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GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ

  CABALLERO - DE AZCURRA A CERRO CORA (1869-1870) (Novela histórica de GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ) - Año 1986


CABALLERO - DE AZCURRA A CERRO CORA (1869-1870) (Novela histórica de GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ) - Año 1986

CABALLERO

Novela histórica de GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ

Tapa:

OSVALDO SALERNO

RPediciones,

Asunción - Paraguay (1986) 

 

 

 

EL GENERAL CABALLERO NOS CUENTA LA GUERRA DEL 70... Este es el tema de la novela histórica de Guido Rodríguez Alcalá, que se suma a las numerosas publicaciones conmemoratorias de la presidencia de Bernardino Caballero (1882-86) y de la fundación de los dos partidos políticos mayoritarios: el colorado y el liberal (1887). Desde su ingreso al ejército del Mariscal López como recluta en 19864, hasta su ascenso a general en 1868, el legendario Caballero atraviesa los campos de batalla y las intrigas políticas sin sufrir heridas ni en su piel ni en su reputación... Una carrera vertiginosa y sorprendente, que el protagonista nos narra con la ingenuidad y agudeza de la tradición picaresca española.

 

PRÓLOGO

Con la ignorancia generalizada en estos últimos tiempos, pocos saben que el general de división don Bernardino Caballero, de la vieja casa española de los Caballero de Añazco, llegada al Paraguay en los primeros tiempos de la colonia y terrateniente desde entonces, nació en Ybycuí en 1839, un año antes de la muerte de don José Gaspar Rodríguez de Francia, apellidado por los paraguayos El Supremo y Ser Sin Ejemplar, a quien sucedió en la primera magistratura de la República don Carlos A. López, sucedido a su vez por su propio hijo, el glorioso Francisco Solano López, Mariscal Presidente del Paraguay, a quien le cupo el honor de dirigir las fuerzas paraguayas en contra de los ejércitos del Uruguay, la Argentina y el Brasil en la guerra conocida como de la Triple Alianza (1864/70).

Cortado por el sable de un brasilero, pinchado por la lanza de un segundo, perforado por el plomo de un tercero, el Mariscal Presidente rindió el espíritu después de haber defendido su Patria, palmo a palmo, en contra del invasor extranjero.

Pero su sacrificio no fue estéril, ya que el ejemplo fue recogido por numerosos héroes que crecieron a su lado, corno el general de división don Bernardino Caballero, quien sirvió a su Patria como segundo del Mariscal Presidente, como político y primer mandatario, como diplomático avezado y como miembro de las principales empresas del país.

Una vida plena, sacrificada, heroica que no fue, sin embargo, plenamente valorada en su momento, porque la patria ingrata lo mandó al destierro dos veces, una en 1910, dándome así la ocasión de conocer al legendario centauro de Ybycuí durante su exilio en Buenos Aires.

Allí fue cuando surgió la idea de escribir este libro, cuyo tema, el mencionado centauro, merecería, por lo menos, un Menéndez y Pelayo para su tratamiento. Sin embargo, ocurre que lo óptimo atenta contra lo bueno, y si esperamos el Homero que cante las glorias del general Caballero, éste se morirá antes de haber relatado sus memorias. Esa es la razón por la cual me atreví a escribir esa biografía del héroe que, dentro de todo, tiene u n gran interés -no por mérito del cronista, sino por el del entrevistado-. El general Caballero es el espejo de los caballeros paraguayos; comprenderlo a él es comprender la forma en que aquellos viven con dignidad y mueren con orgullo. Por eso considero indispensable la lectura de mi órbita, terminada cuando me llega la noticia del fallecimiento del general en Asunción, con los honores fúnebres que le rindió el ejército brasilero.

Dos personas más calificadas que yo han emprendido la tarea de biografiar al centauro. En primer lugar, el distinguido publicista paraguayo don Juan E. O'Leary, discípulo del egregio nacionalista francés don Charles Maurras; la serie de entrevistas que le hizo al general, sin embargo, todavía no ha sido publicada en un libro. En cuanto al segundo biógrafo, se trata nada menos que del barón de Rio Branco, hijo del ministro plenipotenciario brasilero en el Paraguay, vizconde de Rio Branco. El primer indicio que tuve de estas memorias fue una carta del vizconde, donde él decía: Caballero está dando preciosos apontamentos para tuna Memoria que meu filho lhe vae escrever, porque elle nao o sabe fazer, que nos sera muito util. Este indicio se transformó en certeza cuando el mismo general me confirmó que le había dictado sus memorias a Rio Branco, dada la amistad que tenía con el padre y el hijo. Lamentablemente, esa misma amistad hizo que el barón no tomase en serio su trabajo, que quedó inconcluso.

Una razón de más para publicar estas mis memorias, que van del ingreso el héroe al campamento de Cerro León (Paraguay) como recluta en 1864 hasta su ingreso en el palacio de S.A.I., donde Pedro II (Brasil) como prisionero de guerra y huésped en 1870, ya terminada la Guerra con la Triple Alianza. Si puedo, voy a publicar otro libro con el resto, con énfasis en la presidencia del centauro (1880/86); el problema, en todo caso, es cómo publicar un segundo libro después del revuelo que causará el primero en el Paraguay, debido a la forma directa, honesta e implacable en que el general Caballero dice las cosas, lo que puede molestar a muchos.

 

EL CRONISTA.

Buenos Aires, 1 de marzo de 1912.

 

 

PRÓLOGO

Parte I: MIS PRIMEROS PASOS O DE MATTO GROSSO A URUGUAYANA (1864-1866)

Capítulo I: Donde recién comienza la historia, con el relato de cómo el mariscal Francisco S. López se enojó conmigo, el entonces alférez Bernardino Caballero

Capítulo II: Continuación del capítulo anterior

Capítulo III: De la conversación que había tenido con don Benigno López

Capítulo IV: De la destrucción de nuestra flota en la batalla fluvial de Riachuelo (11-VI-65) y de mi participación en ella

Capítulo V: De la volubilidad de la fortuna

Capítulo VI: De la visita que me hizo el obispo Manuel Antonio Palacios mientras estaba arrestado

Capítulo VII: De mi rehabilitación con el Exmo. Señor Mariscal López, coincidente (más o menos) con la invasión del Paraguay por los ejércitos de la Tripleza Alianza (16. IV. 66)

Parte II: DE HUMAITÁ A LOMAS VALENTINAS (1866-1868)

Capítulo I: De mi actuación en el combate de Estero Bellaco (2. V. 66), donde las armas paraguayas se cubrieron de gloria y yo también

Capítulo II: Del glorioso combate de Tuyutí (24. V. 66) el mayor de toda la América del sur

Capítulo III: Suite de Tuyutí y crónica del combate de Sauce (16/18. VII. 66)

Capítulo IV: De la memorable batalla de Curupayty (22. IX. 66), donde los enemigos del Paraguay mordieron el polvo

Capítulo V: De las largas vacaciones militares que tuvimos después de Curupayty, porque los otros se quedaron quietos como un año

Capítulo VI: De cómo preferimos mudarnos del cuadrilátero a San Fernando, siendo nuestra mudanza el día tres de marzo de mil ochocientos sesenta y ocho (por la madrugada)

Capítulo VII: De ciertos acontecimientos que tuvieron lugar en el campamento de San Fernando, donde el mariscal permaneció de marzo a agosto de mil ochocientos sesenta y ocho, mientras yo seguía en el Chaco

Capítulo VIII: De los gloriosos combates de Ytôrôrô, Avay y Lomas Valentinas, donde las tropas paraguayas se batieron heroicamente con enemigos superiores en número y armamento.

Parte III: DE AZCURRA A CERRO CORÁ (1869-1870)

Capítulo I:De cómo los aliados ocuparon la Asunción y la pusieron a saco

Capítulo II: De uno de los mayores misterios de la guerra

Capítulo III: De la reorganización de nuestro ejército después de Lomas Valentinas

Capítulo IV: De nuestra retirada a Caraguatay y del heroico combate de Acosta Ñú (16. VII. 69), donde los niños paraguayos lucharon como valientes

Capítulo V: De nuestro paso por San Estanislao (23/30. VIII. 69) y en Curuguaty (cuarta capital del Paraguay) y de las cosas que nos pasaban

Capítulo VI: De cómo me convierto en el sucesor de López (designado por él)

Capítulo VII: De nuestra marcha desde Panadero hasta Cerro Corá, incluyendo el famoso combate del primero de marzo de mil ochocientos setenta

Epílogo

 

 

 

PARTE III

DE AZCURRA A CERRO CORA (1869-1870)

 

Capítulo I

De cómo los aliados ocuparon la Asunción y la pusieron a saco

     Después de Lomas Valentinas, los aliados siguieron derecho para la Asunción, porque les quedaba cerca y porque nadie ya podía pararlos y entonces la pillaron y quemaron, como habían querido hacer desde el principio de la guerra, y un tiempito después Caxias declaró que la guerra estaba terminada y se retiró a Río para recibir condecoraciones. En parte con razón (desde su punto de vista) porque para entonces ya nos tenían matada la mitad de nuestra población y destruidas todas nuestras fortalezas y controlados nuestros ríos y dispersado nuestro ejército -Lomas Valentinas fue fatal.

     Lo que no entiendo, entonces, es por qué saquearon Asunción. Mejor dicho entiendo, porque eso de que venían en contra del tirano del Paraguay pero no del pueblo era una gran mentira: ellos querían liquidarnos. (De eso se dieron cuenta los malos paraguayos que volvieron a la capital creyendo que con los brasileros era mejor). Porque la Asunción había sido abandonada un año atrás, febrero del 68, cuando los encorazados brasileros subieron por el río para echar esas bombas que no mataron a nadie pero hicieron creer que desembarcaban y entonces se dio la orden de evacuar... En 24 horas tuvieron que salir todos los habitantes llevándose lo que tenían puesto; se apuraron un poco. Entonces cuando entraron los negros (enero/69), vieron que no había un alma, pero igual no más aprovecharon, cada cual a su manera.

     La Legión Paraguaya utilizó la residencia privada del Mariscal López. ¡Pobre Mariscal, eso sí que era un insulto! La casa, esa que hoy es el palacio de gobierno, era entonces de él; se la había regalado el pueblo paraguayo, como reconocimiento, en plena guerra. Porque a pesar de lo que los legionarios dijeron, el pueblo lo quería muchísimo. Fíjese que su residencia la construyeron en plena guerra con niños de 9/10  años, que no trabajaban forzados ni siquiera por la comida que les daba, sino porque los padres los mandaban con gusto. Es que con o sin la guerra, todo el mundo estaba muy contento con los López, sobre todo con los edificios que estaban construyendo: ese Panteón como en Francia, el otro como la ópera de Milán o algo así, el Congreso, la Catedral, todo eso, que le daba un aspecto de ciudad. Los que vinieron después, incluso yo mismo, ya no fuimos capaces de construir así -mucho menos los liberales que tanto criticaron a López y que no hicieron nada.

     Asunción era muy linda en esa época, y tenía de todo.

     Mucho tenía que haber, porque durante varias semanas los comerciantes argentinos se pasaron embarcando los muebles que se robaron de nuestras casas para rematarlos en Buenos Aires, y el rematador fue ese Billinghurst, ese que se cree tanto pero se hizo rico con cosas robadas, y el presidente Sarmiento se quedó con una buena partida -esos que fueron para amoblarle su Casa Rosada.

     Y eso no es todo; el asunto es que para embarcar más rápido todo lo que tenían saqueado les pusieron fuego a las casas vecinas al puerto y entonces podían también de noche, para apurar el trabajo. De las que no quemaron, muchas se vinieron abajo; los negros comenzaron a levantar los techos, perforar los muros, cavar bajo los pisos y los cimientos, porque se decía que en Asunción había oro, mucho oro escondido, y los tipos se pusieron a buscar donde podían, dejándonos las casas de adobe todas patas para arriba, y por supuesto que después tuvieron que caerse con la lluvia, porque el adobe es así cuando se moja, no resiste, y para colmo hubo inundaciones, así que más de 100 se vinieron abajo. El resto les sirvió de alojamiento; los tipos se instalaron tranquilamente, y cuando los dueños volvieron a la capital porque les prometieron garantías, vieron que estaban ocupadas. Entonces reclamaron al comando brasilero, pero el comando les pedía títulos -los títulos que tenía el enemigo porque en Piribebuy se quedaron con todo nuestro Archivo oficial.

     Así que Asunción se convirtió en una ciudad brasilera, porque los paraguayos prefirieron quedarse en el campo, menos los legionarios y otros sinvergüenzas...

     Tiene razón, joven, se portaron mejor ustedes, porque acamparon en Campo Grande y en Villa Occidental después los argentinos; los brasileros fueron los que ocuparon Asunción... Nada peor que los negros brasileros; ustedes son gente diferente.

     Pero no vaya a pensar que es idea mía; también lo cuenta Mac Mahon... Sí, al pobre lo hicieron salir de ministro porque no le hizo caso a Washburn, y Washburn tenía toda su familia en puestos importantes, y entonces estuvo Mac Mahon solamente unos meses en el Paraguay y después lo retiraron... Washburn había salido antes, usted recuerda que en el barco norteamericano, y al volver nos había intrigado con todos los diplomáticos de su país, y al mismo Mac Mahon que venía para reemplazarlo a Washburn le dijeron que tenía que irse al Paraguay con toda la flota en son de guerra, pero el hombre arregló las cosas por las buenas y se portó muy bien con nuestro país -uno de los pocos. Por eso perdió su puesto de ministro norteamericano, tuvo que volver en seguida. De vuelta para los Estados Unidos tuvo que pasar por Asunción y allí encontró que mientras había estado en nuestro campamento le habían saqueado la Legación los brasileros.

