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JESÚS RUIZ NESTOSA

  LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (XL) - No les pertenecía ni siquiera una teja de sus casas - Por JESÚS RUIZ NESTOSA - Domingo, 08 de Abril de 2018


LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (XL) - No les pertenecía ni siquiera una teja de sus casas - Por JESÚS RUIZ NESTOSA - Domingo, 08 de Abril de 2018

 LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (XL)

 No les pertenecía ni siquiera una teja de sus casas

 

Por JESÚS RUIZ NESTOSA

 

 

jesus.ruiznestosa@gmail.com

El nuevo provincial de la provincia del Paraguay buscó todos los medios necesarios para seguir las instrucciones recibidas desde Roma, entre las que figuraba el darse la mayor prisa posible para trasladar a los indígenas a las nuevas tierras. Unas tierras quiméricas, ya que nadie sabía dónde se encontraban. Ni siquiera si existían.

El nuevo provincial venido de Lima llegó el 12 de enero de 1752 al colegio de Córdoba, donde le esperaba una carta de Roma enviada por el padre general de los jesuitas. En ella, relata el padre Escandón, se «imponía el precepto de santa obediencia a todos los sujetos de la provincia y a cada uno de ellos, para que no solamente no se opusiesen, sino que positivamente cooperasen todos a la ejecución del real tratado en lo respectivo de la entrega de los pueblos y tierras de los indios que estaba a nuestro cargo en la banda oriental del Uruguay; y al mismo tiempo se le ordenaba estrechamente que publicase desde luego este precepto y lo intimase en toda la provincia (como así lo hizo); y que si se podía pasase él mismo en persona a dichos pueblos a entender en la pronta y pacífica mudanza de los indios; o que a lo menos encargase la diligencia a sujeto de la Compañía que en su nombre y con todo empeño lo hiciese; y que si fuere posible se ejecutase todo con tal prontitud que estuviesen ya ejecutados dichos pueblos y tierras, y transmigrados a otras los indios, para cuando acá llegasen los comisarios reales, que ya estaban para embarcarse en Cádiz, y venían a poner en ejecución el tratado concluido entre la corona de España y Portugal» (1).

«No era menester discurrir mucho para ver que todas estas prisas las daban las dos cortes por muy diferentes motivos: la nuestra por mostrarse enteramente propicia a la de Portugal así en lo que le daba como en la prontitud, con que se lo daba, que era casi lo mismo que dárselo dos veces; y la de Portugal, porque la nuestra no pudiese recibir de acá otros informes que los que a ella le habían dado los portugueses, a lo menos hasta que estuviesen ya efectuadas las entregas y ellos estuviesen ya en posesión de lo que se les daba; que una vez puestos en posesión (y vea V.R. aquí uno de los fines de haber traído tantas armas a la Colonia), pensaban que aunque España se desengañase, y desengañada se arrepintiese, ellos procurarían y conseguirían con efecto mantenerse en la posesión dada y aceptada o recibida, fortificándose en ella con las dichas armas, como lo hacen siempre por acá en todo lo que ponen el pie, y lo acaban de hacer ahora en lo que se les dio de las misiones de los Mojos según las noticias que de allá por Lima nos han llegado aquí; pues dicen que han formado ya una fortaleza a la orilla del Mamoré y van formando una nueva ciudad para cuya población están ya allá dos mil portugueses, y aun también parece que aguardan allí por días, dos regimientos de soldados que dicen tienen ya en el país. En suma, no parece que los asegura mucho su buena conciencia en estas sus nuevas posesiones, y por eso tratan de asegurarse en ellas con las fortalezas bien pertrechadas de municiones de guerra para defenderlas si fuese menester, con otro tanto valor, cuanta fue la astucia con que las han ido adquiriendo. Y así defendían las tres villas que también dicen que han tomado de los tres pueblos que allí se les dieron» (2).

