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AUGUSTO ROA BASTOS (+)

  POESÍAS y CUENTO - Obras de AUGUSTO ROA BASTOS


POESÍAS y CUENTO - Obras de AUGUSTO ROA BASTOS

POESÍAS y CUENTO de AUGUSTO ROA BASTOS



LOS HOMBRES


Tan tierra son los hombres de mi tierra

que ya parece que estuvieran muertos;

por afuera dormidos y despiertos

por dentro con el sueño de la guerra.


Tan tierra son que son ellos la tierra

andando con los huesos de sus muertos,

y no hay semblantes, años ni desiertos

que no muestren el paso de la guerra.


De florecer antiguas cicatrices

tienen la piel arada y su barbecho

alumbran desde el fondo las raíces.


Tan hombres son los hombres de mi tierra

que en el color sangriento de su pecho

la paz florida brota de su guerra.







LA TIERRA


Sembrada entre sus vientos capitales

y desde el pecho casi sin orilla,

su corazón estalla en la semilla

de corazones rojos e inmortales.


Al Norte, sus cornisas minerales;

la arena, al Oeste, que en los huesos brilla,

y entre el Este y el Sur, la verde quilla

de su barco de tierra y vegetales.


Hundida hasta la frente con su carga

de escombros y de vivos corazones,

mira pasar el tiempo en una larga


sucesión de esperanzas y muñones,

hasta que rompa su prisión amarga

el puño popular de sus varones.


(DE: EL NARANJAL ARDIENTE, 1960)







CANTO A JULIO CORREA



(Tiene música de Epifanio Méndez Fleitas.

Este poema musicalizado fue compuesto poco después de la muerte de

Julio Correa acaecida en 1953)


I


Corazón popular

del solar guaraní,

se quebró ya el rubí

de tu idioma sin par.


El varón torrencial

que templara tu voz,

se durmió junto a Dios

en el sueño inmortal.


II


Ya se apagó

el gran proscenio

donde tu genio

tu arte forjó.


Con voz viril

de primavera,

la raza entera

se expresó en ti.


II (bis)



Anocheció

al mediodía,

la luna fría

gimió en un ¡ay!

Númen de unión

tu nombre sea,

Julio Correa

en Paraguay.


III



Desde el luqueño jardín

donde tu sueño vivió,

tu corazón de jazmín

sueños de vida plasmó.


Y en el teatro vital

que tu emoción alumbró,

tu recia voz nacional

verdad de pueblo sembró.


III (bis)


Bajo la tierra natal

tus ojos claros serán

en la raíz de Guarán

germen vibrante vernal.


Y entre tus brazos en cruz

nuestro lenguaje racial

florecerá musical

lazo fraterno de luz…

 

 

 

 

ESCUCHE EN VIVO/ LISTEN ONLINE:

 

CANTO A JULIO CORREA

 

 

Intérprete:   LUIS ALBERTO DEL PARANÁ

Material:  PARANÁ INMORTAL Nº 2

 

 

 

 


(¿1954?)


 


