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JESÚS RUIZ NESTOSA

  LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (VII) - Lo que valen nuestros pueblos - Por JESÚS RUIZ NESTOSA - Domingo, 21 de Mayo de 2017


LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (VII) - Lo que valen nuestros pueblos - Por JESÚS RUIZ NESTOSA - Domingo, 21 de Mayo de 2017

LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (VII)

«Lo que valen nuestros pueblos»

 

Por JESÚS RUIZ NESTOSA

 

 

jesus.ruiznestosa@gmail.com

El tratado que firmaron en Madrid en 1750 España y Portugal fue visto favorablemente en ambas cortes como el fin de un largo conflicto; sin embargo, las cosas eran muy diferentes en América. España cedía por ese tratado un vasto territorio en el que se encontraban siete reducciones jesuíticas, cuyos habitantes tendrían que abandonarlas. Ante esta disposición, y lo breve del plazo impuesto para cumplirla, el clima de tensión en los pueblos misioneros fue creciendo.



Serie de edificios de viviendas, en un fragmento del plano del Pueblo de la Candelaria.  El plano de este pueblo, que fue la capital de las reducciones jesuíticas guaraníes hasta la expulsión de la Compañía de Jesús, fue pintado con acuarela y tinta en papel verjurado y lleva en los márgenes decoración vegetal, leyenda en el ángulo supurior izquierdo con claves numéricas y cartela flanqueada por ángeles en el ángulo superior derecho con texto en guaraní y en castellano.

 

 

El padre provincial de los jesuitas de la provincia del Paraguay, José Barreda, previendo ya que el enfrentamiento armado entre los ejércitos de Portugal y España, por un lado, y el de los guaraníes por el otro, era inminente, se dirigió al marqués de Valdelirios, enviado por el rey de España para verificar que el tratado de límites de 1750 fuera cumplido fielmente. En dicha carta, fechada en Córdoba el 19 de junio de 1753, le «suplica que suspenda las disposiciones de guerra contra los indios de las misiones» (1).

Los jesuitas no se niegan a abandonar los territorios cedidos por la corona española a la de Portugal, pero consideran que el tiempo que les conceden para realizar ese abandono es muy corto: seis meses. Los misioneros consideran que, debido al tamaño y a la población de los siete pueblos que se deben abandonar, son necesarios por lo menos dos años.

Se refiere el padre Barreda al sentimiento que existe entre los indígenas de que «es ficción de los padres y no voluntad de su rey el quitarles sus tierras que han poseído 130 años, cuyo derecho le tienen confirmado su soberano por repetidas cédulas, y que en ellas han fabricado unos pueblos que no son, domo dicen, aldeas, sino que exceden en sus fábricas a las más de las ciudades de estas provincias; en sus casas cubiertas de teja y resguardadas de corredores de piedra para poder andar por ellos en tiempo de lluvias sin mojarse; y que son tan magníficas sus iglesias que la que menos tiene de costo en sus alhajas, llegará a diez mil pesos fuera de la de San Miguel, que trabajaron por diez años diariamente de 80 a 100 hombres, cuya fábrica toda de piedra y se valuaría, cuando menos, en doscientos mil pesos fuertes. A esto añaden el tierno recuerdo de sus yerbales, que han aseado y gastado en su prolijo cultivo más de treinta años por ser fruto de la continuada [palabra que no se entiende] de mañana y tarde, y cuyo valor en sus siete pueblos pasa de un millón de pesos» (2).

Siguiendo la descripción que hace la carta de las construcciones de aquellos pueblos, hoy día se pueden ver las casas de los indígenas, construidas de piedra, y los corredores «de piedra para poder andar por ellos en tiempo de lluvias sin mojarse», en lo que queda del pueblo de Trinidad, y, muy poco, en el de Jesús. La carta en cuestión adquiere interés no sólo por el llamado angustioso que hace al representante del rey de España para detener una guerra que se ve próxima, sino también porque contiene alusiones a la forma de vida y a la economía de estos pueblos reduccionales.

Refiriéndose siempre a los inconvenientes con los que tropiezan para convencer a los indígenas de que abandonen sus pueblos, dice el autor de la carta: «También vuelven los ojos [los indígenas] a sus sementeras y algodón, fruto de que hacen sus hilados y de ellos sus tejidos para la ropa interior y exterior de que se visten grandes y pequeños, viudas y huérfanos, y cuyo valor en los siete pueblos no es inferior al de los yerbales» (3).

Por último, se hace mención al ganado que poseían: «Últimamente hacen presente que salieron de sus pueblos dejando en sus estancias más de un millón de ganados de ovejas, vacas, caballos y mulas de que se servían, con que mantienen sus vidas y las de sus familias, y casi todos los pueblos de Uruguay y Paraná, que de aquí surtían y reemplazaban el ganado de sus estancias para que no se les acabase del todo por no ser estas por su pequeñez y calidad capaces de multiplicarse de que necesitan para su sustento y servicio y trasladar estos ganados a otras tierras, es para ellos empresa imposible» (4).

Teniendo en cuenta estas dificultades, el padre Barreda pide que se comprenda lo que significa trasladar este ganado a lugares distantes de más de cien leguas, y que se requieren para ello no pocos meses sino años «con muy dobladas fatigas», y sigue diciendo: «A estos tenaces pensamientos se han opuesto los padres previniéndoles que los ganados que no pudieren sacarse los pagará el rey, como lo tenía ofrecido, a que responden que ellos no se han de mantener, ni con las promesas, ni con los dineros, sino con las carnes de sus ganados, que así aun que se les pague en doblones de oro no tendrán donde comprar con ellos lo necesario para su sustento, y entre tanto perecerían de hambre en los desiertos a donde los padres los quieren sacar desterrados» (5).

Coincidiendo con bastante exactitud con lo dicho por los propios indígenas en la carta que enviaron al gobernador de Buenos Aires, a quien tenían como representante del rey en estas tierras, se dice: «Últimamente claman unas voces con tristes gemidos y otras con rabioso furor; preguntan a los padres qué delitos han cometido contra su rey y señor para un castigo digno de los más traidores vasallos. A este fin hacen muy tierna memoria de la cédula de 28 de diciembre de 1723 años, en que se dignó S.M. Felipe Quinto de gloriosa memoria, darle por grato de sus servicios (como de otras que mandó el gobernador de Buenos Aires, don Bruno Zabala se les hiciesen saber con público pregón) y de las que tienen muy presentes sus palabras» (6).

En momentos de paz, o bien en aquellos otros en los que la Corona necesitó de los ejércitos que tenían los guaraníes, se hicieron promesas que años después resultarían muy difíciles de mantener. En la vida de las Cortes de Europa la realidad era una, pero en la vida de las poblaciones indígenas América era otra muy distinta.

Notas

1. Leg. 1457,43. Archivo de España de la Compañía de Jesús en Alcalá de Henares 

2. Ibdm.

3. Ibdm.

4. Ibdm.

5. Ibdm.

6. Ibdm.

 

 

 

Fuente: Suplemento Cultural de ABC Color - Página 3

Domingo, 21 de Mayo de 2017

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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