que eran recibidos en Pirayú donde, por entonces, residía con dos tíos maternos.

Es obvio que, en sensibilidad e inteligencia tan vivas como las suyas, debió dejar huella indeleble el espectáculo del esfuerzo heroico del pueblo por reconstruir, de entre las gloriosas ruinas, el presente y el futuro del país. Más tarde, y ya director de «La Prensa», volverá a visitar el campo de propósito para fomentar y bregar, desde su periódico, por el bienestar del pueblo. Y debió ser también, según creo, efecto mediato de esa convivencia campesina, no su nacionalismo integral, que esto lo traía en el alma, sino la tendencia ideológica de ese nacionalismo, es decir, la compaginación cultural y políticamente eficaz.

Esta se manifiesta, como todo en Garay, con precocidad insólita. Si la madrugadora labor periodística de sus diecisiete años mereció este juicio de Fulgencio P. Moreno -« ... asombraba por la precoz serenidad de sus concepciones»-, la elección temática de su tesis para optar., a los veintitrés años, al título de Doctor en Derecho y Ciencias Sociales, centrada en la «Junta Superior Gubernativa», sugiere ya la seguridad de sus pasos y la lúcida escogencia de sus metas.

Toda su rauda labor posterior, enmarcada en tres trepidantes años, no es sino el desarrollo coherente de su programa y actitud vitales. Toda ésta, en cualquiera de sus vertientes, lo mismo que su adhesión y acción políticas dentro del Partido Colorado, tienen una motivación única: el apasionado amor por su pueblo.

Este patriotismo -o nacionalismo, como se lo quiera llamar- se hallaba en él conceptual -aunque tácitamente- estructurado, y era seguro que Garay lo hubiera expuesto doctrinal y metódicamente alguna vez, conforme con ciertos indicios inequívocas dispersos en su prosa suelta en los periódicos.

Conviene, empero, detenernos aquí para situar a nuestro autor dentro de su espacio histórico-cultural. Esto nos será servicial para develar mejor el sentido y la consistencia de su obra.

Garay pertenece, dentro de nuestra historia cultural, a la llamada generación del 900. Esta aparece, grandiosa manifestación de la vitalidad espiritual de nuestro país, como una respuesta creadora a la aniquilación trágica, aunque gloriosa, a que nos sometió el crimen de la Triple Alianza. Sus miembros crecen en medio del país devastado y son luego testigos -y aún directa o indirectamente protagonistas- de la resurrección nacional.. Poseen, la mayoría de ellos si no todos, una abrumadora pasión por la patria. La práctica política de esta pasión, los dividirá, sin embargo, con el tiempo enconándoseles en el alma. Todos se vuelcan a la tarea historiográfica y ejercitan simultáneamente el periodismo y la cátedra. Están notablemente formados e informados. Como han tenido maestros comunes, es idéntica en todos ellos la base filosófica: el krausismo español. Cuando, en el transcurso del tiempo, desarrollan su personalidad, el ansia reformista que los consume íntimamente a todos ellos, se vincula, y a veces se robustece o se pulveriza, con otras doctrinas e ideologías europeas de moda. Estas provocan en algunos un desarraigo de su medio histórico-social e incluso -como en el caso curioso y patético de Cecilio Báez- una actitud polémica insólita con respecto al pasado integral de su país. La generación desarrolla dos grandes discusiones, ambas memorables: la defensa historio-gráfica de la patria en su pasado inmediato -el de la guerra y sus causas-, y la defensa jurídica del Chaco. En medio de estas dos tareas comunes de la generación, cada uno de sus miembros se configura una personalidad imponente así sea en sus aciertos como en sus yerres, tanto culturales cuanto políticos.

Blas Garay desarrolla su labor y yergue su gran figura en los comienzos de la tarea generacional. Pero él no está solamente en los inicios cronológicas sino, fundamentalmente, en los inicios temáticos e ideológicos de la misma. Es decir, en él se configura o de él parte, esencialmente, el ángulo de visión desde el cual la generación -y aún casi toda la historiografía paraguaya posterior- analiza y expone el proceso histórico de nuestro país. Este ángulo de visión, esta actitud, es el revisionismo histórico. O. en otras palabras, el sentido nacional de la historia.

