PortalGuarani.com
Inicio El Portal El Paraguay Contáctos Seguinos: Facebook - PortalGuarani Twitter - PortalGuarani Twitter - PortalGuarani
FRANCISCO PÉREZ MARICEVICH (+)

  LOS FUEGOS DE LA NOCHE, 1983 - Compilación: FRANCISCO PÉREZ MARICEVICH


LOS FUEGOS DE LA NOCHE, 1983 - Compilación: FRANCISCO PÉREZ MARICEVICH

LOS FUEGOS DE LA NOCHE

BARBOSA RODRÍGUEZ/ BARTOLOME/ CADOGAN/

CHASE SARDI/ PANE CHELLI/ TOMASINI

Compilación: FRANCISCO PÉREZ MARICEVICH

DIAZ DE BEDOYA – GOMEZ RODAS EDITORES

© Copyright by F.P.M. y ZENDA – Selección Cultural, 1983

Diseño de tapa: Francisco Corral y Osvaldo Salerno

Logotipo Carlos César Almeida

Primera Edición Paraguaya, 1983

Asunción – Paraguay (193 páginas)



PRESENTACIÓN

Recoge este breve libro un conjunto restringido de textos míticos pertenecientes a la gran nación tupi—guaraní y a la de la etnia nivaclé, incluida en la familia lingüística mataco—mataguayo.

Los mitón pueden ser sometidos a distintas lecturas y a variados procedimientos de análisis, como es bien sabido. Etnólogos, historiadores de las religiones, científicos sociales, psicoanalistas, filósofos, teóricos de la literatura y aún teólogos, encuentran en ellos riquísisima y casi inagotable materia para sus análisis y reflexiones. Ellos constituyen un código cuyos mensajes pueden ser decodificados conforme a pautas hermenéuticas vinculadas a los más diferentes y dispares contextos ‘teórico-científicos o práctico-ideológicos. Los mitos, se sabe, expresan, y a la vez reflejan, organizan y legitiman la totalidad de la cultura de los grupos humanos, justificando las estructuras existentes. De alguna manera profunda y significativa ellos trazan, no sólo la cosmovisión, sino la diacronía, simbólicamente configurada, de las sociedades humanas, cualquiera sea su grado de complejidad e integración culturales. El mito es, por encima de cualquier otra cosa, esencialmente un lenguaje, tan complejo, funcional y rico como el constituido por el de los signos articulados que caracteriza a la raza humana. Como este lenguaje verbal, el mito dispone de estructuras sistemáticas que se organizan en niveles interdependientes y cuya articulación funcional proporciona, a través del juego de los significantes, un acceso a sus estructuras de significado.

Los estructuralistas, a partir, en especial, de Lévi-Strauss y los psicoanalistas, siguiendo sobre todo a Freud, han enriquecido con sus trabajos fascinantes nuestro conocimiento de estas “arcaicas’’ estructuras narrativas que un racionalismo estrecho había creído superado hace tiempo por el “progreso” de la civilización. Hoy sabemos, gracias a esos trabajos rigurosos, que el mito sigue acompañando, como una réplica algo críptica, el paso de la humanidad y sus sucesivas, paralelas y contrastantes configuraciones culturales. Sin escoger ninguna de las centenares de definiciones que se han propuesto del mito, retendremos sólo aquí —y dentro de las posibilidades muy generales que nos permite el carácter de esta “Presentación”— la índole esencial de lenguaje que tipifica al mito. Como tal, y sirviéndonos de la terminología chomskiana, el mito presenta dos dimensiones estructurales básicas: la estructura "de superficie" y la estructura “profunda”. La primera es un código, formado por un conjunto de signos que se articulan conforme a una retórica rigurosa, basada en solidaridades, afinidades, semejanzas, diferencias y rechazos entre los mismos, permitiendo (o negando, según el caso) permutaciones, proximidades, remisiones correlativas en la red interior del conjunto, sin que este juego de alternancias, substituciones, repeticiones o cambios alteren substancialmente el contenido semántico (siempre un campo complejo y no un referente aislado) de la estructura profunda, que es donde se encuentra el mensaje del mito.

Lévi—Strauss ha señalado, análogamente, en el mito sus caracteres de langue y parole (en términos de Saussure), de modo que ningún mito individual (caso de habla, “parole’) agota la “sustancia" del mito, sino que éste se contiene en una construcción abstracta (la lengua, “langue”) elaborada por el estudioso o un lector alerta. Esto quiere decir que, si en una frase puede substituirse el léxico y aún mejorarse la sintaxis sin que esto afecte el sentido de la misma, en el mito pueden substituirse o permutarse personajes, objetos, acciones, etc., sin que el sentido del mito quede afectado, toda vez que los substituidos y los sustituyentes sean de igual signo (valor y función). Las analogías con el lenguaje verbal van aún más lejos: cada ocurrencia del mito —los mitos particulares— son, como el “habla” sossuriana o la actuación ” chomskiana, abiertas y, como tal, sujetas a olvidos, elipsis, raptos, omisiones, contusiones, mezclas y cambios (por transformación, novedad o préstamos), mientras el mito como estructura, como la “langue” o la “language”, son cerrados (el cambio la “cambia” en otra cosa: una lengua en otra distinta; un mito, en un poema, un tratado filosófico, un sistema religioso racionalizado, una utopía política, una ideología, o lo que fuere). Esto también —y todavía dentro de la perspectiva de Lévi-Strauss —permite explicar la notable “fluidez” del mito, que tiene siempre sus fronteras imprecisas, y confluye fundiéndose a menudo el uno en el otro, sin que en su contexto rijan los principios de la lógica tal como la conocemos en el marco del racionalismo intelectualista o cientificista, lo que en modo alguno implica que el mito no disponga de su propia “lógica” o principio constructivo estructurante, que lo organiza precisamente como mito. Es decir: una ‘historia’ relatada (Lévi-Strauss).

