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JOSEFINA PLÁ (+)

  EL TEATRO PARAGUAYO ACTUAL, 1966 - Ensayo de JOSEFINA PLÁ


EL TEATRO PARAGUAYO ACTUAL, 1966 - Ensayo de JOSEFINA PLÁ
EL TEATRO PARAGUAYO ACTUAL

Ensayo de JOSEFINA PLÁ
 

 
EL TEATRO PARAGUAYO ACTUAL
 
¿Un teatro paraguayo actual?... Creo que más bien deberíamos referirnos a un estado actual del teatro paraguayo; a una etapa en su camino ya en exceso largo hacia una contemporaneidad. ¿Cuántas veces se ha caído y levantado este teatro en ese camino? Perderíamos la cuenta de los autores y obras arrumbados que señalan su discontinuo itinerario.
 
Hace dos años que asistimos a un rebrotar de la producción teatral. Seis obras en dos años. Seis obras que rehuyendo el aplauso fácil, buscaron reflejar un poco de la angustia del hombre de hoy, ese hombre que es también el hombre paraguayo -o éste no es nada.
 
Han surgido nuevos autores, hasta hemos asistido al viraje de dos de ellos, que saciados del texto fácil -o llevados por el estímulo del triunfo difícil- se han sumado a este ámbito de realizaciones, dando, por cierto, dos de las más destacadas producciones últimas. ¿Hemos de deducir que nos hallamos en pleno vuelo hacia un teatro actual que ese despliegue es el comienzo de una etapa definitoria y definitiva?
 
Qué más quisiéramos que decir que sí. Pero...
 
Hace treinta años que una minoría clama, con insistencia de letanía por un teatro paraguayo integrado, del cual forme parte sine qua non una literatura teatral de contenido. Un teatro que nos dé también el hombre en la integridad de sus valores, no el fantoche deshumanizado del teatro comercial.
 
No cabe duda de que las obras estrenadas últimamente prefiguran ese teatro de valores. Que existe una fuerte corriente actualizadora que induce aún a los más recalcitrantes a una detención reflexiva; que el viraje arriba señalado es una prueba del vigor con que esa invitación a un contenido se hace sentir; que las compañías parecen haber comprendido la existencia de un deber cultural al cual se han sustraído durante mucho tiempo por razones sin duda humanas, pero de evidente repercusión negativa en el arte. Que existe un concurso anual de teatro, a cuya gestión se debla el estreno de tres piezas recientes, y la publicación de una. Todo esto es cierto.
 
Y no es menos cierto que, antes que actores y autores, la Municipalidad acusó la consigna de abrir oportunidades a un teatro de más alto nivel, con diversas importantes iniciativas, entre ellas un Elenco Estable y la atribución del Teatro Municipal a fines específicos.
 
Pero no es menos cierto también -y esto es decisivo- que hoy todavía, y a pesar de los signos de progreso apuntados, los autores de teatro serio no tienen una seguridad de estreno para sus obras. La mínima seguridad de que sus piezas -dentro de un nivel también mínimo de valores- puedan llegar al público al que fueron destina-das como testimonio irrepetible de un instante histórico y cultural. Una seguridad que no sea un privilegio gracioso al esfuerzo autoral, sino un apoyo inesquivable para el normal desarrollo de la experiencia escénica. Una obra teatral -axioma que sentimos los autores paraguayos en carne y sangre- no está terminada mientras no sube al escenario. En tal sentido el teatro paraguayo es un teatro inconcluso. Decenas de obras permanecen desde hace treinta años en carpeta, sólo leídas en cenáculos, pasadas en fragmentos por la radio, o estrenadas precariamente en algún rincón, como un pecado secreto. Pierden así los autores la insustituible opción a comunicación y juicio; el público su derecho a un mensaje que es el de su mundo y de su tiempo, la oportunidad a seguir paso a paso el proceso de clasificación de una conciencia que es la suya también. Y los actores pierden la oportunidad -más importante quizá de lo que piensan- de contribuir en el breve espacio que les es concedido en la historia a la auténtica cultura paraguaya.
 
Nueve obras estrenadas de 1946 a 1966 -aunque en los últimos dos años el ritmo se haya acelerado- no autorizan a hablar de un teatro nacional. Este necesita no sólo de autores, sino también de actores que aseguren la representación y de un público capaz de asistir a esas representaciones con espíritu curioso. Y esta integración no se ha realizado todavía. El Elenco Municipal no puede ya, obviamente, cubrir la producción de los actuales escritores. El escenario del Municipal es insuficiente para las siete compañías con derecho a usufructo del mismo. El público unilateralizado por diez y siete años de teatro comercial no acompaña al teatro de valores, no le presta el necesario calor y apoyo. Estas son sólo algunas de las circunstancias adversas.
 
