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JESÚS RUIZ NESTOSA

  LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (XXXI) - «Aquello era un nido de espías portugueses» - Domingo, 17 de Diciembre de 2017


LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (XXXI) - «Aquello era un nido de espías portugueses» - Domingo, 17 de Diciembre de 2017

 LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (XXXI)

«Aquello era un nido de espías portugueses»

 

Por JESÚS RUIZ NESTOSA

 

 

jesus.ruiznestosa@gmail.com

El acuerdo que se firmó entre Portugal y España el 16 de enero de 1750, por el cual este reino cedía a la corona de Lisboa unos quinientos mil kilómetros cuadrados de territorio en Suramérica, no solo fue el detonante de una guerra entre indígenas guaraníes y ejércitos enviados por aquellos países, sino que también despertó la curiosidad de los cronistas de la época. La donación era exagerada si se piensa en las cifras totales, y desmesuradamente grande considerando la extensión de aquellos países: era cinco veces el territorio de Portugal (unos noventa y dos mil kilómetros cuadrados) y casi el mismo de España (unos quinientos cinco mil kilómetros cuadrados). No es de extrañar, entonces, que el padre Juan de Escandón dedicara buena parte del largo y minucioso relatorio que envió en 1755 al provincial de los jesuitas, Francisco Martínez, a analizar el comportamiento de los portugueses en la América meridional. Más que ser el resultado de un acuerdo de buen entendimiento entre ambas coronas, para el padre Escandón es fruto de una larga y meditada conspiración de Portugal para obtener todas aquellas tierras.

En el artículo anterior («Las grandes decisiones requieren transparencia», Suplemento Cultural, 3 de diciembre del 2017) se hablaba del uso que hacían los portugueses del tratado alegando que se había firmado ya entre Lisboa y Madrid, y era muy posible, escribe Escandón, que en ese entonces ni siquiera hubiera sido firmado aún. Alegaban tener una copia manuscrita que les habían enviado desde Río de Janeiro, pero nadie la había podido ver ya que se mantenía en riguroso secreto.

En su relatorio, Escandón escribe: «Por otra parte, que este tan artificioso modo de pretender la de Portugal en nuestra corte fuese acerca de los dominios de esta América Austral, lo ponían casi fuera de duda las extraordinarias diligencias, que muchos años antes se habían observado, que continuamente se hacían los portugueses por registrarle a España todas estas sus tierras y provincias, siempre con frívolos aunque no muy mal fingidos pretextos, valiéndose para ellos sin distinción alguna de lo profano y de lo sagrado, y de esto a veces con ridiculez indigna, fingiéndose unas veces clérigos, otras devotos religiosos, y aun otras no devotos sino apóstatas y fugitivos de sus conventos y abusando de todos estos y otros modos de la buena y estrecha amistad que había entre las dos cortes, y de la bondad y honradez de los españoles que por entonces no sospechaban semejante traición de los portugueses, hasta que con la continuación de estos ardides y repetición frecuente de estas sus astucias les hicieron entrar en algún recelo a nuestros españoles de que la dicha amistad y correspondencia entre las dos cortes y naciones no era igualmente sincera y de que la portuguesa pretendía alguna cosa grande de estos dominios de la española, bien que los portugueses con mil mentiras en gran parte desvanecían estos no mal fundados recelos» (1).

Por las observaciones del padre Escandón es fácil suponer que en esos años toda esta parte del continente, la América meridional, era un nido de espías portugueses. La corona de Lisboa enviaba a sus hombres, que, bajo apariencias falsas, recorrían estas tierras, haciendo censo de ellas y catalogándolas de acuerdo a sus intereses y a los reclamos que pensaban hacer. No iban a ser territorios que terminaran constituyéndose en una carga para la corona, sino nada más que aquellos de los cuales podían sacar buenos frutos.