Intentemos trazar, en lo que sea permitido dentro del escueto marco de esta conferencia, las líneas principales de la actitud con que Garay configura su testimonio historiográfico.

Aportemos, primeramente, este dato: Garay es el primero que, luego de la Independencia, escribe metódica y globalmente la historia de su país. A la ingente masa de hechos, de situaciones, de personajes, de interpretaciones, debió encontrarle un sentido, una razón, un movimiento coherente. Esto es, debió diseñar una estructura en proceso.

No es esta una afirmación gratuita. Sólo un malentendido o una distraída lectura pudo inspirar, con respecto a Garay, esta sorprendente afirmación de Justo Pastor Benítez basado sólo en su faz estilística: «La obra de Blas Garay, ( ... ) tiene marcado tinte de crónica». Y esta otra, anterior, del mismo autor: «Sus trabajos históricos se resienten de la premura con que los ejecutó». Muy por el contrario. Basta abrir uno cualquiera de sus libros panorámicos -digamos el «BREVE RESUMEN DE LA HISTORIA DEL PARAGUAY»- y averiguar, por su índice, la disposición de la materia. Hé aquí esa disposición que, al configurar una estructura de sentido, supone una interpretación críticamente lúcida. Luego de dividir el campo cronológico de la historia que escribe -que va desde el descubrimiento del Paraguay hasta la muerte del Mariscal López- en dos partes, tituladas respectivamente «LA COLONIA» y «LA REPÚBLICA», subdivide cada una de ellas en dos secciones configuradas por grandes hechos políticos históricamente trascendentales.

Estos son:

1°) La gobernación del Río de la Plata o Paraguay;

2°) La gobernación del Paraguay o Guairá;

3°) El período dictatorial y

4°) El período constitucional.

Estas cuatro secciones están, a su vez, distribuidas en capítulos que abarcan unidades cronológicas o políticas o sociales o estos tres fenómenos sincrónicamente. A esta disposición estructural antepone una introducción sobre la población precolonial indígena, de propósito prácticamente desligada del cuerpo de la obra, y ya diremos par qué.

Acerquémonos más, sin embargo, a esa estructura que Garay ve en la historia de nuestro país. De ella, Garay aisló en dos libros específicos otros tantos momentos o fenómenos: de una parte, las Misiones Jesuíticas; de otra, la Revolución de la Independencia. Y aún separó otra sub-estructura -el de las organizaciones políticas- pero la muerte dejó inconcluso el libro, lo mismo que el estudio sobre la instrucción pública en el Paraguay, del cual tenemos un breve anticipo en forma de reseña bibliográfica.

Ahora bien, no es presumible que Garay escribiese esos libros fuera de toda deliberación y conciencia metódica en el sentido de que esos fenómenos no sean particularmente relevantes dentro de su concepción interpretativa del proceso histórico paraguayo. En autor tan reflexivo, inteligente y erudito como lo es Garay, es menester, bajo el grave riesgo de falsearlo, no suponer una coherencia crítica entre las distintas partes de su total.

De mí sé decir que he arribado a la convicción de que esta coherencia en Garay, no sólo existe, sino que es evidente, con la condición de, que la lectura de sus obras se haga con inteligencia despierta y crítica. Y lo que es esencial: que se la vincule con su contexto.

Este contexto -me refiero a la deformada imagen que de nuestro pueblo y su historia habían montado tendenciosa y conjuntamente los vencedores de la guerra, sus ideólogos extranjeros y sus esbirros nacionales- presentaba, entre otros, los elementos siguientes:

1°) negación de la conciencia nacional paraguaya y afirmación de que el país en tanto que nación independiente existe sólo en virtud del capricho y la ambición de unos cuantos dictadores que impusieron su voluntad al pueblo;

2°) que este pueblo, de mayoría netamente indígena, ignorante y absolutamente indolente, ya estaba preparado para ello por la acción de los jesuitas, que dominaron completamente al país durante la colonia;

3°) y esto es harto conocido que ni siquiera es necesario decirlo: que la guerra se hizo con propósitos humanitarios para liberar al país de un tirano oscurantista y traerle generosamente los beneficios de la civilización y de las luces.

Contra esta imagen deformada y falsa, construye ostensiblemente Garay su sistema interpretativo. Y es en relación con ese contexto como se comprende perfectamente bien la obra global del gran historiador.