Las “historias” que se hallan recogidas en este libro, son una porción muy pequeña del vasto conjunto de mitos que vive al margen de nuestra conciencia cultural, en el seno de diecisiete “sociedades etnográficas” en el territorio del Paraguay actual y en zonas circunvecinas. Algunos de estos mitos, como el de Kurupi, se han folklorizado en el interior de nuestra cultura popular mestiza, pero la mayor parte nos es por completo desconocida, y tan exótica, como cualquier mito africano o asiático. Diseñan un mundo y un contenido de conciencia que consideramos ajenos a los nuestros, pese a que sus portadores nos son espacialmente inmediatos y a pesar de que, acaso, a algunos los tratemos cotidianamente (aunque, desde luego, desde nuestro peraltado emocentrismo que nos hace sentirnos superiores). Forman, sin embargo, estos mitos parte importante de la etnoliteratura del Paraguay contemporáneo, que debemos aceptar como tal, y hacerla nuestra a condición de que primero nos hagamos nosotros a su espíritu, que de lo contrario seguirá siéndonos extraña y ajena, como hasta ahora. Esta etnoliteratura es enorme y verdaderamente rica, y tiene intensas virtudes enriquecedoras que bien vendrían a vigorizar nuestro substrato americano a consciente ayudando a que podamos llegar a configurar una personalidad nacional auténtica, que ponga legítimas vallas a las distorsiones culturales (espirituales, mentales) que impiden hasta hoy, o debilitan en gran medida, nuestras posibilidades de desarrollar integralmente las capacidades humanas de nuestro pueblo. Sin duda, esta etnoliteratura contiene radicales elementos de originariedad que deben servirnos de fundamento para tentar formas originales de expresión en la que cuajen, junto con la fresca creatividad, las experiencias históricas, políticas, sociales, en resumen: práctico-espirituales de nuestro pueblo, aquéllas que no sólo lo reflejen (y con ello nos interpreten, nos lean por dentro), sino que le faciliten nuevas expectativas, nuevas clarificaciones, nuevas postulaciones de la realidad de realización posible.

En la imposibilidad práctica de reunir en un solo volumen de esta colección de divulgación imputar un gran conjunto de manifestaciones de esta etnoliteratura, se ha tenido que optar por una selección reducida, la que, si bien no sea estadísticamente representativa, fuese, sin embargo, significativa del conjunto, en términos de clima”, tema e “intereses perceptivos” —por llamarlo de algún modo—. Se optó, en consecuencia, por incluir estructuras narrativas de algunas etnias tupí—guaraní (elección que no parece necesario explicar), y una de las chaqueñas. Como uno de los criterios básicos de la inclusión de las tintas fue que parte significativa de su etnoliteratura fuese édita (esto, en razón de la exigencia erudita de precisiones etnográficas que requiere la presentación de material inédito), se escogió la nivacit (chulupí) para que “representase” a las del Chaco, a sabiendas de la considerable mutilación o fragmentación que esto significaba en la etnoliteratura de las numerosas etnias de esa región, algunas muy ricas —como la ayoreo (moro) o la ishyró (chamacoco)—. La propia abundancia de publicaciones acerca de la gran familia tupi- guaraní, antes que favorecer, dificultó la selección de textos y recopiladores. Al final se escogió traducir parte de los mitos “tupí” contenidos en el libro Poranduba Amazonense (Río de Janeiro, 1890), de João Barbosa Rodrigues, que los recogió de la tradición oral indígena en los años 1872-1887. Junto a Barbosa Rodrigues se optó por la figura ritual de nuestra etnología, León Cádogan. Considerando, además, lo central del mito de los gemelos en la cultura tupí-guaraní, se decidió presentar cuatro versiones del mismo: el de Barbosa, el de Cádogan (mbyá-apyteré), el del argentino M.A. Bartolomé (avá-katueté —chiripá—) y el de los argentinos J.A. Tomasini y M.A. de los Ríos (chiriguano). Los textos nivaclé fueron escogidos entre los “redactados” por L. Pane Chelli y M. Chase-Sardi, quienes han operado en las versiones “autóctonas” de los mitos ejercicios —legítimos— de redacción congruente con nuestras pautas (inherentes a la tradición narrativa occidental), pero sin afectar para nada la sustancia original de los textos. Algunos de éstos están repetidos, con el propósito de mostrar la tarea de “acondicionamiento” de los recopiladores, de manera de hacerlos “aptos” a nuestra recepción de lectores estragólos por literaturas refinadas. Esta conducta, en su sobriedad y respeto a la materia mítica, es ejemplar como posible vía de “actualización” de esas estructuras narrativas, y se manifiesta en clara contraposición al ejercicio anterior de simulación de textos (creaciones individuales, casi siempre) o de deturpación, voluntaria o involuntaria, de los mismos adulterándolos ilegítimamente (estos textos “simulados” integran la híbrida dimensión de la literatura folklórica y no el folklore literario, cosa este último respetable y valiosa: Juando, Perú Rima, etc.).

Para concluir, los textos fueron obtenidos en las siguientes fuentes:

—J. Barbosa Rodrigues: Poranduba Amazonense ou Kochiyma—uara porandub, Río, 1890.

—M.A. Bartolomé: Shamanismo y religión entre los ava-katuete, México, 1977

—León Cádogan: Ayvu rapyta, Sao Paulo, 1959.

— M.Chase-Sardi: Decamerón nivaclé, Asunción, 1981

—L. Pane Chelli: Siete cuentos nivaclé, Asunción, 1979

—J.A. Tomasini— M.A. de los Ríos: in A.A. Pérez Diez: “Comentarios a un texto mítico de los chiriguano de la Provincia de Jujuy”, Los Grupos Aborígenes, Salta, 1978, pp. 77—83.

Los asteriscos (*) en el texto remiten al glosario. Se ha conservado la ortografía de los autores de los vocablos en lengua indígena.

Francisco Pérez-Maricevich


NOTA

1) Remito al interesado en estos temas a Las literaturas del Paraguay, en curso de publicación, donde encontrará un tratamiento profundizado y extenso de ese problema.


 


ETNOLITERATURA TUPI-GUARANI

 

JOAO BARBOSA RODRIGUES

 

1. EL KURUPI Y EL CAZADOR

 

Un cazador, extraviado en el monte, quedó dormido bajo un árbol corpulento.

