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FRANCISCO PÉREZ MARICEVICH (+)

  DE LA LECTURA NECESARIA - Ensayo de FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH


DE LA LECTURA NECESARIA - Ensayo de FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH

DE LA LECTURA NECESARIA


Ensayo de FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH

 

 

DE LA LECTURA NECESARIA
Los fenómenos asociados a la dinámica cultural son, habitualmente, menos resonantes y movilizadores de emociones superficiales que los que materializan la vida de las demás dimensiones de la vida colectiva. Y entre nosotros, por un conjunto de razones, lo son mucho menos, excepto cuando, de alguna manera, se vinculan con uno o varios de los muchos modos de manifestación de lo político.

Uno de los símbolos convencionales de la cultura es el Libro. Envuelto en una serie de difusa aura ritual, el libro origina un buen repertorio de actitudes y a su vez abre espacios comunicativos no necesariamente homogéneos, pero, por eso mismo, capaces de multiplicar, clarificar y diferenciar los tipos de inserción de la realidad en la conciencia, posibilitando la objetivación crítica.

Como parte de una tradición reciente, en estos días se tiene la oportunidad de asistir a un cierto protagonismo del libro, a través de las ferias. Por encima de su motivación comercial, este tipo de emprendimientos merece apoyo acrecentado, pues el influjo que genera abarca más cosas que la estrictamente relacionada con el interés empresarial. Una forma de adherir a una parte del significado cultural de la feria es, en cuanto a mí concierne, proporcionar aquí una breve, modesta reflexión sobre algunas características del proceso de la lectura. O mejor dicho: de las variadas relaciones entre el libro y su lector.

Sin ninguna duda, la importancia relativa de un libro, cualquiera sea su género, no siempre es apreciada con justicia, ni siquiera por quien de veras demuestra haberlo comprendido en lo que dice y en cuanto deja de decir. No suele serlo habitualmente al primer contacto, del cual no se espera obtener más que una visión general y más o menos coherente de cuanto el libro contiene, cómo lo trata y qué nos dice inteligente e inteligiblemente de todo ello.

Esta experiencia es por entero preliminar y provisoria, y su efecto es, en el mejor de los casos, apenas superficial, y en el peor, falsificatorio. Es erróneo, aunque frecuente, quedarse en ella, y mucho más grave es si se prejuzga que lo que nos produjo como resultado es todo cuanto puede proporcionárnoslo. Es cierto que muchos se quedan aquí y acaban confundiendo esta experiencia de lo que el libro contiene con conocimiento de cuanto en él se implica. Pero estas personas, que algunos designan como lectores ingenuos, no sólo tienen poco que decir respecto al libro en cuestión, sino que no hay libro que les diga nada más allá de lo poco (y distorsionado) que escuchan decir al libro.

En lo fundamental, la comprensión de un libro es producto gradual de una repetición variada y activa de lecturas, las cuales deben hallarse condicionadas por disposiciones o actitudes correlativas a la intención de cada una de ellas. Este proceso, difícil y tortuoso, pero en extremo iluminador, es necesario, pues sólo a través de él es posible distinguir, aislar y escuchar los distintos discursos, o niveles de discurso, que en el libro diseñan los significantes y configuran los significados. Ciertamente, en un libro cualquier es fácil dejarse atrapar por el tipo o nivel de discurso predominante, el más audible, que no se sino la faz o estructura de superficie, y quedarse allí cautivo del texto. Quien olvida que debajo del nivel de la estructura de superficie, se articulan cuando menos otras dos estructuras con sus respectivos discursos, no lee el libro, sino que es, por decirlo así, leído por él, traducido -reducido- a una opacidad unidimensional que el monodiscurso del texto "palabriza", monologiza. Esto convierte a la relación de lectura en una cancelación, un bloqueo que nulifica a la conciencia. Para que esta anulación no ocurra, es necesario aceptar que un libro es primaria y sustancialmente un diálogo múltiple en sí mismo, antes y como condición necesaria de establecerlo con su lector. Es menester, en consecuencia, escuchar este diálogo interno y dramático que el libro es en su propio espacio semántico para poder intervenir en él, para ser partícipe comprensivo y actuante, es decir, libre, en ese diálogo, a veces tenso, a veces confuso y muchas veces conflictivo, en virtud del cual la cultura ilumina sus símbolos y se inserta como objetivación positiva o virtual en la realidad que se hace.

Según esto -un libro de veras, no un montón de páginas impresas-, se constituye como un diálogo múltiple, en el cual los participantes -en este caso, los discursos específicos- intercambian textos explícitos y contratextos implícitos. De esta manera, mientras un discurso afirma y dice, otro (su opuesto, su contradictor) desdice y niega. Un tercero hay que propone, sugiere, postula, cavila, juega con los significados redistribuyendo los significantes, probando las resistencias de las reglas del juego, las consistencias, las relaciones, los referentes, las referencias de los otros discursos y sus textos. Es el que mueve la mesa mientras los otros dos lanzan los dados discursivos, el antagonista secreto del lector en la medida en que cualquiera de los otros dos se convierta en su cómplice, en su máscara.

Es con este último con quien el lector esclarece, o debe establecer, el diálogo, con quien instaura la relación de debate e inicia el proceso que conduce a la comprensión total real del libro. En este nivel de discurso -y de relación de discursos- es donde la energía cultural trabaja las estructuras históricas heredadas. Es a su vez, y en virtud de la acción transformadora de la acción crítica donde el lector, una conciencia humana activada según cierto vector social, des-cubre su propia inserción en el proceso creador del mundo de la vida y se encuentra en condiciones de escoger quedarse en el sitio en que está, o cambiarlo, cambiando (ayudando a cambiar) las perspectivas y los factores con los que la realidad sociohistórica se constituye.

Si el lector no genera su propio juego de discursos como respuesta al del libro, o sólo se detuviera en el discurso de superficie -que no es sino el de la ideología del autor-, o en el que se le opone -que no es más que su doble, su opuesto simétrico, anulador del otro-, entonces ha quedado fuera de la energía que trabaja a la historia hacia adelante, hacia una nueva sociedad, y a su vez, fuera de sí como conciencia libre. Del mismo modo, si el libro es incapaz de genera o suscitar ese tipo de respuesta dialogante por parte del lector que está dispuesto a darla, entonces ese libro carece de importancia y es apenas un subterfugio espurio de la vacuidad de quien lo escribió.

Pienso que la oportunidad de la feria del libro puede dar ocasión a que muchos experimenten ese enriquecedor ejercicio de lectura, del que en gran medida nuestra sociedad da signos elocuentes de encontrarse necesitada y comparativamente más urgida que en el pasado.
.
(4-6-89)
 
De: Francisco Pérez-Maricevich,
 
 
FONDEC, 2008, pp. 207-209.



Ilustraciones: CATITA ZELAYA EL-MASRI

Intercontinental Editora,

Asunción-Paraguay 2009 (427 a 822 páginas)
 
 
 
 
 
 
 
 

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