Indiquémoslo brevemente.

Contraponiendo a la negación tendenciosa de la conciencia racional de nuestro país, Garay sitúa, invariablemente, dentro de su esquema estructural y en función de elemento vinculador al pueblo protagonista de nuestra historia. Este pueblo está representado, a través del proceso histórico, o bien por Asunción, o b bien por el Cabildo, o bien por un gobernador (no por sí sino porque el pueblo le otorga la representación y defensa de sus intereses y esto Garay se cuida muy bien de mostrarlo), o, en fin, por un líder ideológico o político toda vez que éste no sea sino la cúspide visible de la comunidad nacional. Este fenómeno, Garay lo hace visible a través de las vicisitudes de orden político por las que atravesó el país desde sus inicios, y su intención es tan obvia que parece inverosímil que haya habido equivocaciones, como la del español Adolfo Posada, respecto de ella.

Sin decirlo explícitamente, pero en virtud de un arte y urca sabiduría segura y certera que va mostrando objetiva y concatenadamente los sucesos, Garay hace surgir no sólo los elementos vitalmente constitutivos de la conciencia nacional a través de los hechos que expone, toda ella configurada en la pasión por la autonomía y la libertad, sino la índole propia de esta conciencia, tipificada por la unidad y comunidad de destino.

Esta conciencia, por otra parre, se encuentra en polémica oposición con la acción jesuita en el país. De hecho, Garay sitúa a la Compañía como la principal y tenaz antagonista del pueblo, una vez que aquélla, segura de su poder, se manifestó como una potencia económica extraña y ajena a los intereses de la comunidad popular. Y como tal, también políticamente adversaria, por lo que contra ella el pueblo se llamó a rebato varias veces. Para destruir, pues, y esto es obvio, la imagen falseada de la realidad histórica nacional respecto de la atribuida influencia y de la acción presuntamente formativa que ejercieron los jesuitas en el pueblo paraguayo, amplió Garay el capítulo que sobre éstos incluye en el «COMPENDIO ELEMENTAL DE HISTORIA DEL PARAGUAY» y en el «BREVE RESUMEN DE HISTORIA DEL PARAGUAY» -ambos libritos escolares de texto- en el denso y eruditísimo prólogo que puso a la «HISTORIA DEL PARAGUAY», del P. Nicolás del Techo, titulado «EL COMUNISMO DE LAS MISIONES».

Ese libro, construido en base a una abrumadora profusión de documentos de los que la mayor parte pertenece a los propios jesuitas, es una soberbia carta de desafío contra los desvirtuadores de la realidad histórica paraguaya. Garay demuestra en él paso a paso, con fría y tensa objetividad, el proceso por medio del cual la Compañía fue perdiendo su primitivo don evangelizador para convertirse. Finalmente, en una profana empresa mercantil de enorme productividad y con no disimulados propósitos de beligerancia política, autoexcluyéndose de ese modo del cuerpo popular de la Colonia. Sin decirlo explícitamente, como es su costumbre, Garay hace surgir por vía indirecta la conclusión respecto de la actitud que el pueblo debía adoptar, como la adoptó, en relación con la Compañía.

No necesito decir, después de lo expuesto, que su estudio sobre «LA REVOLUCIÓN DE LA INDEPENDENCIA DEL PARAGUAY» no es sino otra de las demostraciones conclusivas y poderosamente eruditas, de la antigua existencia y afirmación permanente de la conciencia nacional. Analiza en él, con gran seguridad, cuantas razones históricas -y de otra índole- existían fuertemente actuantes en el seno del pueblo. Y discrimina, como es su tendencia, los motivos políticos en función de su significado histórico nacional y a los personajes en relación vital con éste.

Tales son, según creo, los caracteres fundamentales de la obra historiográfica de Blas Garay, y aquellos que constituyen los elementos esenciales del revisionismo de raíz nacional que inicia. Sin duda, hay otros muchos aspectos en la historiografía  de Garay, pero que ya caen fuera de los propósitos específicos de esta conferencia. Lo que Garay se propuso, indudablemente y conforme con el testimonio de sus escritos, fue -repetimos-rebatir con solidez científica la arbitraria e injusta construcción histórica con que los adversarios de la patria intentaron justificar el tremendo crimen de la guerra.