Refiriéndose al trabajo de aquellos espías, Escandón escribe: «Y así a toda su satisfacción nos registraron y exploraron todas o la mayor parte de las tierras del Perú con un tesón incansable para entender como ahora se ve los servicios de su Brasil; tanto que llegaron aquellos sus exploradores o espías, hasta entrar en la misma ciudad de La Paz, y otros descubrieron en las cercanías de la de [no se entiende]. Y qué duda que fueron otros muchos más los que de estas y a otras ciudades del dicho Perú llegaron y no fueron descubiertos en todos estos años» (2).

Cuando llegó el momento de la firma del tratado, el tema de los espías portugueses y la labor que venían realizando dentro de diferentes territorios era una historia conocida y repetida. «Desde el de 1738, por lo menos –relata Escandón– se empezaron a descubrir estos sus dichos espías dentro del mismo pueblo de la Exaltación en las misiones de los Mojos, como V.R. sabrá muy bien por ser dichas misiones pertenecientes a su provincia de Lima. Y el que estos y semejantes exploradores lo eran e iban con el designio de espiarnos y aun de desmarcarnos a los españoles nuestras tierras, se vio después claro en algún otro, a quien los indios guaranís en las suyas con la vida le quitaron el mapa o diseño de él, que iba formando de ellas» (3).

Más adelante relata el caso concreto de un espía portugués: «Las estratagemas, ardides y ficciones ridículas de que en aquel tiempo se valieron, principalmente para explorar las tierras y pueblos de los Mojos, Chiquitos y Guaranís, fueron varias. Hubo un portugués que para esto se fingió no solamente de fraile, sino también fugitivo de su convento y con su santo hábito se entró en el ya dicho pueblo de la Exaltación de los Mojos, con el pretexto de querer pasar de allí a Buenos Aires a embarcarse para Europa a echarse a los pies de su reverendo padre general. Mas porque se sospechó y con fundamento de que este era sólo pretexto, y que la realidad era que el verdadero fugitivo religioso lo que quería era registrar las tierras, que medían entre los dichos mojos y Buenos Aires se le negó el paso y se le obligó a volverse al Marañón por donde había venido» (4).

«Otros llegaron el año de 1740 a San Rafael de las misiones de Chiquitos; alguno de los exploradores o espías iba vestido de jesuita con el fin de que (como el mismo confesó), los indios que encontrase él y sus compañeros por respeto al traje que llevaba los respetasen a todos, y que les dejasen llegar al pueblo de San Javier, a donde decían, que iban a cumplir no sé qué voto que habían hecho al santo al que llevaban sus ornamentos que le habían ofrecido; y en la realidad mostraban el tal ornamento, aunque no se les quiso recibir, antes se le impidió el paso y se les detuvo hasta dar cuenta a la Real Audiencia de Chiquisaca, la que mandó que sin daño alguno se les hiciese retroceder como se hizo» (5).

«El mismo año (y después también) se dejaron ver otros varios exploradores en las tierras de los Guaranís, y aun otros en el mismo pueblo del Ángel, uno de los siete que ahora quieren y ya entonces pretendía. Estos no se mostraban vestidos de jesuitas, pero sí de clérigos seglares a veces, y a veces de sacerdotes religiosos de otra cierta orden bien austera. Y aun tal vez sucedió que alguno de estos devotos religiosos que venían a autorizar las mentiras de sus compañeros, traían también su breviario, aunque la ciencia de rezar en él se conocía que se le había dejado allá en el Brasil, no obstante que el pobre se esforzaba e ingeniaba a encubrir esta ignorancia, retirándose para rezar, o hacer que rezaba, a sitio en que pudiese ser visto pero no oído de nuestros misioneros» (6).

 

«Florian Paucke: Jesuítas e indios cruzando un río»/ABC Color

 

Notas 

1. Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.

2. Ibid.

3. Ibid.

4. Ibid.

5. Ibid.

6. Ibid.

 

Fuente: Suplemento Cultural de ABC Color - Página 

Domingo, 17 de Diciembre de 2017

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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