Oyó un grito. El Kurupí venía golpeando los raigones de los árboles y gritaba. Poco después volvió a gritar más cerca. Y luego escuchó el grito mucho más cerca aún, ya casi junto a sí. El Kurupí apareció entonces, se sentó y le dijo:

— ¿Cómo estás, mi nieto?

—Bien, abuelo —dijo el cazador—, Y usted, ¿cómo lo está pasando?

—Muy bien también.

—Escuche, abuelo: ando extraviado.

— ¿Será posible, mi nieto? —dijo el Kurupí—, Tu casa no está lejos. ¿Cuándo saliste de ella?

—Ayer, abuelo.

Prosiguieron su conversación. Entonces dijo el Kurupí:

—Escucha, mi nieto: tengo hambre.

—Yo también —dijo el cazador—. Todavía no he comido hoy.

—Quiero comer, mi nieto.

—También yo.

—Mi nieto: dame tu mano de comer.

—Aquí la tiene, abuelo.

El hombre cortó la mano del mono que había cazado esa tarde, y se la dio. El Kurupí la cogió y se la comió.

—Tu mano es muy sabrosa, mi nieto -dijo—. Quiero comerme la otra.

—Aquí la tiene, abuelo.

El Kurupí la cogió y se la comió.

— ¡Ah, mi nieto! Tu mano es muy rica. ¿Me das también tu pie para comérmelo?

—Tómelo, abuelo.

Cortó el pie del mono y se lo dio.

—Ahí lo tiene, abuelo —dijo el hombre.

El Kurupí tomó el pie y se lo comió.

— ¡Ah, mi nieto! Es muy rico tu pie.

— ¿Le gusta, abuelo?

El Kurupí le pidió entonces el corazón.

— ¡Ah, mi nieto! También quiero tu corazón.

— ¿De verdad, abuelo? Entonces, tómelo —dijo el cazador extrayendo el corazón del mono y dándoselo al Kurupí.

Este lo tomó y comió el corazón del mono.

Entonces el cazador, adelantándose a que el Kunipí le siguiese pidiendo, le dijo:

— Ahora yo también quiero tu corazón.

— ¿De veras, mi nieto? —dijo el Kurupí—. Entonces dame tu cuchillo.

Aquí lo tiene.

El Kurupí tomó el cuchillo, hirióse con él y cayó muerto. Entonces el cazador se marchó, diciendo:

—Está bien que muriese.

Pasado un año, el cazador se acordó del suceso.

—Ahora voy a ver al Kurupí muerto para extraerles los dientes verdes de remedio —Se dijo el hombre para sí—. Ya debe estar podrido. También le sacaré los huesos para fabricar puntas de flecha.

Se encaminó hacia el lugar. Al llegar se encontró con que los huesos ya estaban blanqueando. Blandió su hacha y fuese acercando hasta la osamenta.

—Le sacaré los dientes ahora—, dijo el hombre.

Los golpeó. Resucitó el Kurupí a los golpes y se sentó. Al hombre le entró un gran susto.

— ¡Ah, mi nieto! Estoy sediento: dame agua—, dijo el Kurupí.

— ¿De veras?—, dijo el hombre.

Orinó entonces en el sombrero, alcanzándoselo al Kurupí.

—Aquí tiene agua, abuelo.

Después dijo el Kurupí:

—Acabo de despertar, y no recuerdo en qué estábamos cuando me dormí. ¿Qué era, mi nieto?

—No lo sé—, dijo el hombre.

—Entonces vámonos, mi nieto. ¿Desearías algo para dártelo?

—Tampoco lo sé.

Te daré una flecha para que caces—, dijo el Kurupí.

—Está bien, abuelo—, dijo el hombre.

—Entonces vámonos ya.

—Vámonos—, dijo el hombre.

Se entraron monte adentro. El Kurupí le entregó la flecha y le dijo:

—Ahora ya tienes una flecha para cazar. ¿Te vas ya?

—Sí, ya quiero ir.

— ¿Sabes dónde queda tu casa?

— No.

—Entonces voy contigo para guiarte.

—Bien, abuelo.

Cuando llegaron a las cercanías de la casa, dijo el Kurupí:

—Ahora, mi nieto, te dejo. Si me necesitas, ya sabes dónde encontrarme. Ven a verme cuando quieras, ¿entiendes? La virtud de esta flecha sólo debes conocerla tú. No te la lleves a tu casa, no se la cuentes a nadie, ni siquiera a tu mujer. Sólo tú debes cazar con ella. Esta flecha es una víbora surukuku. No necesitas arco para dispararla: sólo debes arrojarla así para que ella mate a la caza. Te cuento esto para que lo sepas. Si no lo cumples, la flecha te abandonará y volverá a mí. Ahora, te dejo.

— ¡Adiós, abuelo! Ya te visitaré yendo de paso por el monte.

—De acuerdo. Yo estoy siempre ahí, mi nieto—, dijo el Kurupí.

El hombre se volvió un cazador muy afortunado; cazaba muchos animales, mientras los demás no lograban hacerlo. Nadie sabía cómo alcanzaba el hombre a cazar tanto. En consecuencia, se preguntaban:

— ¿Cómo puede ser esto? El caza de todo: pájaros, cuadrúpedos. ¿Cómo no cazamos nada nosotros?

—No lo sabemos.

También decían:

—Nosotros vamos de cacería al monte, y no encontramos nada. Pero va él y, cuando menos se espera, ya ha cazado.

— ¿Qué será, pues?—, decían otros. Mandemos a espiarlo mientras caza. Enviemos dos niños espías.

—Enviémoslos.

Lo espiaron. Cuando el hombre salía para el monte, fueron los niños tras él. Escondidos, vieron que el hombre sacaba la flecha del horcajo de un árbol. Poco después lo observaron cuando cazaba.

—Ya vimos dónde esconde la flecha—, dijeron los niños. Lo vimos con certeza.

Siguieron espiándolo. El cazador reparó en un pájaro volando. Los niños vieron que arrojaba la flecha para atrás y luego ir junto al pájaro muerto con la flecha al pie.

— ¡Con que así lo hace!— dijeron los niños. Ya sabemos cómo los mata.

Se volvieron al pueblo. Decían:

—Mañana iremos a probar la flecha y a verla cómo mata a la caza.