     Allí encontré que la casa había sido robada por las tropas brasileras del General Caxias (hasta donde pude enterarme, el robo fue expresamente autorizado por ese oficial); que el mobiliario había sido robado para amoblar la casa del Comandante en Jefe brasilero; que los archivos y documentos de la Legación habían sido desparramados por la calle; que la bandera había sido destrozada y arrojada al patio; que las cajas de seguridad habían sido forzadas utilizando pólvora; que el dinero de los extranjeros, allí depositado, había sido robado por los oficiales brasileros.

     Dicen que como 800.000 dólares el dinero depositado en la Legación que se robaron los negros, y si una legación asaltaban, imagínese qué no harían con los particulares. Por eso es que al último todo el mundo trataba de enterrar su dinero o de mandarlo afuera, que les dejábamos hacer dentro de lo posible; no es posible mandarlo todo afuera en tiempos de guerra, cuando la patria necesita... Mac Mahon, por ejemplo, se llevó dinero de los particulares y del Fisco; yo no quise mandar con él porque tenía donde asegurarlo. Pero muchos le dieron, y por eso es que él, antes de volver a los Estados Unidos, pasó por Europa, para depositar en los bancos de allá y también para llevarle unos pesitos a Emiliano, que estudiaba en París. El Mariscal tenía decidido que Mac Mahon se encargase de su hijo, que lo llevara de Francia para estudiar derecho en los Estados Unidos. ¡Usted viera la carta que le mandó a Emiliano! Hasta los enemigos reconocen que es una obra maestra, y si usted piensa que López era tan malo como se dijo, tiene que leerla pues para ver cómo lo quería a su hijo... Por eso lo dejó al cuidado de Mac Mahon, a quien tenía también nombrado su albacea y no le defraudó.

     Es que no todos fueron tan leales como el norteamericano ese. Fíjese por ejemplo en el doctor Stewart, que lo tratamos tan bien; él tenía la firma de esa cuenta del Mariscal en Edimburgo, pero cuando la Madama Lynch le reclamó después de muerto mi jefe, el médico se hizo el tonto y se quedó con las 200.000 libras. Y Benítez también andaba en Europa durante la guerra, pero no se sabe bien qué hizo con la plata, y de Cándido Bareiro no hablemos. Después vinieron pleito tras pleito, después de la guerra, para recuperar ese dinero, pero no había caso. Se lo comió la gente a quienes le habíamos encargado sacarlo del país, porque como el Paraguay estaba bloqueado, tenía que ser con diplomáticos o marinos extranjeros, no se podía hacer oficialmente, pero de todos modos es mejor a que se lo coman los brasileros... Sí, todo el mundo sabía a quién le dio y cuánto, pero no servía para nada porque no había pruebas, y esto le digo porque me consta, porque allá por 1874 estuve en Europa detrás de esos asuntos, en una misión oficial -aunque los malpensados dicen que el presidente Gill me quería sacar de encima mandándome afuera.

     Como misión un fracaso, pero me encontré con la Madama Lynch y con sus hijos, siempre un placer encontrar viejos conocidos. Ella se había instalado allá en 1870, y vivió como quince años en París, hasta su muerte... No, su vuelta fue en 1875, pero por las dudas controle porque no me acuerdo. Volvió con la presidencia de Gill, pero no la pudo ayudar porque el asunto estaba prácticamente terminado, ya no había caso, y yo tampoco pude ayudarla a recuperar sus tierras porque había pasado bastante tiempo y el Gobierno Provisorio no arregló las cosas cuando todavía se podía.

     La pobre señora se pasó haciendo juicios, pero perdió su tiempo y su dinero, perdió contra los brasileros, por supuesto, porque los 3.000.000 de hectáreas que tenía al norte del Río Apa quedaron para ellos con el tratado de límites, y por supuesto que los tipos no pensaban reconocerle las tierras que le vendió el Mariscal hacia el fin de la guerra. Tierras fiscales que se las vendió para protegerlas, él pensaba que iban a respetar porque ella era inglesa pero no fue así. Lo mismo pasó con los argentinos; con esas tierras del Chaco que nos quitaron ellos después de la guerra, y no quisieron devolvérselas a la señora. Una injusticia, pero todavía puede comprenderse porque eran los aliados, nuestros enemigos.

     Lo que no se entiende es el decreto del Gobierno Provisorio; ellos confiscaron todos los bienes de López, por eso cuando la Lynch quiso reclamar sus tierras ya no había caso, porque si López estaba confiscado no podía transferir. Una ley que había quedado firme, que tenía el aval de los aliados, por eso el presidente Gill ya no podía hacer demasiado. O en todo caso había cosas peores, porque cuando la Lynch llegó una gentuza de lo último se reunió para atropellarla -dice que hasta querían matarla- y entonces la mujer tuvo que salir del Paraguay con la protección de la marinainglesa.Después vino Enrique a reclamar las tierras, pero tampoco se pudo.

     Defecto de forma pudo haber, como usted me dice, pero eso al fin y al cabo no era el caso, todo se puede arreglar con buena voluntad. ¿Qué culpa tenía la Lynch si el escribano, por ignorante, no puso en la escritura ni el precio, ni la moneda, ni la forma como se hacía el pago? Esa no es razón para anular una escritura así no más. La razón es que no lo querían al Mariscal López, y aprovecharon de que ya estaba muerto para anular esa venta de tierras que le hizo a la Lynch.

     También dijeron que entre esas tierras había muchas que no podía él vender porque no eran fiscales sino que ya tenían dueño, pero eso se podía arreglar con una mensura. Póngale que más de la mitad hubieran sido tierras con dueño; incluso descontando esa parte le quedaba bastante a la Madama para formar su estancia en el Paraguay, porque en total eran como 8.000.000 de hectáreas... Un verdadero atropello a la propiedad privada, sobre todo porque la Madama necesitaba, con lo cara que andaba la vida en Europa para mantener sus cuatro hijos y el de la Pesoa también. A mí me consta que vivían bastante apretados de fondos, sobre todo porque eran gente conocida y tenían que recibir, y entonces los ahorros que tenían apenas si alcanzaban.

     Pero así no más era el antilopizmo después de la guerra, aunque en realidad no era el pueblo sino el Gobierno Provisorio que les hacía la liga.

     Bueno, me parece que nos adelantamos un poco, saltamos hacia adelante, porque estábamos al comienzo del 69, y de allí fuimos hasta el 75 y más... Entonces reculamos al 69, el año en que comenzaron con el Gobierno Provisorio y con toda esa porquería; el año en que la Legión Paraguaya ocupó la Asunción con los aliados.

     Esos traidores de la Legión habían levantado las armas contra su propio país, aunque decían que contra López no más, y eso era justamente lo que querían los aliados, que también decían lo mismo. Los aliados aprovecharon para formar un Gobierno Provisorio con paraguayos, para encubrir las barbaridades que estaban haciendo.

     El que comenzó fue Río Branco, José María da Silva Paranhos, o sea ministro plenipotenciario brasilero, que lo agarró a Rivarola cuando lo tomaron prisionero sus paisanos y le convenció de que sea presidente, y entonces él se juntó con Carlos Loizaga y José Díaz de Bedoya, esos dos traidores, y entre todos formaron un triunvirato de tres que se llamó también Gobierno Provisorio, con Rivarola a la cabeza.

     Para eso tuvieron que juntar un poco de público, porque Asunción estaba desierta, por lo menos de paraguayos, y entonces comenzaron a  traer de la campaña esas pobres gentes ignorantes que estaban dispuestas a vender a su patria por una ración de carne, y si no querían por las buenas era por las malas, porque de todos modos necesitaban recoger gente para hacer su elección y después esa su constitución que le llaman del setenta,una cosa que no servía para nuestro país porque somos diferentes y habíamos estado mejor con los López y el doctor Francia, que nunca habían usado ninguna constitución. Pero los legionarios querían copiarle a la Argentina, porque en la Argentina desde luego fue que se habían organizado para pelear contra nosotros, y entonces inventaron la constitución esa que nos trajo más problemas que otra cosa. Aquí le puedo dar la razón al señor Warren, aunque habló tan mal de mí, y es que en el Paraguay se ha podido gobernar solamente porque no se ha respetado de todo la constitución, de otra forma imposible.

     El Gobierno Provisorio se creía muy vivo; se sintió muy contento cuando llegó al poder. Pero allí justamente fue que comenzaron los problemas, porque los aliados que los habían puesto les pidieron una indemnización de guerra como de 300.000.000 de libras, que no podían pagar ni por nada y que tampoco se atrevían a repudiar de puro tímidos -otros tuvieron que hacer eso. Pero de todos modos trataban de pagar en cuotas, y eso les comía los pocos fondos que tenían. Fondos sólo podían quitar de las aduanas, pero los proveedores del ejército aliado no pagaban impuestos, y aprovechaban para meter de contrabando todas las mercaderías que no eran para el ejército y entonces luego impuesto no se percibía. Otra fuente no había, porque se terminó el ganado, se terminaron los cultivos, se destruyeron todas las fábricas y no había hombres para hacer trabajar los bosques y yerbales del estado -los que quedaban eran criaturas y mujeres, y para colmo enfermos. Allí se vieron en figurillas para mandar, porque ni para pagarle al portero del palacio tenían, ellos que habían prometido resolver todos los problemas del país.

     Eso también fue un gran golpe para el pueblo paraguayo; pasaron mucha hambre, mucha miseria, porque los tiempos esos fueron todavía peores que los tiempos de guerra. Pero también sirvió para que todos vean que el Mariscal López tenía razón, porque si hubiéramos peleado entre todos contra el enemigo en vez de desertar algunos, les hubiéramos ganado. Pero así y todo la gente aprende despacio -al final de la guerra algunos le odiaban más al Mariscal que al enemigo.

     Y eso que el conde d'Eu era todavía muchísimo peor que Caxias, porque el viejo ese era un inútil pero no era tan malo, pero su reemplazante d'Eu fue el que como costumbre degollaba prisioneros, incendiaba hospitalesy destruía todo lo que encontraba... Él llegó en la Asunción allá por abril del 69, para destruir los últimos restos del ejército [139] de López -los que todavía andaban creándoles problemas y metiéndoles miedo aunque eran tan pocos. Dicen que se creía porque era el yerno del emperador del Brasil, y que entonces hacía no más lo que quería. Dicen también que tenía órdenes del Emperador de terminar con todos los paraguayos... ¡Vaya a saber!...

     ¡Ah!, ¿usted también escuchó eso?

     Bueno, si todavía se sigue diciendo ha de ser verdad...

     No, yo nunca le pregunté a mi jefe; le tenía demasiado respeto para eso. Pero entre oficiales, entre soldados, entre todo el mundo todos comentaban que el Mariscal había estado en Río de Janeiro (que era cierto) y que de paso se había encargado de la hija de S. A. I., la que después se casó con el conde d'Eu... A lo mejor el conde se la hubiese prestado sin problemas -los franceses son muy raros en eso-, pero lo que le daba rabia al tipo, que era medio primo de los reyes de Francia, era que todo el mundo, hasta el último soldadito comentara que el Mariscal le había hecho el favor a doña d'Eu.

     Por eso no le gustaba el Paraguay.

 

Capítulo II

De uno de los mayores misterios de la guerra

 

     Volviendo un poco hacia atrás ennuestro relato, le cuento que de Lomas Valentinas nos fuimos para Caacupé, que es la ciudad de la Patrona de nuestro país y allí fue que el coronel Panchito López tuvo la visión de Nuestra Señora durante una misa, y eso nos dejó a todos muy contentos, porque nos sentíamos muy mal por la derrota del 27 de diciembre y además por la maldición del obispo Palacios, que antes de morir había maldecido al Paraguay, y aunque son supersticiones, se comenzó a pensar que lo que vino después en Lomas Valentinas fue a causa de su maldición, porque fue precisamente el 21 de diciembre que se lo fusiló. Supersticiones, desde luego, porque el perverso había perdido a mucha gente como a la Juliana Insfrán, que no merecía pero que murió con él, y entonces no tenía nada de sacrílego hacer justicia, como lo explicó muy bien el padre Maíz a quien finalmente lo perdonaron por eso, y el mismo Papa, o sea que tenía razón. Pero de momento nos molestaban bastante todas esas situaciones desagradables, unidas a la derrota de Lomas Valentinas, donde terminaron con nuestro ejército... Cierto que la historia nos hizo justicia, y hoy nos reconoce todo el mundo como bravos, pero mire que ya pasaron como 40 años; en 1870 veíamos de las cosas de otra manera... ¡Nunca hubiera podido imaginar que estaría hablando de eso con usted, viendo así los aspectos positivos, porque antes se hablaba de la guerra para ver solamente el lado negativo y nada más...!

     Esa aparición de Panchito habrá sido por enero del 70, me parece. Pero volviendo todavía más atrás, le cuento que un poco antes, en la batalla de Lomas Valentinas, el Gelly y Obes ese se acerca al general curepí Rivas y le dice:

     -Me dicen que el Potrero Mármol ha sido abandonado.

     -No puede ser -jeí Gelly- el Marqués, como todos, sabe que esa es la única salida de López.

     Y este es un gran misterio de la guerra, como le dice el título.

     Porque el Potrero Mármol, como se recuerda, era el que tomó Triunfo el 21 de diciembre, la única salida que teníamos de nuestro campamento para ir hacia Cerro León -para ir a cualquier parte que no esté ocupada por los negros, que nos tenían completamente envueltos en la colina de Ita Ybaté, justamente la vez que la Madama Lynch y yo y otros más -los pocos sobrevivientes- tratábamos de salvarnos del enemigo, que había pasado nuestras defensas pero sin embargo no sabíamos qué hacer.