EL BALDIO


No tenían cara, chorreados, comidos por la oscuridad. Nada más que sus dos siluetas vagamente humanas, los dos cuerpos reabsorbidos en sus sombras. Iguales y sin embargo tan distintos. Inerte el uno, viajando a ras del suelo con la pasividad de la inocencia o de la indiferencia más absoluta. Encorvado el otro, jadeante por el esfuerzo de arrastrarlo entre la maleza y los desperdicios. Se detenía a ratos a tomar el aliento. Luego recomenzaba doblando aún más el espinazo sobre su carga. El olor del agua estancada del Riachuelo debía estar en todas partes, ahora más con la fetidez dulzarrona del baldío hediendo a herrumbre, a excrementos de animales, ese olor pastoso por la amenaza de mal tiempo que el hombre manoteaba de tanto en tanto para despegárselo de la cara. Varillitas de vidrio o metal entrechocaban entre los yuyos, aunque de seguro ninguno de los dos oiría ese cantito isócrono, fantasmal. Tampoco el apagado rumor de la ciudad que allí parecía trepidar bajo tierra. Y el que arrastraba, sólo tal vez ese ruido blando y sordo del cuerpo al rebotar sobre el terreno, el siseo de restos de papeles o el opaco golpe de los zapatos contra las latas y cascotes. A veces el hombro del otro se enganchaba entre las matas duras o en alguna piedra. Lo destrababa entonces a tirones, mascullando alguna furiosa interjección o haciendo a cada forcejeo el ha… neumático de los estibadores al levantar la carga rebelde al hombro. Era evidente que le resultaba cada vez más pesado. No sólo por esa resistencia pasiva que se le empacaba de vez en cuando en los obstáculos. Acaso también por el propio miedo, la repugnancia o el apuro que le iría comiendo las fuerzas, empujándolo a terminar cuanto antes.

** Al principio lo arrastró de los brazos. De no estar la noche tan cerrada se hubiera podido ver los dos pares de manos entrelazadas, negativo de un salvamento al revés. Cuando el cuerpo volvió a engancharse, agarró las dos piernas y empezó a remolcarlo dándole la espalda, muy inclinado hacia adelante, estribando fuerte en los hoyos. La cabeza del otro fue dando tumbos alegres, al parecer encantada del cambio. Los faros de un auto en una curva desparramaron de pronto una claridad amarilla que llegó en oleadas sobre los montículos de basura, sobre los yuyos, sobre los desniveles del terreno. El que estiraba se tendió junto al otro. Por un instante, bajo esa pálida pincelada, tuvieron algo de cara, lívida, asustada la una, llena de tierra la otra, mirando hacer impasible. La oscuridad volvió a tragarlas en seguida.


Se levantó y siguió halándolo otro poco, pero ya habían llegado a un sitio donde la maleza era más alta. Lo acomodó como pudo, lo arropó con basura, ramas secas, cascotes. Parecía de improviso querer protegerlo de ese olor que llenaba el baldío o de la lluvia que no tardaría en caer. Se detuvo, se pasó el brazo por la frente regada de sudor, escarró y escupió con rabia. Entonces escuchó ese vagido que lo sobresaltó. Subía débil y sofocado del yuyal, como si el otro hubiera comenzado a quejarse con lloro de recién nacido bajo su túmulo de basura.


Iba a huir, pero se detuvo encandilado por el fogonazo de fotografía de un relámpago que arrancó también de la oscuridad el bloque metálico del puente, mostrándole lo poco que había andado. Ladeó la cabeza, vencido. Se arrodilló y acercó husmeando casi ese vagido tenue, estrangulado, insistente. Cerca del montón había un bulto blanquecino. El hombre quedó un largo rato sin saber qué hacer. Se levantó para irse, dio unos pasos tambaleando, pero no pudo avanzar. Ahora el vagido tironeaba de él. Regresó poco a poco, a tientas, jadeante. Volvió a arrodillarse titubeando todavía. Después tendió la mano. El papel del envoltorio crujió. Entre las hojas del diario se debatía una formita humana. El hombre la tomó en sus brazos. Su gesto fue torpe y desmemoriado, el gesto de alguien que no sabe lo que hace pero que de todos modos no puede dejar de hacerlo. Se incorporó lentamente, como asqueado de una repentina ternura semejante al más extremo desamparo, y quitándose el saco arropó con él a la criatura húmeda y lloriqueante.


Cada vez más rápido, corriendo casi, se alejó del yuyal con el vagido y desapareció en la oscuridad.


(De: El baldío, 1966)


 

 

 

 

Fuente: "ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA PARAGUAYA"


3ra. Edición – Autora: TERESA MENDEZ-FAITH *


Editorial EL LECTOR, Asunción-Paraguay 2004

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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