Regresaron a la mañana siguiente al lugar. Hallaron la flecha, se apoderaron de ella y la probaron con un pájaro que volaba.

Arrojáronla hacia adelante. Voló la flecha y se volvió hiriendo a uno de ellos, que cayó muerto. El otro niño, de regreso al pueblo, contó:

—Mi compañero murió.

— ¿Cómo?—, preguntaron.

—La víbora le mordió.

—Vamos a ver—, dijeron.

Fueron hasta el lugar y trajeron de vuelta el cadáver.

El dueño de la flecha fue a buscarla, pero no la encontró.

— ¿Dónde andará perdida mi flecha?—, se preguntó. Quizá se haya vuelto junto al Kurupí. Y ahora ya estoy sin flecha. ¡Pues que se pierda! Tal vez la encontraron y entonces ella regresó a su dueño.

No tardó en saber que habían encontrado su flecha y que, como la probaron, mató, hiriendo, a uno de los niños: razón por la que ella se volvió al Kurupí.

— ¡Bien hecho!—, dijo. ¿Quién les mandó tocarla? Creyeron que era una flecha cualquiera, cuando de verdad era una víbora. Con esto hicieron que la perdiera para siempre.

El niño se marchó prontamente a otra tierra huyendo con sus padres que, aterrorizados, abandonaron el pueblo.


 

4. EL KURUPI Y LA MUJER

 

Cuentan que un hombre, que tenía de su mujer hijos todavía pequeños, yendo de cacería por el monte se encontró con el Kurupí, el cual le mató, y abriéndole el vientre le extrajo el hígado. También cuentan que el Kurupí le despojó de su ropa y se la vistió. Así vestido, fue junto a la mujer del muerto. Al llegar a la casa, la llamó:

— ¡Vieja! ¡Vieja! ¿Dónde estás?

—Aquí estoy—, respondió la mujer.

El Kurupí entró en la casa, y como la mujer no la mirase pensó que el recién llegado fuese su marido.

—Tenlo—, dijo el Kurupi. Traje carne sabrosa. Ve a cocinármela.

Le entregó el hígado que fuera del marido. Ella lo asó y, luego de traer la fariña, se sentó con los hijos. Sentándose también el Kurupi en la estera junto a ellos, dijo:

—Comamos.

Comieron y al acabar la comida, dijo el Kurupí.

—Ahora voy a dormir. Trae a mi hijo conmigo para que duerma.

El Kurupi se tendió entonces en la hamala. La mujer le trajo al hijo y se lo puso al lado. Una vez que el Kurupi se durmió, la mujer se puso a observarle con detención. Y dijo:

—Este no es mi marido. Este no es mi marido. Este es el Kurupi.

Llenó con premura una cesta espaldera con sus cosas. Luego alzó al hijo de la hamaca y lo substituyó con un leño que puso sobre el pecho del Kurupí. Cuando acabó de hacer esto, cargó la cesta con sus cosas, púsola a las espaldas, acomodó al niño a su pecho dentro del typoi y huyó.

Poco después despertó el Kurupi. Se levantó, salió afuera, y luego dijo:

— ¡Ah!... La mujer me burló.

Comenzó a llamarla a gritos al tiempo que emprendía su búsqueda:

— ¡Vieja! ¡Vieja! ¿Dónde estás?

La mujer, que observó al Kurupi ir en su busca, reinició su fuga. Cuentan que la mujer corrió y luego alcanzó a treparse a una rama alta de laurel. Desde su posición vio llegar al Kurupi debajo del árbol, llamándola:

— ¡Vieja! ¡Vieja! ¿Dónde estás?

Un uakará que estaba posado en una rama del árbol cantó: “¡Mambuy! ¡Mambuy!”.

Ignorando el Kurupi que la mujer estaba subida al mambuy [el árbol de laurel], creyó que el árbol cantaba su nombre. Como no vio a la mujer, el Kurupi volvió entonces sobre sus pasos. Entonces descendió la mujer y echó a correr presurosamente hacia el monte. Cuentan que el Kurupi seguía diciéndose:

—Esa mujer me burló.

Reculando, el Kurupi se volvió nuevamente, vociferando:

— ¡Vieja! ¡Vieja! ¿Dónde estás?

Al escucharlo la mujer reinició su carrera, dirigiéndose a un gran tronco horadado, de cuyo interior saltó el sapo Cunauarú.

— ¡Ah, Cunauarú!—, dijo la mujer. ¡Te ruego que me libres del Kurupi!

Se cuenta que, entonces, el Cunauarú hizo una cuerda con la resina de su cuerpo, por la que la mujer subió al hueco del árbol. Llegó el Kurupi y volvió a llamarla:

— ¡Vieja! ¡Vieja! ¿Dónde estás?

Entonces dijo el Cunauarú:

—Ella está aquí.

Al oírle, cuentan que la mujer suplicó al sapo que no permitiera subir al Kurupi.

—No temas—, dijo el sapo a la mujer. Lo que quiero es matarlo.

Cuentan que luego inmediatamente el Cunauarú embadurnó el tronco del árbol con la resina de su cuerpo. Llegó el Kurupi, rodeó el tronco con sus brazos y quedó adherido de la pelambre. Cuentan que ahí quedó muerto.

La mujer descendió luego del árbol con el hijo y corrió hasta su casa.

 

 

VERSIONES TUPÍ- GUARANÍ DE "CICLO DE LOS GEMELOS”

Por JUAN A. TOMASINI y MIGUEL ÁNGEL DE LOS RIOS


LOS GEMELOS Y LOS TIGRES

En aquellos tiempos de los antiguos, la gente indígena no conocía a Dios, pero apareció un señor que se llamaba Aguará (zorro) Tumpa (Dios) qué en realidad no era persona sino Dios. Y vino a este pueblo y se dio cuenta que había mucha gente a la que llamaba y juntaba. Aguará se transformaba en zorro, y se volvía a convertir en Dios; volvía a deshacerse delante de la gente, se hacía invisible. Fue así que la gente comenzó a creer en él creyendo que les iba a dar cosas buenas. La gente obedecía (como lo tomaba por Dios). Pero este zorro tan astuto provocaba peleas entre la gente. La gente peleaba, pero creía que era otra cosa, la paz, la tranquilidad. Y así la gente pasaba peleando; no había paz porque administraba Aguará Tumpa.