     Allí es que nos gritábamos la Madama y yo cuando llega alguien -creo que fue Resquín- a decirnos que el Potrero Mármol está libre, y por ahí nos largamos y después de hacer un trechito nos encontramos con el Mariscal López.

     ¡Qué alegría ver a nuestro jefe que creíamos muerto!

     ¿Por qué no estaba muerto? Ese es el gran misterio; yo solamente sé que después el marqués de Caxias tuvo que dar explicaciones por eso, porque desde el punto de ellos era un fracaso.

     Caxias declara que López en su retirada «Sólo iba acompañado por 80 hombres y que de estos únicamente 25 llegaron con él a Cerro León». Si esto no es enteramente exacto, poco le falta para serlo; y sabiéndolo, ¿por qué razón Caxias, general en jefe del ejército aliado en guerra, no con la nación Paraguaya sino con su gobierno y teniendo 8000 hombres de caballería admirablemente montados y enteramente desocupados, no persiguió a López, a quién podía haber tomado sin perder un solo hombre? ¿Fue por imbecilidad, o por el deseo de sacar más dinero de la proveeduría del ejército? ¿Fue un pretexto para mantener permanente un ejército brasilero en el Paraguay, o existía una inteligencia secreta entre Caxias y López? ¿O lo hizo para dar a López el tiempo necesario para reunir hasta el último paraguayo con el objeto de exterminarlos en guerra civilizada?

     Que López se entendía con Caxias es imaginación de un traidor como Thompson, pero de todos modos resulta muy difícil comprender por qué lo dejaron escapar teniéndolo rodeado... Tiene que ser, entonces, aquello que decía el maestro O'Leary: que le tenían miedo.

     Bueno, que resuelvan los historiadores y los filósofos; lo importante es que al abrir el Potrero Mármol también pudimos nosotros retirarnos por el camino Cerro León/ Azcurra/ Caacupé (donde la Virgen serrana saludó a Panchito con un movimiento de cabeza, levantándonos la moral a los sobrevivientes). Cuando nos acercamos al Mariscal, que nos esperaba con los brazos abiertos, Madama quiso traer a colación el tema de nuestro último altercado, pero la reacción del jefe le tapó la boca -López se emocionó terriblementecuando le entregué la bandera argentina que había capturado.

     -No es nada, general Caballero -dijo abrazándome para calmar mi tristeza- la guerra todavía no ha comenzado.

     Frase que figura en los libros de historia y que demuestra la fuerza de voluntad y la audacia del Mariscal Presidente, que se retiraba de Lomas Valentinas para cumplir su promesa de pelear hasta quedarse sin soldados.

 

Capítulo III

De la reorganización de nuestro ejército después de Lomas Valentinas

 

     Había un santo capaz de sacar agua de las piedras; el Mariscal era lo mismo cuando se trataba de conseguir soldados. Porque nadie entiende cómo pudo reunir 10.000 hombres en su campamento de Azcurra, ni fundir cañones en Caacupé, ni agenciarse caballos, lanzas y monturas cuando todo el mundo creía que el Paraguay ya no daba para alimentar un solo cadete -porque la derrota de Lomas Valentinas había sido total y en parte Caxias tenía razón al declarar que la guerra estaba terminada porque nuestras Fuerzas Armadas lo estaban y Sarmiento tenía razón al decir que nos mataron todos los hombres mayores de diez años y los diplomáticos tenían razón al decir que la economía no podía dar un paso más. Todos tenían razón pero se equivocaban: cada día anunciaban que hoy se acaba la guerra pero la guerra continuaba; todavía nos quedaban hombres y armas para darle algún susto al Gobierno Provisorio, que no se sentía seguro en Asunción ni con toda la guardia brasilera que lo protegía porque, como siempre, la iniciativa de la guerra la teníamos nosotros. Aunque por ahora solamente hacíamos incursiones de pequeñas partidas, guerrillas, esperando el momento en que la opinión mundial se decidiera a intervenir a nuestro favor, en vez de mirar tranquilamente cuando tres grandulones abusaban cobardemente de un país más chico. El Mariscal, que tenía sus informantes en el extranjero, sabía perfectamente cómo andaban las cosas por allá; sabía que era como una carrera de resistencia, donde el que tiene paciencia llega hasta el fin. Por eso seguíamos peleando en contra del pesimismo, de las penurias y las fatigas que teníamos que ir venciendo día a día, porque la comida nos faltaba, y la atención médica también, y nuestros hombres se iban terminando todavía más rápidamente que la pólvora, que al fin y al cabo podíamos reponer. El único problema era la gente, en parte porque faltaba, en parte porque prefería desertar, o sencillamente hacerse la desentendida cuando se trataba de servir en el ejército.  Pero aquí es que, como le dije, el Mariscal sacaba agua de las piedras. Cuando le traían los papeles, las estadísticas que llamamos hoy, él sabía muy bien cómo leerlos. Allí, por ejemplo, le decían: esa compañía X nos puede dar solamente 60 hombres;el Mariscal, que para eso era un zorro, les decía que no, que la compañía tenía que mandarnos 100 soldados. Al principio parecía imposible; era como apretar una roca o exprimir una toalla completamente seca para sacarle el agua. Pero al cabo de un tiempo, se veía que el Mariscal tenía razón: cuando se les pedía 100 hombres con firmeza, ellos mandaban 100 hombres.

     No me pregunte usted cómo lo hacía...

 

 

     Eso sí, mientras él trabajaba, también nos hacía trabajar a nosotros; allá no se podía perder el tiempo. Y no le digo solamente por la disciplina militar, que por supuesto era y tenía que ser muy exigente, porque con los pocos que éramos frente al enemigo y con las pocas armas que teníamos se hacía necesario hacerlas rendir al máximo, y para eso se requiere la disciplina militar. Pero no crea tampoco que todo era montar a caballo y voces de mando, lo que se piensa a menudo del ejército. También nos instruíamos para ser personas cultas porque al Mariscal no le gustaban los oficiales pocos letrados. Siempre nos insistía en eso, y la única vez que le fallé fue con ese libro, El genio del cristianismo,que me hizo prometer que lo iba a leer algún día pero no he tenido tiempo y parece que ahora ya es tarde, pero que le vamos a hacer cuando uno no nace escritor como él, que se pasaba toda la siesta leyéndolo cuando estábamos en la Academia.

     Porque después de la Academia de Paso Pucú López no se sacó de la cabeza la idea de que teníamos que seguir estudiando para aprender lo que nos faltaba porque la guerra se nos vino encima demasiado rápido y entonces los oficiales tuvimos que ir formándonos en el camino, conste que bastante bien, pero siempre, se puede mejorar un poco más.

     Y le puedo decir que en Caacupé mejoramos bastante; de todo allí se hablaba... Recuerdo aquella vez que nos explicó, por ejemplo, por qué él no había querido darle al país una constitución a la muerte del señor Carlos A. López, ya que mucha gente le pedía la constitución esa (y entre ellos don Benigno y hasta parece que el padre Maíz, aunque claro que el padre no con mala intención, como hizo creer después el obispo Palacios). Nos explicó entonces el Mariscal en la Academia de Caacupé que él también era partidario de la democracia, pero que esas cosas requieren que el pueblo esté preparado porque o sino vienen los desórdenes como en el Uruguay y la Argentina, que se pasaban hablando de libertad y nada más que libertad pero en el fondo era puro anarquía... Y esta es una de las cosas que me quedó bien metida en la cabeza, porque después, cuando fui presidente de la República, en el 80, me dí cuenta de que la constitución no servía para nada y que estábamos mucho mejor en tiempo de los López, porque la constitución del 70 que le dicen fue un invento de los liberales que también aprovecharon la constitución para hacer trampa mientras que nosotros, que no habíamos hecho esa constitución de porquería, la respetábamos más porque era la ley y no había más remedio... Ahora están otra vez en el gobierno los liberales con su constitución y sus revoluciones de siempre, hasta que el pueblo se canse y nos vuelva a llamar a nosotros para que haya un poco más de orden... Siempre, es así. Critican a los militares pero cuando la cosa se pone fea tienen que recurrir a ellos, porque o si no no se puede vivir... Entonces tenía razón el Mariscal López para hacer un gobierno fuerte como el de su señor padre, ¡imagínese dónde estaría ahora el Paraguay si el liberalismo ya hubiese comenzado en 1860!

     También nos hablaba de estrategia en la Academia; nos decía que podíamos criticar todo lo que no nos guste, o sea la conducción de la guerra, y allí fue que tuve una discusión con un oficial joven, un mozo que dijo que en las campañas de Lomas Valentinas hicimos mal en dar varios combates separados, Ytôrôrô, Avay, Ita Ybaté; que lo que teníamos que haber hecho era juntarnos en un solo punto para pelear de una sola vez en vez de dispersarnos. Yo le pregunté si había estado en Avay y me dijo que no; entonces le dije que no podía hablar si no conocía, pero después nos hicimos muy amigos, tanto que ahora ya no le quiero dar el nombre. No más que el mozo era muy joven, por eso hablaba de una manera un poco impetuosa, y entonces al Mariscal le castigó que ande sin su espada por un mes porque había dicho que en vez de quedarnos en Lomas Valentinas bajo el fuego de las corazas brasileras, nos hubiésemos venido directamente a Las Cordilleras, donde estábamos seguros detrás de los cerros y lejos de los tiros de la escuadra y podíamos deshacerlos si nos querían atacar directamente porque teníamos el desfiladero de Azcurra controlado y los demás pasos, y entonces podíamos resistir todo el ejército enemigo y cualquier otro más durante años.

     Esto lo dijo de muy mala manera, por eso justamente lo recuerdo, y también porque allí se armó una discusión muy grande, porque Isidoro Resquín salió a decir que estábamos seguros contra el enemigo si ellos nos atacaban de frente, pero que en vez de hacer eso podían caernos por la retaguardia otra vez, como ya nos habían caído en Lomas Valentinas con el resultado que se sabe. Resquín fue muy pesimista: dijo que ahora la situación era peor, porque cuando Lomas Valentinas nosotros podíamos corrernos hacia el este, hacia Las Cordilleras, como nos corrimos, pero que desde Las Cordilleras donde estábamos ya no podíamos seguir retrocediendo si el general Portinho subía desde Encarnación hacia el norte para cortarnos la retirada por atrás.

     Allí todos nos quedamos muy preocupados; no habíamos pensado en eso. En realidad pensábamos que el enemigo, si atacaba, nos tenía que atacar de frente, o sea por nuestro centro, que era Azcurra, y por nuestra derecha que estaba al norte, por Altos.

     Pero ahora Resquín nos sale con una idea diferente y un dibujo así:

 

 

 

     La A por supuesto es Asunción, donde el conde d'Eu se preparaba para exterminarnos con el apoyo del Gobierno Provisorio, una verdadera vergüenza. Pero por ese lado era muy difícil, imposible atacarnos, porque Azcurra teníamos bien fortificado, y esa era la entrada de Las Cordilleras, por lo menos si uno quería ir a Caacupé y Piribebuy, nuestra tercera capital. Bueno, tengo que explicarle que había dos formas de llegar a Caacupé (C), que como usted ve, estaba entre Azcurra (a) y Piribebuy (P). La primera era el camino más corto: desde Asunción pasando por el desfiladero de Azcurra. La segunda era más larga, el camino que orillaba Las Cordilleras yendo hacia el sudeste, hasta Sapucai y Valenzuela, y desde allí torcía hacia el norte y el oeste para entrar a Caacupé por Piribebuy. (Esa especie de J del dibujo viene a ser Las Cordilleras nuestra muralla contra el enemigo). Lo que decía Resquín era justamente que el conde d'Eu podía hacer el camino más largo, forzar el paso de Sapucai, seguir hacia Valenzuela, y desde allí caer sobre Piribebuy, un punto que teníamos mal defendido. Al mismo tiempo -jeí Resquín- los argentinos podían venírsenos por el norte, por donde andaban moviéndose, para bajar desde Atyrá y Tobatí para cortarnos la retirada hacia el norte y el este ocupando el camino de Caraguatay. La cosa se completaba -según él- si el infeliz de Portinho cumplía la orden que se le dio de marchar hacia el norte desde la Encarnación, porque entonces era un ejército más que se nos venía encima y estábamos completamente rodeados... Estábamos perdidos, en una palabra, porque nuestra única fuerza era la posición; a esa altura ya no teníamos la posibilidad de enfrentarlos en batalla campal porque nos deshacían; entonces nos liquidaban si podían salirnos por la retaguardia porque entonces no podíamos ni retirarnos ni pelear.

     Eso era, decía Resquín, lo que los aliados tenían que hacer.

     Hubo un silencio terrible en la Academia; todos nos quedamos muy preocupados y hasta yo mismo, que soy una persona muy optimista...

     Hasta que el Mariscal le preguntó:

     -Resquín, ¿usted está tratando de ayudar a los negros?

     Allí nos matamos todos de risa, y tanto fue el enojo de Resquín que después tuvo que salir a hablar mal del Mariscal López, después, cuando los brasileros lo tomaron prisionero.

     Y entonces me pregunto yo una cosa: ¿para qué sirven las personas tan cultas? Porque los más letrados fueron los que peor se portaron; digo los que después terminaron hablando mal del Mariscal López. No solamente Silvestre Aveiro e Isidoro Resquín; esos no podían luego perjudicar tanto porque se les conocía bien, así que nadie podía creerles que lo que hicieron lo hicieron porque cumplían órdenes (como quisieron decir). No. También están esas personas como Juan Crisóstomo Centurión, él que se pudo ir en Europa gracias a los López, y que a la vuelta le dieron cargos; pero igual no más terminó diciendo muchas cosas en contra de nuestro Mariscal en sus Memorias,a pesar de que le debía tantos favores. Y eso que Centurión en el fondo no era malo; lo que pasa es que la lealtad escasea. Todos los que estuvieron con López dijeron después cosas muy feas para darle el gusto a la gente -o sea a unos pocos que le odiaban a López... También el padre Maíz, esto entre nosotros. Él le mandó una carta al conde d'Eu; allí le decía que hizo bien en matar a López porque López era un tirano, un vampiro -así mismo decía... también está esa carta que le mandó a don Juan E. O'Leary, donde le decía que la conspiración de San Fernando era puro cuento.