Aunque el volumen de la producción más reciente es un poco escaso para asentar sobre él conclusiones críticas definitorias, podemos decir en términos generales, que en esta producción comienzan a destacarse en forma precisa los signos de una actualización acelerada; nuestros autores tratan de quemar las etapas cuyo proceso se interrumpió ya varias veces desde 1915. La incursión en el campo de las relativas audacias estructurales no es de ahora; la producción encarpetada ofrece precedentes; pero se hizo efectiva en PROCESADOS DEL SETENTA, de ALCIBIADES GONZÁLEZ DELVALLE; obra que ofrece una conjunción promisora de lenguaje, ambiente y estructura, pero sobre todo el interés de una ruptura con el conservadurismo narcisista. La búsqueda del hombre profundo, iniciada en el teatro universal con el siglo, aflora hoy en piezas como COMO LA VOZ DE MUCHAS AGUAS de OVIDIO BENÍTEZ PEREIRA, Premio CHARITAS 1964. La aproximación al hombre como medida de una sociedad a la deriva -fruto de la Primera Guerra Mundial- se discierne en obras como LA PASIÓN DE MAGDALENA SERVÍN, de MARIO HALLEY MORA, donde el diálogo supera definitivamente retórica y énfasis para adherirse emotivamente a la sustancia agonística; o LA CABRA Y LA FLOR, de JOSÉ MARÍA RIVAROLA MATTO, donde personajes y hechos locales se imbrican con sencillez en el complejo de una humanidad deteriorada por el desprecio de los valores básicos. LOS DESARRAIGADOS, de LUCY SPINZI, se construye sobre aspectos de la lucha política, y da a su conflicto dimensiones humanas generosas, que el mensaje inferioriza luego sensiblemente. Rebasada pues la etapa del teatro de costumbres, de convenciones sociales y de tesis, de la cual quedaban rastros aún en el período anterior, los autores ahora entran en un terreno de incitaciones más amplias -teatro de conducta o de conciencia- donde el mensaje se formula en términos universales, y el personaje se desprende de sus limitaciones localistas para ingresar al plano de los problemas vitales. En otras palabras, al teatro ensimismado y egocentrista sucede ya otro que enfoca el destino humano solidario. A través de esta apertura de conciencia, este teatro no sólo se actualiza; a la vez se libera de las complicaciones inherentes a un enfoque crítico directo. Este seguirá librado a la literatura en exilio.
 
La elección del plano de conciencia es asimismo significativo desde otros ángulos. Como reacción contra la estereotipia de que el personaje paraguayo ha sido sistemático objeto, abre el acceso a una mayoría de edad espiritual ensayando una actitud ante los problemas vitales. En este sentido es elocuente la pequeña pieza de CARLOS COLOMBINO, MOMENTO PARA TRES. Por otra parte, hay que anotar que con estas piezas el teatro paraguayo realiza el contacto verídico con la realidad ambiente (LA PASIÓN DE MAGDALENA SERVÍN, LA CABRA Y LA FLOR). Algo reclamado ya desde 1932 y escollo en que naufragaron anteriores promociones, que tomaron esta realidad como objetivo en lugar de tomarla como punto de partida.
 
Un impulso optimista, repitámoslonos llevaría a dar por clausurada la etapa del conservadurismo narcisista que formando, por lo demás, parte de un complejo de circunstancias, ha limitado la problemática y ha mantenido encarpetada la producción de años rechazando toda presencia escénica que no llevara aquel marchamo, y con ello estimulando y justificando un teatro intrascendente y reiterativo bajo el rótulo de único teatro nacional.
 
Pero volvamos al comienzo; hacen falta para probar tal clausura algo más que nueve obras estrenadas en diez y siete años, o seis obras en dos. Hace falta algo más que autores jóvenes o maduros con talento y deseos de escribir teatro de valores. Sin hablar de escenarios o de intercambio teatral, hace falta la conjunción autores, actores y público que garantice al teatro de contenido su posibilidad de comunicación y juicio; la comunicación que es el signo del hecho teatral. Esa conjunción sólo se produce hasta ahora esporádicamente. El estreno de una obra seria depende de una serie de coincidencias que lo conviertan a veces en una obra maestra de la casualidad. En tales condiciones, ¿puede hablarse de un teatro paraguayo actual?

De: Alcor, N° 41, año 1966, pp. 21-23.

 
 
 
 



Ilustraciones: CATITA ZELAYA EL-MASRI

Intercontinental Editora,

Asunción-Paraguay 2009 (427 a 822 páginas)
 
 
 
 
 

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