El mismo zorro se había transformado en Dios, y en ese momento en que había mucha pelea vino el que se llamaba Tatú Tumpa que se transformaba en Dios también. Tatú Tumpa quiere decir Rey de todos los quirquinchos. Se transformó en Dios y se puso en contra del zorro. Todos se peleaban, también el Aguará Tumpa con el Tatú Tumpa. Como el Tatú Tumpa lo venció le dijo a la gente “Yo seré rey de ustedes”.

Y había una chica (Iñatáy) que era como una mujer princesa (Burubícha); entonces, Tatú Tumpa comenzó a mirar a la chica y más tarde se comprometió con ella. Luego Tatú Tumpa comenzó también la pelea entre los dioses. Y la gente no sabía a cuál de los dos creerle, no sabía porque para ellos eran muchos dioses.

La mujer huyó y ya iba encinta. Huyó de la presencia de todos los guerreros de la guerra Mientras la gente peleaba, ella escapó porque no quería que sus padres se enteraran de que estaba encinta. La mujer huyó sin saber adónde ir, vagando por el desierto, desorientada. Caminó por el desierto, sin agua, sin qué comer; solamente la acompañaban sus lágrimas. Lloraba mucho y pensaba por qué había dejado su hogar; ella siente que es hija de un príncipe.

Ellos creían que los Tumpas eran dioses verdaderos, pero en realidad eran falsos dioses, cuyo único interés era hacer que la gente les creyera y les obedeciera.

Entonces la mujer se encuentra en el monte. Mientras va viajando por el desierto el chico va creciendo, cada vez más. Caminó varias semanas por el monte, desorientada; no tenía hambre pero tenía fuerzas. Caminó meses y meses por el monte. No encontró a quién pedir auxilio y su único auxilio eran sus dos hijos mellizos.

La mujer se sentó debajo de un árbol y lloró. Al rato, uno de los chicos habló dentro del vientre de la madre:

— ¿Por qué lloras, mamá?

Miró la madre y no sabía qué hacer.

— ¿Quién me habla?

—Yo soy, y aquí también está mi hermano... Sigamos viajando.

Y la mujer agarró un bastoncito y comenzó a caminar por el camino. Mientras caminaba vio agua. Sentía como si los chicos estuvieran jugando ya, pero adentro.

—Mamá —le dice uno— mire, allí hay una flor tan hermosa... Démela, córtela.

La madre le pregunta dónde hay que poner esa flor y el chico le contesta: “en tu seno”. El otro le dice:

—Mamá, yo también; hermano, yo necesito también una flor, démela.

—Pero yo saqué ésta —dice la mamá—,

—Pero yo también necesito —dice el otro chico—. Entonces la madre cortó otra flor y siguieron adelante- Así, cada vez que van caminando por el camino veía flores, y veía pájaros que la siguen a la mujer.

Luego va caminando y mientras camina uno de los chicos le dice:

—Mamá, dame otra flor.

Pero en el seno de la mujer no había lugar donde poner más flores. Y allí está la equivocación de la mujer:

—Mire, hijo, hasta este momento no he visto su cara y me pide flores; yo no sé dónde ponerlas. Así había reprendido a los chicos, que se enojaron.

Y se enojaron los chicos. Antes, cuando la madre les preguntaba por cuál camino debían seguir, ellos le avisaban; además, ellos avisaban dónde estaba el peligro. Pero cuando les ha dicho que ya tienen muchas flores los chicos se enojaron. Y cuando llegaron al cruce de dos caminos, la madre les preguntó cuál camino debían seguir; los chicos no le contestaron. Se cansó la pobre mujer de preguntarles pero los hijos no le dieron respuesta. Entonces la madre se enojó con los mellizos.

La madre se equivocó de camino; había dos caminos y en vez de tomar el camino de la derecha tomó el de la izquierda. Así llegaron a un pueblo donde había dragones que eran dioses. En realidad no eran dragones sino tigres (Tigre — yagua). Los tigres tienen una capa que los hace transformar en tigres. Y allí llegó la pobre mujer desorientada. Y había una viejita tigra que era la madre de todos los tigres.

Era un pueblo muy grande. La tigra vieja le dice a la mujer:

— ¿Por qué has llegado a esta hora?

La mujer dice llorando:

—He salido de mi hogar sin saber adónde ir; he pasado miles de años caminando.

—Hija, pase —le dice la viejita—. Pero es una tigra, la madre de todos los demás. La vieja le dice que todos sus hijos son malos; a la gente que llega a ellos la comen, y empezó a trenzar varillas y las colgaron arriba, como a cuatro metros de altura, y allí escondieron a la mujer. Hicieron como un encatrado, y la metieron a la mujer. La tigra dijo que no se moviera y que no hablara, porque en seguida iban a llegar los tigres, a las doce en punto, los tigres son gente mala, y después de pasar veinte minutos llegaron.

Llega el primer tigre, se saca los zapatos, la muiré le pregunta por su hermano. El tigre responde que ahí viene. Después llegaron todos los tigres. El último en llegar tenía dos cabezas. El tigre de dos cabezas era el que mandaba a todos los demás, era el más importante, el que administraba todo.

Llegó ese tigre de dos cabezas a acostarse con la madre.

—Estoy cansado, mamá —dice—, Y tiene una cabeza alerta y otra durmiendo.

Mientras, a la chica le va saliendo leche, goteando, y la mujer anciana desconfiaba de los hijos. Cada vez que goteaba la mujer se limpiaba. A la tercera gota el tigre comenzó a olfatear y le dice a la madre:

—Acá hay alguien, mamá.

La descubrieron y la bajaron para comerla. La han terminado de comer y la mujer anciana les dice que no toquen el vientre, y que le den todo lo que tiene:

—Todo dénmelo y hagan lo que ustedes quieran con la carne.

La anciana les mezquinaba; los tigres querían comer todo, hasta el hígado, pero la viejita lo agarraba todo y lo metía dentro de alguna vasija, escondiéndolo. Entonces allí ella cuidaba a los hermanitos. Cuidó bastante a esos dos chicos.