     No, lo que pasó con el padre Maíz es que le faltaba carácter; él no sabía resistir presiones. Porque del árbol caído todos hacen leña,como se dice, y después de la guerra era muy fácil hablar mal del Mariscal porque ya estaba muerto y nadie quería reconocerle entonces todo lo que había hecho por el país sacrificando todo lo que tenía para defenderlo. Había que tener entonces mucho coraje para ser lopizta, y fuimos unos pocos solamente los que nunca renegamos de nuestro jefe...

     Pero parece que en todas partes es igual: siempre se les echa la culpa a los militares después de la guerra, como se le echa la culpa al médico si la operación sale mal, porque la gente siempre necesita buscar un culpable. Aunque tampoco nadie está dispuesto a operarse con un panadero; todos saben que se necesita un profesional. Y lo mismo pasa con la guerra: todo el mundo sabe, en el fondo, que nosotros matamos solamente lo indispensable, que con los civiles a la cabeza viene a ser peor... allí tiene usted la Revolución Francesa que le llaman.

 

 

Capítulo IV

De nuestra retirada a Caraguatay y del heroico combate de

Acosta Ñú (16. VII. 69), donde los niños paraguayos lucharon como valientes

 

     Hay un refrán que dice piensa mal y acertarás, y conese refrán solía acertar Isidoro Resquín, que para mal pensado no tenía igual. Cierto que se equivocó cuando hizo de juez en San Fernando, debido a su malicia, pero esta vez en Caacupé dio en el clavo. Adivinó los pensamientos del enemigo, algo que para nosotros resultaba casi imposible, porque como decía el Mariscal, tenemos que saber lo que piensan esos macacos pero cómo hacerlo si no somos macacos.Porque el conde d'Eu, durante todo el tiempo que se pasó en Asunción (haraganeando un poco también), concibió su plan que se ajustaba bastante a lo que pensaba Resquín: (1) una parte del ejército aliado tenía que simular un asalto sobre Azcurra, atacando de veras si nos descuidábamos por ese lado; (2) los argentinos nos atacarían viniendo por el norte, por Altos/ Atyrá/Tobatí; (3) el mismísimo conde d'Eu, jefe de los negros, con más de 20.000 de esos, tomaría el camino más largo pero menos defendido para llegar a Caacupé (iría por Paraguarí, Sapucai y Valenzuela para caer sobre Piribebuy y desde allí marchar a Caacupé). Lo que se dice un movimiento envolvente; aunque el Portinho ese todavía no había cumplido lo que se le dijo (avanzar desde Encarnación), entre d'Eu y los argentinos eran suficientes para rodearnos y cortarnos la retirada con un ejército de las tres armas -incluyendo la artillería del comandante Mallet, que nos había estado tiroteando desde Tuyutí o antes, y le debo confesar que no le salía mal. Considerando que en Lomas Valentinas perdimos toda nuestra artillería; que los cañones que fundimos en Caacupé apuradamente no tiraban casi; que nos faltaban caballos y que teníamos casi menos hombres que animales, el plan estaba muy bien hecho. Yo supongo que Resquín tenía algo de macaco, como decía el Mariscal, por eso pudo imaginárselo... Sí, ya se dio cuenta de que no lo quiero, pero es que él también me hizo más de una faena, como la de azotarme a la pobre Juliana Insfrán a quien yo quería tanto...

     La maniobra que le cuento fue en agosto; hasta ese momento habíamos estado muy tranquilos, por lo menos en el Cuartel General. Cierto que en el resto del país los negros se movían un poco, pero siempre aprovechando los objetivos fáciles, los que podían conquistar sin bajas, porque para venírsenos encima pensaban dos veces. Nos molestaba un poco que usaran nuestro ferrocarril, eso es cierto, el que iba de Asunción hasta Paraguarí que en esa época funcionaba mejor que ahora, entonces les pusimos unas cuantas granadas de cañón en los rieles para darles un susto. Nos molestaba que anduviesen juntando gente en el campo para llevarla a la Asunción a hacer hurras al Gobierno Provisorio por una ración de galleta, entonces les dimos otro susto en Ybytymí, donde me encargué de correrlos a los que llevaban varias familias para la capital y de paso les quitamos un lindo botín; yo me quedé con las botas de un teniente que me vinieron muy bien aunque ya era general, ¡viera usted lo bien vestidos que andaban ellos! ¡Hasta el último recluta tenía su uniforme de paño, mientras que nuestros oficiales solían andar descalzos y hasta sin camisa!... Naturalmente, semi desnudos y todo les ganábamos, o por lo menos valíamos más que ellos... Sí, tiene razón, allá por mayo nos tomaron nuestra fundición de hierro de Ybycuí, tan importante para nuestra industria militar; con eso nos dieron un buen golpe, pero reconozca que no fue una acción gloriosa la del Coronado ese, el uruguayo bandido que tomó la fundición defendida por unos pocos hombres y después degolló al jefe, al comandante Insfrán y a sus oficiales... Militarmente vergonzosa, por eso no pensaba mencionársela... Más o menos como la toma de Concepción, que la tomaron porque los traidores les entregaron la plaza, y más o menos por ese estilo fue la conquista de los puntos sobre el Río Paraguay, al norte, como San Pedro y Rosario -eso con la intención de cortarnos nuestro aprovisionamiento de ganado, que lo traíamos principalmente de San Pedro y de Concepción- aunque también teníamos vacas que llegaban desde Villarrica y Las Misiones, sólo que ya un poquito más difícil... Nos querían dejar encerrados en la zona esa que le dicen Las Cordilleras, cortándonos las comunicaciones con el resto del país. Una operación que en principio tenía sentido, pero que no sabían ni podían hacer porque nuestras guerrillas los volvían locos. Ellos no conocían el terreno (todavía no conocían después de tanto tiempo de ocuparnos el país) pero nosotros sí. Y entonces a cada rato les dábamos sorpresas, y no podían terminar la guerra que, según Caxias, ya estaba terminada. Y entonces la gente de todo el mundo simpatizaba con nosotros, que peleábamos con lo poco que teníamos pero bien, mientras que ellos que controlaban todos los ríos y buena parte del país no podían controlarnos ni podían terminar la guerra ni nada...Sí, hay que reconocer que una parte del país la tenían controlada, incluso una parte bastante grande, pero ocurre no más que estaban lejos y entonces resulta que ojos que no ven corazón que no siente.

     Eso es lo que sentíamos nosotros.

     Lo que no sentíamos, porque al enemigo les teníamos un desprecio que no le puedo explicar, y cuando se lo desprecia no se le tiene miedo, y entonces uno se siente mejor. Y eso es lo que importa en la guerra: sentirse bien.Porque si se va a morir, no gana nada con sentirse mal, y si no se va a morir tampoco. Por eso el secreto del oficial consiste en divertir a la tropa como nos divertía el Mariscal López con sus reuniones y bailes, que a veces nos cansaban un poco, porque eran a cada rato, pero que a la larga mantenían la moral de nuestros hombres, que estaban dispuestos a seguir peleando para vencer o morir.

     Así estábamos nosotros para agosto del 69, cuando el conde d'Eu, de golpe, aparece sobre Piribebuy, allá por el 10, y le dice que se rinda, pero el comandante Pedro Caballero le contesta lo que contestaba siempre un oficial paraguayo cuando se le intimaba rendición, y entonces d'Eu ataca con sus 50 cañones y sus miles de negros, y terminan conquistando Piribebuy el 12, porque los defensores no llegaban a 2.000 y la posición era pésima: justo una depresión entre colinas era la ciudad y especial para ser bombardeada desde arriba como en realidad lo fue.

     Cuando terminaron el asalto, que les salió bien caro, el conde d'Eu hizo cerrar las puertas y ventanas del hospital donde estaban los heridos, como 600, y después le prendió fuego y después degolló al comandante Caballero y los oficiales superiores, y a partir de ese momento, el degüello de prisioneros era la moda de los negros, y por eso le dije que el conde ese tenía que tener alguna rencilla con nuestro Mariscal, una cuestión de cornudo, porque o sino no podía ser tan malo porque sí no más.

     También era ladrón, porque en Piribebuy (y en Itacurubí, que quedaba cerca) tomaron una cantidad de cosas de plata y oro que pertenecían a nuestra iglesia (además de profanar el templo); para disimular un poco, le pasaron un poquito al gobierno provisorio, y eso fue lo que Díaz de Bedoya fue a vender a Buenos Aires, dice que para conseguir dinero para el país que no tenían nada, pero como le conté Bedoya se embolsó el dinero y no volvió.

     Pero no era ladrón solamente por eso, sino porque también estaba robándose todo nuestro ganado, no digo ya el del Mariscal López, sino el de las estancias de la patria, y con eso comenzamos a sentir hambre de veras, porque se llevaban eso y las cosechas y no nos permitían seguir trabajando, y a las gentes del campo las evacuaban como querían ellos, así que la ocupación fue un verdadero desastre, no solamente porque lo que andaban robando y matando, sino porque no nos dejaban producir ni un grano de maíz... Esa fue la parte fea de la guerra, la que no se sabe: todo el daño que nos hicieron contra la producción civil, aunque la guerra era, según decían ellos, contra el Mariscal López y nada más... Contra López, seguramente, pero nos hicieron volar nuestra fundición de Ybycuí cuando ya no podía darnos más cañones, y la fábrica de azufre de Valenzuela, y todo lo que pueda producir cualquier cosa...

     Menos mal que aparte de ladrón era cobarde, porque o si no no hablaba usted con el general Caballero... Es que después de Piribebuy, que cayó el 12 y que queda a unas cuatro leguas de Caacupé, se pasó cobardeando en Piribebuy y recién ocupó Caacupé el 15, donde ya no había un alma, porque nos habíamos ido para Caraguatay... O sea que nos dio todo el tiempo de escapar en vez de atacarnos directamente o rodearnos ocupando los caminos alrededor de Caacupé uniéndose a los argentinos que tenían que venir del norte, según el plan que había maliciado Isidoro Resquín... En Caacupé siguió degollando prisioneros y todos los civiles que encontró, pero del ejército nada, porque López había salido para Caraguatay el día 13 a eso de las cinco de la tarde, después de haber rezado un solemne Te Deum por la gloria de los bravos que cayeron en Piribebuy matando enemigos por docenas cada uno de ellos.

     Él llegó primero porque marchaba a la cabeza, pero a mí me dieron la retaguardia, que en una retirada es más difícil, sobre todo que nuestra vanguardia marchó liviana porque nos dejaron el transporte del equipo a nosotros, una gran cantidad de carretas que se atascaban en el barro de los malos caminos, hasta que gracias a Dios -nos dijimos- vinimos a dar en el llano de Rubio o Acosta Ñú, también llamado Campo Grande, donde todo marchaba a pedir de boca -con excepción del temor de ser alcanzados por la caballería enemiga, que en un terreno así podía destrozarnos. Esta es una posibilidad que tenía prevista el Mariscal, a quien nunca se le escapaba ningún detalle. Él sabía que no podíamos enfrentarlos en campo abierto; sabía que nuestra única posibilidad de seguir resistiendo era conservar lo mejor que teníamos; por eso justamente fue que los veteranos y los hombres más robustos habían salido de Caacupé con poco equipaje el 13, para llegar en pocas horas a Caraguatay, al otro lado de un monte espeso que ellos no conocían y que controlábamos nosotros, vale decir a salvo. Precisamente el monte al cual estábamos por llegar, un poco demorados por nuestras carretas y la calidad de mis soldados, ya que a mí me dejó puras criaturas, los peores soldados -dejando de lado un grupo de tiradores con rifles de  retrocarga, de los pocos que teníamos en nuestro ejército, por las dudas. Una buena idea: si no no estaríamos hablando. Porque cuando íbamos acelerando la marcha por el Campo Grande, cuando nos faltaba poco para llegar a la selva de Caraguatay, cuando ya estábamos casi sobre el arroyo Yuquiry, comienzan a sonar los tiros de la negrada que se nos venía encima.

     Ese fue el momento más negro de mi vida: yo con 4.000 soldaditos de los que llevábamos para hacer número, para montar guardia en los campamentos porque para otra cosa no daban; 4.000 soldaditos armados de lanzas que les quedaban demasiado grandes, que tardaban media hora para cargar un fusil porque les faltaba fuerza para empujar la baqueta para abajo como se debe, con fusiles por lo demás a chispa y descalibrados -sin que yo tuviera caballería para protegerles los extremos ni artillería para frenar un poco al enemigo que para colmo se nos venía encima en varias columnas, aprovechando un poco la extensión del llano que daba para extenderse al máximo y evitar los fuegos de las pocas armas que teníamos.

     Cuatro contra veinte mil; así era la cosa...

