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JESÚS RUIZ NESTOSA

  LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (XXI) - Si vinieses, tendremos guerra - Por JESÚS RUIZ NESTOSA - Domingo, 03 de Setiembre de 2017


LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (XXI) - Si vinieses, tendremos guerra - Por JESÚS RUIZ NESTOSA - Domingo, 03 de Setiembre de 2017

LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (XXI)

«Si vinieses, tendremos guerra»

 

Por JESÚS RUIZ NESTOSA

 

 

jesus.ruiznestosa@gmail.com


En medio de los conflictos desencadenados en el Nuevo Mundo como consecuencia del Tratado de 1750 entre España y Portugal, hacia 1753, nos dice este artículo, «el juego de civilizaciones se ha invertido. Ahora son los indígenas, a quienes durante mucho tiempo se les negó la posibilidad de tener un alma, quienes exigen actuar de acuerdo a principios lógicos. Los europeos, que eran tenidos como quienes llevaban la civilización occidental a las nuevas tierras, son los que actúan de manera incoherente» .

Los indígenas de los siete pueblos que deben ser evacuados quieren explicaciones racionales que ni los españoles ni los portugueses les pueden dar. El juego de civilizaciones se ha invertido. Ahora son los indígenas, a quienes durante mucho tiempo se les negó la posibilidad de tener un alma, quienes exigen actuar de acuerdo a principios lógicos. Los europeos, que eran tenidos como quienes llevaban la civilización occidental a las nuevas tierras, son los que actúan de manera incoherente. Desde el punto de vista del indígena, que vivía en una situación más o menos edénica, sin países ni fronteras claras más que unas vagas divisiones entre virreinatos, ya que todos ellos respondían a un mismo monarca, tenía que resultar imposible entender lo que significaba un tratado firmado entre dos monarquías. ¿Qué podía significar para ellos que estos territorios pertenecían un día a un rey y mañana pasaran a ser propiedad de otro? 

En la carta aludida en el artículo anterior («Besamos tu carta todos los indios», Suplemento Cultural de Abc Color, domingo 20 de agosto, 2017), escrita por los indígenas del pueblo de Santo Ángel y dirigida al gobernador de Buenos Aires, José Andonaeguy, el 18 de agosto de 1753, exponían ellos claramente sus argumentos para negarse a abandonar su pueblo en el que habían puesto tanto trabajo con sus casas y su iglesia de piedra. Pedían explicaciones y sólo recibían respuestas vagas, imprecisas; ninguna de ellas respondía a la pregunta de por qué el rey de España, que les había enviado cartas asegurándoles protección, cambiaba de manera radical de opinión.

La primera parte de esa carta se puede consultar en el artículo referido («La guerra de los guaraníes, XX: Besamos tu carta todos los indios»). En esa carta se hace alusión al gobernador Miguel Salcedo, quien, en 1736, les comunicó la intención del rey de protegerlos, cuidarlos y asegurarles esas tierras para que pudieran vivir en paz en ellas.

«Después de don Miguel –dice textualmente la carta– nos hizo saber tan buena nueva; tú, aunque eres su sucesor gobernador, en vano ahora nos envías tu nueva tan mala y difícil, ¿por qué confías en tus cañones y artillería? En buena hora tráela siendo en la que tu grandemente confías, lo dices muy bien en vano a nosotros. ¿Por qué pues das siete hermosos pueblos en paga de la Colonia que es uno y pobre pueblo?» (1). Una de las explicaciones dadas en la región, e incluso en España y Portugal, es que Fernando VI cedía esos quinientos mil kilómetros cuadrados de territorio a cambio de que los portugueses abandonaran la Colonia de Sacramento (hoy conocida simplemente como Colonia) en la costa uruguaya del Río de la Plata. Por las descripciones que se encuentran en los documentos de la época no se trataba de un sitio muy próspero y más bien era un sitio donde hacían muy buenos negocios los contrabandistas. De este comercio ilegal vivía casi toda la población ya que según el padre Cardiel, no se veía allí sementeras ni cría de ganado. De allí que los indígenas de Santo Ángel mostraran su decepción al ver que su hermoso pueblo era cambiado por otro que carecía de atractivo y valor.

«Su valor –dicen los indígenas refiriéndose a la Colonia Sacramento– no es suficiente paga, ni de un solo pueblo nuestro. Por tanto no temeremos de el mal que nos quieres hacer, aunque traigas tus cañones no temeremos. Dios nuestro señor solamente siendo nosotros unos pobres indios nos ayudará mucho y el Santo Ángel también, será nuestro ayudador y protector» (2).

A medida que transcurren los cinco folios que tiene la carta, de letra impecable, muy pequeña y apretada, de trazos perfectamente dibujados, la agresividad de los indígenas va en aumento. Así, de aquello del comienzo de que «todos los indios besamos tu carta» pasaron a desafiarle a que venga con sus cañones, que ellos están dispuestos a hacerle frente.

«Quizá Dios nuestro señor –dicen más adelante– te pondrá en nuestras manos. Nosotros no tenemos cuidado por los españoles. No hemos errado ni echo mal a los de Montevideo, ni a los de Buenos Aires, ni de Santa Fe, ni a los de las Corrientes, ni Paraguay, cuanto más ni a los portugueses. No hemos errado cosa alguna ni deseamos ni cuidamos de español alguno. Estamos solo en nuestro pueblo donde estamos bien. Por eso si vinieses tendremos guerra. Esto queremos nosotros si tú vienes y nosotros solo nos animaremos y nos mandaremos contra ti hasta vencerte. Esto solo puedes saber» (3).

De las palabras agresivas, los indígenas de Santo Ángel pasan al desafío abierto. Con esto quedan cerradas las puertas a toda posible conversación para llegar a un acuerdo pacífico y satisfactorio para las dos partes. Los nativos quizá no comprendan muy claramente cómo es posible que a través de la firma de unos papeles se decida sobre la vida y los bienes de gente que ninguno de los dos reyes, ni el de España ni el de Portugal, ha visto ni habrá de ver en toda su vida. El tono de las cartas y las órdenes para abandonar aquellos siete pueblos son perfectamente claros y comprensibles para los indígenas. O bien salen pacíficamente, perdiendo todos sus bienes, e incluso muchos su propia vida, o bien se quedan y resisten por las armas la agresión portuguesa que no tardará en llegar.

«Sabemos ya señor que has de venir –dice la carta en su párrafo final–. No se falta alguno que te haya de temer. En llegando tu Dios cuidará de nosotros pobres indios. Dios sólo es siempre en quien confiamos grandemente. A Dios sí que tememos más que a ti, siendo Él el dueño de nuestras vidas. Lo que tú harás no es cosa, te decimos señor gobernador, que Dios te guarde y te dé salud. San Ángel y julio 20 de 1753, años» (4).

A manera de posdata se lee: «Porque no nos conviene que con la mudanza quedemos pobres y afligidos de balde ni que nos perdamos en valor por esos campos, por los ríos y agua y por esos montes y así decimos que aquí sólo queremos morir todos si Dios quiere acabar nuestras mujeres y nuestros hijos pequeños juntamente. Esta es la tierra donde nacimos y criamos y nos bautizamos y así aquí sólo gustamos de morir. Ese sólo es nuestro pensamiento y Dios, señor gobernador te conceda siempre buena salud. Esto es lo que dicen los caciques y todo el Cabildo» (5).

Notas 

1. Legajo 120, 35 b, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.

2. Ibdm.

3. Ibdm.

4. Ibdm.

5. Ibdm.


 

Fuente: Suplemento Cultural de ABC Color - Página 3

Domingo, 03 de Setiembre de 2017

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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