Cuando se fueron los más de cincuenta mil tigres otra vez buscando comida, la vieja comenzó a revisar y encontró dos chicos, dos varoncitos. La vieja comenzó a cavar y a sepultar las tripas; entonces allí encuentra a los dos varoncitos, los atendió y los chicos seguían creciendo. Ya tenían como cuatro o cinco años, eran muy inteligentes. Siempre vivían escondidos los mellicitos. Los chicos dicen:

—Nosotros tenemos que vencer.

Luego, más o menos tenían como siete u ocho años, cuando los dos varoncitos salieron para el desierto (ñu), donde hay aves, pájaros, y podían cazar. Sacudían los árboles y caían como docenas de pájaros.

Otra vez vuelven a la ciudad de los tigres. Al llegar le traían a la viejita un montón de aves (hwuira), y las comieron. Alimentados, los dos hermanitos conversaban y se preguntaban:
-Y nuestro padre, ¿quién será?, y nuestra madre, ¿quién será? Nosotros no sabemos, solamente conocemos a la viejita; ella es nuestra madre, siempre nos esconde.

Se volvían cada vez más inteligentes.

Al otro día se fueron mucho más adentro en el monte; no volvieron a la hora indicada sino más tarde. Pasaron tres semanas, recorrían más; cada vez más lejos. Un día llegaron donde se encuentra otro dios que se llama Wira Tumpa, que es el dios de los pájaros. Los pájaros les preguntan a los chicos por qué mataban pájaros:

—Con nuestra propia carne los llevan a alimentar a los traidores que mataron a tu madre. Y los chicos se quedaron tristes.

—Miren, adonde ustedes mismos viven, ellos son los tigres los que han matado a su madre.

Y ahí les contaban:

—Cuando ustedes eran nenes, ustedes se enojaron con su madre...— y les cuentan lo ocurrido.

—Pobre su madre, ha sufrido bastante, miles de años por el desierto...

Los chicos quedan llorando y preguntando qué es lo que deben hacer; los pájaros dicen que deben hacerse armas (Wirat). El dios de los pájaros les dice que vuelvan otra vez. Los chicos estaban tristes, desorientados, y la viejita no los dejaba que fueran muy lejos. Y les dijo cuando llegaron:

— ¿Por qué vienen tan tristes?, ¿por qué no han traído ninguna clase de pájaros:

Los mellizos le preguntan:

—Mi padre y madre, ¿quiénes son? y nuestra madre ¿dónde está? —ellos quieren saber—. Nosotros somos huérfanos, no tenemos ni nombre, nosotros tenemos que vengar la muerte de nuestra madre.

—Puede ser en la mano de ustedes— dijo la viejita a los chicos.

Los chicos dijeron a la viejita:

—Volvemos mañana— y esa misma tarde salieron los chicos al desierto. Otra vez en el desierto los chicos se encontraron con los pájaros e hicieron una asamblea; se reunieron miles de pájaros. Les contaron a los chicos:

—Nosotros acompañamos a su mamá, ustedes lucieron cansar a su mamá y su madre les dijo: "Yo estoy cansada”, y por eso ustedes se enojaron.

Los pájaros les decían:

—Háganse flechas, arco, espadas y un garrote.

Y luego les enviaron una espada El dios de los pájaros les dice que deben encontrar una medallita que había pertenecido a su madre, se la habían regalado antes de que huyera. Wira Tumpa da una pala para que encuentren la medallita; les mandó hacer arcos y flechas y les dio instrucciones para hacerlos, para pelear y para defenderse.

Se fueron, pobres, otra vez a la casa de la tigra los dos mellizos. Allí llegaron tristes, con pena.

Al llegar le dicen a la tigra:

—Mire, tus hijos han matado a nuestra madre y nosotros la vamos a vengar.

— ¿Quién les contó? —dice la vieja.

—También sabemos que usted la guardó —dicen los chicos

—Sí, la tengo, no lo voy a negar, y se la voy a dar.

Y la vieja les da una cadenita como hilo con una me dallita, y la punta se estiraba como doce metros. Los chicos tiraban y volvía a encogerse.

Los dos mellizos salieron otra vez al desierto; hicieron una reunión con todos los pájaros, allí les dieron instrucciones. Los mellizos eran jóvenes, tenían una espada muy grande, tenían más o menos dieciséis o diecisiete años, ya son grandes varones. Los pájaros les dicen:

—Ahora ustedes ya están armados para la guerra y tienen que ir a un bebedero donde los tigres van de mañana y después de tomar agua se van a dormir.

Cuando los mellizos se escondieron, uno para la derecha y el otro para la izquierda, cada uno con una espada.

A eso de las ocho de la mañana llega el primer tigre a tomar agua. Allí le cortaron la cabeza, y así van matando a los tigres cada vez que van llegando al bebedero. Hasta que llega el primer jefe de los tigres que tenía dos cabezas y que está más alerta que los demás: con una cabeza estaba alerta y con la otra tomaba agua. Enseguida salió hacia la luna. Allí tenía defensa. Por detrás lo persiguen los dos jóvenes que lo querían alcanzar, y cuando lo alcanzaron le cortaron un pedazo de cola. Y cada vez más se alejaba el tigre de ellos y le iba saliendo sangre.

La luna era una reina, una diosa con una vestimenta muy linda y muy larga. Era como una mujer luna. Y allí llegó el tigre con una sola cabeza y la luna le dijo:

—Póngase bajo mi vestimenta.

Y así lo tapó. Los dos jóvenes lo seguían más de mil años, hasta que llegan con la luna y le dicen:

—Hace miles de años que vino nuestro enemigo, pero usted lo tiene; entréguelo en las manos de nosotros, que nosotros lo vamos a matar.

Y la luna dice al tigre:

—No se mueva.

Y los mellizos le dicen:

-Si usted no lo entrega dentro de pocos días, el tigre la va a matar porque ellos mataron a nuestra madre.

-No, no ha venido - dice la luna.

—Pero la huella está acá —le contestaron los mellizos.

Se cansaron de rogarle que entregara al tigre y se regresaron los dos jóvenes otra vez; casi cincuenta mil años de camino.

El tigre se apoderó de la luna y la empezó a comer, y la luna les dice a los jóvenes:

—Vuélvanse, que el tigre me come.