Pero esta defensa -y esto es fundamental para comprender la grandeza de Garay- no está construida en forma de contestación polémica, esto es pasional, a las afirmaciones adversarias.

Su solidez científica no está de ninguna manera asentada sólo en la masa ingente de documentos de primera mano que aporta para avalar sus interpretaciones, con estar éstos meticulosamente estudiados y metódicamente esgrimidos. Esa solidez se encuentra en algo mucho más profundo, en algo que parece increíble que pudiera concebirlo un muchacho de veinticuatro años: en la intuición genial de que la historia tiene una estructura y de que ésta se manifiesta a través de un proceso que acontece simultáneamente en el exterior como en el interior del pueblo, constituyéndose ésta en clave maestra del acontecer. Ahora bien, este pueblo es una entidad, permanece fiel a sí mismo, a través de todo el discurso temporal que no forma sino el substrato material y formal del proceso histórico; pero la permanencia de esta entidad no es, de ningún modo, un factor material, sino una conciencia espiritual. En este sentido debe entenderse esta afirmación de Garay que, leída fuera de contexto y desvinculada de la filosofía del autor, parecería meramente retórica y vana: «...las hidalguísimas y nobles ideas que constituyen la esencia de nuestra raza». Por tanto, la historia, para Garay, no es otra cosa que una estructura de sentido, es decir: una sucesión de acontecimientos íntimamente relacionado entre sí, disparada hacia la consecución de metas que, en último término, no se encuentran en un futuro ideal sino en la afirmación cotidiana de valores, puesto que la historia es el pueblo, de alguna manera profunda, y el pueblo; en su esencia, está constituido por hidalguísimas y nobles ideas. Esta identificación funcional entre historia y pueblo, implícita en toda su interpretación, historiográfica, está breve aunque taxativamente expuesta en el editorial del número 3 de «La Prensa». Dice ahí, luego de afirmar que «el derecho del Paraguay al Chaco es indiscutible» y de recomendar el rechazo del tratado Ichazo-Benítez, lo siguiente: «¿por ventura provendrá de aquí una guerra con Bolivia? Y si esa guerra sobreviniera ¿habría paraguayo que la temiese? ¿No nos ha de tranquilizar la comparación de la historia nuestra con la historia ajena?».

Bien quisiera aducir otras citas del autor y aún desarrollar con mayor amplitud la concepción que él se hizo de la historia, poro ello desplazaría los límites de esta conferencia hacia los del ensayo monográfico, lo que no me puedo permitir aquí. Resta sí, en relación con esa concepción vigorosamente lúcida de la historia, escudriñar su ejercicio periodístico desarrollado clon entereza viril y valor cívico desde las páginas de su estupendo diario, «La Prensa».

Veinticinco años tenía cuando se decidió a fundarlo. Ya estaba de regreso de Europa, a donde había sido enviado por el gobierno nacional en 1896 para recoger cuanto documento útil para la defensa de nuestro Chaco se encontrase en los archivos. En ese menester había dedicado seis horas diarias de investigación durante un año y dirigido el trabajo de once copistas puestos a su servicio. Había escrito, y ya los tenía publicados, los cuatro libros en los que funda la concepción nacional de nuestra historia. Estaba, en fin, en posesión de una precocísima madurez intelectual de amplio espectro. Y poseía una lucidez conceptualmente fundada de su actitud de amor por su patria -de su ideología nacionalista, en una palabra- cuando se decidió a expresarla y a ejercer, con maestría singular, en función de ella, la crítica de las realidades contemporáneas. En este sentido, vio con claridad el polémico enfrentamiento de actitudes manifiestas en la lucha política sobrevenida luego de la guerra. Y lo denunció combatiéndolo con vigor. Obedeció con firmeza y fidelidad al programa, excepcional, que expuso con extensión en el primer editorial de «La Prensa». Consecuente con ello, realizó una labor de riesgo ideológico critican-do los hechos que no se avenían, según sus palabras, «con el carácter de nuestro generoso pueblo» y para él que exponía «todo lo que en los demás -dice- haya de bueno adaptable a. este país». Como este pueblo, «en la épica guerra -afirma-- que tuvo al mundo absorto por seis años», había manifestado una actitud coherente con todo su pasado -que era su esencia espiritual según vimos-, no debería contradecírsele perseverando con sus palabras «en una política, bondadosa y complaciente, cuando se vea con toda evidencia su ineficacia», por lo que, en coherencia con la esencia del pueblo y pese a su gran debilidad material de entonces, estamos en 1898, «debemos -concluye con viril decisión-hacer respetar nuestro derecho y respetarle nosotros mismos, no consintiendo que vuelva a ser puesto en tela de juicio». No creo que, dentro de este contexto ideológico, necesite comentario alguno explicativo esta soberbia promesa, cumplida al pie de la letra: «Y haremos. . . desde este diario por el progreso y engrandecimiento de la nación cuanto deben hacer quienes tienen acentrado patriotismo y fe grande en los altos destinos del Paraguay; quienes miran con igual desdén los favores del gobierna que los favores de la popularidad como haya que ganarlos por ilícitos medios; quienes vienen a hacer no política de partido, política nacional; no a atizar odios, a apagarlos, y a predicar la unión de todos los paraguayos en un solo pensamiento».