     Lo más inteligente parecía salir corriendo, pero entonces nos alcanzaban más rápido. Además, tenía la misión del Mariscal Presidente de ganar tiempo;hacer que la batalla dure lo más posible para que la vanguardia pueda ponerse segura, porque allí estaban nuestros verdaderos soldados, los que no podíamos malgastar. Bueno, desde ese punto de vista, cumplí mi misión; el maestro O'Leary dice que yo era como el escudo de nuestro ejército en retirada, contra el cual se estrellaría todo el poder de la alianza. Caería despedazado, pero después de una resistencia digna del temple de su alma, cuando ya estuviese a salvo el Presidente de la República. Así mismo es, porque la resistencia que les hicimos a los negros la recuerdan hoy con orgullo los paraguayos, que cada año recuerdan en las escuelas la batalla de los niños mártires de Acosta Ñú, esos soldaditos que ahora sirven de ejemplo y guía a los niños de edad escolar en nuestro país y que en eso es el único; no conozco otro caso igual en la historia.

     Pero recuérdelo bien, Raúl Amarilla: ¡si pelearon como bravos fue gracias a mí! Porque al sentir los tiros quisieron salir corriendo, que hubiera sido todavía peor, y entonces con los veteranos tuvimos que darles unos gritos y chirlos para que sigan retrocediendo en orden; con mucho esfuerzo conseguimos formarlos para resistir de alguna forma la carga del enemigo que se nos venía encima. Finalmente se tranquilizan y disciplinan, y entonces les hacemos frente de este lado del arroyo Yuquyry, que en esa parte anda paralelo al Piribebuy (más hacia el este). Los negros tiran bombas, metralla, bala hueca, pero mis  muchachitos aguantan, yo me siento orgulloso como un maestro con niños aprovechados. Aguantan como los hombres grandes, mucho mejor que muchos de ellos; yo recorro las filas prometiéndoles naranjas y recreo a los mejores; ellos hacen lo posible para lucirse delante de su jefe -es que a mí los soldados me quisieron siempre. Así les vamos aguantando, les vamos peleando centímetro a centímetros el terreno, mientras el conde d'Eu se hace el arrojado de tanto en tanto -guaúnte que se expone- pero deja no más que la fusilería nos vaya exterminando de lejos, que ralee nuestras filas hasta que llegue el momento de lanzar la carga sin peligro.

     Una carga que viene, finalmente, con participación de la Legión Paraguaya y su jefe, el traidor Adolfo Saguier; nos arrollan porque tienen que arrollarnos, y entonces yo les digo a los chicos que no se apasionen y que se replieguen con orden detrás del puente, porque los nenes están como fascinados en la refriega, después de haberme hecho pucheros y llantos, y prefieren morir con tal de lucirse.

     Nos retiramos detrás del arroyo Yuquyry pero controlando bien el puente, que mis baqueanos controlan con sus rifles; ellos pueden pasar si quieren, pero saben que les puede costar muchísimo, y entonces se vuelven más prudentes, mientras nosotros volvemos a formar en una línea que viene a ser como perpendicular a nuestra primera posición.

     Del otro lado del Piribebuy tenemos unas cuantas carretas, y es allí donde decidimos hacer una última resistencia, porque a pesar del heroísmo que tenemos el enemigo nos está envolviendo; son demasiados para nosotros. Pero los negros, que estaban demasiado cerca de nosotros como para no oír nuestras órdenes, cargan justamente sobre ese punto; se nos vienen encima por la izquierda. Para decir verdad, se nos vienen encima de todos los lados, por eso solamente con mucha dificultad puedo cumplir la orden expresa del Mariscal López: que no me deje tomar prisionero.

     Creo que fue la ayuda de la Virgen Santísima la que me permitió cruzar el arroyo con cuatro veteranos y meterme en el bosque de Caraguatay, fuera del alcance de esos perros, que ahora se pasean, pasan y repasan nuestras líneas con su caballería, y viendo bien que se trata de criaturas aplastan con sus cascos a los heridos que lloran como criaturas que son, y después incendian la llanura para que mueran los que todavía no han muerto.

     Allí Maciel, uno de los baqueanos que me acompaña, tiene un ataque de rabia: quiere volver allí mismo a la batalla para matar por lo menos un brasilero, uno de los criminales que están asesinando niños como cobardes; trabajo nos cuesta convencerle de que el Mariscal nos necesita. Seguimos no más entonces, nos aguantamos la rabia de ver arder el campo como una fogata enorme donde se queman nuestras pobres criaturas por orden expresa del maldito conde d'Eu, ¡que por lo visto tenía órdenes expresas del Emperador de terminar con el país!

     Lo peor del caso es que había paraguayos por allí, colaborando con la masacre de niños paraguayos. Y entre ellos Saguier, que les hacía de baqueano, el que fue vicepresidente con Cándido Bareiro y que quiso asumir la presidencia cuando Bareiro murió en 1880. ¡Qué esperanza! Nosotros no podíamos permitir que un traidor llegase tan alto; por eso le hicimos decir que el ejército lo esperaba para presentarle sus respetos, y cuando el tipo se nos puso delante le hicimos decir que quedaba arrestado y que la presidencia del Paraguay quedaba en las manos del general Bernardino Caballero. Una travesura que después aprovecharon mis enemigos para criticarme, y en parte con razón, porque violaba un poco la constitución, pero fue la única vez que hice eso y además en el fondo no me arrepiento, porque la ley no está para amparar a los miserables y hay leyes divinas que están por encima de los decretos de los mortales, como me contó O'Leary.

     Esa colaboración de los propios compatriotas es lo que nos entristecía un poco cuando cruzábamos la selva de Caraguatay, selva por lo demás llena de tigres, que con los muertos que les ponía a tiro la guerra habían tomado la costumbre de comer cristianos, y eso nos hacía el camino todavía un poquito más largo y más penoso, así que llegar a Caraguatay, dejando atrás a los brasileros y los tigres, fue como nacer de nuevo. Dormimos todo un día, y después fui a presentarme al campamento del Mariscal, que quedaba a una jornada del pueblo, en Gazory.

     Yo llegué por la noche; lo sorprendí en su tienda de campaña. Parecía contrariado, y en un momento creí que me pediría explicaciones por haber vuelto con cuatro hombres, es decir, por haberle liquidado hasta ese punto la mitad del ejército -porque nuestra partida constituía exactamente la mitad de lo que teníamos.

     Pero no fue así.

     Allí sacó tres copas para tomar un vino que le gustaba mucho a él y a mí también, una cosa mucho mejor que el champagne que no me gustaba para nada y le daba ocasión a la Madama Lynch a reírse de mí, diciendo que los paraguayos no apreciaban las bebidas finas. Pienso que esta vez, que estaba tan amable, se decidió por el vino, reparando en la cara que yo ponía cada vez que tomaba su champagne seco por compromiso, deseando que nuestro parque de bebidas caiga en posesión del enemigo para liberarme de una vez. (Pero no; en eso la reserva paraguaya era inagotable).

     -Con su perdón de usted, Excelencia, la señorita es demasiado joven para beber alcohol.

     En ciertas cosas soy muy estricto.

     -Como lo diga usted, general Caballero...

     ... general de división -completó María de la Cruz.

     ¡Pensé que era una broma pero iba en serio; me habían ascendido de general de brigada a general de división! Creo que ningún ascenso me emocionó tanto, no sabría decirle por qué.

     Y esos eran los gestos que tenía López con nosotros.

     Podía ser muy duro, muy exigente, pero también nos hacía gauchadas de estas, y esas eran las cosas que nos hacían seguirle hasta la muerte como le seguimos todos.

 

Capítulo V

De nuestro paso por San Estanislao (23/30. VIII. 69) y en Curuguaty

(cuarta capital del Paraguay) y de las cosas que nos pasaban

 

     Como le iba diciendo, el Mariscal salió de Caacupé el 13 de agosto, cuando el conde d'Eu estaba en Piribebuy; cuando el conde llegó a Caacupé, el 15, nuestro jefe ya estaba en Caraguatay (mejor dicho en Gazory, en las afueras; allí tenía su campamento). El conde d'Eu llegó a Caraguatay el 18; el 19 López ya estaba en camino para San Estanislao, donde nos quedamos una semana, y ocurrieron...

     ¡Ah!, gracias por recordármelo, o sino no se lo decía... se ve que usted conoce bastante la historia, que no se puede seguir sin contarle la historia del comandante Hermosa, para que no quede incompleta.

     El comandante Hermosa es el que dejó el Mariscal en Gaaguy yurú,o sea la boca del monte, el de Caraguatay, el que estaba entre la ciudad aquella y la llanura de Acosta Ñú. Allí quedó el comandante en una trinchera defendida por unos 1.000 hombres, para parar a toda la negrada, que eran más de 20.000. Él también había quedado un poco de carnada, como carnada éramos nosotros, los que peleamos en Acosta Ñú; también peleó como un bravo el comandante, pero contra tantos enemigos no hubo caso, tuvieron que vencerlo y allí se pusieron a degollarlo a él con sus oficiales. Típico del conde d'Eu. En el fondo, el bandido ese nos estaba ayudando, porque en aquel momento hubo quienes decían que la guerra ya no tenía sentido, que pensaban transar con el enemigo; pero la forma en que trataban a los rendidos, en que violaban a las mujeres que encontraban, en que quemaban hospitales les hizo ver que del enemigo no podían esperar nada, y entonces prefirieron seguir acompañando al Mariscal López... Uno se rinde cuando tiene algo que ganar, pero cuando gana que le corten la garganta no gana nada, y entonces prefiere seguir peleando por su patria, y en especial por la superstición aquella de cierta gente de pueblo, que piensa que el que  muere degollado no puede entrar al cielo -una tontería si quiere, pero que les asustaba en serio... Después de Caaguy yurú el conde d'Eu nos mandó una comunicación oficial, diciendo que si el ejército paraguayo no se rendía inmediatamente, todos iban a ser degollados a partir de sargento para arriba el día que los agarren. Una amenaza vergonzosa que rechazamos como debíamos rechazar, sabiendo que no podían cumplirla por más ganas que tuvieran, porque íbamos a morir matando y no como reses.

     Creo que Caaguy yurú fue el 18 de agosto, no recuerdo bien... pero fue un poco antes de nuestra salida para San Estanislao, eso sí. Salimos con el enemigo en los talones, aunque sin demasiadas ganas de alcanzarnos, porque al llegar al arroyo Mbutuy, Ignacio Genes les salió al paso; ellos dicen que nos ganaron, pero el caso es que de Mbutuy y del arroyo Hondo (que quedan cerca de San Estanislao), los tipos volvieron grupas hacia Caraguatay y que allí se quedaron, dice que preparando un nuevo ataque. Y eso no se lo discuto, que preparaban su ataque, el asunto es cuánto tiempo les llevaba y por qué; sin miedo podía ser mucho más rápido...

     Bueno, antes de llegar a San Estanislao acampamos en una gran estancia, propiedad del difunto don Benigno López, y allí encontramos una gran cantidad de yerba, para levantar el espíritu de la tropa, porque la yerba hace olvidar el hambre. En Santaní estuvimos del 23 al 30 de agosto, después seguimos hacia el este, hacia Curuguaty, donde el Mariscal había mandado al vice presidente Sánchez para presidente, porque esa fue la cuarta capital de la República, así por lo menos había decidido el Mariscal, hasta que los enemigos se le pusieron cerca o sea al sur, en el Potrero Capiivary. Centurión dice que el Mariscal pensaba terminar la guerra en Curuguaty; yo no sé... Pero si eso pensaba tuvo que cambiar después de idea porque el enemigo se nos venía acercando demasiado, y era un mal ejemplo para los que querían conspirar como Venancio López. Entonces seguimos para el norte, hacia Ygatimí, donde estuvimos el mes de noviembre, y el mes de diciembre lo pasamos por Panadero, para salir después hacia la Cordillera de Amambay, que la cruzamos, marchamos por el territorio que nos robaron los brasileros; allí hicimos una larga marcha hacia el norte, donde volvimos a cruzar la cordillera para marchar hacia el oeste, hacia Cerro Corá, donde nos quedamos hasta marzo del 70... Esa fue entonces nuestra marcha: de Curuguaty a San Estanislao; de San Estanislao a Curuguaty; de Curuguaty a Ygatimí; de Ygatimí a Panadero y de Panadero a Cerro Corá.

     La gente se pregunta a veces por qué Cerro Corá; eso tiene su explicación: resulta que el general Cámara, por mandato de d'Eu, había ocupado la parte norte,Concepción y San Pedro, para cortarnos las provisiones... Usted sabe que en esa época había caminos que iban desde la ciudad de Concepción y otras del norte hasta Curuguaty, y por allí recibíamos los animales que necesitábamos... Bueno, cuando el salvaje ese comenzó a robarnos ganado, tuvimos que buscar otro camino, digamos indirecto, fuera del control de los negros. Y ese camino fue precisamente la picada que el Mariscal López mandó hacer por el norte del departamento de Concepción, que iba por la picada Yatebó a Cerro Corá, de allí seguía por la picada Chirigüelo hacia el Brasil, torcía hacia el sur y llegaba a Curuguaty pasando y repasando la cordillera de Amambay. Ese camino se mandó hacer en el mes de octubre; era desde luego nuestro camino de aprovisionamiento, y por eso el Mariscal decidió retirarse hacia el norte cuando comenzaron a apretarlo por el sur.

     Porque resulta que el conde d'Eu, ahora se puede saber, pensó que nos habíamos escapado del todo cuando llegamos a San Estanislao después de correrlos en Mbutuy; les llevábamos ventaja y, según dice, no tenía provisiones para perseguirnos con su ejército -le faltaban caballos, animales de tiro, carne y todo lo demás. Entonces el conde ese, que se había quedado todo el tiempo en Caraguatay, decidió mudarse a Rosario (sobre el Río Paraguay), para establecer allí su centro de operaciones y planear una maniobra por el norte, por el sur y por el flanco.