Ellos hace más de cincuenta mil años que regresaron, pero pueden escuchar por su propia virtud, y volvieron otra vez con la luna. Y el tigre se volvió a esconder porque la luna le dice que se esconda, y engaña a los muchachos. Los jóvenes le dicen a la luna:

—Cuando el tigre empiece a comerte habrá señales en la tierra y en el cielo; habrá un eclipse (Yagua). Entonces actualmente la gente se fija: cuando el tigre está comiendo a la luna se oscurece, se pone sangre, la sangre de la luna es. Estas son señales por los siglos hasta que termine la tierra.

Los jóvenes dijeron que no eran dioses y dijeron que el zorro es diablo. Le dijeron a la luna: —Habrá un día en que la tierra se terminará y los demás descendientes recordarán que nosotros vinimos para defenderte y que tú escondiste al tigre; el tigre te seguirá comiendo y entonces nosotros ya no venimos. Esperamos tus noticias, nosotros regresamos, entonces nosotros miraremos hacia tí, tú tienes la culpa por no entregar al tigre. Pero va a llegar el tiempo en que no puedas volver a la tierra porque tú has aprisionado al tigre. Y nosotros pondremos la llave y el tigre no volverá más. Y esta será la señal que tendrá toda nuestra descendencia. Usted lo tiene escondido detrás de su vestimenta, acuérdese. Entonces caerá granizo (Amando), pero ese granizo no va a ser para refrescar la tierra, sino que será fuego. Entonces clamará el tigre. Usted se va a acordar de mí.

Los mellizos están reprendiendo así a la luna.

—Mandan el granizo. El sol también se cae, las estrellas también se caen como azufre. Entonces el tigre va a salir de abajo de su vestimenta. Pero acuérdese que usted tiene un gran culpable.

Entonces los chicos regresaron a la tierra y se transformaron en el lucero y el otro en Tres Marías. Esa es la señal. Los dos jóvenes se convirtieron en estrellas grandes (lucero: Quembilia; Tres Marías: Yasotatobos). El lucero es ese que brilla.

 

 

 

ETNOLITERATURA NIVACLE

POR MIGUEL CHASE SARDI

 

3. ITOCLONAJ, EL HOMBRE DE LA CUERDA

Cuentan que aquel hombre llamado Itoclonaj, vivía solo con su mujer y también con sus hijos. Cierta vez pidió a su esposa que trenzara una larga cuerda. Muchos días buscó cháguar para hacerla. Cuando estaba muy larga, formó una bola con las cenizas de su hogar y la untó con ella

—Cuerda mía, —ordenó el hombre al día siguiente— ¡rápido! ¡ponte en marcha!

Así ocurrió. De repente se desenrolló comenzando a andar. Entró en la selva, yendo hacia donde ella quería. Cuando tocaba algún animal, bruscamente se arrollaba a él, adhiriéndose fuertemente. Al caer una presa sola volvía a la choza volvía con lo que atrapaba, al lugar donde se encontraba su dueño. Durante aquel tiempo, éste conseguía gratuitamente la comida. Todos los días hacía lo mismo, y por ello no eran pobres, no eran pobres en carne. Siempre la tenían en cantidad, asando mucho.

Un día, cazó a un hombre que se llamaba C’ó, el pájaro batará listado. Se había encontrado con la cuerda cuando iba de caza y buscando miel. La vio venir, saliendo lentamente. Se acercó con intenciones de clavarle una flecha. Al hacerlo, en el acto se enroscó en torno a él. Y se prendió. ¡Naturalmente! ¡Yo lo sé, aunque no lo vi!

Comenzó a estirarse, regresando a su dueño. C’ó, luchó mucho, resistiendo, hasta que por fin cayó. Procuró tomarse de los árboles; pero no podía porque la cuerda era muy fuerte.

— ¿Qué será lo que mi cuerda atrapó? —decía, mientras tanto el dueño—parece que es un animal muy grande.

Y, sin embargo, era un hombre.

— ¡Oh! ¡Es un hombre lo que atrapó mi cuerda! — decía al verlo venir desde lejos.

—Mira lo que me pasa, clamaba C’ó. He quedado preso en tu cuerda.

— ¿Qué has hecho?

—Hace un rato me encontré con ella, le clavé con mi flecha e inmediatamente me envolvió. ¿No podrías hacerme una igual para poder cazar también yo? Porque somos demasiado pobres. Voy siempre a cazar, sin éxito. En la forma que lo haces tú, con la cuerda, es mucho mejor.

—Sí, va a ser mucho mejor que yo vaya de aquí y tú te quedas en mi choza a reemplazarme. Aquí está mi ceniza. Dile a tu mujer que retuerza el cháguar y haga también una cuerda, así como la mía. Cuando la termine, formas una bola de mi ceniza, y después úntala que se irá también igual que mi cuerda.

Y así, Itoclonaj y su familia, salieron del lugar; mientras, C’ó, fue a buscar a su mujer y a sus hijos, ocupando la choza del anterior. La otra choza de Itoclonaj, quedaba en su aldea lejana. En cambio, C’ó, ocupó ésta.

—Ahora te vas a buscar cháguar, -le ordenó a su esposa al llegar— y torcerás una cuerda para nosotros.

Así hizo la mujer. Torció la cuerda y cuando terminó, la untó con ceniza.

—Cuerda mía: ¡búscame carne!

E inmediatamente la cuerda de C’ó, comenzó a caminar igual que la de Itoclonaj.

Diariamente sacó provecho de ella, con toda clase de animales. Venado, morito, jabalí, conejo, oso hormiguero y tapir. Todo tipo de animal que tocaba, se adhería a ella.

—Ten mucho cuidado con la ceniza, —le había dicho Itócldnaj— Que no vayan a orinar encima.

Pero ellos se descuidaron. La mujer se puso a orinar encima de la ceniza y se perdió el poder, no pudiendo mandar más a la cuerda. C’o, quedó muy triste porque ya no podía sacar ningún provecho de ella. No sabía tampoco donde se encontraba Itoclonaj.

—Voy a tratar de encontrar otro poder para mí— pensaba C’ó.