Me he permitido, en esta sección, hacer citas textuales de las palabras de Garay para que pueda apreciarse con claridad de qué íntimo modo su concepción histórica -o mejor, los elementos substantivos de ella- son aplicados tanto al análisis interpretativo del pasado cuanto al examen crítico del fluir de los hechos del presente. Su ideología nacionalista -no de otro modo puede llamarse a esa actitud intelectual- actúa por igual y con intensidad análoga en todo cuanto Garay ha hecho. Su concepción del pueblo como protagonista de la historia, su verdadera identificación entre éste y su historia, y su afirmación de que la esencia del pueblo -o de su historia, que da lo mismo- está constituida por «hidalguísimas y nobles ideas» revela muy bien lo que se entiende en esa frase de «la unión de todos los paraguayos en un sólo pensamiento» que por entonces, 1898, había que predicar des-de la prensa periódica. Y aquí es bueno recordar, nuevamente, el contexto o marco de referencia historiográfica contra el que Garay construyó su historiografía, y en función de la cual también dispara sus artículos. Hay que suponer que Garay, al fundar su diario, obedeció, entre otras, a esta motivación: la intuición lúcida de que la mente y el alma paraguaya eran por entonces campo de batalla de ideas contradictorias. Y de que no se equivocó en esa ni en otras intuiciones básicas, es testimonio rotundo la terrible equivocación de Báez, por una parte, y la profunda sensación de vacío que sintió su generación y su pueblo a causa de su muerte, por otra. No necesito traer aquí testimonios escritos de ambos fenómenos, pues dilataría sobremanera esta conferencia que ya debe llegar a su fin.

Señoras y señores: creo haber delineado ante ustedes, brevísimamente, algunos rasgos fundamentales de la obra, de la personalidad y de la ideología lúcidamente nacionalista de nuestro Blas Garay. El fue un paraguayo orgulloso de su nación y de la gloria conquistada por su nación. Se sintió siempre fascinado por el excelso heroísmo con que nuestro pueblo, completamente consubstanciado con su historia pasada y su caudillo, el Mariscal López, enfrentó la tragedia clamorosa de la guerra. «La gloria conquistada por el Paraguay en los campos de batalla -dice a su respecto Silvano Mosqueira- era para él una cosa colocada fuera de toda discusión. Hubiera considerado como una verdadera traición -prosigue este autor- a los intereses de la patria la negación de ese heroísmo contra el cual existe ahora una vasta conspiración, en nombre de la libertad». Este orgullo y este amor por las cosas de su país fueron por él conceptualizados lúcidamente y aplicados con entereza insólita en su acción cívica. Amó a su nación y murió por ella, absurdamente asesinado, el 18 de diciembre de 1899. Tenía entonces apenas 26 años. Pero antes de morir, honró a su patria en todos los aspectos, la defendió con las soberbias armas intelectuales, con las que estaba dotado y legó a las generaciones futuras un ejemplo sin par de grandeza moral. Hemos recogido su bandera, y los ideales por los que luchó y murió, su nacionalismo integérrimo manifiesto en su apasionada ansia de bienestar y progreso para su pueblo.

Asunción, mayo 16 de 1972.

 

 

 

 

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