     Por el norte estaba Cámara, encargado de devastar esos departamentos de por allá. Por el sur estaban Resin y Portinho; Portinho es el que había venido desde la Encarnación y que después lo frenamos sobre el Río Tebicuary, donde lo recogió la flota para llevarlo hasta Asunción. Bueno, desde Asunción se fue hacia Villarrica, para violar mujeres y tomar una ciudad sin guarnición seria. Resin se fue a San Joaquín y llegó a Yhu, donde había unas cuantas destinadas que puso en libertad con bombos y platillos. Estos dos, Resin y Portinho, y creo que otros más, tenían que facilitar las maniobras de d'Eu, que pensaba venir a San Estanislao desde Rosario, para agarrarnos allí.

     Pero el conde se atrasó un poquito, porque llegó a San Estanislao a mediados de octubre, cuando nosotros estábamos saliendo de Curuguaty; de San Estanislao marchó hacia el este, con la idea de juntarse con otros negros en el Potrero Capiivary, al sur de Curuguaty, y desde allí seguimos hacia el norte. Una maniobra bien pensada pero retrasada, porque d'Eu entró en Curuguaty en la segunda semana de diciembre, cuando de nosotros ya no quedaban ni rastros, y después de pasarse unos días se dio cuenta de que no podía seguirnos, porque sus soldados no estaban hechos para las marchas por la selva que hacíamos nosotros, caminando día y noche, alimentándonos de frutas y raíces, ayudados un poco porque éramos menos que ellos, y una partida chica se mueve con mayor facilidad que un ejército grande con artillería pesada y el resto. Así que después de haberse quedado una temporadita por allí, d'Eu tuvo que volver adonde había venido en enero, cuando nosotros ya andábamos del otro lado de la Cordillera de Amambay, rumbo a Cerro Corá. 

Para esa altura de la guerra, todo el mundo se preguntaba si era cierto que los brasileros y sus amigos querían destruir de veras el Paraguay. Porque con nosotros, con el ejército, no querían problemas; se pasaban no más violando y saqueando y arreando la gente como ganado para llevarla a Asunción para hacer manifestaciones a favor del Gobierno Provisorio o las trasladaban de un lado para otro para que no puedan comunicarse con nosotros pero tratando siempre de prolongar la guerra hasta donde podían, para tener un pretexto para seguir ocupando el país y haciendo de las suyas. Los países civilizados comenzaban a cansarse, y el Emperador recibía protestas y presiones de todas partes, diciéndole que se deje de ser asesino sin motivo.

     Nosotros andábamos descalzos y sin pólvora, comíamos cuando se podía comer y también moríamos de sufrimientos, pero ya nos estábamos acostumbrando y podíamos seguir como diez años más en ese tipo de vida, porque del monte no nos sacaba nadie; lo conocíamos demasiado bien como para que pudieran encontrarnos; mientras tanto hacíamos la guerrilla, que para nosotros era lo más fácil.

     Todo lo tenía previsto el Mariscal López.

     El problema fueron los traidores.

     Los traidores comenzaron como miembros de la Legión Paraguaya, ocupando el país con sus enemigos; sirvieron de guías y de baqueanos porque no conocían el camino los aliados, les daban informaciones confidenciales. Y la traición llegó al colmo cuando uno de los que hizo la picada hacia Cerro Corá, el mayor Angelo Céspedes, se pasó al enemigo y le contó el camino que pensábamos seguir en nuestra retirada hacia el norte.

 

Capítulo VI

De cómo me convierto en el sucesor de López (designado por él)

 

     Aunque el Mariscal tenía también otros oficiales valientes y de confianza, yo era su favorito; no podía pasarse un sólo momento sin recibirme en su carpa, y con eso aumentaban los celos de la Lynch que, como toda mujer, se habrá pensado que hablábamos de mujeres o cualquier cosa de esas. Pero nuestras conversaciones eran muy diferentes: secretos de estado, por ejemplo, que ahora se los puedo repetir. Entre ellos Urquiza, ese que se portó tan mal. Porque como usted debe saber, Urquiza y Mitre eran perros y gatos, y más de una vez se enfrentaron con sus respectivos ejércitos. Bueno, en esas peleas, el Paraguay era más bien aliado de Urquiza, o por lo menos enemigo de Buenos Aires. Por eso llegaron a ser compadres López y Urquiza; por eso el entrerriano ese desgraciado le prometió ayuda contra Mitre en caso de guerra. Y sin embargo, como ha visto, vino la guerra y Urquiza se hizo el tonto. También se quejaba de los correntinos, que tenían firmado un tratado con el Paraguay contra Buenos Aires, pero que no colaboraron como debían cuando pasamos por Corrientes con nuestro ejército. También los informantes en la Argentina, que no entendían absolutamente nada de política, y entonces nos equivocábamos al tratar con el enemigo, creyendo a cada paso que Mitre con su gobierno estaban por caer pero no caían, y que la crisis económica era demasiado fuerte para el emperador del Brasil, y que los ingleses le tenían que hacer la guerra por el asunto Christie y mucho más... ¡No le cuento todo lo que me dijo de Cándido Bareiro, que en vez de mandarle desde Europa los encorazados que le había pedido, se comió la plata en diversiones! Pero no lo ponga, Raúl, porque el hombre ya está muerto, y también porque lo consideran uno de los iniciadores del Partido Colorado, que en realidad lo fundé yo, pero que lo asocian con Bareiro porque fuimos amigos por la fuerza... Es que después de la guerra no había nadie, y tuvimos que aceptar a gente como él, que volvió de Europa muy campante... También le aceptamos que ponga de vice presidente a Saguier, ese legionario, pero cuando murió Bareiro tuvimos que pararle el carro al vice, que quería llegar a presidente; entonces ocupé provisoriamente el puesto de Bareiro, a pedido popular...

     Pero como le dije, mucha discreción; le conté lo de Bareiro para mostrarle cómo al Mariscal nadie lo comprendía, ni siquiera la gente de su propia familia; eso él solía contarme:

     -Siempre me consideraron un extraño; era mi propia familia que me tenía envidia y en especial mis hermanos porque mientras ellos disipaban vergonzosamente su juventud en las frivolidades típicas de la edad yo era un hombre concentrado y estudioso; mejor dicho un niño, porque desde mi adolescencia me preparé a gobernar, encargándome de los asuntos de mi padre, y fue precisamente por eso que mi señor padre se decidió a nombrarme su digno sucesor, porque me sabía responsable y dotado de una lucidez rara entre la gente joven.

     A los dieciocho años ya tenía sobre mis espaldas toda la carga del gobierno; era ya el principal colaborador de mi padre. Todo el día y buena parte de la noche me los pasaba leyendo, trabajando, despachando la numerosa correspondencia oficial, atendiendo los mil asuntos del gobierno. No tenía maestros y tuve que improvisarme gobernante y después soldado; más que soldado, generalísimo antes de los veinte; una responsabilidad tan grande incidió decisivamente en el carácter, hasta el punto de adquirir un aire un poco grave para mis años; un aire que no era de arrogancia sino de responsabilidad. Mas no lo comprendieron así mis hermanos, que me llamaban «mi general» en vez de Francisco. Hasta mi propia madre, que me quería tanto, comenzó a burlarse de mi decidida vocación militar por la mala influencia de los hermanos -ella que se había puesto tan contenta cuando me nombraron comandante en jefe siendo tan joven.

     Se sentía muy solo; creo que justamente por eso fue acercándose a nosotros, a los Caballero, éramos la familia que le faltaba. Una vez me dijo que su verdadero hermano era yo; creo que tenía razón, porque yo solamente podía asistirle en todo y hasta «velar su sueño», como dice O'Leary, porque el pobre lo necesitaba porque de noche daba grandes gritos y una madrugada se despertó diciéndome que trajese mucho jabón y lejía para lavar su tienda de campaña, que la había soñado como sucia de sangre.

     Todo por culpa de los traidores -los sobresaltos, digo.

     Porque las conspiraciones no habían terminado en San Fernando, sino que seguían persiguiéndolo por donde sentaba su campamento, y habían estallado de una manera muy fea en San Estanislao, pocos días después de haberse malogrado nuestro ejército en Acosta Ñú, golpe del que parecía imposible reponerse.

     La cosa se pilló cuando nuestros hombres agarraron tres espías, dos hombres y una mujer Astorga, que venían enviados por el conde d'Eu para arreglar una conspiración contra la vida del Mariscal Presidente. Los hombres se escaparon pero la Astorga no; a ella sí que pudimos interrogarla y confesó que estaba complotada con un oficial de la escolta presidencial, un tal Aquino, con quien la careamos y tuvo que terminar contando toda la verdad.

     -Y bien, Aquino -le dijo López- con que me ha querido matar.

     -Sí, señor, por varios motivos le he querido matar; ya hemos perdido nuestra patria y si aún seguimos hasta aquí debe comprender que es solo para acompañar a su persona y sin embargo, de día en día, Ud. continúa siendo más tirano.

     -¡Ah!, con que eso es así... pero no ha tenido suerte.

     -Verdad, señor, V. E. nos ganó la delantera, pero no ha de faltar otro que tenga mejor suerte y logre matarlo.

     Así mismo, como lo cuenta Centurión...

     Como había otros conspiradores en la escolta, o sea en el batallón riflero y losregimientos acacarayá yacaverá, yomismo me encargué de rodear la cuadra donde estaban esos, cerca de la residencia de S. E. y de hacerles dejar las armas y salir con las manos en alto para poderse parar a los culpables para interrogarlos; de allí resultó que la conspiración era muy grave, por la cantidad de personas comprometidas dentro de la propia escolta del presidente, por lo que también se castigó a su jefe, el coronel Mongelós, que lo habían ascendido hacía poco tiempo y que pagaba ese honor así.

     -V. E. sabe que no soy culpable -le pidió Mongelós- ¡no puede fusilarme por la espalda!

     No lo fusilaron por la espalda porque no era un traidor, y por su falta no más lo fusilaron de frente, porque no se puede permitir que los oficiales permitan que sus subordinados anden por su cabeza, sobre todo en tiempos difíciles como eran aquellos, donde sin disciplina nos perdíamos enseguida. Porque las cosas habían llegado demasiado lejos culpa de la irresponsabilidad de Mongelós que no se ocupaba de sus soldados como debía; imagínese que ese teniente Casco, también de la escolta, le llegó a maldecir al Mariscal, a su propio generalísimo en público, delante mío y de todos: le dijo que había un Dios y que dentro de poco tendría que rendirle cuentas y que llegaría en Su presencia con una maldición de obispo sobre la cabeza y con una maldición de hombre decente, porque también le maldecía aquel teniente; él le decía que iría a Quiritó para contarle lo que hacía López en la tierra, para pedirle que no le deje más dormir con su mala conciencia, que le haga morir de mala muerte de lanza brasilera y de bala enemiga por la espalda, muerte de militar malo y cobarde...

     El mismo Mariscal dirigió las ejecuciones, que fueron en un bajo que queda atrás de su residencia, que era en un edificio que llamaban el colegio. Pero no lo hacía por saña, sino para demostrar que la traición no llevaba a nada, y que los que quieran pasarse al enemigo van a tener el castigo que se merecen y que no hay excepción. No era gusto sino por obligación; a él más que nadie le dolía hacer estas cosas y en especial en San Estanislao, porque esperaba luego un poco más de reconocimiento y le pagaban mal; por eso se fue después derechito a la iglesia, donde se pasó rezando varias horas para pedirle a Dios fuerza hasta el último (me lo contó después).

     Esto es muy importante que lo ponga, porque el desgraciado de Miguel Macías salió a decir que los procedimientos de San Estanislao los dirigía yo pero fue López. Y no por saña, como le dije, sino por dar el ejemplo, y para dar el ejemplo fue también que después de haberlos castigado a los que se merecían nos hizo formar militarmente y nos dijo que en caso de emergencia yo me quedaba como su reemplazante y que tenían que obedecerme lo mismo que a él. Y allí mismo también les dio los premios a los que merecían.

     Pero ya era demasiado tarde porque los traidores siguieron traicionando y en Curuguaty fue la misma cosa. En Curuguaty llegamos la mitad de setiembre, y allí nos acampamos en el Arroyo Tandey, fuera del pueblo. La ciudad había sido declarada capital, por eso rejuntaron el ganado de los alrededores y habían preparado los cultivos así que cuando llegamos nos dimos el gusto -después de esa salida de San Estanislao donde pasamos tantas privaciones por el hambre. Es que se habían esforzado para recibirnos bien, la gente parecían muy contentos y de verdad que estaban, porque los revoltosos no eran los que estaban en Curuguaty sino los que venían en nuestro propio ejército; esos no se habían cansado de conspirar y seguir conspirando desde San Fernando.

     La oportunidad fue que en el mes de setiembre el enemigo llegó a ese desfiladero de Hurucaty, como a 80 kilómetros al sur de San Estanislao, y desde allí tomo San Joaquín y después Yhu, en parte para cortarnos la retirada por el sur, como quería d'Eu y también en parte para tomarnos nuestros presos políticos, incluso las destinadas a Yhu,como les decíamos, donde estaban muchas señoras de buena familia pero traidoras, como la madre del joven O'Leary, que tiene la grandeza de ánimo para olvidar esos rencores del pasado... No es que cambió de bando porque le pagaron (antes era antilopizta por influencia de la madre) sino por convicción, pero la familia de él son unos indecentes: dijeron que le habían sobornado... Y de mí dijeron cosas peores: dijeron que ese Pestanha, el contador del ejército brasilero, me pasaba un cheque pero por supuesto que no en la cara, porque a eso no se animan, son unos cobardes... Ellos son de los que se alegraron cuando el enemigo se nos iba acercando; se alegraron como el propio Venancio López.

     Porque Venancio López, aprovechando la ocasión, le mandó una carta al jefe brasilero, contándole exactamente cuántos éramos y lo mal que estábamos en hombres, armas y provisiones; le decía que mandara no más una pequeña partida para tomarnos el campamento y terminar con el Mariscal. ¡El propio hermano! Y la traición se hizo con ayuda de Marcó, que se encargó de hacer llegar la carta al brasilero.