Se fue a otra selva y allí se acostó en un claro, haciéndose el muerto ante los caranchos y los cuervos. Se acostó en el claro todo el día. Cuando el sol estaba a la mitad del cielo, vio a Jutsaj, el carancho, que observaba con miedo. Dudaba que estuviera muerto. El carancho fue a avisar a C’afoc, el cuervo, y juntos vinieron para observarlo. Temían tocarlo. Mientras tanto se habían juntado muchos pájaros; de todas las especies de pájaros que comen la carroña.

— ¿Por qué no buscan al hombre — dijeron entre ellos— que tiene diferentes tipos de cuchillos para distintas clases de carne?

Enseguida fue, Jutsaj, en busca de Stavuun, el cuervo real. Este vino escondido, por arriba del mundo. Cuando estuvo justamente encima, se dejó caer en picada y al pasar sobre C’ó, le clavó las garras en el vientre. ¡Casi le asustó! Pero se quedó tieso.

—Para saber cómo está nuestra carne, —dijo Stavuun, mientras observaba a C’ó, sería conveniente que le pruebe Fisincataj, la mosquita, y dirigiéndose a éste:

— ¡Fisincataj! Métete en sus narices.

Se metió por ellas y salió por el ano. ¡Casile hizo estornudar!

—Ya murió, —dijo Fisincataj— La comida está hedionda.

—Ahora entra por el ano y sal por la nariz. ¡Casi le hizo estornudar! Al salir, Fisincataj, dijo lo mismo y agregó:

— Vuestra carne no tiene nada. Está muerta ya.

—Es verdad, —dijo Stavuun y nombró sus cuchillos— Este es para una presa recién muerta. Este otro para la que está agonizando. Este otro es para la que recién se está pudriendo. Y éste para la que está hedionda.

Tenía diferentes cuchillos, para usarlos de acuerdo al estado de la carne. Sacó el que se para el que recién había muerto, acercándose C’ó. Este estaba prevenido. En el preciso momento en el que iba a cortarlo, le arrebató el cuchillo. Se dispersaron los pájaros, caranchos y cuervos haciendo una algarabía con sus risas.

— ¡A Stavuun, le quitaron el cuchillo!

— ¡Qué lamentable! —decía Stavuun— Compañero, haz el bien de entregarme mi cuchillo.

—No, no te lo voy a entregar. Lo usaré para cortar un pedazo de carne. Porque no tengo nada cuando voy de caza.

—Cambiemos los cuchillos, —dice que le Stavuun— Mejor sería que te dé éste que es el animal que está por morirse.

—Enseguida, —dijo C’ó— cómo no.

Le dio su cuchillo y recibió aquel que era para un animal que, al verlo, está por morirse.

—Mira, mi compañero, —le recomendó Stavuun no te descuides de mi cuchillo. No vayas a tirarlo nunca. Porque si lo tiras, pasará de largo y volverá conmigo.

—Cierto. Sí. —contestó C’ó— Así lo haré.

Y por largos días, C’ó, aprovechó el cuchillo. Pero su mujer se equivocó. Así son las mujeres! Se olvidó.

—Dame un momento el cuchillo, —le había pedido a él. Tíramelo.

Y cuando le tiró el cuchillo, este pasó de largo volando a su dueño.

Esto, no más. Hasta aquí. Terminó.

 

 

ÍNDICE

Presentación 7

 

I. ETNOLITERATURA TUPI-GUARANI

 

João Barbosa Rodrigues

1. El Kurupí yel cazador - 17

2. El Kurupí y el cazador infortunado - 23

3. El Kurupí ylos dos niños - 29

4. El Kurupí yla mujer - 32

5. El Kurupí yel hombre pobre - 35

6. El Kurupí ylos niños abandonados - 38

7. Tinkuan - 41

8. Yzy o Jurupari - 45

9. Tamecan - 50

 

León Cádogan

1. El mbya desobediente - 52

2. La eirajagua y el paí - 58

El jaguar y el zorro - 61

 

II. VERSIONES TUPI-GUARANI DEL “CICLO DE LOS GEMELOS”

 

João Barbosa Rodrigues

El origen de las Pléyades - 67

 

León Cádogan

Pa’i ru eté kuarahy - 71

 

Miguel Alberto Bartolomé

Kuarahy y jasy - 84

 

Juan A. Tomasini - Miguel Ángel de los Ríos

Los gemelos y los tigres - 109

 

III. ETNOLITERATURA NIVACLE

 

Leni Pane Chelli

1. Juncu’clai y Jivecla - 123

2. La manta - 128

3. Mischa’achei - 132

4. La competencia - 137

5. Yo’nis y C’acjo - 139

6. Cajtaj - 143

7. El tigre que quiso volar - 149

 

Miguel Chase-Sardi

1. Ajoclolhai, los hombres—pájaros  - 152

2. Las mujeres estrellas - 157

3. Itoclonaj, el hombre de la cuerda - 172

4. Yonis, el zorro y Cayin’o, el picaflor - 177

5. Stavuun, el cuervo real - 186

Glosario - 193

 

 

 

 

 

 

ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA


(Hacer click sobre la imagen)






Bibliotecas Virtuales donde se incluyó el Documento:
LIBROS,
LIBROS, ENSAYOS y ANTOLOGÍAS DE LITERATURA PA
FOLKLORE,
FOLKLORE, TRADICIONES, MITOS Y LEYENDAS DEL P
REPÚBLICA
REPÚBLICA DEL PARAGUAY...
HISTORIA
HISTORIA DEL PARAGUAY (LIBROS, COMPILACIONES,



Leyenda:
Solo en exposición en museos y galerías
Solo en exposición en la web
Colección privada o del Artista
Catalogado en artes visuales o exposiciones realizadas
Venta directa
Obra Robada




Buscador PortalGuarani.com de Artistas y Autores Paraguayos

 

 

Portal Guarani © 2024
Todos los derechos reservados, Asunción - Paraguay
CEO Eduardo Pratt, Desarollador Ing. Gustavo Lezcano, Contenidos Lic.Rosanna López Vera

Logros y Reconocimientos del Portal
- Declarado de Interés Cultural Nacional
- Declarado de Interés Cultural Municipal
- Doble Ganador del WSA