Siguiendo las instrucciones dadas por el padre general de Roma, el nuevo provincial de la provincia del Paraguay buscó todos los medios necesarios para poner en práctica sus recomendaciones, entre las que figuraban el «voto de santa obediencia» y la mayor prisa posible en el traslado de los indígenas a las nuevas tierras; unas tierras quiméricas, ya que nadie sabía dónde se encontraban. Ni siquiera si existían. «Dio con un propio que sin demora alguna despachó a ellas [las poblaciones indígenas] toda su entera comisión, poder y autoridad al que por unánime voto de todos los consultores de la provincia se juzgó y era como después se vio, el más apto que podía sustituirle en su lugar para el caso, y el más a propósito para el mejor y más pronto desempeño de una tan difícil empresa, cual en la realidad lo era el actual superior de las misiones, en quien concurrían todas las prendas para el encargo que se le encomendaba y las que difícilmente se hallarían en otro para persuadir a los indios tan arduo asunto» (3).

«Llegó el dicho propio con la carta que el padre provincial escribió a las misiones a 25 de febrero. Mas con tan mala coyuntura que las dichas misiones, y determinadamente los mismos siete pueblos que se trataba de mudar, estaban por orden del gobernador de Buenos Aires en actual guerra contra los infieles que vivían en las mismas tierras a que habían de mudar, o se les permitía, y se les habría de procurar persuadir, que se mudasen. Las circunstancias no podían ser peores; pero el padre superior, no obstante, luego que los indios volvieron de la guerra (y aún sin que acabasen de volver todos) pasó del Paraná, donde estaba, a la otra banda del Uruguay, después de haber intimado el ya dicho precepto del padre general, y empezó pueblo por pueblo a intimarle a los indio de los siete la disposición del rey nuestro señor (que Dios guarde) acerca de la evacuación pronta de sus pueblos y tierras, y de su transmigración a las otras que aun quedaban realengas para España, y a los sitios de ella que hallasen apropiados para fundar otros nuevos pueblos; porque aquellos en que hasta entonces habían vivido juntamente con sus iglesias, huertas y tierras labradas y por labrar, algodonales y yerbales, y en fin todos sus bienes raíces, quería y mandaba su majestad se los cediesen a los portugueses por los motivos que allá su majestad se tenía para sí disponerlo; certificándoles con todo esto del buen ánimo de su majestad para con ellos; pero que no obstante, como los reyes por serlo, no dejan de ser hombres a veces se ven precisados de hacer y mandar hacer lo que no quisieran, y a ocasionar muchos trabajos a quienes desearan dar las mejores conveniencias, y hacer los mayores bienes. Y que así ellos aceptasen realizar estos trabajos como venido de la mano de Dios, tratasen desde luego de buscar otras tierras, a que transmigrasen a sí y a sus ganados fuera de los dos ríos Uruguay y Ibicuy, por donde Dios se las deparase como fuesen de las realengas y aun hacia el mar quedaban todavía para España, si no querían quedarse con los portugueses, lo que únicamente se les dejaba a su elección; pero con la precisa condición de que en todo caso sus casas, iglesias y todo el casco de los pueblos con todos los edificios de dentro y fuera de ellos, y las tierras así labradas, como por labrar, con todos sus plantíos, habían de quedar para los portugueses, sin que a indio alguno le quedase dominio ninguno, ni sobre un palmo de tierra, ni aun sobre una sola teja de su casa; mucho menos sobre sus plantíos ni sobre las estancias precisas para alimentar sus ganados; porque menos de estos y de los pobres muebles, que si se iban a otras tierras, se los podían llevar consigo, de todo lo demás se les privaba a ellos y se transfería el dominio de todo a los portugueses desde luego» (4).

Notas 

1. Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.

2. Ibid.

3. Ibid.

4. Ibid.

 

Santa Bárbara, talla en madera de la reducción jesuítica de Santa María de Fe.  (Fotografía de Fernando Allen)

 

 

 

 

Fuente:  www.com.py

Suplemento Cultural de ABC Color - Página 3

Domingo, 08 de Abril de 2018

www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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