     En el momento no se supo nada pero después llegó el 16 de octubre, aniversario de la asunción presidencial, y entonces hacen un gran festejo en Curuguaty, y allí es que una señora, en el banquete, le dice al Mariscal que había visto a Venancio y que Venancio gozaba de muy buena salud.Eso quería decir que lo trataban demasiado bien; el Mariscal lo entendió enseguida. Tenía que estar peor, porque desde Azcurra lo tenían prisionero, y el encargado de cuidarlo era Marcó, pero, como eran muy amigos, Marcó lo dejaba andar a sus anchas en vez de tenerlo preso como le había ordenado el Mariscal... No sé que habrá pasado en Azcurra, francamente, no tiene nada que ver con San Fernando, porque esa vuelta a Venancio no lo castigaron porque confesó voluntariamente su participación en la conjura, y entonces se le perdonó todo. Porque en realidad ese Venancio no había sido tan malo entonces, más bien se había dejado manejar por su hermano Benigno.

     Pero ahora la cosa era muy diferente...

     Así que el Mariscal tomó cartas en el asunto y vio que Venancio nunca guardó el arresto como se había mandado, y entonces lo hizo apresar a él y también a Marcó. Una medida disciplinaria, nada más, porque hasta el momento no sospechaba nada. Pero Venancio, que tenía la conciencia intranquila, pensó que lo apresaban porque se había descubierto su traición, y allí le mandó decir a su hermano que le mande a una persona de confianza para confesar porque pensaba confesarlo todo. Quiso salvarse haciendo lo que había hecho en San Fernando, pero esa vuelta no le iba a valer. Porque le mandaron la persona y allí contó el complot para asesinar al Mariscal López, que es lo que andaban planeando. O sea envenenarlo con una chipa envenenada que iba a preparar la propia madre de S. E., doña Juana Pabla, con la complicidad de las hijas Inocenciay Rafaela y también de Bernarda Barrios, la esposa de Marcó, del médico Castillo y de otros más que después fueron apareciendo.

     Esto lo puso muy triste al Mariscal, no porque tuviera miedo a la muerte sino por el golpe moral: lástima demasiado saber que te traicionan las personasde más confianza, aquellas que te deben más, aquellas que uno tiene necesidad de querer como la madre y los hermanos. Pero tampoco podía perdonarlos; esa gente combinada con el enemigo quería perdernos a todos, así que tenía que proceder para salvarse y también para salvar a la Nación.

     Como la situación era muy grave, reunió un consejo de notables donde estaban Isidoro Resquín, Silvestre Aveiro, el vice presidente Sánchez, Luis Caminos, José Falcón, el padre Maíz y otros. Entonces les va preguntando, uno a uno, qué es lo que se puede hacer con su señora madre, y el primero en hablar es el vice presidente:

     -Lo que V. E. haga estará bien hecho.

     -¡Ah!, señor Sánchez, me ha tirado usted por tablas -le dijo el Mariscal, porque lo que necesitaba eran consejos.

     Después habló Caminos y le dijo que lo mejor era perdonar a doña Juana Pabla porque los deberes de familia eran sagrados y no se la podía castigar aunque fuera culpable, y todos eran de la misma idea; hasta el padre Maíz, que citó los mandamientos y dijo que tenían que absolverla. Sólo Silvestre Aveiro estaba en contra; él dijo que, de todos modos, tenían que enjuiciarla para conocer la verdad, no precisamente para fusilarla, y así fue que comenzaron la investigación que la dirigió el mismísimo Silvestre Aveiro. Por eso que después, cuando lo tomaron prisionero los brasileros, el jefe brasilero le dijo que tenía un pedido especialísimo de la Señora Presidenta de fusilarlo allí mismo donde lo encontrase; lamentablemente no fue así porque entonces Aveiro no hubiese dicho una cantidad de cosas en contra del hombre que lo había favorecido tanto.

     Con el proceso de doña Juana Pabla se hizo mucho lío; los brasileros después dijeron que la tenían condenada a muerte a ella con sus hijas Inocencia y Rafaela, y que tenían que lancearlas el primero de marzo, y que no las mataron solamente porque llegaron ellos al campamento, justo a tiempo. Pero no pasan de ser puras mentiras, y es una lástima que la propia señora haya desconocido a su hijo frente a los brasileros, que haya dicho cosas que los otros pudieron utilizar para su propaganda de que el propio Nerón...

     Sí, también está esa historia de la Pancha Garmendia.

     Esa la conozco bien porque fui testigo, y le puedo contar la pura verdad, en vez de los cuentos que andan repitiendo por ahí para desacreditarlo...

     Para comenzar, le voy a decir que la Garmendia estaba presa desde San Fernando, que estaba metida hasta el cuello en la conspiración de San Fernando pero el Mariscal le perdonó la vida porque era mujer y también porque había estado enamorado de ella... En esto lo comprendo perfectamente; cuesta tomar medidas contra una mujer joven y linda, sobre todo linda, porque Francisca Garmendia era la más hermosa del Paraguay; cualquiera que la conoció puede decirle eso, y yo también, y eso que la conocí en el campamento, cuando andaba ya medio andrajosa, pero se notaba que no era cualquiera, ¡lo que habrá sido en sus buenos tiempos, cuando López estaba tan enamorado de ella que le escribía versos y aguantó que ella le diera cuatro bifes, aunque era tan orgulloso! Pero a la Garmendia le aguantaba cualquier cosa, hasta que hablara pestes de él con un periodista extranjero, ese Varela.

 

Si alguna vez alcanzara

a coronarme de rey.

Mandaría que por ley

por reina te proclamaran;

diamantes, perlas y oro,

tú eres mi único tesoro,

en quien mi esperanza fundo,

pues, en lo que encierra el mundo

tú eres el ángel que adoro.

 

Así era la poesía que el Mariscal le mandó y que tiró al basurero la desgraciada, después de mostrársela a todo el mundo diciendo que no valía nada, y que ni con poesías ni con plata iba a cederle ella un palmo.

     Pero él no era rencoroso; a pesar de todo, y cuando se destapó la conspiración de San Fernando la hizo perdonar. Claro que la tenía vigilada, pero no permitió que se le toque un pelo durante todo el tiempo que anduvo bajo arresto, y allí puede ser que se haya equivocado un poco siendo tan bueno, porque a la tipa se le subieron los humos. (No es por criticar a mi jefe, pero con las mujeres de esa clase hay que ser duro).

     Pero todo tiene su límite, usted sabe, y el límite llegó cuando la mujer esa se puso a conspirar contra el Mariscal López con la esposa de Marcó, Bernarda Barrios. La Garmendia cayó porque sus cómplices la delataron: el asunto me lo conozco muy bien.

     Una tarde que estaba con el Mariscal López, yo con otros oficiales, vimos que un sargento la conducía al interrogatorio; ellos pasaron frente a nuestra tienda. Y entonces el Mariscal le dijo que se acerque; le dijo delante de nosotros que quería una confesión sincera,y que en ese caso le daba su palabra de honor, poniéndonos a nosotros por testigos, de que no le harían nada los jueces. Ella, muy ladina, le dijo con un tonito de mujer astuta que siempre era sincera, así que no tendría que molestarse interrogándola, porque de veras era inocente -se lo decía ahora también delante de nosotros, todo con un tonito de mujer pizpireta. Entonces el Mariscal se puso nervioso; le contestó secamente que él no era el juez; que había tribunales y que en los tribunales tenía que declarar sinceramente, no en su Mayoría. Para probarle que decía la verdad le dijo al sargento que la suelte y que no la manden al arresto con las demás conspiradoras; encima la hizo cenar en la Mayoría, con todos nosotros. Ella que siempre se consideró tan fina comió con unos modales atroces; repitió dos veces la comida y pidió una tercera vuelta que no se la pudieron dar porque no había, y la Lynch dijo algo en inglés que no entendía pero parecía algo como brutal.Para la sobremesa quedamos solamente la Garmendia, López y yo. Allí le repitió que quería su confesión sincera y ella le repitió que no tenía nada que confesar; después se fue a dormir la Garmendia y el Mariscal me dijo que le estaba dando su última oportunidad, porque sabía bien que era culpable pero de todos modos pensaba perdonarla, siempre y cuando denunciara a los demás. Por eso fue que los jueces de la causa, al día siguiente, actuaban con instrucciones de no labrar el acta del interrogatorio si ella negaba todo; no anotaron nada en el acta pero le dijeron que se le daba tiempo para que pensara bien en la mejor manera de declarar la verdad. Así por lo menos ocurrió en el primer interrogatorio, donde ella negó como San Pedro y también el segundo, donde volvió a decir que era inocente, que no sabía nada, etc. Pero la tercera vuelta la enfrentaron con Bernarda Barrios, y esa mujer le dijo delante de los jueces todas y cada una de las veces que conspiraron juntas: le dio los detalles hasta el último punto, y entonces la Garmendia, que se vio descubierta y sin remedio, tuvo que confesarlo todo y suplicó clemencia al Mariscal.

     Él le contestó que ya no se podía porque había desperdiciado su oportunidad y que ahora el proceso seguiría su curso normalmente; estaba muy enojado porque habían dudado de su palabra de honor -por desconfiada fue que la Garmendia quiso defenderse mintiendo hasta que la pillaron.

     Esta es la verdadera historia de Francisca Garmendia, que quieren presentar ahora como la mártir del Paraguay, solamente porque era joven y linda y López se enamoróde ella y le aguantó más de lo que debía aguantar hasta que llego el momento de aplicarle la ley como a los demás.

     Pero lo que más le dolió fue la deserción del coronel Delvalle. Ese Delvalle era un tipo que yo lo tenía calado desde el primer momento; yo tenía mis dudas pero nunca dije nada porque era un hombre muy instruido y respetaba la cultura el Mariscal. Por eso le confió una misión de importancia: le dio la retaguardia en Panadero mientras proseguíamos hacia el norte. Pero apenas se vio libre el comandante Delvalle decidió desertar, él con su partida, y le mandó una carta que seguramente se la escribió el presbítero Román, el de los tribunales de San Fernando, otro traidor de la partida, y le decían en la carta que somos instruidos de que V. E. sigue aún adelantando su marcha y que sobre todo vemos que la continuación del presente estado de cosas servirá más bien para el duro aniquilamiento de nuestra nación, bajo el yugo de una voluntad arbitraria y caprichosa sin esperanza de ningún otro resultado más que un prolongado padecimiento de aquellos que aún se encuentran bajo los pies de V. E.: nosotros convencidos de que nuestro deber de patriotismo ya no nos obliga más a sacrificios, renunciamos formalmente a seguir causando victimas en la huella de V. E. (y víctimas antropófagas), pues el patriotismo es un sentimiento que Dios aprueba cuando no es extremado, ni opuesto al derecho de gentes. Esto le escribieron cuando más necesitaba el Mariscal su apoyo, pero tampoco se salvaron Delvalle y sus cómplices aunque quisieron desertar porque cuando los agarró el enemigo los exterminó a sable y lanza de cualquier manera, aunque pensaban entregarse.

     ¡Ojalá hubiera sido siempre así con todos los traidores!

     En especial con el traidor Céspedes, el mismo que hizo el camino a Cerro Cora y le informó a Cámara de lo que pensábamos hacer y por eso pudo sorprendernos ese macaco, porque desde el mes de diciembre del 69 ya sabía perfectamente bien para adonde íbamos y nos estaba esperando... Pero tuvimos poca suerte y demasiados traidores, y eso justamente decidió las derrotas que no debíamos tener.

 

 

Capítulo VII

De nuestra marcha desde Panadero hasta Cerro Corá,

incluyendo el famoso combate

del primero de marzo de mil ochocientos setenta

 

     Sobre Cerro Corá cayeron los macacos dirigidos por Cámara el primero de marzo de 1870, fecha de luto y de gloria para las armas nacionales, y de pura vergüenza para las brasileras, porque no tiene gracia caerle por sorpresa a un ejército que ni siquiera era eso, como el nuestro, y para colmo sorpresa mediante la intervención de los traidores paraguayos de los que se servían los aliados en contra de las reglas de la guerra civilizada, como lo había dicho el Mariscal más de una vez. Para colmo mataron al pobre vice presidente Sánchez, un anciano venerable al que se le vinieron encima entre muchos después de insultarlo groseramente, y aunque un oficial argentino quiso interponerse, lo atravesaron de un lanzazo. Y algo parecido pasó con el general Aguiar, ese bravo oficial que había quedado rengo desde Tuyutí: aunque no podía valerse, lo degollaron entre varios. Y no le quiero ya contar más cosas, porque me da náuseas...

     A Cerro Corá llegamos al comienzo de enero del 70, después de una larga marcha donde cruzamos y recruzamos la Cordillera de Amambay, como el general Aníbal, según me explicaba el Mariscal, que a pesar de todo se sentía muy orgulloso de su ejército, porque lo que habíamos hecho nosotros no lo hace cualquiera; creo que en realidad no lo hace nadie, que somos el primer país del mundo que peleó como peleamos nosotros, mandando las mujeres y los niños al combate para enfrentar con palos y con piedras a la caballería bien montada y a los cañones krupp y los rifles de aguja.

     Ese es nuestro orgullo.

     O sea que el Mariscal tenía razón, después de todo, él veía más lejos, aunque en su momento las personas ignorantes o traidoras se preguntaron para quétodo eso; desertaban o protestaban buscando la mejor ocasión de meterse en el monte... Conste que nunca llegué a eso, pero le digo que hay que ser bien hombre para soportar lo que soportamos nosotros; hasta los más leales al Mariscal y a la guerra por momentos nos sentíamos deprimidos frente a tantos problemas. Nos poníamos nerviosos y a veces nos peleábamos de balde entre nosotros; ahora nos parecen tonterías, pero cuando se está todo el tiempo mirándose la cara con los demás y se tiene tanto pensamiento es difícil no perder la tranquilidad de tanto en tanto.

     ¡Si hasta al mismo Mariscal le ocurría eso!

     No voy a olvidar esa vez en que se le escaparon los prisioneros a Centurión: un sacerdote y otro de alta traición que le habían entregado para custodiar pero que se le escaparon mientras dormía la guardia. El asunto empeoró culpa de Resquín, que le contó al Mariscal primero y a su manera, entonces cuando Centurión se presentó ante el jefe le dijo que lo lleven a fusilar a la guardia y se lo llevaron entre cuatro al monte cuando salió una voz, la voz de la Madama Lynch para pedir por él y por eso lo perdonaron y por suerte, porque el Mariscal hubiera lamentado mucho castigarlo de balde después, y todo por culpa de Resquín que lo predispuso.

     Entonces también había estos problemas, digo la tristeza, el mal carácter, y en parte tenía que ser por enfermedades y por hambre, porque al final carneábamos de tanto en tanto porque ya no nos mandaban animales de Concepción (nos habían cortado totalmente); cuando carneábamos era una vaca para 500 hombres, con el cuero y todo, y el cuero lo hacían hervir durante varias horas y entonces se convierte en una especie de tocino que se puede comer pero el único problema es que ya no teníamos tiempo, y entonces echábamos el cuero sobre las brasas del apuro del hambre y se convertía en una suela de zapato quemada que nos descomponía el estómago en vez de alimentar.

     Esto ya comenzó en Panadero o quizás antes; Panadero era el último punto antes de cruzar la Cordillera de Amambay, y de Panadero salimos hacia fines de diciembre, dejando como 800 en un hospital porque no podían más, y el resto también estaba bastante flojo, por eso tiene más mérito nuestra marcha a través de la Cordillera que cruzamos dos veces, y a través de la selva cerrada que teníamos que ir abriendo a golpes de sable, y a través de los ríos como el Amambay; ríos de corriente rápida que cruzábamos con puentes que hacíamos sacando fuerzas vaya a saber de dónde, porque el estómago sin comer no ayuda para nada pero igual no más encontrábamos la fuerza a fuerza de disciplina y trabajábamos con buen humor a pesar de todos los pesadores... A pesar de que llovía permanentemente; llovía todo el tiempo durante el mes de enero que tardamos para llegar hasta la altura de Punta Porá; cuando llegamos por allí, nuestro ejército tenía más o menos 1.000 hombres, aunque un mes atrás en Panadero éramos 5.000. También las residentas se morían, esas pobres mujeres que nos seguían con sus niños, y no le voy a decir las personas ancianas, porque ya no resistían las marchas aunque se hacían por la noche. De noche resultaba más fresco, porque ese mes de enero fue un infierno, pero también de noche se perdían en el monte, y ya no podíamos volver atrás para recogerlos. También se perdían cuando salían para recoger frutas del monte; uno se pierde fácilmente, y encima sin encontrar la fruta. Porque aunque parezca desde lejos muy lindo, ese monte del Amambay no tiene casi nada; ni plantas ni animales, con excepción del tigre que nos seguía los pasos, porque en la ruta íbamos dejando cadáveres y ellos le tomaban el gusto a nuestra carne.

     Esa fue nuestra marcha de Panadero a Cerro Corá.

     En Cerro Corá comenzamos a sentirnos mejor, porque ese era un descampado sobre el Río Aquidabán donde había la pesca, cerrado por montañas y por bosques, con un acceso por el este, la picada Chirigüelo, y con la picada Yatebó para comunicar con el oeste; después de tanto monte el lugar nos resultaba agradable, aunque la situación era para preocuparse, con el Cámara que se nos había anticipado marchando hacia el norte, hasta más allá del Río Apa (dice que para evitar nuestra fuga a Bolivia pero no hacía falta), y desde allí se había dividido en dos columnas: una con el Bentos Martins para entrarnos por el lado de Punta Porá, por la picada Chirigüelo; la otra que comandaba el mismo Cámara, que tenía que volver hacia el sur y de allí dirigirse hacia el este, para llegar a nuestro campamento por la picada Yatebó.

     Por suerte no lo sabíamos porque no nos iba a servir de nada preocuparnos de balde siendo que lo que queríamos era morir con dignidad por la patria como morimos todos; para eso no hace falta tanto cálculo de por dónde podrá venir el enemigo y cómo y con cuántos caballos y cañones y etcétera, quiero decir ese tipo de cálculo que se pasaban haciendo los oficiales brasileros que se decían de carrera pero no adelantaban un paso a pesar de todo ese lío, mientras que nosotros íbamos más lejos a nuestra manera y dábamos en el blanco con los cañones aunque los ingleses se quejaban de que no usábamos la mira pero reconocían también que no errábamos un tiro con nuestras armas viejas; armas viejas que de cualquier manera extrañábamos en Cerro Corá, pensando que de nuestros 400 cañones de 1864 nos habían quedado apenas cuatro; recordando además que nuestro poderoso ejército de 50.000 hombres, terror de Río Grande y la Argentina, había quedado en menos de 500 adolescentes. 

     ¡Pero con eso teníamos de sobra!

     Eso nos bastaba para el triunfo moral que alcanzamos sobre nuestros tres enemigos, como dice Centurión que le quiero leer aquí, porque nuestro ejército no fue derrotado sino totalmente exterminado, y aquellos, en realidad, ¡no conquistaron sino una tumba! Por eso Cerro Corá vivirá eternamente, porque su recuerdo, ligado como está a una de las páginas más brillantes de la historia americana, se ha de conservar al través de los tiempos, sirviendo a las generaciones futuras para inspirarse en los momentos supremos.

     Así mismo, joven.

     Ahora todo el mundo se inspira en nosotros, en la guerra, aunque al principio o sea al fin de la guerra no querían ni oír hablar de nosotros, para que vea lo que son las cosas... hasta los que un tiempo nos criticaron diciendo que somos todos brutos los militares tienen que reconocernos ahora; porque sin héroes no tienen tema para sus poesías y discursos...

     Claro que a nosotros también nos inspiraba el Mariscal, quiero decir en el heroísmo. Porque para fines de febrero la moral comenzaba a fallarnos (justo cuando más la necesitábamos), aunque no por falta de moral sino por hambre, que era terrible, y por eso justamente fue que el Mariscal me envió a buscar el ganado al Brasil, porque en Cerro León faltaba y nuestras gentes parecían esqueletos, ¡un espanto! Entonces el Mariscal nos reunió al ejército, allá por el 25 de febrero; él sentado contándonos chistes sobre los brasileros que nos mataban de risa, porque siempre era así; el Mariscal tenía una elocuencia increíble; podía hacerlo reír o llorar con un discurso en cualquier momento. Pero también fue serio; después de ridiculizar a los negros nos dijo que era injusto decir como se había dicho que él pensaba fugarse hacia Bolivia; todo lo contrario. Porque había dicho muchas veces que iba a morir con las armas en la mano y su juramento era de veras; si no podía triunfar tenía que morir. Nosotros entonces comenzamos con los hurras a la Patria; le prometimos allí mismo, una vez más, pelear hasta el último soldado; le juramos que no nos íbamos a correr ahora, para hacer un papel ridículo de cobardes después de haber sido tan valientes durante cinco años; no valía la pena. Él, para recompensarnos, nos dio una condecoración, la Medalla de Amambay,que nos llenó de orgullo a los jefes y oficiales, aunque no tuvimos tiempo de lucirla porque ya no quedó tiempo para hacerla, porque lo que le estoy diciendo fue para el 25 o el 26 de febrero, y los negros se nos echaron encima el primero de marzo.

     Porque ese día, a eso de las siete de la mañana, vienen unas mujeres corriendo para decirnos que el enemigo había tomado Tacuaras, que era nuestro puesto de avanzada, que quedaba como a una legua del paso del Aquidabán, el paso para el camino que nos llevaba hacia Villa Concepción pasando por la picada Yatebó. Entonces el Mariscal manda unos bomberos para informarse, pero antes de que ellos puedan volver con noticias del enemigo, se escuchan ya tiros de cañón en el paso del Aquidabán, que estaba como a 1.000 metros del Cuartel General, y entonces López le dice a Centurión que vaya a ver lo que pasaba, y Centurión vuelve a la carrera diciendo que se vienen los negros y el Mariscal, a caballo, dice: ¡A las armas todos!

     Deben ser unos 100 los que consiguen reunir allí, hombres del batallón riflero y el escuadrón escolta, que salen al encuentro de la caballería brasilera que ya viene bajando hacia el Cuartel General por el camino del Aquidabán; los nuestros tratan de acercarse para luchar con arma blanca, pero los otros prefieren aprovechar sus rifles, tirando de lejos, y así es que Centurión, que manda la partida, cae de su caballo que le mataron y él mismo con una bala en la quijada que le llevó los dientes; allí comienza el sálvese quien pueda...

     Son seis hombres detrás del Mariscal López, perseguido también por el cabo Chico Diabo que le acierta en el vientre con su lanza mientras un otro negro consigue darle un tajo sobre la sien derecha porque el comandante brasilero había dicho ¡cien libras para quien mate a López! Así que le persiguen y rodean cuando llegan dos servidores fieles, ese Argüello y Chamorro, y el Mariscal les grita:

     -¡Acaben con esos diablos de macacos!

     El Mariscal está lleno de sangre y de rabia cuando llega Silvestre Aveiro para decirle sígame señor y casiya no puede reconocerle por las heridas que tiene pero sí al final y entonces se van los dos, López y Aveiro, por el caminito que va al Aquidabán, mientras los soldados del Mariscal sablean a los seis macacos y finalmente caen malheridos.

     Aveiro está demasiado débil para abrirle camino con el sable, aunque el sable es filoso. Por eso se demoran un poco, y cuando llegan al río cae Aveiro por la barranca y encima el Mariscal con su caballo pero sin herirlo. El Mariscal tiene el vientre abierto por la lanza brasilera que se le llena del agua sucia del Aquidabán-Nigüi; quiere levantarse pero no puede ser por su herida ni puede levantarlo tampoco del arroyo Silvestre Aveiro, porque le resulta muy pesado. Hasta que llega Ibarra con Cabrera y entre los tres lo ayudan; lo levantan del agua, le hacen cruzar hasta la otra orilla pero le queda alta y no puede subirla, y entonces les pide que vayan a buscar un punto donde la orilla sea más baja; mientras tanto el Mariscal se sienta en una palma atravesada en el agua y el cobarde Cabrera se va a buscar refuerzos según dijo pero salió  corriendo y abandonó a su jefe el Mariscal, a quien sacaron vivo del arroyo los brasileros que llegaron después con el general Cámara para intimarle rendición. Vivo fue la última vez que se lo vio allí en el Aquidabán; lo vieron Silvestre Aveiro y una mujer. Pero después ya está la autopsia brasilera donde figura un tiro por la espalda que recibió después (nadie sabe cuándo) porque la balaesa no tenía cuando llegó al Aquidabán ni cuando lo tomaron a la fuerza cuatro o cinco soldados quitándole su espadín con que quería defenderse porque para pelear ya estaba demasiado débil y entre todos era fácil hasta para un cobarde. 

Murió como había prometido morir, peleando hasta el último, pero el Cámara ese que lo mató a traición dejó que los soldados le faltaran al respeto cuando ya estaba muerto; que hicieran indecencias con el cuerpo. Después le dijo a la Señora Presidenta que lo tenían que enterrar, y la mujer entonces estaba por acompañarlo pero le dijo la hija que no era ni hermano ni hijo, que no debía llorar por la muerte de un hombre así. Eso le dijo la misma López que esa noche se acostaba con Cámara, como para extremar todavía más las desgracias del hombre. Mucho peor todavía que el Gobierno Provisorio, que sacó su decreto que el desnaturalizado paraguayo Francisco Solano López queda fuera de la ley y es expulsado para siempre de la tierra paraguaya como asesino de su patria y enemigo de la raza humana.

     Y por supuesto que el Gobierno Provisorio se alegraron mucho cuando vino la noticia en Asunción el 5 de marzo, y el periódico ese La Regeneración sacó un número gratis para comunicar la «buena noticia» dice que; según ellos allí murió el tirano y desde entonces habría libertad en el país y gracias ¡nada menos que a los mismos brasileros!

     Pero todavía no es nada, mi amigo. Porque también organizaron una fiesta en Asunción para burlarse del Mariscal Presidente y le llevaron serenata al Río Branco, a Silva Paranhos, que a él no lo critico porque al fin y al cabo es brasilero, así que tenía que aceptar, pero para los propios paraguayos viene a ser un escándalo. Y la Iglesia también, porque organizaron un Te Deum, que como dice Fidel Maíz un sacrilegio, porque no se puede luego agradecer la muerte de nadie. Un Te Deum y en la propia Catedral de la Asunción, lindos cristianos...

     Pero yo sé que López en el fondo se reía, porque nos había dicho muy bien en Cerro Corá:

     Pero vendrán otras generaciones. Y ellas nos harán justicia, proclamando la grandeza de nuestro sacrificio. En quien más se cebarán será yo. Seré puesto fuera de la ley de Dios y de los hombres, me maldecirán bajo el peso de montañas de ignominias... pero también llegará mi día, a pesar de todo, y surgiré de los abismos de la calumnia para llegar a ser lo que debo ser en las páginas de la Historia.

 

 

 

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CABALLERO - Novela de GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ

Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1987.

 

 

 

 

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